Para Antonio Durand, 8 de Septiembre, 1985
Espero no te asustes al leer esta carta mañana, cuando la encuentres en el buzón. La verdad es que para mi también es algo extraño volver a hablar con vos. Me imagino que pondrás esa cara de desconcierto inocente que te caracteriza, y arrugarás la frente intentando entender en medio segundo lo que te tomará por lo menos dos minutos y cuando por fin entiendas las circunstancias que te envuelven, brotaran de esta carta, recuerdos lejanos que te harán volver a sentir la amenaza de lo irracional. Perdón por eso, pero es necesario.
Es que estoy recordando en este momento, el día que te conocí. Vos salías de tu casa enojado, o asustado (la verdad, nunca pude distinguir eso en vos), caminabas a pasos largos y pesados, hasta que yo me aparecí. Te paraste en seco y levantaste la mirada y desde ese día no nos separamos más. Y la verdad es que algo de razón tenía la gente cuando te decía que no me escuches. Pero vos estabas tan solo, tan roto, tan ido. ¿Qué más podías hacer?
Esa tarde caminamos durante horas, por calles húmedas y frías, enroscándonos en conversaciones que no terminábamos para poder comenzar otra.
Me contaste de tu padre y de tu madre, de sus podredumbres, de tu cansancio. Me contaste de la escuela, las distracciones, las burlas. Me dijiste que estabas cansado, que tenías miedo, que te sentías más lento para vivir. Yo me agobié enseguida, no te quería escuchar más, no me importaban nada tus padres ni su miseria. Por eso te conté de mis anhelos, de la muerte, del dolor. Despacito te fuiste ablandando. Para cuando terminamos la caminata, ya sentíamos que éramos uno solo. ¿Te acordas?
En los días siguientes, cuando entrabas a algún lugar era imposible no percibir el domo que a tu alrededor envolvía todos tus pensamientos. Y los míos. Y cuando la gente te saludaba, ya en los últimos días de nuestros encuentros, apenas te miraban a los ojos, como si les diera miedo ver la humanidad en vos. A mi, por otro lado casi ni me veían, aunque hasta hoy creo que en realidad no me querían ver.
Pobre tu mama, al final la única que se llevo algo que tal vez no merecía. No lo digo con culpa eh, y la verdad creo que vos tampoco lo sentís así, por lo menos no lo suficiente. Lo que siento es que pudo haber sido distinto, aunque para ella la vida y la muerte no habrán sido muy distintas al fin y al cabo.
En cambio tu padre, su mirada de miedo y el sudor frio que le recorría el cuerpo, aun me dan asco, repulsión. No siento culpa de todas las heridas y la sangre brotando. Lo haría mil veces mas. Y si no? Que mas podías hacer? Alguien te tenia que ayudar a salir de ahí. Aunque después, creo que te hicieron pensar otras cosas, cuando reemplazaron mis pensamientos del domo con adormecimientos y mentiras.
En fin, se que ya es casi hora de que te vayas a dormir, por eso te quería recordar que estoy acá con vos, que todos estos años nunca me fui. Que a veces pienso, que distinto hubiese sido todo si nos hubiesen comprendido, si nos hubiesen dejado juntos. Ya es tarde para eso. Pero aún estoy con vos.
Antonio.
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