LA DICHA

Sabía por la prensa del matrimonio, el lugar y algunos detalles, en mi acostumbrada vida de nostalgia y ligeras esperanzas, decidí  ir cerca del lugar de la gran fiesta. Transitaba pensando en ella, en su felicidad, en su corazón, en su escote de alma que alguna vez fue mío…

Era la novia más hermosa que jamás nadie haya visto por estos lares, vestida de blanco como la reina que era, que es. Siempre la amé en silencio, pero ese día, ella se casaba.

Debió haber sido las 18h00, en la esquina de la calle Tormentos, a pocos metros del lugar de la recepción, había una cantina de buena muerte, entré y tomé lo que nunca tomo: un trago fuerte para eclipsar mi cobardía por no haber luchado por ella, si era el amor de mi vida.

Con el alcohol de compañía logré escuchar de la fiesta la canción que era nuestra… era una señal, creo mucho en las señales, aunque no existan, con esa melodía nos dimos el primer beso hace 12 años, debe estar haciendo lo mismo, pensé…

Tanta fue la nostalgia y el recuerdo que abandoné a mi compañía de la cantina y corrí hacia el lugar, entre desesperado, nadie me conocía, solo ella, nos vimos a lo lejos, también estaba con tragos, se acercó sigilosa y me dijo:

¡También pienso en ti ¡

En aquellas épocas de estar juntos pensábamos y sentíamos igual; por eso sabía que, si caminaba a la calle que era nuestra, seguro la encontraba. Apareció la recién casada, estaba más hermosa, el matrimonio le había caído bien…

Corrí hacia ella, me estaba esperando, siempre me había estado esperando.

Vestía una camiseta blanca y pantalón azul, cómplices de lo que tenía que suceder, hablamos poco, hicimos el amor mucho; mis lágrimas resbalaban por su pecho…

Era la dicha que se nos fue negada.

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