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No recuerdo con qué fin terminé en la Avenida Abancay, ahora que lo pienso, alguna frecuente magia tiene su paseo y el final de su recorrido, quizá lo sabía y lo he olvidado. Me dispongo a comprar un libro, pero no sé cuál ¡Soy partidario del asombramiento y dejaré que el libro me escoja y no al revés! Me digo mientras deambulo la ciudad que me parió y seguramente que me dará entierro.
Cruzo la pista y termino de alcanzar lo que queda del camino peatonal, a mi frente, una brigada de policías me recibe y el edificio del ex Ministerio de Educación golpea mi vista a tal punto que me obliga a alzar los ojos. Quisiera ver lo que hay detrás de él sin atravesar su geometría.
—¡To’ Abancay, to’ Abancay, sube sube, piza piza!—
Con holgura y paciencia camino sin esperar nada y sin ofrecer algo, de tal forma que el camino lo voy decidiendo al caminar, recorro la vereda explorando sus bordes y sus límites, pero también su centro, palpo sus fisuras ¿A cuántos ha visto caminar? ¿A cuántos ha visto escribir sus pasos? A mi derecha un sinfín de galerías con oficios que se bifurcan hasta agotarse, a mi izquierda, tiendas de tipo comercial y edificaciones poliédricas ahuecadas simétricamente, unas antiguas con detalles que recuerdan un pasado oscuro y otras nuevas con espejos que compiten con el sol. En el amplio centro, dos insatisfechos carriles grises que arrinconan todo a su paso y densos móviles que fluctúan las arterias de una efervescente ciudad, una ciudad hecha para carros y no para sus caminantes.
—¡Diez plátanos a tres soles, dos manos a tres soles, lleve casera!—
A una cuadra de Jirón Huallaga reflexiono mientras camino y refresco mi experiencia vital a través de las emociones que me genera ahora la multicolor imagen urbana ¡Leo todo lo que en ella habita! ¡Nada se me escapa! ¡No le temo a leer! ¡No le temo a caminar! Entonces me propongo a observar más allá de la superficie, a la ciudad detrás de la ciudad, con la única certeza que al caminar cartografío mi cuerpo y que es mi cuerpo la herramienta que escribe mis pasos. Con gran esfuerzo razono todo lo que entra por el arco de mis ojos, intentando encontrar alguna lógica, alguna sorpresa, algún secreto.
—¡Café café! ¡Ramos de flores a dos soles, a dos soles el ramo!—
De golpe, algún estímulo altitonante me hiere los sentidos, me sacude, me abate, pero no dejo de caminar, trémulo reincorporo la vista mientras la ciudad multiforme se transforma en su fauna:
Los rígidos semáforos por sus largas pausas se convierten en curvadas comas controladoras de la redacción y el tráfico; los buses fugitivos son acaso indómitos verbos; los taxis consultores a domicilio son ahora prólogos de la condición social y las flores, epílogos de la admiración o la muerte; los enjutos postes y cables, hechos artículos, introducen historias de género y número con ventanas y puertas que atestiguan a los sustantivos reales que la transitan; las calles son líneas a punto de ser escritas y las veredas cual cuadrículas que la soportan; las personas indiferentes y recalcitrantes ahora son inflexibles puntos finales; los renunciantes y meditabundos, desorientados puntos suspensivos; los tímidos y taciturnos caminan omitidos entre paréntesis mientras los pordioseros e indigentes son el hiato invisible en nuestra sucesiva silábica urbana. Los vendedores ambulantes, transmutados en exclamaciones convincentes, acortejan a las parejas que caminan sin interlineado; niños y niñas, lúdicos interrogantes de apertura refutan a los ancianos, interrogantes de herrumbrado cierre; rejas son ahora simulacros de acorazados corchetes; palomas, acentos que custodian el lamento moderno de los monumentos antiguos; policías que fungen como borrador de revoluciones y sueños; cláxones, frenos y canciones modernas son la musicalidad de una nueva rapsodia y los rompemuelles, separadores de párrafos furiosos por seguir su trayecto. Vi rostros pretéritos, pronombres ausentes, sujetos predicando adverbio y proverbio, vi el cielo y en la polisemia de sus nubes una bandada de retahílas que no olvidaré, vi lexemas alterados y gerundios llorando, comiendo, riendo y estando participes de esta confusa sintaxis, vi las fulguraciones lingüísticas de esta ciudad y en su matriz la afirmación de la vida, lo vi todo caminando y al pasar por un espejo me sobresaltó un oxímoron.
¿Qué es todo esto? Me interrogo mientras me miro los pies en forma de lápices que punzan doblemente el piso ¿Qué clase de literatura antropomorfa es esta? Pregunto sin que nadie me responda. Las fronteras de mi nación son ahora la periferia del omnipotente libro incompleto que figura en el barniz de mis ojos. ¿Acaso he podido leer la ciudad? ¿Cuál es mi destino en este universo papel? ¿Quién escribe este libro inconcebible en cualquier biblioteca? ¿Lo escribo yo o lo escriben todos? Las preguntas me ahogan y la noche me acontece. No sé qué otras cosas vi o si las vi, pero al llegar a Jirón Ancash empecé a olvidarlo todo, caminé para escapar y con temor me embarqué en un bus o en un verbo, lo ignoro, en todo el viaje cerré los ojos. Antes de llegar a mi casa vi el disco de la luna entre comillas. Abracé a mi madre y caminé a mi cuarto con la esperanza que me suceda el olvido. Me acuesto con la ligera sospecha de olvidar algo. Mañana iré a Abancay, quizá caminar me lo recuerde.
qawaq ñawsa
Octubre, 2023
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