Tal y como indicaba el protocolo, haberse retirado antes del tercer día de incursión era lo correcto. El atardecer como una amenaza se despedía lentamente para dejarlos a oscuras. Las Lurra Gessen tenían una larga lista de muertes en su haber, aún así Edwick pensó que quizás ellos corrieran con suerte, aunque esta no formaba parte de su tradición familiar. Charles y Sean habían insistido en irse pero Edwick arrojando miradas amenazantes respondía cada vez con un sonido más parecido al gruñir de una bestia. Ellos se habían dado cuenta del evidente cambio de su líder: hablaba menos y se notaba más alerta, con un miedo más parecido al de un soldado acostumbrado a su entorno, alguien que sabe que en cualquier momento podrían estar muertos, pero que a la vez continúa, sin pesar en su corazón, ya que la meta justificará luego sus acciones. Así habían avanzado durante dos días, adentrándose en un bosque tupido pero a la vez decadente, la luz se filtraba desde la copa de los árboles y por alguna razón en su descenso se desenvolvía en un color mate, apagado, casi gris recordando que aquel no era un lugar plácido. Por momentos encontraban claros que se extendían por varios metros y exhibían extraños monumentos de roca y cristal alzándose incluso más altos que los árboles y exponiendo pinturas y lenguajes ajenos, que aunque destruidos y abandonados resaltaban la grandeza de los antiguos, aquellos que remodelaron el mundo.
Al mediodía del segundo día decidieron detenerse, recolectar muestras de la vida silvestre y beber un poco de algo que los distrajera de la atmósfera que con un ritmo constante les robaba la armonía. Edwick se sentó en un tronco lleno de moho al principio del claro, y no dió señales de querer moverse y examinando su alrededor parecía como si perteneciera allí, un árbol vigilante en su perfecto hábitat. Charles lo miró con compasión, y con algo más que era difícil de describir, una admiración indescriptible, alguien que había salvado su vida en múltiples ocasiones ahora se hallaba perdido, su pelo rubio había perdido el brillo y sus ojos marrones se mostraban irritados a la vez que cansados, suspiró como tratando de expulsar la tristeza y se dispuso a despojarse del Seele, pues definitivamente necesitaba un trago.
Por suerte para Charles su traje era el más ligero y aún así uno de los más dolorosos de retirar ya que se adhería directamente a su sistema nervioso. Comenzó por retirarse las «espinas» de la nuca, el dolor azotó su sistema nervioso central para después como una ola esparcirse por todo su cuerpo, Charles usualmente se tranquilizaba diciéndose que era cómo recibir un latigazo, y dado su pasado sabía perfectamente que sólo debía cerrar los ojos unos segundos y pensar en algo más. Después de que las espinas iniciales se desprendieron el Seele se fue retirando automáticamente y en una sucesión pausada de cada uno de sus nervios guía. Cayó al suelo con un leve sonido metálico. Charles Accio observó cómo el exoesqueleto de combate que habían robado se retorcía sólo sobre la hierba y la tierra negra del bosque. El Seele Strahl que era la variación específica de Charles casi se podía apreciar cómo una columna vertebral hecha de un metal ligero, una sola capa de este cubría la parte posterior del cuerpo del usuario haciéndolo bastante inútil para la defensa, en su parte superior sobresalían dos pequeños cordajes espinados o las «espinas», llamados así ya que poseen cuatro grupos de protuberancias afiladas que en forma de espiral se extienden a toda su longitud, estos son los encargados de conectarse al sistema nervioso central del usuario. Mientras desciende, el Strahl, muestra algo parecido a un par de cables los cuáles se desplazan por unas guías ajustadas a las vértebras del usuario, separándose a la altura de los brazos y las piernas para extender a cada lado el exoesqueleto de metal. Charles era un tipo delgado y de estatura mediana, el pelo negro arremolinado y sucio delataba la poca importancia que le concedía a su imagen personal, se había unido a la causa desde muy temprano y pretendía haber olvidado las costumbres de la civilización para sentirse más libre. Charles continuaba ignorando su Seele mientras se imaginaba lo que podría hacer una vez todo hubiera terminado, para él estaba claro, abandonaría todo aquello que se le fue impuesto y comenzaría de nuevo, lejos de los silos y las búsquedas y el terror que había producido la segregación, quizás en algún lugar aún existiera un pequeño refugio para su tipo. De nuevo dirigió la mirada a su Seele y engañándose a sí mismo se dijo que no se le había impuesto, que no le habían dado el modelo Strahl e incluído porque fuera el más ligero, el más rápido de su grupo, sino porque era suyo, el Strahl lo había elegido e iba a sobrevivir para ver ese paraíso en el que se escondía su gente. El Strahl era precioso; las placas parecían una fusión del oro con la plata, tornándose más blanco en el área superior y más dorado en las extremidades; era en realidad uno de los Seele más bellos y de los más peligrosos. Charles lo levantó del suelo, dónde había estado retorciéndose en un desenfreno propio de un pez fuera del agua mientras trataba con sus espinas de adherirse a algún ser vivo y sin éxito desarraigaba la poca hierba del bosque, lo tomó por las placas superiores y lo entornó hacia el árbol más cercano, el Strahl taladró su corteza sin misericordia y Charles con desdicha vió cómo las hojas del árbol se tornaron grises y comenzaron a caer, sus ramas crujieron en torno a sí mismas y desde dentro del tronco un sonido agudo y melancólico chilló cómo el último instante de dolor de un ser siendo devorado, consumido en un vacío desconocido.
Por otro lado Sean Melnick tenía miedo, por muy incómodo que fuera su Seele se negó a quitárselo. Sean era un tipo enorme y un poco pasado de peso, tenía que serlo para maniobrar el Seele Deigh. El Deigh se componía en su mayoría de un tipo de piedra oscura muy pesada que cubría casi todo el cuerpo del usuario, las rocas se iban tornando de un color más azul conforme llegaban a su espalda desde ahí sobresalían dos de ellas justo en los omóplatos de Sean, con el aspecto de icebergs elevándose sobre la calma del helado océano, disputándo tonos entre celeste y blanco. En su porción anterior unas raíces se incrustaban a lo largo de toda la parrilla costal penetrando profundo y rodeando sus pulmones, mientras desde la cima de estos «icebergs» nacían dos raíces más que a manera de tubos abrazaban las fosas nasales de Sean para juntarse finalmente en su boca succionando casi todo su aliento. Sean se dejó caer sobre una pila de hojas caídas, era realmente agotador llevar el Deigh no sólo por la fuerza sino por el desesperante coste a su respiración, sentir que te falta el aire en todo momento, que nunca será suficiente no importa lo hondo que aspires dota a un individuo de una cierta forma de ver las cosas pues o se mantiene sumido en la más digna paciencia o la desazón lo hará perder el juicio, y nadie querría esto, nadie. Sean lo pensó tan largamente como pudo y finalmente decidió no correr el riesgo de perder el control y se retiró los tubos de la cara, las rocas fueron perdiendo el molde, resbalándole por el cuerpo hasta quedar como un tipo de estaua, sólo lo ataban las raíces de sus pulmones. Lo siguiente no sería placentero, comenzó a exhalar todo el aire, sintió como las fuerza huía de sus músculos y desaparecía tras su soplo, los tejidos de su cuerpo rogando por oxígeno se tornaron violáceos, el cerebro dormitando lo hacía ver imágenes raras e inexistentes, y finalmente una pequeña contracción avisó que sus pulmones habían expulsado todo el aire de su cuerpo. Las raíces pulmonares se desacoplaron suavemente y estirándose hasta la tierra se amarraron firmemente tiñiendo de blanco el suelo en un radio de 2 metros, las hojas y las plantas, cómo si el rocío de la mañana se hubiera congelado sobre ellas. Sean realmente le tenía miedo a la muerte, nunca se había creído lo que otros decían sobre una vida después de la muerte o la resurrección. Se había criado en la causa, aunque realmente nunca entendió por qué lo hacían ni qué esperaban cambiar y la verdad no le importaba, sus padres lo habían protegido de todo y su vida en la villa caía en la perfecta definición de paz. Al igual que Charles fue elegido no tuvo opción, él no era un guerrero sólo tenía un tamaño descomunal que hasta ese momento había usado para realizar las más pesadas manualidades.
Edwick aún sentado en aquel tronco sólo podía pensar en obtener lo que venían buscando, sabía que Charles y Sean, aunque se veían intranquilos, lo seguirían no importa lo que dijera, no por nada se había forjado un nombre en el movimiento. El ardor en el pecho continuaba, se expandía como los vaivenes de una llamarada hacia la garganta, le pedía algo en susurros inaudibles y expresiones advenedizas. El Seele de Edwick, el Seele Gairmean, era una mezcla entre madera y metal, la madera era de un tono rojizo apagado y el metal similar al bronce brillaba por momentos reflejando las débiles dentelladas de la poca luz que se escurría por los árboles. El Gairmean imponía mandato por sí solo, desprendía una autoridad especial quizás por su parecido a las armaduras de los caballeros medievales; una especie de casco compuesto casi completo por el metal broncíneo caía detrás de la espalda, la delicadeza con la que el conjunto combinaba ambos materiales era cautivante y pareciera no dejar de moverse y cambiar de lugar, pero sin duda lo más notorio era el agujero que se abría en el lado izquierdo del pecho, un conjunto de astillas ardientes como carbón encendido pungían el corazón de Edwick, no atravesándolo sino más bien establecían un límite y con intermitentes llamaradas lo retaban a latir más rápido. Las astillas crecían hacia arriba escurriéndose entre sus clavículas para de igual manera rodear su garganta y llenarla de un calor insaciable. Edwick por momentos recuperaba un poco de su antigua perspectiva y trataba con fútiles mañas de retirarse el Seele, pero era imposible, ya eran uno, el ente lo había consumido. Delirios de una venganza inexistente y de rabia incomprendida lo llenaban aunando más y más las esperanzas del grupo.
La noche cayó con Charles medio borracho apostado contra el árbol muerto que sostenía el Strahl, Sean se había dormido y babeaba inconsciente un pequeño madero, Edwick impasible, esperando. Un ruido lento, removió las hojas detrás del grupo aproximadamente a 100 metros de distancia. La tierra tembló por un milisegundo, Charles saltó hacia el árbol y con un gesto decidido se insertó el Strahl en la nuca. Sean tenía demasiado miedo, no se movía, no quería y cerrólos ojos para seguir durmiendo. Las ramas de los árboles se tambalearon con un chillido burlesco, diciendo: «estamos aquí, somos muchos». De las sombras justo detrás de Sean apareció, un figura que aunque estaba oscuro parecía bella, medía casi 2 metros y su cuerpo parecía no tener esqueleto alguno, se movía cómo las babosas, más bien era un fluido que se solidificaba a tiempos. De pronto miles de puntos luminiscentes aparecieron, se abrieron y esparcieron por su abultado cuerpo que se encogía y estiraba como una gelatina, producía un sonido apagado que se escuchaba lejano casi que a propósito, parecía pedir ayuda, pero en ningún idioma que ellos conocieran. Sean se levantó y las luces lo siguieron cómo si estuviera en el escenario, sólo bastó una mirada para que Sean se acercara fascinado e introdujera su mano dentro de la masa gelatinosa. Estaba en casa, vió la villa, a sus padres y amigos y se contempló trabajando como siempre. En menos de un segundo sintió un dolor inmenso, Charles le había cortado la mano hasta el codo, pero esta no cayó al suelo se quedó flotando en la criatura, unos gusanos azules brillantes la devoraban, sin dejar nada, mientras se alimentaban cambiaban de color, de forma, cambiando a rojo y piel y entonces un olor a mil cadáveres golpeó a Sean y gracias a la débil luz que emanaba del Strahl lo vió, la masa estaba compuesta de todo, la carcasa de un ciervo y la cabeza de un oso, miles de gusanos, alas de mariposa y múltiples frutos silvestres se retorcían en inacabable agonía queriendo escapar, la carcasa de ciervo lo miró con ojos completamente vacíos y pululantes de cucarachas y supo en ese instante que lo quería unir a su colección. Charles empujó a Sean hacia su Seele y las raíces pulmonares lo atraparon, la sangre caliente de su codo había hecho que la criatura se desperdigara a su alrededor como si lamiera la tierra de alguna forma. El Deigh rápidamente lo encapsuló y las piedras de su brazo izquierdo paralizaron con una ola del más frío invierno la hemorragia.
Edwick no tardó un segundo y con toda la furia que un hombre es capaz de aceptar se acercó, asestándole un golpe a la gran masa que en los últimos segundos se había expandido para llegar a medir más de tres metros. Su golpe se hundió sin problemas y no pareció molestar a la criatura, hasta que una explosión en espiral se expandió en su brazo deshaciendo la mitad de la masa amorfa e incinerado con ella la cabeza de oso en su interior. Los restos de la criatura huyeron deslizándose por el suelo cuál serpiente derrotada. Edwick sintió la victoria que aunque no le hacía feliz le saciaba la ira. Charles estaba nervioso y Sean apenas se movía.
Desde los árboles algo se deslizó con una velocidad endiablada y para entonces si Sean no hubiese tenido el Deigh hubiera muerto. Algo con alas y un diminuto cuerpo le golpeó desgarrando un poco las piedras que le protegían la cabeza. Edwick rugió y recogiendo una rama del suelo, la sostuvo entre sus manos, concentró la energía del Seele que rápidamente le subió por la garganta y tras un ardor incomparable pequeñas llamas emanaron de su boca. Sus compañeros no podían creerlo, sabían que era posible pero con mucho entrenamiento o quizás una sinergia no antes vista, había prendido la llama con su aliento: un verdaderodragón. Edwick lanzó la rama con fuerza que por su poco peso quedó flotando por un segundo en aire. La escena que aquel pequeño fuego les permitió observar les dejó claro que no saldrían vivos de allí.
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