CICATRICES

P.S.M

Todos tenemos cicatrices ya sea en el cuerpo o en el alma. Las mujeres llevamos cicatrices en la memoria, en el cuerpo, en el corazón y, en el alma.

Las marcas que han dejado los golpes de la vida en nuestro ser muchas veces las ocultamos bajo la ropa, detrás de el silencio prolongado , en los recuerdos perdidos, en la dureza de nuestro corazón o con la complicidad de nuestra almohada.

Hombres y mujeres tenemos cicatrices que queremos olvidar, pero que sólo basta un detonante para que de nuevo sangren , duelan y de nuevo cicatricen.

Las marcas que dejan como surcos descoloridos en nuestra piel producto de llevar en nuestro interior una vida las ocultamos como sintiendo vergüenza. Son la evidencia que fuimos bendecidas al ser fértiles y  como alhajas deberían lucirse. Otras llevan las cicatrices en su rostro producto de la irracional y desmedida brutalidad de aquel que un día juro amarla y se convirtió en su enemigo.

Llevamos las cicatrices en el corazón cuando engañan y traicionan nuestro amor, cuando recibimos como dagas las puñaladas del desamor de la desilusión. Cuando padecemos la partida de nuestro seres amados, cuando con hirientes palabras nos juzgan, condenan y sentencian.

Las cicatrices en nuestra mente, secuelas del abandono del padre o la madre ausente, la injuria recibida, el trauma generado. Nuestra mente cicatriza , oculta los daños recibidos y vamos refundiendo en lo profundo pequeñas marcas de dolor .

Las cicatrices en el alma no se ven, pero se sienten y constantemente sangran, desencadenando rencores, odios, venganzas.

Llevamos cicatrices en las manos labriegas, en las manos artesanales, en las manos constructoras. Son como medallas que nos recuerdan el reconocimiento a nuestras labor.

Cicatrices en nuestros pies de tanto caminar por el mundo, tropezando muchas veces con la misma piedra, porque sentimos miedo de quitarla del camino. Preferimos tropezar una y otra vez hasta sangrar y casi que dejar nuestra piel en aquella rocosa experiencia.

Llevamos consigo las marcas en nuestras rodillas por las tantas veces que hincados, con los ojos llorosos y la desesperanza viva suplicamos por aquel milagro, por aquella ayuda Divina o por las veces que de forma humillante suplicamos un perdón aceptando culpas.

Pieles arrugadas, manos callosas, corazones remendados, pies cuarteados, almas lastimadas…eso es lo que somos.

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