Entre Botellas Vacías
Era la frescura de la mañana, una mañana gélida que había surgido de un encuentro fortuito en la oscuridad de la noche anterior. Ahora, enfrentaba las consecuencias de haber cedido a impulsos que la razón rechazaba. La luz que penetraba la habitación era de un azul pálido, reflejando la frialdad del ambiente, semejante a tu indiferencia. La noche se había prolongado, pero no por razones acertadas. Había botellas vacías de algún licor barato que encontramos, mi fatiga era evidente, pero me resistía a compartir el sueño a tu lado. Mi mente giraba vertiginosamente; deseaba vomitar, anhelaba llorar, ansiaba gritarte, pero todo quedó sin expresión. Me senté en la mesa mientras tú aún descansabas, tras una noche en la que la única víctima parecía ser yo. Y eso era precisamente lo que ocurría; tus sentimientos hacia mí eran tan escasos como pobres, una verdad que había evitado ver durante mucho tiempo. Pero esa mañana, la claridad se impuso.
Tomé una pluma gastada que reposaba sobre tu escritorio y, con movimientos torpes, plasmé mis pensamientos:
«Lo más doloroso no radica en la carencia de tu presencia, pues me repugna vincularme en términos de posesión. Es la posesión misma la que me inquieta, tan inquietante como tu ausencia. Puede que Neruda haya esculpido versos desgarradores esa noche, o que Cortázar haya hallado lo no buscado. Pero, ¿de qué valen mis reflexiones cuando me vences inadvertida, cuando persistes en perseguirme sin la más mínima conciencia? Has sido tú quien me ha vuelto inservible, quien me ha acostumbrado a una presencia frágil y efímera, casi tan volátil como tu afecto. Me causas más daño estando presente que al partir; te conviertes en una gran paradoja, una cura y enfermedad entrelazadas, risa y llanto amalgamados en una unicidad morbosa. No sé si extraño la forma en que tu cuerpo ocupaba el espacio, la caída casual de tus cabellos, o si añoro el derroche de sensualidad que fluía de tus curvas, esas miradas desafiantes capaces de colmar a cualquiera con la mayor dicha o la más profunda miseria. Quizás lo que echo de menos es esa sensación de desear desvanecerme al despertar, de partir sin dejar rastro. Al llegar a estas líneas, me doy cuenta de que, en realidad, no te extraño a ti, sino la tempestad que dejabas tras tu marcha, esa sensación de olvido que sigue embriagándome. Al final, no fuimos más que una dolorosa borrachera.»
OPINIONES Y COMENTARIOS