Palabras No Dichas en un Atardecer

Palabras No Dichas en un Atardecer

Hay un secreto que he guardado celosamente, un susurro en la penumbra de aquel atardecer en el que nuestras almas se entrelazaron con una danza íntima y silenciosa. En el refugio de mi lecho, observé cómo escapaba de tus labios un «Te adoro» mudo, una confesión apenas audible que resonó en la habitación como una melodía prohibida.

En ese momento, en un éxtasis compartido, mi cuerpo respondió con un orgasmo silente, mi primera sinfonía de placer. Un roce furtivo de tu dedo descubrió el recóndito agujero de mi pantaloneta, y así, sin palabras, nos sumergimos en un éxtasis que ninguno de los dos se atrevió a articular. Tus palabras se perdieron en el aire, y mis gemidos se esfumaron en la efímera eternidad de aquel encuentro clandestino.

Yo también te adoraba en silencio, te quería con la intensidad de un deseo inconfesable. Anhelaba besarte con la pasión desbordante que solo el amor adolescente puede brindar. Deseaba entregarme a ti, vulnerable y sumisa, en una danza desenfrenada de deseo. Mi cuerpo se movía sin restricciones sobre el tuyo, en un éxtasis desenfrenado alimentado por tus manos firmes en mi cintura. Aquella tarde, experimenté el arte del amor por primera vez, descubrí lo que significaba desfallecer en los brazos del otro y renacer al encuentro de tus ojos, cuyos matices verdosos me embrujaron.

Te amé con tal intensidad en aquella tarde efímera que, sin premeditación, te entregué el último rincón de cariño que albergaba mi ser. Ahora, ese amor inadvertido reposa contigo, entretejiéndose en la textura de tus cabellos y danzando con cada latido que le dedicas a ella.

Existe un secreto no revelado, palabras que nunca pronuncié y que ahora parecen irrelevantes, pues solo fueron reales en el efímero instante en que nuestros labios se encontraron. Pero, si el tiempo retrocediera y la falda marrón volviera a ser testigo de nuestro deseo insaciable, te confesaría, sin reservas ni rodeos: te amo.