Un Collage de Encuentros Perdidos
Primera escena,
Te vislumbro en la cercanía, una proximidad que se traduce inicialmente en la cadencia de nuestros pasos, explorando con diligencia las interminables calles. La charla se despliega como un diálogo interminable, extenso como las sombras que se deslizan sobre la ciudad, hasta que nos hallamos reposando en un sofá, envueltos en las notas musicales, mientras observamos el crepúsculo de soslayo. La habitación, como si intuyera nuestros anhelos, se desvanece en la penumbra, y mientras el velo de la noche se extiende sobre nosotros, la presencia mutua se desvanece sin previo aviso. Antes de que mi conciencia pueda aferrarlo, me encuentro solo en medio de la aurora.
Segunda escena,
Nos encontramos sentados en un sillón, en una atmósfera cuyo domicilio desconozco, una tenue luz anaranjada se filtra suavemente entre las cortinas, acariciando delicadamente tu rostro; el mundo siempre parece ansioso por iluminarte. Me hablas de tu temor a la muerte, de la reticencia a dejar de existir.
Tercera escena,
Acaricio tu cabeza, te encuentras exhausta, lágrimas incesantes, y no hay palabras que puedan mitigar tu dolor. Así que simplemente te acompaño, te sostengo, te envuelvo en un abrazo, y susurro suavemente algún cuento que viene a mi mente en un intento de distraer la tuya. Escribo poemas con palabras caprichosas, titubeo torpemente en la gramática y la cadencia de las rimas, hasta que, casi como un murmullo ahogado, apenas perceptible, te aseguro que todo estará bien.
Cuarta escena,
Ya no estás cerca, nuestra comunicación se reduce a través de las redes sociales, pero el teléfono se torna gélido y tus llamadas son escasas, tan contadas que podría casi numerarlas. El devenir de los días se vuelve eterno, la impaciencia frena el transcurso del tiempo, y cada minuto se siente como una eternidad. Anhelo escuchar tu voz, pero parece que ya no me reconoces, y yo no puedo alcanzarte a través de la distancia; solo observo cómo te alejas y no hay manera de detenerte.
Quinta escena,
Te distancias hasta lo inalcanzable, tan lejana que me resisto a concebir que retengas en la memoria las palabras que con tanta pasión te dediqué. Rehúso imaginar que en algún rincón de tu mente persistan esos recuerdos, que de vez en cuando, de manera esquiva, puedas recordarme. Sería preferible que no prestaras oídos a la nota de voz que te envié; quizás, en medio de la noche, en un descuido apenas perceptible, escapó de mis labios un «te quiero».
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