EL FANTASMA DE LA HACIENDA
Era una silueta alargada, blanquecina, que se deslizaba sigilosamente por los corredores de la vieja hacienda, envuelta entre las sombras de la noche como si quisiera pasar desapercibida; y, sin embargo, los moradores de la comarca la veían tan a menudo, que contrario a los a lo antes mencionado, se podría pensar que lejos de esconderse quería ser observada. Quizá alguna persona de buen corazón al darse cuenta de su desatino y falta de paz, elevaría en su nombre una piadosa oración que le daría por fin descanso a su alma.
En una tierra en la que, a falta del bullicio de las grandes ciudades, los habitantes tejen una cantidad casi irrisoria de leyendas en las cuales los personajes principales siempre son: los desencarnados, la llorona, uno que otro vampiro o los nahuales que salen de las fauces del infierno para robar la tranquilidad a los crédulos. Pero esta historia que les cuento, pese a que no quisiera aceptarlo, en verdad sucedió, como olvidar aquella madrugada en la cual yo venía de la boda del hijo de Hilario, y al pasar por el desvencijado puente que conducía a mi casa, aquella sombra me tapó el paso impidiendo que yo corriera a buscar la protección de la familia, la voz que se negaba a brotar de mi boca y el temblor de las piernas que se negaban a dar un paso, y no di cuenta de la realidad hasta que desperté al día siguiente en la casa de mi compadre. Después de recoger mis despojos a las orillas del puente, con eso comprendí que, si hay almas en pena entre los vivos, por no sé que razón y que las sombras de la noche son perfectas para escabullirse y caminar entre nosotros, recorriendo lo que antes fue suyo, y quizá disputándonos el derecho que antes que a nosotros a ellos pertenecía, vaya pues para los que penan una eterna oración.
AUTOR: Abraham Carranza Silva.
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