Esta no es la historia de Braulio Caballero, nunca lo fue.

Esta no es la historia de Braulio Caballero, nunca lo fue.

Ramiro Briceño

29/10/2023

Braulio Caballero trabajaba como contable en una fábrica de zapatos de claqué. Era un gris oficinista del que nadie solía hablar, es por ello que aquí no hablaremos de Braulio Caballero. En su oficina oficiaba un trabajo oficioso, de oficinista oficial. Sumaba columnas de Excel en las que valoraba cada tornillo con una precisión de reloj astronómico. Le extasiaba la perfección matemática que impedía el más mínimo error, cada columna de celdas indefectiblemente daba un resultado perfecto. Dándole a la vida un rigor científico, una exactitud matemática que le llenaba de calma. Como digo, esta no es la historia de Braulio Caballero, nadie escribe sobre un contable sombrío. Vivía, Braulio Caballero, habitaba, sería más preciso, frente a un miembro de una temida banda de motociclistas (del que sí hablaremos, al ser su vida salvaje, espontanea, explosiva) llamado entre los suyos el Orejillas Calientes, sin que haya más pistas sobre su mote que sus dos tremendos pabellones auditivos de un rojo bermellón que ondeaban al viento mientras rugía su Hyuosung y que han sido descritos en algunos tratados de otorrinolaringología como una enfermedad autoinmune. Orejillas Calientes, de nombre Paco, era contable en un banco suizo, conocido en el mundillo por no lavar dinero de narcotraficantes colombianos, cotizaba a la baja en el mercado, pero Paco era un valiente. Miembro fundador de la temida banda “Los diablejos”, moteros viejos, cuya enemistad antológica con “Los diablillos”, moteros pillos, mantenía a toda la interpol atenta y temerosa de cada movimiento. Braulio, sin embargo, de quien hoy no hablaremos, se mantenía al margen de esta rivalidad y simplemente alternaba su vida de oficina con su colección de mariposas monarca y visitas dominicales a su pobre madre, corrijo, madre pobre. Pobre de solemnidad, María Francisca de los Pájaros Dominicales, viuda de Caballero, era una ex aristócrata de media alcurnia. Digo bien, ex, ya que vendió su título nobiliario con un inesperado talento para el fracaso financiero por el 90% de las acciones de una fábrica de cintas Beta, allá por 1988. En un nada sorprendente movimiento final accedió a comprar el 10% restante de las acciones por tres veces su valor, rechazando el trueque que le ofrecieron por acciones de una empresa que ella interpretó como de recolectores de manzanas.

Braulio no era una mala persona, en el sentido utilitario de la palabra, realizaba diligentemente su trabajo, era útil como un destornillador en un taller. Moral, éticamente, era una persona prescindible, no arrojaba luz, ni calor, ni frío, sólo los tornillos de los zapatos de claqué notarían su ausencia, es por ello, que no nos apetece hoy hablar de su paso por la vida. Paco el motero, sin embargo, se paseaba con su custom 125, a una velocidad prudencialmente baja, con su chaleco de cuero y tachuelas, mientras vírgenes desoladas temían al verlo pasar a 45 Km/h, dudando si quizás algún día perderían la virginidad. En la banda rival, su antagonista Eumigio, alternaba jornadas de aceite y gasolina con las mejores frutas tropicales del barrio de Chamberí era un frutero motero sin mote, ya que nadie se atrevía siquiera a llamarle por su nombre cual dios abrahámico, y simplemente se dirigían a él con el genérico “Frutero”.

Braulio Caballero no montaba a caballo lo cual sería una paradoja si el autor del relato conociera el significado de dicha palabra, una doble paradoja, una recontra paradoja, una paradojísima, una paradoja no, lo siguiente, que diría alguien falto patológicamente de adjetivos o imaginación. Dado que su ADN mitocondrial le hacía descendiente directo de una larga estirpe de cabalgadores de las estepas mogoles que le remontaba al mismísimo Khan Senior. Poco dado él a hacerse test de ADN mitocondrial, desconocía este hecho crucial que hubiese cambiado su vida de manera anecdótica y ligera, superficial, hubiera cambiado su vida de manera imperceptible, él era feliz, iba a decir, pero realmente desde su lúgubre vida, insulsa, triste, incolora, insípida, irrelevante, esa palabra carecía de existencia, de sustancia, de significado, digamos que Braulio deambulaba sin más por el planeta, respiraba de manera periódica y nunca olvidaba un bombeo de sangre. Caía el sol una mañana de sábado, Braulio, quien nos está haciendo gastar más tinta de la merecida, realizó sus abluciones, fue a visitar brevemente a su madre y sin mirar atrás cogió su red atrapa mariposas, su repelente, su sombrero coronel tapioca y se dirigió a la montaña cual robot cuyo algoritmo le programa a continuar con su rutina secular.

En ese mismo instante Paco se lubricaba los miembros inferiores para enfundarse sus pantalones de cuero ajustados y untaba Nivea en su chaleco con tachuelas mientras el mecánico de su pandilla ajustaba tornillos y probaba los frenos de su admirado líder, mirando de reojo a Paqui la Milongas, la de las tetas oblongas, la deseada novia del líder, una cincuentona estrábica y de generosa geografía, ligeramente achatada en los polos, deseada por toda la pandilla al ser la novia del macho alfa minúscula. Había que aprovechar las escasas horas del fin de semana para dar rienda suelta a su salvajismo vital con una jornada de motos, tortilla y filetes empanados por la Sierra de Guadarrama. Al mismo tiempo, el frutero se reunía con su tribu de moteros tatuados con calaveras y corazones de amor de madre que ocultaban en las comidas familiares del domingo con su polo modelo orgullo patrio. Sus motos rugían a la espera de que el jefe diera la orden y poder dar rienda suelta a los 12 caballos de vapor de sus motos custom chinas de moderado precio. Era un día especial, el aniversario menos 17 días de la fundación del temido club. Tenían organizada una sesión de asfalto culminando la mañana con un picnic en el río a la una de la tarde, con el objetivo de poder volver a dormir pronto la noche del sábado y cumplir así con sus compromisos familiares de domingo. Dada la señal, salieron en tromba, ordenadamente y respetando los pasos de cebra por las calles de Madrid, con la Sierra al fondo, suponemos, en algún lugar etéreo detrás de la nube tóxica que provocaba los mejores atardeceres de la nación, dentro de la nación.

Los diablillos, moteros pillos, fueron los primeros en llegar al prado elegido, para sorpresa de los diablejos, moteros viejos, que ya estaban allí, faltando el respeto a la lógica más elemental, cosa que irrito sobremanera a un paseante del lugar que traducía al azar tratados de lógica aristotélica. Paco miró dubitativo a Eumigio, sin saber muy bien como enfrentarse al contratiempo, Eumigio por su parte silbó en latín antiguo, mientras juntaba rítmicamente las puntas de sus botas de cuero. Después de unos 5 minutos sin demasiada tensión, en los que los temibles moteros se entretuvieron en coger flores y mirar el móvil, por fin Bosco, el mecánico, sugirió el temible duelo del barranco, para resolver el problema, mientras miraba de reojo a Paqui, la Milongas. Los dos jefes enfilarían sus motos hacia el barranco, acelerarían a tope, aquel que frenase más tarde sería el dueño del lugar, vivo o muerto, mientras el otro huiría con el rabo entre las piernas, pero con vida, por otro lado. Paco y Eumigio protestaron enérgicamente y sin embargo sin saber como, de pronto se encontraron encima de sus motos mirando, astutamente, en dirección contraria al barranco, error que fue corregido de inmediato por el mecánico, que aprovechó para dar los últimos retoques a la moto de su líder, mientras miraba de reojo a Paqui, la Milongas, que ajena a todo miraba a otros lados. Mientras tanto, Braulio Caballero, el innombrable, se subía a un risco con la esperanza de cazar algún nuevo ejemplar con su red. Paqui, la Milongas, se puso, medio obligada, a unos 20 metros, para dar la señal, con el consabido, en sus marcas, listos, ya, pero tristemente al sacar un Kleenex de la manga para sonarse los mocos, este se le cayó y los motoristas confundidos y acojonados salieron en dirección a la gloria, la vergüenza o cualquier otra cosa insospechada. Avanzaron unos 50 metros en paralelo, mirándose con cara de circunstancias, cuando quedaban pocos metros ya para el abismo, Eumigio no resistió más y freno aterrado, cosa que Paco llevaba haciendo sin éxito desde hacía 49 metros, apretaba con fuerza la manilla del freno delantero y pisaba el trasero, pero la moto seguía adelante decidida, estaba a escasos metros de desastre cuando Braulio Caballero, asustado por el ruido de las motos resbaló del peñasco que se alzaba unos metros sobre el camino perdió pie y cayó, sin saber como ni porque al caer atrapó con su red a Paco, salvándole de una muerte segura.

Esta es la historia de la que no se paró de hablar ese domingo, en el hogar familiar de los Caballero, donde los tres hermanos, Paco, Eumigio y Braulio comían con su pobre madre, mientras el hermano pequeño Bosco, miraba de reojo a Paqui, la Milongas. La historia de Braulio Caballero.

Ramiro Briceño Romero

7 de octubre de 2023

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