Resulta que Don Federico mató a su mujer, la hizo picadillo y la puso a remover. La gente que pasaba, olía que apestaba, era la mujer de D. Federico.

La gente pasaba pero raras veces decía. O si decía, decía bajito, murmurando.

“A esa le pega su marido”
“Pues pobre”
“Pues sí, pobre”

Eso decían de la que le pegaban siempre, callándose cuando llegaba la víctima, alimentando esa vergüenza ridícula que se siente cuando te hacen daño.

“No, hombre, si no es malo, ayer se conoce que llegó borracho y le pegó”
“Bueno, pero eso como todos”
“Claro, eso como todos”

Donde yo nací se decían estas cosas por los barrios, cuando divorciarse era pecado y las mujeres aguantaban, porque se decía que eso hacían las mujeres fuertes, aguantar. Así que la se casaba feliz esa suerte que tenía, y la que no, pues tendría que resignarse y tragar con el marido que le hubiese tocado en el sorteo, aunque fuese borracho, o violento, o putero. No fuesen a decir que qué floja era, la pobre, por no aguantar.

Los hombres, donde yo nací, también aguantaban, porque eran fuertes como las mujeres, y se aguantaban, por ejemplo, las ganas de hablar. Lo hacían especialmente si una vez que empezaban a hacerlo, pensaban que podían asomárseles los sentimientos. Así que lo mejor para que eso no pasase, era callarse y no contar. Se aguantaban, pobres de ellos, las ganas de que les acariciasen.

Como no necesitaban los hombres cariño, tampoco lo pedían y, si alguno de los que tanto aguantaba se daba cuenta de que era afecto lo que le venía faltando, se iba a comprarlo a algún club simulando que lo que compraba era un par de polvos. Tanto miedo les daba no tener el abrazo de su mujer, que no se atrevieron a necesitarlo. Mucho menos se atrevieron a hablar de que a veces, como todos, lo que necesitaban era a su mamá. Donde yo nací, los hombres nunca fueron niños.

Eso fue hace un tiempo, cuando el deseo era de los hombres y el afecto de las mujeres. Cuando se cantaba en el patio la canción de Don Federico, y cuando se confundía la fortaleza de unas con aguantar con lo que les viniese y la de otros con aguantarse lo que les viniese. Porque lo de aguantar, claro, ya no pasa. Fue hace tiempo, ya no pasa.

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