El «cuartito de hora» de Borges

El «cuartito de hora» de Borges


El «cuartito de hora» de Borges, según Elsa Astete Millán.

«Yo no hablo de venganzas ni perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón», sentenció Borges.

Respecto de esta frase, alguien dijo que no tenía mucho sentido pues, salvo que padezcamos un trastorno como la enfermedad de Alzheimer, no olvidamos, no podemos olvidar.

Y mucho menos a aquellas personas que nos han infligido algún daño a sabiendas.

Pero el olvido al que se refiere Borges, no es a ése, sino a otro, el mencionado por José Hernández al final de su Martín Fierro:

«Es la memoria un gran don, calidá muy meritoria. Y aquellos que en esta historia sospechen que les doy palo, sepan que olvidar lo malo, también es tener memoria».

A ese olvido se refería Borges.

¿Cómo podemos estar tan seguros?

Porque hay un hecho que así lo demuestra, una anécdota a la que bien podríamos titular «la venganza de Borges».

Es la siguiente.

Borges conoció a Elsa Astete Millán en el año 1931 gracias a Pedro Henríquez Ureña, un gran intelectual dominicano radicado en la Argentina (hijo de Salomé Ureña, destacada poetisa de su país y de Francisco Henríquez y Carvajal, que llegó a ser presidente interino de la República Dominicana).

En palabras de Elsa: «Después que Henríquez Ureña nos presentó, nos fuimos a tomar el té al Jockey Club. Y a la semana siguiente, mi hermana Alicia y yo fuimos a Buenos Aires para encontrarnos. Desde ese momento, no me dejó más. Me perseguía a sol y a sombra; fue en esa primera cita que Borges me juró amor eterno”.

Pero un buen día la relación terminó.

Borges nunca habló del tema y hubo que esperar cincuenta años para que Elsa, enigmática, dijera apenas que la relación “no se dio”.

Lo que ocultaba esa frase era un episodio de infidelidad por parte de ella. Es que, sin que Borges lo supiera, Elsa se había casado, circunstancia de la que fue informado tardíamente por la madre de la propia Elsa.

Borges, naturalmente, sufrió una gran decepción.

Sin embargo, treinta años más tarde, en 1965, se produjo el reencuentro.

Borges se enteró de que Elsa había enviudado y, sin perder tiempo, la llamó por teléfono.

Y las cosas volvieron a ser como antes.

Hasta que un 21 de septiembre de 1967, Jorge Luis Borges, de 68 años, se casó por iglesia con Elsa As­tete Millán, viuda, de 57.

Pero al parecer, la convivencia no fue nada satisfactoria.

Según María Est­her Vázquez (otro de los amores frustrados de Borges), “la vida con Elsa era de una aridez desoladora. El tema de conversación preferido de Elsa era, al parecer, el recorrido de los tranvías o de los colectivos (autobuses de Buenos Aires). En la mesa, al mediodía, a la hora del té, a la noche, había largas discusiones entre ella y su hijo acerca de qué calles tomaba el colectivo 48 en su largo recorrido por el barrio de Flores. Borges, naturalmente, se aburría”.

Y con el paso del tiempo, las cosas no hicieron más que empeorar.

Durante un viaje por los Estados Unidos, Elsa se comportó como una niña malcriada. Al parecer, le molestaba no ser el centro de atención y en una ocasión hasta se negó a salir de su habitación para comer con Borges y unos invitados importantes.

Al regreso de ese viaje las cosas siguieron mal.

Para muestra basta un botón.

Borges era conocido por decir cosas como: “El día que se den cuenta de que soy un impostor, cuando realmente lean las pobres páginas que he escrito, me echarán con furia de todas partes».

Pero naturalmente, nadie creía en sus «borgeanas» palabras.

Nadie… excepto Elsa, que llegó a decirle: «hoy es­tás en el candelero, sí; pero aprovechá tu cuartito de hora, porque dentro de un par de años, nadie se va a acordar de vos» —¡vaya capacidad de profecía que tenía esa mujer!—

Así las cosas, luego de tres años de matrimonio, llegó el divorcio.

Pasaron los años.

Un día Borges, ya ciego, caminaba del brazo de uno de sus sobrinos por la calle Florida cuando apareció Elsa.

Su sobrino le comentó:

Tío, ¿a qué no sabe quién está aquí?

¿Quién?, preguntó Borges.

¡Elsa, tío, Elsa!

A lo que Borges (poseedor de una memoria prodigiosa) respondió: «¿Elsa… Elsa?, ¿Quién es Elsa?”

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