José Y Blanca – Vidas Paralelas –

José Y Blanca – Vidas Paralelas –

Cosme Rojas

05/09/2016

José y Blanca Vidas Paralelas

Autor Cosme G. Rojas D.

Advertencia

Esta obra está protegida con derechos del autor y está publicada en los portales amazon, queda prohibida su distribución o copia sin la debida autorización del autor. 

Copyright © 2015 Cosme Gregorio Rojas Díaz

All rights reserved.

Versión KDP Tapa Blanda julio 2020

ISBN: 13: 978-1506026701

Agradecimientos

A los familiares y amigos que revisaron mis primeros borradores y me ofrecieron sus útiles y sabios consejos.

Presentación

“Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.” Juan 8:32

La vida no es tan simple como quisiéramos, pero tampoco tan compleja como para no poderla manejar.

Es preciso tener presente que la verdad es demasiado grande y trascendente, como para pretender poseerla.

La libertad no es un atributo, hay que ganarla con constancia. Alcanzarla y conservarla requiere cuestionarse y desafiarse de forma permanente. Se conquista con la lucha incesante, para descubrir y dejar prevalecer a nuestro yo autentico. Se adquiere con postura humilde. No hay otra forma. Ser libre es poder discernir la verdad y dejarse seducir sólo por ella.

Estas dos historias que les voy a contar, ocurren de manera simultánea. A lo largo de estos relatos surgen inmensas posibilidades, antes de que ocurra cada hecho. Las dos narraciones construidas, desde sus raíces, dibujan las tendencias para cada uno de los personajes. Sin embargo, siempre se reta al destino. Nada, en asuntos de vidas, está escrito. Día a día, de manera táctica y sorprendente, los protagonistas ajustan su rumbo; con sus recursos, carácter, entorno, limitaciones, acciones y omisiones.

José y Blanca son dos personajes con claros antagonismos y al mismo tiempo con interesantes similitudes. Ellos provienen de entornos opuestos, y aun así, con características análogas, tanto en lo parecido, como en lo desigual. El contraste es una premisa constante en estas historias.

El corolario de este cuento, lo invito a que lo construya usted; al terminar la lectura.

1 Raíces de José

Del abuelo de José

Me encontraba celebrando la llegada del año nuevo de 1918. En medio de la algarabía rodeado de: familiares, amigos y de la gente alegre de estos lares.

¡Oh perdón!, debí presentarme primero. Mi nombre es Andrés Soler. Soy un campesino de 19 años con todos mis antepasados nacidos en este hermoso archipiélago, las hermosas Islas Canarias. Por aquí estamos orgullosos de nuestra vasta cultura, expresada en las artes, la vistosa arquitectura, la rica gastronomía y en nuestros históricos vinos. Mi familia es gente sencilla y trabajadora, dedicados a la agricultura y a la pesca. Somos fieles a las tradiciones ancestrales, que nos transmitieron nuestros abuelos.

Bueno ahora si continuo con mi relato. En medio de esa inolvidable fiesta, de fin de año, tuve una experiencia, que ahora me causa gracia recordar. Allí conocí a la señorita Fátima, una hermosa mujer de 18 años ¿Cómo describir ese primer encuentro? Estábamos disfrutando de lo bueno, y de pronto pasa ella frente a nosotros, giré a verla y quedé hipnotizado por lo melodioso de sus suaves movimientos al andar. Con sus mansos ojos azules, su mirada profunda y luminosa, logró paralizar, los latidos de mi corazón. Aparecieron cosquillas en mi estómago. ¡Oh Dios! Esto tiene que ser amor a primera vista. Sentí un impulso incontrolable que me movía, hacia ella, para ver como era su rostro. Mis primos y amigos se reían y comentaron:

-¡Vaya!, esta sí que lo atrapó.

Oía, pero no escuchaba, en el fondo recuerdo el sonido de voces y ecos:

-Hola, ¿estás aquí? -Reían con fuerza.

Yo quedé desconectado del mundo. Con torpe prisa avance sin control. Al acercarme a ella, tropecé y caí de manera brusca. Coloqué las manos, en el suelo como pude, tratando de reponerme y para evitar o minimizar el ridículo espectáculo que estaba dando, pero no logré impedir arrastrarme. Al levantarme estaba confundido, impresentable, con mi pantalón nuevo ahora roto y la camisa desarreglada. Mi cara se puso roja como un tomate maduro. Quería que la tierra me tragara. Nunca había experimentado tanta vergüenza, ni nada parecido. Que pésima impresión debí causar a esta inigualable princesa. Quienes estuvieron en el incidente carcajeaban. Al elevar mí, enrojecido y humillado semblante, mi mirada se cruzó con la de Fátima. En ese fotográfico instante, y en medio de tan embarazosa situación, me invadió un aire helado, conectándome con el amor de mi vida. Bajo esas particulares circunstancias me presenté:

-Disculpe señorita, me llamó Andrés Soler, estoy para servirle.

Ella sonrío con discreción, se sonrojó y con timidez dijo:

-Hola, mi nombre es Fátima.

No sabía cómo tomar esa sonrisa, luego de este desastre. Bueno, me dije “Qué caray lo importante es que la conocí. Ya tendré tiempo de enmendar esa experiencia”. Aunque dicen que nunca hay una segunda oportunidad para causar una primera buena impresión; me importa un bledo lo que piense y murmure la gente.

Comencé a diseñar una estrategia para acercarme y poder visitarla. Descubrí que los dos hermanos de Fátima coincidían con mi afición por los Palos Canarios, esa tradición heredada de los guanches. Así que encontré una vía de aproximación. Al cabo de varios encuentros amistosos, fui invitado a la casa de Fátima y poco a poco comencé a galantear a la niña de mis sueños. No fue tarea fácil. Me escudé en la paciencia, pues ella me traía de cabezas.

Unos cuatro meses después de iniciada mis visitas comencé a ser aceptado por la familia. Cada día me hacían menos juegos pesados, de esos intencionados y calculados para ahuyentar al más persistente pretendiente. Yo no iba a renunciar, así que perdían su tiempo conmigo. Nos comprometimos y dos meses después nos casamos, el domingo 24 de marzo de 1918. Fue una boda entre familiares y amigos cercanos, de acuerdo a nuestras tradiciones. De ese matrimonio se procrearon 4 hijos y el mayor es Juan.

El Padre de José llega a Venezuela

Juan, el primogénito de don Andrés Soler y doña Fátima, se tomaba muy en serio su papel de hijo mayor. Se sentía responsable de cuidar a sus hermanos menores. La situación económica, en este país, estaba muy mala. La dictadura de Franco se endureció en la década de los cuarentas, la gente vivía con miedo, sobresalto e incertidumbre.

Después de meditarlo mucho, Juan decidió emigrar de su amada tierra. No era una elección que se hubiese planeado en su trayecto de vida, pero la realidad lo empujaba. Decidió probar suerte en Venezuela (un país con nombre de mujer, debía ser agradable para vivir), para esa época era un pueblo rural, donde se respiraba aires de cambios y de apertura. Había escuchado que esa nación estaba alejada, geográfica y de manera voluntaria, de las guerras. También había oído que era un territorio de gente sencilla, con clima tropical, sol resplandeciente, mucha tranquilidad y además con amplias costas e islas. Le pareció adecuado ese destino.

Para esos años, en Venezuela, gobernaba Isaías Medina Angarita, quien sucedió A Eleazar López Contreras el hombre de la transición el de la “Calma y la Cordura”. Juan anhelaba apartarse de las dictaduras y las guerras. Para su partida a Venezuela era un soltero de 22 años. Le esperaba más que un viaje, una huida, un salto sin retorno a lo desconocido. Lo movía un sueño por “construir una vida mejor, para él y para sus familiares que se quedaban”. En su inseparable rol de hermano mayor sentía como un deber abrir el camino. Lo que más le preocupaba eran sus padres, pensaba que para ellos sería más difícil abandonar su patria.

Se embarcó en una de esas naves clandestinas, conocidas como fantasmas. Fueron 38 largos días de angustia, en ese horrible barco, bajo asfixiante hacinamiento, con escasa y terrible alimentación. El constante bamboleó de la nave lo mantenía mareado. Ese color azul del cielo y del mar ya le parecía monótono y angustiante. En su mente se repetía de manera obsesiva “tierra, quiero ver tierra y poner mis pies sobre superficie firme”. Ahora entendía porque algunos marinos y piratas enloquecían en alta mar.

Al fin se ve en el horizonte la tan ansiada tierra. Llega al Puerto de Carúpano en Mayo de 1943. Las emociones eran complicadas y encontradas: Experimentó un inmenso alivio por haber llegado y por pisar la arena costanera de otro continente; al mismo tiempo, como si ocurriera un corto circuito es su mente, sufría por su familia. Una sensación de vacío, se apoderó de él, una ruptura dolorosa por la vida que dejó atrás.

En este instante, su historia y su alma se partían en dos. Las imágenes, los olores del mar y de la insalubre embarcación, le dejaron huellas profundas e indelebles, en su mente y en su corazón. Así quedó estampado, ese momento, como un hito, para toda su vida.

Esta travesía fue una locura, nunca haría algo semejante. Lo envolvió un inmenso padecimiento al recordar a sus padres, para ellos un viaje como este no era una opción. Sólo quedaba esperar que las cosas mejoraran en España.

Nunca había salido de Canarias y le asediaba: la incertidumbre. Las interrogantes le desordenaban su cabeza ¿Cómo sería el encuentro con esta gente?, todos desconocidos, ¿sería aceptado?, ¿le iría peor que en su amado y empobrecido pueblo? Había escuchado historias y experiencias de viajeros arrepentidos, pero no sabía si eran ciertas, o si eran leyendas de caminos. De cualquier manera, la suerte estaba echada. Como pudo se repuso y se animó, se dijo: “estoy listo para bajar de esta pocilga, lo mejor está por venir y voy en su encuentro”. Y así lo hizo.

Antes de descender del barco escuchó un grito: “señores buena suerte”. Y entonces comenzó su andar rumbo a lo desconocido. Ya fuera de ese horrible navío, deambuló por varias horas sin saber a dónde ir. Se detuvo. Respiró, tres veces, tomando todo el aire posible hinchando el abdomen y expirando por la boca con suavidad. Se hizo consciente del momento, alzó la mirada al cielo y se dijo, debo resolver, enfocarme en lo básico. El hambre lo torturaba. Estaba exhausto. No tenía dinero. El que era un hombre recio y de principios se sentía tentado a hacer lo que fuera necesario para beber y comer algo. Se decía, robar no está bien, pero morir estaría peor. Sacó una pequeña navaja que llevaba consigo y comenzó a buscar en la orilla y entre las piedras marinas, cualquier cosa comestible, que le acallará los ruidos de su estómago. Los cocoteros le ayudaron a calmar la sed y el hambre.

Dos días después, recorriendo la orilla del mar, observó una pequeña lancha que se aproximaba. Esperó hasta que se detuvo en la arena, de allí bajo un hombre de unos 35 años, quien descargó una canasta llena de peces. Tenía el aspecto de un trabajador sencillo. Se acercó a saludarlo:

-Buenos días, señor.

Y el extraño le respondió, de una manera jocosa e inesperada.

-“¿Que fue hijo er diablo?”, ¿de dónde vienes?, ¡vaya! y con esa maletica tan feíta y destrozadita ¿Tu cómo que te caíste de un barco?

El, hasta ahora, desconocido continuó con su monólogo:

-Yo soy Pedro Salazar, nací y me crie en la Isla de Margarita, pero ahora vivo aquí.

Juan, a pesar de estar confundido, agotado y sorprendido, le pareció el tono de un hombre auténtico y sencillo. De hecho esta imprevista y espontanea respuesta, rompió el hielo, le redujo la ansiedad acumulada y comenzó a respirar de forma normal. Así que se animó a responder con la mayor naturalidad posible:

-Mucho gusto Pedro ¿Esa isla de “Margarita” que mencionas, está lejos?

-No que va musiu, está allí mismito, pues al frente no más; casi la puedes ver desde aquí.

-¡Oh, perdón!, permítame presentarme me llamo Juan Soler y también vengo de un conjunto de Islas, aunque más lejanas que Margarita- Expresó en tono ocurrente y amable-. Nací y me crie en las islas Canarias, que son parte de España, pero es difícil que la podamos ver desde aquí.

Ambos rieron, y prosiguieron el dialogo:

-Pedro, le dice ¡ay caray!; entonces sabes pescar como yo.

-Vente conmigo, y esta vez, te invito a comer un pescadito frito que prepara mi mujer en nuestra taguarita.

Juan pensó, mi suerte empieza a cambiar. Recordó a su madre cuando le decía, no temas, te irá muy bien y en las dificultades ten fe, y cree en tu corazón que “Dios Proveerá”. Caminaron por la orilla del mar, unos pocos metros, hasta un pequeño y rustico restaurant llamado “Taguara de María”, desde donde Pedro gritó:

-María ya llegué, sírvenos un par de Corocoros fritos, con tostones y ensalada, para mí y para mi invitado, el musiu Juan Soler.

Aquel almuerzo le supo a banquete. Juan no recordaba haber comido un pescado más sabroso en toda su vida. Debió ser, en parte, por los 38 días de hambre en el Atlántico, más los deambulados en esta costa, sin techo ni alimentos calientes.

Juan y Pedro se hicieron amigos, eran hombres de acción y de poco hablar. Al poco tiempo ya Juan había arrendado una habitación en el rancho de una viuda anciana.

Además de la pesca Juan sabía cómo lidiar con la tierra, como cosechar hortalizas, tubérculos y le gustaba la jardinería, sin percatarse que allí tenía su mejor talento.

La experiencia de la lejanía, habían vigorizado el mal carácter de Juan veía lejos el día en que pudiera volver a ver a los suyos. Al recordar a su gente, añoraba cada detalle vivido. Su familia se caracterizaba por sus valores culturales y el apego a las tradiciones, eran: católicos, unidos, sencillos y austeros.

Al año de su llegada ya asimilaba mejor su estadía, en esta nueva tierra. Estaba agradecido de Venezuela, se sentía aceptado por la gente y muy a gusto con la vida que aquí llevaba. Aunque todavía le afectaba la lejanía de sus familiares, con quienes mantenía el contacto a través de cartas. Disfrutaba de la música autóctona de oriente y le gustaban los ritmos caribeños. Lo que no soportaba era lo que calificaba como extraños y escandalosos sonidos del Norte, el rock and roll lo ponía de mal humor.

En Caracas

Juan sentía curiosidad por saber más del país que le había dado generosa y cordial acogida. Abrigaba la necesidad por conocer más de la geografía de este territorio. Entonces decidió tomar un par de meses para visitar algunas ciudades y pueblos emblemáticos. Compró un Volkswagen usado, modelo escarabajo, para comenzar esa aventura, por las rústicas carreteras que el país tenía, para la época.

Estuvo en Maracaibo, en pleno diciembre en medio de las gaitas y las ocurrencias y particular jocosidad de los zulianos. El cruzar hacia Maracaibo requería una travesía de dos horas en ferry (fue en 1962 cuando se inauguró el famoso Puente Rafael Urdaneta). Atravesó, en los Andes, la carretera trasandina y sus pintorescos pueblos y pobladores; conoció la ciudad de Mérida (la de los caballeros). Hizo escala en la antiquísima cuidad de Coro y sus médanos (pequeño desierto, del cual había escuchado). Siguió hacia los llanos, donde disfrutó de las tonadas, los contrapunteos, la gente y los paisajes. Luego se enrumbó a la región central.

Llegó a Caracas, con la intención de pasar un par de días y luego regresar a Carúpano, pero aquí su vida tomó otro derrotero. Estaba escaso de dinero y por eso buscó ayuda, entre quienes pernotaban en la posada. Como sabía de jardines consiguió algunos trabajos en quintas particulares. Obtuvo mejor paga que la recibida como pescador. Se fue prolongando su estadía en la Capital, hasta que decidió quedarse. Alquiló un cuarto en una casa colonial muy cerca a la plaza de la Pastora, el corazón histórico de la ciudad. Pronto se acostumbró al estilo de vida menos sacrificado del citadino, con sus bellas mujeres y con un mejor clima que el litoral de donde venía.

Esta ciudad le pareció magnífica, por su clima, geografía, arquitectura y la gente de trato gentil. Caracas es un valle, a unos 900 metros sobre el nivel del mar, con unos 27 kilómetros ente el extremo este y el oeste, al norte de toda su extensión se encuentra el imponente cerro El Ávila, el cual le sirve de límite con el Litoral Central. Desde la capital tenía un acceso más amplio a toda la cultura nacional. Había estado en contacto con la forma de vivir en las provincias y se dio cuenta de que Caracas ofrecía el máximo nivel de calidad de vida en este país.

Estaba fascinado con la gastronomía nacional. Le gustaba tanto los platos criollos que comenzó a considerarse más venezolano que los nativos de esta bella nación. Decía el amor entra por el estómago, por eso este país me atrapó y de aquí no me voy nunca. No pasaba un día sin comer un par de arepas rellenas de las múltiples formas que se acostumbra: con queso rallado, revuelto de huevos, carne desmechada, caraotas, etc. Los fines de semana solía merendar las famosas Cachapas, rellenas con un queso blanco y blando del tipo llanero. En el almuerzo, dos o tres veces por semana disfrutaba de un pabellón criollo (plato hecho con caraotas, carne de res desmechada, y lajas de plátano maduro frito, mejor conocidas como tajadas). Pronto aprendió a cocinar al estilo venezolano. A fines de cada año preparaba, el plato navideño: Hallacas al estilo caraqueño, el “pan de jamón” la ensalada de gallina, el pernil y el dulce de lechosa. En semana santa el pescado desmenuzado y un dulce a base de arroz con coco. En ocasiones se esmeraba en preparar los Sancochos de res, de pescado, de gallina o mixtos. Y no faltaba en su repertorio el famoso Mondongo.

2 Raíces de Blanca

El abuelo de Blanca

Me llamo Ramiro Gomes, tengo 18 años y soy el mayor de tres hermanos. Nací en 1895 y siempre he vivido con mis padres y familiares en La Región Autónoma de Madeira.

Era el espléndido domingo 28 de septiembre de 1913, la temperatura estaba cercana a unos 24 grados centígrados, bajo un despejado cielo azul y sol brillante típico de esta paradisiaca Isla. En esa época yo trabajaba en un viñedo, con mi padre. Eran los días de seleccionar y recoger los racimos de uva. Esta temporada había sido de una buena cosecha.

Serían las cuatro de la tarde cuando camino a casa me encontré con la señora Pereira y su hija quienes paseaban en bicicletas y parecían estar en dificultades, me detuve de inmediato y les dije:

-Buenas tardes señora, señorita, ¿les puedo ayudar de alguna manera?

-Hola Ramiro -contestó la Sra. Pereira-qué bueno que estés por aquí, la bicicleta de Catarina no responde al pedal.

-¡Ay caray!, permítanme ver, claro se soltó la cadena.

-¿Será difícil de arreglar? -Preguntó la señorita.

-Por fortuna lo puedo resolver.-Me agaché y coloqué la cadena en su sitio.-A ver, parece que ya funciona, permítanme probar. Sí, está listo. Asunto resuelto.

-Gracias a Dios y a ti Ramiro -exclamó la señora Pereira-, estamos muy agradecidas por tu oportuna y útil amabilidad.

-Es un honor servirle a usted señora Pereira y a su bella hija, digo, ¿es su hija, cierto?

-Oh si, Ramiro ella es Catarina mi hija mayor.

-Un placer conocerla y servirle señorita -dije, mientras miraba con delicadeza a Catarina.

Caterina, ruborizada, respondió con amable discreción:

-Muchas gracias señor Ramiro, es usted un caballero.

-Hasta luego señora y señorita, por favor le envían mis saludos y respeto al señor Pereira.

-Hasta luego Ramiro -replicó la señora Pereira-, mientras Catarina asentía con un gesto.

Así fue, en aquel fugaz encuentro, como conocí a la hermosa Catarina.

Me empeñé en conquistar a esa linda señorita. Me ingenié mil pretextos para visitar a Catarina y mi interés crecía, al percibir que yo no le era indiferente. Me volvía loco al saber que tenía posibilidades de agradarle. Me acercaba a su casa, pero, no me sentía bienvenido por el señor Pereira (el padre). Él me trataba con aspereza e indiferencia. Aunque su señora tenía un carácter amable y educado, opuesto al de su marido, también mostraba cautelosa y protectora distancia. La tarea no era nada fácil, no encontraba espacios para avanzar en mi obsesión amorosa. Me pasaban los días pensando en ella. Me ayudó mi forma de ser terco en mis propósitos, educado, sencillo, cuidadoso del lenguaje, y el hecho de nunca tomar a pecho las actitudes de la gente. Me decía vale la pena este desafío, pues algún día me casaré con ella y me sentiré orgulloso del más importante logro de mi vida. Guardaré estas dificultades y recuerdos, para contarlas a mis hijos y nietos. Me tocó crecer y madurar en muy poco tiempo, para conquistar el corazón de Catarina y luego obtener la bendición de sus padres. Apenas obtuvimos el consentimiento fijamos la fecha de nuestra boda. Nos Casamos el domingo 22 de marzo de 1914 en un evento sencillo, pero inolvidable.

Decidimos mudarnos a la Isla de Porto Santo, queríamos asegurarnos de no estar demasiado cerca de nuestros padres. Allí establecimos nuestro hogar y nuestra familia. Pocos meses después, de casados, estalló Primera Guerra Mundial (julio de 1914).

Me dediqué a lo que sabía hacer, al negocio de los vinos. Por varios años trabajé para otros, hasta que a mediados del año 1920 me hice independiente. Tuvimos tres hijos varones y el mayor es Anastasio.

El padre de Blanca, llega a Venezuela

Mi nombre es Anastasio Gomes soy el hijo mayor de Ramiro y tengo 24 años. Vivo en la Isla de Porto Santo, con mis padres, hermanos menores y mis abuelos en Madeira. Al concluir el bachillerato mis padres me enviaron a estudiar a la Universidad de Lisboa y ahora estoy de vuelta en la isla, recién graduado de médico.

Hoy es el primer día de enero del año 1945, un día especial para dar rienda suelta a los sueños y hacer planes. No tengo motivos de quejas, mi familia es muy especial, pero aspiro abrir mis propios caminos. Quiero viajar y conocer otros horizontes. La universidad y mi reciente graduación habían despertado en mí la ambición por explorar y conquistar nuevas metas. En mi transcurso por la Universidad y por esfuerzo propio aprendí el español.

Era una época de revueltas, en plena Segunda Guerra Mundial, Portugal estaba gobernada por el Dr. Antonio de Oliveira Salazar. A mí no me gustaba ese régimen, pensaba que mi patria vivía tiempos turbulentos y de retroceso político y social. La situación era muy agitada en la Península Ibérica, en España gobernaba el dictador, Francisco Franco un: conservador, católico y anticomunista. Entre Franco y Oliveira Salazar se notaba un trato lleno de escepticismo y de mucha tensión.

Me había interesado por América del sur, me llamaban la atención Brasil y Venezuela., En ese nuevo continente aspiraba alcanzar la paz necesaria y las oportunidades para progresar.

Brasil, un país inmenso en territorio y por ser antigua colonia de Portugal hablaba mi idioma materno, pero la situación política no me parecía mejor que en la península, por allá gobernaba, desde 1934, Getúlio Dornelles Vargas. Aquello me parecía otra tiranía más.

De Venezuela, había leído que desde 1940 ocurría una significativa migración de portugueses, hacia ese país, un gran número provenientes de Madeira. Analicé su reciente historia política. Se trataba de un territorio rural, bajo el gobierno constitucional de Isaías Medina Angarita, el cual estaba muy cercano a terminar su periodo. Entre 1910 y hasta su muerte en 1935 Juan Vicente Gómez había sido el último dictador de Venezuela. Entre 1935 y 1940 gobernó Eleazar López Contreras, un hombre firme y que llevaba a ese pueblo hacia una transición democrática. Bajo este panorama, ese estado lucía enrumbado hacia la modernidad y a las oportunidades. Así tomé mi decisión.

Llegué a Venezuela un 2 de febrero de 1945, desembarque en el Puerto de La Guaira y de allí viaje a Caracas. Tenía todo planificado, hasta el mínimo detalle. Sabía dónde quedarme, ya había establecido contacto por carta con el colegio de médicos para lo referente al ejercicio profesional, en el Hospital Vargas. Mi español no era excelente, pero si lo suficiente como para hacerme entender.

El Camino desde la Guaira a la capital, se hacía por una angosta carretera con múltiples curvas y en medio de una montaña con precarias viviendas a sus costados, la travesía duraba dos horas.

La ciudad de Caracas era muy tranquila y de clima muy agradable, parecido al de Madeira. Los citadinos eran gente sencilla, amable y bien educada. Salvando las dificultades del idioma me sentía a gusto.

3 Infancia y adolescencia de José

Boda del padre de José

Algunos días domingos, Juan, asistía a la misa de 8 a.m., en la iglesia de la Plaza de la Pastora. Bajo un iluminado cielo azul, antes de comenzar la ceremonia religiosa, el día primero de diciembre de 1944 conversaba con el sacerdote, en la entrada de la iglesia, cuando llegó una agradable familia, una pareja decente y amable acompañados de sus hijos.

El cura al presentarme comentó, él es Juan procedente de la Islas Canarias. Luego me dijo, te presento al señor Pablo García, su señora Sofía de García, su hija Josefina y sus dos hermanos menores. Se saludaron, comentando un placer conocerlos, siguiendo los patrones de modales y buenas costumbres.

Juan no pudo pasar desapercibido la presencia de la bella hija de los esposos García. Pensó, Josefina García, ¡que dama! Permaneció impactado, por la personalidad y el primor de Josefina. La detalló con máxima discreción, era hermosa, sencilla, de una elegancia encantadora en su postura y que dejaba sin importancia a sus modestos atuendos. Al verla quedó impresionado por su porte cándido y su fascinante e indescifrable carisma. Su delicada sonrisa, la esbozaba dulce y al mismo tiempo firme. Lucía como la inalcanzable reina de sus ilusiones. Sin embargo su clase social era equivalente a la de él y eso lo animaba. Su vestido estaba impecable, limpio, bien planchado, pero al mismo tiempo delataba un ligero desgaste por el uso. Rostro de porcelana, con la mirada un tanto esquiva, con la cual podría hasta tumbar cocos. Su presencia emanaba paz, armonía y serena pureza espiritual. Era sublime de pies a cabeza. Lucia de unos 18 años de edad, un metro con sesenta centímetros, cuerpo bien tallado, piel blanca como la cal, ojos brillantes marrones muy claros, cabello liso y negro azabache. Sus modales y gestos tan armoniosos, como su tono al hablar.

Desde aquella ocasión, Juan, quedó flechado por Cupido. Contaba de manera regresiva los días de la semana esperando, con las ansias de un frenético niño, a que llegará cada domingo. De repente se había convertido en un interesado y consistente practicante de la fe.

El padre de Josefina era un obrero de la construcción de contextura fuerte, cabello liso azabache, piel morena oscura, ojos negros y cara cuadrada. Era un descendiente de alguna etnia indígena del sur del país. La señora Sofía (madre de Josefina) una dedicada ama de casa, de baja estatura, piel clara, ojos aguarapados, cabello castaño muy claro, cara fina. Era proveniente de alguna familia de los estados andinos. Vivían a unos pocos metros de la famosa esquina de Amadores, allí donde un 29 de junio de 1919 murió atropellado el célebre Doctor José Gregorio Hernández.

Un domingo del mes de febrero de 1945, después de la misa el Señor Pablo invitó a Juan a su casa, para consultarle sobre el cuidado del pequeño jardín que tenía en la entrada de su casa. Aunque ninguno de los dos eran fluidos conversadores, compartieron una media hora, de recomendaciones de cómo atender las plantas ornamentales. Lo importante es que ya podía visitarlos los domingos. Con ese pretexto, del mantenimiento de las flores, poco a poco fue aumentando la frecuencia de las visitas. En ocasiones Josefina se incorporaba a las breves charlas, entre su padre y Juan y comentaba sobre las bellas rosas. Un buen día Juan se animó a solicitar el permiso, para llevar a comer un helado en la plaza la candelaria a Josefina. El señor Pablo accedió, pero bajo la supervisión de doña Sofía. Juan y Josefina cruzaban miradas y ambos sonreían con discreción.

Tan pronto, Juan tuvo la oportunidad le declaró su amor y admiración a Josefina, ella lo aceptó. Solicitó el consentimiento y bendición del señor Pablo; y él, aunque impactado como todo padre ante tal situación, consintió imponiendo una serie de normas para el noviazgo.

Se comprometieron y se casaron en diciembre de 1945, en la Iglesia de La Pastora. Tuvieron una celebración de bodas muy sencilla, emotiva y austera.

Alquilaron una humilde casa, en el barrio aledaño a la Pastora, cerca de los padres de Josefina.

De este matrimonio nacieron 5 hijos: Andrés, Pablo, Antonieta, José y el menor Carlos.

Juan Soler, era un hombre de carácter recio, terco como él solo, orgulloso, torpe en el trato con sus semejantes, leal, con escaso sentido del humor, ajeno a la lectura y todo lo que tuviera que ver con disciplina intelectual, era intuitivo, práctico, y un riguroso fumador. No era un buen bebedor, de hecho sólo tomaba unas copitas de vino el 24 y el 31 de cada mes de diciembre y con eso se iba a la cama poco después de la media noche.

A su manera y estilo asumía muy en serio su labor de padre y esposo, era muy autoritario y controlador con su familia. Era tan recto que no se daba cuenta que la tierra era redonda.

Era un pescador, campesino y obrero. En el auge de la construcción, durante la era de Marcos Pérez Jiménez, adquirió destrezas básicas en albañilería, plomería y electricidad.

Compró una incipiente bienhechuría, en el mismo barrio donde estuvo alquilado y en 5 años ya tenía una casita muy modesta. Esa vivienda, era muy básica, tenía unos 90 metros cuadrados distribuidos en tres habitaciones, sala comedor, un baño y un pequeño lavandero. El piso era de cemento pulido, los frisos de las paredes y del techo eran de un acabado rústico y sin pintura. Las habitaciones no tenían puertas, sino cortinas. En fecha reciente habían adquirido una cocina a gas, para remplazar a la antigua que funcionaba a base de kerosene. Los muros estaban decorados con las fotos de la familia. La iluminación era deficiente, con lámparas metálicas de tubos circulares fluorescentes, de esos ahorradores de energía.

Juan, estaba muy limitado en los asuntos de manejos de negocios y de finanzas. Trabaja por cuenta propia y contratado por periodos cortos, en algunas ocasiones intentó emprender negocios, pero no tuvo ningún éxito. Le encantaba soñar con mejorar la calidad de vida de su familia. Acudía a casas de empeño y entregaba artefactos a cambio de dinero y con alta frecuencia los perdía por no poder cancelar la deuda. Así vivía, entre soñar y despertar.

Josefina, esposa de Juan, era una dedicada y ejemplar madre y además eficiente ama de casa. Católica, muy religiosa y consistente practicante de su fe. Tenía una espiritualidad que dominaba y caracterizaba toda su notable personalidad. Había cursado estudios hasta la primaria completa y con esa escasa formación enseñó a leer y a escribir en sus años de soltera, a varios niños. Sin darse cuenta era una referencia, para sus familiares, hermanos, cuñados, primos, sobrinos, vecinos, religiosos, jóvenes, comerciantes y hasta para los mal hechores del barrio. Ignoraba, o al menos así lo parecía, que dentro de sus virtudes destacaba una fina habilidad para persuadir y convencer al más desanimado. Su paciencia y bondad le multiplicaban tareas adicionales, a las propias. Se involucraba, de manera usual, en ayudar a quien la necesitaba. Su carácter era un contraste total con el de su parco y áspero esposo. Le gustaba leer la biblia a sus hijos y les repetía con marcada tenacidad: “de los diez mandamientos los más importantes son Amar a Dios por sobre toda las cosas y al prójimo como a uno mismo”. Decía, «si ponemos en práctica esos dos principios agradaremos a Dios».

Nacimiento de José

Los hijos del matrimonio Soler García, se educaron en ese mundo de contrastes, entre los caracteres opuestos de su padre y de su madre y signados por las carencias materiales. Crecieron en ese ambiente agridulce.

Los dos mayores, Andrés y Pablo, se hicieron comerciantes empujados por las circunstancias y las necesidades. Desde muy pequeños ayudaban en casa vendiendo unos ricos buñuelos de yuca que hacia doña Josefina. La relación del padre, con los hijos, se caracterizaba por ser parca, simple, preñada de órdenes, cargada de sermones, y de malos entendidos.

Los regaños típicos del padre con sus hijos eran:

-Andrés y Pablo, córtense el cabello. -Carajo, José cuantas veces debo decir que no dejes las metras regadas por el piso, un día se va a medio matar tu madre o cualquiera de ustedes. -Pablo mañana temprano me arreglas esa gotera. -Arreglen esa ventana del cuarto, etc.

Sólo la madre y Antonieta sabían cómo conversar con Juan. Josefina, compensaba los vacíos comunicacionales del padre con los hijos, ella era siempre conciliadora, tolerante y accesible. Andrés y Pablo culminaron el bachillerato y luego fueron a trabajar, pues la situación económica no les facilitaba continuar sus estudios. Se emplearon en una tienda de venta de repuestos de vehículos y en esa área se fueron desarrollando, hasta que se independizaron.

Antonieta, la única hembra, consentida, desde pequeña aprendió el arte de tratar y manipular a su padre. Tenía un cuarto exclusivo para ella, todo un lujo en esa familia. Combinaba la habilidad persuasiva de su madre con el orgullo y terquedad de su padre. Era muy elocuente, desde pequeñita. Esas destrezas, serían determinantes en su desempeño, en el futuro.

José Soler, nace el 25 de julio de 1954; para ese entonces Andrés, Pablo y Antonieta tenían 8, 7 y 6 años de manera respectiva. Los dos varones ya habían iniciado la escuela, y Antonieta cursaba el preescolar, o kínder – como le llamaban en esa época.

José desde pequeño fue frágil de salud. Lloraba mucho, se enfermaba con frecuencia, comenzó a hablar a los 2 años. Juan y Josefina estaban preocupados, por sus lentos progresos, en comparación con los que habían tenido sus hermanos y hermana. Sus estados anímicos variaban de cariñoso, a rebelde, incontrolable y triste. Era así en todo, aun cuando jugaba.

En la escuela era objeto de llamadas de atención de los maestros. Lo calificaban de malcriado y desobediente. Sus calificaciones escolares eran mediocres. En matemáticas su desempeño era un poco mejor. Sin embargo, no mostraba interés especial por ninguna materia. Le atraía el fútbol, el béisbol y la música y en esas áreas era donde tenía más limitaciones. Se empeñaba en aprender a tocar la guitarra y se frustraba al no lograrlo. Su padre con su característica impaciencia, lo castigaba y pretendía enseñarle albañilería, con sus métodos bruscos. Le decía debes aprender algún oficio, para ganarte la vida.

Dos años después del nacimiento de José llegó al mundo el último de la familia, lo llamaron Carlos. Los esposos Soler pensaron que esto sería bueno para José, pues tendría un ambiente similar al de sus otros hermanos. José se iba a la cuna del recién nacido Carlos y le lanzaba los juguetes, se enfadaba cada vez que lo oía llorar o cuando el recién nacido captaba la atención de sus padres y hermanos.

En los juegos de niño Carlos tomaba el liderazgo y José se dejaba guiar, así se sentía más cómodo. Sin embargo cuando intervenían otros niños afloraban la competencia y la humillación, hacia José, porque era más lento, inocente y poco competitivo.

Al organizar “caimaneras” (juegos con reglas ajustadas a las condiciones del barrio) de béisbol, fútbol, basquetbol o voleibol. A José nunca lo seleccionaban para ningún equipo y debía esperar hasta un segundo o tercer partido. Los pequeños y los grandes se mofaban mucho de él, porque era lerdo en todas las disciplinas. En muchas ocasiones se quedaba sin jugar. Un día se les ocurrió, a los hermanos mayores de José, regalarle un bate, unos guantes y una pelota. Así, al ser el dueño y proveedor de estos instrumentos de recreación, podía exigir una mayor participación. Además, si se burlaban de él, también podía recoger sus enseres y terminar el esparcimiento de todos. Esta forma de poder funcionó, por un buen tiempo, hasta que aparecieron otros niños con los mismos recursos.

En esa época los varones (niños y adolescentes), pasaban mucho tiempo en juegos al aire libre. Era común para entonces volar los papagayos (los cuales se hacían en casa), enrollar y lanzar los trompos para luego sujetarlos en la uña del dedo meñique “para probar si eran taratateros
o seditas al bailar”, encestar las perinolas, hacer roncar los gurrufíos
y las metras o canicas (la riña, el rayo, orillita, pepa y palmo y hoyito), también se solían hacer carritos con los carretes de madera de hilos. Cada uno de esos juegos requería habilidades particulares. Destacar en cualquier disciplina otorgaba un estatus en el barrio, y no brillar en ninguna convertía al sujeto en objeto de burlas.

Carlos acompañaba a José en muchas ocasiones para jugar, pero las diferencias de habilidades eran notorias y los imprudentes amiguitos del barrio siempre lo manifestaban de la peor y más humillante manera.

Mientras Carlos comenzaba su crecimiento, capturaba la atención de familiares. Estos halagos para su hermano le generaban sentimientos encontrados a José. A veces quería darle protección y terminaba furioso al sentirse disminuido ante él. Esa lucha entre el afecto, la solidaridad y los celos con el hermano, los cuales rozaban la envidia, martirizaban la tribulada existencia de José. Mientras ambos crecían, cada vez era más evidente que Carlos se convertía en el verdadero protector de José en un complicado intercambio de roles.

Josefina, conversó con el párroco, de la situación, ella estaba desconcertada y no sabía cómo manejar esa realidad. Intuía que su esposo estaba más lejos de comprender las actitudes de José, para él eso se corregía con más autoridad. El sacerdote recomendó ponerse en contacto con un psicólogo de su confianza. En contra de su voluntad y a regañadientes el señor Juan aceptó y así lo hicieron.

Comenzó el tratamiento, para ese entonces ya José contaba con 10 años y estudiaba cuarto grado de educación primaria. Carlos tenía 8 años y cursaba segundo grado. Al cabo de seis meses de terapia, hubo una ligera mejora del rendimiento escolar de José.

Entrando, en la etapa de pre adolescencia, Carlos comenzaba a destacar en el fútbol y en la música, tenía fluidez para la percusión. En esa época se inscribió en un equipo de la Liga Nacional de Fútbol Menor, entrenaban los fines de semana en diversas canchas de barrios caraqueños. En el colegio se organizaban grupos gaiteros y aprendió a tocar el tambor y el furruco. Esos logros de Carlos contrariaban aún más a José. Se preguntaba porque mi hermano puede hacer tantas cosas y yo no. Se reprochaba y se castigaba con amargura, repitiéndose “soy un bueno para nada”. La formación familiar ejercía su contra peso y Carlos hacia su mejor esfuerzo en animar a su hermano.

El psicólogo, de José, se esmeraba en destacar sus cualidades y en dar valoración a sus diferencias con el resto de sus hermanos. Le trataba de motivar a desarrollar las destrezas numéricas, persuadiéndolo a enfocarse en eso, pero a José no le interesaban esos extraños guarismos. Tenía una obsesión con las virtudes de su hermano menor y quería ser como él, simpático, chévere, gracioso, hábil para los deportes, con oído para la música, fluido en el hablar y además inteligente.

José terminó la primaria y se negó a continuar el bachillerato, a pesar de todos los esfuerzos de sus padres, hermanos y de la ayuda psicológica, para iniciar una formación técnica. Al cumplir los 16 años los muchachos del barrio se mofaban de él, porque no le conocían novia. Su padre seguía con el tema de que aprendiera un quehacer. Intentó inscribiéndose, al principio con bajo entusiasmo, en varios cursos de carpintería, albañilería, electricidad y herrería, sólo terminó este último. Consiguió un trabajo de ayudante en una herrería y se mantuvo por 5 años haciendo lo mínimo requerido. El dueño del taller, le había tomado afecto y le dejaba pasar muchas fallas, le aconsejaba con paciencia y de buena manera. Pocas personas lo habían tratado con consideración y respeto.

4 Infancia y adolescencia de Blanca

Boda del padre de Blanca

Relata Anastasio:

En el Hospital Vargas me establecí en lo profesional. En Venezuela Los médicos y los sacerdotes éramos muy respetados por esta sociedad. La imagen de servidores abnegados y la devoción religiosa al Dr. José Gregorio Hernández, amparaba a cada galeno, en este país.

En Octubre de 1945 estalló un golpe de estado conocido por sus partidarios como la Revolución de Octubre. Entre 1945 y 1948 gobernó una Junta Revolucionaria, presidida por don Rómulo Betancourt. Mientras esto ocurría continué ejerciendo mi profesión y cursando mi posgrado. Luego de obtener el grado de Pediatra abrí un consultorio privado en la Candelaria. La cantidad de pacientes crecía y trabajaba muchas horas, ya no me daba abasto para atender a todos. En el mismo local habilité un consultorio adicional y esté comenzó a ser atendido por una joven colega. Nos iba muy bien, compartíamos y nos consultábamos de nuestros casos.

Sin darnos cuenta la amistad y el respeto profesional se fue mezclando con nuestras vivencias personales. Hablábamos de medicina, familia, cultura y política. Nos sentíamos cada vez más cercanos. Su nombre era Nora, era muy guapa, inteligente, tenaz, dulce, de templada espiritualidad y muy competente. Era de piel morena clara, de hermoso cabello castaño, un metro sesenta de estatura, ojos color café y la mirada siempre brillante contagiaba alegría. Ella había cursado sus estudios de medicina en la Universidad Central de Venezuela. Provenían de la clase media de padres comerciantes caraqueños.

Nuestra amistad evolucionó y se convirtió en un amor fresco y lleno de ternura. Nos casamos en el año 1947, en una ceremonia privada pues su familia era pequeña y la mía estaba muy lejos.

Nacimiento de Blanca

Los esposos Gomes, se establecieron con una relación matrimonial feliz, sólida, amorosa, solvente en lo económico, organizada y planificada hasta para la diversión. Como toda pareja tenían sus desencuentros, pero se entendían muy bien. Compartían las responsabilidades del trabajo y de la casa de manera amena y equilibrada. Anastasio estaba muy enamorado de su esposa y ella de él.

Habían convenido esperar unos pocos años, para la llegada de los hijos. Sus planes eran tener tres hijos distanciados de dos a tres años. Compraron un moderno y amplio apartamento en el Este de Caracas y allí iniciaron su vida marital.

El 8 de febrero de 1954 nació su única hija, a quien bautizaron bajo el nombre de Blanca, quien es una de los personajes centrales de esta historia.

Cuando la pequeña recién cumplía su primer año de vida, la familia se mudó a Nueva York, ambos iban a realizar un posgrado en Cirugía Pediátrica. Estuvieron dos años viviendo en la capital del mundo. Habían cumplido una meta más en sus vidas y brindaban un esmerado cariño y cuidado a la encantadora niña. Blanca era muy avispada y relucía, con sus progresos, por encima del promedio de los infantes de su edad. Los padres orgullosos aspiraban darle la más útil y tierna crianza. Listos para regresar a Venezuela ya Blanca pronunciaba con claridad sus primeras palabras en español y en inglés. Hasta entonces, todo marchaba de maravilla y disfrutaban de esos bellos tiempos.

Ya de vuelta en Venezuela, el próximo plan de los esposos Gomes era tener un nuevo bebe y en esa tarea pusieron su empeño. Aspiraban tener tres hijos, les parecía el número perfecto para completar la familia. Como Nora no quedaba embarazada ambos se pusieron en control médico. Hicieron todo lo posible y ya pensaban en adoptar un niño. Como resultado de tantos exámenes, descubrieron una anormalidad en el útero de Nora, y después de tomar una biopsia y de hacer estudios patológicos resultó tener un cáncer en su matriz.

Comenzaron la lucha para recuperar la salud de Nora, todo lo demás se fue a un segundo plano. Incluyendo a la pequeña e inocente Blanca. Nora pensó que quizás lo mejor era enviar a la pequeña con sus abuelos y tíos a Madeira. Así, mientras ella se recuperaba, la alejaría de los traumas de su enfermedad. Anastasio estuvo de acuerdo y los abuelos estaban encantados de poder ayudar.

Luego de dos años de batallar con todos los recursos posibles, con toda la energía de sus entrañas y con las inmensas ganas de vivir; Nora sucumbió a su enfermedad. Ese hecho destrozó para siempre la vida de Anastasio.

Durante ese tiempo la pequeña Blanca vivió con sus abuelos, primos y tíos en la Isla de Madeira. Allí trascurrió su primera infancia (ya tenía 5 años). Ahora era tiempo de regresar a Venezuela, huérfana de madre y al lado de su desconsolado y ausente padre. Anastasio contrató una niñera, que se hiciera cargo de su pequeña. Se refugió, más bien, se escondió en las ocupaciones propias de su profesión. Alcanzó mucho prestigio y reconocimiento de sus pacientes y colegas. En su clínica, tenía un equipo médico a sus servicios.

Blanca ingresó en una escuela privada (seminternado), donde se impartía una excelente educación. La enseñanza era bilingüe (Español e Inglés). Además recibía una cuidadosa instrucción religiosa. En ella eran notables sus múltiples talentos, al mismo tiempo que su mirada triste delataba su profunda soledad.

5 El padre de José, trabaja para el padre de Blanca

La Quinta Porto Santo

El párroco, fue a visitar al señor Juan Soler, para ofrecerle una oportunidad de trabajar en la jardinería y mantenimiento de una Quinta en una selecta urbanización de la capital. El dueño era un médico que no paraba allí, y la casa estaba habitada por su señora madre, la mucama encargada de las labores domésticas y su hija adolescente.

Juan acudió a entrevistarse con el Doctor Anastasio Gomes.

La Quinta Porto Santo, era muy grande y moderna. Allí se encontró con una larga pared de dos metros de altura, decorada con vistosas piedras, el nombre de la quinta elaborado en Hierro Forjado, un amplio portón metálico para entrada de vehículos y una elegante puerta para los peatones.

Toqué el intercomunicador y escuché la voz de una señora:

-Buenas tardes ¿Quién es? – preguntó una voz femenina.

-Buenas tardes soy el señor Juan Soler, vengo a hablar con el Dr. Gomes, de parte del párroco de la Iglesia de la Pastora.

Se escuchó el zumbido que hizo la puerta eléctrica y de nuevo la misma voz, decía:

-Ok, por favor empuje la puerta y pase adelante.

Recorrí unos 6 metros de retiro entre la pared de protección y la casa, a través de un agradable camino de lajas de piedras incrustadas en el césped. El jardín frontal, y todo lo que observé en esos segundos que duró mi ingreso a la vivienda, lucían impecables. En la entrada principal, la mucama, me invitó a pasar y a sentarme en un cómodo sofá de madera al estilo Luis XV. Elaboradas cortinas adornaban las primorosas ventanas de una madera reluciente, las paredes de un suave color crema decoradas con grandes pinturas, lámparas colgantes de elegante cristal. El piso era de mármol, el cual intimidaba pisarlo. El techo rompía la monotonía, con líneas curvas y dóciles acabados en cada borde y esquina. Las puertas eran de madera labradas, todo cuanto podía ver derrochaba: modernidad, lujo y exquisito gusto.

Hacia mi caminó, con paso firme y seguro, un hombre de contextura fuerte y atlética, de un metro ochenta y unos 90 kilogramos. Se presentó, con voz grave, y con un ligero acento que delataba su nacionalidad portuguesa. Me dijo:

-Buenos días señor Soler, soy el Dr. Anastasio Gomes, gracias por venir a mi hogar.

-Buenos días Dr. vengo de parte del párroco de Iglesia de La Pastora, él me informó que usted está necesitando alguien que se encargue de su jardín y del mantenimiento en general de su estupenda casa.

-Así es, y aprecio su comentario, sobre mi morada.-Permítame explicarle-. La persona que se encargaba de estas importantes labores, lo hizo de manera excelente durante los 20 años que llevamos viviendo aquí.

-Disculpe la interrupción Dr., sin ánimos de ser imprudente que pasó con ese señor.

-No hay problema. Él sufrió un accidente fatal. Venía de regreso por la carretera de Guarenas, el automóvil donde viajaba perdió el control, colisionó contra un cerro y murió al instante.

-Lo lamento mucho Dr.

-Bueno señor Soler, el Padre Pedro me ha hablado bien de usted, me ha dicho que es serio, respetuoso, católico, con una bonita familia, buen vecino, parco en el hablar y no menos importante, que sabe trabajar.

Me sonrojé, porque no acostumbro escuchar halagos y respondí:

-¡Caramba!, el Padre Pedro es buen pastor, amigo y consejero de nuestra familia.

-¡Está bien!, permítame explicarme de que se trata el trabajo. -Se extendió por unos 30 minutos en los detalles-. Y luego preguntó: ¿Qué le parece?

El Dr. Gomes, me observó con firmeza y en tono retador me preguntó:

-¿Está listo para este trabajo?

Recordé a mi padre que decía “ser valiente es una decisión, que sólo toma unos segundos”. Entonces en tono seguro exclamé:

-¡Si puedo Dr.! Requerirá gran esfuerzo y dedicación de mi parte. Necesitaré un corto tiempo para aprender y adaptarme.

-Bueno Sr. Soler, espero que así sea y aprenda y se adapte con rapidez ¿Qué le parece si comenzamos probando con un periodo de un mes? Redactaré un contrato, con los detalles, de las responsabilidades suyas, las mías, y lo concerniente a su retribución económica. Usted lo revisa y si tiene alguna observación lo discutimos y hacemos los ajustes necesarios. Lo tendré listo para esta noche.

-Me parece muy bien Dr.

-Bueno, entonces por favor venga mañana a las 8:00 a.m., revisamos el contrato y si estamos de acuerdo comienza de una vez ¿Le parece?

-Perfecto, aquí estaré y seré puntual.

Mientras duró la conversación sentía que el Dr. Gomes, me observaba con agudeza. Me sentí muy intimidado e incómodo. Salí de aquella casa con la cabeza dándome vueltas, todo estaba tan bien ordenado y él demostró ser de carácter recio. Estaba atemorizado e impresionado por el esplendor de aquella vivienda, por la firmeza del Dr. al hablar; también pensaba en las otras personas del hogar, su madre, su hija y la mucama. Me hacía preguntas ¿Me adaptaría?, ¿estaría listo para cumplir con las exigencias? Ya había tomado la decisión de aceptar y asustarme no era la alternativa.

Al llegar a casa le comenté a mi esposa, Josefina, ella se alegró y me animó, dijo:

-¡Bendito sea Dios! Él proveerá, para que puedas hacerlo bien.

Al día siguiente -recuerda Juan-. Llegué a la Quinta Porto Santo, una hora antes de lo previsto, me quedé esperando hasta que el reloj marcara las 7:45 a.m., no quería retardarme, ni adelantarme.

Toqué el timbre, la mucama me hizo pasar y me guio hasta una pequeña habitación ubicada en el jardín posterior de la casa. Me esperaba el Dr. para revisar el contrato, me pareció correcto y lo firme. Me cambié la ropa, en seguida procedimos a realizar el recorrido inicial y recibí la asignación de las primeras tareas.

La parte posterior, de la casa, contaba con una extensa área de unos seiscientos metros cuadrados. Una amplia piscina en el medio (con plataforma para saltos), una grama perfecta que parecía una alfombra artificial, un área social con mesas y sillas de jardín, un espacio para hacer parrillas construida con bloques de arcilla rojo. Continuando el recorrido entramos en una sala de máquinas subterránea con: bombas de agua para la casa y la piscina y unos complicados tableros de controles eléctricos. Me dije en que lío me he metido, no tengo ni idea de para qué son todas estas cosas ¿Se supone que debo darle mantenimiento a esto? Mejor voy anotando.

Eran las 4:00 p.m. la hora de mi salida y el tiempo se me había ido muy rápido, creo que para ser el primer día no estaba mal. Me despedí de doña Gomes, madre del Dr. Anastasio, de la jovencita Blanca y de la mucama. Al Dr. no lo vi en el resto del día.

A dos semanas de haber iniciado mis labores, siendo las 3:00 p.m., se apareció el Dr. Gomes y yo estaba en plena faena en el jardín posterior. Se me acercó y me abordó:

-Buenas tardes Sr. Juan. ¿Cómo se ha sentido, en sus labores?

-Buenas tardes doctor, -contesté-. Le confieso que la primera semana estuve un poco aturdido, pero poco a poco le he tomado el pulso al trabajo. Usted dirá, si tiene alguna queja o recomendación para mí y con gusto haré los ajustes necesarios.

-Hasta ahora veo que va bien, sólo quiero recordarle que no debe descuidar el jardín de la entrada y aquí le tengo una lista de asuntos por resolver.

-Muy bien Dr. ¿Le puedo preguntar algo?

-Seguro, adelante.

-Tengo un hijo estudiando bachillerato, él dispone de algunas horas libres y quisiera saber si puedo traerlo una vez a la semana, en horas de la tarde, para que me ayude con la limpieza de la piscina. Pienso que los muchachos deben aprender un oficio, estar ocupados y no andar perdiendo el tiempo.

-En principio, no tengo problemas, lo consultaré con mi madre veremos su opinión y ella misma le hará saber. Bueno señor Juan, por favor recuerde que en dos semanas haremos una evaluación de su trabajo. Que tenga un buen día y por favor me saluda al padre Pedro.

-Igual Dr. con gusto le daré su saludo.

Llegada la tercera semana de trabajo, doña Gomes me ofreció un café y mientras lo tomaba me hizo un resumen de la historia del Dr. Anastasio. Me contó de: la inmigración de su hijo a Venezuela, de la muerte de su esposo, de sus inicios en este bondadoso país, del matrimonio con Nora a quien calificó como esplendida mujer, del nacimiento de Blanca, de la dolorosa enfermedad y de la prematura muerte de Nora. Mientras escuchaba no podía evitar comparar con mi propia historia, habían cosas tan parecidas y otras tan diferentes.

Le comenté con muy pocos pormenores, pues no soy hombre de hablar, que yo también era inmigrante de las Islas Canarias. Ella pareció interesarse y comenzó a interrogar algunos detalles de mi historia. Desde luego, yo fui parco en mis respuestas. Luego, me dijo:

-Casi lo olvidaba señor Juan, puede traer a su hijo cuando guste.

-Muchas gracias, entonces mañana a la 1:30 p.m. estará aquí, él se llama Carlos y mire aquí traigo una foto, para que lo reconozca.

-Perfecto, se la entregaré a Ana para que esté pendiente.

Carlos el hermano de José

Mi nombre es Carlos, soy hijo del señor Juan, y el hermano menor de José.

Son las 12:30 p.m., de un día martes, es mi primer día para ayudar a mi papá en los trabajos de esta Quinta. Esperé hasta la 1:10 p.m., para tocar el timbre, pues quizás la señora de servicio estuviera almorzando.

-Buenas tardes señora, soy el hijo del señor Juan Soler.

-Buenas tardes, muchacho, empuja la puerta para que puedas entrar.

-Listo señora, gracias.

-Ven por aquí, te llevaré hasta dónde está tu padre.

En el bonito jardín de la parte posterior de la casa, me quedé paralizado y admirando los detalles de esta bella casa ¡Guao!, ¡qué piscina!

Una muchacha, como de mi edad, estaba sentada leyendo, en el medio del jardín. Mi padre me llamó Carlos ven por aquí. Me llevó a la habitación del jardinero (así la llamaban, en la casa) y me dijo cámbiate la ropa y te digo lo que vas a hacer.

Yo era un estudiante del cuarto año de bachillerato en ciencias, me gustaba practicar deportes, escuchar música (rock, baladas, pop y jazz) y además leer un poco, Nada sabía de asuntos de trabajo. La primera tarea que me asignó mi papá era muy sencilla y fastidiosa; con una vara larga y con una especie de canasta con malla debía retirar las hojas secas que flotaban en la piscina., luego debía limpiar los filtros.

Entre vidas turbulentas

La chica parecía muy absorta en la lectura, elevó su cabeza y me dijo:

-Hola me llamó Blanca, ¿y tú quién eres?

-Soy Carlos el hijo del señor Juan el Jardinero.

Y le pregunté:

-¿Qué lees?

-El Principito de “Antoine de Saint-Exupéry”.

-¿Es bueno?

-Sí parece un libro para niños, pero en realidad es muy profundo y me identifico con su contenido.

-Muy bien, por favor discúlpame debo continuar con mi trabajo. Si mi padre me ve hablando contigo seguro me llamará la atención.

Ok Carlos, hablamos luego.

Carlos, sin saberlo, tenía la habilidad de escuchar. Quizás una mezcla de dote personal heredado de su madre y de las experiencias vividas con su hermano inmediato. Él se consideraba como un puente entre José, su familia y el resto del mundo.

Blanca pasaba muchas horas a solas, sin familiares ni amigos, con quien hablar ni compartir. Su padre trabajaba muy duro y viajaba con mucha frecuencia fuera del país. El Dr. Gomes asistía en Venezuela y en el exterior de la República a congresos, cursos, dictaba y recibía charlas de avances y tendencias en su carrera. La abuela invertía su tiempo entre tejer, hablar o más bien efectuar un repetido monologo y ver la tele.

Blanca tenía una belleza promedio y con tendencia al estilo hippie (la moda de la época). Fluida, clara y habilidosa en el manejo del lenguaje; abordaba temas con profundidad filosófica. Se expresaba con tristeza y confusión. Era sencilla, irreverente y con baja autoestima. Me contaba que con pocas personas conversaba, pues según decía “nadie escucha, todo el mundo está pendiente de sí mismo”. Mi papá siempre está muy ocupado y parece que le huye a dialogar conmigo sobre todo cuando le pregunto acerca de mi mamá. Quiero y necesito saber más de mi madre, yo era muy pequeña cuando ella murió. Mi abuela, no presta atención a mis palabras, sólo habla y habla sin parar, parece un disco rayado, sus temas son siempre los mismos y además muy fastidiosos, de Madeira, del abuelo, de los tíos y de una interminable lista de reproches hacia mi conducta.

En cuanto había oportunidad, Blanca, me iba contando su historia, recuerdo, oír de sus palabras, detalles como los siguientes:

Tengo una borrosa imagen de mi madre, ella murió cuando yo tenía cinco años, era pediatra como mi padre. Poco a poco he ido recreando e imaginado lo que pasó con ella y debe haber sido así:

Estaba muy enamorada de papá y llevaban una vida perfecta, compartían como esposos y como profesionales. Se querían mucho. Tres años después de mi nacimiento, planearon tener otro bebe, pero mi madre no lograba quedar embarazada. Movidos por este interés y luego de varios exámenes, le detectaron un cáncer. Luchó por dos años pero al final tuvo un desenlace fatal. Un año después, en Madeira ocurrió la muerte de mi abuelo, a causa de un coma diabético. Mi padre estaba destrozado y desconcertado, dos golpes muy duros. Papá compró esta casa y decidió traer a la abuela a Venezuela y desde entonces vive con nosotros. Ana, primero fue mi niñera ahora es la mucama; ella trabaja en casa desde que falleció mamá, la considero parte de esta triste familia. Yo siendo muy pequeña pasé a un segundo plano, me convertí en invisible. Papá se asiló en el trabajo. Luego de 5 años de la perdida de mamá, papá contrajo nuevas nupcias, esa relación duro dos tormentosos años. ¡Esa bruja era insoportable!, quería sustituir a mi madre, pero sólo le interesaba el dinero y la vida cómoda. Esta casa era un infierno, papá se iba a trabajar y ella nunca se llevó bien con la abuela ni con nadie. Trataba muy mal a Ana y al anterior jardinero. Se creía una reina, pero cuando llegaba papá se transformaba en un angelito ¡Hipócrita!, eso es lo que era. Cuando papá descubrió la verdadera personalidad de esa señora las cosas se complicaron hasta que, gracias a Dios, se divorciaron y ya no supe más de ese esperpento.

Yo muy poco la interrumpía en sus relatos. La acompasaba a través de mi lenguaje corporal. Asentía con mi cabeza a sus expresiones, inclinaba mi cuerpo hacia adelante o me cruzaba las manos y me las llevaba al mentón. También recuerdo que para asegurarme de estar siguiendo la conversación parafraseaba algunas de sus ideas o le preguntaba cuando algo no me quedaba claro. Trataba de ser un oyente activo, para no perderme ni desconectarme. Terminaba agotado y casi ni hablaba. Ella me decía “desde que estás en esta casa me he sentido escuchada”.

Cada pormenor que conocía, me creaba curiosidad por saber más de su historia y de su forma de ser. Me sorprendía de manera abrumadora. Para mí era impensable e inimaginable que ella con tantos recursos, talentos y oportunidades, tuvieran una vida tan complicada. Ella había viajado por toda Europa, EEUU, había vivido por un tiempo en Nueva York y en Madeira. Hablaba inglés y portugués de manera fluida, tocaba el piano muy bien. Para mí, ella había tenido mucha suerte y sin embargo era tan triste e infeliz. Increíble e inexplicable, pero me sentí afortunado y orgulloso de mi familia y de mi vida. Aunque ahora me surgía una duda fundamental ¿Por qué José, mi hermano, había tenido un destino distinto?; si él se había criado bajo mi mismo techo, con mis mismos padres y hermanos, con el mismo afecto y las mismas carencias. En casa a pesar de nuestras penurias materiales, no teníamos las complicaciones existenciales que padecía Blanca. Esperaba descifrar ese enigma, algún día.

Blanca hablaba de muchos temas, un día me contaba de sus lecturas, otro día de sus experiencias de viajes, o de sus gustos musicales. Yo hablaba poco pero le escuchaba, con mucha atención, era una caja de sorpresas. Un día le pregunté:

-Blanca ¿Has tenido novio?

Ella se sonrojó, se mostró incomoda y me respondió, como quien recuerda una mala experiencia:

-De ese tema no quiero hablar.

-Está bien y de inmediato cambié la conversación.

Este interés mío, respondía a la curiosidad de ver hasta qué punto las angustias de Blanca y de José se conectaban. Sin embargo, quizás no sabía cómo hacer las preguntas. Cuando me sentía pisando terreno movedizo abandonaba y esperaba por una mejor ocasión.

6 Aproximación a las vidas paralelas

Ese diario de Blanca

Carlos reflexiona sobre la situación que le ha tocado vivir y comienza así:

Nunca imaginé que mi vida cambiaría tanto, con la simple tarea de ayudar a mi papá en la Quinta Porto Santo. Varias veces me preguntaba, ¿por qué tuve que venir a parar a esta casa?

Blanca me había tomado confianza y cariño, y yo a ella. Era una amistad desprejuiciada, fluida y cargada de mucha ingenuidad, pero al mismo tiempo y de una manera misteriosa; esa relación me era perturbadora. Un día me dijo:

-Te confesaré un secreto. “El secreto más grande de mi vida”. “Escribo un diario y nunca pensé mostrarlo a nadie”, pero tú eres un ángel.

Entonces, Blanca, me miró y continuó su diálogo:

-Sé que en ti puedo confiar. Quiero que lo leas, pero prométeme que nunca, pero nunca, hablarás de esto con nadie.

Blanca me preguntó una vez más.

-¿Lo prometes? Dilo viéndome a los ojos.

-Lo prometo, -lo dije, sin sospechar el lío en que me estaba metiendo.

-Siendo así, puedes leerlo cuantas veces quieras. Y me puedes preguntar lo que quieras, sobre ese tesoro mío.

Comencé a revisarlo, para cada día intercalaba una página de texto con contundentes frases cortas; con otra página ilustrada con sorprendentes dibujos que aterrorizaban. Los contenidos escritos estremecían como gritos desesperados del fondo de su ser. Las imágenes, delataban angustia, terror, manejadas con incuestionable sensibilidad y calidad artística. Los colores eran fuertes; negro, rojo, amarillo chillón. Yo no soy quien para juzgar en materia de arte, pero aquellos patéticos dibujos sólo los podía realizar alguien con un inmenso desasosiego y con irrefutable talento.

Los dibujos y frases que veía de ese diario se fijaron en mi mente y por varios días estuve impresionado. No me atrevía a comentar con nadie; para mí la lealtad era y es un valor de altísima importancia. Sin embargo comencé a imaginar lo peor, me temía que ella atentara contra su vida ¿Sería capaz de tanto? Mientras más pensaba, más me preocupaba y más me angustiaba.

No tarde mucho en conectar las mortificaciones de Blanca con las de José mi hermano ¿Será que de alguna otra manera él sufre en la misma intensidad que Blanca? ¿Habrá un mensaje paralelo en estas circunstancias? José no tenía las habilidades de Blanca, para plasmar sus sentimientos y su dolor ¿Habrá dentro de él unos gritos silenciados por su incapacidad de expresarlos?

¿Qué debo hacer? No puedo permanecer como si no ocurre nada. Yo, solo, no puedo manejar esta situación; en realidad creo que nadie podría con esto ¿Debo hablar con alguien?, pero ¿con quién? Confrontar a Blanca, con sus escritos y dibujos, me parecía peligroso, sería como querer jugar a ser psicólogo, o a ser grande. ¡Bicho que va! No estoy maduro para esas cosas. Empecé conjeturando las reacciones y respuestas, si buscaba ayuda con las siguientes personas:

El primero que surgió en la lista, fue mi padre y lo descarté de inmediato a él jamás. Seguro me diría “te estás imaginando esas pendejadas”. Lo vislumbro diciendo “dedícate a trabajar pues a eso te traje”. Quizás le contaría todo al Dr. Anastasio y yo quedaría como un traidor ante Blanca acelerando las consecuencias.

¿Podría consultar con mis hermanos varones mayores? Cualquiera de los dos, dirían déjate de leer tanta basura y de escuchar esa música de locos (rock), haz como nosotros, escuchamos puro ritmo latino: salsa merengue, paso doble, así es que se conquistan las mujeres. Aunque no creo que trascendería de allí. Con ellos estaría perdiendo: energía, tiempo y esfuerzo.

¿Y si le contara a mi hermana? Con su mente de abogado, me escucharía, predispuesta y programada para emitir un juicio o un veredicto. Encontraría el tema fuera de su interés y alcance, le quitaría importancia y me respondería con evasivas y artilugios leguleyos.

¿Qué tal con el padre Pedro? Él diría “esas almas descarriadas lo que necesitaban es acercarse a la iglesia”. Procedería a contarle todo al Dr. Anastasio y quizás hasta el trabajo de mi padre podría correr peligro.

¿Al Dr. Anastasio? Ni loco. Apenas si me atrevía a saludarlo. Lo veía como una especie de Goliat: muy grande para abordarlo con semejante tema.

¿A la abuela de Blanca? Ella nunca superó la muerte de su esposo, ni el haber abandonado su querida Isla de Madeira. Se veía cansada de lidiar con los fracasos familiares de su hijo. Se iría a contarlo de inmediato al Dr. Gomes.

¿Y si lo consulto con el psicólogo de mi hermano? A ese señor, claro que no. Nunca me gustó su forma de ser, lo sentía falso, mediocre, arrogante y con poca calidad humana.

Como última alternativa pensé constarle a mi madre. Ella si me escucharía. Quizá le causaría un dolor inmenso pensar que José estuviese mucho más atormentado de lo imaginado. Mi temor era que, mi madre, lo comentara al padre Pedro o al psicólogo.

Había logrado avanzar en el cómo tratar el problema. Ahora sabía que sólo con mi madre podría compartir estas preocupaciones. En el supuesto de decidirme a hacerlo.

Unos días transcurrieron, cuando mi observadora y persuasiva madre me abordó y me dijo:

-Hijo, te conozco muy bien más de lo que puedas imaginarte. Algo te atormenta, luces diferente desde hace unos días ¿Hay algo que quieras contarme?

-No mamá, estoy bien.

-¿De verdad? No me parece ni me convences.

-Bueno si pero, nada importante, quizás me estoy imaginando cosas.

-¿Qué cosas?

-Suspiré con energía y me llevé las manos a la cabeza-, está bien olvidemos el asunto.

-¿De cuál asunto debo olvidarme?

-Caramba mamá eres como una piña bajo el brazo. Está bien, tú ganas. En la casa donde estoy ayudando a mi papá hay una chica de mi edad…

Mamá me interrumpió:

-¡Ajá!, ¿con qué por allí van los tiros?

-Escucha completo, por favor.

-Está bien, hizo un gesto con sus dedos, como si cosía su boca.

-Esa familia es muy complicada. El Dr. Gomes nunca para en casa, ha tenido dos esposas. La primera (la mamá de Blanca) falleció… y por allí continúe toda la historia que conocía…-Leer ese diario de Blanca, esos dibujos, es lo que me tiene así como me ves.

-Cuéntame más de ese diario.

-Sólo, si me prometes no decir nada a nadie. No soy ni quiero convertirme en un delator.

-Hijo, no te puedo prometer por adelantado. Aún no conozco los detalles.

Después de escuchar los pormenores, del diario de Blanca, mi madre comentó:

-Hijo, que enredo ahora te entiendo, esto es para ocuparse. Hay un inmenso riesgo en la vida de Blanca. En cuanto a lo de José, es una historia muy distinta; él ya está en tratamiento y en buenas manos. Hablaré con el padre Pedro ya veré, con él, cómo manejar esta situación, para que tú no te veas involucrado en este asunto y esa niña reciba la atención debida.

Respiré con gran alivio, mi madre me había entendido a plenitud y ahora para Blanca se abría una oportunidad. Sin embargo mamá no logró apagar mi zozobra, ni mi sospecha sobre el paralelismo entre los tormentos de Blanca y de José.

El cura interviene

Doña Josefina, se acerca a la iglesia y le habla al párroco:

-Buenos días Padre Pedro.

-Buenos días doña Josefina ¿Qué la trae tan temprano por el templo?

-Escuche Padre, y le contó la historia del diario de Blanca…

-Muy alarmante, esa situación, señora hizo lo correcto en comunicarse conmigo. No se preocupe yo hablaré con el Dr. Anastasio, le preguntaré por su madre y por Blanca. Ya se me ocurrirá como inducirlo para que se involucre en esa etapa tan difícil de la adolescencia y por allí me iré.

-Muchas gracias Padre, sabía que podía contar con usted.

-¡Por Dios, doña Josefina!, es mi deber como cristiano y como pastor.

La estrategia del Padre Pedro resultó exitosa. El Dr. Anastasio estaba estupefacto al descubrir el diario de Blanca y decidió solicitar ayuda profesional. A Blanca nadie la abordaría, al menos de manera directa, con el tema de su diario. El Dr. Ángel Ramírez, psiquiatra, amigo de Anastasio se encargaría del delicado caso.

El Dr. Ramírez, usando como excusa la amistad con su colega Anastasio, un sábado almorzó con la familia y así tuvo un acercamiento con Blanca. La invitó a su consulta, para conversar de sus planes al terminar el bachillerato. Ella, inocente de todo, aceptó y acudió a visitarlo. Bajo esa dinámica se dieron varios encuentros clínicos. Los doctores Anastasio y Ramírez, conversaron de la situación. El Dr. Ramírez comentó:

-Estimado amigo Anastasio lamento ser portador de malas noticias. Blanca sufre un severo y peligroso cuadro depresivo y recomiendo que sea internada a la mayor brevedad posible.

-¿Cómo que severo?, ¿por qué la situación es peligrosa?, ¿qué tan grave es?, ¿no puedes recetarla e indicarme cómo podemos ayudarla en casa?…

-Anastasio, por favor cálmate y escúchame con atención. Aunque eres su padre te hablaré con la mayor franqueza y claridad disponible. Si Blanca, sigue por ese camino puede caer en una espiral depresiva con consecuencias impredecibles.

-¿Cómo cuáles?

-Dios no lo permita, pero pueden ser fatales, por fortuna es muy inocente y no se ha complicado con las drogas, quizás por estar tan aislada del mundo, de lo bueno y de lo malo. Me temo que su depresión, aunada a los ingredientes propios de la adolescencia, la conduzcan a atentar contra su vida.

-¡Oh Dios! Si la internamos, ¿qué probabilidades tenemos de revertir su estado?

-Con sinceridad no puedo responderte, pero de no hacerlo ella empeorará cada día.

-¡Oh Dios! ¿Cuándo la internamos?

-Debe ser mañana mismo.

Reclusiones traumáticas

Pobre Carlos, se sentía como un profeta del desastre. Blanca había sido hospitalizada, ellos decían internada (asuntos de semántica). José su hermano empeoraba, estaba agresivo, las peleas con su padre ya habían pasado de los gritos a las agresiones físicas. El psicólogo lo remitió al hospital psiquiátrico. Allí fue evaluado e internado.

Blanca pasó tres meses interna, las dos primeras semanas estuvo confiscada a un cuarto acondicionado para el reposo forzado; con oscuridad absoluta, con paredes que aseguraban silencio total, con un baño interno y bajo efectos de fuertes sedantes. A ese tratamiento lo llamaron “Cura de Sueño”. Transcurrido ese tiempo regresó a casa, se sentía traicionada por su padre y abuela, por haberla depositado en ese sitio de locos. Le contaba a Carlos la horrible experiencia, ella decía ese lugar está lleno de enfermos mentales de todo tipo: esquizofrénicos, paranoicos, drogadictos, algunos agobiados por tanto medicamentos y cuadros dantescos a toda hora. Eso causa depresión, no quiero volver jamás, ni se lo deseo a nadie. Nunca imaginó que Carlos había desencadenado su reclusión, esa traición no se la hubiera perdonado.

Carlos la abordó preguntándole de manera directa:

-¿Tu padre se te ha acercado?, te ha preguntado: ¿cómo te sientes?

-Sí, pero aún él debe aprender del cómo aproximarse. Debe tener paciencia conmigo, nada de apuros, debe hacerlo muy poco a poco. Quizás con el tiempo yo pueda dejar de temerle. No todo se cura tan fácil. Quiso darme un abrazo y un beso, cuando para mí él es un extraño. Mi reacción fue de rechazo automático.

Enseguida vino a mi mente el día en que la conocí, estaba leyendo el libro “El Principito”. Recordé que en una ocasión me comentaba por qué se identificaba tanto con los temas de esa famosa obra. Me animé a decirle:

-Así como tu padre debe aprender a tratarte, tú debes ayudarlo y darle pistas. Lo importante es que él tiene las ganas y el deseo de acercarse ¿No has pensado que él debe sentirse tan o más solo que tú?

Enseguida ella respondió, con marcada ira:

-No es lo mismo, El hizo su vida tuvo a mi madre, fueron felices. Yo los perdí a los dos. A veces creo que huye de mí, de manera inconsciente me rechaza, porque mi presencia le recuerda a mi madre.

Preferí quedarme callado, sentía que estaba pisando un terreno inseguro, yo no tenía la experiencia para seguir explorando ese camino. Intentando escaparme del tema, le di un giro.

-Trata de no ser tan dura contigo, ni con él. Eso no creo que ayude.

-Quizás tengas razón. -Dijo en tono melancólico y sin ningún convencimiento. Trataré de ser más paciente.

Mientras Blanca, transitaba por estos calvarios; José, vivía una pesadilla similar. Él estuvo recluido en el hospital por cuatro meses, en una hacinada habitación, con ocho enfermos mentales, albergados en frágiles literas metálicas. Recibía visita los sábados y los domingos. Se me partía el corazón al ver el cuadro de mi madre y de José al culminar la hora de la visita. José le imploraba a mamá “sácame de aquí esto es un infierno”. “Ese que ves allá se hace sus necesidades en la cama y la pudrición es insoportable. Aquel otro, vive peleando con seres imaginarios. Me van a volver loco”. La experiencia de acudir cada sábado y cada domingo, a ese hospital, eran muy duras. Ver esos seres humanos delirando y deambulando por los pasillos del sanatorio, eran imágenes espantosas, algunos: gritando, riendo, llorando, con sus rostros y gestos mostraban que estaban sumergidos en mundos surrealistas.

Un día José se presentó en la casa de manera sorpresiva. Se había escapado del hospital. Suplicaba “no me lleven de vuelta a esa cárcel”. Al día siguiente mamá habló con el psiquiatra tratante, el cual accedió a dejarlo en casa bajo estricta observación. Advirtió que era un peligro para su vida y para la familia.

Cuando yo trataba de dormir José comenzaba a repetir como un disco rayado sus quejas con la vida. Me decía:

-Cónchale Carlos. Ya me enteré que tienes una novia en el liceo y seguro es bien bonita.

-Sí y nos estamos llevando bien.

-Yo he tratado de conseguir, varias veces, una novia pero todas me han sacado el cuerpo. Dime ¿Qué estaré haciendo mal?

-No lo sé, pero no puedes pretender tener una novia como quien tiene un trofeo para mostrar, eso debe ser natural y nacer de los dos.

-Déjate de hablar tanta paja, tú lo dices porque a ti no te ha costado nada.

-Duérmete José, que estoy cansado.

-Todos me rechazan y ahora tú también. Quisiera que esta vida mía se acabara de una buena vez.

-No digas esas cosas.

Este tipo de conversación, era fijo cada noche y muchas veces también en el transcurso del día.

La vida continúa

Blanca continuaba su tratamiento y el estar consciente de sus problemas existenciales la hacía más vulnerable. Se graduó de Bachiller en Humanidades en una reconocida institución privada del este de la ciudad. Inició estudios de Filosofía en una universidad privada, en Caracas.

José continúo como ayudante en la herrería. Fue aprendiendo el oficio y hacia grandes esfuerzos por llevar una vida normal y de ganar seguridad e independencia. Tenía unos primos en Maiquetía, a quienes visitaba en ocasiones acompañado de Carlos. Allí, en el litoral central, encontró la amistad de Alicia, ella era una chica sencilla de buen humor y de gran humanidad. José, sin proponérselo despertaba en ella un noble sentido maternal. Alicia lo veía como a un niño indefenso e inofensivo. Mientras José tejía en su mente un amor platónico por ella.

Las mismas quejas de José, el mismo ritual, el disco rayado cada noche antes de dormir, ahora se aderezaba con la siguiente pregunta, ¿tú crees que le gusto a Alicia? Yo no quería engañarlo, pero tampoco podía ser tan sincero ni cruel con él. Le respondía de manera evasiva, creo que te estima mucho.

Blanca continuaba su amistad con Carlos y se veía cada día más afligida. En la Universidad su rendimiento no era bueno, siendo ella tan talentosa. Tampoco había logrado hacer amistades, decía que allí iban muchos: cerebritos, pedantes indolentes y consentidos.

7 Crisis familiares y desenlaces

Enfermedad del padre de José

El señor Juan le huía a médicos y hospitales, cada vez que se sentía mal de salud le pedía a su esposa que le preparara una buen infusión y un caldo de paloma. Si le daba fiebre, se arropaba bien y se iba a la cama, hasta emparamarse en sudor. Para él esa era la panacea para cualquier dolencia. Estando trabajando en la Quinta Porto Santo, una tarde se sintió mareado y comenzó a sudar frío de manera profusa. Ese día, el Dr. Anastasio había pasado por casa pues debía estar más pendiente de Blanca.

-Señor Juan, veo que usted no está bien, está muy pálido, dígame, ¿cómo se siente?

-Pues no es nada serio doctor, deben ser los achaques de los años. Usted sabe, cuando uno pasa los cincuenta y no le duele algo debe ser que ya está muerto.

-Permítame examinarlo, -el Dr. observó que los niveles de tensión, pulso y ritmo respiratorio estaban fuera de los rangos mínimos y máximos normales.

-Señor Juan desde cuando no visita usted a un médico.

-La verdad doctor creo que desde niño, cuando me llevaba mi mamá obligado.

-Muy mal, vaya ahora mismo a este laboratorio, para hacerse estos exámenes y me trae los resultados enseguida los tenga. No me gusta nada su condición. 

A regañadientes el señor Juan se hizo los exámenes y entregó los resultados al Dr. Anastasio. Los indicadores estaban casi todos fuera de sus rangos aceptables. Tenía niveles alarmantes de la glucosa y debió ser hospitalizado con premura.

Su salud estaba deteriorada, él se venía sintiendo mal desde hacían unos meses, pero no hacía nada al respecto, sólo tomaba esos inocuos remedios caseros y dormía bastante. Debió ser hospitalizado. Dos semanas después se complicaba: los riñones, ni el hígado funcionaban bien. En el hospital se turnaban sus familiares para cuidarlo por las noches. Una madrugada le sobrevino un coma diabético y falleció.

Esta muerte trajo consecuencias en las dos familias. Un duro golpe para su esposa e hijos, pero fulminante en el más vulnerable de todos: el pobre José. Estaba convencido de que era el culpable. Quedó desconsolado, pues había peleado mucho, en días recientes, con su padre. Se decía “yo pensaba que papá era un gigante indestructible”.

Carlos ya no estaba tan disponible para escuchar a Blanca, este fatal suceso lo había separado de la Quinta Porto Santo. En esos días apenas había llamado a Blanca por teléfono, ella le pidió que fuera a la casa a visitarla, pero él aún estaba en shock.

Blanca cayó en una espiral de depresión. Se enredó con un delincuente, el cual tenía la nada deseable fama de causar riñas callejeras, extorsionar policías, vender y consumir drogas. Ese muchacho causó un daño severo e irreversible en esa delicada criatura. Inducida por ese maleante, Blanca, ingresó en el bajo mundo de los vicios. Al principio probó la marihuana, luego comenzó a consumir estupefacientes más duros, como la cocaína y la heroína. Se dio cuenta de que fue utilizada por falsas amistades y se aceleró la caída de su autoestima. En pocos meses ya se había convertido en una más del grupo de desenfrenados consumidores. Dejó de asistir a la universidad.

A su casa llegaba a altas horas de la noche, montada en la moto del compañero de turno. El padre estaba furioso y en una ocasión perdió el control y reaccionó gritando:

-Blanca, que horas son estas de llegar a casa y ¿quién es ese sujeto que te trajo?

-Ella aún bajo los efectos de la droga le dijo-, lo que yo hago con mi vida no es asunto tuyo. A ti nunca te he importado.

-El Dr. Anastasio, bajo los efectos de la rabia, le volteó la cara de una cachetada. Jamás la había agredido físicamente.

Ella se giró y le dijo:

-Vete al carajo y déjame en paz, ¿desde cuándo te interesas por mí?

Y se fue a su cuarto.

La abuela estaba dormida y no se enteró del lío. Anastasio se llevó las manos a la cabeza y exclamó, ¡Dios mío! ¿Qué he hecho con mi hija? Se suponía que debía protegerla y mira en lo que se ha convertido por mi culpa.

Crisis del padre de Blanca

Anastasio estaba sufriendo mucho por Blanca. Él que no era dado a consumir alcohol, se había refugiado en los tragos en los últimos meses. Su amigo el Dr. Ramírez le hizo ver que estaba complicando más las cosas. Le dijo “Anastasio estás empeñando en meterte en una espiral de depresión y si no haces algo al respecto nadie va a poder ayudarte” y además recuerda que tu hija te necesita.

Se sentía derrotado, sin valor ni fuerzas para enderezar la vida de su hija ni la propia. Recordaba como una película, las imágenes de su época de felicidad. Recordando a Nora y a la pequeña Blanca, en casa jugando y riendo los tres, eran tan sublimes aquellos recuerdos y tan dolorosa su realidad actual, sin ellas. Tomaba conciencia que con la muerte de Nora, él se apartó de su hija. No sabía qué hacer. Qué ironía y que castigo me ha tocado “Yo fui siempre tan orgulloso, me ufanaba de mi inteligencia y de mi capacidad para planificar y controlar mi vida, ahora me he convertido en un estúpido incompetente”.

De repente experimentaba como si el corazón y la mente le estallaran. Reflexionaba: “es demoledor despertar de repente y darme cuenta el profundo daño que he ocasionado, en quien debió ser mi más preciado tesoro. Nora estaría decepcionada de mí. He actuado con suprema irresponsabilidad y qué decir de mis imperdonables e irreparables omisiones”.

No paraba de martirizarse diciéndose: Mi vida y mi hogar son un desastre, he perdido a mi hija y no sé cómo recuperarla. Mi madre está cada día más delicada de salud, ya de señales de demencia senil. Ahora se muere el señor Juan (ese noble y eficiente colaborador), a pesar de que casi nunca hablábamos estaba muy satisfecho, a gusto con su trabajo y con su presencia en casa. Lamento no haberle expresado mi gratitud en vida, a ese noble trabajador. Todo se tornaba negro en su cabeza.

En una conversación amistosa, con Ángel Ramírez, aprovechó para comentar de los cambios ocurridos en su persona, después de la muerte de su esposa:

-Sabes Ángel, no siempre fui así, de amargado e indolente. Cuando Nora vivía, ella iluminaba mi vida, yo era alegre y amable con el prójimo. Ahora ni yo mismo me soporto. Recuerdo cuando ella quedó embarazada, le pregunté cual nombre le gustaría, para el pequeño o pequeña. Ella decía si es varón Anastasio, como su padre. Yo le dije no le echo esa vaina, después lo llamarían Anastasito o Anastasio segundo. No que va. Mejor un nombre propio e independiente. El Apellido se encargará de que lleve una marca tuya, mía y de la familia. Ella me preguntó, entonces cual nombre te gustaría ponerle, le dije Cristóbal (para que sea un conquistador). Y si es hembra, dijo ella, me gustaría llamarla Blanca (pura y reflejo de luz). Teníamos buen sentido del humor, reíamos mucho y disfrutábamos del teatro, del cine y de obras musicales. Ella decía que no era bueno ir a la cama si no habíamos cumplido con nuestra cuota de risa al día. La extrañaré toda la vida. Ahora si sonrió me sale es una mueca.

-¿Y qué pasó con Tomasa? –preguntó Ángel.

-Ella fue el mayor de los errores de mi vida. Esa mujer, resultó una falsa promesa, una estrella fugaz, seductora, maligna y atractiva. Al final descubrí su inmenso egoísmo y desenfrenada hipocresía. Cuando abrí los ojos, rompí con ella, sin que me causase mayor trauma, pero ya había engendrado un daño muy grande en mi hogar. Eso me pasó porque buscaba escaparme del fantasma de Nora.

-Anastasio, en ti está volver a ser un hombre bondadoso. Regálate la oportunidad de recobrar la ilusión por vivir.

-Ojala pudiera… Sólo sería feliz si lograra reparar el daño que he causado. Lamento tanto haber desperdiciado los años importantes del crecimiento de mi hija.

Desenlace de las historias

Los días y las noches eran de preocupación para Anastasio. En una de las ya rutinarias angustiosas esperas en casa, sonó el teléfono. Pegando un brinco de susto, como quien presiente las malas noticias, respondió la llamada:

Alo! buenas noches, ¿familia Gomes?

-Si habla el Dr. Anastasio Gomes, -dígame.

-Llamamos del Hospital Vargas, para informar que una joven de nombre Blanca y con este número de teléfono anotado en sus pertenencias, fue abandonada casi inconsciente en emergencia.

-¿Cómo? Voy para allá enseguida.

Anastasio se montó en su vehículo y, con marcado desespero, se fue al encuentro de su hija ¡Santo Dios que habrá ocurrido ahora!

Al llegar al hospital se identificó como el padre de Blanca y médico de profesión. Fue atendido por el residente de la sala de emergencias.

-Dr. por favor dígame, ¿qué pasó?

-Un vehículo deportivo se detuvo en la recepción de emergencias y dejaron a su hija en el suelo inconsciente y se marcharon huyendo de la situación.

-¿Cómo está ella?, ¿qué tiene?

-Una sobredosis de drogas, está en coma y fue transferida a la UCI (Unidad de Cuidados Intensivos), ahora sólo debe esperar.

Se dirigió a la UCI y estuvo junto al médico tratante, haciendo todo lo que correspondía.

Eran las doce de la noche del 26 de octubre de 1979, cuando su hija falleció. El dolor de aquel hombre era indescriptible. Pegó un grito desgarrador que se escuchó en toda aquella imperturbable sala. Sus colegas lo tomaron del brazo y lo llevaron fuera del lugar.

En una situación paralela. José estaba viviendo su peor crisis, la muerte de su padre lo había empujado al suicidio. Había hecho varios intentos en casa y cerca del barrio de quitarse la vida. Un vecino contó que lo vio atravesársele a un camión. La familia le había sacado el cuerpo a recluirlo una vez más. Pensaban que esa era una etapa superada, pero no hubo más alternativa y de nuevo fue internado en el mismo hospital. Retornó a ese antro, a esa especie de depósito de almas en pena.

En esta ocasión, José, sólo estuvo una semana en el hospital. Su cuerpo fue hallado colgado de una sábana en uno de los baños, era la mañana del 14 de noviembre de 1979.

Reflexiones

“Solamente el individuo que no se encuentra atrapado en la sociedad puede influir en ella de manera fundamental.” Jiddu Krishnamurti

Llegó el final y no hay vuelta atrás. Se acabó esta horrible tormenta. Fue muy triste, doloroso y frustrante, para Carlos, comprobar que tenía razón en su perspectiva. Él anticipó que las vidas de José y Blanca, estaban enrumbadas hacia la tragedia. Muy dura la realidad. Estaba estupefacto. Aún tenía muchas preguntas sin respuestas. La principal era: ¿Cómo podía haber ayudado a cambiar los rumbos de las vidas de su hermano José y la de su amiga Blanca?, ¿qué hizo mal?…

Dos años después de lo ocurrido, con mayor discernimiento y pensamientos más reposados, Carlos intentó rescatar las lecciones aprendidas de lo vivido. Y reflexionó de esta manera:

“Aprendí, que a pesar de los errores cometidos, por mis limitaciones, hice lo mejor que pude. A lo largo de estas experiencias, procedí con honestidad. Actúe con libertad de conciencia y no me doblegué a las presiones ni a los patrones mundanos. Eso me dio paz y reforzó mi carácter.”

“En mi familia, los Soler García, hemos conversado con mente abierta y serena de las muertes de José y de papá. Superamos esos duros golpes y de lo ocurrido no albergamos sentimientos de culpa. Del pobre de Anastasio no he sabido nada.”

“De manera, hermanos, que no somos hijos de la esclava, sino de la libre.” Gálatas 4:31

Glosario de términos y expresiones

Aló: Así se responde al teléfono en Venezuela.

Ajá: Expresión de sorpresa.

Arepas: Es una especie de tortilla hecha a base maíz pilado o de harina pre cocida de maíz.

Bicho: Aunque puede referirse a un insecto, en Venezuela se usa como expresión de exclamación o de susto.

Cachapas: Es una especie de tortilla parecida a las panquecas, hecha a base un masa de maíz muy tierno. Se cocina sobre un budare o plancha.

Caimaneras: Practicar deportes aplicando reglas propias de las barriadas y sin árbitros.

Cambur: bananos.

Caraotas: Granos o frijoles.

Caramba: Expresión de sorpresa.

Chévere: Expresión muy típica en Venezuela para referirse a una situación o persona muy agradable.

Contrapunteos: Improvisaciones de versos coloquiales acompañados de fondo musicales de los llanos de Venezuela, donde interactúan dos participantes.

Furruco: Instrumento musical de percusión parecido al Tambor. En el centro del cuero se le acopla una barra, sobre la cual se desplazan las manos del músico, para generar su ronco y característico sonido. Es usado en las gaitas zulianas.

Gaitas: Música autóctona del estado Zulia de Venezuela y que nada tiene que ver con la gaitas de otras regiones del mundo.

Guao: Una forma coloquial venezolana de sorpresa, equivalente deformación del término wow del Inglés.

Hallacas: Es una especie de Tamal. Consiste de un guiso preparado a base de carne de res, pollo, cerdo, pimentones, aceitunas, uvas pasas, ají dulce, cebollas, cubiertos en una masa de maíz, el cual a su vez se envuelve en hojas de plátanos amarrados con pabilo. Su preparación varía según la región de Venezuela.

Paja: Se usa en Venezuela para expresar que algo es tonto y sin importancia.

Pabellón Criollo: Plato nacional que contiene: Caraotas, arroz blanco, tajadas fritas y carne desmechada.

Papagayos: Cometas.

Metras: Canicas.

Mondongo: Sopa a base de panza de cerdo.

Musiu: Se le dice a Cualquier extranjero en Venezuela.

Sapo: Se usa como sinónimo de soplón o chismoso.

Taratatero: Trompo que brinca al bailar.

Tajadas: Lajas de plátanos fritos.

Taguara: Negocio informal.

Tonadas: Cantares al paisaje llanero, que crean una mágica armonía entre esas sentidas melodías, el ambiente y el momento.

Vaina: Expresión de una amplia variedad de interpretaciones, usos y abusos en el decir popular del venezolano. Qué Vaina (qué problema), No le echo esa vaina (no lo voy a perjudicar de tal manera).

Acerca del autor

Desde muy niño fue atraído por las historias y por las biografías de grandes personajes. Su manera de entender al mundo es a través de la gente, descubrir sus pasiones e inhibiciones.

Su madre le reprimía por andar siempre con el oído atento y su padre por tener los ojos pelados. De pequeño se escondía debajo de la mesa del comedor para escuchar las conversaciones de los adultos.

En plena adolescencia, se planteó escribir de dos personajes de su fantasía, productos de los comportamientos observados en su entorno. Esta meta incumplida se mantuvo revoloteando en su mente y en su espíritu, por muchos años. Ahora, en su edad madura se ha animado a hacerlo y a compartirlo.

¿A que me dedico?

Soy un profesional de Tecnología de Información con más de 35 años de gratas y fructíferas experiencias. Si quieres conocer más detalles, puedes visitar el siguiente enlace.

https://ve.linkedin.com/pub/cosme-rojas/8/8b6/798

También me puedes ubicar a través de:

Facebook Cosme Rojas

Twitter @cosmerojas3

Instagram @cosmerojas3

https://rojascosme.wordpress.com/

Y en mi portal de autor, puedes encontrar, ojear y adquirir mis obras, tanto en papel como en formato digital:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS