En medio del silencio he quedado. Mis pensamientos me acompañan y entre ellos, las palabras que usted y yo intercambiamos más de alguna vez. Las imágenes de su compañía se me presentan y sin timidez se atreven a cristalizar mis ojos.
Me he quedado en medio del silencio. Un silencio resiliente, pues después de un sismo no queda más que recoger uno sus cosas y volver a poner en orden la casa. Toca levantarse, ser valiente y afrontar la vida con los que nos pone en el camino.
En mi camino, su silencio se ha hecho presente y su compañía dejó de estar. No he llorado su decisión de callar, pues esta no me causa dolor. Tampoco me duele lo que su silencio, con el paso de los días, ha venido a representar.
He llorado porque extraño su compañía. Por primera vez no lloro de dolor ni porque me sienta lastimado. Estoy llorando su ausencia.
En el tiempo que estuvimos juntos empecé a ver más allá de lo que usted deja mostrar a los demás. No solo observaba sus virtudes, que tanto me deslumbraron y llegué a querer, comencé a apreciar sus miedos y defectos de los cuales siempre les vi el lado positivo y también llegué a querer. Estaba viendo todo eso, su humanidad, su esencia, su persona… haciéndome sentir el hombre más dichoso del mundo por tener tanta belleza entre mis brazos y poder acariciarla.
Entiendo que mostrarse tal cual uno es puede aterrar, porque se queda vulnerable y expuesto a merced del otro. También comprendo que no todos estamos listos para compartir esa vulnerabilidad porque no hay la suficiente seguridad para tomarse más fuerte de la mano del otro y avanzar. Esta es la idea con la que he decidido quedarme, dado a que fui dejado en el limbo del silencio.
Antes de elevar mi agradecimiento al universo, para que este se lo haga llegar a usted, quiero permitirme decir lo que su silencio ya no me dejó:
Toda mi vida actué desde el miedo al rechazo, brincando de una conducta a otra con tal de protegerme. Dejaba de ser yo y me quedaba callado sin expresar mis pensamientos y sentimientos. El temor a ser rechazado se tornaba en ansiedad, pensando en el abandono que según mi mente no tardaría en ocurrir.
En otras ocasiones, mi conducta era totalmente distinta. Lastimaba gente ahuyentándola de mi vida antes de ser lastimado, según mis pensamientos. Me era difícil creer que alguien podía acercarse a mí con una buena intención o con un lindo gesto; siempre pensaba que había una doble intención y que esperaba un beneficio de parte mía.–¿Por qué lo hace? ¿Qué necesita de mí? ¿Estará intentando comprarme? – Eran mis pensamientos produciéndome desconfianza.
Sin embargo, esta vez no quiero sabotearme actuando desde el miedo. Aquí estoy, enfrentando la idea de ser rechazado y/o de ser ridiculizado al exponer lo que pienso y siento. Esta vez no me voy a dejar vencer, no quiero perder tan fácilmente la oportunidad de seguir saliendo con usted.
Algo de lo que siempre me gustó cuando comenzamos a hablar fue la mutua disposición de afrontar cualquier situación desde el diálogo. Le apostamos a una relación madura en la que si era necesario tocar temas incómodos lo haríamos. Estuvimos de acuerdo y avanzamos hasta hoy, permitiéndonos abordar lo ocurrido hace quince días.
Estas dos semanas he estado en una actitud meditabunda, pensando y analizando lo que nos ocurrió. Ahora comprendo perfectamente sus comentarios cuando hacíamos algo juntos por primera vez; «Estoy en paz», «No me produjo ansiedad», «Me siento tranquilo», «Estoy feliz de que sea con usted». Y entiendo que, aunque mi intención fue pasar un tiempo agradable con usted, convivir un fin de semana largo fue algo que vino como una avalancha.
Esos días estuvimos recibiendo demasiada información sin contar con un espacio para poder procesarla y darle lugar al sentimiento de paz, sentimiento que daba la sensación de seguridad y felicidad de volvernos a elegir día tras día. Nuestros issues convergieron y ahí estábamos, usted sin poder decir una sola palabra tratando de ordenar sus ideas y yo tratando de ordenar las mías en voz alta; entramos en crisis y no pudimos actuar racionalmente. Lo más saludable que hicimos fue tomar distancia.
He recordado cuando nuestras diferencias empezaron a salir después del primer mes de conocernos. Las vimos como algo positivo de las cuales obtendríamos aprendizajes en lugar de separarnos. Crecimos en estos meses, nos atrevimos a hacer cosas que no habíamos hecho antes con alguien más; usted empezó a sentir comodidad al permanecer sin ropa después del acto aceptando mis caricias y dejándome sentir su desnudez junto a la mía, yo me sentí cómodo al tenerlo tomado de mi mano mientras caminábamos y seguro de mostrarle mi afecto o de recibir el suyo con un beso en la mejía o en la frente estando en público, y así muchas otras que hemos venido experimentando y siempre resaltábamos con satisfacción.
En este tiempo a solas y de silencio he concluido que todo estará bien, porque al final una crisis es solo eso; no un fin.
No quiero dejar a alguien que me ha dado valor y reconocimiento, que me ha brindado las palabras de afirmación que he necesitado cuando las requiero porque ha aprendido a leerme y a identificar esos momentos. No quiero dejar a alguien que me ha dado el espacio de ser yo y me ha recibido tal cual soy. Alguien que con su independencia y autonomía tan desarrolladas me da el tiempo y el espacio para conectar conmigo mismo y concentrar mi energía en mí y mis proyectos; alguien que, en lugar de restarme, me ha venido a sumar.
No hablo desde el enamoramiento, pues estoy consciente que, como en cualquier otra relación, las dificultades y las crisis se presentarán. Hablo desde mi razón y estoy seguro de la persona que he estado conociendo. Es a usted al que quiero seguir eligiendo para continuar conociéndolo.
Tampoco hablo desde una dependencia emocional, porque estoy tan consciente de su individualidad como de la mía. Nadie tendrá que mutilar su personalidad ni invadir el espacio del otro, porque estoy seguro que usted jamás se lo permitiría como yo tampoco me lo permitiría a mí. De igual modo, comprendo que también debe existir de parte suya la intención de no soltarme y su deseo de seguirme eligiendo; intención que, aunque fuera contraria también respetaré y aceptaré.
Sin embargo, antes de darle cierre a estas palabras y darles lugar a las suyas me gustaría citarle a uno de mis escritores contemporáneos favoritos, Emmanuel Zavala; cuyas palabras me resonaron haciéndole sentido a esto que trato de decir:
«Yo creo que llegamos en el momento perfecto, y sí, a lo mejor los dos tenemos dudas y media docena de miedos, pero ya coincidimos, ya estamos aquí, ya hicimos lo más difícil, y creo que merecemos intentarlo. Por eso quédate y agárrame fuerte, que vamos despacito, sin prisa, con cuidado, con ganas (…)».
Después de esto, me he retirado a paso lento y de espaldas esperando una respuesta. Sin embargo, la vida continúa y debo seguir avanzando saliéndome de este limbo del silencio que marca un adiós. Mi puerta seguirá abierta, pues no me cierro a construir una relación con quien quiera entrar; a lo mejor usted se decide a volver a pasar por ella y seamos nosotros quienes la cerremos evitándole el paso a los demás.
Ahora sí, gracias por todo lo bello que me aportó. Gracias por sus palabras de afirmación que reforzaron más mi autoestima y la seguridad en mí mismo. Gracias por todas sus atenciones, cuidados y detalles que me hacen recordar que menos de eso no merezco. Gracias por la lecciones de vida que su compañía me dieron. Gracias por haber sido usted.
¡Namaste!
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