Nunca había visto el pasadizo con más profesores que alumnos, a medida que lo recorría sentía como cada clase se inundaba de silencio conforme cada maestro tomaba el control de su alumnado, pasaba mi mirada por los números de cada salón como si no supiese donde quedaba el mío, talvez para aparentar haberme perdido y no decir que había llegado tarde; nunca lo había hecho. Al llegar a la puerta de mi curso, di tres golpes y retrocedí, revisaba no tener el uniforme tan sucio y que mi mochila no se vea tan llena como solía traerla. Cuando se abrió la puerta, sentí el desagradable aliento mañanero del profesor Peralta, mientras con su voz grave y su mirada desafiante preguntaba
– ¿Tú, tarde?
Creo que hasta para mí era una sorpresa y solo atiné a agachar la cabeza, me hizo un gesto para que pase y entré sin levantar la mirada, caminé hasta el pupitre de Cortez, lo saludé de puño y me senté a su lado.
– ¿Qué pasó? – Preguntó Cortez
– Nada, ¿por qué? – Contesté
– Nunca llegas tarde y hoy hasta yo he llegado antes – Dijo Cortez mientras revisaba su teléfono por debajo de la mesa, no sabía que contestarle y solo ignoré su comentario. Alcé mi vista al pizarrón tratando de descifrar lo que el profesor Peralta dibujaba con dificultad, siempre se demoraba haciéndolo, entonces perdí el interés.
– Hoy es el día. – Le dije a Cortez
– ¿Día de qué? – Me contestó
– Hoy voy a decirle a Denise lo que siento por ella.
Cortez me miró incrédulamente y soltó una risa suave
– ¿Enserio? – Me dijo
– Sí, enserio, desde ayer que le he dicho para vernos a la salida y me ha dicho que la esperé en la esquina de la librería.
Cortez soltó otra risa suave y puso su brazo en mi hombro, dejó su teléfono sobre el pupitre y sarcásticamente dijo:
– Sí, seguro que llegará, mejor llévate una silla para que no te canses.
Me sentí confundido con su comentario, pues siempre hemos hablado de lo mucho que me gusta Denise, y ahora que intentaría acercarme a ella solo me hacía poner más nervioso. En fin, sobreviví a la aburrida clase de Historia antes del primer receso, casi nunca salía, pero esa mañana quería sentir el sol sobre mi cabeza, quizás ayudaría a relajarme, no quería pensar en lo que le diría a Denise, quería que fluya y que inconscientemente mis habilidades para improvisar pusieran en marcha la hazaña.
Recordé que había estado leyendo un libro, como no se podían tomar prestados, debía leerlo dentro de la biblioteca. Al llegar a la puerta saludé a la bibliotecaria quien me respondió con una leve sonrisa. El olor a café recién hecho y la melodía a bajo volumen de la radio con canciones de los 80’s, creaban un ambiente acogedor y hacían que ese salón fuese el lugar más tranquilo de todo el colegio. Me pasé el resto del descanso buscando aquel libro; ya no estaba donde lo había dejado.
Regresé al salón y encontré a Cortez apoyado sobre su pupitre y revisando su teléfono, últimamente había estado mucho tiempo en su móvil y hablábamos menos.
– A partir de hoy me vas a envidiar – le dije.
Cortez me miró con un gesto único de duda que solo él solía hacer, soltó un par de carcajadas y contestó:
– ¿Por qué? ¿Por Denise? Estoy casi seguro de que te va a rechazar, tu historia con ella debió suceder hace mucho, ya es tarde.
Sentí que Cortez tenía razón, por mi cobardía, había dejado pasar los meses y la magia del momento se había desvanecido, sin embargo, no quería darle la razón.
– Aún no, yo sé que voy a ser el dueño de esos ojitos claros.
Cortez me miró otra vez con su gesto y refutó:
– Ya te dije que son oscuros.
Solté un gesto de molestia, me incorporé de vista al pizarrón y dije en voz alta:
– Son claros, como el cielo de hoy.
Todos los que estaban en el salón voltearon a verme y me sentí avergonzado.
Las siguientes dos clases fueron aún más aburridas, los maestros solo leían los textos que el sistema académico les exigía avanzar para el nivel secundario, siempre tuve claro que, gracias al nivel de educación para colegios nacionales, lograba aprobar con excelentes calificaciones sin estudiar, solo le prestaba ligera atención al profesor Ticona, docente de matemáticas, su clase se me hacía entretenida de vez en cuando.
Casi faltando diez minutos para terminar la jornada, alguien tocó la puerta del salón, era la secretaria de dirección, habló con el profesor a cargo y ambos me miraron fijamente, me sentí incómodo y decidí actuar como si no me hubiese dado cuenta, desvié mi mirada hacia la parte de atrás del salón. Me estremecí cuando el maestro me nombró en voz alta y me hizo un gesto para salir de la clase. Como faltaba muy poco para terminar las labores, tomé mis cosas y salí, la secretaria me tomó suavemente del brazo y me guio hasta la dirección, tenía en mente que quizás había otro concurso académico en el que debía participar, la idea de que me llamaran para sancionarme por algún comportamiento inadecuado era nula. Estuve esperando cerca de quince minutos sentado en una de las bancas frente a la oficina del director, estaba fastidiado, tenía que ver a Denise y ya había demorado lo suficiente, empezaba a imaginar el escenario en el que rechazaba la oferta para participar en cualquier concurso representando a la institución, en mi mente los culpaba de echar a perder la oportunidad de declararme a la chica que me gustaba. Sentí la puerta de la oficina abrirse y el director con su voz ronca y cansada me invitó a pasar, entré apresuradamente y tomé asiento frente a su escritorio. El director vaciló un poco antes de sentarse frente a mí, lo cual se sumó a mi fastidió, tomó un pañuelo y se secó la frente
– ¿Sabes por qué estás aquí hoy? – Me preguntó
– No – Contesté de forma cortante.
El director jadeó un poco sobre su silla, se incorporó y ligeramente inclinándose hacia mí, tomó un tono aún más serio y me dijo:
– Tus compañeros te han notado raro últimamente en clase.
Lo miré confundido, siempre tuve entendido que a nadie de mi clase le importaba lo que yo hiciese, creían que yo era soberbio por mi facilidad con las materias.
– Sí, he tenido problemas últimamente, no volverá a suceder – le dije con intención de terminar la conversación.
El director levantó ligeramente las cejas mientras decía:
– Te han visto hablándole a Cortez.
Examiné lo que dijo y antes de poder preguntar que había de malo en ello, continuó:
– Cortez falleció la semana pasada.
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