El frío se insinuaba en mis huesos a través de la ventana cercana en la que estaba sentado, absorto bajo la luz de la hermosa luna. Contemplaba con gran curiosidad el cigarro que se consumía entre mis dedos.

-«¿Qué opinas?»- preguntó la dulce voz de mi acompañante en la habitación, que había permanecido en absoluto silencio durante un cuarto de hora antes de interrumpir mis meditaciones.

-«Nada,» -respondí con frialdad, todavía recuperándome del sobresalto ante la inesperada pregunta.

-«¿Estás seguro?»

-«Sí,»- repliqué.

-«Mientes.»

-«Tal vez.»

-«¿Es ella, verdad? ¿La recuerdas?»-

La pregunta obtuvo una respuesta no verbal, no pude evitar un largo suspiro mientras mi rostro caía, clavando la mirada en la libreta que con recelo sostenía en mis manos.

-«¿Por qué no la dejas ir? ¿No han sido ya suficientes noches esperando?»-

-«No lo sé,»- contesté casi en un susurro mientras tomaba la pluma para escribir algún breve poema.

-«¿No lo sabes? ¿Qué significa eso?»-

Mi movimiento se detuvo, un nudo se formó en mi garganta, apretando con gran furia. Tras inhalar el humo del tabaco, cerré los ojos antes de recitar con extraña fluidez lo que mi mente había trazado.

«Tal vez,» -respondí, -«no han sido suficientes noches. Tal vez nunca lo serán. Tal vez aún no ha llegado ese suspiro, esa lágrima, esa palabra, ese momento en el que mis nudos se desaten. Y no, no es porque no quiera. Varias veces lo he intentado, con vanos resultados. Probablemente siga robándose mis sueños, mis poemas, mis anhelos. Tal vez siga robándose mis noches, mi alma, mi vida. Quizás el último suspiro que le dedique lo encuentre en mi lecho de muerte.»

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