De vez en cuando me doy permiso de ahondar en mi corazon y vislumbrar la herida que me causo tu partida. En esos momentos de vulnerabilidad, doy riendas sueltas al dolor que llevo guardado en mi interior, y cuando estoy al punto de desfallecer, ahogada en el mar de lágrimas que emanan de mis ojos, tu sonrisa se retrata en mis pupilas, y recuerdo tu alegría, tu desenfado, tu buen sentido de humor. Entonces, hijo mio, siento tu amor disipando mi pena y me inunda la paz de saberte en la mejor de las moradas, eso me da las fuerzas para increpar a la congoja, devolviéndola a las profundidades de mi corazon, donde tranquila y calladamente seguirá supurando en anonimidad, hasta el último latido.
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