Autor: Fredys Bravo Ortiz.
Hoy me senté al lado de mi abuela quien estaba alegre de verme y me dijo: «hay mijo tenía un poco de tiempo que no te veía». Yo solo me quedé mirándola y pensando en silencio un rato, pues ella tenía razón porque por varios meses me había ausentado de la casa, lo había hecho por varias razones que no escribiré aquí. Ella estaba ahí con su trajecito de tela suave largo de flores, con unas hebras de cabello sueltas saltando hacia arriba porque el viento con un pequeño bostezo lo estremecía suavemente, ahí estaba mi abuela contenta de verme con una hermosa sonrisa en su rostro, ahí estaba sentada sobre una silla mecedora desequilibrada porque el piso ahuecado de la casa la mantenía ladeada, ahí estaba mi noble abuela al lado de la mesa con una bolsa de plástico trasparente en la mano llena de pastillas y remedios de todo tipo, ahí la veía un poco inquieta buscando una de las tantas pastillas que se tiene que tomar diariamente, pero que no la encontraba.
Yo llegué y rápidamente me coloqué a su lado mientras la veía buscando en su bolsa, después de un instante le pregunté ¿Qué hace? Pero ella no me contestó, no me decía nada, parecía como si no le hubiese dicho nada, otra vez volví a preguntarle ¿Qué se le perdió? Pero nada, no recibí respuesta alguna, fue entonces que me preocupé creyendo que no quería hablarme, pero desde la distancia alguien me dijo: “háblale duro que no oye casi”. Esta noticia me destrozó el corazón y exclamé ¡ay tiempo! Seguidamente le pregunté ¿Cómo has azotado la vida de mi abuela? Esto me duele porque ella no es una persona, ella es la ternura hecha carne. No volví a insistir más, solo me quedé observándola y me dije de nuevo ¡qué desalmado es el tiempo! Y mi mirada se quedó fija, observando detenidamente el aspecto de mi abuela, fue así que vi que su piel se había ido arrugando poco a poco y eso me duele, duele ver que mi vieja hermosa se agota, eso me mata. Su piel se arrugó tanto que ya las huellas de sus dedos se han desgastado; luego miré su pelo de nuevo y lo vi blanco porque las canas habían consumido el color negro brillante que hasta hace algún tiempo pudo tener, después miré su frágil dentadura y en ella los dientes no estaban porque lentamente las pisadas de aquel terrible tiempo los había destruido, luego pude observar sus ojos profundamente marchitos, decaídos, sin brillo y con unos parpados que ya no se aguantan de pies y al verla así mi cuerpo se invadió de dolor, angustia y de mucha tristeza.
El horrible y silencioso tiempo ha hecho estragos en la humanidad de mi abuela, él ha ido acabando con ella en su caminar solitario. Ya en ultimas me decidí hablarle duro, repitiéndole varias veces lo que quería decirle, fue de esta forma que logué que me escuchara y entonces me dijo “es que ya no oigo casi mijo” y entonces mis lágrimas brotaron desde lo más profundo de mi ser humano, ya me di cuenta mi vieja, ya me di cuenta que aquel desgraciado tiempo se ha ido llevando tu escucha también. Qué terrible es ver como el tiempo con sus pasos lentos y sin hablar mucho va tumbando las hojas verdes de la juventud, me ha tocado ser testigo de cómo este degenerado ha ido castigando el cuerpo de mi abuela, ese desgraciado infame la ha destruido despacito, ha ido marchitando su vida y lo peor de todo es que no puedo rescatarla de sus garras, no tengo fuerza para quitársela, no puedo pelear con él porque no se deja ver y además es muy fuerte y eso me hace sentir impotente, pues me toca presenciar cómo se va opacando su luz, cómo se va agotando su energía, por tal razón mi alma se parte en pedacitos cada vez que soy testigo de los fuertes latigazos que este horrible tiempo le da en su cuerpo en cada amanecer. En verdad no puedo soportar tanta angustia porque fue ella quien me cuidó por mucho tiempo y ahora yo no puedo rescatarla de las manos del maldito tiempo quien ha ido agotando su existencia en este mundo. Solo me queda aprovechar su dulce y amorosa compañía y disfrutar de su ternura hasta lo último.
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