El más allá (4)

¿Qué sería lo peor que pudiera pasar? Morir, probablemente. Mallory nunca había acompañado a Oliver a sus viajes dimensionales, así que desconocía la sensación de tener una experiencia extracorpórea, de caminar sobre cimientos forasteros, de enfrentarse al frío cerval de un mundo que no comprende la misericordia; más que nada, nunca se había encontrado cara a cara con un demonio, solo aquella vez en sus pesadillas sobre ser consumida por una criatura perversa. Pero incluso esos recuerdos le eran borrosos, básicamente iría a lanzarse por el precipicio y sin paracaídas.

Por otro lado, poseía un ferviente deseo por ayudar al matrimonio Miller, aunado a su necio afán por no dejar solo a su hermano mayor. Tal vez aquella imagen donde él permanecía exánime le había calado hasta lo más profundo de su médula espinal para servir como un recordatorio constante de que Livie siempre estaba arriesgándose la vida. En todo caso, ambas ideas le eran un aliciente bastante atractivo para viajar a otra dimensión con peligros inesperados. Aunque estaba consciente de que su falta de experiencia en ese ámbito supondría un peso extra para él; por esa razón, debía de estar preparada para cualquier cosa, por lo que ahora se encontraba afilando un cuchillo con la capacidad de matar demonios.

El cuchillo de Ruby era una reliquia de la familia Kurdo que se dedicaba a cazar seres paranormales desde tiempos antiguos. A primera vista, el arma parecía ser una ordinaria: el mango de asta de ciervo y una hoja curvada de filo dentado; sin embargo, tras una inspección más detallada, era posible apreciar los símbolos grabados a todo lo largo de la hoja. Estos símbolos hechizados eran lo que le brindaba su aclamada eficacia.

—Mal, es hora.

Mallory no se había percatado de su ensimismamiento hasta que escuchó la mención de su propio nombre. En seguida guardó el cuchillo en su respectiva funda y le siguió el paso a su hermano hasta la cocina. Permaneció callada mientras él le explicaba el procedimiento a los Miller; le miraba con un semblante acongojado y el pulgar de su mano izquierda resbalaba sin cesar entre los siguientes dos dedos, era una manía que había adquirido con el pasar de los años.

—Liv… —murmuró al final.

Se encontraba a una distancia lo suficientemente cerca como para notar la intranquilidad que invadía a su hermano. Su fuerte nunca habían sido las palabras, así que sin pensarlo ni un segundo, se acercó a él para atraparlo en un fuerte y cálido abrazo.

La sorpresa impidió a Oliver corresponder el abrazo por un segundo, Mallory no era de esas personas que demostrara afecto frente a otros, pero esa ocasión era diferente; lo sentía dentro de su piel, como una picazón irritante que le laceraba los músculos. Después de todo, ese podría ser el último abrazo que compartirían.

—No moriré —dijo en voz baja, dejando suaves caricias en la espalda de su hermana en un intento por apaciguar su angustia—. Ninguno de los dos lo hará.

Al cabo de un tiempo relativamente corto, ambos se encontraban recostados sobre la cama. Los Miller conocían sus indicaciones y solo bastaba un hechizo para dejarlos profundamente dormidos, abriendo de esta manera la puerta hacia la otra dimensión. Mallory se palpó el bolsillo derecho para asegurarse de que llevaba consigo el cuchillo. Luego, miró a Oliver, asintiendo apenas con la cabeza. <<Hagámoslo>>, fue lo último que salió de su boca antes de ser cubierta por una reluciente luz dorada.

Cuando abrió los ojos, lo primero que pensó fue haber quedado ciega. Todo estaba demasiado oscuro, espeso, aterrador. No encontraba un principio ni un fin dentro de aquella oprimente inmensidad. Sin embargo, nunca se había sentido tan asustada como cuando se descubrió completamente sola, no existía ni un rastro de Oliver. Empezó a avanzar con pasos inseguros, siempre atenta a cualquier ruido que se suscitara; murmuró el nombre de su hermano con la intención de hallar su ubicación, pero ahí solo deambulaban los muertos.

Aagghh…

De pronto, un sonido ininteligible le erizó los vellos de la piel, desenfundó el cuchillo rápidamente y lo apuntó al vacío.

—¿Quién anda ahí? —preguntó, pero no obtuvo respuesta.

Aagghh…

Nuevamente escuchó el lamento, giró sobre sus talones aún sin ser capaz de descifrar lo que sucedía hasta que el mismo sonido escalofriante se convirtió en un rostro demacrado, cubierto por una capa mucogelatinosa que despedía un intenso olor a podrido. Era lo más horrible que había visto.

Todas sus posibilidades de escapar se vieron frustradas cuando otro ente apareció, a él le siguieron otro, otro y otro más. Muy pronto, Mallory estuvo rodeada por una horda de criaturas malignas que se acercaban peligrosamente, cerrando un círculo en cada paso.

—¡Aléjense de mí! —gritaba con todas sus fuerzas, sosteniendo el cuchillo frente a ella con ambas manos—. ¡Aléjense!

Sus esfuerzos eran en vano. No había poder humano que los detuviera, a menos que…

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