VOCES DE LA MADRE TIERRA

Cuando el lobo ande junto a ti, nunca lo olvidarás.

Cuando te mire a los ojos, tu corazón se detendrá un latido

y tu alma se aquietará.

Y cuando oigas al lobo aullar en el bosque,

tu espíritu irá por la verdad:

la llamada de la Naturaleza.

PROVERBIO NATIVOAMERICANO

Entre las oleadas de neblina que se deslizaban a través de una infinita formación de colosos verdes, surgió una zumbante avioneta roja y blanca, enfilada hacia un cercano poblado que ya se divisaba, al oeste de Alaska, en la alborada de aquel día.

La ligera aeronave aterrizó limpiamente en un modesto aeródromo junto a aquel remoto caserío. De un costado de la misma, en el cual se apreciaban dos franjas rojas y la palabra KATAIR en el medio, salieron tres pasajeros: una pareja de edad madura, ambos en los cincuenta; ella de estatura media, robusta, cabello largo teñido de rubio; su compañero, alto y corpulento, de cabello blanco y corto. El tercero era un individuo joven, 35 años, 1.75, complexión mediana, cabello castaño liso. Portaba una franela verde oscuro con un curioso símbolo nativo en medio del pecho, chaqueta azul y jeans. Descendieron por la escalerilla lentamente, resistiendo una vibrante y gélida ráfaga de viento. Tras ellos apareció el piloto, de mediana edad, con un gran bigote, uniformado con chaqueta y gorra rojas y pantalón negro, quien se dirigió hacia una alta y enjuta figura que los aguardaba, la cual parecía formar parte de ese lugar tan rústico, atávico, intemporal.

-¡Saludos, Señor de la Montaña! –exclamó el aviador haciendo una reverencia con una mano en su pecho y fingiendo solemnidad.

-¿Qué tal el vuelo, Gran Águila? –respondió el pintoresco montañés con un típico acento. Lucía abundante cabello y barba grises y vestía bragas azules desteñidas, camisa roja a cuadros manga larga y un gorro azul.

-Espectacular –respondió animoso, levantando su pulgar-. Como cada paseo por este grandioso bosque.

-¡Y tú lo ves siempre desde allá! –señaló el cielo- Tienes esa bendición. ¡Bien, caballero! Déjame tu gente. Ve a reportarte y después a comer y tomar café. Todavía está bien caliente.

-¡Palabras mágicas! –exclamó con entusiasmo, volviéndose hacia sus pasajeros- Quedan en excelente compañía; se los garantizo. Aprovechen al máximo el fin de semana y disfruten su aventura.

-Muchas gracias, amigo –dijo el hombre de edad madura, estrechando su mano.

-Gracias, señor Kromm –añadió la dama-. De verdad fue un recorrido muy agradable.

El otro pasajero se limitó a levantar su mano, sin decir palabra.

-Para servirles –contestó el piloto, y se alejó hacia una pequeña cabaña de madera oscura en cuya entrada se distinguía un gran letrero:

Kantishna Air Taxi

KATAIR

El “Señor de la Montaña” se dirigió a los recién llegados.

-Buen día. Bienvenidos a Kantishna, “el corazón de Denali”. El final del camino, para algunos. Para otros, el comienzo de su viaje. Soy Eustace. Su guía en este lugar. A su servicio para lo que soliciten o deseen preguntar. Cualquier cosa. Ahora déjenme llevarlos donde puedan descansar un momento, refrescarse y comer.

-¡Y tomar un buen café! ¿Correcto? –exclamó alegremente el hombre de mayor edad, frotándose las manos.

-Pueden apostarlo. Pero si quieren probarlo, vamos ya o ese loco piloto se lo beberá todo. Por eso es que él vuela tan rápido hasta aquí.

La pareja sonrió y tomó su equipaje. El veterano guía fijó su atención en el hombre más joven, quien contemplaba las imponentes franjas de coníferas que los rodeaban. Su semblante reflejaba el embeleso, el embrujo que se apodera de quien llega a un paraje como aquél por vez primera. Y de igual modo dejaba entrever un ser esquivo, huraño, muy solitario y aislado…

-Impresiona a cualquiera, ¿verdad? –preguntó Eustace en forma amable.

El peregrino asintió.

-Sí, ya lo creo. Es… increíble, inmenso. En realidad es el primer bosque auténtico que veo en persona.

-Bienvenido a “la última frontera”. No hay otro sitio como este ¡Pero vamos! –lo conminó- Nos están esperando. Tendrá tiempo suficiente para admirarlo, no lo dude.

El viajero lo siguió en silencio.

-Soy Eustace –se presentó el veterano guía, extendiéndole la mano.

-Velkan –contestó el recién llegado, dando su mano con cierto recelo.

El montañés la estrechó con firmeza. Sintió en ese instante una extraña e intensa conexión, pudiendo captar amargura, melancolía y opresión, y por otra parte una nobleza allá en el fondo de su ser que acompañaban a este visitante, quizás venido de muy lejos, deseando escapar o dejar atrás algo, alguien, una parte de él…

-¿De dónde viene?

-De no tan cerca. Nueva York.

-¡Al otro lado del mundo! ¿Y por qué lo tenemos aquí? Para una gran aventura, me imagino.

-Esa tal vez es la idea. Se supone que en un lugar así no es difícil hallar alguna.

-Venir a un lugar como este es una experiencia realmente diferente. Y más para quien viene por primera vez. Representa encontrarse con una auténtica visión de lo que es la Naturaleza. En toda su extensión. Con sus bellezas, maravillas, paisajes, animales. Y asimismo, con sus desafíos. Sus dificultades. Su crudeza. Y con ello, la oportunidad de explorar, descubrir; y sacar, dejar salir –colocó un puño en su pecho- lo que somos en verdad. De qué estamos hechos.

El viajero reflexionó un instante.

-Algo como esto –dijo indicando el grandioso entorno que los rodeaba- es todo un desafío, ¿no es cierto?

-Hasta para quien menos lo cree. Aquí, joven amigo, cada día, cada instante, cada situación, representa un reto. Que nos mueve, nos empuja a enfrentarlo; a pelear, a sobrevivir. A mostrar lo mejor que tenemos.

-O lo peor… –expresó en tono grave el visitante

-Cuando lo permitimos. Si lo dejamos dominarnos, así será. Pero si recordamos que dentro de nuestro ser existen –quizá dormidos, escondidos- cualidades, dones, talentos que nos hacen personas únicas, especiales, eso es lo que reflejaremos.

–Para algunos no es sencillo reconocerlos ni demostrarlos. Como usted dice, a veces parece que estén escondidos. O simplemente no existen, no los tenemos.

El hombre de montaña lo miró y le habló con indulgencia.

-Todos poseemos algo especial. Un don, una bendición. Que nos hace únicos. Es cuestión de descubrirlo, aceptarlo y manifestarlo.

De pronto, sobre ellos, a una gran altura, un águila de cabeza blanca pasó en raudo vuelo, silenciosa e imponente.

Eustace asintió con una leve sonrisa. La senda del viajero empezaba a ser trazada. Y no la recorrería solo ni desprotegido…

* * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *

Un vistoso ferrocarril, azul oscuro y con una franja central amarilla, se deslizó como surgido de aquella nívea cordillera que se imponía detrás del bosque, deteniéndose en la estación aledaña al poblado de Healy. De los vagones brotó un colorido y bullicioso ejército de scouts, en su gran mayoría niños y jóvenes. Entre ellos se distinguía un grupo cuyo uniforme era de color índigo, el cual hacía juego con el extenso transporte en donde habían arribado. Junto a ellos, estaban otros núcleos portando camisas color kaki o verde oscuro y pantalones verdes o jeans. Y de la misma forma resaltaba otro conjunto integrado sobre todo por jóvenes de mayor edad que el resto, de camisa escarlata.

De inmediato, los respectivos guías y supervisores procedieron a controlar y organizar aquel barullo. Sonaron varios silbatos en rítmica sucesión.

-¡Atención, manadas y tropas! ¡En formación!

Rápidamente, los recién llegados muchachos se colocaron de manera ordenada alrededor del grupo de líderes. Uno de estos, de contextura gruesa y edad mediana, tomó la palabra.

-¡Buenos días para todos!

-¡Buenos días! –contestaron en coro.

-¡¡No los escucho!! ¿Están muy cansados por el viaje?

-¡¡Buenos días!! –gritaron con más intensidad.

-¡Con ánimo! ¡Energía total! Bienvenidos a este campamento que vamos a celebrar en el parque Denali, desde hoy viernes hasta el domingo. Una actividad de esparcimiento, de fraternidad, de aprendizaje y crecimiento para cada uno de nosotros. Donde se espera lo mejor de nosotros. Entonces, ¿qué harán todos ustedes?

-¡¡Hacer nuestro mejor esfuerzo!!

-Ya lo veremos. Ahora demos gracias a Dios por habernos traído hasta acá, sanos y salvos. E invoquemos la bendición scout –juntó las manos sobre su vientre.

Los integrantes de cada grupo, algunos permaneciendo en filas y otros colocándose en círculo, entrelazaron sus brazos; seguidamente, a una sola voz, recitaron:

Que el gran Scoutmaster de todos los scouts esté con nosotros hasta que nos volvamos a encontrar. Amén.

-Ahora la Oración Rover –solicitó el guía.

Dame Señor un corazón vigilante que por ningún pensamiento vano se aparte de ti; dame un corazón noble que por ninguna intención siniestra se desvíe; dame un corazón firme que por ninguna tribulación se quebrante; dame un corazón libre que ninguna pasión violenta le domine. Amén.

Acto seguido, junto a una alineación de diez scouts presentando sendas banderas de los Estados Unidos y de las agrupaciones allí representadas, tomó la palabra una dama delgada y de cabello plateado, quien formaba parte de la delegación que recibía a los visitantes.

-Estimados compañeros, hermanos y hermanas scouts, rovers, manadas, capitanes, líderes, logias. Sean bienvenidos todos, con un abrazo fraternal. Hoy tenemos la inmensa fortuna de hallarnos reunidos el Gran Consejo de Alaska, Consejo Sol de Medianoche, Consejo Lejano Norte y Chicas scouts de Alaska, de los Boy Scouts de América. Como una gran familia. Muchas gracias por su presencia. Es un placer y un honor tenerlos acá para este “camporee”. Que estos tres días de convivencia podamos compartir plenamente, alegría, experiencias, conocimientos, fraternidad. Ahora me honro en dejar con ustedes al presidente de actividad y presidente de concilio, scoutmaster Oren Urner.

Entre todas las agrupaciones allí reunidas, surgieron murmullos, exclamaciones y gestos de asombro, respeto y temor.

-El Jefe de los jefes.

-La reencarnación de BP.

-El gran Akela…

Frente a la cerrada formación se plantó un hombre alto, recio, de cabellos grises, bigote corto y grueso. Lucía una chaqueta roja y camisa color kaki, ambas repletas de insignias; cruzada sobre el pecho, una cinta blanca con la figura de una flecha roja de estilo nativo americano apuntando hacia arriba; pantalón verde y un sombrero de ranger, rodeado por una cinta de estilo indígena y con varias insignias. Su semblante era altivo, severo. El silencio que habían mantenido los presentes durante la ceremonia pareció hacerse más notorio y pesado ante la aparición de aquel veterano dirigente, cuya reputación de gran rectitud, rigidez y eficiencia era ampliamente reconocida en la organización escultista a nivel nacional. Y aún más allá… Habló en forma pausada y tajante.

-Ser scout es un asunto del espíritu. Del corazón. Es más que una vocación. Recordando a nuestro Gran Scoutmaster, la vida es corta. Lo es en realidad. Y muchos la desperdician dejándose arrastrar por una vida mediocre, pasiva, vegetativa. Un poco de viaje a través de este mundo magnífico nos abrirá y desarrollará la mente, el espíritu; así como nos permitirá desarrollar nuestras principales virtudes: paciencia y espíritu de servicio. Y nos brindará disposición a la buena voluntad y la paz en el mundo. Escultismo, roverismo, no quiere decir vagar sin finalidad. Es hallar uno mismo su camino por los senderos que nos va marcando la vida; lanzándonos a la aventura, sí; pero con objetivos claros. Y sabiendo que enfrentaremos dificultades y peligros. Encuentren sus opciones –los señaló en general-. Sean verdaderos protagonistas de su proyecto personal de vida. Demuéstrenles a todos y a sí mismos que en verdad nacieron para ser scouts. Que merecen usar esos uniformes porque son parte de ustedes, como su segunda piel –hizo una pausa, en medio de aquel imponente silencio- ¿Quieren ganarse el Lobo de plata?

-¡Sí, señor! –contestó la casi totalidad de la audiencia.

-¿Quieren llegar a ser scouts águilas?

-¡Sí, señor!

-¿Quieren ser parte de la Orden de la Flecha?

-¡Sí, señor!

-¿Desean ser auténticos servidores, hombres y mujeres virtuosos?

-¡Sí, señor!

-¿Qué harán ustedes para lograrlo?

-¡¡Nuestro mejor esfuerzo!!

-¿Cómo lo harán?

-¡¡Dar sin recordar, recibir sin olvidar!!

-Tendrán suficiente oportunidad de demostrarlo. Los estaremos observando –afirmó mirando a todos con agudeza-. De igual manera, obsérvense a sí mismos y entre ustedes. No para juzgar ni criticar, sino para examinarse y actuar con conciencia. Buena y productiva jornada; hermanos, hermanas.

Tras una breve pausa, el alto dirigente se retiró lentamente. Un multitudinario y prolongado aplauso lo despidió. La dama quien previamente había hablado retomó la palabra.

-Bienvenidos todos –exclamó visiblemente emocionada por la presencia de los muchachos y por el discurso anterior-. Denali los espera.

Luego de aplaudirla, los diversos líderes, en forma sucesiva y de acuerdo a su jerarquía impartieron instrucciones a cada grupo a fin de retirarse en forma ordenada.

Súbitamente, en medio de uno de los núcleos en formación, con camisas verdes, un imperceptible proyectil de papel cayó preciso sobre la cabeza de una niña scout, menuda, pequeña y delgada, de cabello cenizo y corto. Con expresión de enojo y angustia, volvió su rostro hacia donde se encontraba quien suponía lo había hecho. La suspicaz mirada de un scouter (líder) que se había dado cuenta de ello se dirigió hacia cierto trío de niños, de los cuales dos mal disimulaban su risa. En particular, se fijó en uno de estos, regordete, cabello castaño muy corto, de unos ocho años. Rápidamente se aproximó a ellos.

-¡Qué raro, Randy! –expresó el hombre en tono sarcástico. Era corpulento y de cabello negro, de poco más de cuarenta años-. Mostrando tus habilidades.

-Yo no fui, scouter –repuso el aludido, eludiendo su mirada.

-¡¡Por Dios, te vi!! Siempre lo mismo, ¡siempre! ¿Cuándo dejarás de molestar a la gente, en especial a esa niñita? ¿Es lo mejor que sabes hacer, arrojarles cosas a los demás? ¿Quieres que te saquen de los scouts? Estás a un paso –le mostró su dedo índice-. ¡Un paso! ¿Para qué vienes acá? ¿No quieres superarte, hacer algo grande en tu vida? Lo que acaba de decir el Scoutmaster, nada que ver contigo. ¡Igual tú, Gianpiero! ¡Haciéndole competencia! Cuántos niños y jóvenes desearán tanto tener ese uniforme, estar donde ustedes están ahora. Cuántos se esfuerzan al máximo, con trabajo y sacrificio, por lograrlo, por merecerlo –movió negativamente la cabeza, decepcionado- ¿No han aprendido nada de ti, Charlie?

Los tres se mantuvieron en silencio, cabizbajos.

-¡Desaparezcan! –les mandó, chasqueando sus dedos- ¡Y mucho cuidado! –dejó caer su mirada en el inquieto gordito- A la menor falta, un intento siquiera de sabotear o estropear esto, que significa mucho para todos nosotros, ¡te vas!– lo señaló con énfasis.

Los muchachos, sintiéndose como empujados por la acerada mirada de aquel hombre, se alejaron hacia el mismo rumbo que habían tomado los demás grupos.

Entre el contingente de scouts que se dirigían a los vehículos que los llevarían a su sitio de reunión, la gran mayoría entonaba alguno de los cánticos propios del Movimiento.

¡Soy Scout!

Porque uso un uniforme

y con eso estoy conforme.

¡Soy Scout!

Porque voy de campamento

y con eso estoy contento.

¡Soy Scout!

Porque tomé la promesa

y la cumplo con firmeza…

En medio de los marchantes, tres de ellos andaban algo apartados.

-El scouter “Hulk” es un hijo de perra –exclamó indignado Randy.

-¡Qué mala suerte! Te vio justo cuando le tiraste el papel a esa boba –afirmó uno de sus acompañantes, el que llevaba por nombre Gianpiero; delgado y pecoso, de nueve años-. Y como él es “Hulk”, siempre defiende a la pobre Mozzarella, ¡mamma mia! –exclamó alegremente, imitando un acento italiano.

-Mala suerte la nuestra –intervino con tono de reproche el otro niño, moreno y de gruesa contextura, de la misma edad-. Por estar cerca de ti cada vez que se te ocurre una de tus “genialidades”.

-Me las va a pagar –manifestó rencoroso Randy.

-¡Eso es, amigo! –expresó Gianpiero- ¡Hay que vengarse! Estamos contigo ¿Verdad, Charlie?

-¡Sí, cómo no! –respondió el chico moreno con ironía- ¡Cuál venganza! ¿Qué piensas hacerle? –inquirió con severidad.

-No lo sé…

-¡Vamos a hacer algo espectacular! –propuso Gianpiero- Para que lo echen de este sitio. Como dijo que nos iban a sacar a nosotros, él será quien se vaya.

-¡¡Sí!! –exclamó Randy recogiendo su brazo con el puño cerrado- Derrotaremos al poderoso Hulk. Tenemos que hacer un buen plan –masculló en un tono intrigante, frotando sus manos-.

-¡Dejen la estupidez! –demandó Charlie- Ni siquiera hemos empezado y ya están provocando líos –expresó malhumorado y se adelantó.

Sus dos maliciosos compañeros se dieron la mano, sonrientes, ya muy cerca de los autobuses que esperaban por los coloridos pasajeros.

* * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *

Un grupo de siete personas, escoltadas por Eustace, se dirigieron hacia las afueras del poblado. Eran Velkan, la pareja que había arribado junto a él y cuatro excursionistas: tres hombres y una chica, jóvenes entre 20 y 25 años. Se dispusieron a abordar un autobús blanco con un par de franjas rojas centrales. En su parte delantera superior se distinguía, en letras rojas: Ruta de Kantishna. Una mujer de estatura media y corpulenta, luciendo jeans, sweater azul claro, chaleco y gorra azul oscuro, los recibió muy afable. El montañés la presentó.

-Damas y caballeros, ella es la gran Carmen Quigley, una auténtica descendiente de los pioneros de este poblado. Una guía experta, una sabia y bella mujer.

-Ni tan sabia, aunque quizá sí lo de bella –repuso en forma jocosa-. Bienvenidos, amigos. Por favor, ya pueden subir; en unos quince minutos estaremos saliendo.

Los viajeros se despidieron de Eustace y entraron al transporte. Velkan fue el último.

-Hasta pronto, amigo –dijo el montañés poniendo su mano sobre el hombro del solitario hombre-. Ánimo. Esta será una gran aventura. Puede apostarlo.

-Adiós. No sé si nos veamos de nuevo.

-¿Por qué no? Todo es posible. Esté preparado para vivir un gran viaje. Disfrútelo. Afróntelo. Con fuerza; con fe. Si usted está aquí ahora, si ha llegado hasta este punto, es por alguna razón. Créalo. Al acercarse una tormenta, mientras las otras aves buscan refugio, el águila la evita volando sobre ella. Así, en las tormentas de la vida, que nuestro espíritu se remonte. Por encima de las adversidades y obstáculos. Por encima de quienes quieran dañarnos o detenernos. Y por encima de nuestros temores y nuestro pasado.

Velkan lo miró en silencio unos instantes.

-¿Cuál es la mejor dirección para recorrer este parque?

En ese momento, un águila de blanca cabeza se deslizó sobre ellos, muy por encima de las puntas de aquellas verdes lanzas, dirigiéndose hacia el este.

Sonriendo, el montañés la señaló.

-Ahí la tiene. Por supuesto, ante todo, donde le indique su corazón, su espíritu. Abriéndose, con conciencia. Pero si llega a dudar o perderse –apuntó de nuevo hacia la ya casi invisible silueta volante-, sígala. No lo dude.

-Lo haré. Gracias por sus consejos.

-No ha sido mucho. Pero espero haberle sido útil. Usted también me ha enseñado algo. En esta vida, todo es aprendizaje. Cada día, cada cosa, cada persona, cada ser. Todo tiene su enseñanza. ¡Mucha suerte! Un largo camino los espera. Aunque veo que en algún momento usted seguirá sus propios pasos. Sé que no le faltarán guías –señaló hacia el cielo-; pero de todas maneras, cuídese, por favor. La Naturaleza tiene sus reglas. Es bella, generosa y también ruda. Y con mayor razón en una tierra como ésta.

Velkan asintió.

-Lo entiendo. Nos vemos, Señor de la montaña.

Tras subir el último pasajero, la jovial guía se aproximó junto a su recio amigo.

-Te veo luego, joven precioso –dijo, abrazándolo- ¿Cuándo vuelves a hacer el recorrido conmigo?

-El día menos pensado, pero más apropiado. Cuídalos –le indicó el vehículo-. En especial, a ese solitario caballero.

-¿El que hablaba contigo? ¿Algún problema con él?

-Su problema es que lleva una carga muy pesada –colocó un puño en su pecho.

-¿Y ha venido a soltarla aquí?

-Depende de él. Si lo decide. Es un hombre un tanto amargado, triste, cerrado; pero inteligente, noble. Con una gran lucha en su alma y su corazón. No ha llegado a este sitio por casualidad. Esta “tierra grande” sin duda va a ser muy propicia para que halle sus respuestas; y quizá su redención…

-¡Eustace Kalitka, estás muy filosófico! ¿Y de dónde es ese chico?

-Físicamente, de Nueva York. Pero su espíritu proviene de mucho más lejos…

Una vez iniciado el recorrido, la guía se dirigió al grupo a su cargo:

-Damas y caballeros, amigos. Estamos comenzando nuestro camino de 90 millas hasta el Parque Nacional Denali. En total serán unas cinco horas, más o menos. Por favor estén muy atentos, pues podrán ver varios de los animales que viven acá: alces, osos, cabras, linces, renos, lobos…

-Disculpe –intervino uno de los excursionistas, un desgarbado joven con diversos tatuajes-. ¿Qué tan grande es este parque en realidad?

-Buena pregunta, compañero. Son 24.585 kilómetros cuadrados. Seis millones de acres. Repartidos en tres zonas definidas: La parte más silvestre, la más protegida; donde no se permite la caza. Luego, el parque nacional como tal, aquí está permitida la caza de subsistencia. Y el Coto o preserva, donde se da la caza de subsistencia y la deportiva, con permiso.

-¿Qué es preserva? –preguntó la chica del grupo de excursionistas, delgada y de cabello plateado.

-Una preserva, o reserva nacional, indica las áreas protegidas que tienen características normalmente asociadas con los parques nacionales, pero en donde se permiten ciertas actividades no permitidas en estos: la caza pública, el trampeo, las explotaciones minerales, petrolíferas y de gas.

-Gracias, señora.

-Llámame Carmen. Señora de nadie, por el momento…

Todos rieron.

-¿Más preguntas?

-Usted dijo que por aquí hay lobos, osos –comentó otro excursionista, un individuo alto y muy delgado, de cabello largo-. ¿Podemos verlos desde acá, sin problema?

-Así es. En este lugar tenemos a los que les dicen “los cuatro grandes”: oso, alce, reno o caribú y lobo.

-¿Pero no representan un peligro para nosotros, verdad? –preguntó nerviosa la dama de mayor edad.

-Ninguno. No se preocupen. Acá estamos seguros. Todas las visitas son guiadas. Quienes hacen camping o excursionismo están protegidos, vigilados. Hay guardabosques, policía, personal del Servicio de Parques. El mayor peligro lo tendría tal vez alguien que transgreda las leyes, traspase los límites legales y de la Naturaleza y se aventure a hacer alguna locura. ¿De acuerdo?

Recostado en su asiento, Velkan meditó sobre esa particular advertencia. Y así su mente lo hizo reemprender el largo camino que lo había conducido hasta este sitio, este instante…

* * * * * * * * * * * * * * * * * * * *

En el Colegio Comunitario de Kingsborough, en Brooklyn, dentro de una de sus aulas se desarrollaba una presentación.

-Acá tienen distintos animales que se encuentran en riesgo de extinción: Rinocerontes, tiburones, leones, focas…

-Profesor –intervino un joven alto y delgado-, ¿qué es eso sobre el avión?

Se refería a una impactante imagen: una foto de un lobo muerto tirado encima del costado de una avioneta.

-Esta es una modalidad de caza que existe acá en nuestro país y en Canadá. Les disparan a los lobos desde una avioneta o helicóptero.

Se oyeron suspiros y lamentos entre los alumnos. Y al propio maestro se le había quebrado la voz al explicar aquello, lo cual le extrañó…

Cerca de un cuarto de hora después, al concluir la presentación, el profesor se dirigió a los jóvenes.

-Muy bien, ¿alguna pregunta o comentario?

Tras un momentáneo silencio, una chica morena, alta y esbelta levantó la mano. Él la señaló y ella leyó en forma pausada sus anotaciones.

-Me impactó mucho lo del cambio climático, la contaminación y la cacería de focas, elefantes, rinocerontes, tiburones, lobos y otros animales. También el maltrato que sufren los animales en los circos, espectáculos acuáticos y laboratorios, que puede ser muy cruel.

-Muy bien, Eloradana. ¿Alguien más tiene una idea, un aporte?

De nuevo, silencio por unos segundos. De pronto, habló un muchacho de origen latino, con gorra y chaqueta deportiva.

-Profesor, no escribí nada, pero hice un rap ecológico. ¿Quiere oírlo?

-¿En serio, Tato? –preguntó el profesor con gesto irónico.

El alegre chico comenzó a improvisar, cantando y agitando sus manos rítmicamente:

Parece que la gente solo quiere destruir.

Solo quiere cazar y el planeta ensuciar…

-¡Suficiente, suficiente! –exclamó algo molesto el maestro. Se oyeron algunas lamentaciones.

-Déjelo continuar –repuso una voz desde los últimos asientos-.

-No estamos en clase de canto –sentenció en tono grave-. Eso está bien para algún festival.

-Buena idea –convino una chica-. ¡Sí, hagámoslo!

Enseguida se formó un barullo en el aula.

-¡Por favor, por favor! ¡Presten atención! La Ecología es algo muy serio. Se supone que debería importarnos mucho, a todos.

-¿Por qué, profesor? –preguntó el “rapero”.

-Porque se trata de cuidar este planeta; de preocuparse por él. Vimos que Ecología significa “estudio de la casa” ¿Cuál casa…?

-La Tierra –respondieron varios-.

-Esa misma. Esta gran casa –dijo señalando su entorno en forma circular-. ¿Nos debe importar o no?

Por unos instantes, los alumnos enmudecieron, reflexionando la mayoría. De pronto, sonó el timbre del colegio indicando el fin de aquella hora de clase. La veintena de jóvenes abandonaron el salón, a excepción de dos chicas y un muchacho quienes se acercaron al escritorio.

-Profesor –expresó Eloradana con sinceridad-, gracias por hacernos entender y querer más a la Tierra.

-Sí, mi profesor –exclamó la otra chica, muy alta y delgada-. Usted explica muy bien, hace que nos preocupemos por el planeta.

-¿De verdad? –preguntó con asombro el docente- Me alegra saber eso. Gracias a ustedes, que sí prestaron atención y participaron.

-Hace… unos días –balbuceó el chico, moreno y de baja estatura, quien era especial- vi en la televisión que muchos animales están en peligro. Porque… los cazan mucho.

-Qué bien, Eric. Pues sí ¡Cuántos animales son cazados, en todo el mundo! Están golpeando duro a la Naturaleza.

-¿Por qué lo hacen? –preguntó Eric en un tono triste.

El maestro caviló por un momento.

-Porque… la vida parece no tener sentido para muchos. No les importan los animales, la Naturaleza, la Tierra. Creen que pueden hacer lo que quieran, sin medir el daño que puedan causar. Exterminan especies, alteran los ecosistemas, el ambiente. Algún día seguiremos hablando sobre esto. Ojala y sea cuando la gente haya tomado un poco de conciencia.

“¡Como si yo tuviera mucha! ¿Pero en verdad quién la tiene hoy?”

-¿Ya no nos volveremos a ver, profesor? –preguntó la muchacha alta- Creo que nos hacen falta otras clases sobre este tema.

-No lo sé. Quizá más adelante. Disculpen que haya tenido que adelantar el final de esta materia, pero en verdad debo hacer un largo viaje. ¡Bien, muchachos! –exclamó levantándose- Me despido. Cuídense.

-Adiós, profesor –dijo Eloradana-. Gracias. Vamos, Eric.

-Adiós –se despidió el chico, agitando su mano y saliendo junto a su compañera.

-Nos vemos, profesor –dijo la chica que quedaba-. En verdad, como dijo usted, todos debemos ser ecologistas. Nunca lo olvidaré.

-Bueno, yo tampoco los voy a olvidar, Brigit. Se los aseguro. Hasta pronto.

Ella se alejó. Antes de desaparecer, se volvió hacia él.

-Buena suerte en su recorrido. Que sea muy provechoso para usted y que regrese pronto. Cuídese, por favor…

Ya solo en el aula, el maestro meditó sobre aquellas palabras.

-Mi recorrido ¿Realmente valdrá la pena hacerlo…?

Allá en el Bajo Manhattan, el barrio de Tribeca, en los linderos con Soho, Velkan se dirigía a pie a la Avenida de las Américas. Llegó hasta un pequeño edificio de un tenue color ladrillo, en cuyo centro resaltaba vivamente un gran marco pintado en turquesa, con dibujos de diversas flores rojas, azules y amarillas. “El edificio más bello de todos, decorado por la mejor artista y maga”, afirmó como siempre que se hallaba ante esa obra. Cerca de diez minutos después, en una esquina cercana, divisó a una dama quien se acercaba caminando con lentitud, portando un bolso de tela de color crema con arabescos colgando de su hombro y una bolsa plástica mediana. Rápidamente se le acercó.

-Venerada maestra. El día se ilumina aún más con su presencia –expresó en tono ceremonial con una media reverencia y tomando la bolsa de ella.

-¿Y con tu luz no es suficiente? –repuso la dama mirándolo con recelo. Era de mediana estatura, robusta, de largo cabello suelto y encanecido. Lucía una muy vistosa túnica de estilo africano, morada con ribetes turquesa y a lo largo de su parte frontal la figura de un escudo tribal en forma de rostro desafiante.

-Yo soy solo un lucero, comparado con usted que es una supernova –dijo oprimiéndole afectuosamente el brazo.

-Porque no quieres dejar salir tu brillo.

Él no respondió. En ese mismo instante, tres hombres afroamericanos, jóvenes, dos de ellos delgados y el otro corpulento, se aproximaron a la pareja y saludaron efusivamente.

-¿Qué hay, Señora de las bellas imágenes? –exclamó uno de ellos extendiendo su brazo con la mano abierta.

“¿Y estos quiénes son? –se preguntó Velkan con cierto sobresalto- ¿Raperos o pandilleros? La Maestra atrae nuevos discípulos”.

Ella chocó su mano con la del muchacho.

-¿Cómo están, guerreros de la calle y del arte? –expresó correspondiendo a sus abrazos.

-Caminando bajo el arcoíris. Soñando con la luna y felices por la alegría de encontrarla a usted ahora.

-¡Guao! Qué gran poeta. Me enamoras. Chicos –dijo volviéndose hacia él-, mi gran amigo, discípulo y desafío viviente, Velkan. Estos ángeles de chocolate son RJ, Kevin y Súper Stu.

-Hey, bro –saludó RJ presentando su puño. Velkan lo imitó y los chocaron. Los otros dos muchachos lo saludaron de forma similar.

-Gran señora, espectacular como siempre –afirmó Súper Stu, el individuo fornido, observándola de arriba abajo-. Parece una auténtica hermana. Solo le falta tener la piel más oscurita.

-¡Ja, ja! ¡Júralo, socio! –exclamó Kevin- Pero en realidad no le hace falta. En su corazón y espíritu, es como nosotros.

-Bajo el cielo –sentenció la dama señalando hacia arriba- hay una sola familia. Graben mis palabras –levantó la palma de su mano como señal de énfasis y de despedida.

-¡Eso! ¡Puedes apostarlo, mujer! ¡Somos familia!

-Cuídese, mi señora –dijo RJ estrechando su brazo-. La esperamos en la exposición. Su amigo puede ir, ¿OK?

-¡Cuenten con eso, hermanitos! –expresó ella extendiéndoles ambas manos, con las palmas levantadas- Bendiciones.

Velkan levantó su mano hacia ellos.

-¿Exposición? –preguntó, mientras subían las escaleras del edificio- ¿Son artistas?

-En realidad son artistas de la calle. Grafitis, murales, es lo suyo. Pero algún pintor, ahí de donde son ellos, el Pequeño Senegal, Harlem, ha hecho varios cuadros inspirados en lo que hacen. Ambos estaremos en una muestra que se abrirá en una galería de ese lugar la próxima semana, el viernes. Y el mes entrante nos presentaremos en el Museo del Barrio, como parte de una exhibición de varios pintores y escultores. “Maestros de la Imaginación” se va a llamar.

-¿Esa en Harlem es la misma exposición de la que me habías hablado? ¿Solo será con pinturas de ustedes dos?

-Sí, pero junto con esos chicos hablando de su arte –de hecho son los que van a “decorar” la galería para esa ocasión-, además de otros jóvenes que se presentarán con sus poemas. ¡Cómo me agradaría que estuvieses ahí!

-Veo que será una velada cultural completa. Quisiera estar allí. Pero ya sabes lo de mi viaje.

Ella lo miró con suspicacia.

-Por supuesto. Tu viaje. Tu gran escape…

Dentro del apartamento de aquella artista, rebosante de colorido así como de obras pictóricas y esculturas suyas y de otros, junto a diversas antigüedades, adornos, máscaras y armas exóticas, ella y su visitante bebían sendas tazas de café. De pronto el hombre se fijó en un lienzo sobre una mesa, exhibiendo una bella y soberbia imagen angélica, con la gran firma en su esquina inferior derecha:

BELMANCINA

-Por fin lo terminaste –comentó sonriente-. Un ángel guerrero, de justicia. Es decir, una guerrera. Guerrera del cielo, amante de la tierra. Transición entre el deseo y lo etéreo. Entre la carne y el cosmos…

-¡Vaya, qué poético! ¿Entonces te gustó como quedó mi Reina de los Arcángeles?

-Espectacular y bello; como todos sus trabajos, gran maestra.

-Gracias, amado cachorro. Va incluido en mi próxima exhibición. Y a Gatúbela también le gusta –afirmó señalando a una esbelta gata negra que se acercaba a ellos, proveniente de la cocina.

-Ya lo creo. Ella se ha impregnado de tu arte. Es tu mejor crítica.

-Pues hasta ahora no lo ha orinado ni arañado. Sí le agrada entonces.

Se sentaron frente a frente.

-¿Así que también tienes amigos y colegas en Harlem?

-En cualquier sitio donde me hayan abierto las puertas para trabajar, para exponer y expresar mis creaciones.

-Es que tú te lo mereces. Como persona y como artista. ¿Y sí te tratan bien allá esos hermanos?

-Nunca lo dudes. Estos muchachones que viste, y otros cuantos, son mis “ángeles de chocolate”. Puede que sean raperos, ¿cuál es el problema? Y quizá formen parte de alguna pandilla, pero no me preocupa. Me respetan, me cuidan, me atienden de lo mejor, comparten conmigo su pobreza material y su gran riqueza espiritual y me permiten compartir con ellos mi arte, mis obras, mis sueños. Y del mismo modo, ayudarlos a realizar sus sueños e impulsar sus vidas. A darles sentido a través del arte, no importa la manera en que lo expresen.

“Upss… Me leyó la mente, como siempre. No puedo ocultarle nada”.

-Me alegro. Brindo por tu éxito –dijo muy serio, levantando su taza-. En esta exposición y en las futuras, que seguro serán muchas.

La dama alzó su taza.

-Y yo brindo por el éxito de tu viaje ¿Estás listo para iniciarlo?

-Eso creo. Dispuesto a emprenderlo, si Dios lo permite.

-No veo por qué te lo vaya a impedir. Solo que en verdad no te conviniera. Él es quien mejor lo puede decir.

Luego de unos minutos de silencio, ella retomó la palabra.

-Velkan, ¿estás claro, seguro de este paso? ¿De su propósito, de lo que esperas de esto?

-Usted sabe que sí.

-¡No, no! Nada sé yo en realidad. Tú dímelo.

Él suspiró.

-Amiga, necesito salir, hacia un lugar diferente, especial. Tomar otro camino, probar otra alternativa, cambiar de panorama.

-¿Cambiar de panorama o cambiar ?

-Bueno, de eso se trata. Un cambio radical.

-¡Ahhh, radical! –dijo ella con ironía- Y para conseguirlo, ¿tienes que ir tan lejos? Eres una persona culta. En esta ciudad tienes tantas opciones: el Broadway, el Teatro IMAX, el Radio City, todos los museos que existen acá, los paseos por el Central Park y Strawberry Fields… ¿Ya te cansaste de todo eso? ¿La Gran Manzana no es suficiente para ti? ¿Tus emociones, tu Ego te piden algo más…?

-Hay unas palabras de John Hope Franklin: “Debemos ir más allá de los libros, salir a los senderos y las inexploradas profundidades del desierto y viajar y explorar y contarle al mundo las glorias de nuestro viaje”. Bueno, yo no voy a un desierto pero es lo mismo.

-Hmmm… Tal vez tengas que “vivir un desierto”, para buscar y hallar el “oasis” escondido allí dentro –afirmó señalándolo- ¿Y qué glorias aspiras alcanzar?

Él lo pensó unos instantes y respondió:

-Libertad.

-¡Qué gran palabra! Aunque muchas veces mal entendida, distorsionada. Tu idea es imitar de alguna forma a ese muchacho, de quien tanto me has hablado, que hizo aquel recorrido por el desierto, por distintos sitios y terminó en Alaska ¿Cierto o falso?

-No se trata de imitarlo. Él recorrió una gran distancia, durante dos años. Yo no aspiro estar fuera tanto tiempo. Pero sí de algún modo seguir su ideal de libertad, de cambio, de no quedarse en lo mismo.

-Seguir su ideal –repitió con énfasis la artista-. Porque tú no tienes el tuyo, para seguir tu propio camino, ¿eh? ¿Y cuál era el “ideal de libertad” de ese chico… cómo se llamaba?

-Chris Mc Candless. Pues te leo esto –revisó su maletín y extrajo unas notas, procediendo a leer una de estas-: “Son demasiadas las personas que se sienten infelices y que no toman la iniciativa de cambiar su situación porque se las ha condicionado para que acepten una vida basada en la estabilidad, las convenciones y el conformismo. El núcleo esencial del alma humana es la pasión por la aventura. La dicha de vivir proviene de nuestros encuentros con experiencias nuevas; y de ahí que no haya mayor dicha que vivir con unos horizontes que cambian sin cesar, con un sol que es nuevo y distinto cada día”.

-Interesante. En cierto modo lo entiendo y estoy de acuerdo. Vivir experiencias nuevas es algo muy positivo, motivante y necesario. Aunque el Sol no es distinto, es único. Aparece cada mañana cumpliendo la misión que tiene en el Universo, permitiéndonos vivir cada día como algo nuevo, un nuevo ciclo. De eso se trata. Cerrar y abrir ciclos. Abrirnos a lo nuevo, al cambio. Para tener una auténtica libertad. No eres libre porque puedas hacer lo que quieras. Eres libre de verdad cuando expresas lo que eres.

-Cuando vencemos el miedo –afirmó él-. A los cambios, a ser nosotros mismos.

-¡Y lo dices tú! ¡Justamente hablando de cambios, de miedo! Muchas veces, en el fondo es nuestra propia luz la que nos atemoriza. Tenemos temor a ser auténticos, a sacar y mostrar lo mejor de cada uno. En la vida realmente no hay cosas a las que se les deba temer. Solo hay que conocerlas y comprenderlas. Lo desconocido causa temor, no hay duda. Debemos descubrir, indagar, abrirnos a lo nuevo, a las posibilidades. Fíjate –señaló sus pinturas-. ¿Sabes quién fue Vassily Kandinsky, no?

-Claro. Colega tuyo. El creador del arte abstracto.

-¿Y sabes cómo lo creó?

-Supongo que tras ocurrírsele algo loco, original.

-En una ocasión que había salido de su estudio, su taller, alguien, porque estaba limpiando o por bromear, volteó uno de sus cuadros –dijo girando su mano-. Cuando regresó, observó eso… y de esta manera nació el arte abstracto.

-Qué increíble. Una “serendipia”; un descubrimiento afortunado, que se da a veces cuando se está buscando otra cosa.

-Llámalo como quieras. Excepto “casualidad”.

-¿Entonces esa fue su conexión, su portal?

-Para convertirse en alguien nuevo. En un creador. Yo empecé haciendo caricaturas y retratos en Central Park. Cuando somos creadores, aunque sea de algo pequeño, podemos sentirnos de verdad libres.

La dama bebió un sorbo de café y prosiguió.

-En cada viaje, se abre algún portal. En este mundo somos viajeros que vamos al encuentro de nosotros mismos. Dicen que lo importante no es el destino, sino el viaje como tal. Tú puedes recorrer el mundo, ir tan lejos como te sea posible. Y al final, inevitablemente tendrás que volver a ti. Si quieres saber a dónde vas, descubre de qué estás huyendo. Huir no es libertad. Donde quiera que vayas, lo que llevas dentro de ti siempre te seguirá.

-Sin importar lo que uno escoja, así será, ¿cierto?

-Mi descarriado aprendiz: lo más sagrado que tenemos es la posibilidad de elegir. Ahí empieza todo. En un Universo infinito donde todo coexiste simultáneamente, toda pregunta, rara vez tiene una sola respuesta. Existen múltiples opciones. Tú eliges la historia que quieres vivir. Vívela con valentía; con pasión, pero con conciencia. Como un auténtico guerrero. Que no renuncia a aquello que ama, y encuentra el amor en lo que hace. Que lucha consigo mismo, como su principal adversario; y eso es lo que realmente lo hace valer.

-Mi más grande adversario es el que veo en el espejo cada día…

-El más difícil de vencer. Hay que transformarlo en nuestro mejor aliado. Nuestro mejor amigo.

-Yo no he sido precisamente mi mejor amigo –dijo Velkan con abatimiento-. Ni el de otros.

-¿Lo reconoces? ¡Pero no te quedes ahí! Descarga tu pasado. No te tortures pensando en lo que no pudo ser, en lo que no has podido tener, las cosas no tan buenas que hayas hecho, o las buenas que dejaste de hacer. Recuerda que las estrellas no brillan si no es en la oscuridad. Vence a tu enemigo interior, tus demonios, tu negatividad, tu amargura, tus temores, y ningún enemigo externo podrá dañarte. No olvides que un solo pensamiento negativo puede ser tu peor enemigo. Pero igualmente los demonios, externos e internos, son maestros ¡Y quizá de los mejores! Porque nos sacuden, nos hacen despertar. Y si logramos controlarlos, superarlos, podrían convertirse en nuestros aliados. Se trata de abrirnos, en mente y corazón, hacia los demás, hacia el mundo. Tratar de andar, vibrar siempre en una onda positiva. Algo que cuesta tanto a veces. Dejar de aislarnos, de ser islas o témpanos.

-Salir de “la matrix”…

-Asimismo, muchacho cuántico. La sociedad actual se ha vuelto una “fábrica de solitarios”. De autómatas, zombis. Deberíamos buscar cualquier excusa para ser útiles, serviciales, a todos quienes lo necesiten. Siempre, mi amigo, en cualquier momento y lugar vas a conseguir un anciano, un niño, un enfermo, un necesitado. No hay escape. Recuerda la historia de Buda. Los encuentros que tuvo, con la pobreza, la enfermedad y la muerte, que lo sacaron de su comodidad, de la ilusión en la cual vivía, para cambiar, transformarse en todo su Ser. Deshiela tu corazón. Respira paz; exhala amor… “Amor” es solo una palabra, hasta que alguien nos hace darle significado. Deja que el amor sea el elixir que despierte y mueva tu espíritu y alma. Amar de verdad a alguien es ver la cara de Dios. Debemos amar a todos. ¡A todos! Darle aunque sea un poco de felicidad a alguien. Alegrarle el día, hacerle sentir que vale. Para cada persona que tratemos, que encontremos, debemos procurar ser un buen recuerdo. Incluso podemos ser un ángel para alguien que lo espere, lo necesite; para sanarse, para que lo escuchen, para que lo salven.

-De verdad es difícil entender el amor.

-No lo entiendas ¡Siéntelo! Tú no “entiendes” que amas a alguien. Lo sientes. Cuando el amor se apodera de tu ser. Por completo. Como una fuerza, una energía inmensa que te mueve, te estremece, te eleva. La energía más poderosa del Universo, que se conecta con todos los seres vivos, los respeta y se compadece de ellos, de toda vida, aun cuando la mente se empeñe en crear la ilusión de “separación”. No vivas aislado, indiferente todo el tiempo. Es absurdo, inútil.

-¡Es que nos da tanto miedo amar!

-Muy cierto, sin duda. La gente podrá hacer cualquier cosa, no importa cuán absurda, con el fin de evitar enfrentar su propia alma. Y enfrentar sus temores. El miedo puede ser nuestra mayor discapacidad, paralizándonos totalmente.

-¿Cuál es la mejor forma de vencerlo?

-¿No hemos hablado sobre eso, aprendiz? Enfrentándolo. Estando despiertos, conscientes. Cambia tu mente, tu conciencia, y tu mundo cambiará. Nadie más puede cambiar nuestro mundo, porque está en nosotros, vive en nosotros.

Velkan asintió. Miró el antiguo reloj de pared frente a ellos y se levantó.

-Me despido, mi señora. Tengo diligencias pendientes, debo terminar de preparar el viaje.

La excéntrica dama entonó el “himno” a la Gran Manzana del “Gran Frankie”:

Comiencen a esparcir la noticia: estoy saliendo hoy. Quiero ser parte de ella. Nueva York, Nueva York… ¿Tienes tu boleto? ¿Cuándo te vas al fin?

-Mañana, a primera hora es el vuelo. En La Guardia. ¿Realmente no te opones a que me vaya?

-¿Por qué? ¡Al contrario! No te detengas. Que esos “zapatos vagabundos” te lleven por buenos destinos. Para alcanzar algo que nunca has tenido, tendrás que hacer algo que nunca has hecho. Ir a un sitio en el que nunca has estado. De vez en cuando es válido salirse del camino que seguimos normalmente, muchas veces obligados, por conveniencia o miedo, para encontrar nuestro propio camino, el que de verdad es el nuestro. Sin importar si los demás no lo entienden. Solo debe tener sentido para ti. Quizá lo halles allá, adentrándote en un bosque. Así encontrarás cosas que nunca habías visto. Y quizá encuentres tu sanación, con el sonido del viento en los árboles, el canto melódico de las aves, el murmullo tranquilizador del canto de las ranas y los grillos. Es una música que te ayudará a elevarte. Y cuando entres en la niebla, aprovéchala, siéntela, pon atención y descubre lo que ella oculta. Sin temor. La niebla es como la felicidad: cuando estamos dentro de ella no la vemos.

“¿Cuándo entre en la niebla?” –se preguntó intrigado.

-Como dice esa canción de Sinatra, sé parte de ella. Del sitio donde vas. Sé parte de todo… Recuerda siempre: Todos sabemos algo y todos ignoramos algo. Igualmente todos enseñamos a todos y todos aprendemos de todos. El que aprende debe escuchar, observar, esperar… y la respuesta llegará sola. Y si de verdad pones atención, cada cosa, cada persona, cada ser, serán tus maestros. Todo lo que sorprende, enseña. Y siente, ve la magia que puede haber frente a ti. Y dentro de ti. Todo es mejor con un poco de magia…

-Dios y la vida nos sorprenden a cada instante… Muchas gracias por tan valiosos consejos.

-Disfruta y aprovecha los lugares a donde vas. Cada paisaje. Mira que la Naturaleza es el arte de Dios. Y en algún momento especial, baila –dijo ella moviéndose rítmicamente, emulando una danza ancestral-. Para agradecer a la Diosa, a la vida. El baile es una forma de orar.

-Como lo hacen los Hare Krishna…

-Como lo han hecho muchas religiones, cultos, pueblos, en cualquier época y lugar, desde que existe la humanidad.

-Ya veo… ¿Me prestas tu escoba atómica, para llegar un poco más rápido? –preguntó con burlona sonrisa.

-¡NO! Porque me la dañas. Te presto uno de mis hechizos, para que desaparezcas –chasqueó sus dedos-. ¡Esfúmate ya, cachorro!

Él se fijó en los dijes que pendían del cuello de su amiga: un “Ojo turco” y un ANKH o cruz egipcia, y los señaló.

-¿Tampoco me prestas uno de tus poderosos amuletos?

-El mejor amuleto lo llevas dentro de ti: tu fe. Tu propia magia.

En ese momento, la oscura felina maulló, restregándose en una pierna de él.

-También se despide. Adiós, Gatúbela –dijo él acariciando su cabeza-. Cuídala –le señaló a la dama.

De pronto, fijó su mirada en la resaltante pintura de una exuberante y enigmática mujer, vestida con túnica violeta y portando una antorcha, bajo un cielo estrellado y una gran medialuna. Sentados a sus pies, se hallaban un par de rojizos perros vigilando en direcciones opuestas.

-Esta es… -hizo un esfuerzo por recordar.

-Hékate. La Loba. Diosa de la magia, reina de las hechiceras, protectora de los caminos y encrucijadas y en el Inframundo. Señora de la niebla. Le están consagrados los perros, los lobos, las yeguas.

-Sí. He leído sobre Ella. Asusta un poco y al mismo tiempo atrae.

-Pídele guía y protección cuando estés ante un camino nuevo, desconocido. Y para que la magia obre a tu favor y no te permita caer en locura y desesperación. Y para que cambies, te transformes para bien. Magia significa eso, más que trucos o ilusiones. Es transformar, y transformarse. En algo, alguien mejor, nuevo.

Al salir del edificio, Velkan posó su mano sobre el hombro de su amiga.

-Nos vemos, sabia maestra. Bendígame, por favor.

-El Universo te bendice a cada instante. Y tienes la bendición de tus ancestros –lo apuntó con un dedo-… Que te vaya muy bien, escudero. Buena pelea –dijo levantando una mano en forma de garra. Y recuerda siempre: eres maestro de lo que has vivido, artesano de lo que estás viviendo y aprendiz de lo que vas a vivir.

Velkan la vio desaparecer dentro de su “palacio”, anhelando volver a verla pronto y meditando sobre esos mensajes e instrucciones.

Mientras él se alejaba, su “maestra” lo observaba a través de una ventana, con nostalgia y compasión. Sentada a su lado, su felina compañera emitió un agudo maullido.

-No, mi Gatu. No podemos acompañarlo. Adonde él va, no duraríamos mucho. Además, tiene que encarar su propia experiencia. Su decisión. Aunque en realidad no le tocará hacerlo solo… –afirmó, reflexionando y visualizando- ¡Dios mío, Madre bella!, les ruego cuiden a ese loco viajero y lo guíen por su camino y el destino que le corresponde afrontar –oró, y exhaló un gran suspiro-. Pero sin la locura no existirían… ¡existiríamos! los soñadores, para cambiar el mundo.

* * * * * * * * * * * * * * * * * *

En uno de los campamentos del parque Denali, seleccionado y acordado para el desarrollo de aquel “camporee” –o campamento de verano- de las distintas agrupaciones scouts de Alaska durante ese fin de semana, entre viernes y domingo, los recién llegados jóvenes empezaban a integrarse en la variada programación de actividades: juegos, deportes, simulacros, canciones y rituales. En tanto los principales directivos y líderes verificaban las normativas, lineamientos y estrategias que conformarían la gran reunión.

-¿Qué le parece este sitio, coronel? –preguntó un supervisor- ¿Está conforme?

-Afirmativo, Rogers –respondió el Scoutmaster Urner, observando atento el frondoso escenario-. Se ve muy adecuado. Nunca había estado en esta parte de Alaska. Así que Campamento Río Salvaje. Uno de los tantos de este parque Denali, ¿eh?

-Correcto, señor. Perfectamente acondicionado para un evento como el nuestro. Y por supuesto, hay coordinación y colaboración plena de las autoridades del parque, la policía, el Servicio Forestal y el Servicio de Parques Nacionales. ¡Ah! Y también, muy conveniente, claro está, tenemos la presencia de paramédicos y de la Cruz Roja.

-Excelente. Confío en ustedes. Confiamos en ustedes. En su disciplina, pulcritud y eficiencia.

-Gracias, señor. Solo seguimos el ejemplo de los grandes líderes –afirmó señalándolo con su mano extendida.

-Todos debemos serlo. ¡Todos! Niños, jóvenes, veteranos. Cada uno debe convertirse en un auténtico líder. En su propia vida, en su entorno. En todo momento, sea cual sea nuestra función o trabajo. Y asimismo ser formadores de líderes. Para crear conciencia.

-Que así se cumpla, coronel –expresó Rogers haciendo la seña scout de los tres dedos unidos-. Ahora por favor, le ruego nos acompañe a inspeccionar y a compartir buenos momentos y enseñanzas con este gran ejército.

En un merendero del campamento, conformado por rústicas y recias mesas, algunos niños y niñas scout disfrutaban de un momento de descanso, con un refrigerio. En una de dichas mesas, Randy, Charlie y Gianpiero consumían sus respectivos sándwiches. De pronto, Gianpiero acercó su cabeza a los otros dos.

-¿Ven lo mismo que yo, ahí al lado? –susurró en forma maliciosa-. Tu novia Mozzarella–señaló a Randy.

Sus compañeros se volvieron hacia donde les indicaba y descubrieron a Juliette en medio de otras tres pequeñas, junto a sus dos guías.

-¡Esa boba no es mi novia! –refutó molesto Randy. Sus dos amigos rieron.

De manera solapada –como era su costumbre-, el irritante niño arrojó un menudo trozo de emparedado hacia aquella mesa, haciendo blanco en su objetivo…

Sobresaltada, la pequeña miró en distintas direcciones y logró divisar a su ya habitual y desvergonzado “némesis”, quien junto a Gianpiero disimuladamente volvían sus rostros, conteniendo sus risas.

-¿Qué sucede, Juliette? –preguntó inquieta la líder del grupo- ¿Te arrojaron algo?

La atribulada pequeña los señaló y respondió en un triste tono.

-Fue Randy. Siempre es él –afirmó entre sollozos-.

-¡No le hagas caso! –repuso con firmeza la mujer- Es un malcriado; no merece que le presten atención. Se ve que en su casa no le ponen cuidado. Voy a hablar con su líder de grupo ¡Y el Scoutmaster está aquí también! No te preocupes –palmeó suavemente el hombro de la niña.

Sin bastarle con aquello, Randy se enfocaba ahora en los ocupantes de otra mesa.

-Miren esa enanita –dijo divertido, señalando a una chica joven, rubia y de muy pequeña talla sentada allí, bebiendo café junto a un acompañante, de edad madura, baja estatura y delgado, con anteojos.

Sus compañeros la observaron.

-¿Está aquí también para el camporee? –preguntó Gianpiero con sarcasmo- Ella es de los “lobatos recién nacidos”.

Los dos soltaron una carcajada. La pequeña mujer se dio cuenta y su semblante se tornó grave.

-Y ese que está con ella tampoco es muy alto –señaló Gianpiero-. Son novios.

-Sí –convino Randy, sonriente-. Es un enano cuatro ojos.

De nuevo, los descarados muchachos rieron, aumentando la incomodidad de aquella pareja.

-No se metan con ellos, ¡por favor! –advirtió Charlie- Ustedes no saben respetar.

Como si nada hubiese escuchado, Randy tomó una servilleta y la volvió una pelota. Fijándose en que no lo estuvieran mirando, la arrojó con un muy veloz movimiento hacia esa mesa, acertando la cabeza de la chica.

-¡Hey, cuidado! –imploró alarmado Charlie, llevándose las manos a la cara.

El caballero allí sentado golpeó la mesa y se levantó indignado.

-Déjalos -rogó la menuda mujer, tomando su brazo-. No tiene caso, son unos niñitos.

No obstante, se dirigió hacia ellos.

-¡Qué buenos disfraces tienen! –exclamó con ironía- Los felicito.

Los sorprendidos niños enmudecieron unos instantes.

-No… No son disfraces –refutó nerviosamente Gianpiero-. Somos boy scouts.

-¿En serio? ¿Y por qué no lo demuestran?

Durante unos segundos, el hombre se quedó viéndolos en silencio. Movió su cabeza en forma negativa, con un gesto de decepción, y regresó a su mesa.

-¿Se fijan? –indicó molesto Charlie- Por culpa de la idiotez de ustedes.

-¡Ese tonto no nos da miedo! –exclamó Gianpiero- Seguro que le ganamos.

-Sí, seguro. Nos ganaremos unos golpes, un tremendo regaño o que nos expulsen ¡Ya vámonos de aquí! –ordenó Charlie con apremio, levantándose.

Randy, quien no había dejado de mirar aquella pareja, no se movió. Sintió una repentina y extraña mezcla de vergüenza, temor y desconcierto. Entonces, una súbita brisa, como proveniente de los enormes árboles que los circundaban, le llegó de golpe, envolviéndolo y empujándolo a levantarse de allí…

El coronel Urner dialogaba con líderes de tropas y manadas alrededor de una mesa, verificando la agenda de aquel evento. De repente, llegaron ante ellos dos damas dirigentes, una de edad madura y la otra una joven de 16 años.

-Con su permiso –dijo la mujer mayor-. Perdone la interrupción, Scoutmaster pero venimos a notificar un problema que en realidad estamos teniendo desde hace tiempo y por lo visto nos ha seguido hasta acá. Y tiene que ver con usted y su grupo, scouter Houk –se dirigió a éste, quien se encontraba entre los presentes y asumió un gesto de asombro.

-Buen día, hermana –la saludó Urner colocando una mano en su hombro-. Usted es…

-Edith Gordon. Líder de tropa. Ella es la senior Mira Low. Somos de Fairbanks. Un honor estar ante usted, aunque lamento no sea por muy buenos motivos en este momento.

Senior era un nivel superior en la jerarquía de las Girl Scouts.

-¿Qué sucede, qué problema tienen?

-Se trata precisamente, señor, de un verdadero “problema viviente”. Un niño terrible, quien constantemente está causando perturbaciones.

-¿De qué tipo? ¿Qué tan terrible es?

-Molesta a otros niños, todo el tiempo. Se burla de ellos, les pone apodos, les arroja cosas, les esconde sus pertenencias, les quita su comida… Hace rato lo hizo con una pobre niña que es especial, a quien él siempre fastidia. Por su culpa ella anda con frecuencia triste, deprimida. Y de paso, él agredió también a una pareja de visitantes, ajenos a nosotros. ¡Es una vergüenza!

-¡Vaya, pues! –exclamó Urner- ¿Y quién es esa “maravilla”?

-Se llama Randy. Es de su grupo –señaló a Houk, quien miró atribulado al Scoutmaster y asintió.

-Es cierto, coronel. Pertenece a mi manada. Tropa 38, de la Logia Tontuk.

-Sí, claro. De Fairbanks, el Consejo de Medianoche ¿Y por qué actúa así ese niño? ¿Cuánto tiempo lleva con usted, en los scouts?

-Desde el año pasado. Es una historia larga. Viene de un hogar muy complicado…

-Qué novedad. ¿Se imagina cuántos de nuestros muchachos tienen esos orígenes? ¿Para qué y para quiénes se creó esta organización? ¿No ha podido usted con él? ¿Acaso es el Demonio de Tasmania, el hijo de Darth Vader o algo similar?

-Algo peor, coronel –respondió Houk irritado y avergonzado-. Algo peor.

El alto dirigente se fijó en el abatido semblante del scouter.

-Búsquelo –le ordenó en un tono sosegado.

* * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *

Luego de aproximadamente tres horas de viaje a través de la sinuosa carretera que serpenteaba entre aquella verde exuberancia, el autobús de Kantishna se detuvo en un lugar formado por un conjunto de pequeñas cabañas de un amarillo brillante con amplios techos metálicos, en cuyo frente estaban aparcados dos buses similares, uno verde y el otro beige.

-Hemos llegado a la Parada de Teklanika –anunció la guía-, en la milla 30 de esta vía. Estaremos acá entre 20 minutos y media hora. Pueden ir al sanitario, refrescarse, comer y observar el precioso río que tenemos ante nosotros.

Los siete viajeros se dispersaron entre aquellas cabañas, añadiéndose a los demás visitantes que ahí se encontraban. Tras beber un poco de agua de la botella que llevaba consigo, Velkan ubicó los sanitarios y se dirigió a ellos. Luego, al salir, se acercó a un mirador, protegido por una extensa baranda de hierro, desde donde se podía contemplar un ancho río cuya corriente tenía un tono grisáceo, que discurría entre contornos de tierra blancuzca y gris.

Recordando a Eustace, Carmen se aproximó al viajero solitario.

-¿Disfrutando el paisaje? –preguntó sonriente, recostándose a la baranda.

-Ciertamente. No había visto un río como este. Con esas aguas grises.

-Es por los sedimentos que arrastra desde la cordillera, los glaciares que existen allí. Así se ven prácticamente todos los ríos en este lugar.

-Cierto, hay glaciares acá, en estas montañas ¡Quién pudiese verlos!

-Están ahí, alrededor del gran Denali, rindiéndole homenaje.

-Denali. Se refiere al monte Mc Kinley, ¿verdad?

-Ahora es solamente Denali –reafirmó con satisfacción.

-¿Ese nombre es indígena, nativo?

-¡Correcto, caballero! Lengua atabasca. “El Grande”. El rey de esta “Tierra grande”, que es lo que significa “Alaska”. ¿Sabía eso?

-Sí, ya lo había leído –comentó, observando aquellos níveos macizos en la distancia, sobre todo al que más sobresalía-. Sin duda es una montaña especial. Parece que esos nombres les quedan muy bien. Aquí todo es enorme, inmenso…

-En todo sentido: El estado más grande en los Estados Unidos, con la montaña más alta de América del Norte y la segunda de toda América. Tiene más glaciares que personas; la costa más larga en el país, así como la mayor cantidad de parques nacionales.

-Es como un país diferente, un territorio muy aparte.

-O un mundo diferente. Aislado, único. Así es para nosotros quienes nacimos y vivimos aquí. E igual debe ser en cierto modo para muchos de los que provienen del “bajo 48” o de más allá.

-Entiendo. Escuche Carmen, disculpe… No sé bien cómo decirlo, espero me comprenda.

-¿Qué sucede? Tranquilo que lo escucho, si tiene algún problema.

-El problema es… que aquí me separo de ustedes.

La guía lo observó con extrañeza pero al punto recordó de nuevo las palabras de su amigo montañés.

-¿Qué tiene en mente?

-Explorar. Salir a observar, apreciar mejor este ambiente, la naturaleza -respiró profundo-. Se trata de despejar la mente, oxigenarme en un sitio diferente, como este. ¿Me comprende?

-Claro. Para eso justamente es que vienen acá, si no todos, la mayoría de gente. Para relajarse, cambiar de ambiente, para “oxigenarse”, como usted bien lo dice. Buscando tranquilidad y al mismo tiempo aventuras, nuevas emociones. Estamos de acuerdo ¡Pero…! Hay que hacerlo con cuidado; con prudencia. Esto es hermoso, imponente. Y asimismo es agreste, duro. Es “naturaleza salvaje”. No es la televisión, sino en vivo y directo. Aquí muchas personas se han perdido. No es por asustarlo, es la realidad. Como ve, son unos bosques extensos, que parecen sin fin, con su gran belleza y con sus peligros. Lo que les dije en el autobús: Hay osos, lobos, alces. No son unos monstruos pero sí pueden atacar personas. En especial los osos; los grizzlies o pardos sobre todo, pueden ser muy peligrosos. Han matado e incluso alguna vez devorado a alguien.

-No lo dudo. He leído y visto videos, documentales. Igual los lobos son de cuidado, ¿cierto?

-Pues ciertamente que lo son, por ser carnívoros, depredadores. Sin embargo es más lo que se ha exagerado o distorsionado sobre ellos. Normalmente nos evitan. Y de todas maneras, cada vez son más raros en este sitio. Los han cazado tanto, casi los han exterminado. Como si fueran una plaga. Incluso la ley no los favorece.

-Así les pasa a muchos animales hoy, en todo el mundo. Sé sobre eso, doy clases de Ecología.

-¡Vaya, qué bien! Un ecologista. Alguien con conciencia.

-Conciencia –dijo Velkan reflexionando-. Desearía tenerla realmente.

-En este lugar, debemos tenerla. Ya sea como residentes, trabajadores, visitantes, turistas, aventureros. Para entrar y permanecer acá, tiene que ser con plena conciencia. Respetar todo lo que encontremos, lo que veamos y con lo que tengamos contacto. Los árboles, animales, ríos, montañas… No es un parque de atracciones ni un zoológico, es algo completamente natural, con siglos y siglos de existencia. Y merece total respeto.

-Estoy de acuerdo. Es naturaleza auténtica. Por supuesto que se debe respetar, sin duda. Nos importa a todos… Por favor, ¿qué me aconseja? ¿Cuál ruta sería mejor seguir?

Ella lo pensó por un instante.

-¿Cuánto tiempo tiene planeado quedarse?

-Dos o tres días.

-Piénselo con cuidado, mi amigo. No es lo mismo una excursión durante unas horas que acampar por uno o más días. ¿Tiene suficientes provisiones?, ¿está realmente preparado para esto?

-Tengo comida, agua, utensilios básicos. Sé cómo hacer fuego…

-Profesor, no dudo que usted sea un hombre razonable, con la cabeza bien puesta. Pero sin embargo, sea muy cuidadoso en cada paso que dé. Le recomiendo no se aleje mucho; no se adentre tanto en el bosque. Esté moviéndose –chasqueó sus dedos-, constantemente, siempre alerta, observando. Procure seguir la carretera, o los senderos que están marcados. Si va a acampar, ubíquese en un sitio adecuado. O mejor trate de localizar alguna cabaña, por ahí existen varias, para pasar la noche, si es que no piensa quedarse en alguno de los campamentos del parque, lo cual sería preferible. Mucho cuidado sobre todo con los animales grandes, los que ya le he mencionado. Allí, en lo salvaje, no somos más que intrusos u otra presa. Aunque algunos actúen como cazadores, destructores. Discúlpeme.

-¡No, no! Todo lo contrario, perdóneme usted si le causo molestias. Y muchas gracias por tan valiosos consejos. Los tendré muy en cuenta, lo prometo.

La guía asintió. Miró su reloj.

-Bien, suficiente tiempo de descanso. Entonces, ¿me sigue o se queda definitivamente?

Velkan suspiró, mirando el inconmensurable e imponente escenario que parecía invitarlo a integrarse con él.

-Me quedo. Siento que debo hacerlo. Para eso vine de tan lejos. Ya estoy aquí. Afrontaré esto.

-Si es su decisión, la mejor de las suertes. Que tenga un viaje tranquilo, seguro y que llegue a feliz término.

-Gracias, Carmen. Es usted una buena guía. Espero verla otra vez.

-Depende de usted, profesor –afirmó viéndolo a los ojos-. Del destino que elija. Cuídese, se lo ruego. A cada paso, cada momento.

-Así lo haré.

Ella se dirigió hacia la salida de aquel lugar, muy preocupada. “¿Por qué no lo detengo? ¿Por qué voy a dejar que prosiga solo? Por lo que dijo Eustace. Él lo sabe mejor. Si este chico vino de tan lejos, es por una buena razón. Pues que vaya al encuentro con su destino. Pero que sea prudente y que el Señor lo acompañe”.

Velkan permanecía en el mirador, oteando el colosal panorama, como escogiendo la dirección hacia la cual se lanzaría en el inicio de su solitaria aventura por las vastas tierras salvajes de Alaska. De repente, se acordó de cierta frase que leyera en algún poemario:

“Y salgo al bosque, porque si no salgo, jamás ocurrirá nada y mi vida jamás empezará”

Tras andar cerca de una milla bordeando la gran carretera que atravesaba el parque, Velkan llegó hasta un sitio cuyo nombre pudo visualizar en un notable aviso hecho de madera: CAMPAMENTO TEKLANIKA. Se encaminó hacia un conjunto de cabañas allí ubicadas. Pero antes, observó algo que lo hizo detenerse: un tótem nativo, erguido en forma solemne precediendo el acceso a ese lugar. Vistoso, colorido, lo componían figuras superpuestas de un ser humano, un oso, un lobo y un águila, rematado en su cúspide por la efigie de un ave, similar a un cuervo o una urraca, con sus alas desplegadas.

-Esto ya lo he visto –se dijo a sí mismo, rememorando-. Tantas veces, en imágenes, fotos. Y en algún sueño ¿Qué significa? ¿Acaso yo fui un indio en una vida anterior?

Apartó por el momento esos recuerdos y llegó hasta un kiosco de madera de forma circular, rodeado por cinco mesas rústicas, ahora vacías. Pidió un café y se sentó en una de ellas. Mientras sorbía lentamente la humeante y negra infusión, contempló el interminable verdor en el que se encontraba.

-¡Cómo le hubiese gustado a mamá estar aquí! –exclamó con nostalgia. Súbitamente sus reflexiones fueron interrumpidas por lo que parecía tratarse de un altercado, a unos metros de allí: tres hombres increpaban a un anciano, quien era un nativo americano. Le hablaban en forma severa y despectiva. En principio, el viajero no pensó en acercarse e intervenir. Pero “algo” dentro de sí lo impulsó a no quedarse allí impávido…

-¿Tienen algún problema con él? –preguntó en tono grave, colocándose junto al viejo indio.

-¿Qué pasa? –respondió uno de los tres individuos. Eran de rudo aspecto, dos de ellos gruesos, fornidos. Lucían como cazadores o leñadores- ¿Eres su pariente o trabajas aquí?

-Trabajo aquí –contestó Velkan-. Estoy… inspeccionando, soy un guía. ¿Qué sucede con este señor?

-¿Señor? –dijo con desprecio uno de los tipos fuertes- Este pobre indio es un donnadie. Un mendigo. Alguien que viene a pedir limosna, un vago. ¿Por qué no se queda en su maldita reserva?

Velkan observó al anciano, cuyo semblante reflejaba resignación y serenidad. Sintió una repentina compasión hacia él.

-¿Y qué les ha hecho? ¿Los ha molestado? Es una persona mayor. Merece consideración y respeto, supongo.

En ese instante, el viejo nativo percibió una visión, la cual le había llegado anteriormente en forma reiterada: tenía ante sí un bravo guerrero, con su rostro pintado para la batalla, blandiendo un hacha, un tomahawk, en actitud de proteger al bosque en el que se encontraba. Y ese guerrero se desdoblaba, se convertía en dos partes, dos seres…

Dirigió su mirada al cielo, agradecido.

-¡Bah! Quédate con este pobre indio –expresó con desdén uno de los sujetos, alto y corpulento, de abundante barba-. Tal vez puedas ponerlo a hacer algo útil.

-Estoy seguro que es posible –reafirmó Velkan-. Yo me encargo de él. Pueden irse tranquilos.

-¿Eres autoridad acá? –inquirió en forma agresiva aquel hombre- ¡Nos vamos cuando lo decidamos! ¿OK?

Irritado, Velkan iba a replicar pero sintió que sujetaban su brazo. Volvió su rostro y se encontró con una mirada ancestral y sabia, rogándole calma.

-Ya vámonos, Stan –intervino uno de sus acompañantes, también corpulento pero más bajo-. No hay porqué seguir aquí. Debemos prepararnos.

-Sí, nos están esperando –añadió el tercer hombre, alto y delgado-. No perdamos tiempo en lo que no vale la pena –dijo mirando al nativo y a su defensor.

El rudo trío empezó a alejarse.

-¡Gracias por su visita! –exclamó Velkan con sarcasmo.

En el acto, Stan se detuvo y dio media vuelta.

-¡Arriba del tuyo! –gritó con gran desprecio, mostrándole en forma vulgar su dedo medio. Luego reanudó su camino junto a los otros.

Velkan respiró profundo y se volvió hacia quien ahora le acompañaba: Se trataba de un hombre cercano a los 70 años, estatura media, cabello largo y blanco. Vestía un jean desteñido y camisa a cuadros verde.

-¿Está usted bien, señor?

-Sí, hijo. Esos hombres nada me hicieron a mí, sino a ellos mismos. Muchas gracias por tu valentía. Bueno eres. ¿Cuál es tu nombre?

-Velkan ¿Quiere agua?

-Un poco, gracias.

Bebió unos sorbos de la botella de agua mineral que le pasó el viajero, quien a su vez tomó un trago. Vio que el anciano nativo lo miraba fijamente, con una leve sonrisa. También él sonrió, extrañado ante aquel semblante ancestral.

-Vienes de muy lejos, ¿cierto? –afirmó el nativo.

-Así es, señor. Acá estoy explorando, conociendo nuevos lugares.

-Y conociéndote a ti mismo. Es el verdadero propósito de tu largo viaje. Estás aquí para liberar tu verdadero yo, y así poder enfrentar y entender bien tu misión en esta vida.

-Eso desearía, jefe.

-Prepárate para una gran experiencia. Más allá de lo que hayas vivido o hayas pensado que ibas a vivir.

-Oiga, ¿en verdad se encuentra bien? ¿Por qué lo molestaban esos idiotas? ¿Por maldad, simplemente?

-Por ignorantes. Inconscientes. Porque creen que son mejores que “un pobre y viejo indio”.

-Claro. Porque los pobres diablos son ellos.

-Antes de juzgar a alguien, camina tres lunas con sus mocasines. En realidad ellos, como muchos, han vivido en una gran ignorancia. En una oscuridad; que los ha llevado a despreciarnos. Como siempre lo han hecho con las Primeras Naciones. Irrespetando este suelo bendito. Nitassinan. «Nuestra tierra», en el idioma innu. Que nos quitaron, le pusieron precio y la han estado destruyendo.

-Entiendo. ¿Esa es su tribu?

-Yo tengo sangre, ancestros inuit y tlingit. Pero en realidad pertenezco a todas las tribus. Yo, tú, todos somos de una misma tribu, los hijos de la Maka Ina, la Madre Tierra, y Tunkasila, el Padre Universo. Y no podemos, no queremos comprenderlo ni aceptarlo. Nos peleamos y despreciamos, como si viviésemos en mundos distintos.

Velkan recordó aquella sonora frase de su “maestra pintora”: “Bajo el cielo, hay una sola familia”.

Vio un gran trozo de tronco cercano. Lo señaló y se sentaron sobre el mismo.

-Sinceramente, señor –dijo con tono grave-, uno debe reconocer que a ustedes, esas “primeras naciones” en estas tierras, se les hizo mucho daño. Los sacaron de sus territorios, para meterlos en esas absurdas “reservas”. Les mataron sus búfalos. Los acorralaron y llevaron a la guerra. De corazón, creo que fue muy injusto. Lo lamento, aunque sea muy tarde decirlo.

-Nunca es tarde para pronunciar una palabra en contra de la injusticia. Pero lo más triste, joven caminante, es que hoy, en el presente, seguimos teniendo problemas. Entre nosotros, en nuestras comunidades y reservas, hay alcoholismo, indigentes, racismo, desprecio por las mujeres. Muchas de nuestras familias están desamparadas, viviendo en malas condiciones, sin agua, sin electricidad. Un gran número de nuestros niños mueren; nuestra expectativa de vida es muy baja. Han asesinado hermanos y hermanas nativos. Y otros, en especial jóvenes, se han quitado la vida. Cuando desgarran a nuestros pueblos de nuestras tierras, se debilitan nuestros espíritus. Hay tribus al norte, en Canadá, a las que han sacado de su propia tierra para extraer petróleo, gas. Incluso en el Ártico quieren sacar petróleo, sin importar el gran daño que le hagan a la tierra y a todos los animales que hay allí. Están rompiendo nuestro suelo con ese “fracking” y sus grandes tuberías sin medir bien sus consecuencias. Nos han llamado salvajes, a cualquier tribu de aquí y del mundo. Pero “salvaje” no es quien vive en la Naturaleza, sino quien la destruye.

-Tiene razón. En verdad nosotros, los que nos preciamos de “civilizados”, somos quienes hemos sido salvajes muchas veces.

-La gente de hoy día, de las grandes ciudades, cree que por saber mucho, por su ciencia, por inventar muchas cosas, máquinas, armas, tiene derecho a dominar y destruir todo. Y solo se están haciendo daño a ellos mismos, cuando se lo hacen a la Madre Tierra.

–Sin duda. Lo sé. Soy profesor de Ecología. Los mayores progresos de la civilización pueden ser sus mayores amenazas.

El nativo lo miró fijamente.

-Hablas con sabiduría. Somos en esencia seres de gran corazón, amorosos y compasivos, ayudamos cuando tenemos oportunidad. Pero caemos en los prejuicios y las falsas apariencias, arrastrados por una educación incorrecta. “El sistema” nos está recordando constantemente que el amor es algo muy diferente, que el egoísmo es lo normal y que la sensibilidad es debilidad. Amigo, los hombres blancos, la gente de estos tiempos, se han olvidado de agradecer.

-“El sistema” –reflexionó Velkan-. La “matrix”…

-El haber nacido como seres humanos significa una responsabilidad, un deber sagrado: cuidar de todos los seres vivos. Todos somos parte de todos. Nacemos a la vida para querernos unos a otros y amar la Tierra. Pero los seres humanos han pretendido, han “aprendido” a dominar el medio ambiente antes que dominarse a sí mismos. Pero a pesar de la negligencia y la falta de conciencia del ser humano, la Naturaleza aún perdona y ofrece su conocimiento, su sabiduría, para los que de corazón estén dispuestos a observar, contemplar y aceptar. Y quien escucha de verdad a su corazón, podrá saber a qué ha venido a esta tierra, cuál es su propósito en ella. Pero cuando un hombre se aleja de la Naturaleza, su corazón se endurece. Y pierde su humanidad. La gente se ha refugiado más en lo material, en lo más moderno y novedoso, en un mundo virtual, dejando a un lado lo real, lo humano.

-Es como dijo una vez algún filósofo: la alta tecnología contra el “alto contacto”.

–Exacto. Si abrimos nuestros corazones a otras criaturas y nos permitimos simpatizar con ellas, con sus alegrías y luchas, veremos que tienen el poder de tocarnos y transformarnos. La gente habla hoy de Ecología y espiritualidad. Pues de verdad todos deberían “ecologizarse” y “espiritualizarse”. En especial los líderes y gobernantes, en todo el mundo, deberían ser moralistas, con auténticos valores y principios, amantes y defensores de la Naturaleza.

“¡Cuánta sabiduría y conciencia tiene él!” –reconoció en silencio Velkan.

-Escuche, jefe. No sé por qué, no soy como ustedes, por supuesto, provengo de una “nación” muy distinta. Sin embargo, yo he soñado, he tenido tal vez, como ustedes dirían, varias “visiones”. Relacionadas con –lo señaló- nativos; hombres y mujeres. Igualmente búfalos, águilas, lobos. Muy en especial lobos. También suelo verlos entre las nubes, con la forma de ellos. Incluso he visto, en sueños, una mujer india abrazando un bebé, y de algún modo, sentí que él era yo mismo ¿Y acaso ella era la que ustedes llaman… Mujer Bisonte Blanco?

El sabio indio asintió, sonriente.

-Es la Madre Tierra abrazándote… Hijo, todos somos parte de una sola gran nación. Tú, yo, tus ancestros, los míos, el Sol, la Luna, las estrellas… ¡Si todos los seres humanos pudieran entenderlo! Los sueños son símbolos, señales. Representan la parte oscura, oculta de nuestra conciencia, mostrándonos una realidad que no vemos al estar despiertos, porque espiritualmente estamos “dormidos”. Pero si has tenido visiones, has empezado a despertar. Las visiones reflejan tu conciencia. Los espíritus animales escogen a quien van a acompañar, y de alguna forma nos lo harán saber. Es como “leer un tótem”. ¿Sabes lo que es?

-Sí. Precisamente acabo de ver uno, entrando a este sitio. Bueno, es el primero que veo de verdad.

-En él están los guardianes de la tribu. Y el ser que está más arriba es su espíritu guía, que vuela y se expande. Uno tiene su “animal tótem”, su animal de poder. Dices que has visto mucho a los lobos. El hermano lobo es muy territorial, cuida bien a su familia, tiene intuición, agilidad, misterio. Debes ser como él, adquirir o rescatar esos valores que representa. El lobo, a pesar de su nobleza, su coraje, su grandeza, es tal vez el animal más perseguido, maldecido, difamado e incomprendido.

-Muy satanizado, execrado. Todas esas historias y leyendas de los hombres lobo. Se les ha tenido como monstruos, asesinos, símbolos del mal.

El anciano movió negativamente la cabeza.

-Nada hay en la Naturaleza que sea malo. Ni tampoco feo. Es una fantasía, una falsa idea de repulsión y maldad que se ha inventado sobre ellos y muchas otras criaturas, grandes y pequeñas. Incluso las arañas, serpientes, gusanos, moscas… cada cosa, cada ser, tiene su belleza. Pero no todos pueden ni quieren verla. Los lobos también podrían ser los mejores amigos del hombre ¿Cuál crees que fue el primer perro que domesticaron los primeros humanos? Quizá ellos aprendieron a cazar viendo a los lobos.

-Y ahora la caza es todo un deporte. No hay animal grande o pequeño ni lo suficientemente oculto para que se les escape.

-La caza no es un deporte. Para nosotros, desde el principio del tiempo, era algo sagrado. Para alimentarnos, para subsistir. En la Naturaleza no hay una cadena o pirámide alimenticia, sino un círculo. Un gran círculo de vida –hizo un ademán de esa forma-, donde todo está unido. ¡Todo! Mitakuye Oyasin
–pronunció cerrando brevemente sus ojos-. “Todas mis relaciones”. “Todos mis hermanos”. Plantas, animales, minerales, humanos, los cuatro vientos, el Espíritu… Como ese dibujo, ese símbolo que tienes en tu franela –afirmó, señalándolo: un “atrapasueños” nativoamericano, de color dorado, rodeado de un círculo de animales: Búfalo, alce, liebre, águila, cuervo, oso, lobo-. Hay que honrar y agradecer este círculo de la vida. La paz entra en las almas de los hombres cuando ellos se dan cuenta de su relación, su unidad, con el Universo. Tengamos consciencia de unidad. Nada ni nadie tiene una existencia independiente, aislada. Somos el flujo de una misma consciencia.

Velkan asintió, meditando sobre ello. Sacó de su morral la botella con agua y se la pasó a su “maestro momentáneo”, quien bebió un sorbo.

-Antes, en otros tiempos –continuó el anciano-, los hombres podían entenderse con los animales. Pero fueron olvidando su lenguaje.

-Nos desconectamos.

-Exactamente. Hoy los hombres en sus ciudades prefieren conectarse con sus antenas, su internet, su TV, sus modas y lujos. ¡Vayan a los bosques, a la Naturaleza! Allí hay mucha mejor conexión –señaló hacia arriba-. Háblales a los animales para que ellos te hablen y se conozcan. Si no, les temerás, y lo que uno teme, uno lo puede destruir. Aquel que no puede aullar, no podrá encontrar su manada. Míralos: Árboles, flores, animales… todo. Siéntelos. Sé ellos.

-Supongo que alguien como usted sí creerá en verdad que los animales tienen alma.

-Todo lo que tiene vida, contiene un alma. Una conciencia. Y en especial, mira un lobo a los ojos y verás tu propia alma. No puedes llamar a un solo lobo sin invitar a la manada. La fuerza del lobo está en la manada; y la fuerza de la manada está en el lobo. Mira los árboles. Se elevan hacia el cielo, cada uno y todos juntos. Sus ramas se entrelazan. No podemos cortar nuestras ramas. Todas las cosas, todos los seres comparten el mismo aire. Los árboles, los animales, el hombre. Y el aire comparte su espíritu con toda la vida que él sustenta. Todo está conectado. Toda la magia del mundo se realiza ante nuestros ojos.

-¿Y qué es “magia” para usted? ¿Cosas asombrosas que nos suceden, que vemos?

-La verdadera magia se manifiesta en la capacidad de conocerse interiormente, para poder transformar el mundo de uno mismo. Magia no es trucos, ilusiones. Significa una transformación. Profunda, completa. Todo, absolutamente todo es mejor con un poco de magia.

De nuevo Velkan recordó a la sabia pintora…

El viejo nativo prosiguió.

-Aprovecha tu estadía, tu viaje por este bosque, para que conozcas el Silencio. Tu Silencio interior. Lo escuches, lo vivas. Confía en él. Algo surgirá.

-¿Y cómo lograrlo? ¿Qué me va a traer, a producir?

-Paz. Comprensión. Sabiduría. Conciencia. Entender que todo existe y que al mismo tiempo nada hay. Al entrar en el Silencio, podemos oír la voz de la Naturaleza, guiándonos, conectándonos con todo ser viviente. Existen voces que no usan palabras. Escúchalas. Escucha al viento soplar, escucha el agua correr. Abre los sentidos y escucha, que la Naturaleza siempre te está hablando, de muchas formas, a través de todo cuanto existe. Deja que ella sea tu maestra. Siempre tendrá sus misterios. No todos deben ser develados, pero solo hay que abrirse y dejarse llevar por ellos. En este bosque, camina sin parar, encuéntrate con tu destino. Ve a buscar tu visión, para que sepas quién eres en verdad; para hacer y enfrentar lo que debes. Imagina, amigo, que tu cuerpo y espíritu se van a desarmar y volver a armar. Pero quizá no estarás solo. Hay otros, que quiéranlo o no, inician ese camino. Porque lo necesitan. Un ser que va en busca de una visión es un ser que ama. Y por ese motivo está en esa búsqueda, para conocer distintas maneras de amar y así poder transmitir ese amor que le han entregado el Padre Sol y la Madre Tierra. Adentrándose en el Misterio y permitiendo que el Misterio entre en él.

-¿Cómo la busco, cómo puedo encontrar esa visión, ese misterio?

-En tus acciones. Ellas dirán lo que eres. Hazlas, cada una, con conciencia. Eres la medida de lo que vives. Y si necesitas saber algo, o pedir ayuda, di: Unsimala. “Te necesito”. “Necesito tu ayuda”. De corazón. Todo cambia. Todo puede cambiar.

Unsimala –repitió Velkan, como hablando consigo mismo-.

-Pide al Gran Espíritu que te permita ver todo lo que te rodea con su entendimiento y su amor. Con el “ojo del corazón”. Deja que tu mente sea absorbida por la belleza, por lo que es bueno. Recuerda que dentro de ti hay una galaxia, un océano. Y cree en tu magia. Vive tu viaje. Conectarse con el Gran Espíritu es un viaje personal, que lleva a un despertar a lo sagrado en cada momento y en cada forma de vida. Acepta tu unidad con toda la vida; acepta tu unidad con el Universo. Abre tu conciencia y únela a la conciencia cósmica. Cuando sientas esa conexión en todo tu ser, se manifestará el milagro en tu vida.

El anciano se levantó y lo propio hizo su “aprendiz”, quien en principio se preguntaba por qué se habría encontrado con este peculiar hombre nativo. Pero la sabiduría, nobleza, misterio y espiritualidad que transmitía, perfectamente acorde con aquel sitio, le indicaban que su aparición no era casual, sino providencial. Necesaria, tal vez…

-Bien, joven caminante. He hablado demasiado. Pero ha sido de corazón. Por favor disculpa si he interrumpido tu recorrido y te he robado algo de tu tiempo.

-¡No, no, para nada! Tengo que agradecerle, señor, por su enseñanza. Me ha regalado muchos consejos valiosos. Ahora mi recorrido tal vez sea más seguro y tranquilo, con sus palabras.

-Seguro y tranquilo… Ojala así fuese en verdad. Ora por ello, pues no sabes qué puedes encontrar y enfrentar. Pero nada será tan grande ni arriesgado como enfrentarte contigo mismo. Con tu verdadero Ser. En algún momento lo tendrás ante ti, créelo.

Aquellas frases dejaron muy pensativo a Velkan.

-En ese caso le pido que, a su manera, ore por mí. Para que en verdad el Gran Espíritu me guíe.

El sabio nativo, complacido ante la valentía y respeto que mostraba este caballero peregrino, recitó una plegaria:

Que el lobo siempre ande a tu lado

y te conceda descansar en su sombra.

Que sus pasos siempre guíen tu camino

y tus aullidos sean escuchados por todos.

-Que el Creador te bendiga con la fuerza, sabiduría e iluminación que buscas. Que escuches su voz susurrar en el viento y los árboles. Que veas y oigas con los ojos y oídos de tu espíritu lo que necesites aprender. Wakan tanka nici un. Que el Gran Espíritu camine contigo. Ve en paz, peregrino. Buscador. Mantén tus ojos bien abiertos. Los de tu cuerpo y los de tu alma. Alerta ante todo lo que veas, lo que suceda y aparezca en tu camino y los seres y objetos que puedas encontrar. Si sabes valorarlos y los aceptas, podrán ayudarte y guiarte. Todo es posible…

-Gracias, jefe. ¿Usted se queda aquí? ¿Estará bien?

-Por mí no te preocupes. Sé dónde estoy y por dónde voy. La Naturaleza, el Gran Espíritu me acompañan. Como a ti. Sigue tu propio camino. Hazlo tuyo a cada paso, hasta el final; sin detenerte, enfrentando tu destino, tu misión.

Velkan se colgó su mochila.

-Hasta pronto –dijo levantando su mano-. Cuídese, por favor.

-Tú también. Y cuida a quienes encuentres.

El viajero dirigió su vista a la inmensidad arbórea que lo circundaba. “¿Hacia dónde…? ¿Cuál vía, en qué dirección?” se preguntó, dudoso, a sí mismo y al Infinito. Pensó en consultarle al anciano pero su propia incertidumbre lo frenó. En eso se fijó en la densa neblina que en forma pausada, sutil, se deslizaba ante él entre los gigantes del bosque, pareciendo envolverlos y absorberlos, y a la vez abriendo claros y brechas, como incitando a seguir por ellos. En la mente del neófito explorador surgió otra frase de la “artista hechicera”:

“Cuando entres en la niebla, aprovéchala, siéntela, pon atención y descubre lo que ella oculta”

Inspiró profundamente y empezó así su imprevisible recorrido, a través de aquella vaporosa cortina, escoltado por los enormes y exuberantes centinelas.

El anciano nativo elevó sus brazos en una súplica de bendición y protección por aquel noble guerrero quien se dirigía hacia su “iniciación”. Una gran prueba, en medio de ese interminable laberinto que lo llevaría a una inevitable confrontación, un encuentro que trascendería más allá de su Ser. Y al concluir su plegaria, se dio cuenta que el “buscador” había desaparecido de su vista. Y asimismo, se había disipado aquella repentina y densa niebla.

Miró al cielo, sonriente. Un portal, una “puerta estelar”, acababa de abrirse…

* * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *

-Bien, Houk –demandó Urner mientras caminaban juntos-, cuénteme algo sobre la historia de quien parece va a ser la “celebridad” de este evento.

El enojo y la vergüenza del scouter Milton Houk lo golpeaban en su interior como timbales.

-Pues, coronel. Por una parte, se puede decir que es un caso típico, un hogar conflictivo. La madre, sin duda, una especie de tigresa, neurótica. El padre, es profesor, un hombre muy severo, demasiado rígido. Este niño es hijo único, sin hermanos y sin muchos amigos.

-Ya veo; bastante típico. ¿Y la otra parte…?

-La que precisamente me parece extraña, señor. Si casi no lo dejan salir ni tener amigos, ¿cómo es que lo ponen en los scouts? Y alguna vez lo sacaron. Volvieron a dejarlo, por un berrinche que armó, aun cuando él no muestra mucho interés, por el contrario siempre es apatía y antipatía por todo y hacia todos. En verdad me sorprende que esté acá, en el camporee. En otras ocasiones sus padres no le han permitido participar en estas actividades.

Urner meditó silencioso por un prolongado instante.

-Dígame algo: ¿Para quiénes piensa usted que el Gran Scoutmaster creó este Movimiento? ¿Para niños excelentes, sin problema alguno? Recordemos a alguien quien, con todo respeto, pudo haber sido un perfecto “scoutmaster”. Jesús de Nazaret: “No vine a llamar a los justos, sino a los transgresores”. Por eso estamos aquí, Houk. Cuál cree usted es el problema con este niño… Randy, es su nombre, ¿cierto?

-Sí, señor. Se llama Randall pero todos le dicen Randy. Y para más señas, en la manada se le dio el nombre de Lobo Saltarín.

-¡Muy apropiado! Pues con todo esto, él lo que pretende en realidad es llamar la atención. ¿No le parece? Decir, gritar: “¡Acá estoy. Fíjense en mí!”

-Buscando la atención que quizá no obtiene en su casa.

-“Quizá”, no. Es seguro que no la tiene. Nueve de cada diez “niños problema” actúan así llamando la atención. Hay que indagar, descubrir su historia, qué fallas o equivocaciones ha habido en su vida, su educación. ¿Conoce a sus padres, ha hablado con ellos alguna vez?

-Una sola vez, hasta ahora. Y fue algo muy breve. Pero lo suficiente, coronel, para darse cuenta de que tienen sus conflictos. Constantemente.

-Conflictos que drenan y reflejan en el hijo.

-Eso es evidente, señor. Demasiado problemático que es él. Siempre se le está reprendiendo, por todos los líos que provoca. Tanto, que desde hace tiempo lo he amenazado con expulsarlo.

-¿Y con eso ya lo soluciona? ¿Excluyéndolo, anulándolo?

-Es que en verdad se ha vuelto insoportable. Parece no respetar a nadie. Inventa cada apodo, cada manera de molestar y lucirse. Sobre todo con esa pobre niñita.

-¿Cuál?

-Una niña scout. Tiene su condición especial. Autismo, al parecer. Precisamente es a la que hizo referencia la scouter Gordon. Se llama Juliette Muscarella. Para variar, Randy y otros le dicen “Mozzarella” y él constantemente la molesta, la hostiga, de diversas formas.

-¡Ahh! Por lo visto, es un niño creativo. Pues habría que “reorientar” esa creatividad, esa inventiva. Motivándolo, integrándolo más al grupo, a la manada. Asignándole tareas; responsabilidades.

-Disculpe, coronel, ¿sí cree que las merezca? ¿Que realmente pueda asumirlas?

-¡Usted averígüelo! Descúbralo. Para atrapar a un pez, se va soltando el sedal poco a poco. Hágalo en este caso y así atrapará lo mejor de su Randy.

-Entiendo, señor –contestó el scouter, reflexionando sobre ello.

Charlie se hallaba contemplando el verde laberinto que los rodeaba con semblante desesperado, cuando fue abordado por Urner y Houk.

-¡Charlie, qué suerte encontrarte! –exclamó Houk- ¿Estás bien? ¿Y Randy? ¿Por dónde anda?

-No lo sé, scouter –respondió angustiado el niño-. De verdad, él y Gianpiero se me perdieron desde hace rato.

-¿Es de su manada? –preguntó Urner.

-Así es, señor. Charlie García. Un chico y scout excelente. El mejor de su clase. Charlie, ¿sabes quién es él, no?

-Sí, el Gran Scoutmaster –respondió nervioso el niño.

-No, no –refutó Urner-. “Gran Scoutmaster” es uno solo. Y lo será siempre ¿Conoces a Randy?, ¿eres su amigo?

-Sí, señor. ¡Por favor, no le haga nada!, ¡perdónelo! Él es muy rebelde, pero no es su culpa. Tiene problemas en su casa.

Urner miró fijamente al agitado muchacho.

-Qué gran solidaridad. Bien, si tanto lo aprecias, ayúdanos a localizarlo. Ha hecho unas cuantas acciones indebidas. Debe entenderlo y asumir su responsabilidad. No es un niño cualquiera. Es un scout. Y así tiene que demostrarlo, con su conducta. No es posible que tan pequeño y ya sea un “experto en bullying”. No se trata de perjudicarlo, sino de corregirlo, encausarlo. ¿Correcto?

-Correcto, señor –contestó Charlie, resignado.

Houk puso una mano en su hombro en forma afable.

-¿Dónde y hace cuánto lo viste por última vez?

Como si se tratasen de un par de fugitivos perseguidos, Randy y Gianpiero intentaban andar furtivamente a través del terreno de aquel lugar. Entre los participantes del camporee ya estaba corriendo el rumor de las recientes “hazañas” del famoso “gordito problemático”.

-¿Qué hacemos ahora?, ¿a dónde vamos? –preguntó Randy entre temeroso y emocionado.

Su compañero lo pensó unos momentos. De pronto, su rostro se iluminó por alguna intrigante maquinación u ocurrencia.

-¡Vamos a las tiendas de campaña! –propuso alegremente- Tengo una idea genial…

Entre risas cómplices, ambos se dirigieron corriendo hacia el sitio sugerido.

La tienda principal de la “manada” del scouter Houk se hallaba solitaria para cuando se detuvieron ante ella dos de sus integrantes, quienes no precisamente venían a custodiarla…

-Parece que no hay nadie por aquí –dijo Gianpiero viendo a su alrededor.

-¡Vamos a molestar! –vociferó Randy con ímpetu, levantando sus puños. Como un pequeño pero intenso tornado, se introdujo a la tienda.

El otro niño se dispuso a seguirlo pero en ese instante oyó un silbato, indicando una tropa o grupo que se acercaba.

-¡Hey, Randy! –lo llamó alarmado- Alguien viene.

Esperó unos segundos y al no obtener respuesta, se alejó para ocultarse detrás de un pino cercano.

Dentro de la carpa, los inquietos ojos del calamitoso intruso buscaban algo notable, valioso. Se fijó en cierto objeto de apariencia simple pero de gran significado para todos ellos. Su “lado oscuro” lo tentó, llevándolo a tomar aquello con decidida malicia…

Al salir de la tienda, miró a su alrededor a fin de localizar a su acompañante, quien le hizo señas, y corrió a reunírsele. Mientras el “saqueador” enseñaba su botín, una súbita voz grave los paralizó.

-¿Se les perdió algo? ¿Están cuidando o revisando las tiendas?

Se trataba de un líder de tropa, de aproximadamente 30 años, quien los miraba con semblante receloso.

Gianpiero, tembloroso, negó con la cabeza; agarró el brazo de Randy y se retiraron rápidamente.

Urner, Houk y Charlie se hallaban indagando sobre el paradero del par de muchachos, cuando se les acercó un niño delgado, con anteojos, de unos ocho años, portando camisa scout beige, gorra verde y jeans.

-Permiso, Scoutmaster –dijo haciendo el saludo scout de los tres dedos unidos-. Scouter Houk, ¿por casualidad usted le dio el bordón de nuestra manada a Randy?

-¿Cómo? –exclamó Houk con gran extrañeza- ¡Ni en sueños! ¿Por qué lo preguntas, Edgard?

-Porque acabo de verlo, cargándolo.

Houk y Urner se miraron.

-¿Lo viste? –preguntó Houk.

-Sí, señor. Hace un minuto. Iba junto con Gianpiero.

-¿Y quién le dio el bordón? ¿Seguro que era eso, el nuestro?

-¡Sí, scouter! No estoy mintiendo. Le juro que era el de nosotros.

Houk se llevó un puño a su frente, recordando…

-Yo se lo había dado a… ¡Ahh, ya! Justamente pensaba entregárselo a Charlie. Lo dejé un momento en mi tienda, mientras fui al baño. En eso me enviaron el mensaje de texto para reunirme con usted, coronel, y los demás líderes.

-Y su “scout estrella” lo tomó de la tienda –señaló Urner. Suspiró y dirigió su mirada hacia las franjas de coníferas que los circundaban-. Ahora solo espero que no se le ocurra partirlo, quemarlo, perderlo. O peor aún, que empiece a imaginar que nuestros muchachos son piñatas…

“Los dos niños más buscados del campamento” caminaban rápido entre la tierra y la hojarasca, procurando mantenerse a distancia de los demás, en especial de los dirigentes…

-¡Somos líderes, scoutmasters! ¡Tenemos el bordón! –exclamó Randy con infantil orgullo, creyéndose importante y poderoso en esos momentos.

-Debemos tener cuidado –dijo sigiloso Gianpiero-. Nos van a perseguir.

-Somos espías. Debemos seguir con nuestro plan. ¿Dónde nos vamos a esconder?

-No lo sé –contestó Gianpiero nervioso-. ¿Por qué no dejaste eso ahí? Ese tipo nos vio cuando saliste, seguro nos va a acusar.

-¡Tú me dijiste que lo agarrara!

-¡No! Lo que dije fue que revolviéramos las cosas en la tienda. Y no que te llevaras nada.

-¿Qué hacemos entonces? –preguntó Randy en tono muy agudo, empezando a asustarse- ¿Lo arrojamos aquí?

-¡Claro que no, tonto! Nos van a ver. Sigamos caminando, sin decir nada. Y lo dejamos en algún lugar bien lejos, para que no puedan encontrarlo y así le echen la culpa a “Hulk”.

-¡Eso es! Que lo saquen de aquí –expresó Randy sonriendo con malicia.

-Hagamos algo. Tú te vas por un lado y yo por otro. Para que no nos agarren.

-No quiero ir solo –gimió Randy.

-¡Hazlo! Así no nos podrán atrapar. Somos espías –dijo simulando un tono misterioso-. En misión secreta.

Ambos sonrieron con picardía.

Ciao, bambino –se despidió Gianpiero, agitando su mano- ¡Ten cuidado! –lo apuntó con su dedo índice y luego se alejó velozmente.

Aunque emocionado por aquella “misión”, Randy se sintió de pronto muy solo y asustado. Pensó en ir tras su compañero pero tras unos instantes de duda, optó por alejarse, llevando bien agarrado el “tesoro” del que se había apoderado.

Gianpiero se disponía a integrarse con el primer grupo que encontrase, en cualquier actividad o juego, cuando se topó con una presencia muy conocida…

-El cielo me oyó. Alguien a quien justo quería encontrar –afirmó Houk- ¿De dónde vienes?, ¿se te perdió tu querido amiguito?

-Él –balbuceó con temor-… está… por ahí –señaló en círculo-. No-no sé adónde fue, scouter.

-Pues que aparezca pronto, porque ustedes dos están en serios problemas. Sigamos –le ordenó con severidad, tomándolo de un brazo.

Creyéndose perseguido por todos los del campamento, Randy corría a intervalos a través de los calveros de aquel paraje, volviendo su mirada constantemente por si lo estaban siguiendo. Dentro de sí, por encima del temor se sobreponía la intensa emoción que le producían tanto el hecho de estar “escapando” de esa manera, al estilo de una película, así como la posibilidad de hacer quedar mal a su odiado scouter “Hulk”. A éste lo culparían de la pérdida de aquel objeto tan importante, el cual hacía temblar su mano pero a la vez le transmitía un extraño “poder”, así lo percibía, como si fuese un superhéroe.

-¡Soy Super Randy, el Poderoso! –dijo en tono imponente, para sí mismo y para el bosque, alzando sus brazos, sin darse cuenta que del bolsillo de su camisa se había desprendido una insignia ovalada, con el letrero BOY SCOUTS DE AMÉRICA en su contorno y en el centro la figura de un águila de cabeza blanca y el lema SIEMPRE LISTO.

Sintiéndose en ese instante libre, eufórico, dueño del bosque y del mundo, corrió lo más raudo de que era capaz, con la mirada hacia el cielo y dando un agudo grito… que quedó cortado al tropezar ante un barranco el cual no vio, deslizándose y rodando estrepitosamente, hasta quedar tendido boca abajo…

El lobato escucha y obedece al viejo lobo.

El lobato no se escucha a sí mismo…

Prometo hacer lo mejor de mí para cumplir mi deber hacia Dios y mi país,

para ayudar a la gente y obedecer la Ley de la Manada…

Con esas frases resonando en su cabeza volvió en sí, enmudecido por la impresión y mirando con gran temor a su alrededor. Nada ni nadie andaba por ahí; ni un sonido se escuchaba. Solo aquellos gigantescos árboles que parecían no tener fin, sintiendo que de verdad lo miraban y lo señalaban. Adolorido y asustado, se sentó sobre la broza, anhelando que Charlie y Gianpiero estuviesen allí. Se incorporó; se frotó sus brazos y rodillas, gimiendo por el dolor. Cojeando, trató de subir por aquella pendiente pero resbaló. Jadeante, descansó unos segundos y volvió a intentarlo, con mayor ahínco, fallando de nuevo.

Cayó sentado, con gran agotamiento y frustración. Buscó su reloj, descubriendo que no lo tenía puesto. Miró angustiado hacia su entorno, sin poder ubicarlo. Su temor creció. Trató de adivinar la hora pero no tenía idea. Se le ocurrió que quizá era mediodía, “hora del almuerzo”, pues ya sentía hambre. Puso su mirada en el barranco, pensando en intentar escalarlo otra vez. Pero una súbita y misteriosa neblina que no había advertido antes se dispersó sobre aquel lugar, ocultando la cima de dicha ladera y pareciendo bajar hacia él. Retrocedió asustado hasta detenerse en medio de un completo silencio que se había apoderado del bosque.

-¡Oigan! ¡Aquí estoy! ¡Ayúdenme a subir!

Aquellos ansiosos gritos nada produjeron más que su propio eco…

Con gesto de amargura y desolación, Randy zapateó furioso sobre las agujas de pino. Decidió por fin moverse, para buscar otro punto por donde regresar al campamento. De manera que se ciñó su pantalón y empuñó su alargado “tesoro”, el cual ahora no le parecía tan mágico sino más bien “de mala suerte”. Pero por una extraña razón que no podía entender, le era imposible dejarlo ahí abandonado. Así pues, envuelto en aquel silencio y empujado por una repentina brisa, el rebelde scout se encaminó hacia el que ignoraba iba a ser su “sendero iniciático”, portador de inimaginables experiencias. Y la niebla lo escoltó…

-¿Me puedes dar alguna razón para haberlo hecho?

Gianpiero temblaba ante la férrea mirada y el tono en que lo interrogaba el “temible” Scoutmaster Urner. Invadido por la angustia, bajó su mirada y no pudo pronunciar una palabra.

El gran líder dio un sonoro resoplido; miró a los que estaban a su alrededor y habló en tono rígido, solemne.

-“Se espera que el boy scout demuestre una reverencia y afecto por su bordón, como el caballero por su espada o el cazador por su rifle”. ¿Recuerdan esa frase de nuestro Gran Scoutmaster?

Los líderes de manada y tropa presentes asintieron.

-Sí, señor.

-¿Es ese mismo concepto el que tienen tú y tu buen amigo? ¿Afecto, reverencia, respeto? Un objeto tan especial como ese no es para que cualquiera se lo lleve. Hay que ganárselo ¿En verdad creen ustedes que lo merecen? –preguntó al atribulado muchacho, quien permaneció mudo.

Urner se dirigió a sus subalternos.

-Organicen unas patrullas de búsqueda; bien coordinadas. Sin escándalo.

-Entendido, coronel –contestó el scouter Rogers-. Disculpe, el camporee prosigue con normalidad, ¿correcto?

-No veo porqué no. Esta “niñería” no durará mucho, estoy seguro. Solo procedan con cautela. Ese “pequeño tsunami” tiene que aparecer, de cualquier manera. Y con lo que se llevó. Así le conviene –sentenció. Luego respiró profundo-. Empiezo a darle la razón a Houk sobre su “Lobo Saltarín”…

Por más que recorría y buscaba, Randy no podía hallar un modo de volver al sitio de donde había caído. A cada rato pensaba en regresar al barranco; mas ya estaba muy distante del mismo. El hecho de estar ahí, solo, en medio de tan enorme bosque, con tantos árboles gigantes, le infundían deseos de estar en su campamento, con sus amigos. Sus dos únicos amigos. Aunque de inmediato vislumbraba la gran reprimenda que el Scoutmaster y todos los demás le darían…

Al pasar por un sector cubierto de una tupida maleza, ésta se agitó de repente, sin estar soplando viento en ese momento. Miró hacia ese punto, acercándose un poco… Su corazón se detuvo unos segundos, su cuerpo quedó clavado a la tierra y su voz se trabó en su garganta, al contemplar ante él la impresionante silueta de un lobo. Negruzco en su parte superior, salpicado de blanco en los flancos y la grupa y una blanca línea a lo largo de su vientre. Lo veía fijamente, con recelo. Recordó de golpe los distintos cuentos, películas, libros, dibujos y videojuegos sobre lobos y hombres lobo que había visto y escuchado, temblando de miedo como nunca lo había sentido, creyendo que se convertiría en su próxima comida.

El imponente animal ladró un par de veces y gruñó. El pánico no le permitió al niño moverse. Entonces aquel depredador soltó otros dos ladridos, desplegando su dentadura de un modo amenazante.

Aquella visión de espanto espoleó a Randy. Soltando un agudo grito, corrió como un rayo. Sin embargo, el oscuro lobo tan solo lo siguió con su mirada…

La desesperada carrera del aterrado chiquillo se prolongó por un largo trecho, deteniéndose en seco al toparse con un solitario caminante.

-Qué tal, niño –lo saludó, sorprendido, fijándose en su uniforme- ¿Explorando?

Jadeante y nervioso, Randy asintió.

-¿Y tu grupo? ¿Andas solo, por acá?

El scout volvió a asentir en silencio.

-¿Estás bien? ¿Quieres agua?

Sin contestar palabra, el niño tomó con manos temblorosas la pequeña botella. Bebió varios sorbos.

El excursionista observó a su alrededor.

-¿Tienes idea de dónde estamos? ¿Conoces este lugar?

El pequeño movió negativamente la cabeza. El hombre suspiró y miró de nuevo en torno a ellos.

-Bien, sea como sea sigo mi camino. Hasta luego. Cuídate –dijo reanudando su marcha.

La angustia y la indecisión luchaban dentro de Randy.

-¡Espere!

El viajero se volvió. El niño permaneció en silencio unos instantes.

-¿A dónde va? –preguntó al fin, con mirada ansiosa.

-No estoy seguro. No voy a un sitio fijo. ¿Tú sabes por dónde ir? ¿No estás perdido?

-Creo que sí. Me… perdí. Me caí por allá –señaló hacia la dirección de la que provenía-. No sé dónde estoy.

Aun cuando recordaba la sempiterna recomendación de “no hablar con extraños”, Randy pensó que aquel tipo no lucía como “malo” y podía ayudarlo a salir de ahí.

El viajero vio angustia y miedo en el rostro de ese pequeño scout. Pero del mismo modo intuyó problemas. “Ahora me va a tocar cuidar un niño. Qué maravilla”, se le vino a la mente, con ironía y cierto disgusto.

-¿No te has comunicado con tu grupo? ¿Tienes radio, celular?

-Voy a sacar mi iphone –dijo Randy con arrogancia.

Revisó un bolsillo del pantalón y encontró su teléfono móvil… con la pantalla rota. Lo encendió… y no respondió. Lo repitió dos veces, con igual resultado. Rabioso, dio un zapatazo y se guardó el aparato.

-Tranquilo. Eso le pasó al mío. Por aquí parece no haber señal.

-¿Qué hacemos?

El hombre respiró profundo, mirando al cielo. “¡Madre, ayúdame!”.

-Vamos a tratar de ubicar un punto de control, de los guardabosques, para que te reporten. Quizá ya sepan de ti ¿Hace cuánto te perdiste?

-No sé –respondió encogiéndose de hombros-. No tengo reloj, se me cayó. Creo que fue hace poco.

-Bien. Ustedes los scouts son muy organizados. No dudo que ya te estén buscando.

El intranquilo niño se estremeció. “Si me encuentran, me matan. Pero no quiero quedarme aquí. Este tipo tal vez me puede ayudar a salir. Ojala no me vaya a acusar ni a hacer algo malo”.

-¿Entonces iremos con la policía? –preguntó con recelo.

-Con ellos o con quien pueda ayudarnos. ¿Cómo te llamas?

-Randy –contestó, titubeando.

-OK. Yo soy Velkan.

-¿Cómo? –preguntó el niño con extrañeza.

-VELKAN. Sí, un nombre un poco raro ¿De dónde eres? ¿De aquí mismo, de Alaska?

Randy asintió.

-¡Bien! Mejor sigamos nuestro camino. Alguien me aconsejó que en este lugar hay que estar moviéndose todo el tiempo.

-¿Por dónde vamos?

El hombre sacó su brújula.

-Hacia el este –señaló en dicha dirección-. Por ahí podremos conseguir puestos de vigilancia y campamentos. Bien. En marcha.

En ese preciso instante, Velkan observó una gran sombra que pasaba entre ellos. Miró hacia lo alto. Planeando a gran altura, hacia el preciso rumbo que él acababa de indicar, una gran águila de blanca cabeza, quizá la misma que ya había visto, marcaba su camino en silencio. Recordó las palabras del “Señor de la montaña”…

-¡Mire! –indicó el niño, asombrado, señalando al frente- La niebla…

Una densa neblina, como surgida de la nada, se deslizaba ante sus ojos como una cortina etérea, que aumentaba la belleza y el misterio de aquel paisaje.

-La pintura. Hékate. La Señora de la Niebla… Si lo eres en verdad –pronunció mirando fijamente el vaporoso manto que se extendía ante ellos-, guíanos a través de esta densidad, de este enorme bosque, por senderos seguros.

A pesar de que tanto el pequeño scout como el peregrino forastero en verdad estaban renuentes, desconfiados, temerosos de proseguir su camino el uno al lado del otro, aceptaron que tal vez era lo mejor en aquella situación. Y de esa manera, iniciaron un inesperado recorrido, juntando sus pasos en medio de aquel vasto y desconocido escenario, hacia una aventura ahora compartida…

* * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *

Muy cerca del límite entre la zona agreste y la correspondiente al propio Parque Denali, en una pista forestal abandonada y llena de baches, formando un extenso brazo de tierra, dos vehículos todo terreno, uno de ellos transformado en “Big Foot” con sus gigantescos neumáticos, se estacionaron en forma paralela. En los vidrios de ambos resaltaban calcomanías con mensajes similares: PRESERVE NUESTRA HERENCIA CAZADORA ¡MATEN A LOS LOBOS! / GUERRA A LOS LOBOS. De su interior surgieron cinco individuos; dos de ellos vestían trajes camuflados. Uno era alto y delgado, el otro corpulento y de estatura regular. Portaban sendos rifles semiautomáticos, calibre 22, pintados de camuflaje. Un tercero, alto y de muy fuerte complexión, de abundante barba negra salpicada de hilos plateados, lucía chaleco grueso color crema y gorra verde claro; y su arma era similar. La restante pareja de hombres sacaron de la parte trasera de uno de los autos dos grandes jaulas con cinco agitados y ruidosos perros sabuesos: tres bracos y dos dogos.

-Tus perritos están muy entusiasmados, Jake –comentó el tipo delgado-. Quieren ejercitarse junto a las bestias de este lugar.

En ese momento se escucharon unos lejanos pero inconfundibles aullidos. El líder de los cazadores, el que llevaba chaleco y gorra, sonrió en forma maliciosa.

-Los malditos nos saludan, nos están esperando ¡Acá estamos, desgraciados! ¡Les tengo unas buenas balas reservadas!

-Vamos a exterminarlos, ¿no es así, Stan?

-Esa es la idea, compañero. Que no quede ni uno.

Jake y su ayudante terminaron de colocarles unas largas correas a los sabuesos y enseguida les dieron agua.

-¿Con ellos cinco será suficiente? –preguntó el otro sujeto corpulento.

-Son los mejores que tenemos –contestó Jake, de 55 años, cabello blanco y corto-. Tim trajo dos y yo los demás. Se han enfrentado a osos, pumas, coyotes… por algo están aquí.

-¿Y si se trata de lobos? Podrán con uno, tal vez dos; pero frente a una manada…

-¡No te preocupes, Cory! –dijo Stan con desdén- De los malditos lobos nos encargamos nosotros. Desde allá –señaló al cielo- no serán problema. Y si por mala suerte algo les sucede a estos sabuesos, pagan una retribución por perros muertos al cazar lobos.

-¿Acá también lo hacen?

-¡En cualquier sitio deberían hacerlo! Un buen perro cazador vale mucho más que un maldito lobo.

–Bueno, de todos modos los perros vienen de los lobos, ¿no?

–¡Mejor cállate!, ¿quieres? Cada cosa en su lugar. Ellos son monstruos, alimañas que no deberían existir.

-¡Para eso estamos aquí, precisamente! –dijo con alegría el hombre alto- Para cumplir con ese encargo. La maldita “agencia” lo sabe, ¿eh? –le dio un leve codazo a Stan.

-¡Carajo, Mark, cierra la boca! ¡No sabes qué oídos puede haber por acá! ¡Hagamos lo que sabemos y listo!

Stan revisó un mensaje que acababa de llegarle a su celular.

-¿Qué, ya vienen? –preguntó Cory señalando hacia arriba.

-Están cerca. Bien, Jake, prepárense. Pon a tus mascotas a sacudir todo este bosque. Eres el mejor batidor. En ti confiamos –dijo alzando su pulgar-.

-Confiemos en ellos –repuso Jake señalando sus canes-. Aunque ustedes tienen que ser iguales o mejores sabuesos. Y tengan cuidado con los guardabosques.

-Por eso caemos al bosque a través de este punto. El Distrito del Lobo, el inicio de la “Senda de la Estampida”, ya la conoces bien. Aquí podemos colarnos mejor, sin que nos vean mucho. ¿No es cierto? No somos unos “chichakos”.

-Sí –dijo Cory-. De todas maneras, estemos prevenidos. Hay leyes que protegen los animales, en sitios como este.

-¡Al carajo con eso! –refutó Stan- ¿Olvidan a nuestro querido Congreso? Nos abrieron las puertas de estos sitios, aquí en Alaska ¿Proteger osos, lobos? ¡Son demonios! Con lobos no hay paraíso. El único lobo bueno es un lobo muerto- afirmó con menosprecio, mostrando firmemente su arma.

* * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *

-Por Dios, ¿ya hace cuánto que no se sabe de él? –preguntó Houk con gran angustia.

-Por lo menos dos horas, tal vez un poco más, según me informaron –respondió un líder de los Rovers.

-¡Bendito niño! ¿Por dónde andas? –exclamó Houk mirando al horizonte, con enojo y desespero.

En el Campamento Río Salvaje, la algarabía, el optimismo y la intensa dinámica del encuentro habían dado paso a una progresiva incertidumbre. Aunque muchos estaban seguros de que se trataba de una simple broma o una estratagema de ese pequeño “problema viviente” para llamar la atención, era inevitable que surgiese preocupación, ante la inmensidad del salvaje sitio donde se hallaban y el lapso de tiempo transcurrido.

Una patrulla integrada por tres scouts y dos rovers se reportó ante el puesto central.

-Hemos terminado nuestro recorrido, Scoutmaster –informó uno de los rovers, jadeante y bebiendo un sorbo de agua de su cantimplora-. De verdad abarcamos un área muy amplia, salimos más allá de nuestro sitio de reunión propiamente dicho.

-¿Alguna novedad?

-No pudimos localizarlo, señor.

-¡Pero sí encontramos algo! –exclamó ansioso uno de los scouts que lo había acompañado, de unos once años.

-A eso iba, Zac –repuso el líder del grupo, echando mano a uno de los bolsillos de su camisa-. Hallamos esto –mostró una insignia de forma ovalada, con la efigie de un águila de cabeza blanca y el letrero BOY SCOUTS DE AMÉRICA en su contorno.

Urner la tomó y la contempló por un momento.

-¿Dónde la consiguieron?

-Saliendo de la zona donde estamos concentrados. Unos metros antes de un pequeño barranco. Por supuesto, pensamos que él pudo haber caído o bajado por ahí, así que lo revisamos. Y nada de señas ni rastros. Quisimos abarcar un poco más de ese terreno pero había una niebla tan espesa que no dejaba ver ni un metro delante de nosotros y tuvimos que regresar. Lo siento, señor.

-Hicieron su esfuerzo. Se les agradece. Vayan por una limonada y descansen un rato.

Luego de alejarse los cinco muchachos, Urner se dirigió al grupo de líderes a su alrededor.

-Continúen coordinando patrullas de búsqueda. Sin crear tanta alarma.

-Ya hay preocupación entre los grupos, coronel. O ese niñito de verdad nos está fastidiando al extremo y se encuentra muy bien oculto, o tal vez por el mismo hecho de querer esconderse, terminó extraviándose.

-Es posible. Como sea, él tiene que aparecer. Quienes en realidad estén preocupados, que actúen con prudencia y se incorporen a la búsqueda. Y sería conveniente ir contactando a los guardaparques.

* * * * * * * * * * * * * * * * * * * *

A través de los senderos que recorrían, Velkan procuraba ir hacia los claros y espacios abiertos de manera que pudiesen ser vistos por otros excursionistas o un posible equipo de búsqueda.

-¿Vamos a estar mucho tiempo aquí? –preguntó Randy nervioso e impaciente, cortando un prolongado silencio que había entre los dos una vez iniciado su andar juntos.

-¡Cómo saberlo! Depende de si alguien nos logra ver, si ya nos están… Te están buscando. No se sabe.

-¿Sí nos van a encontrar?

-Eso espero. Que sea pronto. Lo más pronto que puedan ¿Y cómo fue que te perdiste? ¿Te separaste de tu grupo? ¿Por qué estabas corriendo, cuando nos encontramos?

Randy enmudeció unos instantes, sintiendo temor.

-Yo estaba… explorando…

-¿Solo?

-Sí.

-Hay que tener cuidado, aunque seas un scout. No es nada bueno separarse del grupo y perderse en un sitio como este, tan grande, con animales peligrosos.

-¿Hay muchos? –preguntó el chico, asustado.

-Los suficientes; para estar prevenido.

-¿Vio alguno?

-Ninguno hasta ahora. ¡Bueno! Solo vi tres por ahí, de “dos patas”, los más peligrosos.

-Hace rato vi un lobo. Grande, horrible. Estaba frente a mí.

-¿Qué? –exclamó Velkan, incrédulo- ¿Frente a ti? ¿Y no te hizo nada?

-No. Me gruñó y me miró como un asesino. Yo salí corriendo.

-¡Ah!, por eso corrías ¿Y no te atacó, no te persiguió? Si lo que dices es verdad, no debiste correr. Hacerlo frente a un animal salvaje, es demostrarle miedo y que él pueda creer que eres una presa, su comida.

-¡Pero por eso corrí, para que no me fuera a comer!

-Más rápido lo hubiera hecho ¿No te persiguió?

-Creo que no. No lo vi.

-Es raro. Quizá ya había comido. Te salvaste.

Tras un breve silencio, Randy preguntó con temor:

-¿Ellos sí comen gente, como los hombres lobo?

-No. Ni los lobos comen gente ni existen los hombres lobo. Son historias, fantasías.

-¿Usted no ha visto los que salen en las películas? Dan mucho miedo.

Velkan comenzó a sentirse fastidiado.

-¡No me gusta esa clase de películas! Mejor sigamos, antes de que se nos aparezca algún lobo de verdad, o algo peor.

De nuevo surgió el silencio entre ambos caminantes, uniéndose al silencio inmenso que se expandía por el arborescente escenario, aunque aquellos colosos verdes y el mismo viento intentaban hablarles al par de recién llegados, en susurros que aún estos no podían comprender.

El hasta ahora “solitario” viajero miró al pequeño junto a él y de repente vino a su mente una frase que hacía tiempo había leído: “Los niños son las estrellas resplandecientes en el cielo de nuestras vidas. Ayúdalos a alejar las nubes y déjalos brillar”. Sonriendo con ironía, se preguntó: “¿En verdad alguien como él puede darle brillo a mi vida? ¿Y yo a la suya…?”

* * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *

Dos oficiales de la Policía estadal de Alaska dialogaban con los dirigentes scouts.

-Muy bien, señores, ¿a qué hora se les perdió de vista este muchacho?

-Ya son cerca de tres horas –respondió Houk-. Se le ha buscado, por supuesto, con varias patrullas y grupos, pero nada.

-¿Andaba solo?

-Correcto. Un poco antes había estado junto a otro niño de su tropa, la que está a mi cargo, pero en algún momento se separaron.

-Otras personas de acá –intervino el otro policía- nos contaron que este niñito es muy travieso, busca líos, ¿no es así?

-¡Todo un caso! Un poco problemático, es la verdad.

-Bien. Entonces, ¿él en realidad estaba huyendo, evitando ser encontrado?

-Asimismo. Había hecho ciertas trastadas, molestado a otros niños; e incluso robó… o tomó sin permiso un objeto considerado valioso por nosotros.

-¿Qué clase de objeto?

-Eso no es tan importante, en realidad –señaló Urner-. Lo que se llevó consigo, se trata de algo que físicamente no tendría tanto valor; pero para nosotros, como scouts, representa jerarquía, tradición, valores. Lo esencial ahora es la vida de este chico, Randy. Nos interesa… nos debe interesar, más que nada, recuperarlo. Y no solamente su persona como tal; sino su integridad, su espíritu.

El policía asintió, pensativo.

-Entendido, coronel. Ya tenemos los datos necesarios, por el momento. Ahora le ruego por favor nos lleven hasta el sitio donde haya sido visto por última vez y donde encontraron ese distintivo de su supuesto uniforme ¿De acuerdo?

-Seguro. La patrulla que estuvo allá lo acompañará. Le agradecemos altamente todo lo que puedan hacer. Tienen nuestra colaboración y apoyo. Cualquier detalle que requieran.

-Muchas gracias, señor. Este es mi número –dijo dándole su tarjeta-. Vamos a estar en comunicación.

-Sin duda, alguacil. Houk, dele su número y el mío. Y el de algún otro líder.

-Por cierto, esta actividad o campamento que están realizando, ¿hasta cuándo es?

-Está programado para tres días. Todo el fin de semana, hasta el domingo.

-Comprendo. Siendo así, manténganse muy unidos, para evitar que eso le ocurra a otro niño. Desarrollen lo que tenían planeado; con normalidad pero alertas. Siempre listos, como dicen ustedes.

-No se preocupe. Procuramos estar unidos todo el tiempo, como la gran familia scout que somos. A pesar de estos inconvenientes o imprevistos que pueden aparecer de vez en cuando.

-A cualquiera le puede pasar, señor. No pierdan la calma. Le prometo que haremos lo que esté a nuestro alcance para que esto se resuelva de la mejor manera. No quiero asustarlos pero sí debemos estar preparados. Esto es Alaska. Una tierra grande, espléndida, pero igualmente muy ruda. Aquí, hasta los hombres más fuertes y experimentados pueden perderse… Nos vemos –dijo estrechando su mano. Luego se fijó en un grupo de scouts quienes rodeaban y acariciaban a un robusto perro labrador dorado.

-¡Vamos, Rex! –le ordenó el oficial.

Al punto, el perro –que portaba un arnés y una pequeña placa distintiva de la policía- corrió hacia los dos agentes, que se dirigieron a su camioneta.

Urner les habló a los jefes de grupo que se hallaban junto a él.

-Como dijo el alguacil, no perdamos la calma. Mantengamos ocupados a los muchachos. Y a nosotros mismos. Todos vigilantes. No sabemos cuándo ni dónde pueda aparecer este niño. Tal vez más pronto de lo que creamos.

-Disculpe, coronel –requirió una dama scouter- ¿Aún no les avisamos a sus padres?

Urner respiró hondo y miró hacia el que ahora le parecía un desafiante e interminable bosque.

-Esperemos a ver qué puede lograr la policía. Siento que ese dichoso muchachito en verdad no está lejos…

* * * * * * * * * * * * * * * * * *

En un claro, sobre un tronco de mediano tamaño, se hallaban sentados el par de viandantes descansando y comiendo. Velkan observó al scout, quien devoraba de prisa el sándwich que le había regalado.

-¿Saliste a explorar sin comida ni agua? ¿No trajiste bolso, mochila? –le preguntó al niño, mientras consumía en forma pausada su propio sándwich.

Randy, nervioso, negó con la cabeza.

-Se me quedó en el campamento.

-Tratándose de los scouts, sin duda la comida será muy buena, bien seleccionada para ustedes.

Randy empezó a extrañarla en ese momento.

-Me gusta más la que hacen ahí que la de mi casa –confesó con tono muy serio.

Velkan se extrañó ante ese comentario pero de una vez vino a su mente cuando tenía esa edad, más o menos.

-Pues eso pasa, a veces. Nos parece mejor algo que probamos por fuera. Pensamos que es nuevo, distinto, con otro sabor. Porque de repente nos cansamos y hasta despreciamos la comida de nuestra casa ¡Ahora extraño tanto la de mi mamá! –exclamó con un nostálgico suspiro- Yo sé cocinar, un poco. Pero no es igual.

El niño se fijó en el melancólico semblante del hombre.

-¿Qué le pasó a su mamá?

-Se fue. Se fue a un largo viaje… ¡Bien! Dejemos la charla y terminemos –expresó con apremio y mordisqueó lo que quedaba de su emparedado-. Nos espera, creo yo, mucho camino por recorrer.

-¿Usted hizo estos sándwiches?

El viajero asintió.

-Saben mejor que los que hace mi mamá.

El hombre sonrió.

-Eso es decir mucho ¡Bien, sigamos! –exclamó, incorporándose- Continuemos nuestro camino.

Randy bebió un último sorbo de agua y siguió a su compañero de viaje a través de aquel paraje solitario.

-¿Encontraremos otras personas por acá?

-Es muy probable. Se supone que estamos en un mes de asueto, de vacaciones. Es cuando viene más gente para estos sitios. Este es un destino turístico, atractivo para muchos, por los parques naturales, la aventura ¿Habías estado antes aquí?

-No, nunca.

-Pero sí vives acá en Alaska, ¿cierto?

-Sí.

-¿En qué sitio?

-Fairbanks.

-¡Ah! “La Ciudad del Corazón Dorado”, una de las principales de este estado. Con esa gran “fiebre del oro” que tuvo. Y me imagino que es un lugar donde siempre hace mucho frío, ¿verdad?

-Todo el tiempo. No me gusta.

-¡Cómo será de intenso! Por supuesto, en muchas partes del país cae nieve y bajan las temperaturas durante el invierno, es lógico. Pero aquí debe ser mucho mayor, al extremo.

-¿A usted le gusta el frío y la nieve?

Velkan suspiró, recordando de pronto.

-La nieve siempre me ha parecido mágica. Desde niño. Aparte de los regalos y los dibujos animados especiales de la época, era lo que más me gustaba de la Navidad. Ver caer toda esa nieve, encontrar las calles cubiertas de blanco, le daba sentido a esos días finales del año. Le daba sentido a mi vida.

-Lo que me gusta de la nieve es que se puede jugar con ella, hacer muñecos; y bolas para arrojar a la gente –mencionó el niño con una taimada sonrisa.

-Sí, varias veces estuve en esas “guerras de nieve”. Las disfrutaba en verdad.

-¿Le gusta hacer eso? A mí me encanta tirarle cosas a la gente.

El profesor pudo captar la malicia en aquella frase y en la sonrisa y mirada infantiles.

“¡Y qué más harás tú, niñito! Me espera un laaargo y entretenido viaje”.

-Pues espero que no sean “cosas peligrosas” las que arrojas –comentó Velkan en un tono desconfiado.

-¡No, no! –repuso nervioso el scout- Es solo papel. Solo eso…

-¡Sí, cómo no! ¿Para qué lo haces? ¿Te parece divertido? ¿No te has metido en problemas alguna vez?

Por unos instantes Randy enmudeció, sintiendo hormigueos en su interior.

-Yo trato de hacerlo cuando no me ven. Muy rápido –dijo, imitando un veloz movimiento arrojadizo.

-¡Con que muy rápido! ¿Y nunca te han atrapado?

El niño asintió, cabizbajo. Su gris semblante le hizo rememorar a Velkan su propia niñez, cuando él tenía ciertas conductas muy similares…

-Oye, muchacho. Quizá todos hemos hecho eso alguna vez. La cuestión es ver por qué, cuándo hacerlo. No hay problema si es para divertirnos en forma sana, entre todos, como lo de la nieve. Pero que no sea para molestar a otras personas. Yo a mis alumnos no les permitiría que tiren papeles estando en clase.

-¿Usted da clases? –preguntó Randy con asombro.

-Así es. Historia y Ecología, Educación Ambiental.

-Mi papá es profesor.

-¿En serio? ¿De qué?

-Matemática, Física. En la Universidad.

-Qué bien. Al menos tienes una muy buena ayuda en tus estudios.

-Él es una bestia –mencionó el niño con rencor-. No me agrada estudiar con él. En donde da clases, le dicen “Rasputín”.

Velkan sonrió, pero entendió que probablemente en el hogar de aquel pequeño no existía demasiada armonía.

-¿Él es muy estricto?

Randy asintió, sin dejar de mirar al suelo.

-Creo que tal vez el alumno más difícil o complicado que pueda tener un maestro es su propio hijo. Y por eso precisamente debería ser a quien le preste más atención.

-¿Usted tiene hijos?

-No. Ninguno todavía. Pero sí tengo varios alumnos.

-¿Y usted es buen maestro?

Velkan inspiró hondo y dio un gran suspiro, en un esfuerzo por contenerse. Con su “arsenal” de preguntas y su actitud, su forzoso compañero de andanza estaba llevándolo a los verdaderos límites de su paciencia y tolerancia.

“¡En qué lío me metí! ¡Qué karma me ha caído encima!”

-Espera ahí –le ordenó al niño-. Voy al baño.

-¡Yo también tengo ganas!

-OK. Ve a ese pequeño árbol –lo señaló-. Yo estaré en aquellos.

En tanto el scout fue hacia donde le había indicado, Velkan se alejó hacia la espesura y se detuvo junto a un grupo de abetos. Colocándose tras uno de ellos, se dispuso a desahogar su cuerpo.

-¡Por Dios! –exclamó con un gran suspiro- ¿Realmente tengo que cargar con este muchachito? ¿Por cuánto tiempo? Dame paciencia, Señor. Si me cuesta tanto tolerar a mis alumnos, con mayor razón un niño. Por algo nunca he querido darles clases. No sirvo para esto; ni para enseñarles ni mucho menos cuidarlos. ¡No soy como tú, mamá! –declaró desanimado, recordando cuán maternal y generosa era ella con sus alumnos y con niños de orfanatos y albergues- Provoca desaparecer de aquí. Que cada quien siga su camino –expresó molesto, al tiempo que una nube oscura cruzaba por su mente, incitándolo a continuar solo.

Dirigió su mirada hacia lo alto, deseando que de nuevo apareciese “su guía” para ratificarle la dirección correcta. Pero lo que sus ojos encontraron, no en el aire sino asomado entre dos de aquellos enormes troncos, fue la inesperada figura de un lobo. De coloración negruzca en la parte superior de su cuerpo, salpicado de blanco en los flancos y la grupa, y una franja blanca en su vientre. Su rostro completamente oscuro lo hacía parecer aún más tenebroso. Su mirada estaba fija en él. O en ellos… El alarmado viajero se volvió hacia el niño, quien ya había retornado. Sin apartar la vista del intimidante animal, rápidamente se colocó junto al scout.

-¡Vamos, a moverse! –le apremió, nervioso- Debemos seguir. No hay que quedarse mucho tiempo por acá, pueden aparecer “sorpresas” –afirmó observando de reojo al lobo, que seguía en el mismo sitio. A pesar de encontrarse a una distancia más o menos considerable, sabía que esos depredadores eran ágiles, resistentes y astutos. “Excelente momento para separarnos. Este muchachito, solo, no duraría ni un segundo con él. Yo podría correr más, escapármele tal vez. En fin, igual nos atacaría a ambos. Pero de todos modos es mejor quedarnos juntos. Por ahora…”.

Reemprendieron su andar. Velkan marcó un paso rápido, sin comentar una palabra al niño a fin de no asustarlo. Sin embargo, cuando habían avanzado algunos metros, al volver la vista hacia aquellos árboles, nada se asomaba entre los mismos. El viajero se sobresaltó y miró a su alrededor.

-¿Qué está buscando? –preguntó Randy- ¿Está perdido?

-No. Solo me aseguro que no haya algo raro por ahí.

“Dios, por favor. En esta inmensidad, ¿cuál es la mejor ruta a seguir, la más segura? Tantos árboles… -de pronto vinieron a su memoria los cuentos relatados por sus padres y en especial sus abuelos, de las tradiciones celtas- ¿Sí existirá entre todos ellos algún ‘pastor’ que tenga vida propia y sea capaz de guiarnos?”

Al instante, una súbita ráfaga de viento surgió como silbante remolino en medio de aquellos gigantes que se perfilaban hacia el cielo, agitando sus ramas en sucesión, ondulando en una forma que pareciese indicar una secuencia, una dirección… Entendiendo “sin querer entender”, el asombrado viajero la siguió. No dudaba que volverían a ver –y muy probablemente más de cerca- a aquel lobo, “demasiado real” para pensar que se trataba de una visión o sueño como los que se le habían presentado en repetidas ocasiones. Asimismo, algún rincón de su memoria le indicaba que ya antes, de alguna manera y quizá en un lugar similar, había visto ese oscuro rostro y esa misma mirada afilada que parecía atravesarlo…

“Si pudiéramos encontrar un refugio, un campamento, algún guardabosques –se planteó con ansiedad-. Este viaje ya dejó de ser lo que tenía pensado en principio. Pero nuestros planes pueden ser alterados por los planes del Universo ¡No existen las casualidades! ¿No es así, gran maestra?”

De repente, un fuerte zumbido surgió en forma progresiva entre aquella gran arboleda. Unos segundos después, una resaltante avioneta de color amarillo se hizo visible sobre ellos, atravesando las nubes.

-¡Vinieron a buscarnos! –exclamó jubiloso el scout- ¡Yupiii!

-Gracias al cielo ¡Heyyy! ¡Acá estamos! –gritó Velkan, agitando sus brazos. Corrió en dirección a la aeronave. Randy hizo lo propio, pero apenas arrancó a correr, tropezó y cayó pesadamente.

Al ver eso y escuchar sus quejidos, Velkan se detuvo, dudoso, observando la avioneta que ya se estaba alejando. Exhaló un suspiro y retrocedió hasta donde se encontraba el pequeño, quien apoyado en sus manos trataba de incorporarse.

-¿Te golpeaste muy duro? –preguntó, ayudándolo a levantarse.

-Sí –dijo en tono lastimoso-. Me duelen mucho mis rodillas y mis brazos.

Velkan lo revisó: en efecto tenía escoriaciones en sus antebrazos y codos. Se fijó en su cabeza y rostro; por lo visto no presentaban heridas ni golpes visibles. Volvió su mirada buscando la aeronave. Ni señas de ella…

-¿El avión se fue? –preguntó el niño, frotando sus rodillas.

Velkan asintió.

-No pudieron vernos –comentó con desaliento.

-Perdón, me caí.

-Está bien, no fue tu culpa. Déjame ponerte algo en esas heridas.

Extrajo de su mochila un frasco con alcohol, con el cual impregnó un trozo de papel sanitario.

-¿Eso va a doler? –preguntó Randy con temor.

-Un poco. Es alcohol. Te va a limpiar, desinfectar las heridas. Es por tu bien.

Velkan le pidió que descubriese sus piernas hasta las rodillas. Randy se negó por unos instantes pero ante la insistencia del hombre obedeció, con un gesto de enfado y vergüenza. Velkan le aplicó la sustancia antiséptica en ambas piernas. El niño emitió unos agudos quejidos.

-¿Usted sabe curar heridas?

-Lo aprendí en la Cruz Roja ¿A ustedes en los scouts les enseñan primeros auxilios?

-Sí. Esa gente ha venido. Y hay scouters y Rovers que lo hacen.

Velkan terminó de curar los raspones en los brazos de Randy.

-¿Estamos solos acá?, ¿no hay nadie? –preguntó éste angustiado.

-Eso creo, muchacho –afirmó Velkan contemplando la boscosa inmensidad que los rodeaba-. Eso creo…

Así lo creían ambos. Porque aún no podían estar conscientes de todas las clases de seres que se encontraban ahí a su alrededor; y cuántos los estaban siguiendo y observando…

Un súbito ulular los estremeció. Justo encima de ellos, un gran búho gris de cara redonda los contemplaba desde las ramas de un pino, en forma fija y misteriosa, causando temor en el niño y admiración en el hombre.

“Qué imponente –pensó el profesor, recordando a sus alumnos-. No lo tengo en mi presentación. Debería agregarlo”.

-¿Qué es eso? –preguntó Randy- ¿Un búho?

-Así es. Uno especial, de verdad.

-Da miedo.

Velkan recordó en ese instante al anciano indio y al mismo tiempo evocó su niñez, cuando su abuela materna le hablaba de la magia de la naturaleza, de los bosques, ríos, animales. Y que a ninguno de estos se le debía tener miedo, sino respeto. Incluso aquellos que nos parecieran más extraños, peligrosos o aterradores, estaban allí con un propósito –señalaba ella con enigmática convicción-. Para reflejarnos en ellos, para enseñarnos y dejarnos algún mensaje.

-Sí, asusta un poco. Pero tal vez él tenga más miedo de nosotros. Estamos invadiendo su territorio.

-¿Por qué?

-Para ellos, los animales de acá, somos intrusos. Seres extraños.

-Más extraños son ellos –refutó el niño-. Muchos son feos y muerden, atacan a la gente.

-Nosotros los humanos los atacamos más. Para comerlos, por deporte y diversión, por crueldad. Les hacemos cosas mucho peores.

-En mi casa, mi papá siempre lee la Biblia. Ahí dice que los animales son para que los dominemos.

-¡Oh, sí, claro! –exclamó irónico Velkan- Y porque allí lo dice, es santa palabra. Nos creemos dueños del mundo, con derecho a poseerlo todo, explotar, saquear cada recurso del planeta, aunque lo destruyamos. Somos “la especie dominante”. Los súper depredadores.

-¡Sí! Los humanos tenemos el poder –dijo presumido el niño, enseñando su puño-. Los animales son para cazarlos, para jugar o para aplastarlos.

-Te voy a llevar a mi clase –expresó Velkan con sarcasmo-. Vas a ser una sensación.

-¿En serio? ¿Cuándo?

-Cuando estos árboles se vuelvan enanos.

El scout bajó la mirada, malhumorado. Entonces sus ojos se encontraron con algo que le hizo sobresaltarse.

-¡Mire! –exclamó alborozado, señalando hacia ese punto- ¡Chocolate!

-¿Dónde?

Randy corrió hasta allá. En efecto, se trataba de tres barras de chocolate. Agarró una y se dispuso a llevarla a su boca.

-Espera –objetó Velkan mientras se aproximaba-. Déjame verlos.

-Sí son chocolates. Quiero comerlos.

-Permíteme revisarlos.

Con desdén, el niño se los entregó. Velkan los olfateó.

-Son fuertes, amargos –aseveró. Luego de dudar unos segundos, pellizcó un trocito de una barra y se la llevó a la boca-. Aparentemente está bien, no le pusieron algo extraño –afirmó, tras una pausa, al no sentir alguna reacción adversa. Probó otro pedazo; la misma sensación.

-Ten –dijo dándole un trozo al niño-. No te lo comas rápido; mastícalo bien, por favor.

Randy obedeció, molesto por esa severidad del hombre.

-Sí sabe bien. A mí el chocolate no me hace daño.

-A mí tampoco. Pero a muchas personas sí, y en particular a ciertos animales. Tal vez por eso lo dejaron aquí –afirmó, mirando con sigilo a su alrededor.

-¿Por qué? –preguntó extrañado el niño.

-Los chocolates tienen un componente, una sustancia que es tóxica, mala para algunos animales, como perros y osos. Por eso los cazadores los dejan así al aire libre, para que los osos se los coman y se envenenen. ¡Qué gran forma de cazar! –exclamó molesto.

-¿O sea que esto tiene veneno? –preguntó Randy, mirando aterrado la barra en su mano.

-No. A nosotros, los humanos, no nos hace daño. Claro, a algunos sí les puede caer mal o pesado para el estómago. Y más si se come mucho. Pero para los animales sí es como un veneno, no lo toleran. Así como las personas no podemos comer muchas cosas que sí las aceptan los animales.

El niño quedó pensativo unos instantes.

-¡Ya no lo quiero! –exclamó, arrojando el chocolate.

-Perfecto. Comer mucho de eso no te haría muy bien para el camino. ¡Que va a ser largo, sin duda! –exclamó con pesimismo- Sigamos, antes de que aparezca por acá algún oso o cazador.

-Los dos son malos, ¿verdad?

El viajero suspiró.

-El oso no, en verdad. Él no caza ni mata por placer, por deporte o por tener un trofeo y tomarse una foto.

Reiniciaron su andar.

-Pero los osos son peligrosos –sostuvo Randy-. Se comen a todos los animales en el bosque y a la gente también.

-Ellos sí comen animales, es su naturaleza. Eso se llama ser carnívoro. Pero no a todos; escogen sus presas, sean grandes o pequeñas. Además comen frutas, miel. Y lo que te había dicho, comen basura y animales muertos, si no encuentran algo más. Y sobre comer gente, depende de qué tanta hambre tengan o qué tan descuidado, imprudente sea alguien para acercárseles y provocarlos. Aunque a veces esos encuentros son por accidente.

-¿Por qué?

-Alguien, una persona y un oso se consiguen sin pensarlo; eso suele ocurrir. Entonces puede ser muy peligroso, con mayor razón si el animal está comiendo o tiene crías. Por eso hay que estar muy atento en un sitio como este y alejarse si vemos alguno.

De repente se encontraron en un paraje escarpado, con grandes rocas diseminadas. Al adentrarse entre ellas, se oyeron unos trinos desde los árboles aledaños. Un grupo de siete pájaros -tordos grises y gorriones- parecían saludar al par de excursionistas con intermitentes sonidos y vuelos de un árbol a otro. Ambos los contemplaron por unos instantes, hasta que el niño fijó su atención en algo delante de ellos.

-¡Señor, mire! –exclamó señalando al frente.

Velkan siguió la exorbitante mirada del pequeño. Su asombro se hizo igual de inmenso, compartiendo el pensamiento de que estaban viendo algo sumamente extraño. Aproximadamente a 100 metros, una hembra de oso lamía a dos cachorros. El pelaje de estos era negro. El de la madre, como la nieve…

-¿Es un oso polar? –preguntó Randy realmente impresionado- ¿Cómo los de la Navidad?

-No. Imposible. No pueden llegar hasta acá. Ellos solo están en el Ártico, el Polo Norte. Este es otra especie. Lo que pasa es que es albino, todo blanco.

En ese instante, la osa alzó su hocico y gimió, buscando de dónde provenía “el extraño aroma” que le indicaba en ese momento su muy agudo olfato.

-¿Qué está haciendo? –preguntó Randy

-Buscándonos. Y no para saludarnos ¡A moverse!

Se ocultaron tras una gran roca. Velkan se asomó con cuidado.

-¿Sigue ahí? ¡Quiero verla!

-¡Quédate quieto! –le ordenó Velkan en voz baja- Y no hables. Ellos pueden ver, oler y escuchar muy bien.

De pronto, los oseznos gimieron y se enfrentaron entre ellos, jugando. Su madre los observó, desviando su atención hacia ellos. Luego miró a su alrededor y lanzó un hosco gruñido. Rozó a los cachorros con su hocico y reanudaron su andar, rumbo a la espesura que conformaba un área sembrada de arbustos y maleza.

Al cabo de unos segundos, los atemorizados caminantes se asomaron.

-Se fue –dijo Randy-. No nos hizo nada.

-Excelente. Siguen su camino en paz y nosotros el nuestro. Salgamos de estas rocas. No vayan a darnos otra sorpresa.

Rápidamente, retomaron el paso hacia la dirección que se habían trazado.

-¿Aquí hay muchos osos? –preguntó Randy.

-¡Unos cuantos! –contestó Velkan con ironía- Chico, esto es “tierra de osos”. De todo tipo: blancos, negros, Grizzlies…

-Ese que vimos ahora, ¿qué es? ¿No es un oso polar?

-No. Ese era… -pensó unos segundos- ¡Un Kermode! Un “oso espíritu”, como lo llaman los nativos. Una variedad de color blanco del oso negro.

-¿Y por qué tiene ese color?

-Por algo en sus genes, que los vuelve así. Aunque los indios tienen su leyenda sobre eso.

-¿Cuál leyenda?

Velkan respiró profundo y sonoro, tratando de aplacar su impaciencia.

-Dicen los nativos, algunas tribus de Canadá, que hace muchos, miles de años, el hielo glaciar cubría todo el planeta. Todo era blanco y frío, congelado. Y entonces apareció el gran Cuervo, el Creador, y puso fin a la era del hielo para crear bosques verdes llenos de vida en la Tierra. Pero quería que se recordase cuando todo estuvo cubierto de nieve. Para ello, decidió que uno de cada 10 osos negros naciera de color blanco. Y esos osos tendrían poderes espirituales para ayudar a mantener la paz del bosque.

Tras un momento de silencio, Randy preguntó:

-¿O sea que ese oso es como un súper héroe, con poderes?

-Pues para los nativos de acá puede que lo sea. En el sentido espiritual. Pero como dije, es una leyenda, un cuento. El animal como tal sí es real. ¡Muy real!, lo acabamos de ver. En verdad, es especial. Algo muy diferente a lo normal, lo común. Y que tal vez sea raro conseguirlo por aquí. Ellos viven más hacia el Norte. Canadá, Columbia Británica. Por eso, tuvimos mucha suerte al verlo ¡Verla! Era una chica, por supuesto.

-¿Y por qué sus hijos son negros?

-Es seguro que el padre sea de ese color. Los cachorros salieron como él. Algunas veces nace uno negro y el otro blanco, depende ¡Mejor nos damos prisa, compañero! –exclamó señalando el horizonte, donde ya se vislumbraban franjas rosáceas- Se acerca el atardecer.

Ambos aceleraron sus pasos. Igualmente se aceleró la preocupación de Velkan.

“Dios mío, ¿dónde iremos a pasar la noche?”

* * * * * * * * * * * * * * *

Todos los presentes en el conmocionado campamento: dirigentes, asistentes, rovers, scouts, se hallaban concentrados en una gran vigilia. Dispuestos en formaciones circulares o en semicírculo, muchos tomados de las manos o entrelazados sus brazos; portaban velas, linternas, lámparas, teléfonos móviles encendidos.

Un scouter quien asimismo era pastor evangélico conducía las plegarias y peticiones.

-Te rogamos, Dios, señor nuestro, en el nombre poderoso de Jesús, reunidos en este gran bosque donde nos has traído, para apreciar las maravillas de tu creación y para realizar este camporee, esta convivencia, en armonía y disciplina. En este círculo de hermandad, con humildad y fe te imploramos por nuestro pequeño hermano Randall Volkov, quien en estos momentos está pasando por una dificultad, una prueba, al hallarse perdido en este inmenso lugar. Solo, con frío, hambre, miedo. Perdónale sus pequeñas faltas, sus travesuras, que Tú sabes son unas cuantas. Pero es solamente un niño inconsciente, que no sabe lo que hace. Bendícelo, protégelo. Permite que estos “gigantes verdes”, creaciones tuyas, lo abracen, lo abriguen y lo cuiden, hasta que retorne a nosotros, sano y salvo. Amén.

-¡AMÉN!

Muchos ojos estaban anegados. Algunas chicas scout se abrazaron sollozando o llorando.

-Quizá soy yo el que tendría que estar allá –afirmó Houk, abatido.

-Ambos se encuentran donde les corresponde en estos momentos –repuso Urner, a su lado-. Para reflexionar. Para crecer internamente. Para reconocerse y valorarse, a sí mismo y al otro. Nada es casual, amigo mío. Nada. Téngalo presente, en esta hora y siempre.

Los dos permanecieron en silencio, con la mirada puesta en la infinita arboleda y las coloridas franjas en el cielo que se perfilaban en el final de aquel tan agitado día.

-Scouter, ¿por qué están todos rezando? –preguntó Juliette a una de las damas dirigentes de su grupo.

-Porque ese niño Randy, el que te fastidia tanto, está perdido.

-¿No va a regresar?

-Esperemos que sí. Que sea pronto. Por eso estamos orando.

La pequeña permaneció en silencio unos segundos.

-No quiero que regrese. Le pediré a Dios que se quede allí en el bosque. Que nunca más vuelva– pronunció con firmeza.

La mujer la abrazó, conmovida.

Desde otro cercano punto, un par de desconsolados scouts oteaban inútilmente en la oscura arboleda.

-Perdóname, Randy –exclamó Gianpiero afligido-. Por dejarte solo.

-Vuelve pronto, hermanito –rogó Charlie con gran pesar-. Donde sea que estés, que tengas una buena noche. Abrígalo bien y cuídalo, Dios. Te lo ruego. Y que mañana esté de nuevo con nosotros. Lo extrañamos. De corazón…

* * * * * * * * * * * * * * * * *

Con un cielo ya casi oscurecido y descartando la posibilidad y la esperanza de hallar refugio, aunque fuera en alguna cueva, Velkan decidió acampar en medio de una zona del bosque sembrada de álamos temblones.

-Aquí pasaremos la noche, ¿de acuerdo? No se ve por acá una cabaña o un sitio donde podamos quedarnos.

-En el camporee teníamos tiendas. Quisiera estar ahí –afirmó con tristeza y angustia.

-Sin duda. No hay nada como dormir en un sitio techado, seguro. Pero creo que por aquí está muy difícil encontrar alguno –aseveró, mirando a su alrededor. Se fijó en los árboles cercanos, en su mayoría de hojas amarillas; y entonces descubrió varios troncos, no tan gruesos, esparcidos cerca. En su mente surgió de pronto el rostro del viejo nativo con quien se encontrase y de la misma manera las imágenes de otros hombres y mujeres de la misma raza que tanto había contemplado en libros, por la Red, y en sus visiones… Y así recordó también algo que leyera sobre los “tipis”, esas singulares viviendas en forma cónica propias de aquellas “primeras naciones”.

-Podría ser… ¡Ven, niño! Traigamos troncos como aquellos –los señaló-. Haremos un refugio.

Entre los dos recolectaron cinco leños delgados y largos, de similar tamaño. Velkan resolvió que se ubicarían en un punto circundado por un grupo de álamos y pinos.

-¿Qué quiere hacer? –preguntó Randy- ¿Una casa?

-Una casa india. Un “tipi”. Los has visto, ¿cierto?

-Creo que sí. En las películas de indios y vaqueros.

-Sí, tal vez es donde más se han visto. Recordando esa época cuando ellos vivían en toda esta tierra… ¡Bueno! Vamos a recordarlos ahora, haciendo una de esas tiendas suyas.

-¿Usted sabe cómo hacerlas?

-Lo vi una vez en televisión. No es tan complicado.

-¿Cómo es?

-Primero se toman tres troncos…

Los colocó juntos y luego buscó una cuerda dentro de su mochila. Enlazó los que serían los extremos superiores del trío de palos; luego, con su cuchillo, aguzó un tanto los extremos opuestos.

-Ayúdame a sostenerlos, con cuidado.

Levantaron los troncos atados. Los abrieron formando una pirámide o cono y los asentaron en la tierra. Después, Velkan agregó los dos palos restantes, enfrentándolos de manera tal que complementaban y reforzaban la base de la estructura. Seguidamente, rodeó con el resto de la cuerda la parte superior de la misma.

-Ahora, para cubrirlo…

Volvió a su mochila. Extrajo un gran trozo de plástico negro proveniente de una bolsa para basura, el cual usaba como forro protector de aquella, y lo colocó como “techo” de su tipi.

-OK. Debemos buscar ramas, hojas…

Así lo hicieron. Con ellas Velkan fue cubriendo los espacios entre los troncos, dejando una pequeña abertura en su base a modo de entrada. Luego, usando algunas hojas sobrantes, “alfombró” el interior del refugio.

-Listo –dijo el viajero, admirando su obra- ¿Qué te parece?

-Luce raro. Los de las películas son más grandes y están cubiertos con tela o algo así.

-Cierto, lógico. Los indios los hacían más grandes y mejor protegidos, con cuero, pieles de animales. Esto es solo un refugio improvisado, por esta noche ¡Espero solo sea una noche! Ahora, socio, necesitamos una fogata. Como buen scout, ¿sabes hacerla?

Randy hizo con su mano el signo de “más o menos”.

Su compañero recogió un par de ramas, musgo y hojas secas.

-Creo que es suficiente ¿Qué técnicas les han enseñado?

Randy lo pensó unos segundos.

-Esta de la madera y otra con piedras.

-Sí, correcto, golpeando dos piedras. Hmmm… Usemos la madera.

Se arrodilló sobre el suelo de tierra y hojarasca. Con su navaja hizo una muesca en forma de V en el medio del borde de un trozo de madera y lo colocó sobre el montoncito de musgo y hojas secas que había dispuesto. Insertó una varita en forma vertical entre la muesca y la frotó con ambas manos, en rápidos y sucesivos movimientos giratorios. Invitó al scout a hacer lo propio; este realizó unas no muy veloces maniobras. El viajero las retomó, hasta que comenzó a surgir una fina columna de humo…

Cerca de un cuarto de hora más tarde, se hallaban sentados sobre grandes piedras frente a la fogata. Velkan se fijó en el apagado y triste semblante de su pequeño acompañante.

-¿Te sientes bien? –preguntó en forma afable.

-Regular –respondió el niño con voz apagada

-No te preocupes. Aquí estamos a salvo, abrigados. Yo aún tengo comida y mañana seguiremos nuestro recorrido.

Extrajo un pequeño termo de su mochila.

-¿Quieres limonada?

Randy aceptó en silencio la bebida.

-En el campamento deben estar comiendo ahora –expresó con nostalgia-. Y también en mi casa.

-Valoramos lo que tenemos, cuando no lo tenemos –reflexionó Velkan, sintiendo pena por el niño y añorando su propia casa-. Dime, chico… ¿Cuál es tu nombre? Lo olvidé, disculpa.

-Randy.

-OK, Randy, ¿por qué estás aquí? ¿Te saliste de tu campamento? ¿Te perdiste?

El pequeño no contestó. Su angustia y tristeza parecieron aumentar.

-¿Hiciste algo malo? ¿Te regañaron? ¿Te expulsaron, te sacaron de ahí?

-Me escapé –balbuceó al fin, a punto de llorar-. Me llevé esto –confesó, mostrando el “bastón” que llevaba consigo.

Velkan se acordó que esos palos, debidamente decorados y presentados, eran característicos de los grupos scouts.

-¿Es el de tu grupo, tu manada?

El niño asintió.

-¿Por qué te lo llevaste?

No hubo respuesta.

-¿Lo hiciste como broma, por molestar a alguien?

-No lo sé –respondió Randy, con los ojos humedecidos.

-Si no hubiera sido por eso, a esta hora estarías tranquilo en tu campamento, con tus compañeros, comiendo y durmiendo bien. ¿No es así?

El pequeño mantuvo su silencio. Restregó sus lágrimas con su brazo.

-Sea como sea, ahora estás aquí y te toca cargar ese bastón scout. Creo que tiene su nombre, no puedo recordarlo. ¡Hace ya tanto tiempo…! Bien, llévalo con respeto. Cuídalo. Así cuando regreses, quizá se fijen en eso y no te regañen.

-Mis padres sí me van a regañar –afirmó Randy con desconsuelo y temor-. Porque agarré eso y porque me perdí.

-Posiblemente. Pero yo pienso que en estos momentos ellos deben estar más preocupados que enojados ¿Ya antes habías pasado alguna noche fuera de tu casa?

-Solo, no. Una vez estuve donde unos tíos.

-¿Y alguna vez te perdiste, así como ahora?

-Algunas veces, cuando estaba en la calle con mis padres.

Velkan trajo a su memoria las varias ocasiones –teniendo la misma edad- en las que se perdiese en la calle o dentro de algún centro comercial. Las reprimendas de sus padres no se hacían esperar; pero asimismo no olvidaba el angustioso rostro de su madre.

“Ahora Ella de seguro está preocupada, aunque desde donde se encuentra podrá cuidarme mejor” –pensó con nostalgia.

De repente, se escuchó lo que era un agudo, prolongado y estremecedor aullido. De inmediato fue seguido por una rápida secuela de otros sonidos similares.

-Por ahí andan ellos… Es inevitable, en un lugar como este. Esperemos se mantengan alejados. Pero en cualquier caso, como dijo un poeta, ¡qué solitaria es la noche sin el aullido de un lobo! Es muy distinto escucharlo en la vida real.

-Dan miedo –dijo Randy-. Vienen a comernos.

-No necesariamente. Tal vez no nos hayan visto aún. Ellos aúllan para comunicarse entre sí y como advertencia para otros lobos, otras manadas.

-En las películas ellos aúllan cuando hay luna llena, como esa –afirmó con temblorosa voz y señaló la espléndida esfera blanca que hacía relumbrar cielo y tierra-. Y es cuando salen los hombres-lobo.

-Ellos no existen en realidad. Aunque sí hay muchas personas a quienes parece afectarles la luna –mencionó, tocando repetidamente su cabeza con la punta de su dedo índice-. Cuando yo era niño, como tú, mi abuela, que era gitana, me contaba una leyenda, una historia de su pueblo, en Rumania.

-Esos gitanos son gente rara, mala.

-No. Más bien, incomprendida, despreciada. Que tiene su historia, su valor. Su magia y misterio. Y merecen respeto.

Transcurrió un instante de silencio.

-¿Quieres escuchar esa historia? –preguntó Velkan.

El pequeño asintió, aunque con desgano.

-Una noche, la Luna bajó a la tierra y quedó enredada entre las ramas de un árbol. En ese momento apareció un lobo y la empezó a acariciar con su hocico y jugaron toda la noche, hasta que el lobo volvió al bosque y la Luna al cielo; y ésta al irse le robó la sombra para recordarlo para siempre. Y desde entonces, el lobo le aúlla en las noches de luna llena para pedirle que se la devuelva.

Randy miró por un instante el gran disco pálido sobre ellos y volvió a su estado lastimero.

Velkan pensó que ese niño no saldría fácilmente del abatimiento en que se hallaba. Observó el tipi, el fuego, los árboles, el silencio reinante en ese momento. A su mente acudieron las palabras del sabio indio: Entrar en el silencio de la Naturaleza y dejar que nos guíe. Y en el “Silencio interior”, para escucharlo, vivirlo…

-Una vez leí que los indios construían los tipis de esta forma porque así la energía circular de estos y de la aldea se elevaba en espiral hacia el cielo, tal como se elevan los árboles. Y esa energía se debía sellar; con oraciones y danzas rituales.

Recordó entonces a su maestra: “Baila para agradecer a la Diosa, a la vida. El baile es una forma de orar”.

-¡Vamos pues, chico! –lo conminó, levantándose- Hagamos una danza india. Para relajarnos, para pedirle a esta luna que nos ilumine toda la noche y pedirle a Dios… al Gran Espíritu, a la Gran Madre, que nos protejan, nos guíen y permitan que regresemos pronto.

Randy se levantó incómodo, de mala gana.

-No soy un indio. Y no sé bailar como ellos.

-No es tan difícil ¿Nunca has visto un baile de ellos en alguna película?

-Sí. Los indios bailaban cuando tenían a alguien amarrado, para quemarlo y comérselo.

-Muchas veces las películas exageran y no muestran toda la verdad. Además, eso ocurrió hace largo tiempo. Y en realidad, fue más el daño que se les hizo a los nativos. Podemos recordarlos y honrarlos esta noche.

Por un momento, Velkan cerró sus ojos y evocó escenas de esos bailes rituales. A un ritmo pausado, comenzó a danzar. Con señas, indicó al niño que lo siguiese. Este lo hizo, molesto, reacio. Sin embargo, de algún modo se fue contagiando de la energía de aquel momento y del ritual que representaba. Así, bajo el intenso brillo de la Luna, en torno al fuego y ante un céntrico tipi de una aldea imaginaria, durante un solemne y místico instante, danzaron cual guerreros de aquellas tribus ancestrales, al son de etéreos tambores y cánticos. Y aunque no lo supieran ni lo creyeran, ocultos y atentos espectadores los observaban desde la oscura espesura…

*********

De improviso, Velkan se encontró en algún paraje del bosque, frente al plácido murmullo de un arroyo. Súbitamente apareció la inusual y atrayente figura que viesen él y su compañero de camino: un oso, de tamaño regular, su cuerpo de color entre blanco y crema y su rostro muy pálido. Parado frente a él, mirándolo a los ojos. Entonces escuchó una voz vibrante, sublime, femenina:

Somos los guardianes de estas tierras; y con nuestra energía sostenemos toda una red interconectada de la Tierra y el Cosmos. El origen es el mismo para todos. Todos salimos de la misma matriz madre, por eso nosotros no os vemos como algo separado a nosotros. Si estás en un lugar, y estás despierto, sientes la Unidad, habrá una mayor actividad en esa zona y hará que se despierten memorias antiguas dormidas, cristales guardianes y otras muchas cosas que desconocéis.

Siempre han sido los mismos, siempre somos luces, aun siendo o estando en un lado u otro, no hay separación, todo es Unidad. La Madre Tierra muy a menudo siente dolor, irritación en su piel, por todo lo que se le hace; aun así ella siente una profunda compasión por sus hijos, por todos, así que nosotros le ayudamos a muchos niveles, ya sean energéticos, magnéticos o físicos. Todo es más profundo de lo que veis o sentís. El humano ha perdido mucho la percepción de la profundidad porque eso ha dado siempre mucho miedo, pues hay demasiadas creencias y esquemas que no os dejan ir hacia allí. Hablamos unos con otros a través de los corazones, les contamos a nuestros hijos hermosas leyendas y cuentos que les ayudarán en su misión, eso es estar en comunión total, es recogimiento, es profundidad.
La profundidad no es hacia abajo ni hacia arriba, es hacia dentro; porque es la única dirección que existe para vivir, lo demás es ilusión; y una vez dentro, se expande como bola de luz, en todas direcciones. Al Cosmos…

Al albor de un nuevo día, Velkan salió de su refugio, estirando sus brazos mientras inspiraba profundo. Escuchó el mismo ruido que lo había despertado: unos toques o martilleos repetidos. Buscó su origen, elevando su vista hacia los pinos cercanos. Pudo descubrirlo: un pájaro carpintero, de plumaje blanco y negro y cabeza roja con una gran cresta.

-El Pájaro Loco –expresó con una sonrisa, recordando esa parte de su niñez-. Buenos días, sol. Buenos días, mundo ¿Qué nos tendrán para este día?

Se hallaba muy intrigado por el sueño que había tenido. “¿Sueño o visión? ¿Viaje astral? ¿Era la misma osa que vimos? ¿En verdad son unos guardianes?, ¿de este lugar, de nosotros?”

Observó al pequeño “fugitivo”, quien aún dormía dentro del tipi, arropado por la manta que le había cedido. Por fortuna, esa “danza” fue como un sedante para él. Sin embargo, se dio cuenta que varias veces se agitó ¿Sería solamente a causa del frío, del hecho de encontrarse lejos de su hogar o acaso soñó algo similar, una visión de aquel ser que parecía de fábula o surgido de alguna leyenda indígena?

Cerca de media hora más tarde, el par de viajeros consumían su desayuno: atún enlatado y granola. Aunque todavía pensativo por aquella visión del oso –u osa-, Velkan se sentía en verdad con más ánimo y energía. Y fijándose en el scout, deseó que se encontrara en el mismo estado.

-¿Qué tal dormiste?

-No tan bien –contestó Randy en tono seco y aún desanimado.

-Oye, anoche vi en un sueño a un oso como el que nos encontramos. Blanco, misterioso. Decía que eran los guardianes de estas tierras. Como espíritus, energías. Como una unidad.

-Yo soñé… con un oso igual. Y también había unos lobos.

-¿Te dijeron algo?

-No hablaban. Me miraban; pero no me hicieron nada. Los escuché en mi mente. Decían que ellos cuidaban el bosque. Y que nos cuidaban a nosotros.

-El mismo mensaje –reflexionó Velkan-. Espero sea verdad. Osos y lobos. ¡Muy buenos guardaespaldas! –comentó con humor- Si están de nuestro lado, no debemos preocuparnos tanto ¿Quién nos atacaría?

-Los tipos malos –respondió el niño tras pensarlo un momento-. Los que vienen a matar animales –reafirmó muy serio, como si se lo estuviesen revelando.

-¿Los cazadores? Es posible. Vienen muchos a este lugar. Bueno, ¡en cuántas partes del país no están ellos! Somos nosotros los que deberíamos cuidar a estos animales. Pero, ¿qué podemos hacer…? ¡OK, niño! –se levantó- Empecemos este día. Sigamos nuestra ruta, que espero no sea tan larga. Y mientras más pronto, así será.

-¿Qué hora es?

-Casi las ocho –dijo Velkan tras consultar su reloj-.

-¿Qué día es hoy?

-Buena pregunta. Hoy es… sí, sábado. Espero que continúen buscándote –dijo mirando y señalando el cielo.

-¿Sí nos encontrarán pronto?

-Ojala, amigo –dijo Velkan con un suspiro-. Que sea pronto. Pero quedándonos aquí no lo sabremos. Recoge lo tuyo.

-¿Por qué no nos quedamos aquí? Tenemos este… esta tienda. Podemos esperarlos.

-Es mejor movernos. No es tan seguro quedarse en un solo sitio. Si supiéramos, si estuviéramos seguros que algún avión, helicóptero va a pasar por acá, está bien. Pero no es así. Necesitamos encontrar comida, agua. Y tal vez en el camino hallemos un poblado o un puesto de vigilancia o ayuda.

-¿Lo dejamos como está, no lo vamos a quitar? –preguntó Randy indicándole el tipi.

-Hay que desarmarlo. Necesito la cuerda y el plástico. Posiblemente nos sirvan para el próximo refugio, si no salimos pronto de aquí.

-¿Cuántos días nos vamos a quedar?

-Quiero suponer que ni uno más. Que solo sean horas. Pero no lo sabemos…

Tras desmontar el “tipi”, Velkan verificó que la fogata hubiera quedado bien apagada. Seguidamente, emprendieron su marcha, en dirección este.

-¿Qué vamos a buscar para comer? –preguntó ansioso el scout apenas iniciado el recorrido.

-Pues… Frutas, bayas, arándanos… si se da la oportunidad, pescaremos algo. Ojala fuera salmón. ¡Si los osos nos dejan alguno!

-¿Vamos a matar algún animal?

-No lo creo. Pudiera ser una perdiz, un pato o algo así. Pero no tengo un arma.

-Les tiramos piedras. Yo lo hago así con unos amigos, para practicar tiro al blanco con unos pájaros.

-¡Qué maravilla! –exclamó Velkan, mirándolo con sorna- ¿Y te parece eso un deporte, algo muy agradable?

-Sí, porque practicamos nuestra puntería.

-¡Ahh, claro! Es verdad que te gusta arrojar cosas. Y no te importa si es a los animales o a la gente, ¿cierto?

-Es lo mismo –afirmó Randy con indiferencia, encogiéndose de hombros- ¡Pero yo no les tiro piedras a las personas!

-Menos mal ¿Y nunca te han devuelto lo que tiraste? ¿No te han llamado la atención en tu escuela, en los scouts?

-Algunas veces –contestó el niño con hosco semblante.

-¿En qué escuela estás?

-Estoy en la Escuela Elemental Denali… ¿Y usted qué estudió?

-Historia. En la Universidad de Columbia, allá en Nueva York.

-¿Fue a la universidad?, ¿por eso es profesor?

-Estudié ahí porque me agrada la Historia, la cultura, leer. No pensé mucho en dar clases pero ahora eso es lo que hago. Tratar de enseñar cuestiones, ideas importantes, valiosas. Sobre la Historia, el ambiente, la Naturaleza, la vida. Quizá por eso estoy ahora en este lugar. Sin duda, esto es un muy buen salón de clase. Para ver en vivo y directo lo que es la Naturaleza; las montañas, ríos… todos los elementos, animales, plantas, que existan aquí.

-Hay un gran oso en el museo de la universidad de mi ciudad. Parece que estuviera vivo. Da miedo verlo.

-Yo vi dos así al llegar acá, en el Aeropuerto de Anchorage. Un oso pardo y un oso polar. Ambos asustaban un poco. Igualmente los he visto en algún museo. Pero no me hace mucha gracia un animal disecado. Preferible es verlos por televisión, en video, en algún documental. Nada se compara con verlos vivos. En su ambiente, como esto –señaló a su alrededor.

-Yo los he visto con mis padres en los zoológicos y los circos.

-Yo también. No son los mejores lugares para tenerlos.

-A mí me gusta verlos allí. En el circo ellos bailan, saltan, hacen reír a la gente.

-Sí, pero lo que les hacen ahí no es gracioso. Los golpean, los maltratan, los encadenan. Mucha gente en el mundo está protestando en contra de los circos. Aunque no lo veamos, los animales sufren dentro de ellos. Así como en las granjas y los laboratorios.

-¿Por qué? ¿Allí les hacen cosas malas?

-En las granjas, matan a las vacas, cerdos, cerditos, gallinas, pollos, patos, visones, caballos ¡y hasta perros! Lo hacen de un modo cruel. En los laboratorios, usan cualquier clase de animales, grandes y pequeños, para todo tipo de experimentos, haciéndolos sufrir, hiriéndolos, mutilándolos, inyectándolos, para probar lo que sea en ellos: Una nueva medicina, vacuna, virus, tóxicos, venenos, incluso algo tan simple como un “cosmético”; pero que de todos modos les hace daño.

El niño se estremeció ante ese relato.

-En mi escuela hacen experimentos; con ranas y ratones. A veces los abren; se les ve todo.

-Sí, en la mía también los hacían, para Biología. Nada agradable de ver ¡Todo en nombre de la ciencia y el progreso!

De repente, Randy señaló frente a ellos.

-¡Mire, frutillas!

-Veamos –indicó Velkan y se dirigieron hacia ese punto.

Se trataba de un acebo, un árbol pequeño de hojas dentadas, espinosas, entre las cuales sobresalían unas bayas escarlatas. Rápidamente el niño arrancó varias.

-Comamos esto, se ven bonitas, sabrosas.

-Espera un minuto –lo atajó Velkan, dudando, desconfiado-. No todas estas frutas son buenas para comer.

-¿Por qué no? ¡Pienso que están bien!

Velkan divisó algo en el tronco de un pino cercano: una ardilla, de color grisáceo en su parte superior y naranja con blanco la inferior. Observó que Randy se agachaba para coger una piedra, con una mirada y sonrisa maquiavélicas.

-¡Suelta eso! –le ordenó con severidad, apuntándolo con el dedo y viéndolo fijamente.

El taimado niño se sobresaltó y arrojó la piedra al suelo.

Velkan le dirigió una punzante mirada. Luego tomó un par de bayas y se las ofreció al ágil roedor. Este, deslizándose en forma pausada se aproximó hacia la mano extendida. Olfateó las rojas y diminutas esferas… y cual centella ascendió hasta las ramas superiores.

Ambos se miraron uno al otro. Randy soltó una leve risa.

-Creo que no son buenas –comentó Velkan haciendo una mueca, y las arrojó.

-¿Por qué no le gustaron?

-Quizá porque en verdad no son buenas para comer. Y si no lo son para ella, tampoco deben serlo para nosotros. Ellos saben de eso. Pueden detectarlo. Y con seguridad, adivinó tu actitud… –le dijo en un tono áspero.

Randy inclinó el rostro, desolado.

-¿No podemos probar solo una?

El viajero negó con la cabeza.

-Mejor hagámosle caso. Así nos evitamos algún problema –dijo sobando su vientre-. Una intoxicación o algo parecido. Sigamos.

Mientras proseguían su andar a través de la boscosa vereda, Velkan, relacionando esos sueños similares que ambos tuviesen la noche anterior, trajo a su memoria lo que había leído acerca de las leyendas y sagas nórdicas de los “berserker” –guerreros oso- y los “ulfhednar” –guerreros lobo-, elegidos por Odín, “Padre de todos los dioses”, “Padre de todo”, como parte de su guardia. Asimismo, entre los vikingos eran un cuerpo de élite, una vanguardia que precedía los ataques y batallas; se distinguían por su fuerza y ferocidad, vestían pieles de aquellos dos animales, avanzando y luchando en un estado de trance provocado por sustancias alucinógenas, provenientes de plantas, hongos, bayas… Posiblemente estas últimas fuesen como las que acababan de ver, que con evidente razón su instinto llevó a la ardilla a rechazarlas.

Le habló al niño sobre esta historia.

-¿Y esos tipos eran de verdad? –preguntó Randy con asombro.

-Sí. Eran como un ejército especial que tenían los vikingos.

-¿Esos hombres con cuernos? –dijo el scout poniendo sus dedos índices a los lados de su cabeza.

-Exacto. En sus invasiones, conquistas, batallas, ponían por delante a esos “guerreros osos y lobos”, por ser más agresivos, feroces. Creo que cualquiera, y más en aquella época, se tenía que asustar al verlos.

-¿Ellos ya se murieron? –preguntó Randy con temor

-Por supuesto. Hace siglos. Solo queda su recuerdo; en los libros de Historia, en internet, en los museos. En los sitios donde estuvieron. Por cierto –comentó Velkan, reflexionando-… Aquí estuvieron también. Es cierto. Llegaron hasta Norteamérica. Y dejaron suficientes vestigios de su presencia.

-¿Vinieron acá? ¿Y todavía están por ahí?

-Solo en espíritu, niño. En el recuerdo de esos lugares que visitaron. Fue más hacia el norte. Canadá, la costa atlántica, Groenlandia. Al otro extremo del continente.

Randy miró al viajero en silencio por un instante.

-Usted sí es profesor. Parece que sabe muchas cosas.

-No tantas como debiera. Pero sí te puedo decir que siempre me ha gustado leer. Desde que era como tú, más o menos ¿Qué edad tienes?

-Ocho años.

-Sí. A esa edad ya empezaba a agarrar cuanto libro y revista podía. ¿Te gusta leer?

-No mucho –respondió el niño con la mirada baja-. En la casa me obligan a leer y estudiar.

-Porque de alguna forma quieren lo mejor para ti. Estudiar, leer, es muy importante para alguien. Quien sea. Eso nos permite conocer, aprender, descubrir cosas nuevas. Otros lugares. Abrir la mente ¡Cuántos niños, cuánta gente en el mundo quisiera estudiar! Y cuántos hacen hasta lo imposible por lograrlo. Incluso personas ciegas, sordas, inválidas. Con sacrificios, con constancia y valentía, logran estudiar, superarse y cambiar sus vidas.

Randy lo miró un momento, en silencio, con su semblante alicaído, sintiendo una especie de remolino en su vientre, muy adentro de sí… Pero de repente, su rostro se transformó en un gesto de asombro y miedo.

-Mire eso –balbuceó, señalando hacia un grupo de pinos.

Velkan siguió la mirada de espanto del pequeño.

En medio de dos de aquellos colosos de madera se había plantado la misma figura que ya había avistado el viajero: un lobo de oscuro pelaje, salvo la blanca franja en su vientre y algunos destellos plateados.

-Es el mismo que vi antes de encontrarlo a usted –afirmó Randy en voz baja y quebrada.

-También yo lo había visto; ayer. Igual, mirándonos desde los árboles.

-¿Por qué nos mira así? ¿Va a atacarnos?

-Tal vez está pensando si le conviene hacerlo.

-¡No, no, que se vaya! –exclamó el niño con enojo y temor.

-¿Por qué anda solo? ¿Y su manada? ¿O es un lobo solitario?

-¡Mire! –gritó Randy, señalando- ¿Dónde está?

Velkan vio hacia los árboles y se dio cuenta que el inquietante animal había desaparecido.

-¿A dónde te has ido? ¿Por qué nos sigues? ¿Esperas el momento apropiado para atacar?

-¿Por qué no nos hizo nada?, ¿no va a comernos?

-No lo sé –el viajero quedó pensativo unos instantes-. Me hace recordar a ese tal Romeo…

-¿Cómo?

-Un lobo, sobre el que leí hace tiempo. Justamente de aquí, de Alaska. Parecido a éste, negro. Era muy conocido y querido donde vivía, cerca de Juneau, la capital de este estado. Y lo mataron. Tristemente…

-Entonces no lo querían.

-Fueron unos cazadores. Ellos no quieren ni les importa animal alguno. Sigamos. ¡Pero con mucho cuidado! Observa atento a tu alrededor.

-¿A usted le gustan los animales?

-Unos más que otros. A veces los prefiero a ellos antes que a ciertas personas…

-¿Y también le gustan los lobos?

-Pues me tienen que gustar, sea como sea. Doy clases de Ecología, el medio ambiente, la Naturaleza. Además, quiéralo o no, los llevo conmigo, en mi nombre y apellido.

Se fijó que el pequeño lo miraba con extrañeza.

-Mi nombre, Velkan, significa “lobo valiente”, en idioma rumano. Y mi apellido, Ocharán, es vasco y quiere decir “valle de lobos” ¡Justo donde estamos ahora! Un valle, un paraíso de lobos. Por el momento hemos visto uno solo. Espero no encontrarnos con el resto de la manada! –exclamó con preocupación.

-Mi nombre también significa eso.

-¿Qué cosa?

-Randall es “lobo guerrero”. Y mi apellido, Volkov, es ruso. Me dijeron que significa “hijo de lobo”.

-Vaya casualidad, que ambos tengamos el nombre y el apellido relacionados con esos mismos animales ¿Otra señal…? ¿Qué dirías sobre esto, maestra? –y al punto le pareció escucharla, en un susurro traído por el viento: “Llámalo como quieras. Excepto casualidad”.

-¿Por qué nos llamamos así, como lobos? A mí no me gustan, son monstruos. Mi papá dice que mi abuelo y el padre de él y otros de su familia que vinieron de Rusia, cazaban lobos; y muchos animales; les ponían trampas y vendían sus pieles.

-Por supuesto. Un gran negocio, para los habitantes y exploradores de estos sitios, en aquella época. Y todavía hoy lo es. Mi familia viene de Rumania y España. Una parte de ellos eran gitanos, ya te lo comenté. Respetaban y temían a los lobos. Tenían sus leyendas sobre ellos.

-¿Como esa de la Luna que usted me contó?

-Sí. Como esa y como otras, que tal vez dan miedo pero que a la final son leyendas. Y si las crearon, fue porque en realidad admiraban y respetaban a esos animales y a la Naturaleza. Mucho más y muy distinto de la manera en que se les trata hoy, en este mundo “civilizado”.

Randy permaneció en silencio por un momento, con gesto preocupado.

-Tengo miedo de que un oso o los lobos nos puedan atacar; y hasta comernos. Eso podría pasar, ¿verdad?

-Podría ser, muchacho. He leído sobre este sitio y he visto programas, documentales, de National Geographic, videos en Youtube. Y aquí, al llegar, me lo advirtieron: esto no es un zoológico, es naturaleza real, en vivo y directo. Con animales salvajes, en su medio. Con sus peligros. Tú tuviste suerte; primero por haber escapado de ese lobo, no sé si es el mismo que vimos, que es mejor sea un solitario y no una manada. Aunque lobo es lobo, por muy solo que pueda estar. Y tal vez tuviste suerte al encontrarme. En cualquier caso es mejor andar juntos. Sin embargo, ya vivimos un encuentro con un oso. Una hembra, con sus cachorros. Fuimos muy afortunados. Esperemos no volver a tener una experiencia como esa. Pero nada podemos asegurar en este inmenso bosque. Todo es posible

De forma inesperada, una gran mariposa, con sus alas anteriores de color ocre y tres oscuros puntos en cada una, y sus alas posteriores con franjas sepias y blancas, se posó sobre un hombro del scout, quien la vio con gran susto. El profesor acercó su rostro para observarla.

-¿Qué hace ahí? –exclamó Randy- Es muy grande. ¡Quítemela!

-Tranquilo, no te muevas. No te hará nada. Qué extraña –comentó, detallándola-. No había visto una parecida. Es bella.

El niño hacía muecas por el miedo. Y en un segundo, el grácil insecto lo dejó, pasó entre ambos y se elevó hacia los troncos aledaños.

-Nos dejó su mensaje –afirmó Velkan, contemplándola reflexivo.

-¿Cuál? Ellas no hablan.

Una leyenda de los nativos de acá dice que no emiten sonidos, pues son los únicos seres en la Tierra que se comunican directamente con Dios. Por eso, si tenemos un deseo, se lo decimos a ella y la dejamos ir; en agradecimiento lo llevará hasta el cielo.

Randy vio hacia donde ella se había dirigido y luego concentró su mirada en el horizonte.

-Deseo salir de aquí. No me gusta este lugar. Quiero estar en mi casa, aunque no me agraden mis padres.

Luego de un breve silencio, el niño se dirigió a su compañero.

-¿Qué pide usted?

Velkan suspiró, oteando la gran arboleda que los rodeaba.

-Que este viaje, esta aventura, sea en verdad agradable; que nos enseñe mucho y que concluya pronto, si es posible, de la mejor manera.

Siguieron avanzando hasta hallarse en un tremedal, en la ribera de un río.

-Bueno –expresó Velkan-. El primer río de nuestro recorrido.

-¿Aquí en el bosque hay varios ríos como este?

-Claro que los hay. Vienen de esas montañas –señaló las blancas y brumosas cumbres que encrespaban el horizonte-, la Cordillera de Alaska; y de los glaciares entre ellas.

-¿Los qué?

-Glaciares. Grandes masas o formaciones de hielo que existen entre las montañas. Que se van moviendo, derritiendo poco a poco. Aunque muchos, en distintas partes del mundo, se están derritiendo y desapareciendo más rápido, por el cambio climático, el calentamiento global.

-¿Allá también los hay? –preguntó el niño señalando los blancos macizos.

-Sí. En la base de esos montes. Es lo que les da ese aspecto tan blanco e impresionante. Sobre todo el más grande de ellos: el Denali.

Randy se fijó en el “gigante entre los gigantes”.

Su embeleso por las montañas quedó interrumpido cuando escucharon una serie de graznidos, que los hicieron ver hacia arriba: Seis patos reales, o “porrones”, de brillante cabeza verde, cuerpo blanco y pecho marrón, volaban en armoniosa formación de “V”.

-Buen viaje –expresó Velkan.

-¿A dónde van? ¿Por qué no pararon aquí, en el agua?

En ese momento, el viajero descubrió algo.

-Tal vez a causa de nosotros. Y de ellos -dijo señalando al frente.

Una familia de alces se hallaba dentro de aquel río: una hembra junto a su cría, la cual solo tenía unas semanas de nacida. Y un enorme macho, de pelaje muy oscuro, casi negro, con su exuberante e intimidante cornamenta similar a una gruesa enramada, con extremos como palas.

-¡Qué animales tan grandes y feos! –exclamó Randy con aversión- ¿Son renos?

-Alces. Son muy distintos; más grandes y fuertes ¡Y más peligrosos! No nos acerquemos.

-Ese con los cuernos tan grandes puede atacarnos, ¿verdad?

-No lo dudes. Y estando junto a su familia, con más razón. Y la hembra igual; aunque no tenga esos cuernos, puede ser temible protegiendo a su hijo.

-Si fuéramos cazadores, con armas, sería bueno dispararles –afirmó el niño con malignidad-. Sus cabezas quedarían “cool” como trofeo, en la pared. Las he visto, en casa de un amigo de mi papá y en otros sitios.

-Ten cuidado y eres tú quien termine cazado –repuso Velkan mirándolo con desdén.

-¿Por qué dice eso? –preguntó Randy sobresaltado.

-Porque en este lugar, para unos cuantos de estos animales podríamos ser su almuerzo; o terminar bajo sus patas –señaló a la imponente pareja de cérvidos-, por tomarnos como intrusos o amenazas.

-Es que ellos son malos, asesinos.

-Ningún animal lo es, en realidad. Solo nosotros, los súper depredadores. Los peores. Que matamos sin razón, sin importar nada.

Observaron que los alces vadeaban el río, cuando de repente surgieron entre los arbustos un trío de lobos: uno de color leonado en su parte inferior y gris oscuro en la superior, otro de tonos gris y plateado, y el tercero de pelaje blancuzco. Con pasos sigilosos empezaron a acechar al cervatillo, cuya madre se lanzó hacia ellos, haciéndolos retroceder momentáneamente. Dos veces lo volvieron a intentar, sin lograrlo ante la resuelta hembra.

-¡Se lo van a comer! –exclamó Randy emocionado y sonriente.

En un nuevo ataque, dos de los depredadores se dirigieron hacia la madre alce, ladrando y gruñendo, interponiéndose entre ella y la cría, que trató de huir dando traspiés. El lobo restante en forma rápida y precisa logró sujetarla y derribarla. Sus mandíbulas presionaron firmes el cuello de la tierna presa, que no tardó en perder su temprana vida.

La madre se quedó inmóvil. El alce macho corrió hacia los lobos pero se detuvo al ver cómo arrastraban a la desdichada cría.

-¡Mire! –exclamó agitado Randy- ¡Sí lo pudieron atrapar!

-¡Shhh! ¡Por Dios, que no nos oigan! Salgamos de aquí –indicó Velkan en voz baja-. Despacio y en silencio.

Ambos comenzaron a alejarse lentamente. Pero de improviso, Randy estornudó. De inmediato, el alce macho irguió su alargada cabeza y descubrió a la pareja de intrusos. Como un tornado, los embistió.

-¡Ahí viene! –gritó aterrado Randy- ¡¡Aaaahhh!!

Aunque temeroso, Velkan automáticamente se colocó delante de su compañero. En un segundo, el enorme animal, con cerca de dos metros de altura y 500 kilos, llegó hasta ellos, encabritándose con frenesí.

De nuevo, la voz del sabio nativo apareció en la mente del viajero: “Háblales a los animales para que ellos te hablen y se conozcan. Si no, les temerás”.

-Tranquilo –le dijo con voz algo temblorosa pero grave, alzando las palmas de sus manos-. Cálmate. No vamos a hacerles daño. No somos cazadores. Estamos buscando la manera de salir de este bosque. Lo siento por tu hijo, en serio. Fue inevitable. Pero no fue nuestra culpa. También tengo un pequeño –señaló al niño-. Solo déjanos ir en paz. Por favor.

El brioso animal se detuvo, a centímetros de ellos. Mantuvo su mirada fija en aquel ser de dos patas que le hablaba con extraños sonidos y que también tenía una “cría”, a la cual estaba tratando de proteger. Tras un silencioso y tenso instante, el alce sacudió bruscamente su cabeza, resopló y se alejó trotando, de vuelta a donde aún permanecía su compañera.

Los dos peregrinos soltaron un prolongado suspiro…

-Lo escuchó. Le hizo caso –comentó Randy asombrado, respirando en forma agitada-¿Usted puede hablar con los animales?

-En este lugar, en cualquier lugar, deberíamos entendernos todos –pronunció Velkan como en un trance-. Para entender todo mejor… ¡Nos sacamos el jackpot! –exclamó, volviendo en sí y chocando el brazo del scout.

-¿El qué?

-A los alces, según leí, entre los cazadores los llaman así: jackpot. El gran premio, el premio gordo. Por su tamaño, sus cuernos. Es el más grande de los de su especie; y uno de los animales que más buscan para cazar.

-Él nos iba a atacar.

-Por proteger a su familia. Como hizo con los lobos.

-¡Pero no les hicimos nada!

-Ellos no pueden saberlo ni adivinarlo. No razonan, solo tienen su instinto.

-¿Por qué lo escuchó a usted y no nos atacó?

-Tal vez porque no le hablé ni reaccioné con violencia.

-¿Usted sabe hablar con los animales?, ¿los entiende?

-No los entiendo muy bien, ni ellos a mí. Pero supongo que Dios… el Gran Espíritu, puede acercarnos, hacer que nos entendamos, de una u otra forma ¡Bueno! Hora de continuar, lobato. Ya pasamos por la “Estación Alce”. A ver cuántas más nos quedarán antes de finalizar este camino ¿Hacia dónde iremos? –se preguntó, mirando a su alrededor. Buscó su brújula para verificar la dirección que se había fijado inicialmente.

Un chillido muy peculiar, con su vibrante eco, hizo dirigir sus miradas hacia el cielo. Un ya familiar águila de cabeza calva planeó sobre ellos, casi rozando las verdes puntas arbóreas.

“El guía de Eustace” –reflexionó Velkan- ¡Gracias por la indicación!

-¿El Gran Espíritu? –le preguntó Randy, señalando hacia lo alto.

Velkan asintió, sonriente.

-Él tiene sus mensajeros. Tratemos de confiar en ellos. Y en Él…

* * * * * * * * * * * * * * * * * * * *

Dentro de la sede de la Cruz Roja Americana en Healy, un hombre de edad madura, delgado y con llamativos anteojos apareció en la Oficina del Voluntariado.

-¡Mi voluntario estrella! –exclamó muy alegre y abrazando con intensidad al recién llegado una dama joven, 30 años, de baja estatura y gruesa complexión, líder de aquel grupo, uniformada con franela blanca estampada con el símbolo de la institución, el cual se apreciaba también en su resaltante chaleco rojo, luciendo diversas insignias y distintivos, y un abultado pantalón de campaña con múltiples bolsillos.

-¡Hola, dama hermosa! El día se ilumina con tu presencia.

-¡Uuuu! Y mi vida se alegra contigo.

-¡Hey, tú! –lo saludó un muchacho alto y esbelto, y chocaron las manos.

-Qué hay, Fred. Hola, Ani –se dirigió a una chica afroamericana, atlética.

-Saludos, sensei Rudolph –respondió ella haciendo una reverencia y se besaron en la mejilla.

-Empezando un estupendo día ¿Cuál es la novedad?

-Un niño perdido –respondió la dirigente-. En el parque Denali. De ocho años; es un boy scout.

-¿Boy scout? Entonces no estará tan perdido. Ellos tenían una reunión en ese sitio, ¿cierto?

-Así es. Un campamento; o camporee, como lo llaman. Con todos los grupos de ellos en Alaska.

-¿Cuándo se perdió?

-Ayer en la mañana –contestó, enseñándole una fotografía del pequeño.

El hombre la observó y su rostro adoptó un gesto de asombro.

-Yo lo he visto –afirmó con voz grave.

-¡Bromeas! –exclamó Fred.

-¿De verdad, mi amigo? –inquirió la líder- ¿Dónde, cuándo?

-Casualmente ayer por la mañana, en el Denali. Yo estaba ahí con Sigrid. Nos topamos con este y con otros scouts –miró la foto, pensativo- ¿Es el único que se perdió?

-Sí, solo él.

-Pues quizá lo merecía –dijo muy serio y le dio la espalda, alejándose unos pasos.

La líder lo observó con gran extrañeza y se le aproximó.

-¿Qué sucede, cariño? –le preguntó inquieta, abrazándolo.

-Es que ese chico no se comportó precisamente como un scout. En especial con nuestra amiga.

-¿Qué hizo?

-Burlarse de ella y tirarle cosas, solo porque la veía chiquita de cuerpo, cuando su corazón es mucho más grande que el de él y los otros que lo acompañaban… Y el de uno.

-Ya veo. Por mucho que sean scouts, son niños. Todavía inmaduros, inconscientes, en proceso de desarrollo, aprendizaje ¡Cuántas veces hemos hecho lo mismo! A cuántas personas, incluso cercanas, que nos aprecian, las hemos despreciado, nos burlamos de ellas y las ofendemos. Porque somos egoístas. No queremos, nos negamos a ver la luz en los demás.

El caballero suspiró.

-Cierto, mi capitana DK. Uno a veces es inconsciente, intolerante.

-Todos podemos comportarnos así, de una u otra forma. Pero recordemos lo que somos –dijo señalando la insignia cruzrojista sobre su pecho-: humanitarios, neutrales, imparciales. Sin distinciones ni prejuicios. Piensa en este niñito. Aunque sea un poco travieso, problemático, en estos momentos está por ahí perdido, solo, de seguro con hambre y sed, asustado. Recuérdalo a Él –señaló un gran retrato que se destacaba en aquel recinto, de Henri Dunant, inspirador y fundador de la Cruz Roja.

Él lo miró y esbozó una mueca.

Tutti fratelli ¿No, tío Henri? Todos hermanos. Todos conectados…

Ella sonrió, lo estrechó entre sus brazos y contemplaron a través de una ventana el vasto y verde manto que se esparcía ante ellos.

* * * * * * * * * * * * * * * * * * *

El par de peregrinos atravesaban un espacio cubierto de zarzales, cuando divisaron en conjunto un rosal silvestre y un arándano, con sus respectivas bayas, rojas las del primero, azul oscuro las del otro.

-¡Mire! –señaló Randy- ¿Esas sí se pueden comer?

-Las azules sí, son arándanos. Las otras… -las observó unos instantes- Están en una planta distinta a la anterior. Tal vez sean comestibles –dirigió su mirada hacia los árboles-. No veo alguna “amiga” para preguntarle.

Tras pensarlo un momento, se decidió a tomar una. Su sabor le pareció dulce; no sintió alguna reacción negativa.

-Sí. Son grosellas. Aprobadas. Pero de todos modos, no comamos tantas; y hagámoslo despacio.

El niño asintió y se apresuró a coger su ración. Durante unos minutos, ambos disfrutaron las refrescantes frutillas.

-Saben a caramelo –expresó el niño muy alegre.

-Pero son caramelos naturales. Sin químicos. De la Naturaleza a nuestra boca directo…

De pronto, oyeron y vieron una pequeña bandada de pájaros revoloteando sobre ellos. Se distinguían unas currucas de color amarillo verduzco y un azulejo.

-Ese pájaro azul es muy bello –indicó Velkan-. De un plumaje vivo, brillante. Nunca lo había visto.

Las aves trinaban con cierta intensidad.

-Están enojados porque les quitamos las frutas –comentó con burla Randy.

De repente, un lúgubre y sobrecogedor rugido los paralizó. Y al mirar de dónde provenía, ambos palidecieron y se sintieron bañados en hielo.

-Creo que es a él –balbuceó Velkan- a quien se las estamos quitando…

Frente a ellos, a menos de cien metros, sobresaliendo entre unos pinos, se erguía la impresionante y aterradora figura de un gigantesco oso, con casi 600 kilogramos, de un tono marrón oscuro y pelaje largo, denso. Volvió a lanzar una estremecedor rugido. En la mente de Velkan se agolparon todas las lecturas, videos, lo que había apreciado en museos, las advertencias recientes de Carmen, sobre ellos. Incluso recordó en ese instante lo que sabía sobre el “Oso de las cavernas”, considerando que por lo visto no se extinguieron del todo, al contemplar el coloso que tenía ante su vista; hasta sus garras le parecieron más enormes de lo normal, capaces en verdad de rebanar a cualquiera, animal u hombre.

-Otra vez los pájaros nos estaban avisando de un oso –reflexionó el profesor en medio del terror que sentía en ese momento.

-Vámonos ¡Vámonos ya! –suplicó Randy desesperado, en un tono muy agudo, sacudiendo el brazo de su compañero.

-Tranquilo –dijo Velkan poniendo su mano en el hombro del pequeño-. Que ni se nos ocurra salir corriendo. Nos alcanzaría en un segundo.

-¡No, no! Podemos escapar, ¡salgamos de aquí! Quiero estar con mi papá y mi mamá –exclamó entre sollozos.

-¡Eso es! ¿Los quieres, ahora? ¡Llámalos, pues!

El niño lo miró, sin poder decir una palabra.

-¡¡Vamos!! –le gritó Velkan con severidad- ¡¡Llámalos!!

Randy explotó…

-¡¡MAMAAAÁ!! ¡¡PAPAAAÁ!! ¡¡AUXILIO!!

Dentro de algún hogar en la ciudad de Fairbanks, una mujer pelirroja y corpulenta, estatura mediana, de un poco menos de 40 años, de manera súbita soltó el plato que estaba lavando en la cocina y que minutos antes descubriese, con restos de mermelada y migajas de galletas, en la habitación de su hijo. Su sangre se heló de golpe. Quedó paralizada y muda por unos instantes, hasta que su repentino terror estalló en un terrible grito:

¡¡RANDYYY!!!

-¡Así es! ¡PAPÁ! ¡MAMÁ! –gritó a su vez Velkan, viendo al cielo, invocándola, rogándole los protegiera de este gran peligro.

En Tribeca, al sur de Manhattan, dentro de su modesto apartamento, un caballero de poco más de 60 años, delgado y de cabellos grises, quedó bruscamente desconcertado, como en shock. Sus ojos se posaron en el sonriente rostro de su esposa, enmarcado sobre una mesa circular.

-Pauline, ángel mío… Nuestro hijo… protégelo, donde sea que él esté…

-¡Acá estamos, osito! –exclamó Velkan, levantando y agitando ambos brazos- ¡Hoy no estaremos en tu menú! ¡Fuera de aquí! ¡Déjanos seguir nuestro camino en paz!

En eso un repentino destello de luz, acompañado de un tenue sonido etéreo, cayó sobre el enorme animal, deslumbrándolo y confundiéndolo durante un momento. Pero retomó su actitud amenazante y rugió con fuerza. Velkan pensó que ahora el ataque era inminente.

-Dios mío. Madre ¡Tú, señora Hékate! Protéjannos –oró desesperado, agarrando un brazo del niño.

Un nuevo rugido los puso a temblar… pero esta vez no provenía del mismo ser. Detrás de éste, cerca de 50 metros hacia su costado izquierdo, la osa blanca, flanqueando a su par de cachorros, surgía desafiante.

-¡Es ella! –señaló Randy- ¡Vino a salvarnos!

-No lo creo. Protege a sus crías. Un oso macho puede hacerles daño. Matarlos. Y con mayor razón, uno como éste.

El “gigante” se volvió hacia la recién llegada y le lanzó un prolongado y fuerte rugido. Ella le correspondió, y durante unos angustiantes minutos intercambiaron sonidos amenazantes y retadores movimientos de sus cabezas. Hasta que él dio un brusco resoplido y se alejó, adentrándose entre los árboles.

Muy despacio, Velkan asomó su cabeza fuera del pino tras el cual se habían ocultado. Su mirada y la de la osa se cruzaron un instante. Ella soltó un breve gruñido y se encaminó junto a sus cachorros hacia una arboleda de abedules.

El sobresaltado viajero apoyó su frente en aquel tronco.

-Gracias. Gracias, Dios; madre. Hemos renacido…

A su lado, Randy sollozaba.

-¡Ese maldito oso nos quería comer! ¡Quiero irme a mi casa! ¡Ahora!

-También lo deseo en este mismo momento -afirmó Velkan, exhalando aire con firmeza-. Desaparecer, volar… Pero no somos magos ni pájaros, ¿qué podemos hacer?

-¡No quiero estar aquí! –vociferó el niño, arrojando su “bastón”- ¡Odio este jodido lugar! ¡Acá todo es una mierda! ¡Los animales nos persiguen, nos atacan, nos quieren comer! ¡Quiero estar en mi casa, aunque mis padres sean malos!

-¿Ya terminaste? –preguntó su compañero, luego de beber agua. Se la ofreció- Bebe un poco y relájate. Podemos protestar, gritar, lo que sea. Pero lo único que nos queda es seguir adelante. Paso a paso. Con mucho cuidado.

-¡No vamos a salir de aquí! ¡Este estúpido bosque no se termina nunca!

-Si nos quedamos acá, seguro que así será. Pero si nos movemos, con cuidado, siendo precavidos y atentos y teniendo fe, confianza, tal vez lleguemos hasta un sitio seguro, donde nos ayuden.

-¡Yo no iré!

-¿Y qué piensas hacer? ¿Cuidarte tú solo?, ¿defenderte de cualquier peligro?, ¿conseguir tu propia comida? Perdóname pero no creo que lo logres. No pareces muy buen boy scout.

-¡Sí lo soy!

-Pues adelante. Que tengas suerte –sentenció Velkan, harto de esa actitud. Se ajustó su mochila y reinició su marcha.

Al ver que lo dejaban solo, en ese enorme laberinto verde, Randy, frustrado y furioso, golpeó el tronco que tenía más cercano. Apoyó su brazo en él y comenzó a sollozar.

Velkan volvió su rostro y se dio cuenta del llanto del pequeño.

-Definitivamente, personas como él nos producen “choque de emociones”.

De nuevo, su maestra acudió a su memoria con un sabio consejo: “Deshiela tu corazón. Respira paz; exhala amor”.

Inspiró y exhaló en forma profunda. Luego se dirigió a donde había dejado a su “complicado” compañero de camino. Y justo cuando llegaba junto a él, su mirada descubrió algo, unos metros más adelante, en medio de los inmensos troncos.

-Hey –dijo tocando el hombro del niño- ¡Randy!

Este se sobresaltó. Velkan señaló al frente.

-¿Puedes verlo?

El muchacho miró en esa dirección y avistó una presencia ya conocida: el lobo negro, que les dirigía su intrigante mirada.

-Ahí está ése otra vez –indicó Randy, con voz aún llorosa- ¿Por qué nos está siguiendo?

-Lo mismo me pregunto… ¿Te mandaron a seguirnos? –le gritó al animal- ¿Buscas comida? ¡Espero no estemos en tus opciones!

El silencioso “vigilante” se perdió entre los árboles.

-¡Ve a buscar renos, alces, conejos! –vociferó Velkan. Se volvió hacia el scout.

-¿Te sientes mejor?

Randy mantenía un semblante áspero.

-¿Por qué regresó? Usted ya no quería andar conmigo.

El viajero suspiró.

-Lo que pasa es que tú te vuelves difícil de tratar.

-Usted también.

-Sí, tienes razón. No te lo discuto. Pero por favor, vamos a tratar de llevarnos bien en este camino que ahora debemos recorrer. Creo que juntos lo lograremos mucho mejor que cada uno por su lado. ¿Estás de acuerdo?

El niño asintió, restregando sus lágrimas.

-Vamos, pues. Cada paso que demos, nos acercará más a la salida, al final de este lugar.

-Un niño como yo, aunque sea scout, no saldría vivo de un sitio como éste si está solo, ¿verdad? –preguntó Randy al poco rato de reiniciar la caminata.

-Depende. Si es scout de verdad, porque tiene la vocación y sabe aprovechar todo lo que aprende, es más probable que sobreviva. Pero si no es así, por supuesto que a un niño le sería muy duro sobrevivir en estas condiciones. Imagina que un bebé se perdiera por acá.

-Se muere.

-Es lo más seguro.

-¿Pero y si pasa como esa historia de El Libro de la Selva, el niño que lo criaron los lobos y el oso Baloo y la pantera?

-Eso sí ha ocurrido. No hace mucho tiempo, justamente en la India hallaron una niña perdida en la selva, que parece fue criada y protegida por monos. Como Tarzán. Pero han sido muy raras ocasiones. Aquí donde estamos, por ejemplo, no creo que los osos y lobos que ya hemos visto sean como los de esa historia.

-¿Este lugar es malo, peligroso?

-No es malo. Por supuesto que sí tiene sus peligros, sus riesgos. Como en cualquier parte; selva, desierto, mares. Sin embargo, mucho peores son nuestras “selvas de concreto”. Y ningún animal o especie es tan peligroso como el ser humano.

-Si usted tuviera un arma, ¿le habría disparado a ese oso que nos iba a atacar?

El profesor lo pensó un momento.

-En ese caso, pienso que sí. Primero tu vida y la mía. Aunque jamás he tenido un arma en mis manos. Al menos una de fuego. No me gustaría dispararle a un animal, sea cual sea. ¡Pero nunca se sabe! Frente a una situación extrema, de peligro, en la que nuestra vida está en riesgo, tal vez uno llegue a actuar fuera de lo normal, más allá de nuestros límites. Aquí, es como si estuviéramos aislados del resto del mundo. Es que esto es otro mundo. Con su propio ambiente. Con sus propias leyes…

En ese momento, el viajero reflexionó sobre sobre un peculiar detalle…

-Cuando nos topamos con ese “súper oso”, llamamos, invocamos a nuestras madres. Y una “madre” nos salvó de él. Extraña coincidencia… -afirmó, dirigiendo su mirada hacia las hileras de árboles.

De pronto oyeron un graznido, que los hizo parar y entornar sus ojos hacia las ramas que los rodeaban. Ambos se sobresaltaron al avistar justo frente a ellos un gran cuervo, posado en una rama de un ciprés de apretado follaje verde oscuro que apuntaba al cielo como una flecha con su figura erguida, afilada. La sombría ave parecía mirarlos fijamente.

-Hablando de parte oscura…

-¡Ugg! ¡Ese pájaro es malo, da miedo! Siempre aparece en las películas de terror.

-Tal vez tú asustas más que él –murmuró Velkan con una mueca.

El niño pisoteó con rabia el suelo.

El viajero sonrió y recordó lo que inspiraban y simbolizaban los cuervos: astucia, inteligencia y misterio. Compañeros del dios Odín, junto a los lobos; guardianes de recuerdos ancestrales, mensajeros. Asimismo, entre los celtas, se les asociaba con Morrigan, la terrible diosa de la guerra. Y precisamente, para las tribus de esta región donde se encontraban, en especial los inuits, el “Gran Cuervo” fue el creador del mundo y del hombre.

-Así que tú nos creaste… –dijo, observándolo receloso.

-¿Qué es lo que quiere? ¿Por qué nos mira así?

El ave lanzó otro graznido.

-Te está contestando. ¿Pero en verdad querrá algo de nosotros?

Como si los entendiera, el cuervo voló a través de un grupo de cipreses que resaltaban entre las hileras de pinos.

-¿Será posible…? –se preguntó Velkan con cierto asombro, mirando en aquella dirección.

-¿A dónde fue?

-Averigüémoslo –indicó, encaminándose hacia allá.

Se adentraron por una vereda entre aquellos apretados ramales. Y justo al salir del conjunto de cipreses, en un pequeño claro se encontraron con un dramático cuadro: un lobo, de pelaje entre gris y plateado, estaba atrapado en una trampa, por una de sus patas delanteras. Se revolvió por un momento, debido a la desesperación y el dolor, y se echó jadeante, exhausto.

-Lo atraparon –señaló Randy-.

-Típico. Espero no estén cerca… -dijo Velkan, observando su entorno.

-¿Van a matarlo?

-Por supuesto. No me parece que lo quieran vivo.

-¡Qué bueno!, ¡que se muera!

-Ahora él está indefenso y está sufriendo.

-Entonces mátelo ya.

Velkan respiró profundo.

-Creo que haré otra cosa… –vio hacia un lado y otro. Se fijó en un trozo de corteza, de regular tamaño.

-Eso puede servir. Quédate atrás de mí.

Tras agarrar el madero, se acercó en forma muy lenta al aprisionado animal. Se arrodilló junto a la trampa, poniendo la pieza que portaba justo detrás de la misma y delante de él, a modo de escudo. El lobo se revolvió y mordisqueó con fiereza la madera. Velkan echó mano de su cuchillo y procedió a remover el hierro que sujetaba la pata. Lo logró sin mucha dificultad. En un suspiro, el lobo se alejó veloz entre unos árboles.

-¿Cómo lo hizo? –preguntó el niño, impresionado.

-Lo vi en un video. Por suerte, la trampa no era tan complicada y pude liberarla.

-Quiero verla.

El viajero lo pensó un instante. Con ayuda del cuchillo extrajo el cruel artefacto y se lo mostró al pequeño.

-Mejor no la toques. Es peligroso.

-¡Guao! ¡Es asombrosa!

-No creo que ese lobo tenga la misma opinión. Fue afortunado porque se pudo soltar. Otros no tienen tanta suerte, se les rompe una pata o mueren en esas trampas. ¡Cuántos animales mueren al año por eso! Y no solo del bosque, sino también animales domésticos. Y de vez en cuando, alguna persona cae en ellas; en especial, niños.

Randy se estremeció.

-¿Qué va a hacer con eso?

-Ponerlo donde no haga daño.

Vio a su alrededor. Cogió una roca que se hallaba cerca y golpeó varias veces la trampa, a fin de deformarla e inutilizarla. Luego escarbó un poco el suelo y la dejó ahí, cubriéndola con tierra y unas piedras.

-¿No la va a buscar el que la puso ahí?

-Seguro. Si es buen cazador, por supuesto que lo hará. Y además, se me ocurre que ese lobo era parte de alguna manada, que quizá esté cerca. Así que mejor nos retiramos.

Un graznido atrajo su atención. Velkan señaló frente a ellos.

-Allí estás –dijo mirando al cuervo que los había llevado a ese punto.

-¿Él ayudó a ese lobo? –preguntó el niño con extrañeza.

-No lo sé. Pero todo es posible…

Repentinamente, la oscura ave se alejó de ellos, esfumándose entre la maraña de ramas.

-Se fue otra vez –indicó Randy- ¿Tenemos que seguirlo?

Velkan pensó en ello.

-Qué más da. Igual que él, sigamos nuestro “vuelo”…

Después de consultar su brújula, Velkan se dispuso a continuar en dirección este, en cierto modo la misma que tomó el cuervo. Entonces, de improviso, un agudo y vibrante chillido se oyó sobre ellos.

-¡Eres tú, compañero! –exclamó el viajero, viendo a “su guía” deslizando su imponente figura hacia el mismo rumbo que se había fijado- Te había extrañado ¿Cómo está Eustace?

-¿Es un águila?

-Claro. De cabeza blanca. La propia de estas tierras, la más bella.

-Es como la de mi insignia.

-¿Cuál?

-Ésta –dijo Randy, señalando el bolsillo de su camisa, ahora puro, sin nada sobre él-. ¿Dónde está? ¡La tenía pegada aquí!

-¿La perdiste, se te cayó? Con lo que hemos pasado, no te extrañe ¿Tenía un águila en ella?

El scout asintió cabizbajo, resentido.

-No te preocupes. Algo así se puede reponer. No dejarás de ser scout por no tenerla, ¿cierto?

-Me van a regañar por eso.

-Chico, lo que te hace scout de verdad no es la insignia, el uniforme, la pañoleta… Son tus acciones. Tus buenas acciones, que te distinguen como lo que eres. Eso es ser scout: hacer una buena acción. No una diaria, sino todas las que sean posibles.

-¿Usted también es scout?

Velkan suspiró.

-Alguna vez, hace tiempo, quise serlo. Cuando era como tú, más o menos.

-¿Y qué pasó?

El viajero se mantuvo callado unos segundos.

-Mis padres, por la razón que fuera, no lo permitieron –recordó con nostalgia-. Pensaron, por temor o sobreprotección, que no era apropiado, que era demasiado para mí.

-¿Usted lloró por eso?

Velkan miró al horizonte y asintió.

-Un poco.

-Ahora que usted es mayor, ¿por qué no se une a los scouts?

-Ya es tarde para eso. Muy tarde. No tendría tiempo ni la misma energía. Tú, que sí lo eres ahora, aprovéchalo. Tal vez sea una de las mejores experiencias de tu vida. Que te permitirá mejorarla, hacer algo bueno con ella.

-Mi papá siempre dice algo así. Que debemos hacer algo bueno, grande, con nuestra vida.

-Tiene razón. Todos deberíamos hacerlo. No vivir por vivir, sin un propósito. Pero tampoco por querer ser ricos y famosos; poderosos, tenerlo todo. Hay que compartir. No pensar solo en nosotros, sino ser conscientes que estamos en este planeta, que es nuestra gran casa. Para toda la humanidad ¡Y olvidamos eso! Somos tan egoístas…

Por unos minutos permanecieron en silencio. Randy estaba intrigado e inquieto ante aquellas frases, que en realidad le llegaron al fondo de su ser.

Velkan echó una ojeada a su reloj.

-Es casi mediodía. Dicho de otro modo, hora de almorzar.

-Sí. Tengo hambre.

El viajero revisó su mochila.

-Hay sardinas en el menú ¿De acuerdo?

El pequeño dudó un momento pero asintió.

Sentados sobre un largo tronco, los dos caminantes consumían en forma pausada los pequeños pescados.

-¿Te gustan? –preguntó Velkan

Randy asintió.

-Tienen tomate –explicó Velkan-. Creo que eso les da mejor sabor.

De repente, se quedó estático por un instante.

-Quizá a él le agraden también.

El niño observó la suspicaz mirada de su compañero y la siguió. Su semblante se tornó de gran asombro, al descubrir la oscura figura de aquel lobo.

-¡Otra vez él! ¡Qué fastidioso! ¿Qué es lo que nos está mirando? ¿Todavía tiene ganas de comernos?

Velkan empezó a sentir una súbita y extraña compasión por aquel enigmático animal. Percibió en su mirada recelo, temor. No veía en él intención de atacar; más bien, de comunicarse. Tal vez para pedir comida. De pronto recordó un poema, de una dama mística, Lady Akitania:

Y miras temeroso,
cómo confiar en el hombre
que te busca y asesina.

Te abandonaron y estigmatizaron
ignorando tu suerte,
quisieron tu muerte.

Acércate cachorro, acércate alfa
deja que te acaricie…

Velkan se levantó. Vio que el niño aún no había terminado su ración.

-¿Vas a comértelo todo?

-¡Sí! Tengo mucha hambre –replicó Randy en un tono brusco-.

-OK –dijo Velkan resignado. Se agachó frente a donde se encontraba el silencioso “observador” y esparció sobre el suelo los restos de su comida. Luego se incorporó, viendo hacia él.

-Es poco. Pero mejor que nada.

El oscuro vigilante no se inmutó. Sus inquietantes ojos seguían fijos en los viajeros.

-¿Listo? –preguntó Velkan- Vamos.

El hombre se dispuso a continuar. En eso vio que Randy miraba al lobo con gesto receloso. Y luego, el scout escurrió los restos de su lata de sardinas junto a los que ya estaban ahí. Sin decir palabra, se acercó a su compañero y le entregó la lata vacía. Velkan sonrió.

Reemprendieron la marcha, en forma muy lenta, sin apartar la vista de su “vigía”, el cual permanecía en el mismo sitio como si fuese un tótem viviente. Cuando ya se habían alejado a una distancia apreciable, aquel se acercó con pasos cautelosos a los residuos que le habían dejado. Los olfateó y comenzó a devorarlos.

-Suerte que le gustó –observó Velkan-. Aprovechemos y sigamos.

-Esas sardinas son como las que nos dan en los campamentos –comentó Randy-. Y también mi mamá las hace.

-Ella debe estar muy preocupada, ¿verdad? Extrañándote. Pensando si te van a encontrar pronto; si aún sigues con vida y estás bien.

-No lo creo –repuso el niño con amargura, cabizbajo, mirando el terroso sendero y al mismo tiempo viendo dentro de sí, en lo más oscuro de sus memorias…

* * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *

-¡Randy! ¡Date prisa! ¿Quieres perder tu tren?

-¡Ya voy! ¡Estoy terminando de vestirme!

-¡Desde hace cuánto has debido vestirte y estar listo!

La malhumorada mujer, de fuerte complexión y estatura mediana, cabello rojo largo, se retiró de la escalera y fue hacia la cocina por las viandas de su hijo. Este bajó en forma atropellada, anudándose su pañoleta alrededor del cuello.

-Ponte tu chaqueta –le ordenó su padre. Era alto, delgado, barbudo, con una amplia corona en su cabeza. Vestía de modo muy formal.

-Pero si no tengo tanto frío…

-¡No te estoy preguntando por el clima! –refutó el hombre en un tono autoritario.

Sintiendo un punzante hormigueo en su pecho y vientre, el niño obedeció.

-Llevas más que suficiente comida –le indicó la mujer- ¡Espero que no se te ocurra quitarles la de los demás en ese bendito campamento! Insisto en que no deberías ir allá. No me agrada.

-¡Por Dios, Amara! Ya está decidido. Ese tipo de actividades, en grupo, le sirven para estar más despierto, entrar en contacto con la gente, aprender a respetar y a comportarse correctamente. ¡A ver si esos scouts lo terminan de encausar!

-No he visto que lo hayan ayudado mucho. Sigue igual de grosero, insoportable, desordenado, con una mala conducta acá en la casa, en el colegio, en donde sea ¡Un verdadero desastre!

El desacreditado niño sentía una mezcla de rabia y vergüenza ante aquella perorata, que le llegaba a sus oídos y a su ánimo como dardos envenenados.

-¿Llevas tu cuaderno y tu libro de matemática? –le increpó su padre.

-No sé si llevarlo al camporee. Ahí no vamos a estudiar.

-¿Y por qué no? ¡En cuanto te sea posible, haz tus ejercicios! Te espera un examen. No todo el tiempo estarán jugando y cantando en ese lugar. Deberían ponerlos a estudiar, a aprovechar bien el tiempo.

-Allí aprendemos varias cosas. Y nos permiten pintar, dibujar.

-¿De qué te ha servido eso? ¿Es lo único que piensas hacer en tu vida, dibujar? ¿Has aprendido siquiera cómo hacer un simple nudo o cómo hacer fuego? ¿Te han enseñado ellos a ser disciplinado, ordenado?

-Experto en desorden –aseveró la mujer-. Es lo mejor que sabe hacer.

-No es cierto –refutó el niño con enojo.

-¡Por supuesto que lo eres! ¡Todo el día, en todas partes! ¡Seguramente ahora no será distinto y vas a ser una sensación en el campamento! –exclamó ella con sarcasmo.

-¡Suficiente, mujer! Tenemos que irnos.

-Sí, ya es hora. Aunque sea un poco descansaremos este fin de semana –afirmó ella con un suspiro.

El hombre y su hijo fueron hacia la puerta principal de la casa. El pequeño se volvió.

-Adiós, mamá –se despidió con voz quebrada.

-Cuídate ¡Y por Dios, trata de portarte bien! ¡Que no nos vengan con quejas de ti, como siempre!

Desolado, el pequeño asió con firmeza su mochila y salió de la casa en silencio, conteniendo sus lágrimas y su gran frustración y rencor…

**********

Velkan se fijó en el ensombrecido semblante de su compañero.

-Sea como sea, ¡qué madre no va a preocuparse por un hijo perdido!

-A la mía no le importará si no regreso. Ni a mi padre tampoco. No me quieren –afirmó el niño, con mirada muy triste.

-Escucha… Randy. Cuando sucede algo como esto, ahora que estás extraviado de esta manera, es toda una experiencia. Piensa que es una especie de prueba. Para ti y para tus padres. ¡Y para mí también! Pero sobre todo para ustedes, como familia. Para que vean si realmente le hace falta el uno al otro. Si en verdad se aman. ¿Entiendes?

El niño no contestó, manteniendo baja su mirada.

-Es lo mismo con tu grupo scout; tu manada. ¿Tú crees que no están preocupados por ti y no te están buscando? Aunque hayas hecho algo malo, incorrecto, tienen que estar moviéndose para encontrarte. No lo dudes.

Randy permaneció en silencio.

-¿Por qué dices que tus padres no te quieren? ¿De verdad te comportas tan mal?

-Es que ellos –habló con voz entrecortada- no me dejan salir a jugar. No me dejan tener amigos. Ni les gusta que yo pinte y dibuje.

-¡Ah!, ¿tú pintas? ¿Te gusta hacer eso?

-Sí. Mucho.

-¿Y qué cosas dibujas?

-Paisajes, dragones, animales, guerreros de fantasía…

-OK ¿Y por qué a tus padres no les gusta?

-Ellos dicen que pierdo el tiempo con esto. Mi papá siempre me regaña y quiere que yo esté estudiando todo el día.

-Eso no es posible; no es lo mejor. Hay que compensar, equilibrar. Estudio, diversión, hobbies, el arte… ¿En tu escuela y en los scouts sí aprecian tus dibujos?

-Sí. Me los piden para las carteleras que ponen allí.

-Qué bien. Reconocen esa cualidad tuya. Demuéstrales lo que eres, lo que vales, con tu arte. Con lo que mejor sabes hacer. Y a tus padres también. Sé al mismo tiempo buen estudiante y buen pintor. Y un buen hijo.

Randy lo miró y luego fijó su vista en los árboles y el cielo, sin decir palabra.

Continuaron su camino, en medio de una fría brisa.

-¿Sus padres también lo extrañan? –preguntó el niño.

-Yo vivo solo, allá en Nueva York. Mi padre vive en otra parte de la ciudad. Y mi madre –miró hacia arriba-… siempre sabe dónde estoy.

-¿Por qué? ¿Dónde está ella? –preguntó extrañado el niño, viendo a su alrededor.

-Por allá, en el mejor lugar, me imagino –afirmó observando las nubes-. Y acá conmigo –señaló su pecho.

Randy quedó pensativo unos instantes.

-¿Ella se fue?

Velkan suspiró.

-Sí. Hace mucho tiempo… Pero su espíritu sigue aquí. Ella nos acompaña ahora. Puedes apostarlo.

El pequeño volvió sus ojos hacia el cielo y a su alrededor.

-¡Mire, por allá! –advirtió, señalando algo a su izquierda.

Al pie de un grueso pino, un lince, de color pardo salpicado de blanco, cuerpo esbelto, fuertes patas, con sendos penachos negros en sus triangulares orejas, andaba en forma lenta junto a tres cachorros, rechonchos, de aproximadamente cinco meses. Descubrió al par de humanos y se quedó quieta, observándolos en silencio.

-Son gatos –expresó el niño.

-Se llaman linces ¡Otra madre que vemos con sus hijos!

Súbitamente, la felina y sus crías se esfumaron entre los troncos.

-Cuánta fauna hay aquí –reflexionó el profesor-. En esta inmensidad ¡Y quizá no hemos visto nada, aún!

Se quedó pensativo durante un momento.

-Vamos por ahí –indicó, apuntando en la dirección que habían tomado los linces.

Anduvieron un trecho entre los árboles… y se encontraron ante un abierto paisaje: una extensa llanura, de tonos rojizos, morados y verdes, al pie de unos cerros que precedían a la nívea cordillera, de la cual sobresalía el grandioso monte Denali.

Velkan inspiró profundo.

-Más cerca de Dios –afirmó, y recordó unas frases que había leído hacía poco, acerca de los bosques:

Es allí donde nos hacemos más humanos,

entre el color y el rocío de las flores,

donde el cosmos puso su mano.

Se encaminaron hacia la colorida vegetación. Al rato, divisaron la llamativa silueta de un reno, que volteó su cabeza con su curvada e imponente cornamenta para observar a los recién llegados. Los vio durante unos segundos y se alejó trotando.

-¡Ese sí es un reno! –exclamó Randy emocionado- Como los de Santa Claus.

-Rudolph anda suelto… ¿Te gusta este paisaje?

-Luce bien. Me agradan esos colores.

-Está como para pintarlo, ¿no?

-Sí. Yo podría dibujarlo.

-Es un reto, por supuesto. Para un buen dibujante. Con esa estampa del reno incluida. Y los linces. Esto sí es vida, amigo. Definitivamente estamos en la tundra.

Se fijó en el gesto interrogativo de su compañero.

-Así se le llama a este tipo de ambiente, de vegetación, que está muy al norte, cerca de la zona polar. Con hierba, musgo, líquenes. Y con esas clases de flores. Vamos a verlas.

Se dirigieron al multicolor terreno, admirando la hermosa variedad de su flora. Entre otras, se destacaban unas de tallo grande y tono rosáceo, a las cuales por su graciosa forma se les denominaba “cola de ardilla”. Asimismo, se apreciaba un grupo de color entre morado y azul, en forma de casco. El profesor las reconoció.

-¡Cuidado con estas! No las toques, son venenosas.

-¿En serio? –repuso Randy- Se ven muy lindas.

-Lindas y peligrosas. Se llaman acónitos; pero también les dicen “matalobos”. Por algo será…

El niño, intimidado, se apartó de ellas. Luego posó su vista en otro conjunto de flores, pequeñas y azul claro, de cinco pétalos.

-¿Y cómo se llaman esas? –las señaló.

-Esas son… ¡Sí! “Nomeolvides”. Muy simpáticas. Con ese nombre, se le pueden dar a alguien que uno aprecie. Para expresarle cariño; o pedirle perdón. ¡A ti te gustarían, Dulcinea! –dijo nostálgico, con la mirada perdida- Tal vez, pienso yo, sería bueno que se las llevaras a tu mamá. Estoy seguro que la alegrarán.

Randy miró fijamente las menudas flores, dudoso. Por fin tomó un manojo y las guardó en un bolsillo de su camisa.

-¿Usted tiene a quién llevárselas?

El hombre suspiró.

-Sí. Pero está muy lejos. No durarían.

-Y allá de donde usted viene, ¿puede conseguir flores así de bellas?

-No como estas. Pero sí las que más le gustan… ¡Bueno! Hora de continuar.

Se adentraron de nuevo entre la interminable arboleda.

-¿Y quién es esa persona a la que usted le dará las flores? –preguntó el pequeño- ¿Su novia o su esposa?

-Una amiga. Una muy especial.

-¿La quiere mucho?, ¿es bonita?

-Es un ser muy bello. En todo sentido. Sí la quiero. Pero no se lo he demostrado… –afirmó en un tono melancólico.

* * * * * * * * * * * * * * * * *

Al sur de Manhattan, en el barrio Bowery, cerca del mediodía, Velkan se presentó a fin de cumplir con una cita fijada hacía unos días.

Cuando se encontró frente a la fachada de una clásica y pequeña construcción, de un vivo color ladrillo, integrada por dos edificios contiguos, uno de dos pisos y el otro de cuatro, notó que junto a la misma se hallaba la muy moderna sede del Museo Nuevo. Asimismo, a su alrededor se apreciaban lujosas viviendas y edificaciones.

-Excelente contraste –expresó, reflexionando.

-Velkan.

El agudo llamado lo hizo fijar su atención en la gran puerta de entrada del pequeño y rojo edificio, sobre la que se veía un letrero: MISIÓN BOWERY. Vio una conocida silueta menuda, muy delgada y de estatura media, pecosa, cabello rubio oscuro recogido en una coleta; mostraba una amplia sonrisa y lo saludaba con la mano. Al mismo tiempo, el rostro y el espíritu de él sonrieron. Con rápidos pasos se le aproximó.

Hari bol, bella dama –la saludó, tomando sus manos con suavidad.

Hari bol –le correspondió ella, besándolo en la mejilla, casi en la boca-. Gracias por venir.

-Un placer ¿Ya llegaron todos tus amigos de acá?

-¡Sí! ¿Vamos?

-Para eso vine, miladi. Por ti y por ellos.

Se tomaron del brazo y se dirigieron al interior del edificio, subiendo hasta donde se encontraba un largo y estrecho espacio en el cual se ubicaba el comedor y se incorporaron a un grupo de voluntarios, en su mayoría jóvenes, todos con delantal rojo, alineados tras el mostrador, quienes repartían raciones de alimento en forma de variados platos, servidos en sendas bandejas, a las diversas personas, hombres, mujeres, niños, jóvenes, ancianos que se habían acercado allí. Velkan se colocó su respectivo delantal y junto a su amiga colaboraron en dicha tarea.

Al cabo de media hora aproximadamente, la pareja se encontraba almorzando, compartiendo mesa con una muy humilde anciana.

Un hombre afroamericano, no muy alto y robusto, de cabello encanecido, se les acercó.

-Mi querida Susan –la saludó, poniendo una mano en su hombro-. Una de nuestras voluntarias más fieles.

-Pastor Wybenga, ¿cómo está usted?

-Excelente. Contento y animado, al verlos atender con tanto amor a esta gente.

-Él es mi buen amigo Velkan. Ya ha venido antes.

-Sí, lo he visto. Gracias por apoyarnos. Eso vale mucho. Siempre necesitamos ayudantes, colaboradores, dinámicos y de buen corazón.

-Cuando sea posible –afirmó Velkan-, uno podrá ayudar acá.

-Son nuestro motivo de existir. Nuestra misión. Hacernos cargo de todos estos desamparados. Indigentes, sin hogar, desempleados, inmigrantes, personas con adicciones, que han perdido la razón, así como el rumbo de su vida. Acá, de alguna manera, pueden recuperar su esperanza.

-En un sitio así es posible que lo logren. Es agradable, confortable. Están muy bien organizados, de verdad.

-Con la ayuda de Dios y de personas como ustedes. Esto es, debe ser, auténtico trabajo en equipo. Entre todos nosotros y en conjunto con iglesias y comunidades. Es fuerte ¡Y es triste! Cientos, miles de desamparados en una de las ciudades más ricas del mundo… ¡Estamos en manos del Señor! Les estoy interrumpiendo su comida. Que la disfruten y sean bendecidos, hermanos.

-Amén. Gracias –dijo Susan.

-Dios lo bendiga, pastor –exclamó la anciana-. Un día lo invitaré a comer en el Waldorf Astoria. Lo prometo.

-Será un honor, señora –respondió, haciéndoles un guiño, y se retiró.

-A ustedes los invitaré también –manifestó la dama-. Ahí me conocen bien.

-Con caviar y champaña, ¿eh? –expresó Velkan.

-Por supuesto, caballero –convino ella con un gesto de picardía-. Es lo que siempre pido.

-Digno de usted, madame.

Velkan miró a su amiga, quien disimuló una expresión seria pero al fin sonrió.

Tras salir de la Misión, los dos caminaron juntos.

-Realmente tienen mucho trabajo en ese lugar, ¿no? –aseveró él.

-Como dijo Jesús: Pobres siempre tendréis…

-Esa dama es muy simpática; qué buena invitación nos hizo.

-La señora Valsangiacomo. Es viuda. Muy sola. Sin nada ni nadie.

-Los tiene a ustedes.

-Viene con frecuencia. A comer, y a contar sus historias. A veces se queda a dormir. Pero ella vive en la calle. En sus “castillos” y hoteles lujosos. Sus Cadillacs y limusinas. Sus bailes y fiestas. En su mundo perdido. Y todo el tiempo triste, a menudo llorando.

-Lo lamento. Me alegra haberla hecho reír aunque fuera un rato.

-Te lo agradezco. Ella lo merece. Hace años, de verdad sí era normal para ella ir a esos sitios que nombra. Era una gran dama de sociedad. Pero perdió todo. Incluso su familia la abandonó. Tiene varios hijos y nietos. A veces va a la estación Gran Central y se sienta allí por horas, a esperarlos.

-Dios, pobre mujer ¿Qué le habrá sucedido? ¡Cuánta gente que vemos a diario por las calles ha vivido una tragedia así!

Ella lo observó en silencio, contenta por su bondad. Recordaba cómo se conocieron: por internet, a través de una página de contactos sentimentales. “Por casualidad” ambos coincidían en características, aficiones. Luego, vendría esa primera cita, en el Café Ferrara, en la Pequeña Italia. Ahí ella comprobaría que su nuevo amigo era culto, cortés, atrayente. Y también estaba solo, sin pareja o compromiso alguno. Empezaron a compartir visitas a museos, jornadas de voluntariado en la Misión y celebraciones de culto en el templo Hare Krishna que ella frecuentaba, aun cuando él no profesaba esa creencia… ni ninguna otra específica, por lo visto, a pesar de que entre otros temas, conocía tanto sobre religiones, antiguas y modernas. Un hombre muy inteligente, de mente abierta –un buen profesor, sin duda-. Aunque también amargado, indiferente, como atormentado en su interior…

Tras andar un par de cuadras, llegaron a una parada de autobuses.

-Bueno, creo que ya está por llegar –afirmó ella al ver su reloj.

-Gracias por tan buen rato. Ese lugar es agradable. Es una suerte para los que pueden llegar ahí. Sí se puede decir que encuentran un refugio. En donde los aprecian y valoran; aunque sea por un momento.

-Gracias a ti por venir y ayudarnos –le correspondió ella, con una mirada extasiada.

-Si se trata de acompañarla, gentil dama, a donde sea posible.

En eso un autobús, blanco con una franja central azul, se detuvo frente a ellos.

-Adiós– se despidió la chica, lo besó en la mejilla y subió al transporte.

-Nos vemos, amiga. Cuídate.

Una vez arrancó el vehículo, Velkan se encaminó hacia su hogar. Desde su asiento, Ella lo veía alejarse embelesada pero a la vez sintiendo tristeza y frustración, por no haber escuchado de él esas palabras, esa frase que ella anhelaba en su corazón…

* * * * * * * * * * * * * * * * * * *

“Donde quiera que vayas, lo que llevas dentro de ti siempre te seguirá”

Las palabras de la sabia pintora resonaban en su mente, junto con la tierna y punzante imagen de “su damisela”. Miró las enormes lanzas verdes en torno a él y suspiró.

-Aquí tal vez no sería posible ir en un carruaje. Pero de seguro te alegraría mucho la caminata…

Aspiró el frío aire cargado del aroma arbóreo, frotando sus brazos y volviendo a la realidad. Sus ojos buscaron al pequeño compañero. Lo halló sentado bajo un abeto, observándolo.

-¡Cuánto nos quedará por recorrer! –preguntó al bosque y a sí mismo.

Un súbito sonido, vibrante y progresivo, lo hizo otear el cielo.

-¿Es lo que yo creo…?

-¿Qué pasa? –preguntó Randy alarmado- ¿Qué es eso?

Como si fuese algún inesperado cometa, un ligero y pequeño helicóptero azul surgió sobre las puntiagudas copas, en recta y veloz trayectoria, para luego virar hacia la izquierda.

-¡Están buscándonos!, ¡vienen por nosotros! –gritó el niño muy alegre.

-Tal vez –dijo Velkan observando la rauda figura que se alejaba.

-¿Pero por qué se fue? ¡No nos vio! –exclamó Randy, manoteando y pisoteando, frustrado y enojado.

Velkan quedó pensativo unos momentos. Un repentino revoloteo los sorprendió, haciendo que dirigiesen sus miradas hacia unas ramas de pino a mediana altura, en una de las cuales se había posado aquel intrigante cuervo que ya habían conocido. Viéndolos directamente, les lanzó un tétrico graznido. Tras unos instantes, dejó oír otro, mientras volaba en medio de los gigantescos troncos.

-Ahí está otra vez –señaló Randy-. Ese pájaro que asusta.

-Sí, da algo de miedo. Pero ya vimos que nos condujo hasta ese lobo que estaba en problemas. Me pregunto a dónde y con quién nos llevará ahora…

-¿Vamos con él?

Velkan respiró profundo y miró a su alrededor.

-No creo que perdamos mucho si lo hacemos. Andando.

Eludieron un espeso zarzal y se encaminaron en medio de aquel pinar.

-¿Por qué seguimos a ese tonto cuervo?

-Ni tan tonto. Es una de las aves más inteligentes. Varios pueblos antiguos lo respetaban e incluso lo veneraban.

-¡Pero es un pájaro feo, da miedo!

-Eso no significa que sea malo. Y en realidad no es tan feo –aseveró, recordando al sabio nativo.

De pronto, escucharon un intenso estrépito y al instante un estremecedor escenario los envolvió: el mismo helicóptero azul que hubiesen avistado minutos antes, se hallaba suspendido en el firmamento, meciéndose ligeramente. En su parte trasera se distinguía, de color blanco, un logotipo de HELI HUNTER. De su escotilla abierta surgía el fino y oscuro cañón de un rifle, manejado por una opaca figura humana, alta y delgada. De inmediato Velkan se dio cuenta a quiénes apuntaba: Una pequeña manada de lobos, de cinco individuos, se revolvía intentando ocultarse de aquella amenaza aérea. El impresionado viajero descubrió que entre ellos estaban además tres crías, de solo unos meses de nacidas.

-¿Los están cazando? –preguntó emocionado Randy.

-¡Nooo! –respondió con sarcasmo Velkan- Están jugando “dale al lobo” ¡Vamos! Con cuidado. Que no nos vean.

Rápidamente se aproximaron un poco más, procurando no ser notados y mantenerse fuera del alcance de los disparos. Se ocultaron detrás de un abeto. En ese momento vieron cómo uno de aquellos animales era impactado en una pata. Su atacante silbaba y reía.

-¡Eso es! ¡Le dieron! –exclamó el niño con alegría.

-Lo hirieron –reafirmó Velkan, observando al sufriente animal que cojeaba. Asimismo distinguió uno de resaltante pelaje, mezcla de gris y blanco, con el lomo y las orejas negruzcos. El trío de lobeznos se arrimaba junto a él. Velkan supuso que podía ser “la niñera”, una hembra que cuidaba los cachorros de la manada.

-¿Van a matarlos a todos? ¿A los lobitos también?

Velkan pensó un instante. Recordó al sabio nativo. Y a sus propias visiones… Abrió su mochila y extrajo un espejo de mano, cuadrado.

-¿Qué va a hacer con él? –preguntó extrañado Randy.

-Tratar de salvarles la tarde.

Empezó a mover el vidrio en dirección al helicóptero, hasta que el reflejo se proyectó sobre el francotirador. Concentró el haz luminoso sobre su rostro.

-¡Maldición! –exclamó el deslumbrado cazador, poniendo su mano sobre sus ojos- ¿Qué sucede? ¿Qué es este maldito brillo?

En cuanto cesaron los disparos, los lobos se replegaron. Velkan los observó y su mirada se cruzó con la de la “loba niñera”. Por unos segundos se vieron fijamente, sintiendo el hombre a la vez compasión, admiración y extrañeza ante aquella figura atrayente, dominante y protectora.

-¡Váyanse!, ¡ahora! –los conminó en voz baja, agitando su mano.

Como si lo hubiesen escuchado, la manada se escabulló rápido entre la protección de los “gigantes verdes”. Velkan se dio cuenta por una parte que se mantenían alrededor de los lobeznos, protegiéndolos; y que asimismo, al menos dos lobos iban pegados al que habían herido y lo empujaban con sus hocicos para apoyarlo.

-¿Ninguno se murió? –preguntó agitado Randy.

Velkan negó con la cabeza.

-Parece que solo pudieron herir a ese. Quedémonos quietos, callados.

Ambos se pegaron aún más al tronco que los ocultaba.

En el helicóptero, el frustrado tirador atisbaba entre la maraña de árboles.

-Malditos lobos. Se me escaparon. Por unos minutos; ya veremos ¡Movámonos, Doug! –gritó al piloto, girando su mano- ¡Tratemos de cortarles la huida!

La azulada aeronave se elevó sobre las copas del bosque y se lanzó en persecución de la manada.

-¿Los van a buscar? –preguntó el niño.

Velkan asintió, observando el cielo con atención.

-No los dejarán tranquilos. Pero al menos les dimos un respiro.

-¿Entonces los salvamos?

-Así parece. Al menos por ahora. Estos cazadores son muy persistentes –durante unos segundos, permaneció pensativo-. De nuevo el cuervo nos llevó hasta ellos. Cuervo y lobos. Odín…

A su mente vino parte de un relato, una leyenda, de origen nativo, celta, tal vez:

…Y el lobo le pregunto al cuervo: -¿y cómo haremos, hermano, para que nos escuchen? Y el cuervo respondió: mi graznido y tu aullido despertarán en ellos la magia de sus corazones...

-No todo es pura mitología, simples leyendas. Algo de ellas es cierto. De alguna manera, en algún momento y lugar, se hacen realidad… ¡Andando, lobato! Alejémonos de aquí. No vayamos a encontrarnos otra vez con ese helicóptero asesino.

-¿Vamos a seguir a los lobos?

Velkan lo pensó un instante.

-Puede ser. Ellos saben muy bien por dónde ir. Quizá nos indiquen una buena ruta.

En efecto, tomaron la dirección por la que habían escapado.

-¿Por qué cazan a los lobos en esa forma, con helicóptero? –preguntó Randy

-Muy buena pregunta. Porque es más seguro, rápido y efectivo para los cazadores. No tienen que arriesgarse tanto.

-¿O sea que así los pueden atrapar mejor?

-Se supone. De esa manera es más difícil que se les escapen. Incluso, lo he leído, de esa forma han cazado osos en sus propias madrigueras.

-Yo vi en la TV que a unos animales les disparaban así, desde el aire, pero no los mataban. Les ponían algo en el cuello o también se los llevaban a otro sitio.

-Es correcto. Les disparan dardos, tranquilizantes. Para poder estudiarlos. Los pesan, los miden, les ponen esos collares para seguirlos, controlarlos. Y sí, otras veces los llevan a algún lugar más seguro, apropiado para ellos. Ahí está, pues, lo bueno o malo que se puede hacer con las armas, la tecnología, los medios de transporte.

-Pero no es malo cazarlos. Los animales se comen. Y hay algunos que son malos, como los lobos.

-¡Seguimos con eso! –exclamó Velkan exasperado- ¡No hay animales malos! Ellos no actúan ni atacan por maldad. Es por instinto, por supervivencia. Ellos no razonan, no piensan. Aunque en realidad hay muchos, de distintos tipos, que sí parecen ser inteligentes ¡Y más que los humanos!

Por unos instantes, el niño lo miró con ansiedad y temor. Sin embargo, se atrevió a preguntar:

¿Por qué…?

Durante cerca de una hora –que le pareció eterna-, el Profesor
se dedicó a explicarle a “su primer alumno en su primera clase al aire libre” las características, curiosidades, cualidades y el valor que representaban las especies animales, en sus diversas clases. Las funciones, roles e importancia que tenían dentro de la cadena –o círculo, como lo llamó el “maestro nativo”- de la Naturaleza. Los ecosistemas: selvas, bosques, desiertos, montañas, mares… que conformaban la Madre Tierra. Habló de cómo la tratábamos y maltratábamos. Asimismo, el maestro le pidió y animó a su aprendiz a plasmar en dibujos –facilitándole lápiz y hojas de su libreta- esta insospechada e intensa experiencia al natural que estaban compartiendo. Entonces Randy trazó las figuras de la osa blanca y sus crías, el oscuro y misterioso lobo, el descomunal oso “que iba a comérselos”, el “tonto” cuervo, las nevadas montañas que marcaban el horizonte, los colosos verdes que lucían interminables… Realmente Velkan quedó impresionado ante la calidad y expresividad que revelaban esas imágenes. En colores, dedujo él, debían ser dignas de una exhibición. Tal vez en la galería de quien él ya conocía.

“A Ella le encantarían. Así tendría otro aprendiz”.

De repente, la “lección” fue interrumpida por un cimbreante trueno, el cual no provenía precisamente de alguna tormenta.

-¿Qué fue eso? –preguntó alarmado Randy.

-Un rayo de muerte –respondió con tono grave Velkan-. Presiento que alcanzaron de nuevo a la manada. Vamos con cuidado.

Atravesaron con cautela una densa espesura de alisos, hacia donde Velkan creía se había producido aquel estallido. Al llegar a un claro, se detuvieron en seco ante la impactante figura de un enorme y oscuro oso tumbado sobre su vientre.

-¿Es un oso? –preguntó Randy- ¡Es muy grande! Como el que nos iba a comer, y la osa blanca no lo dejó.

-Tal vez es el mismo. Ese tamaño, su color…

-¿Está dormido?

-Es posible. Aunque me parece ver algo… Quédate aquí, voy a revisar una cosa.

-¿Qué es? Quiero verlo.

-¡NO! No sabemos si de verdad está durmiendo ¡Quédate acá! Vigila bien a tu alrededor.

De forma muy sigilosa, se fue acercando a la yaciente mole. Observó que los ojos estaban abiertos, y a su vez notó que su cuerpo no se movía ni emitía algún sonido indicando que dormía o respiraba. Fue entonces cuando descubrió un sombrío orificio en la parte frontal izquierda de la gran cabeza, del cual brotaba un hilillo de sangre.

-¿Sí está dormido? ¿Ya puedo ir?

-¡Sí, ya nos podemos ir! –exclamó Velkan; luego con su teléfono móvil tomó una foto del animal abatido y se retiró presuroso.

-Mejor nos alejamos de aquí, muchacho. Con cuidado. Esos cazadores probablemente anden cerca, y vengan a cobrar su “trofeo”.

-¿Por qué? –preguntó nervioso Randy- ¿Qué pasó con el oso? ¿Lo mataron?

-Así es. Desde ese helicóptero es muy sencillo hacerlo.

-¿Pero por qué lo mataron a él? Estaban persiguiendo a los lobos.

-Un buen cazador sabe aprovechar su recorrido. No va a permitir que se le escapen todas las presas que pueda atrapar. Y una como ésta –señaló al infortunado oso- es un tremendo premio. Auténtica “caza mayor” –miró con desencanto los árboles-. Definitivamente, “hay quien cruza el bosque y solo ve leña” ¡Vamos! Alejémonos de aquí, no sea que también nos cacen.

Mientras andaban por una explanada que se extendía en medio de franjas entremezcladas de pinos y abetos, una ráfaga de viento los detuvo abruptamente, a la vez que levantó polvo y agujas de pino que se estrellaron en sus cuerpos. Tras sacudirse, Velkan se fijó en su compañero, quien hacía lo propio.

-¿Estás bien? ¿Te cayó algo en los ojos?

-Un poco –respondió Randy con desánimo.

-¿Te sientes mal?, ¿estás cansado?

El niño se mantuvo callado unos instantes.

-Tengo hambre –balbuceó, sin alzar el rostro.

-Yo también –aseveró Velkan, colocando una mano sobre su vientre-. Yo también…

En uno de los riachuelos del Denali, que discurría a través de un rosáceo terreno de piedras y sedimentos, una robusta osa de níveo pelaje vadeaba entre la corriente, intentando localizar y atrapar algún pez. Su par de cachorros la observaban sentados en un banco de tierra, mientras gimoteaban y jugueteaban.

De repente la osa correteó por unos segundos, hasta que afincó sus patas delanteras con firmeza. Luego sujetó con sus dientes el salmón que había apresado. Lo extrajo del agua y lo mantuvo aferrado, mientras el pez se agitaba. Se volvió hacia donde se hallaban sus crías y lo arrojó en esa dirección. Después reanudó su pesca. Persiguió otro salmón hasta que igualmente logró acosarlo y capturarlo.

Cuando alzó su vista, se encontró con un inesperado espectador: un lobo de negruzco pelaje, salpicado de blanco, a poca distancia. Sus miradas se cruzaron en silencio por un momento, hasta que él ladró un par de veces. Ella se adelantó unos pasos y lanzó el pez, que cayó a los pies del oscuro vigilante. Este lo cogió entre sus fauces y se alejó velozmente.

La “osa espíritu” lanzó un breve gemido y volvió junto a sus crías, para disponerse a cenar.

Sentados sobre sendas rocas en un claro alfombrado de agujas de pino, Randy y Velkan bebían limonada y consumían galletas, y bayas que acababan de recolectar.

-¿En este bosque no hay más cosas para comer? –preguntó el niño.

-Claro que sí, lobato ¿No les han enseñado sobre eso? Todas las opciones que puede ofrecer un sitio como éste. Qué se puede o no se debe comer en casos de emergencia, de sobrevivencia.

-Sí nos han hablado de ello.

-¿Y qué les han dicho?

-Nos dijeron que si íbamos de campamento o nos perdíamos en un bosque podíamos comer raíces, plantas, hongos, gusanos –narró Randy con gesto de repugnancia-. Yo nunca lo haría.

-Muy pocos probaríamos un “menú” como ese. Pero a la hora de sobrevivir, en un caso extremo… Allá en la selva, en el Amazonas, los indios y los que hacen cursos de supervivencia comen arañas, que son enormes; gusanos igual de grandes; serpientes, monos…

-¡Ugg! ¡Cállese! –exclamó el niño asqueado, agitando su brazo en señal de rechazo- ¡Qué horrible!

Velkan sonrió.

-Es la ley de la selva, chico. El más fuerte sobrevive. Aunque realmente no es tanto el que tenga más fuerza sino que el que mejor aproveche las oportunidades y los recursos que encuentre ¡Y el que tenga más fe, supongo! En el Ser superior, y en sí mismo.

Una brisa sopló en torno a ellos, refrescándolos y alejando en parte a los mosquitos que los asediaban. Velkan volvió sus ojos hacia las altas ramas que ondulaban. Asintió, con una leve sonrisa. Pero esta se borró de su rostro al divisar una oscura silueta que se había plantado detrás de un zarzal, al frente de ellos.

-Nuestro perdido acompañante –indicó, señalándolo.

Randy miró en aquella dirección. Sus ojos se agrandaron al contemplar de nuevo aquel “lobo negro aterrador” que lo estaba persiguiendo desde que se perdiera allí.

-¡Es él otra vez! ¡No nos deja tranquilos!

-Pues hasta ahora no nos ha molestado mucho.

-¿Nos va a seguir todo el tiempo? ¿Todavía quiere comernos?

-Parece que precisamente está comiendo algo –afirmó Velkan, fijando su atención en lo que llevaba en su boca el inquietante animal.

De pronto el lobo arrojó su presa hacia donde se encontraban. Dejó oír un débil ladrido y desapareció con rapidez.

-¿Por qué hizo eso? –preguntó el niño intrigado- ¿Qué fue lo que nos tiró?

-Veamos con cuidado.

Se dirigieron al punto donde había caído aquello. La impresión de ambos fue la misma al descubrir que se trataba de un muy apreciable salmón rojo, con cerca de cuatro kilogramos.

-¿Por qué él nos dejó este pez?

-No lo sé, muchacho. Es bien extraño –aseveró el viajero. Miró hacia los árboles, y a su alrededor- ¿Con esto nos paga lo que le dejamos para comer? –preguntó con escepticismo.

-¿Y qué hacemos? ¿Lo dejamos ahí? ¿No lo vamos a comer?

El profesor se quedó callado unos instantes.

-¿Qué harías tú?

-No lo sé.

-Yo pienso que mejor aceptemos y aprovechemos este “regalo” del bosque; de la Naturaleza. Y lo estábamos necesitando. Ya tenemos la cena. Ahora solo nos queda prepararnos y hallar el lugar más apropiado para pasar la noche.

Velkan miró hacia el firmamento, en el cual el blanco de las nubes ya comenzaba a dar paso a las rojizas franjas del crepúsculo. “Por favor, ayúdennos también en eso”.

Habiendo andado cerca de cincuenta pasos, unos trinos y gorjeos de varios gorriones y pinzones atrajeron su atención. Se detuvieron, tratando de ubicar a las aves que entonaban sus postreras melodías de aquel día. De repente, el oído del “viajero mayor” pudo distinguir otro sonido armonioso: un diáfano murmullo que indicaba una muy cercana corriente acuática.

-Parece que por acá hay un río, o arroyo. Así es como suena.

-No oigo nada.

-Sí lo estoy escuchando –reafirmó Velkan; se quedó inmóvil unos segundos, cerciorándose de la naturaleza de aquel sonido apenas perceptible y de su procedencia-. Es por allá –señaló-. Vamos a ver.

Ascendieron una leve cuesta que discurría entre un grupo de pinos viejos. Luego, siguiendo por un declive, efectivamente llegaron hasta un estrecho arroyo.

-¡Agua! ¡Qué bueno! –exclamó jubiloso el niño y se precipitó hacia la tenue corriente.

-Sí; con cuidado. Por favor, solo lávate, pero no la bebas aún.

-¿Por qué no? –protestó molesto- No se ve mal. Tengo sed.

-También yo. Pero uno no puede saber si esta agua es cien por ciento pura.

Velkan se agachó a la orilla del manantial. Observó hasta lo que le fue posible de dónde provenía. Vio que el agua lucía muy límpida, cristalina. Tomó un respiro y con su mano extrajo un poco de la misma y la bebió. Aguardó un momento. Ninguna reacción negativa. Antes bien, se sintió en verdad reanimado. Se volvió hacia su compañero.

-Puedes beber un poco. Solo un poco. Llevaremos suficiente, para calentarla más tarde y así estar seguros.

Luego de llenar sus dos cantimploras, Velkan se dispuso a retirarse de aquel paraje, pues aunque apreciaba la presencia de una fuente de agua, conocía que a su vez ésta podía atraer cualquier tipo de animales, pequeños o grandes. Y estos últimos en especial, era mejor evitarlos. De manera que reiniciaron su recorrido en procura de un sitio conveniente para pasar la ya cercana noche.

Un súbito revoloteo seguido de un fuerte graznido, los detuvo. Posado en una rama de un abeto de tamaño mediano, aquel misterioso e inquietante cuervo se les aparecía de nuevo.

-¡Es él! Vino a asustarnos a esta hora, cuando ya está oscuro.

-O vino a decirnos algo. Odín te envía de nuevo, ¿eh, “Hugin”?

Graznando como respuesta, la negra ave voló sobre ellos, entre los pinos. Velkan hizo una seña al scout y fueron tras su alado guía. Salieron de aquella arboleda y se encontraron en medio de un amplio claro sembrado de rocas, flanqueado por un lado por altos arbustos y zarzales, y por el otro lado por un conjunto de abedules y abetos formando un semicírculo. El cuervo saltaba y picoteaba el suelo en un área específica.

-¿Qué está haciendo? –preguntó Randy- ¿Por qué nos trajo aquí?

Velkan se fijó con atención en la extraña ave.

-¿Qué crees tú?

El muchacho se quedó pensativo por un momento.

-Está buscando comida.

-No es eso –refutó Velkan, mirando el crepúsculo que ya se acentuaba sobre ellos.

Randy se esforzó en hallar otra respuesta.

-Está mostrándonos algo.

-Es justo lo que creo –convino el profesor. Y en ese instante, el cuervo voló hasta un punto ubicado a unos metros, en el que picoteó y chilló.

-¿Qué hay allí? –preguntó Velkan, observando un objeto informe sobre el que se había posado el ave.

-No lo sé.

Se dirigieron hacia ese sitio. Al detenerse junto al inquieto “guía”, descubrieron que estaba sobre un trozo de lona, verde olivo y de tamaño regular.

-¿Qué es esa cosa? –preguntó extrañado Randy.

-Por lo visto, una especie de carpa. Alguien la dejó.

El cuervo voló de ahí, y fue a posarse en la rama de un abeto. Velkan entendió el “mensaje”. Agarró aquel objeto y regresó al punto donde se encontraban inicialmente. Por la parte media de la carpa sobresalían, de ambos bordes, sendas cuerdas. Las ató firmemente a los troncos de un par de abetos. Luego extendió un poco los extremos de la lona dándole la típica forma de pirámide, y la aseguró con cuatro piedras grandes.

-Bien, aquí podemos pasar la noche. Por suerte dejaron esto. Es una buena tienda, ¿no, scouter?

-Sí… Así es como las hacemos.

-Pues sí tengo todavía algo de scout… ¡Vamos a celebrar! Tenemos salmón y agua de manantial, mesa al aire libre, un lobo mesonero y un cuervo como anfitrión. Todo un lujo.

Cerca de media hora más tarde, los dos caminantes se hallaban sentados sobre un tronco caído, ante una fogata. Con pedazos de ramas habían armado una “parrilla”, sobre la cual Velkan puso a cocinar el salmón. Previamente, había calentado el agua recogida en aquel arroyo. Mientras cenaban, oyeron los vibrantes llamados del alado guardián que los vigilaba desde su árbol.

-¿Por qué no se va? –preguntó con recelo Randy- ¿Va a quitarnos la comida?

-Tal vez solo está pidiendo un poco. Es justo compartirla, él nos trajo a este lugar.

Velkan se levantó y fue a dejar unos menudos trozos de pescado al pie del tronco donde se encontraba “Hugin”. Cuando se retiró, éste bajó para engullirlos.

De regreso junto a su compañero, el profesor observó el esqueleto del pez. Consideraba increíble la forma como les había sido traído. Y así empezó a imaginar su largo y sufrido viaje inicial hasta estos parajes.

-Oiga, señor –expresó el niño-, ¿por qué ese lobo nos trajo el pez? ¿Él no se los come?

-En verdad lo ignoro. Sí es cierto que ellos comen peces, en ocasiones. Pero no entiendo, no sé por qué razón este animal nos lo dejó. Como si fuéramos parte de su manada. No lo sé.

-¿Fue por la comida que le dimos?

-Puede ser. Pero que sean así de agradecidos, me parece extraño.

Durante unos instantes, permanecieron callados. Pensando, haciéndose quizá las mismas preguntas…

-Chico… Randy ¿Sí conoces la historia de esos peces? ¿Cómo llegan hasta acá, a estos ríos de Alaska?

El pequeño asintió.

-Sí. Salmones. Los vi en la TV. Saltan en los ríos y entonces los osos los atrapan y se los comen.

-Exacto. Así terminan muchos de ellos. Recorren grandes distancias, un largo viaje desde el océano, el mar. Regresan a este punto, donde nacieron, donde todo empezó. Para reproducirse, poner sus huevos. Reiniciar el proceso. El círculo –en su pensamiento se conjugaron su Maestra y el viejo nativo-… Regenerarse. Y para lograrlo enfrentan y vencen todos los obstáculos que encuentran: nadan contra la corriente, saltan, superan las rocas, las caídas de agua, los osos. Al final del recorrido, cuando ya han dejado sembrada su nueva generación, deshechos, agotados, pero cumplida su misión, mueren. Así se sacrifican por preservar su especie ¡Qué gran hazaña! Y qué gran lección. De la misma manera estamos ahora tú y yo. Como un par de salmones, nadando en medio de este río de árboles. Sorteando obstáculos, dificultades, peligros. Pero aquí estamos. Y nuestro camino no ha terminado. Aunque en verdad hemos recibido alguna ayuda –señaló a los árboles y al pescado.

-¿Y también nosotros vamos a morir? –preguntó Randy con angustia

-¡Espero que no, mi amigo! Al contrario, que este viaje que nos ha tocado emprender, no sé cuándo acabará, nos permita como a esos peces, regenerarnos. Hacernos más fuertes. Y mejores, de cualquier forma.

En ese momento Velkan miró el firmamento, y quedó realmente impresionado: una serie de haces lumínicos de encendidos tonos verdes -en su mayoría-, rosados y violetas se habían desplegado por la bóveda celeste; ondeando, vibrando y serpenteando, en un espléndido y desbordante espectáculo.

-¡Dios mío! Así que esto es una Aurora boreal… ¡Qué increíble! Nunca las había visto en vivo ¿Y tú, socio?

-Sí. Varias veces. Por acá siempre aparecen. De donde usted viene, ¿no se ven?

-No. Jamás. Solo pueden verse muy al Norte, cerca del Polo. Aquí y en Europa. Por algo las llaman “luces del Norte”. De verdad es todo un espectáculo celestial.

-Mi papá dice que son un fenómeno físico. Que vienen del Sol.

-Sí. Se producen por el choque entre las corrientes de vientos solares que vienen a gran velocidad y el campo magnético terrestre, de electrones, átomos de oxígeno y nitrógeno. Los colores se dan de acuerdo a los átomos que son golpeados y por la altitud: azul, rojo, rosa, verde, violeta. Es la explicación científica. Algunos pueblos, nativos, tienen sus mitos o creencias sobre ellas. Por ejemplo, los Sami, en los países nórdicos, las llaman «la luz que puede ser oída». Porque tienen un sonido propio: Silbidos, chasquidos, crujidos. Y para los esquimales de estas tierras, es un sendero que lleva a las regiones celestiales, por el que andan los espíritus de las personas y los animales. Unidos, conectados.

“¿En serio estás ahí, madre, en medio de esa danza de luz?” –se cuestionó, nostálgico y extasiado.

-¿O sea que en esas luces hay fantasmas? –preguntó Randy, asustado.

-Fantasmas no. Espíritus. La esencia de gente y animales que alguna vez vivieron, y que al morir se elevaron y quedaron envueltos en esa estela luminosa; en esa gran “dama verde”. De la misma forma, hay tribus, pueblos que dicen que las almas de los ancestros viven en los animales, en los árboles, ríos, montañas. Pensemos, vamos a creer que nuestros familiares, padres, abuelos, ancestros, también están allí. Recorriendo su propio camino y alumbrando el nuestro.

“Y cuánta luz nos hace falta, en un camino quizás todavía largo por recorrer…”

-¿Entonces ellos nos van a cuidar?

-Es posible –contestó Velkan, aunque se hacía la misma pregunta.

-Yo no sé… si a ellos les importe yo más que a mis padres.

-¿Por qué dices eso? A estas alturas, tus padres deben estar bien preocupados por ti, ¿no crees?

El deprimido niño permaneció unos segundos callado, cabizbajo. Luego alzó hacia la colorida ola de luz una mirada cargada de ansiedad y tristeza…

* * * * * * * * * * * * * * * * * *

-Quisiera más leche –expresó Randy, mientras terminaba su desayuno.

-Ya has bebido suficiente –rebatió su padre-. Un vaso grande.

En el rostro del niño se acentuó el gesto afligido que lucía.

-¿No es posible darle un poco más? –inquirió la madre.

-En estos momentos preferiría darle otra cosa –repuso el hombre en forma severa.

-¿Y no puedes dejarlo para después? Estamos comiendo.

-Ese es el problema. Dejar para después el mal comportamiento de este jovencito. Eso es para resolverlo ya.

-¡Por Dios, Grigori, no empecemos con lo mismo!

-¡Esto empezó hace mucho tiempo! ¡Tú no estuviste ayer en la reunión del colegio! A muchos padres les hablaron muy bien sobre sus muchachos. Pero a mí, que soy profesor, decano en una universidad, me presentan a mi hijo como el peor de la clase ¡Qué maravilla!

-Por supuesto. Es lo que más te importa. Tu prestigio. Tu “alto nivel académico”.

-¡Que a mucha honra lo tengo y me lo he ganado! Con estudio, con dedicación, disciplina. Es lo que le ha hecho falta. Mucho juego, muchos dibujos, mucha distracción, ¿a qué llevan? Incluso los scouts no han tenido muy buena influencia sobre él. Allí ha sido lo mismo: quejas y más quejas, por su pésimo comportamiento. En donde sea, este niño es parte de las estadísticas negativas.

-Claro. Para ti, tu hijo es eso: una estadística, una probabilidad. Una cifra.

-¿Y para ti qué es él? ¿Un hijo de verdad, o alguien a quien gritarle todo el tiempo? ¿Realmente te importa lo que le suceda?

-¡¡A nadie le importa!! –gritó Randy exasperado, al tiempo que arrojaba su cubierto sobre su plato, y corrió hacia su habitación.

El padre del niño reprimió el impulso de ir tras él. Se quedó pegado a su silla, al igual que su esposa, ambos con sus voces ahogadas, sintiendo el corrosivo peso del rencor, el desespero y la frustración.

* * * * * * * * * * * * * * * * * *

-A nadie le importa –sentenció el scout, con su triste mirada fija en los ensombrecidos árboles.

-No lo creo, amigo. Esta es tu segunda noche acá ¿Puedes imaginar cuántas personas están buscándote? Tus padres; tus compañeros scouts; la policía, los guardias de este parque, grupos de rescate. Incluso puede que esto ya se conozca fuera de Alaska, en el resto del país, por la prensa, las noticias.

-¿Entonces de verdad sí nos van a rescatar?

Velkan bebió despacio un sorbo de agua.

-Estoy seguro. No será ahora. Pero llegarán, en algún momento y de alguna manera. Si es que primero no llegamos a ellos. Tal vez, por qué no, mañana nos despierte el ruido de un helicóptero, o los ladridos de unos sabuesos de un grupo de búsqueda. Todo es posible.

El gélido aire nocturno se tornó más intenso. Randy se ciñó la chaqueta que le había prestado su compañero, quien a su vez se había puesto un sweater blanco y verde, medianamente grueso. Velkan puso sus manos sobre la fogata y se frotó sus brazos. El niño lo imitó.

-Cuando nos encuentren, ¿usted estará feliz por salir de aquí y alejarse de mí?

-Por supuesto que me alegraré. Pero será más por ti, porque al fin te rescaten. Sinceramente, me gustaría seguir acá. Explorando, conociendo. Como sea, a pesar de todo, este es un sitio especial –aseguró, mirando el frondoso escenario, que en esos instantes de penumbra recibía los destellos de una luna semioculta entre espesas nubes- ¿No lo crees?

Randy se encogió de hombros.

-Tiene algunas cosas bonitas. Las flores, las montañas, los árboles. Pero otras cosas dan miedo. Los lobos, los osos, el alce, ese cuervo, los cazadores.

-Es cierto. Así pasa en todo, en la vida. Encontramos cosas buenas y no tan buenas. Para unos y para otros. Pero en cualquier caso hay que vivir con eso. Con lo que nos sucede cada día, cada momento. Y tratar de sacar provecho, de aprender; hasta de los errores y malas experiencias.

Randy meditó sobre eso en silencio, mientras veía las lenguas de fuego frente a ellos.

-Si usted quiere quedarse aquí, ¿es porque no quiere regresar a su casa? ¿Nadie lo está esperando?

-Sí hay gente esperándome. No son muchos. Unos cuantos amigos; mis alumnos; mi gran maestra y amiga, que pinta muy bien, como tú…

Hizo una súbita pausa, asumiendo un gesto grave.

-Y existe alguien más quien me espera, desde hace mucho. Lo sé -afirmó con melancolía y la mirada perdida más allá del bosque y de la noche…

* * * * * * * * * * * * * * *

Por la Quinta Avenida de la Gran Manzana se desplazaba un clásico y muy elegante carruaje blanco con asientos violeta, conducido por un cochero vestido con chaleco y sombrero de copa negros y camisa blanca, y tirado por un esbelto alazán en cuya frente lucía una vistosa gran pluma también de color violeta. Llevaba como pasajeros a una joven pareja.

-Bien, mi señora –comentó Velkan señalando los diversos y lujosos rascacielos y edificios que los flanqueaban-, acá puede ver unas pocas de mis humildes propiedades.

La joven dama sonrió y apretó el brazo de su acompañante.

-¿Y me vendería o alquilaría alguna, para emprender un humilde negocio?

-¿En serio tienes alguno en mente?

-Una escuela. Un instituto. Para darles clases, talleres, a gente pobre. Desempleados, inmigrantes, huérfanos, discapacitados; con adicciones. Para que superen sus limitaciones, problemas, y tengan una vida digna.

-Muy digno de ti es ese gran proyecto. Ojalá mucha gente lo aprecie y apoye.

-¿Tú lo harás? –le preguntó ella, tomando su brazo, viéndolo y sonriéndole con ternura.

-Bueno… Tal vez podría dar unas clases. De lo poco que sé.

-¡Oh, por favor! Tú sabes mucho. Sobre muchos temas. Tienes una gran cultura. Y eres muy bondadoso.

“Ojalá así fuese. Para nada lo soy”.

-Me falta bastante para poder decir que soy bondadoso. Fastidioso, problemático, van mejor conmigo.

Velkan vio de reojo el gesto indulgente y conmovido de su amiga. Una parte de su ser deseaba soltar, manifestarle abiertamente sus sentimientos e intención. Que en el fondo, en lo insondable de su alma estaba seguro eran los mismos de ella. Mas su corazón –desde hacía mucho- se había recubierto de una membrana de hielo.

Susan miraba a “su caballero” con afecto, y con ansiosa expectativa.

“Tú me tienes miedo. Tienes miedo de amar. También yo. Pero siento que en tu mirada, tu sonrisa, tus palabras, hay refugio. Calor. Paz”.

El carruaje arribó al Central Park, por su lado sudeste.

-Aquí me quedo. Nos vemos, amiga. Que estés bien.

Como autómata, Velkan bajó rápidamente y se acercó al cochero para darle las gracias. En eso se dio cuenta que el engalanado corcel lo estaba observando.

-Gracias por el paseo –le habló, tocando levemente su frente.

Se dispuso a retirarse, pero el caballo resopló y agitó la cabeza.

-¿Qué sucede?

El noble animal rozó con su cabeza el brazo del hombre, tratando de empujarlo hacia atrás. Hacia el carruaje…

-¡Luna! ¡Déjalo! –ordenó el cochero.

Velkan miró intrigado a la yegua y se alejó hacia el Parque. Volvió su rostro y vio a la solitaria dama cual Cenicienta o princesa, quien se despedía agitando su mano. Él apenas levantó la suya, sin expresión alguna en su semblante, y se dirigió con pasos rápidos a la plaza Bethesda Terrace.

-Adiós, mi caballero. Mi Quijote –exclamó “Dulcinea” con voz quebrada y sus ojos a punto de desbordarse.

Velkan rodeó la fuente del “Ángel de las Aguas” que se erguía en medio de la plaza más famosa del Central Park. Al contemplarlo, sintió como si el “ángel bueno” de su conciencia le estuviera reprochando su huida. Sin embargo, su “ángel de hielo” lo empujaba ahora a través de aquel rosáceo sendero de piedra. De esta manera, llegó al pie del Gran Estanque, un paraje rodeado de vegetación. Se quedó admirándolo, mientras su cabeza bullía como un avispero de punzantes pensamientos.

De pronto se escuchó un muy agudo chillido. Velkan alzó la vista. Un halcón peregrino planeó sobre él, en dirección oeste. Al mirar hacia allá, descubrió tras un arbusto la impresionante figura de… ¿un lobo? No era un simple perro, pensó él. De color negro, robusto, intimidante, que lo observaba fijamente. Luego de unos segundos, se esfumó. Esta visión, el ave, la abrupta interrupción del paseo, ¿qué significaban? ¿Hacia dónde, hacia qué lo llevaban…?

* * * * * * * * * * * *

El Ser de Velkan retornó al bosque. Respiró profundo el frío aire –no tan helado por el calor de la fogata- y miró a su alrededor.

-¿Estás por aquí ahora, Romeo? ¿Cuidándonos?

-¿Romeo es ese lobo que nos está siguiendo?

-Llamémoslo así.

-¿Y cómo se llaman los otros, a los que les disparaban?

Velkan pensó un momento.

-Bien… si tienen su pareja alfa, sus líderes, él podría llamarse… “Amarok”.

-¿Cómo? –exclamó Randy con gran extrañeza.

-Un gran lobo, en la mitología, las historias de los inuit, esquimales. Que ataca a los cazadores. Para ese pueblo, el lobo es el rey del mundo salvaje, del bosque, por su fuerza, resistencia y superioridad.

-¿Y cómo se llama la loba?

-A ella la podemos llamar –recordó la enigmática imagen de aquella pintura-… “Hékate”.

-No entiendo.

-Una dama misteriosa, mágica, que anda con lobos.

Tras unos instantes de silencio, el niño contempló los aquietados árboles.

-¿Ellos también duermen en la noche?

-No les hace falta. Son vegetales. Parecen dormidos pero en verdad son muy activos. Todo el tiempo. En sus procesos de fotosíntesis, produciendo savia, oxígeno. El que aprovechamos los seres humanos. Es decir, ellos nos dan vida. Sin estos bosques, las selvas, qué sería de nosotros. Y muchos no lo ven así ¡Cuántos árboles se talan y queman en el planeta! ¡Cuántos bosques son destruidos, se pierden!

-¿Y a ellos les duele cuando los queman y los cortan?

-Por supuesto que les tiene que doler. Son seres vivos. Y en un sitio como este, con tantos y tantos árboles, tal vez todos sienten lo que les pase a los demás. Sí. Según he leído, estos ecosistemas, ambientes, forman una gran red –juntó sus manos, tocándose las puntas de los dedos- como si fueran un superorganismo, un gran todo, en el que se ayudan, se apoyan, se conectan unos a otros. Como si las raíces de cada uno fueran neuronas que se entrelazan en un gran sistema nervioso, o un gran cerebro. Como un universo, bajo la tierra –afirmó Velkan en un tono muy reflexivo, asombrado de sus propias palabras.

El asombro de Randy fue igual.

-¿Y ellos pueden vernos? –preguntó con algo de temor.

-Nos perciben, nos sienten de alguna manera, no lo dudes.

-¿Y no se enojan porque estemos aquí?

-No me parece. No les hemos hecho daño. Hasta ahora. Más bien, pienso yo, han sido unos guías; custodios, en nuestra ruta. Buenos anfitriones, que nos han dejado pasar por su bosque; su reino.

-Pero no dejaron que nos viera aquel avión que pasó, cuando me caí.

-Quizá no fue culpa de ellos. Pero sí nos ocultaron cuando ese helicóptero les disparaba a los lobos y los ayudamos.

Permanecieron un momento en silencio.

-Bueno, mi amigo, creo que ya es hora de dormir.

-Sí. Tengo sueño.

Ambos se pusieron de pie. De pronto, el pequeño vio algo con gesto de pavor.

-¿Qué es eso? –señaló en aquella dirección.

-¿Dónde?

-¡Allá! ¡Mire! Parece un fantasma.

Velkan vio con atención y descubrió un par de destellos blanquecinos, que en efecto lucían como mirada espectral.

-Son unos ojos. Debe ser un animal. Espero no sea Piegrande.

-¿Nos va a atacar? ¿Ahora, cuando vamos a dormir?

-No lo sé. Tal vez solo esté husmeando, atraído por el fuego.

-¿Y qué animal es? ¿Un lobo? ¿Es ese Romeo?

-Está oscuro. No se distingue. Ya no lo veo. Parece que se fue.

-¿Regresará?

-No puedo adivinarlo. Mejor ve a la carpa. Acuéstate ya. Descansa. Me quedaré a vigilar. En mi mochila hay una frazada. Úsala para arroparte.

-¿No va a dejar que “eso” se acerque?

-No va a pasar de este punto. Lo prometo. Además, aquí hay muchos centinelas que nos van a cuidar –afirmó, señalando a los silenciosos gigantes que los rodeaban.

-¿De verdad lo van a hacer?

-No se moverán de su sitio. Ninguno de ellos. Cada uno firme y atento en su puesto. No se preocupe, scouter. A dormir se ha dicho.

Randy se dirigió a la carpa. Antes de entrar, se volvió hacia la fogata.

-Buenas noches, profesor.

-Buenas noches, aprendiz. Estuvo muy bien la lección de hoy. Mañana será mejor.

Velkan se frotó sus manos y asimismo los brazos y hombros. Aspiró el aroma especiado y resinoso de las hojas y troncos. De repente, evocó y se sintió como los antiguos guerreros de todas las razas, tribus y clanes, reunidos alrededor de una buena fogata; celebrando sus triunfos, relatando sus batallas, historias y leyendas.

En ese momento, sonó un graznido.

-Sigues ahí, gran cuervo. Tú también nos cuidarás, ¿no?

Contempló la cortina de luminoso verdor ondeando en la bóveda celeste. Sintió cómo en ese lugar se respiraba tranquilidad, quietud. Todo envuelto en aquel gran silencio. El que veneraron los pueblos antiguos: Adoramos los bosques sagrados y en ellos el Silencio mismo. Y el que igualmente le indicase el sabio nativo: “Al entrar en el Silencio, podemos oír la voz de la Naturaleza, guiándonos, conectándonos con todo ser viviente”. Allí justamente, donde la vida se expande en un interminable abrazo de raíces, ramas, hojas, frutos, animales, seres humanos… contenidos en ese inmemorial bosque, del cual habrán surgido tantas historias, leyendas, mitos, conquistas, tragedias… Y ellos dos ya formaban parte de esto. Pues aunque no lo supiesen y sin poder evitarlo, el bosque los había abrazado.

En este silencio tan silencio

solo habla la soledad,

de antiguos secretos y misterios

susurrados por el gélido viento

que se desliza entre el follaje

de este bosque inmenso.

Nuestras almas cruzan el crepúsculo

traspasando la frontera de la tarde

Sobre nosotros esa legión de árboles

exhalan su aliento;

las luciérnagas alumbran nuestras sombras

y la Luna nos arropa

con el manto de su mágico resplandor…

Velkan despertó sobre su “colchón” de hojas secas y agujas de pino, al pie de la extinguida fogata. Se levantó, estiró sus brazos y fijó su mirada en el horizonte. Unas franjas rojizas se extendían en el firmamento. Y unos instantes después, la vivificante luminosidad de un nuevo amanecer cubrió la frondosa vastedad circundante.

-OK, Gran Espíritu. Ya cruzamos la frontera de la noche. Otro día más. Otro desafío ¿Hasta dónde nos llevará? ¿Llegaremos hasta el final de este interminable bosque?

Al rato vio venir a su compañero de andanza, quien estaba sacudiéndose unas briznas de hierba y agujas de pino de su ropa.

“Ya está saliendo de su «cabaña interna». Que nunca tenga que esconderse ni escapar de nuevo”.

-Buen día, chico.

-Buen día.

-¿Dormiste bien? Te estás levantando temprano.

-Bueno, porque usted me llamó.

-¿Cómo? No, yo no me he movido de aquí desde anoche.

-Alguien me llamó, dijo mi nombre.

-¿Estás seguro? ¿No sería un sueño?

-No lo sé.

-OK. Al menos ya estamos despiertos. Voy por mi “maleta”.

Velkan se dirigió hacia la tienda. La desarmó y la guardó en su mochila. Enseguida regresó junto al pequeño.

-Su lanza, escudero –dijo entregándole la vara que había dejado en el refugio.

-¿Qué es eso?

-¿Escudero? El que le lleva el escudo y las armas al caballero. Su asistente, ayudante. Lo acompaña en su camino, en sus batallas. Incluso las manadas de lobos tienen el suyo.

-¿Para qué?

-Para protegerlos. Cuando ellos van por algún sitio, el lobo escudero es el que está al frente, de primero, como defensa ante un peligro o enemigo que se presente. Y si es necesario, se sacrifica por los demás.

Tras un instante de significativo silencio, Randy preguntó con inquietud:

-¿Entonces yo debo hacer eso por usted?

-No creo que lleguemos a tanto. O quizá sea al contrario. Aún no sabemos cuánto nos quede por recorrer. Pero sea como sea, esto lo vivimos juntos. Y así será hasta el fin de esta aventura.

Desayunaron galletas y limonada. Luego, Velkan echó un vistazo a su alrededor y chequeó su brújula ¿Por qué no se habían encontrado con alguno de los campamentos o puestos de vigilancia del parque? Él tenía precisado que se ubicaban hacia el este, a lo largo de la gran carretera que se iniciaba en ese punto y llegaba hasta Kantishna, de donde él había partido ¿Acaso estaban más al Norte? Ahí tenían frente a ellos, al Sur, la Cordillera de Alaska. No quería pensar ni un segundo lo que tantas veces sucedía en esas situaciones: estar caminando en círculo. Había procurado visualizar bien los parajes por donde pasaban, los contornos, tipos de árboles, arbustos, flores, ríos o arroyos. Aunque en ese “laberinto verde”, los árboles sobre todo parecían “clonarse”, multiplicarse por igual y haciendo muy dificultoso establecer distinciones y ubicaciones precisas. Sin embargo, recordó que no les habían faltado “guías”. No muy comunes ni esperados, pero constantes con su presencia.

“De todas maneras, el camino continúa. No podemos detenernos. Ya es nuestro tercer día. Dios, que sea el último. Pero solo Tú lo sabes”.

A su mente vino una frase que leyera no hacía mucho: “Cuando salga el Sol, abre tus ojos y sal a luchar por tu vida, tus amigos y tus sueños”.

-¿Listo, lobato? –preguntó Velkan luego de haberse colgado su mochila.

Randy asintió y empuñó su “lanza”.

-En marcha.

Apenas iniciaron su recorrido, vieron salir de unos arbustos un zorro. De cabeza y espalda rojizas, negro en su parte inferior y manchas blancas en su rostro. Andaba con movimientos ágiles y pausados. Los dos se detuvieron para observarlo. A su vez, él los descubrió y quedó estático unos segundos, mirándolos fijamente.

-Hola, zorro –saludó Randy, agitando su mano.

El grácil animal los observó otro breve instante y se alejó con paso acelerado. Cuando estaba a punto de alcanzar un conjunto de abetos cercanos, muy sorpresivamente una gran águila de cabeza blanca cayó sobre él. Afincó sus poderosas garras y lo picoteó. Ambos caminantes estaban en shock. La imponente rapaz se elevó, llevando su trofeo.

El niño salió de su trance.

-¡¡NOOOO!! ¡¡Déjalo, no te lo lleves!! –gritó desesperado y lloroso.

-Así es la Naturaleza, amigo mío. Son sus reglas. Desde siempre. Qué podemos hacer.

-¡Águila estúpida! ¿Por qué no atrapa algo más grande? ¡Pobre zorrito!

Velkan estaba sorprendido, no tanto por la cruda escena que acababan de contemplar sino por la reacción de su compañero.

“Por lo menos ya se conmueve. El bosque tiene sus efectos. Puede transformar a cualquiera”.

Con gesto compasivo, puso una mano sobre el hombro del entristecido niño.

-Vamos, amigo. Nuestro camino aún no ha terminado. La vida sigue; para el bosque, y para nosotros. Esto es solo un instante dentro de la Eternidad.

La agitada respiración y los sollozos de Randy se calmaron un poco. Sin embargo, la tristeza se mantuvo en su mirada.

Retomaron su andar. Velkan se preguntaba si esta águila que acababan de apreciar en su mortífera precisión era la misma que los había estado guiando.

“Si eres tú –se dijo viendo las alturas-, es cierto que nos has acompañado un largo trecho. Entonces guíanos, por favor, hasta un buen destino”.

-¿Sí soy un idiota porque lloro por un animal? –preguntó Randy con amargura y vergüenza.

Velkan buscó en sus memorias.

-Hace muchos años, un hombre llamado Félix Rodríguez de La Fuente, quien era español, naturalista, ecologista, estuvo en estas mismas tierras, estudiando especialmente a los lobos. Y acá se quedó… Murió.

-¿Se lo comieron?

–No. Su avión se cayó. Él dijo: Cuando llores por un animal, no pienses que eres débil; piensa en cuánta pureza hay en tu alma… ¿Entiendes?

Randy no respondió, pero aquella frase resonó en su mente. Y en su alma…

-Además, también compuso unos emotivos versos sobre el hombre y la Naturaleza ¿Quieres oírlos?

El scout asintió.

El hombre es un poema tejido

con la niebla del amanecer,

con el color de las flores,

el canto de los pájaros

y el aullido del lobo.

-Justo lo que hemos visto, escuchado y sentido aquí –reflexionó el profesor-. Todo conjugado.

-¿A él le gustaban los lobos?

-Bastante. Los apreciaba y los protegía. En su tierra, España, los cazan mucho, les hacen la guerra. Como en otros lugares de Europa. Al igual que aquí ¡Amigo Félix! Que su espíritu nos guíe y nos permita apreciar la Naturaleza tanto como él.

Avanzaron a lo largo de un calvero cubierto de maleza, hasta un grupo de álamos temblones. Al pasar entre estos, se oyó un vibrante y agudo sonido. Alzaron la vista y descubrieron una “perdida” presencia…

-¡Ahí está! –exclamó Randy, señalando- Su amigo.

-Mío, no. Creo que se fija más en ti. Algo bueno se viene…

No lo habían visto ni escuchado cuando voló sobre ellos y se posó en uno de aquellos árboles. Y ahora, de nuevo, parecía llamar su atención con insistentes graznidos, apuntándolos con su fuerte pico.

-¿Qué quiere de nosotros ahora? –preguntó Randy.

Velkan lo observó un momento.

-Tal vez que nos acerquemos.

En forma lenta, se aproximaron al álamo donde se encontraba el oscuro pájaro. La impresión de ambos fue la misma cuando se encontraron con unas sorprendentes y muy bien delineadas figuras talladas en aquel tronco, en forma superpuesta emulando un tótem, de abajo hacia arriba: un hombre amerindio, un águila con sus alas elevadas y un lobo aullando.

-Mire eso –señaló Randy-. Un dibujo en el árbol.

-Un grabado. Hecho con un cuchillo, un cincel, un hacha. Como un bajorrelieve. Luce muy bien. Admirable labor.

-¿Quién lo hizo?

-Un gran artista. Un indio, posiblemente. Y dejó a su “asistente con alas” –lo señaló en lo alto de su rama- para que nos lo mostrara.

Velkan se acercó junto a la escultura para apreciarla mejor. Entonces se fijó en algo que sobresalía y brillaba al pie del tronco.

-¿Qué tenemos aquí?

Se agachó y removió parte de la tierra que cubría dicho objeto. Por estar dura, buscó una piedra o roca para excavar. Así lo logró, y de esta forma extrajo algo realmente inesperado, que aumentó su admiración: se trataba de un tomahawk. Su hoja de piedra iba atada mediante tiras de cuero a una estructura de madera tallada en forma de cabeza de animal. En la parte superior tenía mechones de pelo embutidos. El mango de madera estaba forrado con un entrelazado de fibra vegetal y raquis de ave.

-¡¡Es un hacha india!! –aseveró Randy, muy emocionado.

-Eso es. Increíble. Encontrar algo así en este lugar. En un bosque tan inmenso. Venir a dar precisamente a este punto; traídos por “cierto guía” –volteó a ver a “Hugin”, el cual en ese instante voló de su rama y se perdió entre la espesura arbórea-. Bosque, bosque, ¡qué mágico te estás volviendo!

-¿Me la presta? ¿Puedo verla, tocarla?

Velkan lo pensó un segundo. Se la entregó. El niño la miró con ojos exorbitados.

-¡Soy un guerrero indio! –gritó Randy eufórico, alzando el tomahawk y su bordón, e imitó un canto y baile nativos.

-Pues sí, Pequeño Cuervo. Espero podamos danzar así cuando alcancemos nuestra victoria. Por ahora, estos guerreros deben seguir su camino. Dámela –le solicitó extendiendo su mano.

-Yo la llevo.

-Tú ya tienes tu lanza. No puedes llevar ambas a la vez. Además, en verdad no sé si tomarla o mejor dejarla aquí –expresó, mirándola fijamente y con duda.

-¿Y por qué no la llevamos? ¿Para qué nos trajo acá el cuervo?

-Buena pregunta. Muy buena pregunta… ¿Fue para descubrir precisamente aquí esta reliquia? ¿Con qué propósito? ¿Qué haremos con ella?

-¡Es para una guerra! –exclamó Randy imitando un tono grave- ¡Para pelear, como los indios!

-¿Ah, sí? ¿Contra quiénes?

-Ehh… los lobos, los osos… ¡Los cazadores!

Velkan miró fijamente al muchacho.

-Pues espero que no tengamos que hacerlo. Yo pienso que es mejor conservarla, y quizá llevársela a quien corresponda.

Tras envolver con cuidado en su frazada el impensado hallazgo y depositarlo en la mochila, prosiguieron su ruta.

-¿A quién le va a dar el hacha?

-Aún no lo sé. Puede que a los guardaparques, o tal vez a algún museo.

Luego de un corto silencio, Velkan comentó:

-Esto ya se está asemejando al Camino a Santiago.

-¿Qué es eso?

-Uno muy especial, que recorre mucha gente. Una peregrinación religiosa. Por penitencia, o como promesa. Un viaje iniciático.

-¿Y a dónde llega?

-Como tal, lleva a un sitio específico: Una gran iglesia, allá en España. Pero en realidad mucha gente lo recorre no por llegar a ese punto, sino como una gran prueba; para su cuerpo y espíritu. Para superarse, demostrar lo que valen y hasta dónde pueden llegar.

-¿Este camino por el que vamos es así como ese?

-Asimismo. Muy parecido.

Velkan evocó de nuevo al sabio indio:

Sigue tu propio camino. Hazlo tuyo a cada paso, hasta el final; sin detenerte, enfrentando tu destino, tu misión.

-¿Y cuándo termina?

Velkan miró al cielo y hacia el horizonte.

-Cuando alcancemos nuestra meta.

Randy quedó pensativo.

-Cuando nos encuentren.

-¡O nos encontremos! –reiteró Velkan, como viendo dentro de sí.

Siguieron su andar durante cerca de media hora, hasta llegar a un paraje entre una espesura de alisos y zarzales. Al pie de uno de estos, Velkan notó un bulto oscuro, el cual pudo identificar como algún animal, tumbado o dormido. Se aproximaron a él, despacio, con cautela.

-¿Qué es? –inquirió el niño.

-No lo veo bien. Déjame acercarme más.

-Parece muerto.

-Tal vez. Préstame tu palo. Voy a chequearlo. Quédate acá. No sabemos cómo responda.

Se adelantó con pasos lentos. Al llegar junto al yaciente ser, se dio cuenta que se trataba de un “glotón”, o wolverine. Con cerca de un metro de largo, marrón oscuro, robusto, garras notables. Su aspecto era de comadreja pero a la vez semejante a un pequeño oso. Por su rigidez, su postura retorcida y el terrible rictus de su boca, Velkan dedujo que aquel imponente animal estaba sin vida. Pero apenas empezó a imaginar la razón de su muerte, a su olfato llegó un súbito olor a almendras amargas. De inmediato entendió lo que había ocurrido. Cerró sus ojos, contuvo su respiración y se retiró rápidamente.

-¡Vámonos! ¡Pronto! –apremió a Randy, agarrando su brazo.

-¿Qué está pasando? ¿Qué era ese animal?

-¡Rápido, muévete! –exclamó Velkan angustiado, respirando con dificultad.

Corrieron hasta una distancia cerca de 20 metros y se detuvieron ante un pequeño grupo de abetos. Jadeante y tosiendo, Velkan se sentó apoyado en uno de estos.

-Dios. Gran Espíritu. Ayúdame –pronunció, mientras trataba de respirar profundo. Sentía mareo y un ligero dolor de cabeza.

-¿Qué tiene? ¿Se siente mal?

-Un poco… Ya me está pasando –contestó Velkan con voz entrecortada. Extrajo el alcohol que llevaba en su mochila, lo destapó e inhaló un par de veces.

Randy vio la botella con agua y la agarró.

-¿Quiere agua?

Velkan bebió un sorbo, en forma pausada.

-Gracias, scouter.

-Por nada, profesor ¿Ya está mejor?

El viajero asintió y respiró hondo.

-¿Por qué se sintió mal? ¿Había algo malo allí?

-Muy malo. En verdad.

-¿Qué animal era ese? ¿Qué le hicieron?

-Un glotón… Un animal fuerte, fiero, y termina de esa manera.

-¿Cómo?

-Envenenado. Con una bomba de cianuro.

-¿Qué es eso?

-Es un dispositivo, un aparato que se implanta en el suelo; se parece a los rociadores de pasto, usa un eyector con resorte para liberar cianuro cuando un animal, atraído por un cebo, jala un soporte del compartimiento de la cápsula.

-¿Y eso lo mata?

-Por supuesto. El cianuro es un veneno muy potente. Con ese método han matado animales silvestres y también domésticos; perros, gatos. Y muchas personas han sido afectadas ¡Caso presente! –se señaló a sí mismo- Es una forma cruel, injusta de cazar o exterminar animales. Además, el sitio donde la ponen y activan queda afectado por mucho tiempo, si no es por siempre.

-Hay mucha gente que les hace cosas muy malas a los animales, ¿verdad? –comentó Randy, afligido.

-Demasiadas, muchacho. En todas partes. Casi en cualquier lugar del Mundo ¡Dónde no las hay, y qué no les hacen! Por ejemplo, nada más acá, en este país, y en Canadá, hay sitios donde hacen concursos para matar lobos, coyotes, pumas y demás. Y cerca de donde vengo, en Nueva York, al parecer hay una parte donde organizan un concurso, en el que incluso participan niños, para matar ardillas ¡Qué buenos principios, qué gran formación les están dando! –hizo una pausa, jadeando y tratando de recobrar su ritmo normal de respiración. Miró al firmamento y su entorno, con desaliento- ¡En qué nos hemos convertido los seres humanos! ¡Cuán inconscientes y destructivos somos!

Randy observó el desánimo y la frustración de su compañero de viaje, y tuvo el mismo sentimiento.

Velkan se dispuso a levantarse.

-Bueno, veamos si ya puedo continuar.

Se incorporó en forma lenta, apoyándose en el tronco. Respiró hondo. Vio que Randy le ofreció su vara. Apoyándose en esta, terminó de enderezarse.

-¿Está usted bien? –preguntó el niño.

-Eso creo. Gracias.

-Lo estará.

-Así lo espero, amigo. Al menos yo sobreviví –aseveró, señalando hacia donde se hallaba el infortunado mamífero.

-¿Hay otras cosas como esa por aquí?

-Es posible. No es la más común de las trampas y quizá sea la más peligrosa de manipular y colocar; pero según he visto, se está volviendo más frecuente. Mejor nos alejamos y seguimos, antes de encontrar otra…

***********************

Avanzando lentamente entre los árboles, con crujientes pisadas sobre las ásperas agujas de pino y hojas secas, tres hombres, con resaltantes armas semiautomáticas pintadas de camuflaje y dos de ellos cubiertos con trajes “invisibles” completamente camuflados, fijaban su vista en todas direcciones, así como procuraban seguir los ladridos de la jauría de sabuesos que los precedía.

-No nos iremos sin un buen alce, ¿correcto, Stan? –comentó Cory, uno de los sujetos con traje de camuflaje, quien era corpulento y de estatura media.

-El más grande, con cuernos enormes –reafirmó el que parecía el más rudo y líder del trío-. Ya veo su cabezota en mi pared de trofeos; junto a un ciervo, un reno y algún maldito lobo. Y ese oso como una gran alfombra.

-¿Te vas a quedar también con el condenado oso? ¿Todo para ti?

-Si quieres lo compartimos. Es lo bastante grande, según dijo –señaló al tercer hombre.

-Lo mejor es ponerlo en un buen sitio, completo, disecado, mostrando su poder.

-Poder un carajo. Se lo quitamos. Ahora es nada. Solo una mierda peluda, como todos los animales de este sitio ¡Como los de cualquier parte! Este es el verdadero poder –afirmó, apretando su rifle.

Continuaron su sigiloso recorrido, hasta darse cuenta que los ladridos se habían vuelto más cercanos e intensos. De pronto, se toparon con Jake y su ayudante, quienes estaban esperando y sostenían las tensas correas de sus inquietos y escandalosos perros.

-¿Qué pasa? –les preguntó Cory.

Jake respiró hondo y miró al cazador en forma suspicaz.

-Algo inesperado en verdad. Un regalo del bosque; un buen augurio, una señal –expresó el veterano batidor. Les pasó sus binoculares y señaló al noroeste.

Stan los tomó y dirigió su vista hacia aquella dirección. Tras un prolongado instante, apartó el aparato de su rostro, el cual mostraba un grave semblante, de desconcierto.

-¿Qué sucede socio? –inquirió Cory, intrigado- ¿Estás viendo un fantasma, o alguna mujer desnuda, ahí en la selva?

-No entiendo –expresó receloso Stan. Miró a Jake- ¿Qué es eso? ¿Un oso blanco, aquí?

Al oír aquello, Cory le arrebató los binóculos a su compañero y vio hacia ese punto.

-No es un oso blanco, un oso polar –repuso Jake-. Ni en sueños van a llegar hasta acá.

-¡Ya lo vi! –gritó Cory- ¡Es cierto, es un oso blanco! ¡Y tiene dos cachorros! Negros.

-No puede ser –refutó Mark, el tercer cazador-. Déjame ver esa cosa.

-Es un “Kermode” –explicó Jake-. Los indios lo llaman “oso espíritu”. Es como una variedad blanca de los osos negros. Pero en realidad ellos se encuentran más al norte, ya en Canadá. Es extraño. Nunca escuché que vieran alguno por aquí.

-Pues ahora tenemos uno –afirmó Stan-. Y como dijiste, es un regalo. Vamos por él. Démonos prisa. Están a unos… doscientos metros, algo así, ¿no?

-Eso creo. Pero te recuerdo, lo lamento, aquí no se puede.

-¿No se puede qué?

-Un oso hembra. Con crías. No está permitido cazarlos.

El rudo cazador los miró contrariado.

-¡Al diablo! ¿Qué nos lo prohíbe? ¿Ustedes ven alguien que nos detenga? ¡Quiero esos osos! Por algo estamos acá. Son nuestros ¡Vamos, Jake! ¿Cuándo volveremos a ver otro de ese color?

Jake quedó en silencio unos momentos.

-Bien. Si lo vamos a hacer, que sea pronto, rápido ¡Adelante, Tim! Tras ellos.

Ambos batidores con sus cinco sabuesos iniciaron la persecución de las nuevas presas.

-¿Le avisamos a Doug, para no perderlos? –preguntó Mark.

-No hace falta –respondió Stan-. No están lejos. Por nada se nos escaparán.

Los perros y sus conductores subieron por una pendiente sembrada de arbustos. Se detuvieron en su correría, ambos hombres jadeantes. Tras tomar aire, Tim trepó hasta la cima de un pequeño cerro en forma de joroba que se alzaba al norte. Atisbó el panorama con sus binoculares.

-¡Allá están! –gritó emocionado, señalando.

Jake se acercó a su compañero. Dirigió su mirada hacia el punto indicado.

-Incluso a simple vista se pueden ver. Increíble. Pasa toda una vida y uno jamás se encontraría con algo así. Un animal tan raro. Único.

-Su piel debe valer un mundo, ¿cierto?

-Tal vez no tenga precio… ¡Es hora!

Soltaron las correas de sus sabuesos.

-Kalila y Dimna –pronunció Jake, dirigiéndose a una pareja de robustos dogos, y acariciándolos-: Allá están sus trofeos. Un oso ¡OSO! Con sus cachorros. Encuéntrenlos.

Cual Cancerbero de cinco cabezas, los perros se lanzaron al unísono en frenética carrera, con su estela de estridentes ladridos.

Mientras husmeaba entre unos arbustos, el agudo oído de la osa captó unos súbitos y extraños ruidos, que le indicaron peligro. Resopló y emitió un gruñido, instando a sus crías a moverse.

El trío de cazadores llegó junto a los dos batidores.

-¿Por dónde se fueron tus niños? –preguntó Stan.

Jake le mostró.

-¡Lotería! ¿Eh, amigote? –exclamó Cory, palmeando el brazo de Stan- El propio premio mayor.

-A casa llena. Empieza la verdadera cacería –sentenció el hombretón, con voz y mirada implacables.

La osa pretendió esconderse entre las franjas de pinos y abetos, atemorizada ante aquellos estremecedores sonidos que se le venían encima, quizá provenientes de algún ser o seres más fieros que ella. No eran como aquellos aullidos que escuchase con frecuencia, lanzados por esos otros habitantes del bosque que siempre andaban juntos, incluso para cazar, y que a ella no la atacaban, aunque sí debía tenerles cuidado por sus cachorros.

La jauría se aproximaba a sus tres presas. Aún estaban fuera de su vista pero habían “atrapado” su olor, y no lo soltarían hasta dar con ellos. Se adentraron en la arboleda, deteniéndose a olfatear. En forma inesperada, un lince, de pelaje pardo salpicado de blanco y cuerpo esbelto, apareció tras un matojo. Por un segundo, todos quedaron estáticos, frente a frente. Entonces el felino salió como un rayo y al punto la jauría se lanzó tras él.

Un gran alce se hallaba alimentándose entre unos sauces, junto a un tremedal, cuando oyó unos intensos ladridos. Alzó su coronada testa y pudo contemplar a un lince perseguido por unos perros. Al fijarse en estos, de algún modo en su memoria revivió el instante cuando seres semejantes le arrebataron su cría…

Por fin la jauría logró cercar al agotado lince. Este se revolvió, erizándose, maullando y chillando con fiereza; asestó un par de manotazos, tratando de mantener a raya a sus acosadores.

En un cubil oculto entre rocas, tres crías de lince oteaban el follaje que los rodeaba y daban agudos y débiles chillidos, llamando a su alejada madre…

Los iracundos sabuesos intentaban atrapar a la arisca y bravía felina, que sin duda no podría esquivarlos por mucho tiempo. De repente, el suelo a su alrededor pareció retumbar… hasta que surgió la impetuosa mole de aquel alce, mugiendo y agitando su imponente cabeza. La lince quedó paralizada, en tanto los perros retrocedían y se agolpaban. Kalila, el dogo macho, se plantó con fiereza ante el alce. Este inclinó la cerviz y como catapulta, hizo volar unos metros al atrevido retador. Los demás huyeron. Dimna, la compañera de Kalila, lo ayudó a reincorporarse y del mismo modo se alejaron rápidamente. El enorme cérvido quedó allí solo. Miró en derredor suyo, agitó una vez más su cornamenta y se retiró.

Allá en el cubil de los linces, la madre lamía y amamantaba a sus pequeños luego de un muy agitado día…

Sin poder conocer la suerte de los sabuesos, los cazadores ahora solo contaban con su instinto y su experiencia para continuar el rastreo. Pero eran suficientes para mantenerlos siguiendo una buena pista.

-¿Qué ocurrió con los condenados perros? –inquirió Mark.

-Se distrajeron, supongo –contestó Cory-. Les dio por perseguir otra estúpida cosa ¿Qué vamos a hacer? ¿Esperamos que los traigan de vuelta?

-No los necesitamos –afirmó Stan-. La fortuna está sonriéndonos.

Apuntó su arma con firmeza hacia una inconfundible silueta albina que se desplazaba no muy distante de ellos ni de sus balas…

Los dos caminantes observaron una repentina y múltiple bandada que se posó en unas cercanas ramas: tordos, currucas y gorriones, con subidos trinos y gorjeos que se hicieron incesantes.

-¿Nos están saludando? –exclamó Velkan- O nos están avisando… Cuidado con algún oso por aquí.

Randy los contempló en silencio.

-Blanca Nieves –pronunció muy serio.

-¿Cómo dices?

-Cuando Blanca Nieves estaba en peligro, porque le iban a dar la manzana envenenada, los pajaritos vinieron a avisarles a los enanos.

-Blanca Nieves… Manzanita -recordó Velkan con nostalgia-… ¿Y qué dama puede estar en peligro ahora?

Un súbito y ensordecedor trueno, con un prolongado y siniestro eco, los estremeció por completo. Aunque no lo deseara, el profesor creyó reconocerlo.

-Por Dios –expresó impactado, mirando a su compañero. El mismo terrible pensamiento se cruzó en sus mentes-. Blanca Nieves… ¿Será posible?

-¡Mamá Oso! –exclamó angustiado Randy.

-¿Es Ella? ¿Dónde está? –demandó Velkan, dirigiendo su mirada a las pequeñas aves, las cuales volaron al unísono.

-Hay que seguirlas.

De repente, un fuerte viento envolvió los árboles cercanos. Velkan evocó a su abuela:

El viento sopla salvaje,

revolviendo las hojas.

Los árboles susurran

secretos ancestrales…

Asimismo, su maestra también vino a él con sus siempre oportunas palabras:

Y quizá encuentres tu sanación, con el sonido del viento en los árboles, el canto melódico de las aves…

-Y sigamos al viento ¡Vamos!

Con paso raudo, siguieron aquel rastro delineado por el viento en las altas ramas.

-¿Qué te sucede, socio? –exclamó Cory- Tu puntería apesta.

-Apesta este maldito bosque, con todos esos árboles, que se atraviesan.

Como jauría incansable y despiadada, los tres perseguidores estaban acorralando a la desesperada osa, que intentaba perderse entre los gruesos troncos pero no le era posible avanzar con mayor rapidez por sus crías.

-Ya casi la tenemos –exclamó Cory- ¡No imagino cuánto nos van a dar por esa hermosa piel!

-Sabemos muy bien quién nos dirá eso –afirmó Mark-. Pero los cachorros los cogemos vivos. Van para un circo o zoológico.

-Al diablo con eso –refutó Stan-. Son un estorbo. También nos darán algo por sus pieles.

-Vivos pueden valer mucho más –alegó Cory.

-¡Los quiero muertos! ¡Es como mejor pueden estar! ¡Como deberían estar! ¡Sin discusión! No los perdamos.

Randy y Velkan corrían a través de una extensa franja de pinos, guiados por la estela de pájaros que se deslizaba de una rama a otra. Así los fueron llevando hasta que pudieron divisar la nívea osa y su par de crías, que se desplazaban entre brincos y breves carreras. Al rato vieron de la misma forma a la tríada de cazadores, avanzando con pasos resueltos.

-¡Mire! –gritó Randy asustado- ¡Los están persiguiendo! ¡Van a matarlos!

-Tranquilo. No tiene por qué terminar así.

-¿Vamos a ayudarlos?

Velkan pensó un momento y se descolgó su mochila. Extrajo de ella el tomahawk que habían hallado.

-Muy bien, mi amigo. Siempre habrá alguna ocasión en nuestra vida donde tengamos que decir “llegó la hora de la verdad”. Las grandes batallas son para grandes guerreros. Escribamos esta historia juntos.

En ese instante, resonaron en su memoria unas frases del sabio nativo:

Quien escucha de verdad a su corazón, podrá saber a qué ha venido a esta tierra, cuál es su propósito en ella.

-No llegamos aquí por casualidad. Estamos aquí ahora, en este momento, en este lugar, por alguna razón. Por alguna misión. Enfrentemos lo que debamos. Vivamos lo que nos toca vivir –pronunció con entereza, alzando el hacha…

La familia osuna salió hacia un claro amplio del bosque, que iba a dar a una alta pared de roca. Al llegar ante la misma, la osa buscó otro punto por donde seguir. Pero en ese instante, se oyeron unas voces de mal augurio…

-¡Ahí están! ¡Son nuestros! –gritó Cory con júbilo.

-Los tenemos casi a tiro –aseguró Stan-. Unos pasos más. Día de pago, camaradas.

-¡Deténganse! ¡Déjenlos!

Los tres sorprendidos sujetos se detuvieron como petrificados. Supusieron se trataba de la policía o los guardabosques. Pero quedaron aún más pasmados al contemplar solamente a un hombre y un niño, quienes se aproximaron rápidamente y se interpusieron entre ellos y los osos.

-¿Qué pasa con ustedes? –les gritó Stan- ¿Están locos? ¡Fuera! ¡Vamos por esos animales!

-No lo creo –objetó Velkan-. No les pertenecen.

-¿Qué, son suyos? Son nuestros trofeos. O es que ustedes los vieron primero.

-Sí los habíamos visto antes. Y de hecho, Ella nos ayudó. Nos salvó la vida, podemos decir.

Los cazadores rieron.

-Seguro –dijo Stan con burla-. Mejor cuéntame una historia de fantasmas y se largan ya.

-Pues les contaré algo así. Justamente, a ellos los llaman “osos espíritu”. Son muy especiales.

-Es cierto –convino Mark, mirando a su líder-. Es como les dicen los indios.

-Pues en ese caso –expresó Stan- podrás quedarte con su espíritu y nosotros nos llevamos su cuerpo ¿Trato hecho?

-Yo creo que se quedará allí, completa.

-¿Quién diablos eres? ¿Un guardabosques?

-Pues en verdad sí lo soy. Lo somos.

-Ya me acuerdo –afirmó Cory-. Este tipo estaba con aquel viejo indio, hace unos días, en la entrada del parque. Dijo que trabajaba aquí.

-¿Y qué van a hacer? –preguntó Stan- ¿Nos van a detener? ¿Llamarán a la policía? ¿Van a amenazarnos con ese palito y esa hacha que parece un juguete?

-Solo quiero llamar a sus conciencias. Déjenlos ir. Es una hembra, una madre, con sus hijos. Merecen vivir. En paz.

-Quizá debamos escucharlo –susurró Mark-. Si él trabaja acá en el parque, como guardabosques, en serio puede llamar a la policía. Además miren, anda con un boy scout. Y lo que nos recordó Jake: aquí no se puede cazar hembras de oso ni cachorros. Al fin y al cabo, ya tenemos un oso, bastante grande.

-¿Qué haremos? –preguntó Cory- ¿Devolvernos?

Durante unos segundos permanecieron callados. Hasta que afloraron la ambición, la codicia y la frialdad de Stan.

-Si ahora tienen dudas, miedo, ¡pues lárguense! ¡No voy a perder una oportunidad como ésta! ¡Quiero a esa osa! ¡No me importan esos dos tontos! Voy por ella, así lo tenga que hacer solo ¿Están conmigo?

-¡Qué carajo! –exclamó Cory- Es cierto. Un oso de ese color, ¿dónde lo veremos de nuevo? ¿En el Polo Norte? Adelante, hagámoslo ya.

-¿Y qué hacemos con ellos? –demandó Mark.

-Mandarlos al infierno, si se interponen- respondió Stan, y avanzó decidido. Los otros dos lo siguieron.

-¿Qué hacen? –les preguntó Velkan.

-¿Tú qué crees? –respondió Stan- Vamos por nuestro trofeo.

-¡No son trofeos! ¡No son suyos! ¡Pertenecen a este bosque. A la Madre Tierra!

-La Tierra es el patio de caza del hombre. Dios nos dio los animales para cazarlos, matarlos, comerlos. Y los animales de caza son escasos aquí y en otros sitios por culpa de los lobos y osos. Se trata de controlarlos. Es lo que hacemos.

-El matar estas criaturas no los hace más hombres ni mejores personas. Los convierte en menos que humanos, menos que animales.

-¡Son basura! –exclamó Randy- ¿Por qué no van a cazar hombres malos como ustedes?

Los tres hombres rieron.

-Muy buena idea, compañero –convino Velkan- ¿Por qué no organizan una partida de caza entre ustedes? Y se persiguen y disparan con sus armas; y también desde arriba, como hicieron con esos lobos y ese pobre oso.

Los cazadores al oír aquello quedaron desconcertados.

-¡Cómo coño supo! –se preguntó Stan-… ¡Maldita sea! ¡Él lo hizo! ¡Él me cegó cuando yo estaba en el helicóptero! ¡Tu madre!

-Ya están ciegos, de cualquier modo ¿Por qué no abren los ojos y se dan cuenta que la Naturaleza es para todos, que todos somos parte de ella?

-¡Ya me harté! ¡Tú vas a ser parte del suelo de este sitio si no te apartas!

Randy empezó a temblar de miedo y angustia.

-¿Qué vamos a hacer, profesor?

Velkan se volvió hacia los osos. La madre, al percibir la amenaza, había indicado a su par de crías que treparan a un árbol. Y ahora ella, al ver la actitud hostil de aquellos tres seres y la extraña postura de los otros dos que se les interponían, se irguió en dos patas y rugió con fiereza.

-¡Eso es, Blanca Nieves! –la animó Velkan- ¿Estás conmigo? ¡Estamos contigo!

-Si alguien viniese a ayudarnos –manifestó Randy con desconsuelo.

Velkan lo meditó. Dentro de sí oyó de nuevo la voz del sabio indio:

Aquel que no puede aullar, no podrá encontrar su manada. No puedes llamar a un solo lobo sin invitar a la manada. La fuerza del lobo está en la manada; y la fuerza de la manada está en el lobo.
Que
tus aullidos sean escuchados por todos…

-Hagámoslo. Pidamos ayuda.

-¿A quién?

-A los maestros del bosque –afirmó Velkan. Colocó la palma de su mano junto a su boca y lanzó un agudo y prolongado aullido.

El niño lo miró con extrañeza. Pero aunque no lo entendiese lo suficiente, imitó a su compañero. Ambos dejaron oír unos aullidos extendidos, que expresaban auxilio, temor y desesperación.

Los tres hombres rieron con la misma intensidad.

-¿Qué están haciendo? –inquirió Cory- Parecen estúpidos.

-Están jugando a ser héroes –afirmó Stan-. Se creen Tarzán o algo así. A ver qué malditos animales los van a oír.

Unos instantes después, se escuchó el eco de una seguidilla de aullidos, más agudos e intensos que los “iniciales”.

-¿Oyeron? –preguntó Cory con estupor.

-No creo que esos hayan sido de imitación –aseveró gravemente Mark.

De pronto, entre un grupo de pinos cercanos surgieron ocho lobos, los cuales se alinearon sobre una pequeña colina. Desde allí descubrieron a “los intrusos” y con pasos rápidos se dirigieron hacia ellos. Se detuvieron ante los más próximos: el hombre y el niño que se erguían juntos.

-Llegó la caballería –afirmó Velkan, entre agradecido y temeroso…

El temblor de Randy se aceleró. Creyó con certeza que los recién llegados “carnívoros” los iban a atacar por haberlos imitado. En cuanto a Velkan, bien sabía él que al igual que con otros animales, pero tal vez con mucho más énfasis en estos, debía evitarse mirarlos a los ojos; pero era sencillamente imposible, ya que aquellas poderosas y aceradas miradas atrapaban…

El profesor notó cómo un par de ellos sobresalían entre los demás: uno blanco por completo, fuerte, realmente imponente. El otro era gris y blanco, con el lomo y las orejas negruzcos. “La pareja Alfa”, dedujo. Y al darse cuenta que el segundo era la hembra, se acordó cuando se encontraron con los lobos a los que disparaban desde el aire. La supuesta hembra que cuidaba a los lobatos, su pelaje era del mismo color.

-Son los mismos que vimos.

-¿Los que salvamos?

-Así es. Allí está al que hirieron –señaló a uno que cojeaba un poco-. Quizá la herida no fue grave, o solo fue un rozón. Y entonces esa loba, ¡no era la niñera! Era la propia madre, con sus cachorros. Y el blanco estaba ahí también ¡Y nos vieron salvándolos!

Velkan respiró profundo y dobló una rodilla; instó a Randy a hacer lo mismo.

Los cazadores contemplaron dicha escena entre el asombro y la burla.

-Definitivamente, son unos descerebrados –comentó Cory entre risas.

-Están listos para la parrilla –afirmó Mark- ¿Se los dejamos a los lobos?

-Que se encarguen de ellos –declaró Stan-. De esa manera, ningún testigo, y así nos despachamos sin problema a la osa y a esos malditos lobos.

-Gran Espíritu –invocó Velkan-. Ayúdanos, protégenos en este trance. Y por favor, tradúceme.

Miró directamente a los líderes de la manada, recordando al sabio nativo: Mira un lobo a los ojos y verás tu propia alma.

-Amarok; Hékate. Gusto en saludarlos –dijo inclinando su cabeza-. Perdón por decirles así. Y perdón por llamarlos. Tenemos problemas. Esa osa y sus cachorros están en peligro. Aquellos cazadores quieren atraparlos. Matarlos, seguramente. Nosotros, este cachorro –apretó el brazo del niño- y yo, queremos impedirlo. Pero no creo que podamos contra ellos tres. Por eso les rogamos su ayuda. No es por mí, sino por Ella y sus hijos. Ustedes también tienen los suyos. Y les pido, si van contra ellos –señaló al trío de hombres-, no les hagan daño ¿De acuerdo?

-Son malos –intervino Randy.

-No. En realidad, son solo unos inconscientes –volvió su atención a los lobos-. Viviendo su propia realidad, o ilusión. Denles un susto. Háganles saber que están equivocados, que andan por un camino incorrecto. Como ha hecho este bosque con nosotros. Por favor, amigos, hermanos lobos –dijo evocando a Francisco de Asís-, ayúdennos. Los necesitamos –buscó en su memoria aquella palabra nativa-… ¡UNSIMALA!

Con ojos anegados y voz temblorosa, Randy se dirigió a la pareja lobuna.

Unsimala… Ayúdennos…

Hékate y Amarok cruzaron sus miradas con las de aquellos dos seres. Vieron en sucesión cómo se juntaron, tras el encuentro del pequeño con ese lobo negro; cómo el grande ayudó al pequeño cuando éste se cayó, mientras corrían hacia el “ave de metal”. La danza que realizaron frente a la fogata; su encuentro con el alce y cómo le hablaron, aquietándolo; su enfrentamiento con aquel gran oso y cómo la osa blanca los salvó; cómo sacaron de la trampa a ese lobo que provenía de otra manada; cómo compartieron su comida con el lobo solitario y el cuervo; cómo el lobo negro les dejó el pez que había atrapado la osa; y sobre todo, cómo salvaron a la manada de esos “rayos de muerte”, con su extraña luz…

La pareja Alfa entendió que estos dos seres ahora echados a sus pies eran quizá como una especie distinta de lobos, provenientes de otras tierras, pero de noble espíritu, conectados con la Naturaleza. Acto seguido, al mismo tiempo, Él y Ella se alzaron sobre el hombre y el niño respectivamente y les restregaron sus patas y vientre en hombros y espalda. Randy emitió un quejido. Velkan contrajo sus músculos y abrazó con más fuerza a su compañero…

Luego de que los soltaran, Velkan respiró muy hondo y secó sus húmedos ojos.

-Un roce –se repitió, pensativo-. Un roce…

-¿Qué es eso?

Velkan se levantó y ayudó a Randy a hacer lo propio.

-Que ahora estamos en la manada…

En su pensamiento surgió una frase que leyera alguna vez:

“Arrójenme a los lobos y regresaré conduciendo la manada”

Los cazadores quedaron boquiabiertos al ver resurgir aquellos dos.

-¿Qué carajo sucede? –preguntó Stan desconcertado- ¿No los atacaron? ¿No les hicieron nada, ni una mordida?

-Esto sí está raro –expresó Mark- ¿Los lobos los aceptan?

-¿Y ahora qué…? –se preguntó Cory.

En ese instante, Velkan vio a la “osa espíritu” y en su mente, su conciencia, escuchó de nuevo aquellas palabras de su sueño o visión: “Somos los guardianes de estas tierras. El origen es el mismo para todos. Todos salimos de la misma matriz madre. No hay separación, todo es Unidad”.

De igual modo le habló en seguida su maestro indio: “Acepta tu unidad con toda la vida; acepta tu unidad con el Universo. Cuando sientas esa conexión en todo tu ser, se manifestará el milagro en tu vida. La paz entra en las almas de los hombres cuando ellos se dan cuenta de su relación, su unidad con el Universo.
Todos somos parte de todos. Árboles, flores, animales… todo. Siéntelos. Sé ellos”.

Entonces entendió, aceptó, que esos árboles, ese bosque, estaban entrelazados con todo lo que lo hacía vivir. Incluso esos tres cazadores insensatos ahora eran parte de él, parte de todo. Del gran Círculo de la Vida. Así recordó y comprendió mejor el principio nativo de Mitakuye Oyasin. “Todas mis relaciones”. “Todos mis hermanos”.

Mitakuye Oyasin –repitió en voz alta, abrazando a Randy-. Todos hermanos. Todos unidos. Que así sea, Universo.

Randy sonrió, contagiándose de esa energía. Mas de repente, su semblante adoptó un gesto de gran sorpresa.

-¡Romeo! –exclamó, señalando atrás de ellos.

En efecto, ahí apareció entre unos arbustos la figura de quien había sido permanente compañero de aventura de los dos peregrinos. El imponente lobo negro se adelantó hasta donde se encontraban ellos.

-Qué tal, amigo –lo saludó Velkan- ¿Viniste a reforzarnos?

La manada detectó aquel “intruso” y le gruñeron.

-¡Tranquilos, está con nosotros! Nos ha acompañado todo este viaje y nos ha apoyado. Yo respondo por él.

Como si fuese el nuevo “Alfa”, le hicieron caso.

-Esta es la situación –le habló Velkan-: Estamos protegiendo a esa dama y sus hijos de esos cazadores ¿Qué hacemos? ¿Tú vas contra uno, y yo los otros dos?

Romeo soltó un gruñido.

-¡OK, OK! ¿Tú te encargas de los tres? Como un buen escudero… Demuéstrales quién eres. Lo mucho que vales. Ten cuidado. Yo te cubro.

-Yo también –afirmó Randy-. Haz lo tuyo, Romeo.

El lobo negro enfiló su mirada hacia la tríada de hombres armados. En algún rincón de su memoria revivió un oscuro episodio en el cual un ser muy parecido a estos, apuntándolo con un objeto similar, le lanzó un trueno mortífero… De manera que mostró sus dientes y gruñó con fuerza. La manada lo imitó, y de ese modo una barrera de relucientes dientes y colmillos se mostró ante los cazadores. Velkan vio a Randy, se encogió de hombros y le indicó que hicieran igual. Entonces ambos también mostraron sus dentaduras, emulando gruñidos y gestos agresivos.

-¡No los veo correr! –gritó Velkan a los cazadores- ¡No sé cuánto tiempo podré contenerlos!

De pronto se oyó un graznido. Luego apareció cierto cuervo, que revoloteó sobre aquellos tres y picoteó sus cabezas.

-¡Bien hecho, Hugin! –gritó Randy.

“Guerreros, osos, lobos, cuervo” –reflexionó complacido Velkan, trayendo a su memoria a Odín, los berserkers, las leyendas nórdicas y celtas, la magia de los bosques…

En ese mismo instante, se manifestó la colosal consciencia colectiva de los árboles. Aquella legión de gigantescas lanzas verdes, que parecían extender sus ramas para defender a sus pequeños aliados, dispuestas a ensartar y apresar a quienes los amenazaban, agitándose impulsadas por intensas y silbantes ráfagas de viento que rodeaban y golpeaban al trío de invasores. Y una gélida neblina que se había extendido entre aquel ejército, se dirigía hacia ellos para envolverlos, atraparlos, volviendo el aire denso, pesado, irrespirable. Y los tres vieron a aquel hombre y aquel niño como si fuesen parte no solo de aquella manada de lobos, sino de esos árboles centenarios, milenarios. Como un par de bravos indios ancestrales que revivían desafiantes.

-Este bosque, este lugar está embrujado –aseveró azorado Cory-. Larguémonos de aquí.

-¿Llamamos al helicóptero, para que nos apoye? –preguntó Mark en forma ya inútil.

En la mente de Stan se agolparon oscuros y demoledores pensamientos. Estaba realmente frustrado, confundido, reacio a creer y aceptar. Quiso dispararles a los osos, a esos odiados lobos, a ese entrometido y estúpido tipo, y a ese tonto niñ… Pero su rabia quedó represada, y sus brazos y todo su ser petrificados.

-Vámonos, socio –le rogó Cory-. Hoy no es nuestro día.

-Así parece –añadió Mark-. Mejor desaparecemos antes de que pase algo mucho peor.

Los tres retrocedieron varios pasos y se alejaron presurosos.

Velkan se dirigió a “su manada”.

-OK, muchachos, saben muy bien qué hacer. Muerdan a discreción –les mandó, haciéndoles un guiño.

Con Romeo por delante, el pequeño ejército lobuno corrió tras aquellos que ahora se habían convertido en presas. Luego de perderlos de vista, Randy se volvió a su compañero.

-Profesor, ¿entonces quiere decir que ganamos?

Velkan inspiró profundamente.

-Por hoy, por ahora. Con “un poco” de ayuda –aseveró, mirando a su alrededor y hacia arriba…

Con toda su fuerza, su espíritu, Randy dio un resonante y prolongado alarido, alzando su “lanza”.

Velkan sonrió. Blandió su hacha y lanzó unos agudos gritos al estilo de los guerreros nativos. Así celebraron por un instante mágico esta gran victoria, la primera para ambos, lograda en alianza con “las tribus del bosque”.

De pronto, Randy tocó un brazo de Velkan y señaló al frente. Ahí estaba todavía la inconfundible osa, que los estaba viendo, dejando oír unos roncos gruñidos.

-Ya pasó, Blanca Nieves. No hay peligro –le habló Velkan con calma.

-Sus hijos siguen ahí –manifestó Randy, señalándolos arriba en aquel árbol.

-Aquí estaremos –le aseguró Velkan a la inquieta madre-. Llámalos. Todo está bien.

Ella se dirigió a sus crías con un par de gemidos. En forma pausada, los oseznos descendieron por el tronco. Al llegar al suelo, se quedaron viendo a los dos humanos.

-¡Vayan, vayan! –los apremió Randy.

Los cachorros corrieron junto a ella, quien los acarició y lamió. Luego, volviendo la mirada hacia sus “guerreros salvadores”, exhaló un prolongado, agudo y conmovedor gemido, traspasando y estremeciendo sus corazones y almas.

-Buena pelea, amiga –afirmó Velkan, conteniendo su emoción-. Fue un honor luchar a tu lado. Gracias por ayudarnos, salvarnos. Por enseñarnos. Que siempre seamos eso: Profundidad, unidad. En la Tierra y el Cosmos. Ve en paz, con tus niños, guardiana de la Tierra.

-Adiós, Blanca Nieves –expresó Randy conmovido-. Adiós, ositos. Cuídense.

La hermosa y noble osa se alejó junto a sus crías, y se metieron entre unas hierbas altas.

Ambos restregaron sus húmedos ojos.

-Van a estar bien, ¿sí? –preguntó Randy.

-Puedes apostarlo, scouter. La Madre Natura está con ellos… ¡Muy bien! Creo que nuestra labor terminó aquí. Continuemos nuestro camino a casa.

-¿Para qué? No quiero regresar.

-¿Por qué, socio?

-Prefiero quedarme en este lugar. Los animales y los árboles me entienden más, se portan mejor conmigo –el niño empezó a sollozar-. Acá por fin hice algo bueno. Siempre estoy en problemas, hago cosas malas. No tengo amigos, mi papá y mi mamá no me quieren…

Velkan se agachó frente a él.

-Escucha… Randy: Con todo lo que has hecho, lo que hemos hecho y vivido estos días, en este bosque, tú has demostrado quién eres en verdad. Has dejado salir y has dado lo mejor de ti. Ya no eres el mismo que eras al entrar a este sitio, cuando nos encontramos. También yo he hecho cosas no tan buenas. Pero hemos cambiado. Dejemos acá lo que hemos sido hasta este instante. Y a partir de ahora, seamos unos seres nuevos. En todo sentido.

-¿Entonces ahora me van a tratar bien?

-¡Claro que sí! Porque eres bueno. Porque vales mucho. Todos los que te conocen lo sabrán. Yo se los diré.

-¿Quiere decir que usted es mi amigo?

Velkan suspiró.

-No…

El pequeño bajó la mirada, dolido.

-No soy tu amigo. Soy tu hermano.

Se abrazaron con toda su emoción.

-No lo olvides –dijo Velkan-. Somos parte de la misma manada. Por alguna razón nos aceptaron. Ellos ven tu ser interior.

-¿De verdad?

-No lo dudes, pequeño guerrero lobo.

Velkan se levantó y reiniciaron su andar.

-¿Y ellos sí aceptaron a Romeo? –preguntó Randy.

-Así lo creo. Se lo merece.

-¿Y qué pasará con los cazadores?

-Sea como sea, recibirán su lección.

-¿No se los van a comer?

-Espero que se coman su parte mala… ¡OK!, los enanos salvaron a Blanca Nieves, entonces ya pueden regresar a su trabajo.

El niño rio.

Velkan imitó la marcha de esos pequeños personajes, llevando su hacha como ellos. Randy hizo lo propio.

¡HI HOOO! ¡HI HOOO!

¡HI HOO!

Ambos cantaron:

HI HO, HI HO, marchando a casa ya (silbidos) HI HO, HI HO, HI HO…

Anduvieron a través de un amplio claro, cuando de repente distinguieron, con gran asombro, una figura humana, de pie en frente de ellos, la cual levantó una mano como saludo. Luego les dio la espalda y empezó a caminar.

-¿Quién es ella? –preguntó Randy.

-No lo sé. Sí es una mujer, ¿correcto?

-Sí… sí ¿A dónde va?

-Mejor lo averiguamos.

Fueron tras ella, con paso rápido.

-¿Qué está haciendo aquí? ¿Nos va a sacar?

-Es posible ¡Dios, que así sea!

Velkan estaba intrigado. Creía reconocer a esa dama… ¿Cómo había llegado hasta acá?

Ella los condujo durante unos minutos, hasta que se detuvo y les señaló un grupo de pinos, en forma de rombo o diamante, a unos 90 metros. Les sonrió y se encaminó en dirección opuesta, hacia las nevadas montañas.

-¿No vamos a seguirla más? –preguntó Randy.

Velkan negó con la cabeza.

-Debemos continuar por ahí –señaló hacia donde ella les indicó, vivamente conmocionado.

El niño observó el afligido semblante de su compañero. Pudo intuir el motivo.

-¡Adiós, señora! –gritó con fuerza, levantando su mano- ¡Gracias!

-Adiós, ángel mío –se despidió Velkan, con una lágrima descendiendo por su rostro.

La etérea dama les dedicó una última sonrisa. Llevó sus dedos a sus labios y les lanzó un beso sublime, antes de desvanecerse entre la grandiosidad de aquel paisaje.

-Vamos, profesor. Adelante –alentó Randy a Velkan, tomando su mano.

Cruzaron por ese “diamante” de pinos… y se encontraron con un inmenso terreno abierto: la esplendorosa tundra, de tonos verdes, rosáceos y violetas. Y no se hallaban solos. Se apreciaba un despliegue de vehículos de distinto tipo, y diversos grupos de personas esparcidos a su alrededor.

-¡Mire! –señaló Randy- ¡Allí están todos! ¡Nos encontraron!

-O nosotros a ellos –precisó Velkan, sumamente extrañado. Miró hacia las alturas-. Muy gracioso. Muy gracioso –expresó con ironía- ¿En qué parte estamos? ¿Fue que cruzamos algún portal?… El “Triángulo de Alaska” –mencionó recordando lo que había leído sobre esa enigmática zona, dentro de la cual tantos se habían perdido-. Increíble…

Sin embargo, en su mente surgió otra lección de su Maestra: “En cada viaje, se abre algún portal”. Sonrió, agradeciéndole y extrañándola.

-¿Qué hacemos? ¿Vamos con ellos?

-Así es, hermanito. Ya es tiempo de regresar.

Descendieron por aquella pendiente.

-¡Ahí están! ¡Son ellos dos!

La noticia comenzó a esparcirse entre aquella multitud. Una pareja integrante de la Cruz Roja, con resaltantes chalecos rojo y blanco y gorras azules, se acercó a los recién llegados.

-Gusto en verlos –saludó el caballero, de edad madura, delgado y con llamativos anteojos- ¿Cómo se encuentran?

-Bien –respondió Velkan-. En verdad, muy bien.

El socorrista les entregó unas pequeñas botellas de agua mineral y galletas.

-¿Qué hacen aquí? –preguntó Randy, quien recordaba a ese hombre.

-Cruz Roja en acción –contestó, con la mano derecha en su gorra y el puño izquierdo sobre su pecho.

-¿Ese es su uniforme?

-Positivo ¿Y ese es el tuyo? –le preguntó a su vez, en un tono suspicaz.

-Seguro –terció Velkan-. Es todo un boy scout, muy valioso.

-Me alegro –afirmó el rescatista, poniendo su mano en el hombro del niño.

La dama se presentó.

-Soy Deicy Kator, directora de la Cruz Roja de Healy ¿Necesitan ayuda? ¿Un médico? ¿No están heridos, con insolación, malestar?

-No se preocupen –reafirmó Velkan-. Puedo asegurarles que estamos sanados, atendidos, en paz.

-Gracias a Dios. Y gracias a usted, que encontró a este niño. Puede decir que le salvó la vida.

-Fue al contrario. Es la verdad.

Un numeroso grupo de scouts se aproximaban hacia ellos.

-Ahí vienen –señaló Randy, con temor.

-Tranquilo –lo animó Velkan-. Todo estará bien.

La colorida multitud se arremolinó en torno a ellos.

-¡Randy! ¡Estás aquí! ¿Cómo te sientes? ¿Te pasó algo malo?

Una dama scouter sonó su silbato.

-¡Silencio! ¡Cálmense, por favor!

El Scoutmaster Urner, el scouter Houk y otros dirigentes se acercaron a los recién llegados.

-Randy –pronunció Urner, mirando al pequeño con extrañeza y alivio-… Qué gusto verte de regreso ¿Te encuentras bien?

-Sí, señor.

-¿Qué te pasó, cómo te perdiste?

-Caí por un barranco, y no pude subir. También había mucha niebla.

-¿Este hombre estaba contigo?

-Sí, señor. Estuve con él. Es profesor. Me ayudó cuando me perdí. Me curó, me dio comida, me cuidó, me salvó, y me enseñó muchas cosas buenas.

-¿En serio? Cuánto se le agradece, caballero. Oren Urner –dijo extendiendo su mano.

-Velkan Ocharán –le correspondió, estrechando la suya-. Fue un honor acompañar a este scouter –afirmó, abrazando a Randy-. Él vale mucho, señor. Es un gran muchacho. Un gran scout; un gran guerrero y aliado… y un gran amigo.

Todos quedaron atónitos al oír semejante descripción de aquel “niño terrible”.

-En verdad –prosiguió el viajero-, Él no es solamente un lobato. Merece el Lobo de Plata, el Lobo de Oro; ser un scouter, Scout Águila, cualquiera de sus insignias y méritos. Pero por sobre todo, merece una oportunidad. Que todos reconozcan su inmenso valor. Como scout, como artista, como niño, como ser humano.

Miró a su compañero y le hizo una seña con la cabeza, animándolo.

-Scoutmaster. Scouter Houk –expresó Randy con voz humilde-, aquí tienen –les ofreció el bordón-. Yo me lo llevé. Pero lo cuidé. Me sirvió en el camino, en el bosque. Lo usé como lanza india para defender a una madre osa y sus hijos… perdónenme –concluyó, y bajó su mirada.

La impresión de todos no podía ser mayor. Incluso para el muy curtido Urner. Tomó en sus manos la singular vara, con asombro y satisfacción. Luego, habló en forma solemne.

-Algún poeta dijo: “Feliz quien como Ulises ha hecho un largo viaje, igual que aquél que conquistó el Vellocino y ha regresado luego, sabio y lleno de experiencia, para vivir entre su gente el resto de sus días”. Así regresa hoy, ahora, nuestro compañero, nuestro hermano, hijo, Randy Volkov. Que él sea vivo ejemplo para cada uno de nosotros. La vivencia y experiencia consciente que se interioriza deben formar parte esencial de la educación, cuyo Maestro es la Naturaleza y la vida misma. Educar para que el ser humano se encuentre a sí mismo es en síntesis educar para ser felices, para el amor, para sentir plenamente cada momento del diario vivir.

El Scoutmaster observó con detenimiento el bordón.

-Así que una lanza india. Para defender a los desvalidos. Como arma de justicia. Como la espada de Arturo. O la de los Templarios. Un auténtico Caballero –aseveró, y tocó los hombros de Randy con el bordón-. Sir Randy.

-Él también –repuso el niño, señalando a su compañero.

-Sin duda –afirmó Urner-. Otro noble Caballero. Sir Velkan –declaró, igualmente tocando sus hombros con la “espada de madera”-. Que sus nombres sean agregados acá –ordenó, indicándola.

-Él quiso ser scout –manifestó Randy, en tono suplicante.

Velkan, emocionado, dirigió al alto líder una mirada y un gesto de nostalgia y resignación.

-¿Y acaso ya no lo es? –cuestionó Urner- “Scout por un día, scout toda la vida”. Y usted lo ha sido por tres días. Rescató a nuestro muchacho. Lo protegió, y preservó su integridad y su vida. Es un verdadero honor tenerlo con nosotros –colocó una mano sobre el hombro de él-. Bienvenido a esta gran familia.

Todos aplaudieron y aclamaron al “nuevo scout”. Alguien le pasó una pañoleta, roja y amarilla, y él se la colocó alrededor del cuello. Asimismo le entregaron una camisa de uniforme, color azul marino, que del mismo modo se colocó por encima de su chaqueta. Y unos cuantos scouts y Rovers les colocaron a ambos varias de sus insignias, incluyendo la cinta de la Orden de la Flecha.

Realmente conmovido, Velkan miró hacia el cielo, sonriente.

-¡Muy bien, manadas! –exclamó el scouter Houk- ¡Saluden a su nuevo miembro!

La gran mayoría de scouts presentes imitaron en coro un vibrante aullido. Randy miró a Velkan, sonriente, simulando un gesto de preocupación y señalando hacia la espesura. Él sonrió a su vez con un gesto cómplice. Al rato, se pudo escuchar el eco de un lejano y –para el par de aventureros- emotivo sonido similar, pero “más auténtico”…

-Qué buen eco tiene este lugar –comentó muy jovial Houk.

-El mejor –aseveró Velkan, haciendo un guiño a su compañero.

Houk se acercó a Randy.

-Bien, Lobo Saltarín, te felicito –dijo, dándole la mano-. Y aprovecho para, en primer lugar, disculparme contigo. Sé que he sido muy severo, estricto, cerrado. Veo que ahora te comportarás de una manera mucho mejor. Como quien eres tú realmente.

-Sí, scouter. Lo voy a hacer.

-Seguro. Hmmm… de segundo –agregó, buscando en su bolsillo-, creo que esto es tuyo –afirmó, entregándole la insignia que había extraviado.

Randy la agarró con sorpresa y alegría.

-Consérvala siempre. En tu uniforme y en tu corazón. Eres un scout.

-Gracias, scouter Houk.

-¡Y espero…! Esperamos, una buena cartelera sobre esta aventura.

-OK, señor ¡Pero la va a narrar Él! –señaló a su compañero.

-¡Será más que bienvenido!

En ese instante, llegaron ante Randy un par de caras muy conocidas.

-¡Amigo, volviste! –exclamó Charlie y lo abrazó- Dios nos escuchó.

-Él y el bosque nos cuidaron.

-¿Ese tipo te trató bien, no te hizo algo malo?

-No. Él fue mi salvador; es como mi hermano, estamos en la misma manada.

Fijó su mirada en el otro muchacho.

-Hola, Gianpiero.

-Hola, amigo ¿Estás bien?

Randy asintió, con una sonrisa suspicaz.

-La próxima vez… ustedes vienen conmigo –afirmó, poniendo sus manos sobre ellos.

De pronto, Randy vio algo un poco distante y se dirigió hacia allá.

Al verlo acercarse, la scouter Gordon automáticamente se plantó junto a una niña que se hallaba a su cargo.

-Hola, Juliette ¿Cómo estás?

Ella no respondió. Desvió su lastimera mirada.

Randy echó mano a un bolsillo de su camisa. El temor y aprensión hicieron crispar a la scouter.

El niño le ofreció a Juliette las azuladas florecillas que había guardado.

-Se llaman “Nomeolvides”. Son para ti.

Muy lentamente, la pequeña las tomó. Las observó por un rato.

-Son lindas.

-Sí. Hay muchas por allá.

-¿Estás bien?

-Todo está bien… Yo… no volveré a tirarte cosas. Lo prometo.

-Gracias.

Randy le sonrió y se alejó. La scouter estaba sumamente impresionada.

-Tenemos que venir más seguido a este lugar ¡Qué milagros puede hacer!

Velkan sonrió al ver dicha escena. Levantó su mano en forma de garra en dirección a Randy, y éste hizo igual.

-Y bien, señor Houk –comentó Urner-, ¿qué le parece todo esto?

-La verdad, coronel… es simplemente increíble. Este niño llegó acá, y tal cual se escapó, como si fuera un bandido, villano. Y regresa como una especie de héroe.

-Ningún villano. Era un héroe dormido. Este bosque hizo salir, descubrir, lo mejor de nuestro Randy. Como estoy seguro pasó con el noble caballero que lo encontró. Debieron vivir una experiencia diferente, dura, extrema. Para probarse. Para desenterrar y sacar a la luz sus virtudes y valores.

-Y así poder tener buena voluntad, y paz con ellos mismos y con el mundo… Verdadero amor por el mundo, por todos… ¿Correcto, señor?

-Como usted en este momento, muy bien lo expresó nuestro inspirador, el Gran Scoutmaster Baden Powell: “El amor es ese algo de Dios que todo hombre posee en su alma”

De improviso, la alegría de Randy se disipó. Su compañero se fijó en su consternado semblante.

-¿Qué sucede, scouter?

-Mis padres están aquí –manifestó con voz trémula.

Velkan siguió la mirada de él: junto a varios oficiales de policía, se aproximaba una pareja, que al distinguir al niño corrió a su encuentro.

-Ten calma –lo animó Velkan-. Recuerda quién eres ahora.

La dama se detuvo justo frente a su hijo. Respiraba con dificultad y todo su cuerpo temblaba.

-Randy –pronunció con voz apenas audible- ¿Estás vivo? ¿Estás bien? ¿No estás herido, golpeado? ¿Qué fue lo que ocurrió? ¿Cómo te perdiste?

-Hola, mamá. Hola, papá. Estoy bien. De verdad.

-¿Estuviste solo todo este tiempo? –preguntó su padre- ¿Quién te encontró? ¿Fue este hombre?

-Sí, él. Es profesor, como tú, papá. Me ayudó. Me dio de su comida. Hizo una tienda india y una de campamento para pasar las noches. Me protegió cuando nos iba a atacar un oso gigante, y un alce. Y peleamos juntos con los lobos para defender de tres cazadores a una osa blanca que tenía dos cachorros.

Ambos estaban pasmados.

-¿De verdad hiciste todo eso? –lo interrogó su padre con bastante extrañeza e incredulidad.

-Es completamente cierto, profesor Volkov –reafirmó Velkan-. Sucedió así tal cual se lo está narrando su hijo. Estuvimos juntos este tiempo. Compartimos nuestro camino, la comida, refugio… y todas esas vivencias y enseñanzas que nos dejó este gran bosque.

-¿Quién es usted, señor?

-Mi nombre es Velkan Ocharán. Ya se lo dijo él, soy profesor. En Nueva York.

-¡Vaya! De extremo a extremo.

-¿Y cómo llegó aquí? –lo interrogó la dama- ¿Cómo se encontraron usted y Randy?

-No por casualidad, señora. Vine hasta acá para… escaparme, tal vez, del mundo, de mí mismo. Queriendo huir en busca de libertad. Y sí la conseguí. Pero en el alma. Igual que su hijo. El destino, el Gran Espíritu juntaron nuestros pasos. Para apoyarnos. Para recorrer ese laberinto verde de una mejor manera. Sin él no hubiese sido lo mismo.

-¿Y sufrieron algún daño –preguntó Volkov- con todo eso que les ocurrió?

-Nada de eso, señor. Gracias a Dios. Más bien, sanamos heridas. Que ya traíamos; ambos.

-Yo llegué a pensar –declaró la dama-, aparte de su manera de comportarse y que pudo haberse escapado, que a mi niño lo habían raptado. Que tal vez –dijo entre sollozos- no volveríamos a verlo.

-El bosque nos raptó. De alguna manera; créanme. Y fue absolutamente para bien de los dos.

-Debo… Debemos estar más que agradecidos… Usted es un verdadero ángel. Un ángel guardián…

-No, no. Yo solo era un viajero perdido al que su hijo encontró. Los ángeles estaban allá –señaló-. De muchas formas… Ustedes integran una gran manada, lo sé. El me mostró lo mejor de sí. Permítanle y ayúdenlo a que lo haga ante ustedes y ante todos, siempre. Él es ciertamente un niño un tanto difícil. Pero muy especial. No levanten muros a su alrededor, no lo aíslen, no lo descuiden, no lo dejen solo. No limiten su capacidad de amar. Déjenlo libre. No haciendo lo que quiera, sino siendo capaz de expresar lo que él es en verdad: un pintor, dibujante. Un artista. Un creador. Denle la oportunidad de desarrollarlo y demostrarlo. Un hijo es un espejo formidable para conocernos y reflejarnos mejor.
Las estrellas no brillan si no es en la oscuridad. Un hijo no es portador de problemas. Es quien puede traer solución, armonía y salvación.

Amara y Grigori Volkov estaban sintiendo en esos instantes un completo vuelco en sus almas.

-Mamá, papá –habló Randy-. Quiero seguir en los scouts. Quiero pintar. Me hace sentir bien. Y quiero regresar a casa. Pero no sé si ustedes me quieren…

-Hijo –dijo Ella, tomando sus manos-… Yo sé que eres especial. Sé que eres un niño valiente. Valioso. Único. Y por eso te quiero –afirmó con ojos llorosos- ¡Te quiero mucho! –lo abrazó- Mi vida es nada sin ti.

Las lágrimas afloraron en el “severo” profesor Volkov. Se unió a su esposa e hijo en un fuerte abrazo.

-¡Te queremos, hijo! Así como eres. Perdónanos. Haz lo que deseas, lo que sientas que puedes hacer mejor. Vive tus sueños. Aprende, estudia, pinta, explora… Decide, elige cómo será tu vida; para que sea grandiosa.

Velkan se apartó un poco de la efusiva escena.

-Gracias, Dios –expresó, con sus manos juntas. Seguidamente se agachó y tocó el suelo terroso cubierto de musgo-. Gracias, Madre Tierra, por cuidarnos –se levantó y miró a las alturas-. Y gracias a ti, madre –afirmó, con sus ojos anegados-. Al fin hice algo bueno…

Permaneció allí en silencio, por unos instantes, llorando, recordando, meditando…

Randy se fijó en él. Se volvió hacia su madre.

-Su mamá se fue –mencionó en un tono compasivo, señalando hacia arriba…

La conmovida dama se acercó al salvador de su hijo.

-Lo siento, profesor. No puedo aceptar que esté triste. Ahora, y para siempre, usted es de nuestra familia –sentenció, agarrando el brazo de él con afecto.

-Eso lo sé, mi señora. A su muchacho y a mí nos hicieron hermanos de manada. Y así somos todos bajo el cielo, ante el Gran Espíritu. La misma manada, la misma familia.

Randy corrió a abrazarlos. Al sentir ese gran calor y conexión, Velkan evocó y entendió plenamente unas palabras de Chris Mc Candless, aquel joven explorador quien concluyera su largo recorrido en este mismo lugar: “La felicidad es real solo cuando es compartida”. Y asimismo recordó a su gran amiga y maestra Belmancina: La felicidad es como la niebla; cuando estamos dentro de ella no la vemos. “Amor” es solo una palabra, hasta que alguien nos hace darle significado. Amar de verdad a alguien es ver la cara de Dios.

En ese momento se presentaron varios oficiales uniformados.

-Gusto en saludarlos –dijo uno con camisa azul manga larga y placa-. Soy el alguacil Kyran Pomrenke. Policía estadal de Alaska ¿Se encuentran bien?

-Muy bien, señor –aseguró Velkan-. Un poco cansados. Pero en paz.

-¿Cómo se consiguieron el uno al otro? ¿Estuvieron juntos desde el primer día?

-Correcto. Él se apareció, se cruzó en mi camino cuando yo estaba explorando. Decidí continuar, con la esperanza de hallar un refugio, un puesto de vigilancia, algún guardabosques.

-Entiendo. Y claro está, no encontraron a nadie.

-Pues sí nos encontramos con tres señores quienes no eran precisamente guardabosques, sino más bien “destruye bosques”. Por aire y tierra.

Los oficiales se miraron.

-¿Y tuvieron problemas con ellos?

-En principio, les “interrumpimos” el tiro al blanco que hacían con unos lobos. Desde un helicóptero. Le dieron a uno, pero no fue grave. Luego descubrimos otro pobre animal, que no tuvo tanta suerte.

-Lo mataron –afirmó Randy con pena.

-Así es. Era un oso. Enorme.

Les enseñó la trágica foto en su teléfono móvil.

-¿Qué es esto? –preguntó Pomrenke, impresionado- ¿Un kodiak?

-El padre de todos los osos –comentó Velkan.

-Es realmente grande –admitió otro oficial, de pantalón verde y camisa gris manga corta, con un emblema en su hombro del Servicio de Parques Nacionales: un búfalo y una montaña blancos junto a unos árboles verdes, en un fondo marrón.

-Gusto en conocerlo, señor –se presentó-. Sebastián Ruiz, guardabosques. Debo felicitarlos y agradecerles lo que hicieron por este parque; por esos lobos; ustedes ayudaron a preservarlos.

-Mucho más hizo el bosque por nosotros. Esa manada luego nos apoyó, cuando enfrentamos a esos tipos, que también querían llevarse como trofeo a una osa y sus dos cachorros.

-¿Es cierto que esa osa era blanca? –preguntó el alguacil.

-¡Sí, Blanca Nieves! –expresó Randy-. Muy bella.

-Es verdad –reafirmó Velkan-. Una “osa espíritu”.

-Pero si ellos están por la Columbia Británica… ¿Por qué llegó hasta acá?

-Tal vez el cambio climático. Que los hace moverse. No sería raro, por decir algo, que de pronto podamos ver osos polares en lugares como éste.

-Sea como sea, ustedes hicieron algo grande. Se los agradecemos en nombre del Servicio de Parques y la policía de Alaska. Aquí, matar crías de oso o hembras de oso con sus crías es ilegal.

-No lo sabía. Pues debería ser así en cualquier parte. En todo el país. Igual que esos “safaris aéreos”. Ojalá los prohibieran.

-Existen leyes. Regulaciones. Mantenemos vigilancia y control permanente. Patrullaje constante.

-Pues como que a veces no es suficiente…

Hubo silencio por unos instantes.

-Esos cazadores –habló Ruiz-, ¿les hicieron daño a ustedes, los amenazaron?

-No realmente. Al final, los detuvo y los persiguió la Ley de la Selva. En serio temo por lo que les pudo suceder.

-Los tres fueron interceptados por una patrulla –explicó Pomrenke- cuando corrían como locos. Dijeron que los estaba persiguiendo una manada de lobos, dirigida por un tipo y un niño muy extraños -aseveró en tono irónico- que hablaban y se abrazaban con los animales y “embrujaron” los árboles.

Randy y Velkan rieron. El alguacil volvió su rostro hacia una camioneta de la policía estacionada cerca. Atrás, en la cabina, se encontraban los “cazadores cazados”.

-¡No se los comieron! –exclamó Randy.

-Claro que no. Nuestra manada sabe escoger las mejores presas… ¡Oye, Stan! –le gritó- ¡Por encima de los que corren –los señaló-, están los que vuelan!

Alzó sus brazos, y su compañero lo siguió. El derrotado trío los miró con frustración.

Un notable grupo de personas se presentó ante ellos. La mayoría lucía franelas y camisetas alusivas a diversos organismos ecológicos y ambientalistas.

-¿Cómo están? ¿Cómo se sienten? –les preguntó una dama, de edad mediana.

-Estamos bien –respondió Velkan- ¿Quiénes son ustedes? ¿Algún grupo ambientalista?

-Así es. Soy Jenny Rappaport, directora de Defensores de la Vida Silvestre ¿Es cierto que salvaron a unos osos?, ¿y que estuvieron con una manada de lobos?

-Es la verdad. Pareció un cuento, o una historia de mitología, pero sucedió.

-Hola –se presentó un caballero, delgado y barbado-. Dave Hornoff, de Wolfwatcher ¿Ellos estuvieron frente a ustedes? ¿No los atacaron?

-De ninguna manera. Nos aceptaron, y nos apoyaron.

-¿La pareja alfa los aceptó? ¡No puede ser! ¿Cómo eran?

-Amarok y Hékate –respondió Randy-. Él, blanco; ella, gris claro. Muy bellos.

-¡La manada del lobo blanco! –expresó con asombro Rappaport.

-Los envidiamos –aseveró otra dama, quien lucía una franela con el nombre COALICIÓN DE ESPECIES EN PELIGRO-. Y los felicitamos, por defender a la Naturaleza con esa valentía.

Seguidamente les impusieron a ambos insignias de esos grupos y organismos, algunas con imágenes de lobos.

Velkan las observó un momento.

-Así los llevaremos siempre. En nuestros corazones.

Randy sonrió y mostró los distintivos a sus padres.

Varios periodistas y camarógrafos los rodearon.

-¿Cómo se encuentran, después de estos tres días en el bosque?

-¿Cómo sobrevivieron? ¿Sufrieron algún daño, percance?

-Estamos muy bien –aseguró Velkan-. Fueron unos días muy movidos. Intensos. Un gran aprendizaje.

-¿Ustedes atraparon a esos cazadores?

-Ellos ya estaban atrapados. En su codicia, su inconciencia…

En cierto colegio de Brooklyn, un muchacho moreno de baja estatura se acercó a una mesa del comedor, en la cual se hallaban reunidos dos chicos y dos chicas.

-Vengan a ver. El profesor de Ecología está en la TV.

Todos corrieron hacia la barra de la cocina, sobre la cual había un televisor.

-¡Sí, es él! –exclamó una chica morena y esbelta- ¡Está en Alaska! ¿Por qué se fue tan lejos?

-Para encontrarse a sí mismo- respondió serenamente otra joven, alta y delgada.

Dentro de su “pequeño castillo”, la Maestra Belmancina veía un noticiero que transmitían por TV a esa hora, siguiendo algún indicio o premonición que la agitaba desde la noche anterior, relativo a la suerte con que había corrido “cierto amigo aventurero”. Su ser se estremeció por completo, al contemplarlo rodeado de gente y de micrófonos.

-¡Por la Triple Diosa! Mi discípulo descarriado…

En la Misión Bowery, una de las voluntarias que servían las mesas desvió su atención hacia el televisor ubicado sobre la barra, sintiendo un tornado de emociones, al descubrir un rostro que muy bien conocía…

Velkan respiró profundo.

-Yo llegué hasta acá en busca de nuevos horizontes, de alguna aventura. Creyendo que así podía escapar, huir, de una supuesta rutina… Estamos aquí en este sitio, en este planeta, en el Universo, no por casualidad. De alguna manera nos pusieron o enviaron acá por algún motivo, una misión, para cada uno. Humanos, animales, árboles, el viento… todo tiene sentido y propósito… Quizá por eso me bajé de ese carruaje, mi señora Dulcinea –aseveró con triste mirada…

Susan ahogó su llanto. El pastor Wybenga la observó con compasión.

-…Porque tenía que venir hasta este sitio, donde este Quijote debía conseguirse con su Sancho Panza –abrazó a Randy. Muchos de los presentes, en especial los scouts, rieron. El niño sacudió un puño con un gesto grave, pero luego sonrió entre dientes-. Un auténtico, valiente y valioso escudero. En realidad no nos perdimos en el bosque. Ambos ya estábamos perdidos. Yo en especial. Aquí, siguiendo el mismo camino, nos reencontramos con nuestro auténtico ser; con lo que en verdad somos. No enfrentamos molinos de viento ni gigantes. Al contrario, los “gigantes” –los señaló- nos cobijaron, guiaron y lucharon a nuestro lado, junto a otros seres maravillosos, nobles ¿Parece algo irreal, de fantasía? Fue extraordinario. Mágico. Como me lo enseñó una sabia hechicera, todo es mejor con un poco de magia…

La “maestra pintora” sonrió complacida.

-Estamos en un parque nacional, como tantos otros que existen acá en Alaska y en este país. Todo el planeta, cada ambiente y ecosistema debería ser tratado como tal. Cada especie debería ser protegida, preservada. Los lobos, por ejemplo, no son plagas, ni demonios ni enemigos. Son especiales; nobles; solidarios. Verdaderos maestros. Les tememos a los animales y los despreciamos, porque no queremos ver ni entender “la bestia” que hay dentro de nosotros. No los abandonemos ni despreciemos. Las focas, los elefantes, rinocerontes, tiburones, leones, tigres, pangolines… ¿Hasta cuándo seguiremos exterminándolos? ¿Incluso debemos enfrentar a nuestros propios gobiernos para salvar el ambiente, el planeta? Pues si es necesario, que así sea.

Los policías y funcionarios de gobierno allí presentes, se miraron unos a otros y/o volvieron sus rostros con gestos de incomodidad y contrariedad.

-No le tengamos fobia ni odio a la Naturaleza. En ella nos conectamos con el mundo real, con Dios, con nosotros mismos. Es la mejor escuela. Si me están viendo, mis muchachos, Brigit, Eric, Eloradana, ¡cómo deseo que estuvieran acá! Tenemos mucho que hablar y compartir. Preparen su festival…

En el Colegio Kingsborough, los estudiantes que se hallaban en el comedor prorrumpieron en gritos, aclamaciones y aplausos.

-Salgamos a los bosques, parques, selvas, montañas, mares… ¡Despertemos! Conectémonos con el Gran Espíritu, y su templo que es todo el planeta. Tengamos Conciencia Ecológica. Empezando por nuestros niños. No les enseñen a disecar animales, maltratarlos ni matarlos. Que los vean y aprecien en su medio natural. Que ellos y todos nos convirtamos en auténticos naturalistas, ecologistas. Guardianes de la Naturaleza. De la Madre Tierra.

Aquel grandioso escenario vibró con el estruendoso y bien prolongado aplauso de todos cuantos allí se hallaban y habían escuchado tan sensibles e impactantes palabras.

Randy aplaudía y a su vez hacía un gran esfuerzo por contener su llanto. Su compañero de aventura lo abrazó, tomó su mano y la alzó. Los padres del pequeño tenían su emoción al máximo.

En la Misión, Susan aplaudía, sonreía y lloraba con igual intensidad. El pastor la abrazó.

-Bendigo esta unión. Les deseo lo mejor. Son dignos uno del otro.

Ella oprimió un brazo de él y puso su mirada en la pantalla, que aún mostraba a su “caballero andante”.

-Sé que amarte tiene sus riesgos. Pero porque te quiero, me arriesgaré. Te espero –declaró, lanzándole un sentido beso…

Una repentina y cálida brisa envolvió a Velkan, trayéndole aquel regalo y anhelo.

-Ya voy, mi Dulcinea; mi Manzanita.

En su solitario recogimiento, el señor Ocharán juntó sus manos y cerró los ojos.

-Gracias, Dios; por cuidarlo e iluminarlo de esa forma –luego vio el retrato de su amada-. Y a ti, ángel mío. Tenemos un hijo héroe. Gracias por haberlo guiado, y porque siempre lo acompañarás –afirmó sonriente y con mirada dulce y conmovida.

Con su compañera cargada en brazos, la “maestra hechicera” oraba.

-Gracias, Padre y Madre creadores. Por llevarlo a ese bosque mágico. Para que enfrentara sus demonios, sus miedos. Y descubrir de qué está hecho, quién es realmente. Ahora Él es todo un Maestro. Que así quede escrito. Como que me llamo Isabel Mancini Abarza… ¿Qué te parece, Gatu? –le preguntó llorosa- Nuestro cachorro creció…

Velkan estaba siendo felicitado y abrazado por los activistas ecológicos y algunos scouts cuando de pronto divisó una presencia “ancestral”…

-Vamos, hermanito –le pidió a Randy-. Hay alguien a quien debemos ver.

Se encaminaron hacia lo que Velkan se preguntaba medio en broma, medio en serio si se trataba de una visión o de un ser real. El sabio nativo con quien se encontrara a su llegada a aquel inimaginable lugar, sonreía ampliamente al ver aproximarse a los dos “guerreros”.

-¡Usted! –exclamó Velkan, apuntándolo- Fue quien preparó todo esto. Quien nos trajo a este interminable y fabuloso escenario. A esta prueba bien extrema.

-¿Y quién sería yo para eso? Solo el Gran Espíritu dispone los lugares, los tiempos, los modos, los guías, adversarios, aliados, las pruebas. Él me colocó como un guía para el recorrido al que te envió aquí. Así como tú fuiste guía para otro –señaló al pequeño.

-Él es Randy. Mi compañero de camino, de aventura y de batalla.

-Hola, señor –saludó el niño, alzando su mano.

-Te saludo, pequeño guerrero –respondió el anciano, igual levantando su mano-. Ustedes han realizado su búsqueda de visión, su prueba de los tres días. El tiempo mínimo, suficiente para conocer este lugar y su fuerza; lo mágico y sagrado que tiene y es. Con lo que han vivido ahora, el espíritu de ustedes se estremeció, se descompuso, se “desarmó” y se volvió a armar.

-Completamente –convino Velkan-. Ambos.

-Enfrentaron sus fantasmas. Sus demonios. Sus miedos. Dentro de ese gran laberinto… El laberinto es uno de los símbolos más antiguos de la humanidad. Es un símbolo del viaje espiritual del alma en la Tierra. Recorrerlo es un modo de meditación. Atravesarlo es un viaje hacia tu propio centro, un reencuentro con tu interioridad más profunda. La llegada al exterior significa una nueva libertad, una nueva visión.

-Definitivamente, jefe, somos otros. Renacimos.

-¡La osa blanca nos salvó! –narró emocionado Randy- ¡Y los lobos nos ayudaron a defenderla! Dijimos Unsimala y funcionó.

-Cierto, fue increíble –afirmó Velkan-. Palabra mágica…

-Porque la dijeron con fe. Cuando aprendemos a respetar la vida, aprendemos a amarla. Cuando mostramos respeto por todas las formas de vida, estas nos responden con respeto. Todo lo que hacemos con sinceridad, desinterés, con amor, regresa a nosotros en mayor cantidad. En ese momento comprenden que todos están unidos, que todos somos familia, que todos son la Tierra, que todos son una sola raza, la raza de los hijos de Dios, el Gran Espíritu. Ustedes juntaron sus pasos e hicieron algo grande allá. Y las huellas de quienes anduvieron juntos jamás se borran. Ustedes se han elevado, como estos hermanos árboles. Han sentido la Esencia Divina, en ustedes, en ellos, en todo y en todos. Ahora el círculo está completo… Cuando la conciencia hace libertad, solo queda en tu alma hacer voz, por los que no tienen voz. Ustedes son ahora la voz de la Madre Tierra. Hablen por todos esos que no pueden hablar por ellos mismos. Por los hermanos de cuatro patas, por los que vuelan por los cielos… Y si son las voces de la Tierra es porque son el eco del Universo. Algún día, todas nuestras voces se juntarán. Cuando sintamos, seamos conscientes de que estamos sobre el mismo suelo, la misma tierra. Cuando el hombre se apiade de todas las criaturas vivientes por muy pequeñas que sean, ese día el hombre habrá evolucionado a un ser de luz. Cuando entendamos que la Tierra, la humanidad, todos los seres vivientes son uno. Todo en el Universo es una manifestación de la Divinidad. Únicamente cuando veamos y sirvamos a la Divinidad en los otros, seremos capaces de experimentarla en nosotros mismos.

Seguidamente, el sabio nativo extrajo de su bolsillo un par de collares de cuero, cada uno con una figura de madera.

-Acepten por favor este humilde obsequio, como reconocimiento y recuerdo de su viaje, su vínculo y su compromiso –declaró mientras se los colocaba.

-¡Es un lobo! –exclamó Randy- ¡Qué bonito!… Gracias, jefe.

El noble anciano rio.

-No soy jefe –expresó, tocando un hombro del niño-. Soy solamente uno en conexión con la tierra y el espíritu.

-Claro –admitió Velkan-. Un chamán. Un “hombre sagrado”.

-Entre mi gente, que ahora ustedes lo son también, yo soy un anyaiyukok, “el que todos escuchan”.

-¿Y cuál es su nombre?

-Amaguq.

Randy miró a Velkan con gesto interrogativo.

Padre Lobo –tradujo el anciano.

Ambos quedaron boquiabiertos…

-¡Es un lobo también! –exclamó el niño- Nuestros nombres significan algo de los lobos.

El nativo asintió, sonriente. Puso sus manos sobre los hombros de ellos.

-El tiempo del lobo solitario ha terminado ¡Reúnanse!

-Tengo algo para usted, señor –aseveró Velkan, y sacó de su mochila el tomahawk-. Lo hallamos al pie de un árbol con unas figuras talladas.

-Él lo usó en la pelea, ¡y yo mi lanza! –narró Randy.

-Creo que le pertenece –afirmó Velkan, ofreciéndoselo al nativo-. Es de su cultura, su pueblo.

-Somos un solo pueblo. Ante la Madre Tierra. Ante el Universo. Tú lo encontraste. Y lo usaste con justicia. El regalo, el mensaje, es para ti. Para que siempre recuerdes y revivas el guerrero que hay dentro de ti.

Luego, pronunció unas palabras en su lengua: una invocación de agradecimiento y bendición para esa humilde y sólida “trinidad” que conformaban. Tanto Velkan como Randy inclinaron sus cabezas con los ojos cerrados, en actitud respetuosa y reverente, sintiendo, conectándose con lo trascendental de ese instante…

Las tribus se unen,
en canciones, en poesía, en historia, en linajes,
en colores. Todos somos águilas de múltiples plumajes,
celebrando la alegría de estar en el círculo,
danzando al son del corazón de la Madre Tierra,
en comunión, en Hermandad Solar.
Amando, sanando, amando…

-Bien, mis bravos guerreros y mensajeros, ahora vayan a despedirse de sus guardianes y compañeros de viaje. Pero solo en el cuerpo, pues en espíritu quedan unidos desde hoy por siempre.

Velkan vio a su alrededor y se dirigió –seguido por Randy- hacia un punto donde se apreciaban unos arbustos dispuestos de manera enfrentada o paralela, como si fuesen “columnas” o “pilares” que indicasen una antesala, una entrada… “Un portal”, imaginó él.

Se detuvieron justo allí. Contemplaron, con felicidad y en paz, la inmensa exuberancia y belleza que ante ellos se desbordaba y expandía en todas direcciones. De repente, “algo” pasó sobre sus cabezas, picoteándolas rápidamente, y vieron de quién se trataba: una “bien conocida” ave negra, que fue a posarse en un pino cercano.

-¡Es Hugin! –señaló alegre Randy.

-Cómo estás, amigo… Supongo que es hora de decirnos “hasta luego”. Gracias por acompañarnos, guiarnos y apoyarnos en la batalla. Diles –miró e indicó al cielo- que gracias. Al Padre de Todo, y a los demás…

-Gracias, Hugin –dijo el niño en un tono melancólico-. Ten cuidado.

El enigmático y fiel cuervo partió hacia lo más alto, a cumplir su encomienda…

Al rato, encima de ellos, deslizándose en el firmamento con sus simétricas alas como si acariciara el cielo y las nubes, el que fuese asimismo su guía apuntaba con su nívea corona por última ocasión –o tal vez “por el momento”- el rumbo a seguir: Adelante. Siempre adelante. Hacia nuevos horizontes. Nuevas tierras; nuevos sueños. Cada día. Cada viaje…

Los dos alzaron sus brazos, despidiendo y compartiendo aquel elegante y poderoso vuelo.

Randy vio a lo lejos y pudo distinguir una maciza silueta.

-¡Por allá! ¡Es Jackpot!

Velkan observó hacia ese punto: era una pequeña laguna. En su orilla se erguía la inconfundible estampa de aquel soberbio alce el cual los había enfrentado, y que sin saberlo ni él ni ellos también había contribuido en el rescate de “Mamá Oso”.

-Nada de eso. Es el Señor Alce –reafirmó, y saludó a éste inclinando ligeramente su cabeza.

Randy lo imitó. El colosal ciervo se fijó en ellos, sacudió su testa y se alejó, junto a su compañera.

Ambos sonrieron. Randy miró hacia los contornos y luego se volvió hacia Velkan.

-¿Dónde estará Ella?

Velkan suspiró.

-Puedo, quiero imaginar, con seguridad, que está muy bien. De lo mejor, junto a sus dos muchachos. Recorriendo el gran bosque, como lo hacen y lo harán cada hora, cada día. En paz. En libertad…

Al afirmarlo así, sin duda los veía con los ojos del alma. Con la visión de su espíritu. El que los unía. A ellos, a todos, a todo. Oso-espíritu, hombre-espíritu, bosque-espíritu, planeta-espíritu…

-Igualmente me pregunto –expresó Velkan- dónde estarán ellos…

Randy vio delante de sí y se encogió de hombros. De pronto, sonrió con picardía.

-¿Los llamamos? –preguntó risueño, con las manos haciendo bocina.

-¿Por qué no? –manifestó Velkan con desenfado- Todo es posible…

Sin embargo, no fueron sus aullidos los que se escucharon a continuación. Con gran sorpresa, se preguntaron de dónde provenían. Y entre unos riscos no muy distantes, surgieron las incomparables siluetas de quienes conformaban su manada.

Tan grande su asombro como su alegría, pudieron apreciar a Hékate, Amarok… ¡y Romeo! En medio de ellos.

-¡Lo aceptaron! –reconoció alborozado Randy.

-Para la mejor manada, el mejor escudero.

Ahora ante sus “hermanos de dos patas”, aquellos lobos tan especiales lanzaron de nuevo sus agudos llamados, con mayor intensidad y cargados de un profundo sentimiento y una inevitable nostalgia, que estremecieron no solamente los oídos sino la totalidad del Ser de ambos…

Con tristeza, pensando en que quizá más nunca volverían a verlos, los dos peregrinos inflaron sus pechos y soltaron sendos aullidos que reflejaban su emoción.

-¿En verdad ellos entienden a esos lobos, pueden hablarles? –preguntó incrédula la madre de Randy.

-Ahora pueden entenderse con todo –aseguró satisfecho “Padre Lobo”…

Randy restregó sus húmedos ojos.

-No quiero irme –sostuvo con profundo desconsuelo.

-Tampoco yo, hermanito –confirmó Velkan, abrazándolo-. Pero nuestro recorrido no ha terminado. Debemos seguir cada uno nuestro camino. Con nuestra propia manada, con nuestra familia; nuestras batallas cuando sean inevitables. Nuestros horizontes, nuestros sueños. Con todo lo que la vida nos ofrece día a día, cada instante. Con sus enseñanzas, oportunidades, pruebas. Su magia… Aprovecharla lo mejor posible. Conocer, explorar. Elegir, decidir, ser conscientes de lo que realmente queremos hacer y ser en nuestra vida. Y nunca olvidar ni dudar que existe una Unión total. Entre todos, con todo.

-¿Con el Gran Espíritu y la Madre Tierra?

-¡Asimismo! ¡Con el Universo entero! O los universos –asomó, con un guiño-… Ahora, mi escudero mayor, propongo que para honrar y agradecer a este sitio y los que habitan en él, hagamos un baile. Como el de aquella noche, al estilo de esos hermanos mayores, las primeras naciones. En conexión con la Naturaleza. Con el aire, los árboles, animales, tierra, cielo.

-¿Un baile de despedida? –preguntó Randy con nostalgia.

-De hermandad… ¡Pero esta vez, usted dar primer paso, Gran Guerrero Lobo!

Primero, alzaron el puño derecho y lo giraron en el aire, saludando al viento, al firmamento, invocando la energía y esencia de los elementos. Después, las piernas de Randy comenzaron a moverse al ritmo de una etérea melodía, solo audible para el alma, surgida de tambores y flautas acompañados de cánticos y modulaciones tribales. Velkan siguió ese compás; y de esa manera, aquellos dos que iniciaran su andar por estos parajes como inseguros e insensibles peregrinos forzosos, ahora danzaban como triunfantes guerreros, testigos y guardianes trascendentales de esa “Tierra Grande”, entrelazados con ella y con el planeta en su totalidad…

«Mis palabras están unidas

a las grandes montañas,

a las grandes rocas,

a los grandes árboles,

unidas a mi cuerpo

y a mi corazón.

Todos me ayudáis

con fuerza sobrenatural,

y tú, día, y tú, noche,

todos me veis

unido a este mundo»

GUERRERO LOBINSON

NOMBRE Y APELLIDO: Rodolfo Jesús Sánchez Ochoa

CÉDULA DE IDENTIDAD: V 10.153.962

FECHA DE NACIMIENTO: 2 de Septiembre de 1969

DIRECCIÓN: Urb. La Guayana, sector A, calle 3, N° A36. San Cristóbal, Edo. Táchira – 5001 VENEZUELA

TELÉFONO: 58-276-3420487 / Móvil: 58-414-7048480

EMAIL: rodosan@hotmail.com
/ rodochoa@gmail.com

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