LA HABITACION 531

Al aterrizar el ajetreado vuelo que lo dejaba en Ezeiza, Muzi apuro rápidamente las formalidades aeroportuarias y salió al encuentro de un taxi en las afueras del aeropuerto. Para su suerte, un Chevrolet Classic se detuvo rápidamente frente a un ademan de su mano para indicar la parada.

Como todo hombre de negocios al que los quilombos lo desbordan, no ofreció mucha charla en el camino de ida para su hotel y opto por entretenerse devolviendo llamadas que se pospusieron por su vuelo. Discutió, negocio y hasta se quejó enérgicamente mientras hablaba con sus socios y posibles futuros inversionistas.

El taxista solo lo miraba ocasionalmente por el espejo retrovisor cuando el subía la voz repentinamente, casi en un grito de reproche en algunas ocasiones. Solamente cruzaron pocas palabras de las usuales. Hablaron un poco del clima – Que Muzi no dudaba en su culpabilidad de las turbulencias en su vuelo de llegada – donde unas nubes grises y amplias colmaban por completo el cielo, teniéndolo a su vez de una leve brisa que descendía sobre las calles de un Buenos Aires en el que la noche empezaba a descender sobre el cielo, y unos tímidos relámpagos iluminaban el horizonte.

También hablaron de futbol y de política, dos temas que suelen ser polémicos para cualquier argentino y para el cual hay que tener cuidado de los calificativos que se le asignan a cada cuadro de ambas disciplinas. Por suerte no desentonaron mucho y la charla fue amena, siempre y cuando la vibración del teléfono de Muzi no lo obligue a interrumpir su argumento sobre la pésima actuación de Boca el fin de semana para tener que contestar una llamada en la cual se iba a trenzar en una extensa discusión con uno de sus clientes o socios de su compañía.

Entrada la noche, el taxi se apeo a el cordón sobre el cual se extendía el hotel en el que Muzi se hospedaría esa noche. Con un “gracias, buenas noches”, le extendió tres billetes de mil pesos al taxista y él le devolvió las mismas palabras acompañadas de una sonrisa que se borro en el instante que Muzi abandono el auto. Bajo las valijas del baúl y se dirigió hacia la puerta de entrada. El hotel tenia algo de particular que no pudo evitar notar desde el momento que se incorporo para salir del auto y se coloco las gafas que tenia guardadas en el bolsillo del saco.

Era algo viejo desde su fachada. Los carteles luminosos se veían algo gastados y la luz tenue y amarillenta que manaba de ellos dejaba entrever que algunas estaban quemadas, o al borde de quemarse. Las ventanas tenían persianas del tipo americanas, que teniendo en cuenta la existencia de los blackout, ese tipo de persianas habían quedado vetustas hacía ya muchísimos años. La pintura de las paredes también se veía algo descascarada y perdiendo un poco el color victima de los años. Pero no pareció importarle tanto a Muzi, que apresuro su paso después de quedarse parado en frente al edificio por unos instantes y se aproximo a la puerta de entrada mientras miraba rápidamente hacia arriba. Unas gotitas de lluvia empezaban a golpetearle suavemente en la cabeza.

Al entrara al vestíbulo, su prejuicio sobre la estética del hotel no se modifico en lo mas mínimo. Simplemente se confirmó. Muebles, mesas, armarios, escritorios y hasta una enorme grafonola ubicada al fondo de la extensa recepción; todo de un ostensible tono anticuado y desmejorado. El amplio escritorio donde, se suponía, debía estar el recepcionista, se hallaba repleto de adornos del mismo tinte. Un teléfono de esos que se deben marcar con una ruleta que va y vuelve a medida que uno desliza los dedos por el tablero circular; Y una campanilla de mano, fueron los adornos que mas le llamaron la atención a Muzi cuando se fue acercando a paso lento y desconfiado hacia la campanilla para anunciar su presencia. Era como que el lugar se habría quedado en el tiempo. Un tiempo en el que su apreciación habría sido errada, y la decoración del lugar hubiese entonado perfectamente con la época. Pero ahora era completamente distinto, cada objeto que se arrellanaba en el lugar parecía pertenecer a otro milenio.

Después de dos o tres sacudidas a la mini campanilla de mango rojo y de madera que se encontraba al lado del viejo teléfono, empezó a escuchar unos pasos lentos y estruendosos que provenían de la puerta entreabierta que daba a una especie de cuartito detrás del mostrador. Una pequeña silueta empezó a asomar por el reflejo que dejaba entrever la puerta, y a medida que el sonido de los pasos empezó a aumentar su intensidad, la sombra empezó a tomar cada vez mas y mas tamaño hasta ser una esbelta y larga figura la que imprimía su silueta bajo la débil luz amarillenta de aquel cuarto. Entonces alguien se apersono cruzando lentamente el umbral de la puerta.

Un hombre de portentosa figura se apresento detrás del mostrador. Era muy alto y vestía de forma muy elegante, aunque algo desarreglado. Vestía una amplia camisa blanca, con una camiseta debajo – A Muzi le hizo acordar a las camisetas que utilizaba su padre cuando estaba de entre casa- que no lo habían ayudado a tapar algunas manchas de sudor que se expandieron por las axilas de la camisa. Lucía un pantalón de vestir, también bastante amplio para sus largas piernas, con la camisa dentro y uno de los bolsillos salidos para afuera. No logro ver su calzado, pero pudo asegurar, por los sonoros ruidos que hacia al caminar, que utilizaba unos zapatos de esos que tienen un taco de madera y un cuero muy brillante y duro, que le haría perfecto juego con el negro de su pantalón, y a su vez, darían la ilusión de que sus largas piernas, eran más largas aún.

Su pelo era algo raro también. Era de esos hombres a los que se le comienzan a abrir surcos en el cuero cabelludo, que dan la impresión de ser el tráiler de la calvicie venidera. Aun así, lograba tapar parte de la pelada que comenzaba a asomársele sobre la coronilla, lanzándose el pelo que no se le había caído aun, por encima de la calva. Logrando de esta manera, engañar visualmente a las personas – O al menos eso intentaba – Sobre la seriedad de su alopecia. De su rostro no pudo sacar mucho. Solo que unas largas patas de gallo en los ojos, y alguna que otra arruga, delataban a ciencia cierta que el hombre del vestíbulo rondaba entre los 50 y los 60 años. Los enormes anteojos equipados por un grueso vidrio, de esos que su madre acostumbraba a llamar “Culo de botella”, ayudaban a sustentar la teoría de la edad del anfitrión del hotel.

  • Buenas noches, ¿Como le va? – Saludo muy animadamente Muzi, mientras se guardaba los anteojos de nuevo en el bolsillo del saco y le extendía la mano.
  • Buenas noches. – Respondió el hombre y le propino un fuerte apretón de manos. Sin quitarle la mirada de encima y sin mover un solo musculo de su circunspecto rostro.
  • Emm…Tengo reserva acá. – Contesto Muzi luego de rescatar su mano del terrorífico apretón al que lo sometió la enorme y larga mano del recepcionista.
  • Si, ¿Nombre? – Respondió, mientras sacaba un libro de tapa de cuero negra y largas hojas amarillentas repletas de nombres y horarios.

La idea de la antigüedad del lugar volvió a ocupar la mente de Muzi en ese momento. “Que es ese libro”? Estamos en el siglo 21 y este tipo todavía sigue anotando las reservas en un libro que parece de la época colonial”, pensaba Muzi mientras el recepcionista pasaba las paginas lentamente para llegar al final de las reservas, donde ya empezaban a asomarse algunos espacios en blanco debajo de los últimos nombres.

  • Caballero, le pregunte el nombre.
  • Hu, si si perdón, me distraje observando la decoración del lugar. Muy linda, por cierto – Añadió Muzi con una risita que no fue para nada recibida por el tipo, que siguió escrutando su rostro con una mirada fría y penetrante, la misma con la que lo había sacado de sus estúpidos pensamientos al pedirle nuevamente el nombre – Mi nombre es Gerardo Muzi. Con Z.
  • Muzi…. – Repitió el recepcionista mientras paseaba con el dedo por los últimos nombres que se enlistaban en el libro – Acá esta. Gerardo Muzi. Firme acá por favor, y ya le traigo las llaves del cuarto, aguárdeme un momentito.

“¿Las llaves? Todavía siguen utilizando llaves. ¿No se enteraron que en la mayoría de los hoteles ahora usan tarjetas magnéticas para esto? Dios, siento que me subí al delloryan de Volver al futuro, en vez de a un taxi cualquiera de Ezeiza.”

  • Aquí tiene. Habitación 531. Segundo piso por las escaleras. El ascensor no anda, se cago la semana pasada.
  • Perfecto. Muchas gracias y buenas noches. – Muzi dijo estas últimas palabras, tomo sus valijas y se dirigió a la escalera.

El hombre por supuesto que no respondió. Solamente hizo una breve reverencia con su cabeza y se quedo petrificado con las manos en el mostrador, casi como esperando que se fuera.

Al llegar a al final de la escalera que lo introducía en el segundo piso, dejo caer pesadamente la valija sobre la alfombra que adornaba el pasillo compuesto por unas escasas puertas de habitaciones. Le preocupo llegar algo agitado al final de la subida. Esta bien, tenia que subir la valija que era algo pesada e incomoda de maniobrar por los escalones. Pero no estaba nada contento con su estado físico, y se prometió entre jadeos que iba a arrancar la dieta y que se iba a poner a hacer algo de ejercicio (al cigarrillo no lo quería abandonar, sabia que le iba a costar horrores esa parte).

Los cuadros que se repartían entre puerta y puerta de habitaciones, eran quizá más tétricos que la fachada del mismo hotel. Muzi nunca había sido un tipo con una gran sensibilidad por el arte plástico, pero sabia reconocer cuando un cuadro tenia un tinte inquietante. El que estaba al lado de la puerta de su habitación era quizás el peor. Una mujer, con una piel blancuzca y cetrina, sostenía a una pequeña niña en sus brazos.

Los rostros de ambas estaban colmados de una seriedad incomprensible, y ambas clavaban su mirada a la persona que estuviese admirando el cuadro en ese momento. Fue difícil mantenerle la mirada, por mas que sean figuras concebidas en un lienzo y su existencia no sea real. Además, de que la mirada de ambas parecía escudriñar cada movimiento que el hacía mientras se dirigía a utilizar la llave y entrar de una vez a su habitación. De repente le pareció que los ojos de la niña se torcían totalmente hacia un costado, y clavaba los ojos en el cuando se trenzaba a luchar por liberar la vieja cerradura que chirriaba toscamente cuando las llaves giraban en su punto de apertura. Cuando volvió su mirada al cuadro rápidamente, se alivio de ver que los ojos de la niña seguían en donde se suponía que tendrían que estar, aunque el miedo aun lo reinaba, la incertidumbre de saber que algo o alguien lo observaba. Finalmente, logro vencer la cerradura y entro a la habitación empujando quejosamente su valija dentro del cuarto.

Aquella noche no le dio mucha batalla al sueño. Se recostó en la cama, luego de una extensa ducha, y se durmió luego de revisar los últimos mensajes que le quedaron pendientes. Apago la lampara que estaba por encima de su cabeza pegada a la pared de la cama, y al cabo de unos minutos, se durmió en la penumbra de la habitación.

Lo extraño ocurrió horas después. A altas horas de la madrugada, escuchaba a lo lejos una especie de música clásica que salía desde una vieja grafonola (quizá la que había visto en el lobby) y llegaba a su habitación colándose por debajo de la puerta, lo cual hacia que el sonido sea muy poco audible, pero, que, en el silencio de la noche, hacia parecer que la vieja maquina musical estuviera reproduciendo aquellas inquietantes canciones estuviera sonando a su lado. Pero no era lo peor. Un intenso llanto empezó a manar por encima de la música. Cuando la sinfonía daba un poco de tregua al silencio, era cuando los sollozos empezaban a ocupar su espacio. Después arrancaban juntos de nuevo, porque el llanto no se detenía. Y cada vez parecía ser mas fuerte.

Muzi se sentó en la cama inmediatamente y tomo su celular para chequear la hora. “3:21 AM”. Que carajos hacia esa música sonando a esa hora de la madrugada, y porque había un tipo llorando arriba. ¿Sería el mismo tipo que lo atendió en la entrada a su hotel? No quería averiguarlo, por mas que lo matara la intriga. El miedo era mas fuerte. El llanto parecía casi inhumano a la vez que la sinfonía iba terminando su musico, y unos aplausos gravados sonaban tímidamente sobre los acordes finales de la orquesta. Entonces se detuvieron los sollozos por unos segundos, y ahí fue donde escucho las primeras palabras acusatorias que hicieron que se le helara la sangre. “Porque” y “Las mate” eran las únicas palabras que podía entender claramente de los lamentos que venían de abajo. El resto era casi indescifrable por el ruido de las esnifadas y los gorgojeos que quedaban rezagados del fuerte llanto que el hombre estaba llevando a cabo segundos atrás.

No quedaban ningún tipo de dudas, el tipo que lo había atendido abajo estaba llorando a moco tendido y utilizaba la grafonola para tapar sus lamentos (O quizás para acompañarlos). Pero ese no era el problema. Ese tipo, aquel sombrío hombre larguirucho de la mirada inquisitoria, había asesinado a alguien. El pavor empezó a subirle por la espalda y comenzó a sudar de una manera que no era lógica para la temperatura que estaba haciendo. “Vine a parar al hotel de un asesino, y estoy durmiendo lo mas pancho en una de las habitaciones. Tengo que rajar inmediatamente”.

Se vistió rápidamente, y agradeció no haber desarmado la valija para poder escapar rápidamente. En la oscuridad de su cuarto, seguía escuchando la música y los llantos, que empezaban a aumentar de sonido cada vez más y más. De a poco se fue acercando a la puerta, temeroso de lo que le esperara al otro lado, fue allí cuando una voz lo alerto desde el armario. “No salgas, te va a hacer lo mismo que a todos. Lo mismo que nos hizo a nosotras”. Muzi se freno en seco, con la mano apoyada en el picaporte, y guio su mirada lentamente hacia la puerta del viejo armario de madera de donde había salido aquella voz. Una voz de mujer, que salía a borbotones, casi con miedo de que la persona que se encontraba abajo pueda oírla. La voz repitió el mensaje y a el lo domino el pánico por unos segundos. No supo como reaccionar, el peligro ahora se encontraba de ambos lados. Entonces tomo coraje y se acerco lentamente hacia el armario, que solo estaba iluminado por una tenue luz del cartel perteneciente al restaurant del frente. Tomo el pomo de bronce y contando hasta 3 mentalmente, tiro rápidamente para abrir la puerta. Cuando la abrió, vio lo peor que pudo haber visto en su vida.

Una Pila de cadáveres, estratégicamente acomodados para entrar perfectamente, se agolpaban dentro del escaparate. Y encima de toda la pila de cadáveres se ubicaba una niña sentada. Muzi sintió que el corazón se le iba a salir disparado del pecho y que el estomago le dio un vuelco. Se dejo caer de espaldas y quedo sentado sin poder quitar los ojos de los muertos y de la niña que lo observaba, casi como con tristeza, desde la cima de los cuerpos. “Nosotras fuimos las primeras. Ahora vos vas a ser el que sigue”. Entonces saco un libro debajo de su vestido de seda blanco, era el mismo libro en el cual habían anotado su reserva, y se lo lanzo a los pies. Cuando el lo tomo, manipulándolo como si fuese una especie de bomba atómica a punto de estallar, lo abrió justo en la parte final donde su nombre se veía escrito con una tinta negruzca y desalineada a lo largo de la extensa hoja.

Su nombre estaba allí junto con la fecha del día y la hora de su llegada. También estaba su número de habitación, la 531. Pero noto algo que hizo que el libro se le cayera de las manos, como quien descubre un insecto en su comida y la deja caer al suelo, el nombre de otras 5 personas estaban arriba del suyo, llamativamente, con el mismo numero de habitación. No tuvo mejor idea que levantar lentamente la vista, y observar los cadáveres que estaban amontonados debajo de la niña. No eran ni mas ni menos que 5.

La música y los llantos se habían detenido en el piso de abajo. Y el corazón de Muzi latía cada vez mas y mas fuerte, mientras que, víctima del pánico y del miedo, se arrellanaba contra los muebles que tenia a sus espaldas, y no podía quitar la vista de la niña que lo seguía observando sin decir palabra. Por fin hablo, y le dio su sentencia final.

  • “A mi mama y a mí también nos mató acá. A todos los mato acá. Y vos no vas a ser la excepción” – Concluyo esta última frase con una risita muy animada, como si hubiese contado un chiste inocente de esos que hacen matar de la risa a los niños de su edad. – Ups, me parece que ya viene.

Al otro lado de la puerta, el sonido de las viejas maderas que componían la escalera empezó a rechinar. Y poco a poco, empezó a escuchar el sonido de los zapatos aumentar su estruendoso paso de marcha militar a medida que el hombre de el lobby comenzaba a subir los escalones. Pero esta vez, el tañido de su calzado no era el único que decía presente en la penumbra del hotel. Un ruido metálico resonaba golpeteando contra los escalones luego de cada paso. Casi sin darse cuenta, y paralizado completamente por el terror, los ruidos fueron aumentando hasta que se cortaron abruptamente.

El leve resplandor que entraba por debajo de la puerta, producto de la escaza iluminación del pasillo de las habitaciones, se vio interrumpido por unos segundos. La sombra de dos pies se vio impresa sobre la luz que se colaba por debajo de la entrada al cuarto. Ya no había más tiempo, estaba detrás de la puerta.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS