ENTRE DIMES Y DIRETES

Mi padre era un hombre muy duro, pero con un enorme corazón “Farol de la calle, oscuridad de su casa”, decía mi madre. Si se enteraba que alguien necesitaba algo que nosotros teníamos, no dudaba en quitárnoslo para dárselo a él. Incluso había veces que “Hacía reverencia con sombrero ajeno”. Por su parte mi madre, hija de un adinerado industrial, era la típica mujer sumisa, educada bajo la norma de mostrar total sumisión ante su pareja. Ambos se valían de dichos populares o refranes para educarnos. Cuando, alguno de los hijos cometíamos alguna fechoría, nos reunía a todos en la sala de la casa y, dándole una reprimenda al responsable, dictaba sentencia indicando el castigo correspondiente, culminando, siempre, con la frase “Te lo digo Juan, para que lo escuches Pedro”, dando así por concluida la reunión. 

El recio carácter de mi padre, no le permitía dejarse intimidar por nadie y, si alguien osaba contradecirlo en una decisión tomada, respondía con la frase “Estando bien con Dios, que chinguen a  su madre los Angelitos”, y si había quien se negaba a obedecerlo, solo le decía “Putas que no cojen, a la chingada”. Cuando conocía algún sujeto que consideraba mediocre, comentaba “El que nace pa maceta, del corredor no pasa”o “el que nace pa tamal, del Cielo le caen las hojas”, o “El que es güey, hasta la coyunda lame”. 

En una ocasión, a mi hermano mayor lo expulsaron una semana del colegio por pelearse con un compañero, todo lo que le dijo fue No te preocupes, hijo,  “A mí, de mejores lugares me han corrido”.

Siempre trabajó de forma independiente como comerciante,  pues pensaba que “Más vale un Metro de mostrador, que una hectárea de labor”, y él preferiría ser “cabeza de ratón, que cola de León”.

  Por su parte, mi madre también era muy propensa a educarnos a base de refranes. Los más comunes eran “Cuando el rio suena, agua  lleva”, “Donde fuego hubo, cenizas quedan”. “Al Santo, ni tanto que lo queme, ni tanto que no lo alumbre”. “Nadie es monedita de oro para caerle bien a todos”. “No todo lo que brilla es oro”, “Más sabe el diablo por viejo, que por diablo” “Tanto va el cántaro al pozo, hasta que termina quebrándose”.    
        
En una ocasión, una niña con la que yo andaba decidió cortarme, argumentando que otro niño que le gustaba, y que era de familia más pudiente, le había pedido que fuera su novia, y pensaba darle el “Sí”. 
Desconsolado, se lo conté a mi madre, solo me dijo que si en verdad me interesaba, insistiera con ella “El que porfía mata venado, o lo matan por porfiado”, me dijo. Yo no estaba dispuesto a rogarle a nadie, y menos por amor. Entonces mi madre solo me dijo: aprende que en la vida “Cartera mata carita”, refiriéndose a la diferencia económica que existía entre el nuevo pretendiente y yo.    

Ahora que soy padre, trato de utilizar, con mis hijos, los refranes con que fui educado, y que nunca olviden que, aunque  “Donde no hay harina, todo es muina”, y cuando piensen que “si el dinero  sale por la puerta, el amor escapa por la ventana”, “El sol sale siempre sale para todos” y, como mi madre solía decirme “Al final, nadie sabe par quien trabaja” y “más vale paso que dure, que trote que canse”, pero siempre “A Dios rogando y con el mazo dando”.

–FIN– 

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