GAFE Y DESPISTADO.

Resido en un ático con bajera, al que, debería, ya, haberme acostumbrado. Mis despertares suelen ir acompañados de sobresalto. Me levanto con el pie izquierdo, me dirijo a la ventana del bajo techo y me golpeo la cabeza. Toma chinchón que esconde el pelo. No duermo bien. Estamos en Luna llena. Pretendo desayunar, pero, en mi camino hacia la cocina, resbalo tras pisar la nueva alfombra del pasillo. Caigo, otra vez, golpeando la cabeza, en el mismo sitio, contra la puerta cerrada; chinchón doble que rebasa a mi propio pelo, corto, teñido, según instrucciones, de rubio, pero que me ha quedado de un color rojizo, más que caoba.

Con los cereales se me va mano; rebasan el bol y caen al suelo. Me agacho a recogerlos y, de nuevo, golpazo en la cabeza contra la lavadora abierta. Ésto es, ya, de poner tiritas, y no me quedan.

Con el yogur me ocurre algo similar: la acuosidad de la capa superior se derrama sobre la camiseta de mi pijama corto. Echo a lavar el pijama entero. Desnudo, en la cocina que da con la terraza, me siento observado por un joven al que miro, me guiña un ojo, que vive justo enfrente mío.

Me pongo una bata de seda, pues hace demasiado calor. Tomo mi pastilla quemagrasas y vitamina C en formato efervescente, lo cual, me produce una repentina e, intensa, diarrea. Al evacuar, echo sangre, ya que padezco, a gritos, mi problema con las hemorroides internas a 35 cm. del ano. Me mareo. Tiro, fuerte, de la bomba, una primera vez; ante restos que quedan en el inodoro, me propongo tirar una segunda vez, pero… han cortado el suministro de agua.

Cojo, del frigorífico, dos botellas grandes de agua mineral, para asearme como pueda. Al afeitarme, me hago cortes en el labio superior. Busco, inmediatamente después, mis antihistamínicos contra la barbarie alérgica que padezco: rinitis, oídos entaponados, migrañas, conjuntivitis… Aún así, me coloco mis lentillas, quedando mis ojos cual dos mandarinas. No me las quito, ya que el par de gafas que tengo se encuentran deterioradas, una, sin parte de uno de los cristales y, la otra, con la patilla rota. Me excedo, una vez más con la gomina “mariocoindiana”.

De repente, se funde una de las dos bombillas del espejo. Le doy alguna vuelta de rosca y salta la electricidad de toda la comunidad, incluido, también, el funcionamiento del ascensor y, teniendo en cuenta que vivo en el último piso… A oscuras, uno de mis pies queda atrapado en el hueco del ascensor. Pido socorro y nadie contesta, así que fuerzo mi pierna para que, finalmente, quede libre, aunque, con agudo dolor, cojee el resto del día.

Necesito poner la lavadora: lavado corto, en agua fría, con mezcla de colores…, jabón hasta arriba en su compartimento y… abundante suavizante de pelo en el otro. Sale una gran dosis de espuma por debajo de tan maquiavélico artilugio. Fregona en mano, hasta en el centrifugado se nota que la ropa está descolorida. ¡El perro!, lo busco y veo haciendo sus necesidades en las baldosas del suelo del aseo. Debo salir pitando al trabajo…

No cuento con mi coche, pues se lo debe haber llevado la grúa al, ahora me percato, aparcar en zona de minusválidos. Cogería la bicicleta, pero tiene pinchada una rueda y, además, el recorrido por el carril- bici, se hace largamente insoportable y, hasta diría yo, rocambolesco, diseñado con mala leche. Corriendo, llego tarde al trabajo, pero, sin que nadie se percate de ello. Me ocupo de reparar los ordenadores de la empresa, grande, que ocupa un alto edificio entero, así como del

correcto desarrollo de internet.

Cierto trabajador, con baja visión, entra en una web de tiflotecnología; le aparecen, en su gran pantalla, decenas de vibradores en manos de mujeres desnudas que, en movimiento sexy, se penetran por delante y por detrás. Tomo nota de la incidencia. Quiero enviar un correo electrónico de carácter personal, eliminando, después, su rastro. Me equivoco y lo envío con la opción de “a todos”. El tráfico de los ordenadores queda, un buen rato, bloqueado. El jefe se acerca, airado, hacia mí, intentando citar mi nombre entre tanta palabrota; se refiere a mí con multitud de nombres, menos el mío propio. Mientras, llama, mi novia, a mi móvil personal. No puedo contestar, ya que, durante el curro, sólo se usan móviles de empresa, con, sobre todo, llamadas restringidas. En mi buzón de voz personal, ella me manda a la mierda.

A punto de estallar por la hipertensión subidita por los ataques de ansiedad, miro hacia abajo y veo que he venido con las zapatillas de estar por casa y, encima, con calcetines de colores que no se corresponden. Al agacharme, una vez más, se me rompen los vaqueros por la parte del culo. Debo volver a insinuar que, últimamente, los nervios me engordan tanto como mis deliciosas pizzas. Me planto, lo primero que pillo, una falda a cuadros tipo escocesa, a modo de, lo más actual, en moda masculina.

Salgo de mi vida laboral, por hoy, y tomo un taxi. Monto en los asientos traseros y, a pesar de ello, me llega un tufo a sobredosis de alcohol, que, emana, de su aliento. Habla, aunque tartamudo, sin cesar. Delante mío, se prepara varias rayas de farlopa, sin dejar de conducir, pero, reduciendo, drásticamente la velocidad, de modo que colapsa el tráfico, hasta provocar accidentes en línea. Salgo pitando del coche; prefiero ir a casa andando. De camino, paso por delante de un parque infantil, donde, unos veinte niños, más o menos, me gritan “maricón, vete a la playa”; uno de ellos reseña que me faltan los abanicos de Locomía, ya que, al menos, esos gays de mierda, molan.

Compro y preparo dos pizzas de tamaño familiar. Las introduzco en el microondas, según marcan las instrucciones, durante 17 minutos. Las saco arrugadas, con el tamaño de un pincho de bar, absolutamente churruscadas; yo, que deseaba saltarme la dieta perpetua, tiro, al final, por la lechuga y el tomate en ensalada; tan triste…

Preparo el pienso del perro y lo saco de paseo. Se me olvidan las bolsas para recoger sus, posibles, heces. Caga delante de un policía municipal y me multa y me saca fotos que, en la edición periódica del día siguiente, aparece como portada de la sección local. ¿Y mi móvil?; lo he perdido y, sin bloquear, estará a pleno funcionamiento, con la consiguiente engordada factura que, seguro, me llegará.

Camino a comisaría para tratar la denuncia y, de paso, dudo si entrar en el mercado municipal, donde, en la entrada, una gitana quiere endosarme un ramito del laurel de la suerte; contesto “no, gracias”, la sonrío y me echa, según ella, un fatídico mal de ojo.

Los que me conocen, susurran a mis espaldas tachándome de gafe. Me cagan encima palomas y gaviotas. Estoy repleto de Trastornos Obsesivos Compulsivos; TOCs de lavarme las manos, del orden, de manía persecutoria, de repetidor de lo que haya realizado en la parte izquierda, debo repetir con la derecha, santiguarme constantemente. Me atraganto con unas aceitunas con hueso. Compro café frío para llevar y me explota ante el paso de un gato negro. Tiro mi cigarrillo delante de una gasolinera y oigo explosionar algo con contundencia.

Mi padre acaba de ser operado por el oftalmólogo que le recomendé: le ha operado de glaucoma, en vez de, por unas simples, cataratas; con un escaso 8% de campo visual, piensa afiliarse a la ONCE. En mi tiempo de ocio, asisto a clases de pintura; hoy, una recién llegada, le ha dado por agitar la pintura acrílica sin percatarse de que el bote se encuentra sin tapa; me pinta entero. Salgo a por uno de esas infusiones de té rojo antioxidante y, en vez de azúcar, me lo preparan, equivocadamente, con un par de cucharillas de sal; vomitivo. Un, hasta ahora, preciado amigo, ya no me invita a su chalet con florido jardín, porque, tras mi paso, las plantas se marchitaron, hasta morir. A otro, alérgico, le ha picado un avispero, le llamo, pero me contesta, drásticamente, que, por favor, ni se me ocurra ir a visitarle.

Desde mi terraza, noto que el tiempo está cambiando, a peor, con lluvia; para salir, me pongo la gabardina; al salir del portal, un sol espléndido aprieta con un sofocante calor. En el gimnasio, una de las contundentes pesas cae sobre la cara del monitor, que acaba de publicar un libro que cree, que yo creo, que es plagiado, que por ello le he agredido; doy explicaciones.

Tarareo suavemente una canción delante de mi periquito y, éste, me gruñe… Ruego a mi Virgen

que, todo, me cambie, evidentemente, a mejor; que las cosas me salgan, ya no sólo bien, sino requetebién. También he colocado una gran ristra de ajos por dentro de la puerta de acceso a casa, con el férreo convencimiento, de que, en mi caso, toda mala racha desaparecerá…

Así, llevo una semana de descanso, con bienvenida a la normalidad de cualquiera, que yo, pido de rodillas, que nada me falte y, que nada vuelva a ser como antes, ya, por nunca jamás…

Atentamente,

K.F./ Av. Navarra,65, 3º izquierda, Errenteria, 20100, Gipuzkoa, España/

kermanfdez@hotmail.com

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