Abril 1965: Un experimento hacia Vietnam

A modo de justificación

a vida está hecha de momentos. Y esos momentos marcan la vida. Sucesos acontecidos en un momento dado, nos dan la dimensión real de la historia, de una historia que a veces, es difícil de contar, precisamente cuando esos momentos se encuentran dispersos en la memoria, que muchas veces traiciona y maneja a su antojo, acomoda datos y distorsiona la percepción, especialmente cuando se es todavía inocente, niña, ajena a las grandes preocupaciones pero perceptiva de ellas.

Eso sucede cuando te toca ser testigo de un gran acontecimiento. Los recuerdos afloran maleados, acomodados a la memoria, pero siempre subyace el sustrato de la verdad. Una verdad que a muchos no les gusta recordar, y que para otros marca de manera especial su existencia. Y eso precisamente, fue lo que me sucedió aquel sábado, 24 de abril, cuando apenas contaba 8 años, con el inicio de la Revolución de Abril.

Etapa que marcó de manera indeleble mi existencia, y me hizo rebelde sin saberlo. Un momento histórico del que todo el mundo ha hablado y dicho lo que ha querido. Un momento histórico que marcó la vida de una nación y que todavía sigue gravitando en ella.

A retazos, llegan los recuerdos de ese día. Era en la tarde. Recuerdo que mi abuela Rosalía me peinaba, cuando de improviso un grito de mi madre y un objeto que cayó en la falda de mi vestidito de tafeta a rayas, me hizo olvidar los jalones de cabello de mi abuela. Una bala había rozado la oreja de mi madre, y solamente sintió el calentón, y el casquillo fue el objeto que cayera en mi falda. Vivíamos en la calle Pina, Ciudad Nueva, lugar que fuera desde unos años atrás escenario de sucesos importantes. No lo supe hasta después de ser adulta.

Momentos después de ese disparo, la voz tonante de José Francisco Peña Gómez se dejó oír por Tribuna Democrática, anunciando el inicio de un movimiento popular que exigía la vuelta al país del derrocado presidente Juan Bosch, que vegetaba en el exilio. Y ese fue el momento que marcó mi vida y quedó gravitando y subyacente a lo largo de mi adolescencia, juventud y posterior madurez de la vida.

Y es este suceso histórico, que cambió el curso de la nación, el que marcó mi vida y mis acciones y habitó conmigo, cual amante despótico que exige a su pareja alabarlo. Y el recuerdo quedó subyacente…

No es hasta 1997, cubriendo la fuente de las Fuerzas Armadas para el periódico El Siglo, que se me ocurre escribir una serie de artículos sobre la Revolución
de Abril de 1965. Y la idea me la da, sin que lo supiera, el mítico comandante de los famosos “hombres rana”, grupo élite de la Marina de Guerra, Manuel Ramón Montes Arache, al verlo en una misa de la Marina de Guerra, no me acuerdo cuál fue el motivo, que me tocó cubrir, precisamente en ese mismo año. Alguien me dice, ése es Montes Arache, y de inmediato me puse en acción, me acerco al personaje, me presento y le pido una entrevista, a la que él accede de muy buen gusto. Y la coordinamos, pero aún no tenía claro lo que quería hacer.

Días después, en una actividad de la Fuerza Aérea, el entonces jefe de Estado Mayor, mayor general Luis Antonio Luna Paulino, me aborda para decirme que tiene en su poder un documento desclasificado del gobierno norteamericano sobre…¡la Revolución de 1965! Y me hace llegar el documento, base primordial para estos trabajos, que pretendo publicar en forma de libro y que en su momento, como siempre, fueron publicados en serie en el periódico El Siglo. ¿Coincidencias? No sé, ni me lo he preguntado.

El aguijón de la investigación veraz se apoderó de mí y no cejé hasta conseguir la autorización de la dirección del periódico para hacer el trabajo. Fue uno de los momentos más felices y que mayores satisfacciones me ha dado en mi carrera como periodista.

Ahí comienza este experimento histórico, en la búsqueda de la verdad, porque siempre hubo un personaje funesto, que cargó con el baldón de la traición. Porque me interesaba saber la realidad de una etapa que me tocó vivir muy de cerca, aunque en su momento no la entendiera.

Hoy desfilan por mi mente personajes que en ese momento me parecieron fabulosos. En esa calle Pina de mis recuerdos, llegué a ver a una pequeña mujer, con más valor que cualquier hombre, con un fusil que me parecía mucho más grande que ella. Me enteré después que se trataba de Piqui Lora, mujer como pocas. Un pelirrojo, alto, desgarbado y con pintas de extranjero, también fue de los habituales en ese inicio de la Revolución de Abril. Era el italiano Illio Capocci y ni qué decir de Montes Arache, a quien lo veía y me parecía más grande que todo el mundo, aunque décadas después cuando lo entrevisté, me dí cuenta que la imaginación infantil es especial y traicionera. Era el jefe de los hombres rana, un ser humano como pocos he conocido y he conocido bastantes.

Un militar un poco entrado en carnes, con la camisa llena de sudor debajo de las axilas, y a su lado siempre, otro más pequeño. Después me entero que en esa calle Pina de mis recuerdos de infancia, en los bajos de la residencia de don Rubén Lembert Peguero y su esposa doña Ramonita, se reunía la crema de la crema de la Revolución. Ese
militar sudado era nada más y nada menos que el héroe de Abril, Francisco Alberto Caamaño Deñó. Y los recuerdos siguen fluyendo, como cuando llegaron los “pariguayos”, miembros de la Fuerza Interamericana de Paz, a invadir los hogares de Ciudad Nueva, buscando armas escondidas y destruyendo los espejos colocados en las azoteas para deslumbrar a los aviones de Wessin durante los bombardeos.

¡Qué tiempos aquellos! Escaseaba la comida, pero la solidaridad era el apoyo. Durante las noches, cuando iniciaba el toque de queda, era obligatorio bajar a la primera planta, que había sido abandonada por sus inquilinos y entre cucarachas, ratones y mosquitos tratar de dormir en el suelo, gentes de distinta formación, unidos sólo por la solidaridad. Y esa, junto a la de mi abuela, fue mi primera escuela para saber que la lealtad es lo más preciado de un ser humano.

Pero ya basta de recuerdos, llenaría un libro aparte solamente con ellos. Es necesario poner punto final y motivar a la lectura de este proyecto-concepto que inició en 1997 y más de una década después se hace realidad. Dejo al libre albedrío de los lectores, lo que se ha plasmado en el papel. Para mí, el valor de este proyecto, porque no le puedo decir libro, es que muchos dominicanos, especialmente las nuevas generaciones, puedan entender el proceso que llevó al país por los derroteros por los que hoy transita. Y que sepan el por qué, en República Dominicana existe una generación rebelde y perdida, producto de los acontecimientos ocurridos desde aquel sábado 24 de abril de 1965, cuando un grupo de héroes se casó con la gloria, y todavía no se les reconoce su labor. Cosas de República Dominicana y su idiosincrasia.

La guerra de abril y la intervención del 65’

Vista desde la perspectiva de Estados Unidos

U

n gobierno débil, impopular, con la mayoría de las fuerzas militares en contra. Corrupción en los más altos niveles armados. Descontento por la falta de apoyo a esos mismos mandos de parte del primer mandatario. Cancelación de cuadros militares que apoyaban la vuelta a la constitucionalidad.

Estos fueron algunos de los factores que dieron por resultado la Revolución de Abril de 1965 y la subsiguiente invasión norteamericana, que no fue más que un ensayo final hacia Vietnam.

Los antecedentes a la cruenta guerra civil y la participación militar y diplomática de los Estados Unidos desde el punto de vista del gobierno norteamericano, encabezado por Lyndon Bird Johnson, está contenido en los Documentos de Leavenworth, un análisis del profesor Lawrence Yates, de la Escuela de Combate, Comando y Estado Mayor del Ejército de los Estados Unidos, en Texas.

El documento ofrece los detalles pormenorizados de toda la estrategia, causales y condicionales que llevaron a Johnson y su equipo de asesores a determinar el desembarco de los primeros 536 infantes de marina, el miércoles 28 de abril de 1965, desembarco que en su momento no fue considerado “intervención” porque las tropas “eran demasiado pocas y su misión demasiado pasiva”.

El informe, que consta de 218 páginas, se titula “Los documentos de Leavenworth. Número 15. Power Pack: Intervención de Estados Unidos en la República Dominicana, 1965-1966”.

El prólogo, escrito por el teniente general Gerald T. Bartlett, expresa que “el doctor Yates analiza los intereses que llevaron a la intervención norteamericana, después de remontarse a los orígenes de la crisis dominicana”.

El planeamiento conjunto, los arreglos de mando y control, y los esfuerzos de acopio de inteligencia que precedieron y siguieron a la introducción de los infantes de Marina y los paracaidistas norteamericanos en el país; las misiones de esas fuerzas y las dificultades que encontraron; la formación de una fuerza interamericana de paz que unilateralmente transformó la intervención en una empresa multilateral y la manera cómo las fuerzas militares proporcionaron la base sobre la cual se negoció una conciliación política”, aparecen de manera vívida y explicativa en este documento.

En la República Dominicana, a raíz del estallido armado para derrocar el Triunvirato presidido por el doctor Donald Reid Cabral, Estados Unidos desplegó en el curso de una semana una fuerza militar lo suficientemente grande como para ponerle fin a la guerra civil, suprimir una posible insurrección, asistir en la restauración del “orden y la democracia” y prevenir la toma del poder por los “comunistas”.

Para el general Bartlett, “la intervención en la República Dominicana
representa una aplicación exitosa del poder y la diplomacia norteamericana y un caso de estudio para los oficiales profesionales de hoy”.

Es decir, que en el gobierno norteamericano, el despliegue de las tropas de ocupación fue considerado como un éxito rotundo, ya que cumplió con la misión de impedir que los comunistas tomaran el poder y hacer sentir la presencia militar para posibilitar una conciliación política.

Pero, como siempre existe un pero, el informe da cuenta que la intervención experimentó una serie de errores en sus planes operacionales, que califica de obsoletos: malas comunicaciones y coordinación, planeamiento improvisado e instalaciones y personal inadecuados, sin embargo, refiere que “el verdadero valor de esta obra estriba en la identificación de estos problemas en un esfuerzo por comprender por qué ocurrieron y evitar que vuelvan a ocurrir”.

Y para el general de división del Ejército de los Estados Unidos, Frederick M. Frankls, hijo, director del Departamento de Interoperabilidad y Planes Operacionales (J-7) de la Junta de Jefes de Estado Mayor, “el caso de estudio de la República Dominicana
confirma de esta forma el valor de la historia militar para los oficiales que tratan de comprender las clases de operaciones militares combinadas y conjuntas que podrían ocurrir con mayor probabilidad en el mundo actual”.

Convulsión política

A raíz de la muerte del dictador Rafael Leonidas Trujillo Molina y la salida de sus descendientes directos y familiares del país, el doctor Joaquín Balaguer asumió la Presidencia de la República pero comenzó a retractarse de sus promesas democráticas. “En esto procedió igual que la familia a la cual sirvió”, dice el documento de Leavenworth.

Washington ayudó a forzar su renuncia y luego bloqueó un intento militar por devolverlo al poder. Finalmente, a inicios de 1962, el presidente John F. Kennedy consideró que existían buenas probabilidades para convertir a República Dominicana en lo que él llamó “un buen ejemplo de democracia” con la Alianza para el Progreso, y por tanto, le concedió su reconocimiento a un Consejo de Estado que había prometido elecciones libres al país.

El gobierno estadounidense también reanudó la ayuda económica y de otro tipo, que había sido eliminada durante el bloqueo al régimen de Trujillo. Es así cómo, para aumentar las posibilidades de instaurar una verdadera democracia y orden en el país, la administración Kennedy trató de organizar las fuerzas policiales y reducir el tamaño y las simpatías trujillistas en las Fuerzas Armadas regulares.

“Se volvió a instalar el Grupo Asesor de Asistencia Militar para la República Dominicana
y se firmó un nuevo acuerdo de asistencia militar. El presidente Kennedy imaginó a la República Dominicana como un campo de prueba entre la ideología revolucionaria de Cuba y los ideales democráticos de las sociedades libres”.

En este tubo de ensayo en que se convirtió la media isla, el principal obstáculo para unas verdaderas elecciones libres y democráticas no lo constituían los seguidores de Trujillo, “las amenazas norteamericanas los podían contener”, sino la herencia política del extinto dictador.

“Su reino de 30 años había dejado al país privado de una oposición política organizada y responsable. En 1962 emergieron no menos de 8 partidos importantes que se disputaban la candidatura presidencial y las posiciones en la Asamblea Nacional.
Estas organizaciones representaban todas las inclinaciones políticas, desde conservadores hasta comunistas. Pero los dos partidos que tenían más seguidores eran el centroderechista Unión Cívica Nacional (UCN) y el centroizquierdista Partido Revolucionario Dominicano (PRD)”.

De esta última organización política, el informe dice que fue fundada por Juan Bosch, a quien califica de «idealista, poeta y reformista”. Para sorpresa de las autoridades norteamericanas, Bosch ganó la Presidencia
con un evidente margen de dos a uno contra Viriato Fiallo, el candidato de la Unión Cívica Nacional, realizándose la toma de posesión en enero de 1963.

Al principio de su mandato, Washington ofreció a Bosch ayuda económica, técnica y militar, ésta última incluía un aumento en el grupo de asesores de asistencia militar de 5 a 45, y el Presidente Bosch, en respuesta, promulgó una Constitución “en un inicio, favorable a un experimento al estilo democrático norteamericano”.

El optimismo de Washington se fue al suelo cuando el primer mandatario dominicano “evidenció su ineptitud como político y administrador”, refieren los documentos de Leavenworth, y agrega el informe que “habiendo pasado en el exilio los últimos 24 años anteriores a las elecciones, Bosch se había apartado de las realidades de su país, pocos en la administración Kennedy habrían podido estar en desacuerdo con el retrato que de Juan Bosch, hiciera George Ball, calificándolo de “una persona irrealista, arrogante y errática”, considerándolo como “incapaz de administrar hasta un club social, mucho menos un país en caos. No me parece un comunista…sólo un estúpido pedante antiamericano obstinado en reformas sociales inalcanzables”. Hasta ese punto llegaban los norteamericanos cuando de sus intereses se trataba.

Las reformas iniciadas por el profesor Bosch, contenidas en la Constitución de 1963, entre las que se encontraban la negación de privilegios a la Iglesia
Católica, la cláusula que prohibía la expulsión de dominicanos hacia otras naciones, hizo fracasar las relaciones del mandatario con las autoridades norteamericanas y con la mayoría de los grupos económicos de República Dominicana.

En esta situación, el programa de reformas fracasó, “para desilusión de la izquierda, mientras que la renuencia a tomar una posición más fuerte contra los radicales, alarmaba a Washington, a los elementos conservadores en la sociedad dominicana y a los anticomunistas dentro de las Fuerzas Armadas. Mientras el gobierno degeneraba en un caos, un segmento archiconservador de las fuerzas militares dominicanas, dirigidas por el coronel Elías Wessin y Wessin, derrocó a Bosch el 25 de septiembre de 1963”.

Los antecedentes de la Revolución de Abril comienzan a gestarse a partir del golpe de Estado de 1963. Ya el gobierno de Washington tenía la mirilla puesta en República Dominicana, aunque no se atrevió a romper las relaciones diplomáticas, suspendió la ayuda y retiró a la mayoría de su personal oficial, “pero la oposición norteamericana fue débil y efímera. Pocos lamentaron el exilio de Bosch, y Kennedy, desilusionado por las pocas probabilidades de democracia y de progreso de la Alianza, no sólo en la República Dominicana, sino en la mayor parte de América Latina, decidió reconocer el nuevo gobierno, sin embargo, antes de dar a conocer públicamente su decisión, el Presidente Kennedy fue asesinado en Dallas, Texas, en noviembre de 1963”, dos meses después del derrocamiento del gobierno electo por el pueblo en elecciones libres.

Las fuerzas militares comandadas por Wessin y Wessin decidieron elegir un gobierno civil que respondiera a sus ideas y formaron el Triunvirato, compuesto en sus inicios por los doctores Emilio de los Santos, y Ramón Tapia Espina y el ingeniero Manuel Tavárez Espaillat. Entonces, “sorpresivamente” el doctor Emilio de los Santos renunció a la presidencia del Triunvirato en protesta por las medidas tomadas por las Fuerzas Armadas contra el movimiento guerrillero que en noviembre de 1963 encabezó el doctor Manuel Aurelio Tavárez Justo (Manolo), líder del Movimiento Revolucionario 14 de Junio (1J4) y fue sustituido por el doctor Donald Reid Cabral, quien asumió al poder en 1964.

De Reid Cabral, los documentos de Leavenworth refieren lo siguiente: “En 1964, Donald Reid Cabral, distribuidor de automóviles y miembro de una poderosa familia dominicana, surgió como la principal figura política en el período posterior a Bosch. Una renuncia dio como resultado el nombramiento de Reid Cabral como presidente de lo que en seis meses se había convertido en un Triunvirato compuesto por dos personas”.

En esta posición ejerció considerable poder, aunque no fue un poder absoluto. “Al igual que Bosch, podía recetar tratamientos para curar viejas enfermedades del país pero no podía forzar al paciente a tomar la medicina”.

Los bajos precios en las exportaciones agrícolas habían creado una grave crisis económica que Reid Cabral trató de aliviar imponiendo un régimen de austeridad en el país, cuya rigurosidad, junto a la tolerancia que evidenciaba hacia la corrupción y al contrabando, le ganaron la enemistad de grupos laborales, de negocios, de consumidores y de profesionales.

Igualmente, el informe militar indica que “los bien intencionados esfuerzos del Triunvirato por eliminar los excesivos privilegios de los militares y la corrupción de la Era de Trujillo, encolerizaron a los oficiales de alta jerarquía porque fueron despedidos o porque por lo menos tuvieron que padecer algunas penurias económicas, y también a los oficiales de rangos inferiores, que, consternados por la corruptibilidad de sus superiores, o simplemente ansiosos por encontrar oportunidad en las listas de ascensos, criticaron la lentitud y estrechez de las reformas. Bajo estas condiciones, la ascensión de Reid Cabral al poder no fue presagio de época dorad para la política dominicana”.

Es en este caldo de cultivo, en medio de una inestable fermentación de incesantes conspiraciones, intrigas y maquinaciones, que los asuntos prácticos opacaban a las cuestiones de principio, aunque nunca las suprimieron totalmente. En tanto, los grupos de oposición actuaban inspirados en una mezcla de practicidad e ideología de principios y rápidamente el tema de la legitimidad del gobierno de Reid Cabral se convirtió en el punto medular de las discusiones políticas de entonces.

“En la extrema izquierda, los tres partidos comunistas del país: El Partido Socialista Popular –pro Moscú-, el Movimiento Popular Dominicano –maoísta-, y el Movimiento Revolucionario 14 de Junio -de la línea de Fidel Castro-, el más grande y militante de los tres, denunciaron la ilegalidad del Triunvirato en un esfuerzo por desacreditar al régimen y volver a ganar la libertad de acción de que habían disfrutado bajo la Constitución de 1963.

Aunque los tres partidos buscaban apoyo popular exigiendo la reinstalación de Bosch como Presidente de la República, reñían entre ellos acerca de las tácticas, y, a pesar de un frente unido, esquivaban la cooperación de partidos imperialistas más moderados, que también buscaban el regreso de Bosch al poder”, precisa el documento.

Así las cosas, los seguidores más moderados de Bosch, miembros del depuesto Partido Revolucionario Dominicano y efectivos del Ejército Nacional, la Fuerza
Aérea Dominicana y la unidad élite de hombres rana de la Marina, se reunían a menudo para tratar el tema de la reinstauración del ex presidente en el Palacio Nacional.

Algunos de los miembros de las Fuerzas Armadas deploraban sinceramente el golpe de Estado de 1963, y otros actuaban con miras a ascender en sus “estancadas carreras”, cualquiera que fuera el motivo, una facción numerosa de las fuerzas militares conspiró junto a varios líderes del PRD para derrocar a Reid Cabral y restaurar a Juan Bosch en la Presidencia.

Debido a que a Bosch no se le había permitido completar el término de su mandato, los conspiradores militares y del PRD argumentaban que su reinstalación no necesitaba confirmarse con nuevas elecciones; los miembros militares a favor de Juan Bosch, “desempeñarían una función vital en los sucesos futuros, gracias a su habilidad para mantener en secreto su complot y al éxito que tuvieron llenando sus filas con compañeros conspiradores después de la purga gubernamental realizada contra oficiales acusados de deslealtad”.

Un ejemplo de la recuperación de su poder, ocurrió poco después del golpe contra Bosch en septiembre de 1963, cuando el Triunvirato despidió 18 tenientes y capitanes pro Bosch que enseñaban en una academia militar cerca de la ciudad. El director de estos académicos, el teniente coronel Rafael Fernández Domínguez, fue asignado a España, pero aun así, Fernández Domínguez y los instructores continuaron conspirando y alistaron al teniente coronel Miguel Angel Hernando Ramírez, amigo cercano de Fernández Domínguez, como el nuevo jefe de los disidentes militares.

El documento de Leavenworth, respecto de esta situación refiere «en ningún momento el gobierno del Triunvirato, Reid Cabral o el personal de la Embajada de los Estados Unidos llegó imaginar el grado en que los seguidores de Bosch habían infiltrado las filas medias e inferiores de las fuerzas militares, especialmente en el Ejército”, lo que significa un voto de reconocimiento a la labor de los “conspiradores”.

Expresa el informe que la mayor preocupación del triunviro Donald Reid Cabral la constituían los oficiales de mayor graduación del Ejército asignados a la base militar de San Cristóbal. “no era secreto su disgusto con el programa contra la corrupción, ni el hecho de que varios de ellos estaban conspirando conjuntamente con los seguidores de Balaguer para traer al ex presidente del exilio. La pregunta de que si Balaguer podría reclamar la Presidencia
por derecho, o si optaría por iniciar una campaña electoral durante la cual una junta militar podría gobernar en lugar de Reid Cabral, fue lo que dividió a los generales”.

Entre los que favorecían la idea de la junta militar encontraron simpatizantes dentro del Partido Reformista, cuyo líder era el ex presidente Balaguer -en el exilio-, y “sorprendentemente, entre muchos de los miembros del Partido Revolucionario Dominicano de Bosch, y para complicar el panorama aún más. Algunos de los generales de San Cristóbal estaban confabulando para establecer una unta militare independiente alineada lejos de Bosch y de Balaguer”.

Es en esta situación, que el gobierno de Reid Cabral se mantenía de manera precaria, y en tono a este estado de cosas, el documento de Leavenworth es bastante explícito cuando expresa:

“Considerando que grandes porciones del Ejército regular y prácticamente todos los grupos políticos interesados se inclinaban por derrocar a Reid, es un milagro que éste sobreviviera su primer año en la Presidencia. El
hecho de que sí lo hiciera sugiere que no estaba desprovisto de una base de poder”.

De hecho, su régimen se apoyaba en dos pilares. Uno era Estados Unidos, el otro, Elías Wessin y Wessin, recién ascendido a general después de su desempeño en el golpe de Estado contra Bosch, y comandante del Centro de Entrenamiento de las Fuerzas Armadas, el temido CEFA, un grupo élite de casi dos mil soldados de infantería especialmente adiestrados y entrenados, los que, a diferencia de las unidades regulares, poseía tanques, cañones sin retroceso y artillería, cuerpo creado por Trujillo como una unidad independiente para proteger su dinastía y también para vigilar al mismo tiempo a la Marina
de Guerra, la Fuerza Aérea
y el Ejército Nacional.

Aunque los oficiales que integraban los cuerpos castrenses tradicionales estaban al mando de tropas numéricamente mayores que las del CEFA, éstas estaban dispersas en toda la geografía nacional con excepción de tres batallones del Ejército y una unidad de hombres rana de la Marina, las fuerzas militares comunes estaban entrenadas y equipadas mediocremente.

“Por esta razón, las fuerzas militares regulares se sentían ofendidas y temían al mismo tiempo a las fuerzas del CEFA y al poder que Wessin y Wessin había reunido como su comandante. Con base en San Isidro, a menos de diez millas al Este de Santo Domingo, el CEFA se encontraba ubicado en la Base Aérea
19 de Noviembre; reunido, este poderoso conjunto concentraba en San Isidro a 4 mil soldados armados, todos los tanques de las Fuerzas Armadas y la mayoría del poderío aéreo del país. Todos en la República Dominicana
saben que quien controla a San Isidro, controla al país”, revela el informe militar norteamericano.

Elías Wessin: El poder detrás del trono

Del controvertido oficial, quien ha participado en el devenir del país de los últimos 35 años, el documento de Leavenworth lo define como “competente oficial y enérgico anticomunista, Wessin controlaba San Isidro y por lo tanto se le consideraba el poder detrás del trono. Se consideraba a sí mismo el guardián del orden y el principal defensor contra l ideología izquierdista en el país. Respondía únicamente al Presidente, quien, en el caso de Reid Cabral, incentivó o se esforzó muy poco por mejorar las condiciones de vivienda y alimentación para mantener al general y a sus hombres aplacados”.

Wessin, al decir del profesor Yates, consideraba que él y sus hombres le habían allanado el camino del poder a Donald Reid Cabral, por lo que pensaba que “con igual facilidad podrían remover de la Presidencia, aun bajo la protesta norteamericana”, pero a medida que pasaba el tiempo, Reid Cabral empezó a dar por sentado el apoyo irrestricto de Wessin y en un movimiento calculado para acallar las críticas de las fuerzas militares regulares respecto de su favoritismo hacia el CEFA, el presidente del Triunvirato hizo saber públicamente que consideraba temporal su alianza con el general.

Esto constituyó un desaire para el alto oficial, quien, no obstante continuó ayudando al gobierno a eliminar a todos los enemigos que podía descubrir en las fuerzas militares. “Reid había hecho un disparate que podría costarle bastante, ya que, en el caso de un intento de golpe de Estado, ¿podría Wessin apoyar al régimen que lo había desairado deliberadamente? Los conspiradores apostaron que no lo haría, pero al igual que con sus predicciones sobre el comportamiento de los Estados Unidos, no estaban seguros de lo que haría. Habiendo sido esencial para forzar la renuncia de Balaguer, Wessin no apoyaría fácilmente el regreso del presidente anterior”.

¿Razones? Sencillas. Wessin no apoyaría a quien había derrocado personalmente porque lo consideraba comunista, sin embargo, algunos conspiradores pro Bosch creían que el general, frente a un hecho consumado y a deserciones masivas de los militares, tendría que acceder al retorno del profesor Juan Bosch. “Otros pensaban mejor. Si él abandonaba a Reid Cabral, era más factible que se uniera a aquellos generales que abogaban por una junta militar independiente”.

Lo más raro de todos estos sucesos, fue que a medida que aumentaban los rumores de un inminente golpe de Estado, el embajador norteamericano en el país, William Tapley Bennett, hijo, y el general Wessin seguían apoyando a Reid Cabral, cada uno por diferentes motivos, aunque tenían uno en común, “pensaban que a pesar de sus defectos, Reid era preferible a Balaguer o Bosch, los dos únicos dominicanos que podían contar con suficientes partidarios para destituir al gobierno, ya mediante un golpe de Estado o elecciones libres. Según sucedió, la promesa de elecciones libres precipitó el golpe de Estado”.

Con todo, Reid Cabral programó las elecciones para septiembre de 1965 y la Embajada de los Estados Unidos aplaudió la decisión, anticipando que “el actual gobierno temporal ganaría los escrutinios, pero en la búsqueda de ese fin, el presidente mostró ser su propio enemigo. El caótico escenario político y el desmejoramiento de la crisis económica lo habían dejado vulnerable”. Estos fueron los próximos pasos para el desenlace final que provocó la guerra civil y la posterior invasión norteamericana.

Lunes, 21 de abril de 1997

Estados Unidos advertía descontento en población civil y mandos militares

P

oco a poco, el descontento iba afrentándose no solamente en la población civil, sino en los mandos armados dominicanos. Uno de los detonantes que precedió a la “Revolución de Abril de 1965”
fue la posposición de manera indefinida de las elecciones que se celebrarían ese año, de parte del presidente doctor Donald Reid Cabral, así como la cancelación de un grupo de oficiales del Ejército, los que estarían involucrados en el complot para retornar al profesor Juan Bosch a la Presidencia. En
ese discurrir llega el mes de abril y los acontecimientos se precipitan.

La versión está contenida en los Documentos de Leavenworth, un análisis del profesor Lawrence Yates, de la Escuela de Combate, Comando y Estado Mayor del Ejército de los Estados Unidos, en Texas.

Los preparativos del gobierno del doctor Reid Cabral para celebrar las elecciones en septiembre de 1965 iban supuestamente “viento en popa” con los auspicios del gobierno estadounidense pero en la medida en que se daba cuenta de la extrema inseguridad de su posición política, el presidente dominicano comenzó a insinuar acerca de una posposición de la fecha de los comicios y a comentar que “ciertos individuos desestabilizadores”, llamados Bosch y Balaguer, no se podrían tomar en cuenta como candidatos.

El caos en el orden político, económico y social era patente. Esto, sumado a la retórica de Reid Cabral, en lugar de aprovechar la división latente que había entre sus oponentes, unió a sus enemigos cada vez más, mientras tanto, el elemento pro Bosch entre los conspiradores contra el Triunvirato esperaba con poca convicción que Estados Unidos garantizara unas elecciones libres.

Fue esta situación de inseguridad y tambaleo de Reid Cabral que llevó al grupo de la oposición a decidir que de no presentar el gobierno norteamericano las garantías necesarias para efectuar los comicios en la fecha prevista, el primero de junio, primer día de la campaña electoral, tomaría acciones para derrocar al gobierno.

Llega el mes de abril de 1965 y la Embajada de los Estados Unidos todavía no había dicho si insistiría en las elecciones nacionales, ya que los informes de los agentes de la Central Intelligence
Agency (CIA) no eran muy alentadores al respecto.

Un candidato sin fuerzas

“Una encuesta de la CIA indicaba que en unos comicios libres, Reid Cabral recibiría no más de un 5 por ciento de los votos, mientras que Balaguer posiblemente obtendría el 50 por ciento y Bosch un 25 por ciento. Lo que se debería hacer en vista de esta inquietante noticia dividió a las autoridades políticas de la Embajada, algunos, incluyendo a Bennett, favorecieron explorar alternativas no electorales que podrían mantener a Reid Cabral en el poder; otros abogaron por facilitarle la retirada y buscar la base para llegar a un convenio con Balaguer”, manifiesta el documento de Leaveworth.

Pero el debate tendría que dilucidarse y decidirse en Washington. Todos consideraron los riesgos involucrados en tardar la decisión, y a medida que aumentaban los rumores de un golpe de Estado, el embajador Bennett advirtió a Washington que “pequeñas zorras, algunas de ellas Rojas, estaban mordiendo las uvas”, en referencia a la amenaza de los “comunistas” de hacerse con el poder.

Detonante de la Revolución: Despiden oficiales

Cuando parecía que el tiempo se estaba acabando, Reid Cabral, el 22 de abril de 1965 despidió a 7 oficiales jóvenes envueltos en el complot para regresar al depuesto presidente Bosch al poder. Los funcionarios de la Embajada creyeron en ese momento que tendrían tiempo suficiente para maniobrar y deliberar antes de que Estados Unidos decidiera cómo manejar la situación.

Los miembros de la legación diplomática se confiaron demasiado. Creyendo que con el despido de los 7 oficiales las cosas volverían a tomar su rumbo, al día siguiente, viernes 23 de abril, el embajador Bennett salió rumbo a Georgia a visitar a su madre que se encontraba en delicado estado de salud, para pasar después por Washington a presentar el caso de República Dominicana y buscar ayuda gubernamental para Reid Cabral.

A cargo de la Embajada quedó el jefe auxiliar de la misión, William Comte, hijo, quien tenía solamente seis meses en el cargo.

“La misión militar norteamericana acantonada en Santo Domingo también bajó la guardia, envió a doce de sus trece miembros a una conferencia en Panamá. El director de la AID y el asesor de seguridad pública asignados a la Embajada estaban en Washington, y el agregado naval, un teniente coronel de la Marina, se fue de fin de semana al interior, a un viaje de cacería de patos con el general Antonio Imbert Barreras, uno de los dos únicos sobrevivientes entre los ajusticiadores de Trujillo. Imbert también era uno de los pocos generales que no estaba activamente comprometido en alguna conspiración contra el gobierno, quizá porque su rango era honorario y su relación con las fuerzas militares regulares era tensa”, según dice el informe en la página 27.

Y continúa explicando que el hecho de que el embajador, la mayoría de los asesores militares y otras autoridades norteamericanas claves se encontraran fuera de Santo Domingo a inicios del último fin de semana de abril “fue un vívido testimonio de la habilidad de los conspiradores pro Bosch de retener un alto grado de reserva, incluso después de la pérdida de siete de sus miembros y de la incapacidad de las autoridades norteamericanas encargadas de reunir inteligencia, de penetrar los grupos de oposición”.

Rápidamente se hizo claro que el despido de los oficiales el 22 de abril, lejos de proporcionar al gobierno un descanso político, eliminó el tiempo que le quedaba para solucionar la creciente crisis política, pues, temerosos de que un retraso pudiera poner en peligro el complot, los conspiradores adelantaron la fecha del golpe del 1º de junio al 26 de abril, “también decidieron que cualquier movida de Reid Cabral contra sus rangos antes del 26 ocasionaría una acción inmediata contra su régimen. Fue una decisión previsora”.

Inicia la Revolución: Apresan jefe de Estado Mayor EN

El sábado 24 de abril, día decisivo para la República Dominicana, el jefe de Estado Mayor del Ejército, general Marcos A. Rivera Cuesta, informó al presidente Reid Cabral que había descubierto a cuatro oficiales más que estaban en el complot contra el gobierno, y el ejecutivo, ajeno todavía a la magnitud del sentimiento a favor de Bosch dentro de las fuerzas militares, ordenó a Rivera Cuesta que los despidiera.

“Cuando el jefe de Estado Mayor llegó al cuartel general del Ejército sin escolta armada –un movimiento que Reid Cabral calificó posteriormente de estúpido–, fue arrestado por los conspiradores. El golpe de Estado estaba en marcha dos días antes de lo programado, por lo que la mayoría de los conspiradores fueron tomados por sorpresa cuando se les llamó, y luego al regresar a sus puestos y ser informados de los acontecimientos ocurridos en la mañana”.

Un dato curioso en este primer día de la insurrección, que se hace notar expresamente en los documentos de Leavenworth es que hasta que las unidades comprometidas en el complot se organizaron y otras pudieron ser persuadidas de unírseles, el coronel Hernando Ramírez “no podía implementar su plan de operaciones militares contra el gobierno porque como dijera un analista en esa oportunidad, el teléfono, mucho más que la ametralladora, fue el arma que se usó el primer día de la revuelta constitucionalista”.

Lo primero que se hizo fue notificar a los oficiales y a los civiles comprometidos en la conspiración. Y ya en la tarde del sábado, entre mil y mil 500 militares desafectos al Triunvirato, en su mayoría procedentes de un batallón del Ejército en el Campamento 16 de Agosto y la unidad de 250 hombres del Campamento de Artillería 6 –ambos ubicados al noroeste de a ciudad—fueron los primeros que se unieron al esfuerzo para derrocar a Reid Cabral, así como otro batallón del Campamento 27 de Febrero; y en la tarde del 24, el Batallón Mella, en San Cristóbal, también prometió su apoyo.

“El PRD y otras organizaciones civiles anti Reid, incluyendo los comunistas, también estaban movilizando sus recursos”. Otro dato curioso que llama la atención y que consigna el profesor Yates, es que “por una casualidad, José Francisco Peña Gómez, uno de los jefes civiles de la conspiración, recibió noticias de la revuelta mientras emitía una transmisión radial. Rápidamente anunció que el gobierno había sido derrocado y llamó a todos los simpatizantes a lanzarse a las calles; miles se volcaron a la celebración”.

“Tomada por sorpresa, la Policía no hizo ningún esfuerzo por detener las demostraciones; esa falta de acción aumentó el sentimiento general de que el informe de Peña Gómez era verídico, mas no era así. Reid Cabral no había capitulado y estaba tratando frenéticamente de determinar lo que estaba sucediendo. En la misma situación se encontraba el personal de la Embajada de los Estados Unidos, que empezaba a recibir con frecuencia informes conflictivos de sus contactos locales”, se puntualiza en los documentos de Leavenworth.

El panorama político que se estaba presentando era confuso, impreciso y alarmante, como para hacer que Connett despachara un cable a Washington marcado “CRITICO UNO”, el que empezaba diciendo: “Santo Domingo está lleno de rumores sobre un derrocamiento”.

Cuando Conté envió el cable, la unidad del CEFA agregada a la guardia del Palacio Nacional se estaba movilizando hacia Santo Domingo, que había sido tomada por los conspiradores temprano en la tarde. Las fuerzas militares que participaban en la revuelta todavía no habían entrado a la ciudad, y la desarmada población no podía hacerle frente a los tanques del CEFA.

Las fuerzas pro gubernamentales recapturaron la estación de radio y procedieron a arrestar a varios “agitadores”. Más tarde, Donald Reid Cabral transmitió un discurso a través de la radio y la televisión, en el que aseguró al país que tenía control de la situación, explicando de paso el origen de la revuelta militar y las medidas que se estaban tomando para suprimirla, dando a los conspiradores un plazo hasta las 6 de la mañana del día siguiente para rendirse, al tiempo que anunció la implantación del toque de queda.

El asesor Conté, “obedientemente informó del discurso a Washington pero no pudo dar información adicional sobre la situación. Las autoridades de la Embajada de los Estados Unidos no podían identificar a una organización o a un grupo político como responsable del levantamiento, pero sí señalaron la presencia de los jefes laboristas izquierdistas y de los fanáticos de la clase izquierdista del PRD, entre los manifestantes”.

Los cables enviados al Departamento de estado desde el país advertían, sin embargo, “los comunistas parecían estar envueltos en el levantamiento”, por lo que durante el primer día de la crisis, la Embajada suscitó el tema ideológico, “que dominaría las deliberaciones de los formuladotes norteamericanos de políticas en los días venideros y la controversia pública sobre la intervención armada en los años subsiguientes”.

Así las cosas, al atardecer del sábado 24, los sucesos en Santo Domingo habían culminado con la aparición pública de Reid Cabral, lo que dio la impresión de que el Triunvirato había restablecido su autoridad y de que casi se había suprimido la revuelta; esta impresión fue apoyada por los errados informes de la Embajada que daban cuenta de que Wessin y Wessin y otros militares claves se estaban agrupando rápidamente en apoyo de Reid Cabral.

El informe da cuenta de que “el grado en que esta impresión estaba equivocada se hizo evidente el domingo, cuando lo que había empezado como un intento de golpe de Estado acompañado de demostraciones antigubernamentales, se tornó en una guerra civil en las calles de la capital”.

Los informes de la inteligencia que llegaron a la Embajada
de los Estados Unidos en la mañana del domingo indicaban que casi dos tercios del Ejército acantonado en Santo Domingo y sus alrededores se había sublevado y estaba armando a los civiles simpatizantes y en la noche del 24-25 de abril fuerzas rebeldes entraron a la capital, capturaron una estación de bomberos, establecieron una posiciones defensivas en sitios claves y continuaron armando a los civiles.

“Los extremistas izquierdistas ahora parecían estar agrupándose, estableciendo puestos de mando, distribuyendo armas reunidas en arsenales militares e incitando a la violencia. Voceros militares y rebeldes del PRD demandaron el derrocamiento de reid Cabral y el retorno al gobierno constitucional, ocasionando con esta última demanda que se bautizara su movimiento con el nombre de “Constitucionalistas”.

Las fuerzas constitucionalistas retomaron la estación de Radio Santo Domingo y avanzaron hasta la Fortaleza Ozama, “uno de los principales arsenales en la ciudad”.

En relación al papel de la Policía Nacional, los documentos de Leavenworth dicen textualmente: “La policía local, ahora superada en armas por los rebeldes no hizo intento alguno por intervenir. Tal como Piero Gleijeses irónicamente observó, el jefe de la Policía, general Hernán Despradel Brache, ansioso por no quedar alineado con el grupo perdedor, cualquiera que éste fuese, descubrió con insospechada agilidad mental…el concepto de una fuerza policíaca apolítica”.

La “neutralidad” de la Policía, no obstante, no garantizó su seguridad. “El recuerdo de sus tácticas represivas –apalearle un poco el sentido común a la oposición—todavía estaba vivo. Así, los policías se quitaron sus uniformes a medida que se extendía el rumor de que muchos de sus compañeros habían sido ejecutados sumariamente por grupos insurrectos de civiles armados, especialmente por jóvenes pendencieros que se llamaban a sí mismos Los Tigres”, refiere el informe en cuestión.

Al ver Reid Cabral que los rebeldes habían entrado a Santo Domingo, se dedicó a redoblar los esfuerzos que había iniciado el sábado 24 en la tarde para asegurar el apoyo de altos jefes militares. El jefe de Estado Mayor de la Marina de Guerra, comodoro Francisco Rivera Caminero, prometió su apoyo al triunviro, al igual que el general Wessin, ambos hablaron a Reid y a los agregados militares norteamericanos sobre la inminente acción militar, “pero ninguno de los dos hizo hada por proteger al gobierno, incluso después que en las primeras horas del domingo 25, Reid Cabral nombrara a Wessin secretario de las Fuerzas Armadas”.

Le toca el turno a Wessin y Wessin

Esta vez le tocó el turno a Wessin y Wessin de devolver el desaire público que le había hecho Reid Cabral cuando se refirió a la relación entre el Triunvirato y el CEFA, al adoptar un enfoque cauteloso en el que “el oportunismo excedió al deber hacia un régimen impopular”.

Contrario a los golpes anteriores en los que había participado, en esta ocasión el todopoderoso jefe del CEFA, ya secretario de Estado, se enfrentaba a unas Fuerzas Armadas de tamaño incierto; sus tanques podrían ser capaces de someter a los rebeldes pero no estaba seguro, “y perder sus tanques significaba perder su poder”, dice Yates en el documento.

Agrega que Wessin tenía buenas razones para dudar de la lealtad de la Fuerza
Aérea en San Isidro, ya queso las tropas del CEFA marchaban hacia la ciudad capital y la fuerza se dividía, “podría tener que hacer frente a fuerzas hostiles en el frente y en la retaguardia. Basado en estos cálculos, le pareció más prudente pararse firme en San Isidro y dejar que se desarrollara la situación”.

Este estado de cosas, junto a la renuencia pública del jefe de Estado Mayor de la Fuerza Aérea, general de brigada Juan de los Santos Céspedes, de combatir a los rebeldes, le dio a Wessin la excusa que necesitaba para su falta de acción.

“Denunció a la Fuerza Aérea por su falta de apoyo y en una conversación con Reid el domingo en la mañana, le explicó que los tanques de San Isidro no se podían enviar contra los rebeldes sin contar con la protección aérea”, lo que demuestra además, las desavenencias existentes entre los diferentes mandos armados en la época de la Revolución.

Intervención no va, dice Washington

Al comprender que Reid Cabral no podría contar con el apoyo de sus fuerzas militares, William Conté, quien estaba a cargo de la Embajada, llamó a Washington y conferenció con Kennedy M. Crochet, director del Departamento de Estado para el Area del Caribe, sobre los diversos cursos de acción que los Estados Unidos podrían tomar. Todavía es domingo 25.

“Ambos descartaron en ese momento la posibilidad de una intervención norteamericana para salvar a Reid; acordaron, en su lugar, que el mejor medio para evitar un derramamiento de sangre y evitar la toma del poder por los comunistas era incitar a los jefes militares de ambos lados a establecer una junta temporal que se comprometiera a llevar a cabo elecciones en otoño”.

Al discutir esta alternativa, Connett y crochet calcularon mal dos puntos, “ambos dieron por sentado el apoyo popular al establecimiento de una junta y asumieron que los oficiales rebeldes estarían anuentes a esta solución, ahora que la participación comunista había contaminado el movimiento insurreccional”.

A esto siguió el mensaje oficial del Departamento de Estado instruyendo a conté a estimular las negociaciones a favor de una junta militar, aunque este documento no llegó a manos del jefe asistente hasta después de su reunión de media mañana con Reid Cabral, en la que éste último manifestó poco interés por la idea del establecimiento de una junta.

El documento expresa en torno a este punto, que “no es que las reservas que sintiera Reid importaran en ese momento, pues los agregados militares norteamericanos ya estaban discutiendo la formación de la junta militar con líderes militares dominicanos, haciendo así menos posible que sus unidades salieran en defensa de Reid, tampoco Estados Unidos lo haría, y así se lo informó Conté al “americano”, como llamaban al triunviro en el seno del pueblo”.

Al comprender Reid Cabral lo irremediable de su situación, se rindió ante lo inevitable. “Poco después de su reunión con Connett, llamó a la Embajada de los Estados Unidos y anunció su intención de renunciar al poder a favor del establecimiento de la junta militar, para entonces, su gesto fue en vano. En una hora, las tropas constitucionalistas bajo el mando del coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, se tomaron el Palacio Nacional y arrestaron a Reid Cabral. Todavía no se había formado la famosa junta a la que según había dicho el triunviro, le entregaría el poder”.

Quién y qué llenaría el vacío político, era la preocupación de todos los partidos interesados, aunque persistía la idea de la junta militar, tal como fuera expresado por Estados Unidos, idea que fue bien recibida por los oficiales militares llamados “leales”, que no se habían sumado a la revuelta, “y los oficiales rebeldes indicaban que estaban dispuestos a discutir el asunto”.

“Pero a medida que avanzaba el día, Connett empezó a perder las esperanzas en estas negociaciones, los rebeldes estaban claramente a cargo de la situación y no tenían ningún motivo para ceder, más aún, los informes de la CIA indicaban que los jefes comunistas, cuya influencia en las calles parecía aumentar por horas, nunca estarían de acuerdo con el establecimiento de un gobierno militar”.

Yates manifiesta en su informe que el vocero más expresivo entre los civiles y militares rebeldes –se refería a José Francisco Peña Gómez–, declaró la intención de devolver el poder a Bosch y al gobierno constitucional.

Los planes ya se estaban ejecutando para traer al ex presidente del exilio en Puerto Rico, en tanto, el profesor Bosch había autorizado a sus seguidores el establecimiento de un gobierno provisional a cargo del “prominente político del PRD, José Rafael Molina Ureña”. A partir de la toma de posesión de Molina Ureña, los acontecimientos se desencadenaron, provocando la división entre los aliados.

Martes, 22 de abril de 1997

Informe revela:

Estados Unidos temía Bosch instaurara comunismo

L

a toma de posesión del doctor Rafael Molina Ureña y el intento de retornar al profesor Juan Bosch al gobierno constitucional interrumpido el 25 de septiembre de 1963, provocó funestas consecuencias, según el análisis del profesor Lawrence Yates en los documentos de Leavenworth, ya que las acciones dividieron irreparable e irremisiblemente la coalición anti-Reid Cabral pero al presidente estadounidense se le vendió la idea de que existía el riesgo de convertir a República Dominicana en una segunda Cuba, lo que restaría y dañaría la credibilidad del Coloso del Norte en todo el hemisferio Occidental y en Oriente, hacia donde se preparaba la invasión armada a Vietnam.

En Santo Domingo, varios jefes militares que se habían unido a la revuelta a favor del doctor Joaquín Balaguer y que tenían las esperanzas puestas en una junta militar, encontraron inaceptable el regreso del ex presidente Bosch, y antes de que Molina Ureña fuera juramentado como presidente provisional el domingo en la tarde –estamos hablando del domingo 25 de abril de 1965–, el general de los Santos Céspedes se divorció de la causa rebelde e informó al agregado de la Fuerza Aérea de Estados Unidos que la Fuerza Aérea
Dominicana, junto a las tropas élites del general Wessin y Wessin, pelearían con el objeto de impedir que Bosch retornara al país y a la Presidencia.

Temor al comunismo

Ante esa circunstancia, Connett informó al Departamento de Estado que las tropas leales confirmaron que “el retorno de Bosch significaría la entrega del país al comunismo”.

Esto provocó que el domingo 25, al atardecer, los leales pusieran en marcha sus amenazas, cuando los P-51 de la Fuerza Aérea atacaron el Palacio Nacional, los dos campamentos y las posiciones de los rebeldes al Oeste del puente Duarte.

“Los ataques convirtieron el golpe de Estado en una guerra civil, las negociaciones sobre la formación de la junta militar, que nunca parecieron concretarse, se derrumbaron inmediatamente. Más civiles de las clases media y baja en Santo Domingo se lanzaron a las calles en apoyo del alzamiento; algunos rebeldes tomaron de rehenes a las familias de los pilotos de la Fuerza Aérea
leales, y amenazaron en la televisión con transportarlos a los lugares que estaban siendo atacados por las fuerzas gubernamentales”.

Ataque al Palacio Nacional con apoyo de Estados Unidos

El empleo de la fuerza, según la consideración de Yates en su informe, y la reacción de los rebeldes empeoró la división entre ambos lados y eliminó, bajo las circunstancias existentes, cualquier otra solución a la crisis que no fuera la militar, y refiere que “los ataques de los leales al Palacio Nacional y a otros blancos fueron iniciados con el conocimiento y el “mal dispuesto” apoyo de la Embajada
de los Estados Unidos”.

Las razones de este apoyo oculto estuvieron fundadas en la oposición del personal de la Embajada al regreso del profesor Bosch, “debido a la participación extremista en el golpe y al anuncio del apoyo comunista al regreso, considerado favorable a sus intereses a largo plazo”, informó Connett de nuevo a Washington antes del ataque de los leales a las posiciones rebeldes, por lo que dicho ataque fue considerado por la Embajada como “el único curso de acción que tenía alguna verdadera posibilidad de impedir el regreso de Bosch y contener el creciente desorden y violencia de las turbas”.

Con la mayor impasibilidad del mundo, Connett continúa su informe a Washington con las siguientes palabras: “Reconocemos que tal curso de acción puede significar mayores derramamientos de sangre pero consideramos que debemos estar preparados para asumir este riesgo”, o lo que significaba que poco importaba a los intereses norteamericanos en el país que sangre dominicana corriera, con tal de llevar a efecto sus planes de impedir el regreso de la constitucionalidad.

Connett agrega en su información que, “mientras, la Embajada
está haciendo todo lo posible por minimiza la violencia”, y concluyó, “nuestros agregados le han recalcado a los tres jefes militares nuestra profunda convicción de que se debe hacer todo lo posible por impedir la toma del país por los comunistas y mantener el orden público”, y a medida que República Dominicana se aproximaba a una guerra civil, los funcionarios de la Embajada norteamericana ya habían definido por ellos y por Washington cuáles eran los lados del conflicto y a cuál de ellos debería apoyar Estados Unidos.

“Para cuando el cortante análisis de Connett llegó a Washington el domingo en la tarde, ya se habían transmitido suficientes mensajes entre la Embajada y el Departamento de Estado para alertar a la administración sobre el hecho de que se podría tener entre manos una grave crisis y hacer que se pusieran en marcha algunas medidas para seguir mejor los sucesos en República Dominicana y manejar la reacción de Estados Unidos”, pero surge el problema.

Tal como estaban las cosas en Santo Domingo, las autoridades claves de la Embajada estaban fuera del país o eran nuevas y no tenían conocimiento ni control de la situación.

Sorprendió a Estados Unidos

“El presidente Johnson se encontraba en Camp David, en donde el sábado en la tarde fue notificado de los acontecimientos por Thomas Mann, subsecretario de Estado para Asuntos Económicos y ex director de las actividades norteamericanas en América Latina. El reemplazo de Mann como subsecretario de Estado para Asuntos Latinoamericanos, Jack Vaughn, estaba asistiendo a una conferencia en Ciudad de México; su asistente, Robert Sayre, hijo, nada más tenía una semana de experiencia en su nueva posición; lo mismo sucedía con William Bowler, el especialista de la Casa Blanca para América Latina.

“El embajador Bennett todavía no había llegado a Washington –continúa el informe–, había escuchado sobre el golpe de Estado contra Reid Cabral en el radio de su carro mientras se encontraba en Georgia. Otros especialistas dominicanos estaban fuera del país durante el fin de semana, y para complicar aún más las cosas, era inminente un cambio de personal en dos posiciones importantes. El 28 de abril, el director de la Agencia Central
de Inteligencia (CIA), John McCone, se jubilaría y sería reemplazado por el almirante William Raborn, un neófito en el mundo de la inteligencia, quien conocía muy poco de las capacidades o el modus operando de la CIA. El 30 de abril, el almirante Thomas Moorer reemplazaría al almirante H. Page Smith como comandante en jefe del Comando del Atlántico”.

A pesar de todo, el presidente Johnson no salió de Camp David hasta el domingo en la noche; durante todo el día se mantuvo en contacto telefónico con sus principales asesores en política exterior sobre la situación en Santo Domingo y programó celebrar una reunión con ellos a su regreso.

“No obstante las numerosas llamadas telefónicas, el presidente Johnson parecía estar extremadamente de buen humor durante su viaje a Washington, la sensación de urgencia que se sentía en la Embajada norteamericana en Santo Domingo todavía no se había infiltrado en las más altas esferas en casa; sin embargo, ya se empezaba a sentir entre los latinoamericanistas en el Departamento de Estado. Aún antes de que el presidente se hubiera despertado el domingo en la mañana, funcionarios del Departamento de Estado al recibir el mensaje de Connett de que la situación se estaba deteriorando rápidamente, habían establecido una fuerza de tarea dominicana “ad hoc” en el Centro de Operaciones del ministerio”.

A medida que se desarrollaba la crisis en República Dominicana, la fuerza de tarea, compuesta por personal del Departamento de Estado, el Ministerio de Defensa y la CIA, trabajaría en un puesto de mando abierto 24 horas, con la finalidad de reunir, procesar y divulgar información, así como planear y tomar decisiones que no necesitaban ser autorizadas por el presidente Lyndon B. Johnson; el puesto de mando estableció enlace directo con Santo Domingo y la mayoría de los cables y llamadas telefónicas desde y hacia la Embajada se hacían a través de esa fuerza de tarea, que operaba generalmente bajo la supervisión del subsecretario Thomas Mann.

Centran atención político-militar en RD

En esas se encontraban los funcionarios en Washington, los que consideraron necesario ampliar la coordinación diplomático-militar, y los miembros del puesto de la fuerza de tarea intercambiaron posiciones con oficiales y civiles del Centro del Comando Militar Nacional, la instalación en el Pentágono que proporcionaba canales de comunicación a todos los mandos y bases militares a la Casa Blanca y a otras agencias de Washington.

“En el acopio y divulgación de información militar, este centro funcionó de manera bastante parecida al Centro de Operaciones del Departamento de Estado, pero difería en un aspecto muy importante, mientras que el Departamento de Estado como materia de procedimiento, mantenía enlace directo con las embajadas norteamericanas alrededor del mundo, el procedimiento normal en el lado militar establecía que en la mayoría de los casos, las órdenes emitidas por el ministro de Defensa o la Junysa de Jefes de Estado Mayor actuando en su lugar, pasaran a través del Centro del Comando Militar Nacional a un comando unificado con responsabilidades regionales y funcionales, antes de ser enviadas al comandante de cualquier tropa de combate norteamericana dentro de un país específico”.

Acota el informe de los documentos de Leavenworth que la existencia de un comando unificado como agencia intermediaria entre el Pentágono y un comandante local “tenía sentido en teoría, pero, tal como se vio en la crisis dominicana, en la práctica se convirtió en fuente de confusión”.

La CIA, además de ayudar a dotar de personal a la fuerza de tarea del Departamento de Estado, también se dedicó, el domingo 25 de abril, a organizar su propio puesto de mando –llamado La Trampa– para seguir de cerca la situación; los técnicos rápidamente instalaron máquinas de teletipo y una batería de teléfonos capaces de recibir mensajes procedentes del jefe de estación de la CIA
en Santo Domingo, copias del tráfico diplomático y militar, comentarios de la radio y prensa extranjera, y una variedad de “información delicada y confidencial”.

Estos equipos especiales trabajaban en el Departamento de Estado, en el Centro del Comando Militar Nacional y en La Trampa, e intercambiaban información por medio de los contactos de enlace, el teléfono y las copias de información de cables y llamadas telefónicas, y para mantener informado al presidente Johnson se habían establecido dos canales oficiales: “La información podía transmitirse desde cada centro de crisis a la Sala de Situación de la Casa Blanca, administrada por el asistente de Seguridad Nacional del primer mandatario estadounidense, McGeorge Bundy, o los jefes de cada una de las tres organizaciones envueltas, es decir, los ministros de Estado y de Defensa y el director de la CIA, sólo éstos podían ofrecer informes orales personalmente al presidente”.

La efectividad de este sistema de información de la crisis, organizado el domingo 25 de abril, dependía de la utilidad que le diera el presidente Johnson y de la forma en que él eligiera utilizarlo.

Para que fuera útil al mandatario norteamericano, el sistema tenía que proporcionarle información precisa y oportuna, y una lista de cursos de acción realistas. “Para esto se requería contar con comunicaciones rápidas y seguras entre todas las partes envueltas en cada nivel de la crisis dominicana, planeamiento y acopio de inteligencia eficaces e ideas creativas”, y añade, “en algunos momentos el sistema funcionó bien; en otros, no”.

Cuando no funcionó, Jonson no vaciló en evadirlo, durante la crisis el primer mandatario norteamericano dependió de sus asesores oficiales, “particularmente del secretario de Estado Dean Rusk, el ministro de Defensa, Robert McNamara, Bundy, Mann, Vaughn y el subsecretario de Estado George Ball, pero también confió en personas ajenas al círculo oficial, por ejemplo, su amigo Abe Fortas y el ex embajador en República Dominicana John Bartlow Martin, utilizándolos como asesores y emisarios especiales. Tampoco vaciló en violar canales de mando oficiales, tanto civiles como militares, si consideraba que daría buenos resultados”.

Aunque Johnson estaba bastante preocupado con la preparación militar norteamericana para el ataque en Vietnam, “no podía ignorar los intereses norteamericanos en República Dominicana y en sus alrededores, y la deteriorada situación de ese país”.

Temor al comunismo decidió invasión

La estratégica posición de la isla en el Caribe pesaba en la mente del presidente y de otros políticos, también consideraban que la violencia en República Dominicana podía poner en peligro la vida y la propiedad de norteamericanos, pero lo que más temía el presidente Johnson y otros funcionarios norteamericanos era que los comunistas se tomaran el país.

Esto, debido a que no era un secreto en Washington que Fidel Castro estaba adiestrando a izquierdistas dominicanos en operaciones guerrilleras y de sabotaje, y además, que el líder cubano “tenía sus ojos puestos en República Dominicana”.

El informe de que más de 50 agentes comunistas entrenados en Cuba, Rusia y China habían entrado en República Dominicana durante el mes de abril, ayudó a fomentar más esa impresión.

“La toma de República Dominicana por los comunistas violaría la política de ‘ninguna segunda Cuba’, aumentaría la atracción revolucionaria de Castro en el hemisferio, abriría a América Latina a mayores penetraciones soviético-cubanas y disminuiría la credibilidad norteamericana en todo el mundo como aliado leal y defensa contra la expansión comunista”.

Johnson recalcó este último punto cuando le preguntó a sus asesores a comienzos de la crisis: “Qué podemos hacer en Vietnam si no podemos limpiar la República Dominicana?”, Yates refiere que el país había adquirido una importancia simbólica de proporciones mundiales, debido al hecho de que la preparación para un ataque norteamericano en Vietnam se había diseñado para convencer a amigos y adversarios, especialmente en Europa, que Estados Unidos tenía la voluntad y la determinación de cumplir con sus compromisos en todo el mundo.

En este caso específico como el inicio de una crisis en República Dominicana, una respuesta vacilante a esta situación disminuiría la credibilidad norteamericana en Vietnam, dañando a su vez la credibilidad norteamericana en Europa, el Lejano Oriente y en todas partes, por lo que establecidos estos nexos y los altos riesgos envueltos, Johnson rápidamente dejó en claro que usaría su máxima prerrogativa presidencial y ordenaría una respuesta norteamericana a la crisis dominicana.

Como expresara el subsecretario de Estado George Ball posteriormente al inicio de los problemas dominicanos, “Johnson se interesó hasta el punto que asumió la dirección de la política diaria y se convirtió de hecho, en el oficial encargado de los asuntos dominicanos.

“Esto era típico del enérgico Johnson. También reflejaba, a medida que tomaba un carácter cada vez más militar, que la teoría actual de guerra limitada se consideraba a la guerra y la paz como un todo en el que las capacidades militares sirven principalmente como instrumentos políticos y diplomáticos que se pueden orquestar, no tanto para alcanzar la victoria militar sino para influir en las intenciones de los combatientes y convencerlos de la conveniencia de aceptar soluciones políticas”.

Esta actitud del presidente norteamericano de interferir políticamente en las operaciones militares fue “contraproducente, innecesariamente restrictiva y una invitación al desastre”, pues la idea de un presidente o un ministro de Defensa dando órdenes directas a un comandante local “violó de arriba hacia abajo los Principios básicos de una acertada doctrina militar en la cadena de mando”, expresa Yates, para agregar que también disminuyó la función del oficial uniformado en las deliberaciones políticas.

La evidencia de esto se encuentra en que, tal como indica el autor de los documentos de Leavenworth, “durante la crisis dominicana como en Vietnam, el presidente Johnson confió más a menudo en McNamara que en los miembros de la Junta de Jefes de Estado Mayor, los que por decreto son los asesores militares del mandatario en asuntos de asesoría militar” (sic).

Aunque McNamara sirvió de enlace y conducto entre la Casa Blanca
y la Junta de Jefes de Estado Mayor, esto no pudo compensar la poca frecuencia con que los jefes de Estado Mayor pudieron presentar su consejo profesional directamente al presidente Johnson, “esta deficiencia se evidenció durante la primera semana de la crisis, cuando el mandatario norteamericano no se reunió directamente con el general Earle -Bus- Wheeler, jefe de la Junta de Jefes de Estado Mayor hasta el jueves 29 de abril, después que el primer contingente de tropas norteamericanas había arribado a Santo Domingo”.

Sin embargo, los asuntos que crearon la división en la administración política de las operaciones todavía no había hecho aparición el 25 de abril, segundo día de la revuelta armada, ya que cuando Johnson dedicó su atención a Santo Domingo ni él ni ninguno de sus asesores más cercanos pensaron que la intervención militar norteamericana fuera una posibilidad, pero incluso antes de que el presidente saliera de Camp David el domingo, ya se había dado el primer paso hacia una participación militar norteamericana en la crisis dominicana.

Realmente, ya una fuerza de tarea naval se estaba dirigiendo hacia aguas dominicanas. “Era solamente una medida de precaución pero irónicamente, debido a la determinación del presidente Johnson de hacerse cargo personalmente de la situación, se ordenó sin su autorización directa”, es decir, que las órdenes del presidente también eran violadas en el todopoderoso Consejo Militar de Estados Unidos.

Continúa el informe diciendo que el día 25, el sistema de control de la crisis todavía permitía a las autoridades de nivel intermedio iniciar acciones militares, pero los días subsiguientes se perdió esta libertad de acción “y se esfumó toda esperanza de lograr un acuerdo negociado a la crisis dominicana, ya que los sucesos en Santo Domingo obligaban cada vez más a Estados Unidos a ordenar una intervención”, tema que analizaremos en el próximo capítulo.

Miércoles, 23 de abril de 1997

Tras aparente imparcialidad

Washington apoyaba a militares “leales”

I

nmerso el gobierno de Estados Unidos en la disyuntiva de ordenar o no la intervención militar a República Dominicana para asegurar que los “comunistas” no tuvieran acceso al poder y ante las presiones de parte de los “militares leales” al régimen de facto presidido por Donald Reid Cabral, el encargado de la Embajada de Estados Unidos, William Connett, advirtió a la Casa
Blanca que si los leales no podían poner fin a la situación semi anárquica que prevalecía, tendría que reconsiderar su posición en cuanto a medidas militares norteamericanas.

Añadía Connett en su escueto informe que de suceder esto, el personal de la Embajada “podría desear hacer algún tipo de uso de las unidades navales que ahora se encuentran en ruta hacia Santo Domingo”, las que habían sido despachadas el domingo 25 en la mañana a solicitud del director del Departamento de Estado para Asuntos del Caribe, Kennedy Crochet, quien tomó la decisión actuando en “base a una contingencia”, o lo que es lo mismo, “sin notificarlo al presidente, pero de acuerdo con los procedimientos establecidos”, según refiere el informe de Yates.

Este movimiento de las unidades navales obedecía al caso de que los ciudadanos norteamericanos tuvieran que ser evacuados, por lo que la acción sólo era por “precaución”, pues Connett aclaró en el transcurso de ese mismo día, que “los ciudadanos y la propiedad norteamericanos en Santo Domingo no han sido objeto de violencia por los rebeldes”, pero tanto Washington como la Embajada mantenían su preocupación de que la situación cambiara de un momento a otro.

“A las 10:32 hora de Washington, por iniciativa de Crockett, la Junta
de Jefes de Estado Mayor envió un mensaje al comandante en jefe del Comando del Atlántico solicitando que un mínimo de barcos necesarios para evacuar hasta a mil 200 norteamericanos, navegara hasta las cercanías de Santo Domingo, y permaneciera fuera del alcance de la vista desde tierra firme hasta que se emitieran nuevas órdenes”.

El almirante H. Page Smith, jefe del Comando del Atlántico, había estado recibiendo informes acerca de la situación en República Dominicana desde el inicio de la revolución armada el sábado en la tarde, y ya conocía la solicitud del Departamento de Estado media hora antes que la Junta de Jefes de Estado Mayor enviara su mensaje oficial ese mismo día, ordenando al Grupo de Tarea 44.9, mejor conocido como el Grupo Alerta del Caribe, a que procediera desde su posición afuera de la isla de Vieques en Puerto Rico, “hacia el agitado país al Oeste”.

Casi dos mil efectivos pertrechados para evacuación

Este grupo de unidades navales, cuyo personal se rotaba cada tres meses, operaba todo el año en aguas del Caribe haciendo ejercicios y apoyando acciones de contingencia.

El contingente norteamericano que se encontraba en alta mar en abril de 1965, era el denominado Caribe 2-65 y estaba compuesto por seis unidades navales y la Sexta Unidad
Expedicionaria de la Infantería de Marina (MEU), unidad que contaba con 131 oficiales y mil 571 soldados organizados en el Tercer Batallón de la Sexta Brigada de Infantería de Marina; de la Segunda División
de Infantería de Marina, y estaba equipada con armas de pequeño calibre, helicópteros, tanques, vehículos de oruga con seis cañones sin retroceso de 106 mm., mejor conocidos como ONTOS, vehículos de oruga de desembarque y artillería.

El informe indica que “aunque se requeriría solamente parte del Grupo de Tarea 44.9 para evacuar a los mil 200 norteamericanos, el Comando del Atlántico envió a todo el grupo de Alerta del Caribe en caso de que surgieran otras necesidades, incluyendo el uso de la fuerza militar. La prudencia obligaba a tomar tal decisión, dada la confusa pero alarmante información disponible al almirante”.

Ya en ruta hacia aguas dominicanas, tanto el comodoro James A. Dare, comandante del Grupo de Tarea 44.9 y el coronel George W. Daughtry, comandante de la Sexta Unidad Expedicionaria de la Infantería de Marina, formularon un plan de evacuación, y relata Yates que “ninguno de los dos quería una confrontación con los rebeldes, cuya composición y ubicación desconocían”.

En ese estado de cosas, ambos oficiales, para evitar un provocación innecesaria, decidieron que al recibo de la orden de evacuación, enviarían a la orilla a un elemento de control de infantes de Marina, desarmados y vestidos con el uniforme de fatiga, los que supervisarían el abordaje a los autobuses, barcos y helicópteros; como medida de precaución, una compañía armada con uniformes y chalecos antibalas se encontraría próxima a la costa, lista para ayudar al elemento de control, si éste encontraba resistencia de los rebeldes.

“Habiendo definido los detalles del plan, Daughtry emitió una orden preparatoria a los infantes de Marina sobre las posibles operaciones de evacuación en República Dominicana”.

¡Increíble! Falta de comunicación entorpece operación de Estados Unidos

“Inmediatamente surgió un problema. Ni el Grupo de Tarea 44.9 ni la Embajada de Estados Unidos en Santo Domingo tenían el equipo adecuado para comunicarse entre sí. La Infantería de Marina se ofreció a proporcionar a la Embajada el equipo de comunicaciones que tenía de repuesto, pero hasta que se pudiera realizar la transferencia, la comunicación entre ambos se hizo a través de los helicópteros de la Fuerza
de Tarea y empleando los servicios de Fred Lann, funcionario de la Embajada, quien también era operador de radio aficionado”.

Esos fueron los primeros contactos entre la que se convertiría en fuerza interventora y la legación diplomática que la solicitó, y tal era la incomunicación que existía al principio del estallido armado, que sólo el radio de Lann, localizado en su residencia, pudo captar el del navío almirante, el Boxer.

Como intermediario, Lann transmitió los mensajes entre el Boxer y la Embajada, manteniéndose en contacto con ésta última por la vía telefónica y por radio transmisor-receptor portátil, “hasta que los movimientos de los rebeldes lo forzaron a llevar su radio al patio de la Embajada el miércoles 28, pero para sorpresa de todos, no tenía la suficiente potencia de alcance para que su transmisión fuera recibida a bordo del Boxer, por lo tanto, Lann continuó transmitiendo los mensajes desde su casa durante otros cuatro días, tiempo en que los infantes de Marina se implicaron cada vez más en la crisis dominicana”, y fue la intervención.

Una serie de errores, cometidos unos tras otros, imposibilitaban realizar las acciones como se había planeado desde Washington y, a medida que el problema de la comunicación incrementaba las dificultades que la fuerza de tarea naval y la Embajada experimentaban tratando de coordinar los planes para la posible evacuación de ciudadanos norteamericanos, continuaba el derramamiento de sangre en la capital dominicana. Yates refleja la situación imperante de la siguiente manera:
“El lunes 26 de abril, la Fuerza Aérea Dominicana renovó sus ataques contra las posiciones rebeldes y Wessin se preparó para mover sus fuerzas desde San Isidro hasta la ciudad. El comandante del CEFA y el general de los Santos Céspedes le solicitaron a la Embajada tropas norteamericanas para que les ayudaran a controlar la insurrección, pero se les negó”.

Las autoridades diplomáticas advirtieron entonces al Departamento de Estado que existía “la seria amenaza de la toma del país por los comunistas, y que quedaba poco tiempo para actuar”, pero estaban de acuerdo con Washington en que la situación no exigía una intervención, debido, especialmente, a las adversas consecuencias que un movimiento así tendría en las relaciones de Estados Unidos con América Latina.

Estados Unidos propone reunión entre rebeldes y “leales”

Para derrotar completamente a los “comunistas”, la Embajada
propuso que continuaran los esfuerzos diplomáticos para alentar a los líderes militares de ambos bandos a unirse en una junta que se comprometería a celebrar elecciones libres, y asumiendo que los rebeldes integrarían el grupo más reacio a aceptar esta solución, la Embajada pidió autorización para presentar esta proposición a “Molina y a los oficiales rebeldes en términos enfáticos, respaldados, en caso necesario, por una demostración de fuerza norteamericana”, pero les salió el tiro por la culata.

No obstante, el recrudecimiento de los ataques aéreos de los “leales” provocó que algunos oficiales constitucionalistas se acercaran a la Embajada
norteamericana el lunes 26, solicitando una reunión con los oficiales de San Isidro.

Entre los asistentes a la sede diplomática estaban el Presidente Molina Ureña, Francisco Alberto Caamaño Deñó, Luis Homero Lajara Burgos, Gerardo Marte y seis o siete oficiales más. En el transcurso del día, los agregados militares norteamericanos establecieron cuatro ceses al fuego pero no lograron que se reunieran las partes.

“La reanudación de las negociaciones que se habían roto el domingo después del bombardeo al Palacio Nacional fracasó por una simple razón que seguiría repitiéndose en los días venideros: cualquiera de las partes que sentía tener ventaja militar mostraba poco interés en negociar con la otra parte”.

Los funcionarios diplomáticos, al sentirse incapaces de entablar negociaciones, “disimularon el problema y culparon a los rebeldes del impasse, acusándolos de usar los breves ceses de fuego únicamente con el propósito de reagruparse militarmente”, en tanto, a medida que fracasaba la oportunidad que presentaba cada cese al fuego, ganaba en intensidad la guerra civil, derramando gran cantidad de sangre dominicana.

La situación en las calles era cada vez más peligros y el personal de la Embajada advirtió a los ciudadanos norteamericanos que se aprestaran para la evacuación. De nuevo surgen contradicciones entre los funcionarios de Washington en torno a lo que se había de hacer, cuando Thomas Mann, en contraposición a Dean Rusk, ordenó a Connett comunicarse con los líderes de las dos partes de la guerra civil, con el objetivo de conseguir su cooperación para la inmediata evacuación de los ciudadanos norteamericanos y extranjeros.

El lunes en la tarde se produjo la reunión con los líderes rebeldes, y los agregados militares negociaban con oficiales de ambas partes, al anochecer ya todos sabía el plan de evacuación de la Embajada, y en breve, las personas que deseaban abandonar el país se reunirían en el hotel El Embajador, desde donde serían llevados en helicóptero a los buques norteamericanos, a los que se había dado permiso de entrada al puerto de Haina.

Connett recomienda a Washington que la evacuación se inicie al amanecer pero el Departamento de Estado, “citando la oposición de la Junta
de Jefes de Estado Mayor a una evacuación inmediata, sugirió que la operación no empezara hasta el mediodía”, enfatizando el debate y la diferencia de perspectivas entre los formuladotes de decisiones en Washington y los funcionarios en el campo de los hechos.

“Para estar seguros, ambos grupos estaban extremadamente preocupados por la posibilidad de que los comunistas se tomaran a República Dominicana y ambos estaban renuentes a aprobar cualquier intervención militar abierta que pudiera hacerle daño a las relaciones entre Estados Unidos y América Latina y lanzar a Estados Unidos en contra de lo que en muchas partes consideraban una revolución democrática”.

Mientras, las autoridades de la Embajada en Santo Domingo, a pocos pasos del tiroteo y repletos de información –algunas corroboradas, otras no- sobre las “atrocidades y maquinaciones izquierdistas”, percibían la situación en términos mucho más alarmantes que sus contrapartes del Departamento de Estado, la Junta de Jefes de Estado Mayor y la Casa Blanca, todos ellos lejos del caos y la acción.

“Washington se mostró relativamente más sereno queriendo comprar tiempo con el fin de reunir mayor evidencia y darle a las fuerzas “leales” la oportunidad de forzar las negociaciones sobre el cese del fuego y establecer un gobierno militar temporal o derrocar al movimiento rebelde y establecer una junta compuesta exclusivamente por leales”.

En vísperas de su regreso al país, el embajador Bennett se reunió con el presidente Johnson, y éste le reiteró la inaceptabilidad de otro régimen comunista en el Caribe, ordenándole promover el cese del fuego y hacer negociaciones con el fin de impedir la formación de otra Cuba”.

Se inicia evacuación de norteamericanos

La evacuación empezó el martes 27. La Junta de Jefes de Estado Mayor le indicó al comandante en jefe del Comando del Atlántico que ordenara a los barcos del Grupo de Tarea 44.9 que se dirigieran a Haina, la orden se transmitió a través de la cadena de mando, y dos buques asignados por Dare, llegaron al muelle poco después del mediodía, cuando ya una caravana de autobuses había empezado a transportar a los extranjeros hasta el puerto, en donde el elemento de control de la Infantería de Marina de Estados Unidos supervisaba la operación.

Ya temprano en la tarde, más de mil extranjeros iban rumbo a San Juan, Puerto Rico, efectuándose la operación sin dificultad; ninguna de las partes en conflicto interfirió y de los norteamericanos que llegaron a Haina, ninguno había sufrido lesiones físicas.

Es en esta situación cuando el embajador Bennett regresa al país por el aeropuerto de Santo Domingo, en donde fue recibido por el comandante Daughtry y transportado de inmediato en helicóptero a bordo del Boxer, para sostener una breve reunión con el coronel DAre, y desde aquí se las ingenió para llegar a la Embajada a través de la ruta de Haina, por la que habían llegado los evacuados, y al llegar a la sede diplomática, recibió los informes del personal, que le indicaron la inminencia de una solución militar a la crisis.

Rebeldes tratan de negociar

“El Batallón Mella en San Cristóbal, renuente a aceptar el regreso de Bosch, había desviado su apoyo a los leales y bajo el mando del general Salvador Augusto Montás Guerrero, avanzaba hacia Santo Domingo desde el Oeste. Mientras tanto, al fuego y bombardeo naval de las posiciones rebeldes en la capital, le siguió el ataque largamente esperado de los tanques de Wessin, vehículos blindados para el transporte de personal y soldados de Infantería de San Isidro”.

Moviéndose bajo un fuego nutrido a través del puente Duarte, las unidades del CEFA atacaron al enemigo en lo que se denominó “la batalla más sangrienta en la historia dominicana”, una acción en la que cientos cayeron sin vida y heridos, avanzando las tropas de Wessin varias cuadras dentro de la ciudad; al respecto, Yates menciona que “la resistencia rebelde parecía estar al borde del colapso, un panorama nada desagradable para las autoridades de la Embajada, que probablemente habrían aprobado el plan de los leales”, aunque hubiera un gran derramamiento de sangre, como indicara Conté al Departamento de Estado, pero todo era en pro de la “democracia”.

La presión militar de los “leales” hizo que varios oficiales rebeldes visitaran de nuevo la Embajada norteamericana en tres ocasiones el martes 27, para solicitar, tal como habían hecho el lunes, “ayuda norteamericana para entablar conversaciones respecto al cese del fuego”.

En la primera visita, se indica en el documento, los agregados militares de la Embajada se comunicaron pro radio con los “leales”, y les informaron a cada lado la posición del otro pero “cuando hubo un estancamiento sobre el lugar en donde se llevarían a cabo las conversaciones propuestas, los agregados se rehusaron a efectuar un arreglo”.

Cuando los rebeldes, a cuyo mando se encontraba Caamaño Deñó, regresaron en la tarde del martes, el embajador Bennett se reunió con los oficiales, y les dijo directamente que “ellos eran responsables de la masacre sin sentido que se estaba llevando a cabo y la extrema izquierda era la que se estaba beneficiando por completo de la situación”.

Bennett, siempre según refiere Yates en el informe oficial, reiteró a los oficiales rebeldes que Washington prefería un cese del fuego y la formación de un gobierno efectivo e indicó que él estaba hablando a ambas partes “en los mismos términos con el objeto de alcanzar esas metas”, y concluyó citando “la clara ventaja militar de los leales, recomendando a los rebeldes que se rindieran y lo anunciaran para que el trabajo de reconstrucción pudiera empezar. Por lo menos uno de los oficiales pareció abierto a su petición”, pero no ofrece el nombre de éste.

La tercera visita se produjo a media tarde, y después de ésta, Molina Ureña aceptó ir a la Embajada y conferenciar con Bennett en persona, y de acuerdo al parecer del informe, “los constitucionalistas estaban claramente desesperados por negociar un acuerdo”, mientras el embajador informaba a Washington de las conversaciones, de las “hazañas de Wessin” y la convicción de la Embajada
de que los comunistas estaban dirigiendo las acciones de los rebeldes.

La información enviada a Washington también daba cuenta de que se le había notificado al Boxer y a otro buque ponerse al alcance de la vista con el fin de evidenciar “la presencia norteamericana para que permitiéndole al pueblo ver que los barcos no estaban participando en las hostilidades, se acabaran los rumores de que la Marina de Estados Unidos estaba apoyando a los leales”, mientras mantenían el apoyo soterrado. La demostración de fuerza ofrecida por los militares norteamericanos será el tema a tratar en el siguiente capítulo.

Jueves, 24 de abril de 1997

Estados Unidos trataba de contener desbordamiento “rebelde”

L

a situación en la ciudad capital se deterioraba rápidamente y la Embajada de Estados Unidos trataba, desesperadamente, de contener el desbordamiento “rebelde”. Las conversaciones entre rebeldes y norteamericanos se mantenían en un punto muerto, mientras el apoyo de Washington a los “leales” era criticado por la población. Para poner en práctica la demostración de fuerza exigida por Benoit a las tropas que vigilaban la evacuación de los extranjeros, el comodoro Dare y sus subordinados se las vieron color de hormiga.

¿Razón? Tuvieron que maniobrar a través de varias corbetas, lanchas cañoneras y barcos mercantes dominicanos. “Era una situación insegura. Esta demostración de fuerza –escribiría Dare posteriormente- se realizó bajo circunstancias que le hubieran sacado canas a cualquier capitán de barco. Añadió que durante la maniobra “pareciera como si el embajador hubiera estado al timón”, según señalan los documentos de Leavenworth.

El sube y baja entre rebeldes y leales llegó a un punto en que parecía que los militares “de aquel lado” –léase San Isidro- llevaban ventaja, al extremo que los norteamericanos consideraron que las medidas militares ordenadas por Bennett no serían necesarias, excepto la evacuación y la demostración de fuerza.

“A las 16:00 (4 de la tarde) un Rafael Molina Ureña nervioso y afligido entró a la Embajada con 15 ó 20 de sus asesores políticos y militares. Bennett se reunió con el grupo por una hora. El propósito principal de Molina era que el diplomático sirviera de mediador para llegar a un acuerdo negociado, a lo que Bennett se negó, acusando al PRD, en la persona de Molina Ureña, de ser responsable de que los comunistas sacaran provecho del legítimo movimiento y le recordó al Presidente provisional que el lunes, su personal había persuadido en cuatro ocasiones a la Fuerza Aérea Dominicana de bombardear a los rebeldes”.

Lo que no sabía Bennett era que los constitucionalistas habían monitoreado conversaciones telefónicas entre oficiales leales y agregados militares, en las que los planes de atacar posiciones rebeldes “habían sido discutidos y, por lo menos tácitamente, aprobados por los agregados”.

Cuando posteriormente Bennett informó a los líderes rebeldes que el personal de la Embajada desconocía de esos planes, comprometió inadvertidamente la credibilidad de la legación en lo que respecta a la neutralidad e imparcialidad de los funcionarios norteamericanos. “Molina Ureña se decepcionó pero no se sorprendió con el rechazo de Bennett a actuar de mediador…y cuando el presidente Johnson se enteró, escribió que la negativa de Bennett fue una decisión personal”, pero se ajustaba a la guía que había recibido del Departamento de Estado y a la política norteamericana de no intervención en asuntos “domésticos”, claro, siempre y cuando no afectaran sus intereses.

Con asilo de Molina y otros, entra en escena el “Coronel de Abril”

Antes del inicio de la Operación Power
Pack, como denominó el Departamento de Estado a la intervención militar norteamericana en el país, y frente a “una inminente derrota militar y frustrados por la negativa de Bennett a interceder a su favor, Hernando Ramírez, Molina Ureña y otros líderes rebeldes moderados buscaron asilo político en la embajada norteamericana; al enterarse Bennett del acontecimiento, asumió que la extrema izquierda ahora tomaría todo el control de la insurrección”.

A partir de ese momento, y en los días siguientes, el gobierno del presidente Johnson se convenció de que el martes 27 de abril fue el día crucial de la crisis dominicana, “en que la causa constitucionalista fue dominada por los comunistas”.

El estado de ánimo de la legación diplomática en esos momentos previos a la invasión, lo describe Yates: “El optimismo del martes en la noche duró poco, ya que la montaña rusa emocional en que estaban las autoridades norteamericanas desde el inicio de los disturbios se precipitó nuevamente el miércoles. El cambio esta vez se debió a un hombre, el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, el oficial rebelde que había arrestado a Reid Cabral el domingo, solamente para buscar él asilo más tarde, cuando empezó la guerra civil”.

Dice que cuando Molina, Hernando Ramírez y otros líderes rebeldes solicitaron asilo, Caamaño “se convirtió, como una formalidad, en el líder de las fuerzas constitucionalistas. Pocas autoridades norteamericanas consideraban a Caamaño comunista, aunque desde el principio existía la especulación, que pronto se convirtió en convicción, de que su recién adquirido liderazgo dentro del movimiento constitucionalista era meramente nominal y no real, dadas las restricciones que le habían impuesto los radicales que ahora estaban en control de la rebelión”.

Pero Caamaño, el “Coronel de Abril”, no tuvo tiempo para pararse a pensar en tales cosas, y luego de la reunión en la Embajada se apresuró a llegar al punto de resistencia donde los rebeldes se mantenían, en el sudeste de la capital, en Ciudad Nueva, en donde la noche del 27-28 de abril, se hizo cargo de la enorme tarea de reagrupar las tropas rebeldes y planear un contraataque contra las fuerzas leales de Wessin.

“Las armas adicionales para el contraataque procedían de dos estaciones de Policía capturadas por los rebeldes el miércoles en la mañana, y Caamaño participó en el ataque a la primera estación; en la segunda, sus seguidores ejecutaron a los policías capturados, incidente que puso en tela de juicio el control real de Caamaño sobre una cantidad de grupos armados en la ciudad”.

Un importante contraataque contra los leales se puso en marcha poco después. Wessin tomó las riendas del ataque “y pronto descubrió que sus tanques eran de poca utilidad en las angostas calles de Ciudad Nueva”. Este fue un momento decisivo en la guerra civil, pues la ofensiva de los leales se había detenido después del avance de los rebeldes.

“Wessin había establecido posiciones en el banco occidental del río Ozama pero mostró poco interés por expandir su área de control. El general Montás Guerrero, que había dirigido al batallón Mella al terreno de La Feria, en el occidente de la capital y recapturado el Palacio Nacional, había detenido su avance el martes en la tarde y dividido sus fuerzas en pequeñas unidades que ahora se encontraban esparcidas en posiciones desconocidas”, refiere el informe de Leavenworth.

Agrega, asimismo, que ni Wessin ni Montás Guerrero tenían una idea clara de la oposición que encontrarían y “ninguno de los dos confiaba totalmente en el otro”. Un informe adicional sugiere que Montás, pro balaguerista, detuvo su operación porque dudaa del curso que Wessin tomaría si salía victorioso y, por lo tanto, quería que el jefe del CEFA compartiera la responsabilidad y el peso del combate.

Otro de los problemas que se suscitaron entre Montás y Wessin, además de la rivalidad personal, fue el de la coordinación y comunicación, ya que “no solamente sus dos fuerzas estaban fuera de contacto, sino que no contaban con comunicaciones directas con las unidades navales y aéreas de los leales”, y cuando Bennett trató de solucionarles el problema, Washington se lo negó. Mann ordenó que los transmisores-receptores solicitados fueran enviados únicamente hasta el Boxer, en caso de que la situación se deteriorara.

Sin embargo, Washington no aceptaba el hecho de que la situación se estuviera deteriorando y que los rebeldes estaban ganando terreno, hasta el miércoles en la tarde. “Mientras tanto, Bennett informó que los militares leales habían anunciado la formación de una Junta Militar dirigida por un oficial de la Fuerza Aérea Dominicana –el coronel Pedro Bartolomé Benoit-, junta que para ajustarse a los deseos norteamericanos, declaró que su propósito principal era preparar las elecciones y regresar a un gobierno constitucional”.

Un segundo mensaje de Bennett a Washington daba cuenta de que Ciudad Nueva ya había caído en manos d elos rebeldes, aunque no revelaba que las viviendas se habían constituido en pequeñas fortificaciones, que se habían construido barricadas en las principales intersecciones y que los rebeldes dominaban los servicios públicos y patrullaban las calles, y solicitaba encarcidametne el envío de los transmisores-receptores para la comunicación entre los jefes leales.

Pco después de las 15:00 -3 de la tarde del miércoles 28-, el coronel Benoit “llamó telefónicamente a la Embajada
solicitando el envío de mil 200 infantes de Marina para ayudar a restaurar el orden en este país”.

Bennett envió un cable a Washington pero no recomendaba el envío de los soldados, sino que actuó con cautela, al igual que el agregado naval en cuanto a que “los soldados de la infantería de Marina no se usaran en ninguna operación de limpieza de las calles”. Sin embargo, enfatizó en que se estaba librando una guerra de nervios y los agregados militares “consideran aún inciertos los resultados, sugiriendo algunos planes de contingencia en caso de que la situación se deteriorase rápidamente, hasta el punto que tendríamos que necesitar de apuro a los infantes de Marina para proteger a los ciudadanos norteamericanos”.

Para cuando el presidente Johnson y sus asesores fueron informados de la situación durante la reunión de la tarde del miércoles para discutir los preparativos norteamericanos en Vietnam y la crisis dominicana, llegaron dos cables más de Bennett marcados como “crítico cuatro” y “crítico cinco” en menos de media hora; el segundo de éstos llegó a las 17:15 (5:15 de la tarde) en el que el embajador informaba que la situaciones iba deteriorando rápidamente, pues el jefe del grupo asesor de asistencia militar, que había regresado ese día de Panamá y había visitado San Isidro, había informado que la atmósfera entre los líderes leales era “desalentadora y emotiva, y que una cantidad de oficiales deploraban la situación y que Benoit afirmaba que sin la ayuda norteamericana, los oficiales tendrían que abandonar la lucha”.

En vista de estos acontecimientos, el personal de la Embajada
llegó a la conclusión unánime de que “había llegado la hora de que desembarcaran los soldados de Infantería de Marina”. La última oración de Bennett es inequívoca: “Recomiendo que desembarquen de inmediato”.

La peligrosa situación descrita por Bennett no dejó más alternativa a Washington que acceder a los requerimientos del embajador. “Johnson le dijo a McNamara que alertara a sus fuerzas en el área sobre el posible desembarco; Mann también llamó a Wheeler con la noticia de las instrucciones del presidente Lyndon B. Johnson de seguir adelante”.

A las 17:46 (5:16 de la tarde), tanto Dare como el comandante de la Frontera Marítima
del Caribe, que tenía control operacional sobre el Grupo de Tarea 44.9. recibieron instrucciones de alertar a los soldados del posible desembarco y esperar más instrucciones.

A las seis de la tarde, catorce minutos después que McNamara informara a Johnson que las tropas estaban listas, el Presidente autorizó el desembarco de más de 500 soldados de infantería de Marina para realizar operaciones defensivas. También ordenó a algunos asesores específicos que le notificaran a la OEA las intenciones de Estados Unidos, para que convocara una reunión con los jefes congresistas y que redactara una declaración que fuera transmitida al pueblo norteamericano. Así se planificó la segunda invasión a República Dominicana.

Si Benoit no firma, no hay invasión…y Benoit firmó

Los asesores de Johnson querían que el coronel Benoit, “cuya Junta Militar Washington consideraba casi como el gobierno interino de República Dominicana”, que Benoit, decíamos, declarara explícitamente que su solicitud de intervención se basaba en el peligro de las vidas norteamericanas, “un peligro que Benoit no había mencionado en su solicitud original para el envío de tropas. Bennett le había asegurado a Mann que Benoit había mencionado el tema del peligro de las vidas norteamericanas en comunicaciones verbales con el personal de la embajada”.

Expresa el informe que contiene la Operación Power
Pack, que Mann le dijo al embajador Bennett que solamente una declaración escrita del jefe de la Junta Militar
satisfaría los requisitos de Washington, y añade que “presumiblemente a Benoit se le daría la impresión de que el desembarco de los infantes de Marina dependía del recibo de esa declaración”.

Y ciertamente, la predicción del embajador Bennett de que Benoit aceptaría enviar la comunicación se dio. En esta, el coronel Benoit indicaba: “En referencia a mi solicitud previa, deseo añadir que las vidas de los ciudadanos norteamericanos están en peligro y que las concisiones de desorden público imposibilitan proporcionarles protección adecuada. Por lo tanto, le solicito intervención y asistencia temporal para restaurar el orden público en este país”. El agregado militar de la embajada, quien fuera comisionado para convencer al oficial dominicano, regresó a medianoche con la declaración escrita “horas después de que Jonson se había reunido con los líderes congresistas y se había dirigido ya al pueblo norteamericano”. La trampa funcionó y el coronel Benoit cayó en ella.

Al momento en que Benoit redactaba su carta y las acciones presidenciales se llevaban a cabo en Estados Unidos, “más de 500 soldados de combate de la Infantería de Marina habían desembarcado en República Dominicana, en medio de un impresionante movimiento que contrastaba con la confusión que caracterizaba la coordinación y el control del empeño de las tropas en toda la cadena de mando”, expresa el informe.

El desembarco el día 28 se llevó a cabo en dos fases: la primera, consistía en traer varias unidades pequeñas a la costa para establecer una zona de desembarco en el campo del polo del hotel El Embajador y ayudar a evacuar a los norteamericanos que habían llegado tarde al hotel y reforzar la guardia de seguridad de la embajada y, la segunda, un elemento guía, la policía militar y un pelotón de soldados armados, reforzado por dos escuadras, seguiría para ser utilizado en la embajada.

“La solicitud de estas unidades iniciales pasó directamente de Bennett a Dare y se le comunicó al comodoro en cierto momento, entre las 17:22 y las 17:45 (5:22 y 5:45 de la tarde), es decir, antes de que el presidente Jonson hubiese autorizado el desembarco a gran escala de tropas de combate. La información de que se dispone no indica si Bennett o Dare recibieron autorización para empeñar estas unidades iniciales que incluían a un pelotón armado”.

Tropas en camino antes de autorización Jonson

Yates manifiesta que “aparentemente Dare asumió que el embajador había recibido tal autorización, aunque una declaración del Ministerio de Defensa indica que la solicitud de Bennett fue una iniciativa local. No se sabe con certeza cuándo Washington se enteró del desembarco inicial”, aunque una tele conferencia iniciada las 6:30 de la tarde entre el personal de la embajada con funcionarios claves del Departamento de Estado ya estaba en conocimiento de estos movimientos”.

Cuando las unidades de evacuación y seguridad solicitadas por Bennett se encontraban ya camino al campo de polo del hotel El Embajador, Dare recibió una orden del comandante en jefe del Comando del Atlántico a través del comandante de la Frontera Marítima
del Caribe, que le ordenaba desembarcar a todos los infantes de Marina que Bennett había solicitado.

El coronel Daughtry inmediatamente se puso en comunicación con Bennett para discutir las medidas que se implementarían, y a éste último le tomó sólo tres minutos decidir a favor desembarcar más tropas de combate. “Daughtry conferenció con Dare, y después de esto dos compañías de fusileros del Tercer Batallón, Sexta de Infantería de Marina, y un escalón avanzado de la comandancia del batallón empezaron a movilizarse”. A las 7:00 de la noche ya más de cien soldados de la Infantería de Marina habían desembarcado en esta segunda fase; les seguirían más, muchos más.

Es decir, que el desembarco de los primeros marines yankees se produjo antes de que el presidente Jonson diera la orden, y antes, también, de la que la Junta de Jefes de Estado Mayor la completara, lo que evidencia la falta de control y el desconocimiento que sobre la situación y los acontecimientos que se desarrollaban en Santo Domingo, tenía el gobierno norteamericano, así como la falta de coordinación y comunicación existente entre los distintos funcionarios claves.

Viernes, 25 de abril de 1997

En descargo de Benoit:

Intervención estaba definida desde 24 de abril

T

al como han declarado oficiales de uno y otro bando que participaron en la guerra civil de 1965, la intervención norteamericana estaba definida desde el mismo 24 de abril, se había contenido esperando el curso de los acontecimientos, pero realmente los preparativos para hacerla se iniciaron el lunes 26, mucho antes del llamado de Benoit, que no fue más que un instrumento de los norteamericanos.

Tal como lo presentan los documentos de Leavenworth, “los preparativos habían empezado el lunes 26 de abril, cuando al Junta de Jefes de Estado Mayor emitió un alerta a dos equipos de combate del batallón de paracaidistas para que se prepararan con transporte aéreo, unidades aerotácticas y fuerzas del comando de apoyo en el nivel de alerta 3 (es decir, listos para el combate y preparados para abordar la aeronave en la que todas las cargas esenciales para la misión ya estaban preparadas para el lanzamiento aéreo)”.

Las tropas norteamericanas estaban bien preparadas para cualquier tipo de contingencia, incluyendo una intervención militar en una crisis como la de República Dominicana, pues cada una de las tres brigadas había recibido adiestramiento exhaustivo y había participado en una gran variedad de ejercicios de campaña.

Al respecto, Yates, en el documento de referencia indica, “no importa lo bien que estuviesen entrenados los paracaidistas, antes de que alguna de las unidades de la 82ª compañía pudiera empeñarse en una crisis, sus tropas tenían que ser alertadas, agrupadas, colocadas a bordo de las aeronaves y transportadas hasta su destino; el equipo tenía que prepararse con amarres y aparejos, y se debían formular las misiones y planear su ejecución, nadie podía esperar que estos requisitos se llevaran a cabo siguiendo simplemente los procedimientos de rutina. Invariablemente aparecieron problemas imprevistos ajenos a la situación y otros, típicos de las operaciones conjuntas”.

Estos problemas que se confrontaron antes, durante y después de la intervención, se encontraban en la cadena de mando, razón por la que se retrasó un tanto la “Operación Power Pack” cuando el 26 de abril en la tarde, una copia de la información sobre la orden de alerta de la Junta de Jefes de Estado Mayor llegó a la 82ª compañía y al XVIII Cuerpo de Ejército, “mucho antes que la notificación llegara a través de los canales oficiales do comando”.

Ordenes confusas y precipitadas

Expresa Yates que, según una fuente le comunicó, Wheeler “complicó aún más las cosas al llamar por teléfono al general de división Robert York, comandante de la 82ª compañía para notificarle a él personalmente de la inminente alerta, otros cuerpos del Ejército recibieron también la información prematura y contradictoria que tomó largas horas para aclararse”.

Esta confusión reveló al alto mando militar y político norteamericano que había muchas deficiencias en el sistema de administración de crisis de ese gobierno.

Muchas interrogantes surgieron en esos momentos, una de ellas era ¿cómo podrían el presidente Johnson y sus asesores en Washington ejercer un severo control sobre la situación si no podían recibir información oportuna y precisa desde el área de los acontecimientos? De igual manera, la Junta de Jefes de Estado Mayor insistió en que no se tomara ninguna acción sin haber recibido la adecuada orden de ejecución y que todo desplazamiento fuese informado al Pentágono inmediatamente. La crisis dominicana dividió a los mandos político y militar estadounidenses.

Otra cosa, para no antagonizar ni herir susceptibilidades de los gobiernos latinoamericanos, la administración Jonson tuvo que jugar con el pretexto de la neutralidad norteamericana y la salvaguarda de los intereses de sus nacionales en República Dominicana para esconder el verdadero motivo de la intervención.

De esta manera se justificó el envío de soldados de Infantería de Marina exclusivamente en términos de “protección de la vida de los ciudadanos” y aquí fue preponderante el papel que jugó la prensa para develar las verdaderas intenciones del gobierno norteamericano,

La prensa, testigo de cargo

Así lo comenta Yates en el informe: “Los periodistas que llegaron a aguas dominicanas al día siguiente del desembarco pronto decidieron desafiar la posición oficial sobre la crisis. A bordo del “Word County” escucharon conversaciones de radio entre Bennett y Benoit en las que la embajada parecía estar prometiéndole a la Junta Militar equipo de comunicaciones, alimentos y otros abastecimientos, a pesar de la anunciada neutralidad de Estados Unidos”.

Se dice que en algún momento, en estas conversaciones Bennett le dijo a Benoit: ¿Necesitan más ayuda? Considero que con determinación tus planes tendrán éxito”. Cuando los periodistas abordaron el Boxer para tener una conferencia de prensa con el comandante Dare, el comodoro les dijo que los soldados de Infantería de Marina se quedarían en tierra mientras fuese necesario “para velar por que los comunistas no se adueñaran del gobierno”.

Para muchos de los comunicadores ese fue el primer indicio de que, al mandar tropas a tierra, la administración Johnson tenía otros motivos además de la seguridad de sus nacionales; de esas discrepancias entre los pronunciamientos de las autoridades y el comportamiento militar surgió una “falta de credibilidad” que pondría a muchos medios de comunicación en contra del gobierno durante y después de la crisis dominicana, por lo que era inevitable que en cierto momento las fuerzas militares norteamericanas fueran parte de esa confrontación.

Llegan los yankees. ¡Go home yankees!

Ya para el jueves 29 de abril la Tercera Brigada (segundo equipo de combate del batallón de la 82ª División Aerotransportada) recibe órdenes de salir de la base aérea Pope a la base Ramey, en Puerto Rico, mientras el vicealmirante Masterson, comandante de la Fuerza de Tarea Conjunta 122, llega a aguas dominicanas, desembarcando más de mil 500 soldados.

Al ver el apoyo logístico dado a sus recomendaciones, el embajador Bennett de inmediato propuso el establecimiento de una zona neutral, que abarcaría desde el hotel El Embajador hasta la sede diplomática, en tanto, la Tercera Brigada
de la 82ª División, que está en camino a la base aérea de Ramey, recibe órdenes de continuar vuelo directo hacia San Isidro, y se nombra al general Robert York comandante de las fuerzas terrestres.

Un “pequeño” obstáculo se presentó en ese momento. “Para determinar la misión que los elementos de la 82ª División desempeñarían de ser enviados a Santo Domingo, los comandantes con sus planas mayores desde York hasta el general Robert L. Delashaw, de la Fuerza Aérea, necesitaban una inteligencia exacta y actualizada, especialmente sobre la identidad, condición y ubicación de las fuerzas amigas y enemigas y la ubicación de las instalaciones claves en Santo Domingo”.

La información que ellos habían recibido no llenaba esos requisitos, por lo que York y su Estado Mayor afirmaron después que “existía un vacío crítico de inteligencia durante las primeras y vitales etapas de la operación, ya que como generalmente sucede, dada la escasez de oficiales de inteligencia y la fácilmente ignorada labor de mantener los planes actualizados, el Plan de Operaciones del Comando del Atlántico ofrecía muy poco al comandante de paracaidismo respecto a información o análisis útiles”.

Es en estas condiciones que llegan a República Dominicana las tropas interventoras con un gran despliegue de fuerzas militares y sin un canal claro y seguro para recibir información oportuna de los mandos superiores.

“El comandante en jefe del Comando del Atlántico tenía sus propios problemas adivinando las intenciones de la Junta de Jefes de Estado Mayor y debido a la falta de comunicaciones seguras, la 82ª División recibió muy poca información del Comando del Atlántico hasta el día 29, cuando un oficial de enlace enviado a Norfolk el día 27, pudo hacer que la inteligencia disponible al comandante del Comando del Atlántico fuera transmitida regularmente al Fuerte Braga en Estados Unidos”.

Antes de eso, de los únicos diez mensajes de inteligencia que recibió la plana mayor de la 82ª División, “la mayoría se basaba en informes publicados en los diarios y todos estaban obsoletos”, y los que llegaron a la embajada en Santo Domingo y de la CIA, la oficialidad de la división aerotransportada los consideró “alarmistas, inciertos y debido a su énfasis en el tema comunista, virtualmente carentes de importancia para el planeamiento militar”.

Según relata Yates en el informe de los ”Documentos de Leavenworth”, las evaluaciones posteriores, hechas a la operación interventora por los propios participantes, determinaron que los propios preparativos de la operación “difícilmente representan un modelo de planeamiento operacional conjunto, las violaciones a la cadena de mando, el establecimiento de prioridades conflictivas, los requisitos de concentración, la escasez de personal y equipo, las dificultades de coordinación, los planes de operaciones obsoletos y la información de inteligencia inexacta e inadecuada, representaron problemas que los comandantes y sus planas mayores tuvieron que hacer frente”.

Más problemas de comunicación e información

Pero no solamente esta situación se dio en República Dominicana hace varias décadas, ya que “algunos de los problemas generales que encontraron los militares durante la fase preparatoria de la crisis, continúan presentándose hoy día en las operaciones conjuntas de contingencia”.

El apoyo tácito y ya casi público del embajador Bennett a los militares “de aquel lado” queda patente en la información que el diplomático envió a Washington acerca de la situación imperante en la capital dominicana.

Este le informó al Departamento de Estado que el combate había mermado y que la Junta Militar se preparaba a realizar una “operación limpieza” a pesar de los continuos problemas de la comunicación, coordinación y moral, y presentó la posibilidad de que los infantes de Marina tomaran parte en ésta.

Esto era una “solemne falsedad, aun en el caso poco posible de que se llevara a cabo tal operación; sin embargo, Bennett no trató de poner fin al rumor, ya que éste podría elevar la moral de los leales, mientras que tendría un efecto contrario en los rebeldes. Ambos lados, asumió Bennett en su informe a Washington, estaban cansados y desmoralizados. Ante esa situación de falsedad en que Bennett informaba a sus superiores, los “rebeldes” iniciaron un contraataque.

Yates describe así el episodio. Los constitucionalistas estaban atacando el Centro de Transporte, que había sido tomado por los leales en la parte Norte de la ciudad, la Fortaleza Ozama, y varias estaciones de Policía, “en donde se dice que los defensores estaban siendo asesinados al ser capturados, y las oficinas del grupo asesor de asistencia militar de Estados Unidos, que estaban en el centro de Santo Domingo, habían sido saqueadas”, por lo que para las autoridades de la embajada, los rebeldes estaban de nuevo en movimiento.

Además de que la Junta Militar se había paralizado y la situación se deterioraba otra vez sin lugar a dudas, a pesar del desembarco efectuado el día anterior miércoles. “A media tarde, la embajada fue víctima del ataque de francotiradores cuando Bennett celebraba una reunión en su oficina con Dare y Daughtry”. A partir de este momento había llegado la hora para las autoridades norteamericanas de efectuar la verdadera intervención.

El informe manifiesta que, por primera vez, Washington estaba más adelantado que los oficiales en campaña y a media tarde del jueves 29, Johnson había decidido desembarcar el resto de las tropas que él pensaba todavía se encontraban a bordo del Boxer y desplazó dos equipos de combate de batallón de la 82ª División Aerotransportada.

“Washington había decidido que Estados Unidos no toleraría la continua inestabilidad de República Dominicana exponiéndose a que fuera tomada por los comunistas. Más aún, el presidente Johnson y sus asesores habían acordado que emplearían una fuerza abrumadora para estabilizar la situación. Con el relativamente fresco fiasco de Bahía de Cochinos en su mente, el presidente necesitó solamente un pequeño estímulo de McNamara y Wheeler para aceptar la sabiduría del precedente de Eisenhower en la crisis del Líbano en 1958”.

Bennett toma decisiones particulares

Supuestamente, Bennett sabía la decisión del presidente Johnson de enviar más soldados antes de la reunión con Dare y Daughtry, la que fue interrumpida por el fuego graneado de los francotiradores constitucionalistas, aunque no se sabe con exactitud lo que habló con los dos oficiales, en un informe del Departamento de Estado se indica que el diplomático instruyó a Dare para traer los barcos que transportaban a los soldados y al equipo pesado más cerca de la costa dominicana en preparación para el desembarco total.

Bennet diría más tarde, “esto tomará de dos a tres horas y nos dará tiempo para revisar la situación nuevamente antes de empeñar finalmente las tropas en la costa”.

Veinte minutos después, Bennett le informó a Washington que le había ordenado a Dare que preparara para desembarcar a los restantes mil 500 soldados de la Sexta Unidad Expedicionaria de la Infantería de Marina que estaban en el Boxer, conjuntamente con su equipo pesado, tanques, vehículos de oruga y otros; el “embajador supo de pasada que no quedaban soldados a bordo del Boxer, contrario a lo que el presidente y sus asesores militares parecían pensar”, refiere el informe.

El diplomático volvió a enviar un mensaje al Departamento de Estado en el que informaba cómo los soldados norteamericanos deberían desplegarse al desembarcar, así como la composición de las fuerzas hostiles que encontrarían a su paso.

Respecto del despliegue de las tropas interventoras, Bennett favoreció el establecimiento de una zona de seguridad desde el hotel El Embajador hasta el Palacio Nacional, un área que incorporaba a la mayor parte de residencias norteamericanas y misiones extranjeras.

Sobre los constitucionalistas escribió: “Nuestra mejor conjetura indica que cerca de mil 500 rebeldes están bajo el liderazgo de los comunistas; menos de mil son soldados regulares y entre mil y 4 mil son “gorristas” -revoltosos-; estimó, de igual manera, que las fuerzas de la Junta Militar sumaban cerca de mil 700 efectivos, esparcidos por varios lugares de la ciudad, estando la mayoría en San Isidro”.

En tanto, luego de su reunión con el diplomático, el comodoro Dare regresó al Boxer junto a Daughtry. Al llegar, cuál no sería su sorpresa al encontrar a bordo al vicealmirante Kleber Masterson, comandante de la Segunda Flota.

¿Qué sucedió? “El día anterior, el comandante en jefe del Comando del Atlántico había activado la Fuerza de Tarea 12. Bajo el Comando del Atlántico, Masterson tendría, mientras tanto, la responsabilidad de conducir todas las operaciones militares norteamericanas en República Dominicana.

Ese mismo día, la junta de jefes de Estado Mayor seleccionó el nombre en código para las operaciones, denominándolo “Power Pack”.

Posteriormente, Masterson disolvió el Grupo de Tarea 44.9 y en su lugar activó una fuerza de tarea naval, la 124. Dare se convirtió en el comandante de la Fuerza de Tarea 124, que asumió la responsabilidad bajo la Fuerza de Tarea Conjunta 122, de todas las unidades navales norteamericanas que participaban en la crisis dominicana. El desenlace de los acontecimientos históricos nacionales a partir de esta decisión de Estados Unidos ha gravitado y gravitará durante mucho tiempo en el espectro político nacional. Pero eso lo veremos más adelante.

Sábado. 26 de abril de 1997.

Informe revela:

Estados Unidos trataba encubrir motivo intervención

A

las 6:30 de la tarde del miércoles 28 de abril empezaron a desembarcar en suelo dominicano las primeras tropas de Infantería de Marina norteamericanas por Playa Roja, cerca de Haina, lugar que descubrieran durante el proceso de retirada de extranjeros, días antes.

Una hora después de haber pisado suelo patrio, las tropas norteamericanas se encontraban en el hotel El Embajador, y una hora y pico más tarde, el Ejército también estaba en marcha, la fuerza de asalto de la 82ª División Aerotransportada ya estaba sobrevolando con el general York a la cabeza de una armada aérea de 144 aeronaves C-130.

Treinta y tres de los aviones traían a los mil 800 paracaidistas que participarían en la invasión y 111 transportaban el equipo.

“Las tropas desconocían que se estaba llevando a cabo un debate en Estados Unidos sobre si aterrizaban en San Isidro o si llegaban a la base Ramey en Puerto Rico. Mcnamara y la Junta
de Jefes de Estado Mayor favorecían el aterrizaje en San Isidro debido al retraso en la partida de la 82ª división desde la base aérea Pope y a los recientes informes de que la situación en Santo Domingo había llegado a un punto crítico”, refieren los documentos de Leavenworth.

Se dice que Wheeler comentó en ese momento que “si esperamos, quizá no encontraremos nada qué apoyar”, en tanto los comandantes del Comando de Ataque y del Comando del Atlántico se opusieron al cambio de planes, porque “contarían únicamente con sus músculos y pequeñas herramientas para descargar el equipo pesado que se encontraba en amarres y aparejos para lanzamiento aéreo; además, nadie, ni siquiera la embajada en Santo Domingo parecía saber con seguridad si el campo de aterrizaje todavía estaba en manos amigas”.

Para aclarar este último punto, Wheeler se puso en contacto con el vicealmirante Masterson, a quien dio instrucciones de averiguar quién controlaba el aeropuerto y si todavía estaba en condiciones operacionales. “Masterson había planeado enviar una compañía de fusileros de la Infantería
de Marina a San Isidro para asegurar el campo de aterrizaje, pero después de hablar con Wheeler decidió mandar a un oficial y un sargento de habla hispana en helicóptero para que buscaran al general Wessin y lo llevaran a su presencia para una reunión de actualización de inteligencia”.

Soldados confunden a Wessin con Imbert Barreras

Los hombres regresaron al Boxer con el general Imbert Barreras en lugar de Wessin. “Este general informó que el campo de aterrizaje estaba en manos amigas pero que la torre de control y las luces de las pistas se apagaban durante la noche”.

Imbert, según Yates, también mencionó la posibilidad de que bandas de rebeldes armados estuvieran rondando el área, y Masterson transmitió esta información hacia arriba en la cadena de mando, y después de recibir la información, Wheeler decidió el aterrizaje de las unidades en San Isidro.

“Cuando el comandante del comando del Atlántico le informó a Masterson de la decisión de Wheeler, el vicealmirante le ordenó a dos soldados de Infantería y a un oficial de la Marina, que se dirigieran hacia el campo del aterrizaje, aseguraran la torre e iluminaran la pista”.

La escuadra norteamericana llevaba dos horas de vuelo antes de recibir la noticia del cambio de planes, minutos después, el comandante York se enteró de que había sido nombrado comandante de las fuerzas terrestres en República Dominicana, posición ésta que no había sido contemplada en el Plan de Operaciones del Comando del Atlántico, aun cuando la intervención implicaba una operación en que las fuerzas terrestres, y no las navales, jugarían el papel predominante.

“La información posterior fue poco clara, pues a York se le dijo que se asumía que el campo de aterrizaje estaba en manos amigas; aunque el cambio de planes y la información incompleta aumentaron su incertidumbre, hubo un punto en el que el general no tuvo ninguna duda: era una completa locura, bajo cualquier circunstancia, aterrizar aeronaves cargadas con equipo pesado en amarres y aparejos para lanzamiento aéreo. Desde el C-130 en que se encontraba propuso a Washington que aterrizaran solamente las aeronaves que transportaban tropas y que el equipo fuera lanzado según lo planeado, pero este permiso le fue negado”.

Aparentemente, el presidente Johnson y ciertos asesores estaban convencidos de que darían la impresión de “guerra”, de invasión en lugar de intervención. “Cuando los paracaidistas de los 33 aviones supieron que no tendrían que saltar, la mayoría se alegró. Su entusiasmo habría sido mucho mayor si hubieran sabido que la zona de aterrizaje designada cerca de San Isidro estaba rodeada de corales, y de haberse llevado a cabo el plan original, el promedio de bajas entre los dos equipos de combate de batallón, habría sido enormemente elevado”.

144 aviones para pacificar

El puesto de mando aerotáctico a bordo de un EC-135 fuera de la base aérea de Ramey estableció contacto con los C-130 y los guió a San Isidro. “A las 2:15 de la madrugada del 30 de abril, el avión del general York aterrizó en el mediocremente iluminado campo de aterrizaje”, esta aeronave llevaba no sólo al general York, también iba a bordo el coronel William L. Welch, de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, comandante de escalón avanzado de la fuerza de tarea de transporte aéreo. Esto en principio no fue motivo de controversias pero después ocasionó algunas interrogantes sobre la sagacidad de ese movimiento.

“Aunque el comandante general necesitaba llegar a tierra tan rápido como fuera posible para impartir órdenes y ejercer su liderazgo, el hecho de ser el primero en aterrizar tenía riesgos, particularmente considerando la mala información con que contaba la 82ª división desde la orden de alerta inicial”.

Continúa Yates en su exposición que “la suposición de que el campo de aterrizaje estuviera en manos amigas confió demasiado al general York a pesar de la advertencia del general Imbert sobre las bandas rebeldes en las cercanías. Esta suposición fue puesta a prueba de inmediato al aterrizar. Imbert, quien había volado desde el Boxer para ver lo que estaba sucediendo, se encontró con York pero no pudo ofrecerle ninguna información actualizada, excepto que la situación era seria”.

Para llegar a la torre de control, el general York pidió a un grupo de hombres armados que iban en automóvil que le dieran un empujón, sin saber si éstos eran de la Junta Militar o fuerzas rebeldes, “sus temores terminaron cuando llegó ileso a la torre”.

Mientras, los soldados que Masterson había enviado a manejar la torre de control tenían el aterrizaje de los paracaidistas bajo control y la operación está descrita de la siguiente manera: los 33 aviones C-130 que transportaban las tropas aterrizarían primero; después de esto aterrizarían todas las aeronaves cargadas con equipo que se pudiera acomodar.

“Dado el reducido tamaño de San Isidro y la ausencia de instalaciones de descarga, 65 de los 111 aviones cargados con equipo fueron desviados a la base aérea de Ramey, para reconfigurar su carga para aterrizar antes de regresar a San Isidro, según un itinerario improvisado”. Después de convencerse que la torre estaba segura y en funcionamiento, York estableció un puesto de mando en un hangar cercano y los paracaidistas comenzaron a reunirse en el campo de aterrizaje para esperar información sobre los puntos de reunión y recibir información sobre lo que deberían hacer.

Soldados norteamericanos llegan sin municiones

“Los soldados no tenían municiones, las suposiciones de que tropas leales controlaban el campo de aterrizaje ayudó a decidir que no se distribuyeran pertrechos mientras los paracaidistas eran transportados, porque una granada accidentalmente activada a bordo de una aeronave repleta de tropas podría tener consecuencias fatales”.

Los C-130 que transportaban el equipo, comenzaron a aterrizar a las 4 de la tarde, pero pasó más de media hora antes de que los grupos de soldados que correspondían a esa primera ola se abrieran paso hasta el puesto de mando y recibieran instrucciones para descargar las aeronaves.

De acuerdo con las órdenes del general Harold K. Johnson , jefe de Estado Mayor del Ejército de Estados Unidos, las actividades militares en el país tuvieron el nombre genérico de “operaciones de estabilidad”, y para reforzar este nombre, Johnson explicó: “las operaciones en el exterior demandan que las fuerzas designadas salvaguarden o restablezcan la paz y la estabilidad en áreas amenazadas por las guerrillas, la insurrección y otras formas de presión subversiva inspirada interior o exteriormente”.

En esta operación se enfatizó mucho en el concepto de la guerra especial, en la que el enfoque de las operaciones militares va en un grado muy superior al experimentado en los conflictos convencionales a gran escala.

Haciendo un recuento de su experiencia en República Dominicana, el general Bruce Palmer señaló que en una situación “más política que militar, es inevitable que Washington asuma el control directo”, sin embargo, los proponentes de la “operación estabilidad” se mostraron renuentes a aceptar el próximo paso lógico, que los formuladores de políticas en Washington y no los comandantes en campaña, determinen el alcance y la naturaleza de las actividades militares en los niveles operacionales y tácticos.

El problema de la crisis dominicana fue que durante los primeros días de la intervención, la coordinación político-militar tuvo varias fallas que agravaron la confusión e incertidumbre que acompaña a las primeras fases de toda operación, y que, en un momento ocasionaron que las autoridades norteamericanas trabajaran con propósitos opuestos cuando la necesidad militar difería de los objetivos políticos.

Discrepancias con relación a misión

Entre los días 30 de abril y 3 de mayo, el tema que generó mayor controversia entonces y que después fue la discrepancia entre la misión anunciada por las fuerzas militares norteamericanas que entraban en República Dominicana y el propósito para el que se utilizaron muchas de esas tropas.

De hecho, el presidente Johnson se abstuvo de decir al pueblo norteamericano que el verdadero propósito de la intervención fue impedir que el país se convirtiera en una segunda Cuba, manteniendo el postulado del principio, que era para salvaguardar las vidas de los nacionales residentes en República Dominicana.

“El presidente se abstuvo de descubrir el motivo anticomunista detrás de su decisión hasta que pudiera conseguir todo el apoyo posible dentro del hemisferio por una acción que muchos latinoamericanos estaban seguros que se podía considerar una intervención militar en los asuntos de una nación soberana. En tanto, todas las operaciones militares en Santo Domingo y en sus alrededores se explicarían, sin excepción, en términos de la mencionada misión de salvaguarda de vida y bienes norteamericanos”.

Por orden del presidente Johnson, se ordenó al almirante Smith, comandante en jefe del Comando del Atlántico, a “demorar el establecimiento de una zona de seguridad internacional, pendiente de los resultados de la votación del Consejo de la OEA, que Washington esperaba le daría una sanción multilateral al plan”.

Después que la OEA aprobó la resolución que establecía “un cese de fuego y un llamado urgente a todas las partes para permitir el inmediato establecimiento de una zona neutral internacional, el Departamento de Estado le informó a Bennett que se había autorizado el empleo de las fuerzas necesarias para establecer una zona de seguridad internacional”.

El plan establecía que los infantes de Marina limpiaran el área, y después se haría el llamado urgente a los rebeldes, ordenado por la OEA, que en efecto era pedirles que aprobaran y aceptaran un hecho consumado.

La manera cómo se manejó la invasión a República Dominicana se resalta en el documento de Leavenworth, cuando explica que “el uso de infantes de Marina para establecer la zona de seguridad internacional se podría explicar en términos de su conocida misión, aun cuando los formuladores de políticas realmente sabían que la razón anticomunista era la que verdaderamente guiaba sus acciones”.

Inician el corredor de seguridad internacional

Pero la pregunta obligada era ¿qué hacercon las unidades de la 82ª división?, ya que cuando Bennett se enteró de que éstas iban a aterrizar en San Isidro, le preguntó al Departamento de Estado, “¿se ha planeado que estas tropas empiecen inmediatamente sus operaciones en vista de la declaración de que la acción continúa basándose en la necesidad de protección de las vidas de norteamericanos en República Dominicana? La respuesta del Departamento de Estado fue que las fuerzas aerotransportadas se podrían utilizar para “ayudar a establecer una zona neutral”, y según expresa Yates, esto constituyó “una flagrante falsedad considerando la distancia que había entre paracaidistas y los infantes de Marina, tomando en cuenta la falta de medios prácticos para unir las dos fuerzas sin arriesgarse a un sangriento combate con los rebeldes que los separaban, y la habilidad de los infantes de Marina de llevar a cabo la misión de establecer una zona de seguridad internacional por ellos mismos”.

Lunes, 28 de abril de 1997

La orden fue:

Intervención para salvar vidas norteamericanas y de otras naciones

L

a orden de la Junta
de Jefes de Estado Mayor de Estados Unidos a los comandantes militares en República Dominicana fue tajante en relación a las respuestas que deberían dar con respecto a la misión a cumplir por la 82ª División Aerotransportada.

“Los comandantes militares deben responder a las preguntas de la prensa relativas al despliegue de las tropas aerotransportadas diciendo que ellas deben reforzar a los infantes de Marina con el propósito de proteger las vidas de los norteamericanos y otros extranjeros. No se debe dar otra respuesta ni hacer conjeturas”.

Estas instrucciones llegaron después que el comandante Dare divulgara la misión anticomunista de las tropas estadounidenses. Este comandante fue la excepción a la regla, ya que los demás jefes militares se vieron en la difícil posición de tener que desviar a la prensa de lo que sabían era el verdadero objetivo de la llegada de la 82ª división.

“La mala relación entre los pronunciamientos políticos y los despliegues militares produjo confusión sobre las intenciones estadounidenses y marcó el comienzo de la confrontación de las fuerzas militares con los que hasta entonces habían sido medios noticiosos amigos”, expresa Yates en el informe, en el capítulo referente a la Operación Estabilidad.

No obstante, el Departamento de Estado le solicitó al embajador Bennett que la Junta le diera atención urgente al desarrollo de planes operacionales, con la discreta asistencia de unos pocos oficiales norteamericanos para sofocar sistemática y deliberadamente la resistencia en las partes de la ciudad que todavía estaban en manos de insurgentes.

Sin embargo, la tarde siguiente, después que el Consejo de Seguridad de la OEA había solicitado una tregua entre las partes en conflicto, el Departamento de Estado ordenó a Bennett disminuir la participación norteamericana “en las conversaciones en San Isidro respecto a una acción militar inmediata”.

Esta posición de Washington no prohibía a los oficiales norteamericanos asistir a los leales en la preparación de planes de contingencia de operaciones futuras.

La situación se presentaba clara para el diplomático y los militares encargados de la campaña, pues entendían que la posibilidad de una solución militar a la crisis en términos ya de apoyo estadounidense a una ofensiva de los leales o de un ataque directo de Estados Unidos contra los rebeldes.

Yates aclara en los Documentos de Leavenworth que “tenían muy pocas dudas de que la decisión presidencial de intervenir con fuerzas abrumadoras no tenía el impacto psicológico necesario para detener el combate y forzar las negociaciones, las unidades de la Marina de Estados Unidos serían desplegadas con fines militares contra los rebeldes”.

Discuten entrada en acción tropas Estados Unidos

A esta posición se adhería el general York, quien no veía otra alternativa porque a su llegada a San Isidro, había evaluado la situación, cuya realidad contradecía algunas de las informaciones que había recibido estando en el Fuerte Bragg.

Con la excepción de unos pocos puntos de resistencia de los militares leales, los constitucionalistas controlaban la mayor parte de la ciudad capital, “y no como a él se le había informado, de que solamente el sector de Ciudad Nueva estaba en manos de los constitucionalistas, aunque allí estaba concentrada la mayoría de los rebeldes porque constituía el centro económico de Santo Domingo”, refiere el informe.

Sin embargo, la mayoría de los informes que York recibió y vio por sus propios ojos era obvio: las fuerzas de la Junta Militar estaban desmoralizadas, plagadas de desertores, hambrientas e incapaces de efectuar un combate inmediato. “Si se deseaba despejar de rebeldes a Santo Domingo y restablecer el orden, estas tareas tendrían que ser realizadas por tropas norteamericanas”.

El vicealmirante Masterson también se adhirió a la posición de York, y fue más lejos, ya que establecía que las tropas norteamericanas debían moverse a las áreas que bordeaban los puntos de resistencia de los rebeldes en Ciudad Nueva. En este sentido, Yates dice que “aunque el general y el almirante no se habían comunicado antes de la llegada de York a San Isidro, sus planes eran virtualmente idénticos, mientras los infantes de Marina expandían el área que ocupaban en la zona de seguridad internacional, los paracaidistas protegerían su cabeza de puente aéreo, se moverían al río Ozama y relevarían a las fuerzas de la Junta Militar a ambos lados del puente Duarte”.

Agrega que de ejecutarse estas operaciones exitosamente, los norteamericanos protegerían la orilla oriental del Ozama y la Junta Militar
en San Isidro contra un ataque rebelde, y se pondría a la Tercera Brigada en la posición correcta para entrar a Santo Domingo en caso de ser necesario.

El plan de Masterson tenía un elemento adicional. “Las fuerzas leales, una vez relevadas, patrullarían el área comprendida entre los infantes de Marina y los paracaidistas, es decir, entre la cabeza del puente Duarte y la Embajada de Estados Unidos, para cuando Masterson y York se reunieron a bordo del Boxer al amanecer del 30 de abril, el comandante de la Junta
de Jefes de Estado Mayor le dijo al general que consideraba el patrullaje de los leales como una ayuda temporal hasta que llegaran suficientes refuerzos norteamericanos para completar el envolvimiento de los rebeldes en Ciudad Nueva y apretar el círculo alrededor de ellos”.

Pero Washington se oponía a una acción directa, ya que pondría en evidencia los verdaderos planes del gobierno de Johnson, por lo que había que hacer un trabajo de zapa, pues la declaración del primer mandatario al respecto no dejaba lugar a dudas, al indicarle al embajador Bennett que “la participación de tropas norteamericanas en operaciones ofensivas de combate contra los extremistas es una decisión política importante que solamente debería ser tomada por la máxima autoridad aquí”.

El temor a los que caerían en un combate, específicamente vidas de dominicanos del bando constitucionalista, no decidía al Presidente Johnson a una acción, por lo que la evitaba, hasta que a media mañana del viernes 30 se reunió con sus asesores a pesar de los informes de que la Junta Militar
se encontraba cerca del colapso y de que la Fortaleza Ozama
estaba a punto de caer en manos rebeldes.

“Jonson consideró apropiada la decisión de enviar tropas norteamericanas a Santo Domingo para atacar a los constitucionalistas. Fue una decisión difícil y rehusó tomarla, escogiendo en su lugar mantener abiertas sus opciones. El podía. Decidió por el momento continuar trabajando a través de la OEA para un cese del fuego”.

A través de esta y otras iniciativas en las que participaban latinoamericanos, Johnson esperaba hacer de la intervención un asunto hemisférico multilateral, y para ayudar al embajador Bennett y al Nuncio del Papa, diplomático de mayor jerarquía en el país, a negociar un cese del fuego, el presidente norteamericano ordenó al ex embajador John Bartlow Martin viajar hacia Santo Domingo a fin de establecer contacto con los líderes constitucionalistas, ya que no era un secreto para nadie el hecho de que Bennett tenía poca o ninguna credibilidad, ni temporalmente estaba inclinado a negociar con los rebeldes.

Envían más tropas a República Dominicana

En Washington tenían también el temor de que el Nuncio pudiera hacer demasiado concesiones a los constitucionalistas, y en caso de que fracasara la negociación del cese del fuego, Jonson quería disponer de suficientes tropas para tomar y retener la isla. McNamara y Wheeler le aconsejaron al presidente que una o dos divisiones serían necesarias para llevar a cabo esa tarea, así que Johnson autorizó el envío del resto de la 82ª División Aerotransportada, la Cuarta Brigada Expedicionaria de la Infantería
de Marina y si era necesario, la 101ª División Aerotransportada.

Lyndon B. Johnson añadió que aprobaría el uso de todas las tropas y medidas que fueran necesarias para impedir que la isla fuera tomada por los comunistas, y como última medida decidió activar el Comando del XVIII Cuerpo del Ejército Aerotransportado y enviarlo a Santo Domingo. Al respecto Yates comenta, “fue una mañana muy ocupada en el Salón del Gabinete”.

En cumplimiento a lo establecido, se le informó a Bennett de la posición de la Administración. El
personal de la embajada debería continuar trabajando en pro de un cese del fuego, asimismo, debería oponerse a cualquier acto militar imprudente de parte de los leales.

“La Junta Militar era la única fuerza dominicana organizada amiga de Estados Unidos y por lo tanto, necesitaba preservarse como la base para un nuevo gobierno, porque la Casa Blanca no quería que las tropas norteamericanas se encontraran en la posición de tener que rescatar a la Junta mediante una acción militar. Hasta el viernes en la mañana, Washington no estaba preparado para sancionar ataques norteamericanos sobre los puntos de resistencia rebelde”, indica el informe.

Pero esto no significaba que los formuladores de políticas en Estados Unidos rechazaran el empleo de fuerzas militares para asegurar una decisión a favor de los leales, no, todos consideraban posible una confrontación decisiva con las fuerzas constitucionalistas y esa convicción matizó su enfoque sobre el despliegue de las unidades del Ejército y la Infantería de Marina y los intentos de establecer un cese de fuego.

“Como resultado, las medidas políticas y militares tomadas por Estados Unidos durante los próximos días parecían algunas veces que tuviesen propósitos opuestos. Hasta dónde esto era cierto fue demostrado patentemente en la primera semana de la intervención”.

Buscan acuerdo entre bandos en pugna

Mientras la 82ª División Aerotransportada y los infantes de Marina llevaban a cabo sus operaciones respectivas, se convocó una reunión en San Isidro a media tarde del viernes 30 de abril con el propósito de arreglar un cese de fuego, reunión a la que asistieron Bennett, el Nuncio, York, Wessin, Benoit y dos personas representando al coronel Caamaño, y el emisario personal del presidente Johnson, John Bartlow Martin, quien llegó cuando la reunión empezaba. En el transcurso de ésta se originó una prolongada y áspera discusión entre los oficiales en pugna, en la que cada parte habló acaloradamente.

El motivo de las discusiones era la comisión de atrocidades y otros crímenes, de los que se acusaban mutuamente, “por un tiempo pareció que el acuerdo fuera inalcanzable, pero a solicitud de Martin, Wessin, luego Benoit, y otros de los asistentes, firmaron un breve documento que buscaba garantizar la seguridad de todas las personas, sin considerar su afiliación política y que solicitaba a la OEA el envío de una comisión para arbitrar el conflicto.

Los firmantes deseaban la aprobación y firma personal de Caamaño pero decidieron esperar hasta la mañana siguiente antes de hacer el peligroso viaje hasta el cuartel del coronel, en tanto, el Nuncio apostólico de Su Santidad anunciaba por radio que se había efectuado el acuerdo.

Cese de fuego. Tropas estadounidenses toman posiciones

La situación comenzó a cambiar a medida que entró en efecto el cese de fuego, pues tanto los infantes de Marina como los paracaidistas reforzaron sus posiciones y esperaron la caída de la noche, “un pelotón de la 82ª división voló en helicóptero para asistir a los infantes de Marina a defender la zona de aterrizaje cerca del hotel El Embajador.

En torno a esta asistencia, Yates indica que “era un calculado gesto simbólico para demostrar la participación de la 82ª división en el esfuerzo de proteger las vidas de los norteamericanos. Por el extremo oriental de la zona de seguridad internacional, cada una de las tres compañías de infantes de Marina tenía una sección de fusiles sin retroceso de 106mm. para incrementar su potencia de fuego”.

El fuego de francotiradores continuó durante la noche entera a pesar del cese de fuego pero una vez las tropas interventoras se acostumbraron a él, su disciplina de fuego mejoró, es decir, dejaron de devolver el fuego hasta que tenían un blanco evidente.

Asimismo, en la orilla occidental del puente Duarte, la cabeza de puente defendida por miembros de la 82ª división fue víctima también del fuego interminable y a veces nutrido de francotiradores en la noche del 30, la fuerza de asalto inicial de la división había llegado configurada para operaciones ligeras pero un batallón de artillería había traído obuses de 105mm., que habían sido situados entre San Isidro y la cabeza del puente.

Cerca de la medianoche, cuando el fuego de los francotiradores era más violento, los obuses comenzaron a vomitar municiones, lanzando unas ocho, lo que provocó una disminución en el fuego de los francotiradores, el comandante del batallón, temiendo que los restos encendidos de estas municiones ocasionaran incendios en el viejo caserío que bordeaba la cabeza de puente, ordenó a la artillería que cesara el fuego. “De la manera en que se desenvolvieron las cosas, las fuerzas norteamericanas no lanzaron más munición de artillería durante la intervención”.

El cese de fuego parecía estar entrando en efecto, pero pocos se mostraron optimistas en cuanto a su duración. “Este acuerdo de cese de fuego sin dudas no causó alegría entre los leales y los funcionarios norteamericanos en Santo Domingo, considerando que el cese del fuego era un desatino mientras los rebeldes aún controlaban la mayoría de la ciudad, en tanto, Bennett trataba desesperadamente de convencer a Washington de sus recelos, pero no lo logró. York ser refirió al acuerdo como un obstáculo para impedir la toma del poder por los comunistas, mientras que Masterson consideraba que el acuerdo era débil.

Así las cosas, se suscitó una agria disensión entre los comandantes norteamericanos y el enviado presidencial Bartlow Martin, el cese del fuego puesto en efecto formalizaba la brecha entre los soldados de Infantería de Marina y los paracaidistas, pero nadie tenía potestad para desautorizar al emisario, al igual que en el caso de los límites de la zona de seguridad internacional, parecía que este aspecto del acuerdo, inadecuado desde el punto de vista militar, tampoco sería alterado.

Martes, 29 de abril de 1997

Jefe interventor norteamericano tenía una “misión oficial” y otra “real”

A

l parecer, la decisión de John Bartlow Martin prevaleció a pesar de la oposición de los comandantes y el embajador Bennett, cuando el primero de mayo llegó a la base aérea de San Isidro el general Bruce Palmer, a quien, en una reunión del presidente Johnson y sus asesores, se había designado para tomar el mando de las fuerzas en República Dominicana.

Johnson, según da cuenta el documento de Leavenworth, ordenó al general Wheeler seleccionar al “mejor general en el Pentágono” e inmediatamente buscó a Palmer, quien entonces se desempeñaba como asistente del jefe de Estado Mayor del Ejército para operaciones.

Esta selección la describe el profesor Yates, autor del informe oficial, de la siguiente manera: “Palmer, un hombre modesto, atribuyó su selección en parte a la politiquería del Ejército –Wheeler quería nombrar inmediatamente a uno de los suyos como sustituto de Palmer—y a que era adecuado al deseo del presidente y sus asesores tener un general de Washington, uno que presumiblemente estuviera a tono con las dimensiones político-militares de la crisis en la delicada función de comandante de las fuerzas norteamericanas en el país”.

Wheeler informó de inmediato a Palmer que debía partir para el Fuerte Braga, “que seleccionara un Estado Mayor que contuviera solamente lo más esencial, con apoyo de comunicaciones del XVIII Cuerpo de Ejército Aerotransportado, y volara a Santo Domingo”.

La información que ofreció el jefe de Estado Mayor conjunto Wheeler al nuevo comandante en República Dominicana fue que su “misión oficial” era salvar las vidas de los norteamericanos, pero su “misión real” era impedir “que el comunismo se tomara a República Dominicana”, para lo que debía tomar todas las medidas necesarias par impedir la creación de una segunda Cuba y se le prometieron suficientes tropas para “hacer ese trabajo”, indica Yates.

Asimismo, se le recomendó acercarse al embajador Bennett y coordinar sus acciones con él y, finalmente, Wheeler ordenó que todos los mensajes enviados a Palmer a través de la cadena de mando, es decir, del comandante de la Fuerza de Tarea Conjunta y el comandante del Comando del Atlántico, debían también enviarse a Wheeler a través de un conducto extraoficial.

Sorprenden a comandantes en campaña RD

“Esta última instrucción se debía a la opinión de Wheeler de que las comunicaciones desde el lugar de los hechos que venían del Boxer y el Comando del Atlántico, se demoraban demasiado, llegaban incompletas y no se podía confiar en ellas”, hasta ese punto estaban de tirantes y contradictorias las relaciones entre los altos mandos militares norteamericanos.

Pero las fallas de las comunicaciones no se limitaban simplemente al envío de mensajes desde y hacia Washington, sino que incluían a los oficiales que se encontraban comandando las tropas en República Dominicana, y el ejemplo más patente de esa ¿falla de comunicación? Fue la reacción del comandante del Fuerte Braga, el general Bowen, “más que indignado le preguntó: ¿Qué diablos está haciendo aquí? Palmer le respondió y durante la discusión, el teléfono sonó y Bowen recibió la notificación oficial sobre lo que estaba sucediendo”.

Debido a esta situación, Palmer pudo seleccionar el segmento de Estado Mayor y los equipos de comunicación que necesitaba, pero recibió muy poca inteligencia de utilidad antes de partir en un C-130 hacia San Isidro. Su llegada tampoco fue muy bien recibida en San Isidro, y el propio Palmer escribiría después que despertó al general York de su tan necesitado sueño para que éste le orientara en su reemplazo como comandante de la Fuerza
de Tarea 120.

Dos comandantes en conflicto

“Bob no estaba muy contento de verme –escribió Palmer– pero aceptó la situación y se portó bastante bien”, a pesar de esto, se estableció una relación bastante tensa, refiere Yates, entre los dos generales, lo que Palmer atribuyó a la natural renuencia de York a ceder su autoridad como comandante de la fuerza terrestre, aunque Palmer mantenía el criterio de que el general York tenía más que suficiente con la 82ª división, por lo que era necesaria la presencia de un comandante de escalón superior que pudiera trabajar con el personal de la embajada como un “amortiguador” entre las tropas de combate con sus preocupaciones militares y los formuladotes de políticas en Washington con sus demandas políticas.

La tensión entre Palmer y York empeoró en las semanas siguientes a medida que diferían cada vez más en sus percepciones de la intervención.

El informe lo deja claramente establecido cuando hace alusión a esta situación y dice que “la orientación de York en el ruidoso hangar de la 82ª división en San Isidro convenció a Palmer de que la situación era bien confusa; lo que más molestó al oficial fue el cese de fuego que estaba en efecto, ya que bajo éste, las tropas norteamericanas acantonadas en la base, tenían que permanecer con una brecha entre el Ejército y la Infantería
de Marina, y en el medio, los rebeldes, que habían iniciado un reino de terror y anarquía, haciendo su voluntad”, como si Santo Domingo fuera un feudo de su propiedad.

Para Palmer, era una situación inaceptable desde el punto de vista militar, y le informó a York que no reconocería el cese de fuego por esta razón, aceptando el general bajo el argumento de que él no había firmado el acuerdo, sino que sólo había servido de testigo a nombre de Masterson, y acordaron –primera vez que se pusieron de acuerdo—establecer un corredor entre las dos posiciones de fuerzas norteamericanas.

El primer paso para lograr este objetivo fue la orden de Palmer a York de montar una operación de reconocimiento ofensivo ese día –1º de mayo, sábado—con el propósito de determinar “cuántos eran los efectivos rebeldes dentro de esa brecha y encontrar una ruta factible para el establecimiento del corredor, tema que durante los siguientes dos días fue la principal ocupación operacional de Palmer, mientras trataba de deshacer las consecuencias de lo que consideraba era un fracaso en la coordinación político-militar”.

Desconfianza hace fracasar reunión Palmer-Bennett

A las diez de la mañana de ese sábado, Palmer voló en helicóptero desde San Isidro hasta la embajada de Estados Unidos en momentos en que los infantes de Marina que custodiaban la sede diplomática sostenían un tiroteo con francotiradores constitucionalistas, por lo que Palmer y su piloto “improvisadamente se encaramaron por una cerca y saltaron a los jardines de la embajada; en la reunión que siguió a esta llegada poco ceremoniosa, Bennett expresó sus temores al general en torno al acuerdo de cese de fuego y le prometió apoyar la solicitud para el envío de más tropas”.

Un punto ensombreció la reunión, no se sabe con certeza si Palmer le informó al embajador Bennett sobre el reconocimiento ofensivo programado para más tarde en esa misma mañana, pero sí se sabe que el general informó vía telefónica al director del Estado Mayor conjunto en Washington sobre su plan de enlazar las dos fuerzas –Ejército e Infantería de Marina—y que ya se lo había comunicado a Masterson con el fin de conseguir la participación del Cuerpo de Infantería de Marina en la operación.

“La evidencia sugiere que Palmer no le informó nada al embajador, quizá porque no había tenido tiempo de forjarse una opinión respecto a la confiabilidad del diplomático. Si esta hubiese sido la razón, la causa de cooperación político-militar sufrió un revés temporal como resultado de la cautela militar”, escribió Yates en su informe.

Primeros combates cuerpo a cuerpo

Cuando John Bartlow Martin se estaba reuniendo con el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó para tratar sobre el cese de fuego definitivo, el reconocimiento ofensivo se iniciaba y los infantes de Marina y la 82ª división trataban de hacer contacto cerca de la zona de seguridad internacional.

El informe precisa los movimientos de las tropas interventoras. “La Compañía I
del equipo de combate del batallón 3/6 se movía hacia el noreste sin encontrar resistencia desde su posición en el punto C hasta el punto de enlace propuesto, en la avenida San Martín. A las 10:25 de la mañana un pelotón de resistencia y el primer pelotón de la compañía C, primer batallón de la 508 división de Infantería, salió desde la orilla occidental del Ozama por la ruta que lo llevaría al oeste y luego al sudeste hasta el punto de reunión.

“Contrario a los infantes de Marina, los paracaidistas encontraron resistencia en dos puntos sobre la marcha y sufrieron su primera fatalidad –otro soldado moriría después por causa de las heridas, identificado supuestamente como el teniente Brown, quien cayó bajo las balas del italiano Illio Capocci, cuyo fusil guarda como recuerdo el ex contralmirante Manuel Ramón Montes Arache–, la oposición en ambos casos fue contenida antes de que continuara el movimiento y un pelotón se perdió temporalmente porque su mapa no estaba actualizado”.

Sin embargo, el enlace de tropas norteamericanas se llevó finalmente a cabo en un campo abierto, escudriñando la fuerza conjunta el área inmediata, reuniendo “valiosa información de inteligencia, hasta que York le ordenó a las patrullas que regresaran a sus posiciones originales”, pero el informe emitido por la 82ª división acerca de la orden de repliegue decía que ésta “se emitió porque la fuerza no era lo suficientemente grande como para sostenerse por sí misma en una posición aislada, pero otro informe sugiere que la orden de repliegue vino directamente de Washington”.

Constitucionalistas protestan intromisión tropas Estados Unidos

Esta situación trajo como consecuencia que Washington se viera implicado directamente en la agresión, después que el coronel Caamaño se quejara de los movimientos de tropas. “En un cable enviado a Santo Domingo, Thomas Mann confesó estar perplejo con los cambios del coronel Caamaño, especialmente después que el Ministerio de Defensa le había asegurado al Departamento de Estado que el único movimiento conocido de tropas sería entre el puente Duarte y San Isidro”.

Bennett, que estaba en la misma situación que Mann, esperó dos horas antes de contestar el cable en el que admitió que estaba recibiendo protestas de los “rebeldes” sobre algunos movimientos de los paracaidistas en la ciudad y que estaban comprobando algunos informes contradictorios, ya que se les había dicho a los constitucionalistas que “Estados Unidos, aunque neutral, no se había comprometido en cuanto a dónde las fuerzas norteamericanas se podrían o no mover para llevar a cabo su misión”.

A las 8:40 de esa noche del sábado, fue que el embajador Bennett confirmó el enlace de las fuerzas del Ejército y de la Infantería
de Marina ocurrido esa tarde. Ese enlace demostró a Palmer la posibilidad de establecer un cordón desde el puente Duarte hasta la zona de seguridad internacional. El próximo paso era obtener tropas y apoyo para la operación, para la que se necesitarían los cuatro equipos de combate de batallón que York había solicitado temprano el viernes.

Estado Mayor se adelanta de nuevo al Presidente Johnson

Aun antes de que el presidente Lyndon B. Johnson se reuniera con sus asesores esa misma mañana del domingo 2 de mayo, la Junta
de Jefes de Estado Mayor dijo al comandante del Comando del Atlántico que preparara cuatro equipos de combate de batallón para despliegue, “lo más pronto posible, estando pendiente la decisión presidencial final”.

Para neutralizar las quejas de que la Fuerza Aérea no contaba con suficiente transporte para satisfacer los requisitos de una operación de expansión, la Junta
de Jefes de Estado Mayor indicó que el Comando Aerotáctico podría emplear todos los recursos activos de transporte de la Fuerza Aérea de Estados Unidos menos los que eran absolutamente esenciales para apoyar al Sudeste de Asia”.

Una vez que Johnson tomó la decisión sobre alertas y despliegue de tropas, aumentaron el volumen e intensidad las llamadas telefónicas y el tráfico de mensajes entre la Junta de Jefes de Estado Mayor, por un lado, y por el otro, los comandantes del Comando del Atlántico, del Comando de Ataque, el Comando Aerotáctico y del XVIII Cuerpo de Ejército Aerotransportado.

“El comandante del Comando del Atlántico debía dar máxima prioridad a la preparación de las aeronaves para el movimiento de los cuatro equipos restantes de combate de batallón empeñados en el Plan de Operaciones 310/265 y hacer el máximo de preparaciones para un lanzamiento inmediato de los batallones. El mismo mensaje recalcaba que esta fuerza se tenía que mover sin demora al recibo de la orden de ejecutar el movimiento y que el personal debería estar listo para una salida inmediata tan pronto como las aeronaves estuviesen disponibles y se hubiese adelantado dentro de lo posible la tarea de cargar el equipo”.

Para Yates, el texto de los mensajes no dejaba lugar a dudas de que según la interpretación del Estado Mayor Conjunto de las decisiones del presidente Johnson, “el empleo de fuerzas aerotransportadas adicionales era inminente y motivo de gran urgencia”, pero estas fuerzas tuvieron que esperar hasta la mañana siguiente, ya que el presidente anunció su propósito de reunirse nuevamente con sus asesores, impasse que provocó la furia de los generales York y Palmer, que se sintieron burlados.

Mientras esto sucedía, Johnson estaba reconsiderando el movimiento de fuerzas militares que había aprobado hacía apenas 24 horas, el motivo de esta segunda reunión en la Casa Blanca era muy sencillo, “la decisión de enviar elementos de la 82ª división a República Dominicana había ocasionado una violenta reacción en todos los países de América Latina y en la OEA”.

La noticia fue recibida con demostraciones y protestas, y líderes latinoamericanos, algunos de los cuales habían apoyado en privado el envío de tropas, denunciaron a Estados Unidos públicamente por violar su política de no intervención.

“A medida que crecían las críticas, también crecía el temor de parte de ciertos asesores presidenciales claves, de que mayores desplazamientos militares podrían distanciar a los gobiernos amigos en el hemisferio, poniendo así en peligro los esfuerzos de la administración por transformar la intervención en una empresa multinacional bajo los auspicios de la OEA, y la noticia de que había sido firmado un cese de fuego el viernes en la tarde, dio más peso a la cautelosa posición de Washington frente a las naciones de la OEA”.

Pero luego de la información de que tropas de refuerzo iban a ser enviadas a República Dominicana, el presidente Johnson se encontraba entre la espada y la pared, pues había aceptado apoyar un acuerdo negociado, y una moratoria sobre más empeños de tropas “daría credibilidad a esa posición y, quizá apaciguaría a los latinoamericanos por suficiente tiempo para que la OEA
enviara una comisión y probablemente tropas a República Dominicana”.

La decisión final de Johnson fue adoptar un curso intermedio, continuaría apoyando el cese de fuego y la participación de la OEA, mientras aprobaba la solicitud de Palmer y Masterson sobre el envío de más tropas de la 82ª división y de la Cuarta
Brigada Expedicionaria de la Infantería de Marina.

En cuanto a las tropas norteamericanas que se estaban reuniendo en Santo Domingo, no se les permitió por el momento emprender acciones ofensivas para derrotar a los rebeldes, a pesar de la petición de los militares de que el envío de más soldados era urgente debido a que se necesitaba detener el “avance comunista”.

Así pues, en medio de engañifas, promesas de cese de fuego y la implicación de la Organización de Estados Americanos en la crisis, Estados Unidos salvó su imagen pública, hizo lo que quiso y el final será tema del siguiente capítulo.

Miércoles, 30 de abril de 1997

Interventores vacilaban entre solución política o militar

A

nte la orden de Washington de no emprender acciones ofensivas contra los constitucionalistas, el general Palmer se reunió con Bennett y el emisario de Johnson, John Bartlow Martin, y recibió apoyo de éstos para instalar el corredor, aunque éste estaba preparado para ceder ante la necesidad militar, a pesar del cese de fuego que había negociado, ya que se daba cuenta de que la brecha dejaba a los rebeldes el control de la ciudad.

Martin rechazó, no obstante, la introducción de tropas norteamericanas directamente en el área de los constitucionalistas por temor a que e precipitara un derramamiento de sangre, prefería la ruta alterna que Palmer le había mencionado a Wheeler, refiere el profesor Yates en su informe.

Pero Palmer no abandonaba la idea del corredor y cuando llegó a San Isidro, se comunicó con el presidente Johnson a las 4:00 de la madrugada, el domingo 2 de mayo, desde el “Pájaro Hablador” C-130 de la Fuerza Aérea, localizado en el campo de aterrizaje.

“El hecho de que Washington se inclinaba a considerar la operación propuesta por Palmer se evidenció con las instrucciones que envió a éste, a Masterson, Bennett y Martin. A cada uno se le solicitó que evaluara la situación y recomendara un curso de acción a Washington a tiempo para que se tratara en una reunión el domingo por la mañana entre el presidente y sus asesores”.

Las órdenes dadas a Palmer y a Masterson provenían del general Wheeler, quien expresamente planteó el tema de establecer un perímetro alrededor del área sudeste de Santo Domingo, y quería saber de ambos oficiales cuál sería la ruta más aconsejable, la cantidad de tropas que se usarían y el promedio de bajas que podrían tener.

En torno a este mensaje, Yates refiere que irónicamente, “Palmer, el arquitecto de la idea, nunca recibió el mensaje de Wheeler porque la copia de éste se envió al Fuerte Braga y no se le transmitió al general, por lo tanto, no le envió a su superior la información detallada que éste con tanta ansiedad esperaba, e impacientemente, Palmer esperó la respuesta del jefe de Estado Mayor Conjunto a su propuesta del sábado en la tarde, no comprendiendo por qué Wheeler vacilaba en recomendarle al presidente lo que tan obviamente requería por ser una necesidad militar”.

Masterson sí recibió la solicitud de Wheeler y respondió que se necesitaban entre 12 y 18 batallones para llevar a cabo la misión, es decir, “dos o tres veces la fuerza de seis batallones que Palmer había recomendado. En efecto, los cálculos de Masterson requerían el empleo de la 101ª División Aerotransportada, por lo que no era de extrañar la preocupación de Wheeler al respecto”.

Johnson decide enviar más tropas y justifica acción ante pueblo estadounidense

El mismo domingo 2 de mayo, Bennett, hablando a nombre del personal de la embajada y en el de Martin, quien ya para ese momento había llegado a la conclusión de que la revuelta había sido tomada por elementos castristas-comunistas, recomendó insistentemente al Departamento de Estado aceptar la recomendación de Palmer de cerrar la brecha entre los soldados del Ejército y de la Infantería de Marina.

Masterson también secundó esos sentimientos del embajador y esa tarde, el Departamento de Estado “instruyó a Bennett ponerse en contacto con miembros de la comisión de la OEA que acababa de llegar a San Isidro, para determinar su opinión sobre el establecimiento de una línea de comunicación a través de la ciudad –el uso del término cordón se había prohibido por su connotación negativa—“, expresa el informe.

Agrega el documento que aunque la comisión tenía sus reservas, y a pesar de su preocupación de que el movimiento tuviese efectos adversos en el cese de fuego, los miembros de la comisión aprobaron el plan cuando se dieron cuenta que no existía ningún corredor que proporcionara un cruce seguro entre San Isidro y el centro diplomático de la ciudad.

Indica que los miembros de la OEA apreciaron la deferencia de Estados Unidos al consultarles, “aunque seguramente sospecharon que rea simplemente otro gesto representativo para conseguir la aprobación de la OEA de lo que sería una operación norteamericana. Tales sospechas habrían sido bien fundadas: el Departamento de Estado le había asegurado a Bennett antes de hacer contacto con la comisión, que la línea de comunicación se establecería de todas maneras, sin importar cuál fuera la actitud y opinión de los miembros de la comisión”.

La frágil naturaleza del cese de fuego, la decisión de estar a la par con el pueblo norteamericano sobre la advertida amenaza comunista, la idea de que un corredor sería utilizado para facilitar la evacuación de ciudadanos norteamericanos y el interés por el establecimiento de un perímetro que pudiera aislar el grueso de las fuerzas constitucionalistas, convencieron a los formuladores de políticas de Washington a aceptar el plan de Palmer.

“A las 20:45 (8:45 de la noche) del domingo 2 de mayo, Jonson habló con Bennett y le dio su aprobación para establecer el corredor; más tarde, esa misma noche, el presidente nuevamente fue a la televisión a transmitir un importante comunicado en el que reafirmaba la neutralidad norteamericana en República Dominicana”.

Para justificar la utilización de tropas adicionales, “reveló públicamente, por primera vez, los temores de la administración sobre la toma comunista de la República Dominicana
y la necesidad de que Estados Unidos, actuando a través de la OEA, impidiera una catástrofe de ese tipo. Las naciones americanas no deben ni pueden permitir el establecimiento de otro gobierno comunista en el Hemisferio Occidental”, dijo Johnson en su alocución al pueblo norteamericano.

Se inicia el corredor; cae un dominicano

Ya con la anuencia pública del gobierno, se dio inicio a la operación que tendría lugar en la noche con el fin de minimizar las bajas en ambas partes “y entre los inocentes espectadores”.

En una conferencia en la oficina de Bennett, Palmer, el embajador, Tompkins y el coronel Joe Quilty, de la Infantería de Marina, jefe del grupo militar, “habían seleccionado ya la ruta para establecer la línea de comunicaciones. El Departamento de Estado había asumido que la operación seguiría la misma ruta usada para el enlace realizado el día sábado, pero estudiando un mapa de la compañía Esso Standard Oil abierto ante ellos sobre el piso, los asistentes a la reunión en la oficina de Bennett consideraron todas las posibilidades”.

En esta reunión se descartó la utilización de la ruta Sur de avance, porque significaba un choque inevitable con la principal concentración de rebeldes, algo que Washington no aprobaría; la ruta que iba hacia el Norte de la zona de seguridad internacional también representaba el peligro de atravesar puntos de actividad rebelde.

“La ruta que finalmente se escogió fue calculada en base a menor distancia y menor resistencia rebelde, esto significaba evitar el peligroso punto D, girando hacia el Sur por la calle San Juan Bosco, que dirigía al punto C, que ya estaba protegido por los infantes de Marina. En retrospectiva, todos aceptan que el rechazo de la ruta que pasaba más al Norte fue un error porque dejó Radio Santo Domingo en manos de los rebeldes”.

En relación a esta maniobra, expresa el informe que “una vez que el establecimiento de una línea de comunicación hizo improbable la victoria de los constitucionalistas, la propaganda transmitida desde la estación de radio creó uno de los obstáculos más importantes para ponerle fin a la crisis”.

Pasado un minuto de la medianoche del lunes 3 de mayo, la operación empezó. Un pelotón de Infantería de Marina se movió hacia el Este, tres batallones de la Segunda Brigada, que apenas acababa de llegar a San Isidro, dejaron la relativa seguridad de la cabeza de puente de la 82ª división y empezaron a moverse hacia el punto de reunión.

Las tácticas empleadas fueron, en palabras del general Bruce Palmer, “espectaculares”, y así lo definió: “Usando el método de avance por saltos alternados, un batallón avanzaría, protegería el área y lo retendría. El siguiente batallón en línea atravesaría las dos áreas y avanzaría hasta la posición de la Infantería de Marina, formando así el enlace, solamente encontraron una ligera resistencia, y realizaron el contacto con los infantes de Marina una hora y catorce minutos después”, es decir, a las 1:15 de la madrugada.

Sin embargo, el informe de Palmer no mencionó un incidente que ocurrió cuando la 82ª división llegó al punto de enlace, acompañados por el general York, los elementos avanzados le hicieron señales a los infantes de Marina, en ese momento, un francotirador constitucionalista disparó sobre la posición de la 82ª división, los paracaidistas mataron al francotirador, pero en la oscuridad algunos infantes de Marina que escucharon los disparos, abrieron fuego contra sus compañeros de la división.

Un segundo intento de hacer señales a los infantes de Marina también dio por resultado un breve tiroteo. Disgustado y frustrado, York finalmente se levantó, caminó por el medio de la calle y se identificó a gritos, fue entonces que el enlace se llevó a cabo”.

Con el corredor abierto tropas norteamericanas inician “acciones humanitarias”

Después que varios convoyes atravesaron la “autopista norteamericana”, o “el callejón de batalla”, como se llamó a la línea de comunicación, se consideró el camino seguro y se ensanchó en los siguientes dos días para hacer más defendibles las posiciones y minimizar el fuego directo en el área.

La línea de comunicación, al proporcionar un corredor entre el puente Duarte y la zona de seguridad internacional, facilitó las comunicaciones y el movimiento de personas y abastecimientos, también sirvió como ruta alterna de evacuación y permitió a los paracaidistas iniciar una serie de “acciones humanitarias que incluían reparto de comida, agua y medicinas a los habitantes de la ciudad, sin considerar su ideología, que habían estado por días sin esos artículos de primera necesidad”.

Largas filas de hombres, mujeres y niños acudían a recibir los alimentos que ofrecían los soldados norteamericanos en lo que fue calificado como una humillante fórmula de ayuda de las tropas invasoras que se aprovecharon de la necesidad del pueblo dominicano.

Se estrecha el cerco contra los constitucionalistas

Desde el punto de vista militar, la línea de comunicación dividió a “la fuerza rebelde y atrapó a más del 80 por ciento de las tropas de Caamaño en Ciudad Nueva, pues debido a que los soldados rápidamente establecieron puntos de control a lo largo de esta línea, se redujo el movimiento de rebeldes armados dentro de la parte Norte de Santo Domingo, desde donde podían llevar a cabo operaciones y quizá montar una insurgencia en la campiña”.

Refiere el documento que la línea de comunicación de hecho puso fin a cualquier posibilidad de que los constitucionalistas pudieran tomarse el país por medios militares, “estaban rodeados y la potencia de combate de su adversario era superior. Caamaño tendría que negociar o hacerle frente a una derrota militar”.

Ante sea situación, Palmer y York prefirieron darle alternativa al coronel de abril, su principal razón desde un comienzo para establecer el corredor había sido proporcionarle a la 82ª división una ventajosa posición de asalto para un ataque con todo, sobre los rebeldes.

Tal como Palmer indicó posteriormente, “las fuerzas que abrieron la línea de comunicación pudieron haberse movido hacia el Sur al establecer el enlace con la Cuarta Brigada Expedicionaria de la Infantería
de Marina, tal acción habría acabado con la rebelión y restaurado el orden público sin demora”.

Palmer había planificado un ataque que combinaba operaciones terrestres y helitransportadas que caerían sobre Caamaño desde todas partes a la vez, y la batalla, si es que la había, debía terminar en asunto de horas, según escribió el general Robert York, todo lo que se necesitaba era la autorización de Washington para empezar. Esta nunca llegó”.

Después del rompimiento de la coordinación político-militar “que dejó abierta la brecha entre las unidades de la Infantería
de Marina y los paracaidistas, Palmer persistentemente había mantenido que la necesidad militar debía tener precedencia sobre las consideraciones políticas debido a la incierta situación militar en la ciudad”.

El general había sido persuasivo y “había ganado”, pero el establecimiento de la línea de comunicación abrió una nueva fase en la intervención, una fase en la que las consideraciones militares “volverían a prevalecer sobre los objetivos políticos en asuntos de la magnitud de la línea de comunicación”.

Johnson busca una solución política

Eliminada “la amenaza de una toma comunista”, la Administración
Johnson consideró que cualquier otra acción militar norteamericana que se llevara a efecto sería contraproducente para “los intereses norteamericanos en la República Dominicana y en América Latina, esa apreciación no significaba, sin embargo, que todas las tropas norteamericanas se replegarían”.

Su presencia le proporcionaba a la Administración
Johnson el poder necesario para encontrar una solución política a la crisis, “una solución política que el presidente Johnson esperaba que los diplomáticos pudieran encontrar rápidamente antes que la intervención tomara los visos de una ocupación, pero hasta que las negociaciones fueran provechosas, los soldados norteamericanos permanecían en peligro”, refiere Yates en los Documentos de Leavenworth.

Esto así porque se exponían a ser el blanco de los francotiradores, del fuego de las ametralladoras y, dependiendo de su ubicación, del resentimiento popular y la violencia de la chusma. Pero solamente porque la intervención hubiese entrado en una fase política, no se eliminaban los peligros militares.

Lo que la transición presagiaba “era un número mayor de restricciones políticas que podían interferir con la capacidad de las tropas norteamericanas para contraatacar esos peligros. La frustración aumentó en los días y semanas que siguieron a medida que los soldados interventores, completada ya la porción del combate que se registró en República Dominicana, experimentaban los efectos de la subordinación de lo militar a lo político.

“Para los soldados que estaban bajo fuego, fue una amarga lección que ninguna coordinación político-militar pudo haber hecho completamente aceptable”, y mientras las tropas norteamericanas ocupaban la recién establecida línea de comunicación, la ventaja militar en Santo Domingo cambiaba irrevocablemente a su favor.

“Los constitucionalistas no podrían alcanzar sus metas por la fuerza de las armas, cualquier incertidumbre que quedaba se relacionaba con la solución de la crisis, por lo que todos se preguntaban, ¿habría una solución diplomática o militar? La decisión se encontraba en Washington, en donde el presidente Johnson continuaba decidido a negociar un final a la guerra civil”.

La disyuntiva que se planteaba era un acuerdo político que abarcara a las facciones dominicanas en pugna, salvaría a la extrema izquierda y presumiblemente sería de mayor duración y ocasionaría un daño menor a la imagen norteamericana en el hemisferio, que un acuerdo impuesto por la acción militar, pero existía, sin embargo, un grave inconveniente a la táctica diplomática, no existían las condiciones para que tuviera éxito, así de simple.

Las razones que estudiaba Washington giraban en torno a que a pesar de estar rodeados por infantes de Marina y paracaidistas norteamericanos, “los constitucionalistas no estaban de humor para capitular, y aunque la presencia militar estadounidense frenaba en gran medida la violencia, las pasiones y el odio generados durante la semana de guerra civil, no se podían apaciguar de una sola vez. En cuanto al cese de fuego acordado el 30 de abril, tanto los constitucionalistas como los leales lo violaban a su antojo”,

Ante esa situación, se tuvieron que mejorar las comunicaciones y la calidad de la inteligencia política y militar, se necesitaba desesperadamente una estructura de mando más simple y eficiente, y la mayoría de estos ajustes se hicieron antes de mediados de mayo, refiere el profesor Yates.

Mientras tanto, las autoridades y los oficiales militares norteamericanos vigilaban los acontecimientos políticos, “que durante ese período de dos semanas incluyeron la formación de dos gobierno dominicanos rivales, un nuevo acuerdo de cese de fuego, una enconada guerra de propaganda y la llegada de más emisarios presidenciales desde Washington”.

El desenlace de todos estos problemas surgió con la instauración del Gobierno de Reconstrucción Nacional, apoyado por Estados Unidos, cuya presidencia recayó sobre el general Antonio Imbert Barreras, y la elección del coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó como presidente de los constitucionalistas.

Jueves, 1º de mayo de 1997

Informe señala:

Dominicanos consideraban Junta Militar de Benoit “represiva y reaccionaria”

A

pesar de que Washington insistía en que con el establecimiento de la línea de comunicación por las tropas norteamericanas, en Santo Domingo se había controlado la guerra civil, las maniobras políticas de todas las partes en conflicto apenas comenzaron al día siguiente del establecimiento del corredor que supuestamente demostró “el poder de Estados Unidos y puso fin a cualquier posibilidad de ataque rebelde a la Junta Militar en San Isidro”.

El documento de Leavenworth indica al respecto que al impedir la victoria militar a los rebeldes, éstos rápidamente cambiaron de táctica y lanzaron una vigorosa ofensiva con propaganda política.

La primera de ellas el 4 de mayo, “cuando un Congreso constitucionalistas eligió a Caamaño como Presidente del país, y mientras esta ceremonia se estaba realizando, las autoridades norteamericanas estaban organizando su propia campaña para formar un gobierno más adecuado. Eso significaba esencialmente facilitarle la salida a la Junta del coronel Benoit en San Isidro, tildada por muchos dominicanos de represiva y reaccionaria y encontrar un gobierno alterno que pudiera disfrutar de apoyo popular”.

Es así que el emisario de Johnson, John Bartlow Martin, con apoyo del embajador Bennett, tomó la “batuta” abogando por el general Antonio Imbert Barreras, un hombre “que aún muchos dominicanos, aunque menos de los que Martin pensaba, consideraban un héroe nacional por su desempeño en el “asesinato” de Trujillo”.

Un país, una guerra, dos gobiernos

De Imbert cuenta el profesor Yates en el documento en cuestión que “tenía un ejército privado de cerca de dos mil hombres, pero lo que lo convertía en un atractivo candidato a los ojos de Martin, era la desavenencia existente entre el general Imbert y los oficiales de San Isidro, incluyendo a Tessin, porque Caamaño, sabía Martin, nunca entraría en tratos con Tessin, el hombre que la mayoría de los rebeldes culpaba de haber iniciado la guerra civil y creía, no obstante, que una reconciliación entre Caamaño e Imbert no era imposible”.

Ante esa estrategia norteamericana, es claro entender el hecho de que Imbert encabezara la lista de cinco candidatos, quienes constituirían el Gobierno de Reconstrucción Nacional (GRN). “Imbert escogió inmediatamente a Benoit como el segundo candidato para no enemistarse con la Junta, pero hubo cierto retraso para reclutarlos”.

La dificultad estaba en que, como Bennett informó al Departamento de Estado, pocas personas estaban calificadas para las posiciones y la mayoría de las que lo estaban se mostraban renuentes a aceptar, pero después de una rigurosa búsqueda aparecieron los candidatos y el 7 de mayo, Imbert fue juramentado como presidente del Gobierno de Reconstrucción Nacional.

“Bennett recomendó el inmediato reconocimiento de Estados Unidos al nuevo gobierno pero el Departamento de Estado objetó que tal movimiento podría afectar adversamente el próximo paso en el proceso de estabilización, según lo contemplaba Washington y la OEA, es decir, arreglar un acuerdo entre el Presidente Caamaño y el Presidente Imbert para formar un gobierno provisional empeñado en celebrar elecciones pronto”.

Aun cuando ambos “gobiernos” manifestaron esta esperanza cuando firmaron el “Acuerdo de Santo Domingo”, documento redactado por la OEA
que detallaba el acuerdo de cese de fuego, la reconciliación que Martin predijo se veía difícil, ya que al comienzo, el principal obstáculo a un acuerdo entre el GRN y los constitucionalistas “pareció ser la insistencia de Caamaño de no reunirse con Imbert hasta que ciertos oficiales relacionados con el grupo de San Isidro abandonaran el país”.

Las autoridades norteamericanas persuadieron a Imbert de aceptar la condición pero la clave del proceso la constituía Tessin, a quien Bennett consideraba “un hombre honorable pero el personaje detestable de la revolución”; entonces Tessin prometió a Bennett y a Palmer que renunciaría por el bien del país y aceptaría una posición en el exterior, con lo que aumentaron y disminuyeron al mismo tiempo las posibilidades de paz.

Los esfuerzos por reunir a Caamaño e Imbert se fueron por los suelos debido a las constantes violaciones al cese de fuego por ambos bandos. Bennett, Palmer y Martin dudaban que Caamaño fuera “un agente libre”, pues sospechaba, incluso, que los elementos radicales dentro del séquito del coronel estaban tratando deliberadamente de sabotear cualquier compromiso político.

Caamaño, en tanto, expresó tener iguales sentimientos hacia Imbert, a quien él veía “como el títere de los generales trujillistas, particularmente de Tessin, quien había incumplido inmediatamente su promesa de abandonar el país. Ante esta situación, el embajador norteamericano informó a sus superiores que el Gobierno de Reconstrucción Nacional después de un comienzo bastante alentador, ahora estaba teniendo dificultades para gobernar el país, lo que atribuía en parte al hecho de que el GRN no controlaba las principales instituciones económicas, localizadas en Ciudad Nueva.

Radio Santo Domingo fue la espina en el pie de Imbert y norteamericanos

Yates dice al respecto, que “más que todo, Bennett consideraba que el gobierno sufría por una constante andanada de oprobios antinorteamericanos y antigobiernistas lanzada desde Radio Santo Domingo; denunció la ofensiva propagandística como la principal espina clavada en el Gobierno de Reconstrucción Nacional (o de nuestro lado)”.

Pero si los constitucionalistas estaban siendo intransigentes, también lo estaban siendo Imbert y las autoridades norteamericanas, que comenzaron a dudar si el general Imbert aceptaría a Caamaño o a cualquiera de sus seguidores en el nuevo gobierno, ya que Imbert “hablaba cada vez más de tomar una acción militar contra los rebeldes, un curso del que Martin quería disuadirlo, manteniendo que las fuerzas del GRN no podrían derrotar a Caamaño aun si Estados Unidos las dejara tratar, cosa que, declaró Martin, no sucedería”.

Yates critica la intransigencia de Martin en este sentido, pues dice que a medida que se desvanecía la posibilidad de un acuerdo político, aumentaba la de iniciar alguna forma de acción militar y un incidente ocurrido el 13 de mayo, seis días después de que Imbert fuera posesionado al alto cargo por los norteamericanos, “sin consultar a las autoridades norteamericanas, Imbert envió a cinco P-51 a acabar con Radio Santo Domingo”.

El informe da cuenta de que los aviones dieron en el blanco y la estación dejó de transmitir durante el resto del día pero un piloto disparó erráticamente sobre las posiciones norteamericanas, rebeldes y leales cerca de la estación de radio, hiriendo a un infante de Marina norteamericano. Respecto de esta acción, Yates expresa que “en, quizá, la única demostración de verdadera unidad durante la intervención, los norteamericanos, los leales y los constitucionalistas, todos, devolvieron el fuego y tuvieron éxito en derribar al errante piloto, quien posteriormente fue rescatado por un helicóptero norteamericano”.

Bennett sentó una protesta ante la Comisión de la OEA sobre esta violación al cese de fuego, pero en su informe a Washington “admitió que era difícil reprender al Gobierno de Reconstrucción Nacional por haber tomado una acción contra una instalación que estaba envenenando a todo el cuerpo político del país”, dejando muy en claro que la protesta sólo era para cumplir los requisitos de rigor ante un caso semejante.

El favoritismo de Bennett hacia el gobierno de Imbert Barreras quedó demostrado cuando expresó su preocupación por la neutralidad norteamericana durante las negociaciones políticas, lo que, a su entender, estaba ayudando a los rebeldes a consolidar las posiciones que ocupaban en la importante área industrial al norte de la ciudad; la situación militar, según el punto de vista del diplomático, no estaba clara y no era buena y dijo que mientras Estados Unidos continuara trabajando para encontrar una solución política, no podría descontar la posibilidad de sentirse “obligado a asistir militarmente al Gobierno de Reconstrucción Nacional si se deteriorase la actual situación hasta el punto de convertirse en insostenible”.

Para Palmer y Bennett el asunto de principal preocupación militar era la situación al norte de la línea de comunicación. Desde el 10 de mayo, las fuerzas constitucionalistas habían estado atacando a las tropas del GRN acantonadas en el estratégicamente localizado Centro de Transporte, y en respuesta a esos ataques, Imbert estaba infiltrando refuerzos dentro del área, en tanto la vida económica de esa parte de la ciudad estaba paralizada y las fábricas cerraban sus puertas.

“Las protestas por alimentos pronto estallaron, era una situación intolerable que había que manejar con rapidez si la ciudad esperaba evitar un caos económico aún mayor”. Basados en sus propias observaciones y en un desalentador informe de la Comisión de la OEA, Bennett y Palmer tenían pocas esperanzas de encontrar una solución política al problema.

Como escribiera Palmer a Washington, haciéndose eco de las advertencias de Bennett, “quizá pronto se requiera emprender acciones militares para romper el actual estancamiento y lograr algún progreso hacia la estabilidad y el establecimiento del orden público”, pero la pregunta en Estados Unidos era “¿quién emprendería esta acción?”

Mientras Washington se hacía la pregunta, Palmer y Bennett recomendaron una acción fulminante en 3 fases para “restaurar” el orden al norte de la capital, previendo, no obstante, que los habitantes de la zona no verían con agrado dicha “restauración” del orden y la estabilidad económica mediante el uso de las armas.

En esas estaban, cuando Imbert informó a Martin que sus fuerzas en el norte, unos 600 ó 900 hombres, “habían recibido la orden de extender su control gradualmente a través del área industrial. Una confrontación militar importante con los rebeldes, iniciada por las fuerzas norteamericanas, las tropas del Gobierno de Reconstrucción Nacional o las dos juntas, parecía estar apenas a unas horas de distancia”. Esto contradice lo expuesto por el general Imbert a esta redactora de que durante su permanencia en la Presidencia no había tomado acción de fuerza alguna contra las tropas constitucionalistas.

Esta no fue una noticia que agradó al presidente Johnson, quien, contrario a las autoridades de su país en el escenario del conflicto, se inclinaba a culpar a Imbert del giro hacia una acción militar, dice Yates en su informe. Ante esa situación, el mandatario norteamericano dijo: “Yo no voy a entrar a la historia como el responsable de poner otro Trujillo en el poder”, refiriéndose al general dominicano Imbert Barreras.

Para evitar una confrontación de este tipo que podría dañar aún más su imagen ante la opinión pública de su país y la internacional, el presidente Johnson decidió enviar a Santo Domingo a Bundy, Vance, Mann y Vaughn para tratar de restablecer el orden a través de recursos diplomáticos, que incluían “sacrificar, si era necesario, el Gobierno de Reconstrucción Nacional a favor de un gobierno más moderado que pudiera garantizar la seguridad de la institución militar dominicana y la eliminación o detención de los comunistas y castristas”.

El enterarse de que ya la misión de emisarios estaba en camino, no le gustó a Palmer, para él este era otro ejemplo de interferencia de altas autoridades políticas “que carecían de una apreciación detallada de al complejidad del panorama local”. El equipo de Bundy, comentaría después Palmer con sarcasmo, “esperaba logara un acuerdo rápido y sucio en un plazo de 48 horas”. Para Palmer esto no era más que pura fantasía.

“Operación Limpieza”, historia de un genocidio

Los emisarios llegaron el 15 de mayo, el mismo día que Imbert iniciaba la llamada “Operación Limpieza, para eliminar a todos los rebeldes en el norte de la capital”, acción a la que la mayoría de autoridades y oficiales estadounidenses en Santo Domingo había dado su bendición, ya que sabían sobre el inminente ataque de antemano.

Sobre esto, Yates escribe: “nunca se ha podido comprobar la acusación de que tropas norteamericanas ayudaron en la operación, ya fuera activamente o permitiendo a las tropas de Imbert atravesar la línea de comunicación hacia el Norte”, aunque dice que “Palmer sí autorizó la formación de equipos de enlace norteamericanos compuestos por dos hombres para que se reunieran con los soldados del Gobierno de Reconstrucción Nacional en campaña, de forma que cuando los elementos de Imbert se aproximaran a la línea de comunicación, se pudiera disminuir el riesgo de dispararle a las posiciones norteamericanas”.

En estas circunstancias, parecía que la Operación Limpieza
tendría éxito, aunque a un costo muy elevado en vidas de rebeldes e inocentes civiles. En la Embajada, mientras tanto, Bundy y su gente consultaron con Washington el envío de tropas para establecer una nueva línea de comunicación de Norte a Sur que podría separar a los dos bandos, pero Palmer criticó esto, oponiéndose tajantemente, ya que se mostraba escéptico de que esto pudiera solucionar la situación y por el contrario, pensaba que era un peligro para sus hombres exponerse al fuego cruzado.

Todavía estaba Washington pensado en la propuesta de Bundy, cuando Imbert “completó su limpieza del Norte de la capital, eliminando a los rebeldes y capturando a Radio Santo Domingo. El éxito de la Operación Limpieza
tuvo varias consecuencias, unas previstas, otras no; los rebeldes estaban ahora aislados en Ciudad Nueva, por lo que Imbert empezó a presionar a Estados Unidos para que dejaran cruzar sus tropas por la línea de comunicación, que era la única barrera que había para una victoria total”.

Mando militar en Santo Domingo se enfrenta a decisión presidencial norteamericana

York simpatizó con la solicitud de Imbert pero Washington se opuso enfáticamente, “no habría más empeños militares importantes por ninguna de las dos partes, Estados Unidos se encargaría de eso”.

El 16 de mayo, cuando la ofensiva de Imbert estaba en marcha, Palmer tuvo un indicio de lo que estaba por venir, cuando el presidente Johnson le ordenó usar las fuerzas a su mando para impedir que las unidades navales y aéreas de Imbert tomaran parte en el combate. El 21 de mayo, cuando una tregua negociada por la Cruz Roja se convirtió en un nuevo cese de fuego a solicitud de la OEA, por primera vez desde el comienzo de la intervención y de la crisis, el comportamiento de Estados Unidos fue verdaderamente neutral.

Pero esta neutralidad no ayudó a la solución política, ya que después del revés sufrido en el Norte de la ciudad, “Caamaño esta más dispuesto a hablar, pero Imbert, rebosante de éxito, no. Los esfuerzos de Bundy por organizar un gobierno provisional alrededor de Silvestre Antonio Guzmán, un miembro moderado del Partido Revolucionario Dominicano, no tuvieron éxito porque Imbert no aceptaba el acuerdo y porque a último momento, Guzmán no cumplió su promesa de exiliar a varios líderes comunistas”.

Palmer no sufrió por el fracaso de la fórmula Guzmán; aunque como militar no lo dijo, consideraba, al igual que Imbert, que un gobierno tipo Guzmán sería tomado o dominado por los comunistas, cuando Bundy se dio cuenta de la inutilidad de sus esfuerzos, empacó sus maletas y le entregó el asunto de las negociaciones de paz a la OEA.

“Con el fracaso de la misión de Bundy a finales de mayo, la solución política a la crisis dominicana parecía ser, si acaso, una esperanza distante, las tropas norteamericanas permanecerían en el país por un tiempo indefinido, no tanto para combatir, sino para mantener la paz. El trabajo, en algunos momentos sería desafiante y peligroso y en otros, frustrante y tedioso”.

Pero muy pocos soldados en realidad comprendían por qué Estados Unidos, con la potencia militar que había reunido en Santo Domingo, simplemente no emprendía una acción militar para asegurar el acuerdo político, impedir que los soldados realizaran las funciones para las que habían sido adiestrados parecía confuso, hasta absurdo.

Esa situación creó una especie de inercia entre las tropas norteamericanas, hasta que el 29 de mayo el general Alvim, de Brasil, asumió el mando de la Fuerza Interamericana
de Paz.

Esas incidencias, hasta llegar al gobierno provisional del doctor Héctor García Godoy y el intento de Tessin de derrocar este gobierno a seis días de instaurado, constituyeron los principales acontecimientos en los últimos días de la Revolución de Abril de 1965.

Viernes, 2 de mayo de 1997

Participación OEA

Da apariencia multilateral a intervención norteamericana

D

espués de la Operación Limpieza
efectuada por el general Imbert Barreras a mediados de mayo de 1965, las tropas norteamericanas establecidas en la línea de comunicación tuvieron que asumir una doble función. Pues aparte de “embotellar” a las fuerzas constitucionalistas, tenían que protegerlas de los esfuerzos del Gobierno de Reconstrucción Nacional para imponer una solución militar a la crisis, precisa Yates en el informe de Leavenworth.

Esto así porque el hecho de que la proclamada “neutralidad” de Estados Unidos estaba más allá de las apariencias, “fue una desagradable sorpresa para Imbert, ya que cuando el incrédulo general declaró que las tropas no lo detendrían si no había otra solución que suspender el cese de fuego y atacar a Caamaño, los funcionarios diplomáticos emprendieron una rápida acción para aclararle la situación”.

Por tanto, Imbert tuvo que “aprender” rápidamente que la presencia militar norteamericana estaba ahora dirigida a “hacer cumplir el cese de fuego y desarrollar un acuerdo que pudiera proporcionar un gobierno representativo de un amplio sector del electorado y que a la vez defendiera los intereses norteamericanos”, por lo que el 2 de junio Imbert aceptó, aunque de mala gana, esta realidad, al anunciar su total apoyo a la OEA y “propuso que se llevaran a cabo elecciones patrocinadas por ese organismo, como una manera de salir de los estancados temas políticos”.

En esa tesitura, la OEA se movió con entusiasmo poco peculiar dentro del vacío creado por la salida de Bundy. El doctor José A. Mora, secretario general del organismo internacional, quien había estado en Santo Domingo desde el 1º de mayo, trató de mantener abiertas las puertas de las negociaciones hasta que pudiera transferir sus funciones de paz a un nuevo comité de tres miembros de la OEA.

“Otro indicio de que la crisis estaba entrando en una nueva fase, era que el músculo militar al que Palmer se refería en la forma de una Fuerza Interamericana de Paz, estaría bajo la jurisdicción de la OEA. Con
estas iniciativas políticas y militares, la OEA, según una fuente norteamericana, asumió la responsabilidad de la Operación de Estabilidad”, aunque en el campo político el liderazgo del organismo era más nominal que real, pues el embajador Ellsworth Bunker, de Estados Unidos, encabezaba la comisión tripartita como negociador principal, y éste seguía más la guía de la Casa Blanca que la de la OEA.

A pesar de la apariencia multilateral, Estados Unidos mantendría un severo control sobre el proceso político pero “no puede decirse con certeza que Estados Unidos haya ejercido gran control sobre la Fuerza Interamericana
de Paz”, dice Yates como tratando de resarcir la injerencia norteamericana en todas las decisiones de la FIP, ya que su origen fue sugerido, precisamente, por la gran nación del Norte en 1961.

FIP se convierte en el “paraguas” de Johnson

La decisión de establecer lo que inicialmente se llamó la Fuerza Armada
Interamericana dio al presidente Johnson, según refiere un estudio reciente, “un paraguas legítimo bajo el cual podría operar” hasta que se definieran los detalles sobre composición, organización, mando y apoyo de esta unidad, iniciándose una discusión en el seno de la organización para determinar cuáles países darían apoyo a la creación de esta fuerza, que operó por primera vez, desgraciadamente, en República Dominicana.

Los primeros en llegar al país, con un preaviso de sólo dos horas a las autoridades norteamericanas en Santo Domingo, fue una compañía reforzada de fusileros hondureños, cuyo apertrechamiento desanimó a los oficiales que la recibieron, pues “la totalidad del equipo orgánico de la unidad consistía en una cocina embalada que nunca se había desempacado; en cuanto a los soldados, cada uno tiene solamente un equipo individual de rancho, un poncho, un fusil M1 y veinte cartuchos de munición”.

La unidad de Honduras presentó el peor caso, aunque el Pentágono y el Departamento de Estado habían previsto tal situación y había ofrecido abastecimientos y adiestramiento norteamericano de los equipos A de las Fuerzas Especiales a las unidades latinoamericanas pero ninguna de las dos agencias había supuesto hasta dónde llegaba el ofrecimiento y tuvo que dar, aparte de lo mencionado, uniformes de fatiga, medias y ropa interior, por lo que a los comandantes norteamericanos, en el escenario de los hechos, “el Programa de Asistencia Militar para América Latina parecía gravemente deficiente”.

“Los hondureños agotaron en tal medida los abastecimientos existentes en República Dominicana que Palmer, a través del almirante Moore, le solicitó al Comando Sur que no desplegara más contingentes de la OEA
hasta que estuvieran lo suficientemente bien equipados para existir y funcionar en campaña”, pero esta solicitud murió por falta de apoyo presidencial. Pero si el establecimiento de la Fuerza Armada
Interamericana demostró ser un dolor de cabeza logístico, no fue nada “comparado con la pesadilla de Palmer tratando de poner el mando bajo control norteamericano”.

Llegan los brasileños. Primer fiasco de la FIP

Cuando la brigada latinoamericana estuvo en condiciones de operar, sus contingentes llevaron a acabo una variedad de tareas. El 29 de mayo, tropas brasileñas relevaron a las fuerzas norteamericanas en la zona de seguridad internacional y en el extremo occidental de la línea de comunicación, “los brasileños se empeñaron en operaciones de acción cívica, mientras que equipos de observadores internacionales integrados por 3 personas, patrullaban todas las áreas de Santo Domingo, excepto Ciudad Nueva”.

El grueso de la Fuerza Interamericana
de Paz (FIP) estaba compuesto por mil 130 soldados de Brasil; 250 de Honduras; 184 de Paraguay; 160 de Nicaragua; 21 policías militares de Costa Rica y 3 oficiales de Estado Mayor de El Salvador. En total, mil 748 efectivos, que estaban bajo el mando del general brasileño Hugo Panasco Alvim, de ingrata recordación para los dominicanos.

El 15 de junio tuvo lugar “la batalla más sangrienta de la intervención de las tropas norteamericanas contra las fuerzas de Caamaño”, en la que la 82ª división sufrió 31 bajas; los brasileños que tenían la orden de permanecer a la defensiva, tuvieron 5 heridos, “fuentes norteamericanas estimaron las bajas rebeldes en 99 muertos y más de 100 heridos, incluyendo civiles”. Esta constituyó una de las grandes manchas de la ocupación.

De manera irónica, Yates refiere que “la paliza que recibieron los constitucionalistas el día 15 de junio, los hizo más dóciles pero aún no cedían a un acuerdo negociado, mientras que los infortunios rebeldes solamente reforzaban la determinación del Gobierno de Reconstrucción Nacional, presidido por Imbert Barrera, de ganar reconocimiento como el gobierno provisional del país”, aunque Palmer sentía poco aprecio por cualquiera de las partes en ese momento.

En torno a éstas, Palmer escribió, “aunque Imbert no es un ganador y no se le debe considerar como tal, Caamaño y sus asociados comunistas son definitivamente perdedores”. Dadas las pasiones y diferencias políticas entre los dos contendientes, la diplomacia prometía poco más que prolongadas negociaciones para finalizar la guerra civil, sin embargo, representaban la mayor esperanza de restauración y más importante aún, “del mantenimiento de la estabilidad sin necesidad de optar por el recurso de una dictadura militar”.

OEA propone a García-Godoy para Gobierno Provisional

El 18 de junio de 1965 el comité de la OEA presentó a ambas partes un conjunto de proposiciones generales que podrían servir de base para un acuerdo negociado, las cuestiones claves eran el establecimiento de un gobierno provisional que representara a todos los sectores del país, gobierno que debería continuar los planes de las elecciones “patrocinadas por la OEA”.

Ni los constitucionalistas ni el Gobierno de Reconstrucción Nacional se apresuraron a aceptar la fórmula del organismo, “en el campamento rebelde, elementos comunistas proclamaron su intención de continuar combatiendo, aun cuando Caamaño aceptara un gobierno provisional, mientras que desde Puerto Rico, Juan Bosch complicaba el asunto llamando a sus seguidores a rechazar ese gobierno encabezado por Héctor García-Godoy, un negociante y diplomático moderado dominicano, quien era el candidato escogido por la OEA
(Estados Unidos) para que ocupara la Presidencia interina”.

En tanto, Imbert vacilaba entre apoyar los intentos de la OEA
de crear un gobierno provisional y proclamar que el Gobierno de Reconstrucción Nacional en sí constituía ese gobierno, “cada lado, leales y constitucionalistas, buscaban mejorar su respectiva posición en las negociaciones, librando una guerra de nervios contra el otro, que incluía demostraciones, propaganda y provocaciones militares”, reza el informe.

Tres semanas de intensas negociaciones no conducían a ningún lado, ya que el Acuerdo de Reconciliación se revisó varias veces, modificando puntos a exigencia de Caamaño e Imbert, hasta que el 22 de agosto, Alvim y Palmer declararon que no aceptarían ningún otro cambio.

“Imbert fue más allá rechazando el acuerdo propuesto e ignorando su promesa de renunciar a favor de García-Godoy, pero la posición de Imbert para entonces era bastante débil, pues las revelaciones sobre las atrocidades realizadas por las tropas de su gobierno, habían socavado su imagen pública y su autoridad política había sufrido debido a la decisión norteamericana de suspender el financiamiento al Gobierno de Reconstrucción Nacional hasta que se llegara a un acuerdo”.

En esa situación, Bunker fue donde el jefe de estación de la CIA, quien, en una reunión con Imbert le aseguró que Estados Unidos no permitiría la desintegración de las fuerzas militares dominicanas o la caída del país en manos de los comunistas, con estas afirmaciones, Imbert renunció el 30 de agosto, manifestando que la presión norteamericana había sido una de las razones de su decisión.

El 31 de agosto Caamaño firmó el Acuerdo de Reconciliación por los constitucionalistas, después de recibir aclaraciones escritas de García-Godoy sobre ciertas partes un poco ambiguas en el acuerdo, relativas a la desmilitarización, desarme y reintegración de los soldados constitucionalistas. Los jefes militares que habían servido a Imbert firmaron un acuerdo a nombre del Gobierno de Reconstrucción Nacional.

El 3 de septiembre García-Godoy fue juramentado Presidente del Gobierno Provisional. “Si alguien merecía reconocimiento por este acuerdo era Ellsworth Bunker, quien fue la figura dominante en las conversaciones, muy independiente y su interpretación de la situación latinoamericana sirvió de guía en las negociaciones. América Latina diría Bunker, se está moviendo inexorablemente hacia la izquierda, Estados Unidos no puede detener este movimiento pero con paciencia y conocimientos puede moderarlo antes de que llegue al a extrema comunista”.

García-Godoy se tambalea ante exigencias constitucionalistas

La inauguración del gobierno de García-Godoy no puso fin inmediato a la violencia y a las pasiones políticas, aunque en su mayor parte éstas permanecieron bastante moderadas, y con la instalación del nuevo gobierno se reasumió el repliegue oficial de tropas norteamericanas después de una laguna de dos meses.

“Entre el establecimiento del Gobierno Provisional y las elecciones celebradas en junio del año siguiente,1966, la Fuerza Interamericana
de Paz tuvo que intervenir apenas unas pocas veces para salvar la tambaleante administración de García-Godoy y para reprimir desórdenes que amenazaban la estabilidad del país; la primera prueba de la nueva función de la FIP como protectora tuvo lugar antes de una semana después que el nuevo mandatario asumiera el mando”. Era la difícil tarea de hacer que el general Tessin y Tessin abandonara el país.

En torno a esta situación, los documentos de Leavenworth indican lo siguiente: “Siempre agraviado debido a su privilegiada posición, el general se había convertido en el objeto de mayores controversias debido a su decisión de bombardear y atacar la ciudad de Santo Domingo el 25 de abril, desatando así otra guerra civil”.

Antes de la formación de un gobierno provisional, se asumía que García-Godoy tendría que asumir las demandas constitucionalistas de sacar a Tessin con el fin de lograr que “los rebeldes se adhirieran al Acuerdo de Reconciliación”.

La convicción de Tessin de que la Presidencia de García-Godoy era el primer paso hacia la toma del país por los comunistas, debilitó aún más la posición del general porque cuando el Gobierno Provisional fue una realidad, la Fuerza Interamericana
de Paz facilitó el acceso a la línea de comunicación y a la zona de seguridad internacional pero continuó bloqueando el puente Duarte para impedir que las tropas del CEFA entraran a Santo Domingo en un intento de derrocar al gobierno y desatar nuevamente la guerra civil.

Wessin intenta un segundo golpe de Estado

El 5 de septiembre –dos días después de asumir el alto cargo- el nuevo Presidente abolió el CEFA como fuerza separada y ordenó que se integraran sus miembros al Ejército dominicano, orden que fue olímpicamente ignorada.

Al día siguiente, después que Tessin celebrara una conferencia de prensa para declarar su deseo de dirigir al país en una cruzada contra el comunismo, García-Godoy no pudo detener lo inevitable, y el día 8, delante de los jefes militares y de Bennett, el Presidente le dijo a Tessin, cara a cara, que tendría que abandonar el país.

“Wessin aceptó pero temprano al día siguiente empezó a movilizar sus unidades en una marcha por la ciudad. La Fuerza Interamericana
de Paz reaccionó de inmediato.

Cuando las fuerzas del CEFA empezaron a movilizarse fueron rápidamente interceptadas y escoltadas a su Centro de Vehículos Blindados en donde el oficial al mando decidió confinarlas a la instalación, por órdenes de Palmer. Las tropas de la FIP bloquearon el Centro, rodearon la comandancia de Tessin y con la ayuda de helicópteros se movilizaron a la zona de aterrizaje, cerca de la residencia del general.

Con las tropas en sus posiciones, Alvim, Palmer y los jefes militares dominicanos fueron a la vivienda de Tessin, en donde Alvim “invocó a todos los santos en una emotiva petición al general de que abandonara el país. Cuando Tessin contemporizó, Palmer le ordenó con firmeza al intérprete: Dígale que no tiene otra alternativa, ¡se va! Palmer también hizo que le transmitieran a Tessin el mensaje de que usaría la fuerza si era necesario. Tessin cedió, por fin”.

El asunto ya estaba arreglado, aunque hubo momentos de gran tensión, según expresa Yates en su informe, “cuando los emisarios escoltaban a Tessin a través de un grupo de enfurecidos guardias que temían fueran a ejecutar a su jefe”.

Antes de ir al aeropuerto, el general Tessin pidió que le permitieran despedirse de sus tropas en una academia cerca de San Isidro –suponemos que la Batalla de Las Carreras–. Palmer consintió pero perdió el carro del general en la oscuridad; en ese punto, según Palmer, “arrancamos hacia San Isidro cada uno en un vehículo diferente, siguiéndonos unos a otros.

Cuando Wessin no se apareció en el aeropuerto, Palmer le ordenó al subcomandante de la 82ª división, Jack Deane, que fuera a traer al general”.

Continúa narrando Yates, “en un acto de extraordinaria valentía, Deane se valió de artimañas para entrar a la fortaleza del CEFA y regresó a San Isidro con el voluntarioso oficial dominicano”.

En palabras de Palmer, fue una misión delicada, pues Tessin tenía todo un complejo de instalaciones y sus subalternos estaban armados hasta los dientes. “Verdaderamente fue una suerte que nada sucediera allí, una chispa habría encendido aquello “y no sé qué diablos habría sucedido”. Esa noche, después de una “triste” despedida en San Isidro, el general Elías Tessin y Tessin abordó un avión que hizo escala en Panamá, antes de llevarlo rumbo a Miami, en donde ocupó el cargo de cónsul general de la República Dominicana.

La partida de Tessin, observó Palmer, “fue un gran golpe para los extremistas derechistas y conservadores”. Con a salida del general comenzó el proceso de desmilitarización de Ciudad Nueva.

El episodio del hotel Matum según los Documentos de Leavenworth

El episodio de Tessin y la desmilitarización de Ciudad Nueva le hicieron ver al débil García-Godoy el hecho de que la Fuerza Interamericana
de Paz era esencial para su supervivencia en la primera magistratura y además constituía un escudo de protección contra los antiguos rebeldes mientras estuvieran en Santo Domingo.

Lo que sucedería cuando esto no fuera así, fue ilustrado vívidamente con el incidente del hotel Matum, en la ciudad de Santiago. Al respecto, Lawrence Yates relata que:

“A mediados de diciembre, Caamaño insistió, contra todos los consejos, en asistir a una misa en memoria de un constitucionalista asesinado –el coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez–, cuyo entierro se llevaría a cabo en Santiago, un bastión leal al Norte de la capital. Cuando la población se enteró de la llegada de Caamaño y sus acompañantes, la situación en Santiago se tornó extremadamente volátil, como se pudo anticipar.

Repentinamente, empezó un tiroteo en el cementerio y Caamaño y más de cien de sus seguidores tuvieron que huir a refugiarse a un cercano hotel llamado Matum”.

Trescientas tropas leales acantonadas en Santiago rodearon el hotel y abrieron fuego. Caamaño contestó al fuego y comenzó una batalla que duró varias horas, tomando “los rebeldes de rehenes a los integrantes de un circo de Puerto Rico que se encontraban hospedados en el lugar y a un consejero del Departamento de Estado de Estados Unidos que fue a tratar de negociar. Un oficial norteamericano perteneciente a la inteligencia militar que se encontraba en el pueblo, fue quien informó de la situación a Santo Domingo, y movió a la FIP
a actuar”.

El comandante de estas fuerzas, teniente coronel John Costa, al llegar se declaró a cargo de la situación, para disgusto del comandante dominicano Salvador Lluberes Montás, quien quería acabar con el hotel. Pasaron varias horas de tensión y la disposición de las fuerzas se parecía a un modelo en pequeña escala de Santo Domingo durante el punto culminante de la intervención norteamericana, dice el informe.

Se solicitaron helicópteros para evacuar a los ocupantes del Matum, pero las aeronaves se retardaron por el mal tiempo. Pero el lunes, “la evacuación del grupo de Caamaño se llevó a cabo pacíficamente. Un incidente que pudo haber sumergido al país en otra guerra civil, se había prevenido por un pelo, a pesar de las bajas sufridas por ambos bandos cuatro constitucionalistas –Montes Arache afirma que tres—y once leales muertos; 18 más habían sufrido heridas, aunque el cálculo real nunca fue dado a conocer de manera oficial.

Otro intento de golpe de Estado contra García-Godoy tuvo efecto en enero de 1966, cuando el contralmirante Francisco Rivera Caminero y otros oficiales que habían apoyado de mala gana al Presidente provisional, intentaron derrocarlo.

La crisis fue de nuevo solucionada por la Fuerza Interamericana
de Paz y se convenció a estos oficiales de que renunciaran en febrero.

El 1º de marzo comenzó la campaña electoral de tres meses, a fin de celebrar elecciones el 1º de junio. Los dos candidatos eran Joaquín Balaguer y Juan Bosch, que habían regresado al país, el primero, el 1º de junio de 1965, y el segundo en septiembre.

“La mayoría de las autoridades norteamericanas predijeron la victoria de Juan Bosch pero desde su regreso, éste se había confinado en su residencia, en donde permaneció gran parte de la campaña, ganándose el epíteto de “Juan de la Cueva”. Balaguer hizo una enérgica campaña y ganó con el 57 por ciento de los votos.

Los últimos contingentes de la FIP empezó a replegarse antes de asumir Balaguer la Presidencia, el 1º de julio, y el 21 de septiembre de 1966, salieron las últimas unidades dejadas en el país como parte de la intervención norteamericana en República Dominicana”.

Eso fue, según la visión de Estados Unidos, lo ocurrido en el país a raíz de su intervención militar. Casi todos los protagonistas dominicanos quedaron mal parados ante la crítica disección del Departamento de Estado, tanto aliados como sublevados.

La gran nación del Norte se salió siempre con la suya, cargando el dado de las culpas a varios hombres que sirvieron de instrumento a sus maquinaciones.

Sábado, 3 de mayo de 1997.

Comandante Montes Arache afirma:

Abundan héroes ficticios de Revolución Abril 1965

C

omandante de los hombres que se constituyeron en leyenda, casi superhéroes para la población en una época de grandes convulsiones y problemas políticos que mantenían en virtual estado de sitio al país. Nervudo, de baja estatura, a primera vista no parece ser el gigante que fue hace ya más de cuatro décadas, cuando el estallido armado que dio lugar a la Revolución de Abril de 1965.

Este hombre-leyenda, que habla hasta por los codos y refiere episodios inéditos de aquellos tiempos, no tiene pelos en la lengua para externar su manera de pensar y sentir de los acontecimientos en los que luchó al lado del coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, con quien tuvo serias divergencias, como él mismo lo señala, pero cuya amistad se mantuvo por encima de todo.

Su nombre es ya parte de la historia reciente, y lo que más le duele de toda la situación, es el ostracismo en que han mantenido al grupo de combatientes excepcionales que tuvo el honor de comandar, así como el olvido “involuntario” de toda una sociedad y los gobiernos que le siguieron, incluyendo los de los partidos Revolucionario Dominicano y el de la Liberación Dominicana.

Conversar con Manuel Ramón Montes Arache, hombre orgulloso que no se doblega ante la adversidad porque ha vivido con ella como si de una compañera fiel se tratara, constituye toda una experiencia. Es como dice: “Claudia, no me siento frustrado sino decepcionado”, ya que nunca se ha reconocido la obra de cientos de dominicanos que se lanzaron a las calles fusil en mano a defender la Constitución, enfrentar la corrupción imperante y poner en alto la soberanía nacional en medio de una odiosa intervención, de la que dice, “fue hecha unilateralmente por los Estados Unidos”.

Un hombre que se atreve a enfrentar a grupos que inciden en la sociedad, emplazándolos a decir cuál fue su papel en la Guerra de Abril, pues si ese grupo que ahora se quiere atribuir la gloria explicara a las nuevas generaciones su participación, entonces, añade, “yo no estuve en la revolución”.

Este mismo personaje que enfrenta con valentía al doctor Joaquín Balaguer, al que reconoce su nacionalismo pero le echa en cara el que por temor haya creado los antagonismos en los altos mandos militares, quien también se atreve a decir que ya la institución a la que perteneciera –Marina de Guerra– no tiene la capacidad logística y de personal para tener en su seno un grupo élite como los hombres rana, ya que actualmente en ésta “no hay ni un renacuajo”.

Al cabo de los años, reconoce que el episodio del hotel Matum en diciembre de 1965 fue un “soberano disparate, una estupidez de Francis”, que arriesgó la vida de sus hombres para cumplir el sagrado deber de asistir a una misa.

En la acogedora salita de su apartamento de la urbanización El Millón, en donde vive modestamente rodeado de sus recuerdos, la conversación se interrumpe de vez en cuando por la irrupción de Flappy y Sophie, sus dos perros. Así se inicia una retrospectiva hacia el pasado, cuando el Gran Zulú, como le decía a Caamaño Deñó, fue a reclutarlo para la conspiración, petición a la que accedió sin pensarlo dos veces, ya que el móvil que le diera el coronel de Abril bastó para que se decidiera.

Este protagonista de primera línea de la Revolución
de Abril de 1965, cuyo arrojo, temeridad y valor no se los escatima nadie, siempre al frente de sus tropas, le creó dentro de sus subordinados la aureola que aún hoy parece relumbrar en su blanca cabeza.

Recuerda con dolor y pena al héroe nacional de mil batallas Manuel Urbano Gilbert, quien ya anciano se sumó a las fuerzas rebeldes “y murió en la indigencia”, cuyo valor nunca ha sido reconocido, así como al italiano Illio Capocci, legionario, hombre de increíble valor que decidió su suerte sin pensarlo dos veces, negándose a acogerse en la Embajada de su país porque este lo había adoptado, así como a todos aquellos que ofrendaron sus vidas por la patria, para ver al final de sus días cómo esos héroes han sido sepultados por falsos ídolos que han usurpado la gloria de los verdaderos.

Su cara se transforma al hablar de esos momentos en que la existencia de la nación como tal peligraba, al intervenir las fuerzas militares norteamericanas en el conflicto “de manera inconsulta”, según afirma y asegura, y habla de los mitos que se crearon en torno a la guerra civil, así como de la supuesta participación de muchos que han vivido a costa de una pantalla ficticia.

El contralmirante ® Manuel Ramón Montes Arache responde todas y cada una de las preguntas sin pensarlo dos veces, en medio de gestos que le son característicos y que repite sin cesar, dependiendo de cómo le caiga la pregunta y el tipo de respuesta que ofrece.

Realmente, más que una entrevista, fue un intercambio de impresiones muy agradable por cierto, porque detrás del super entrenado militar que fue, subyace el hombre galante, bien educado, que se desvive porque una se sienta bien en su presencia, cuyo trato fino y cordial contrasta con la imagen de hombre duro y con “arrestos” de la Revolución.

Pero pasemos a la entrevista con este nativo de San Pedro de Macorís, hijo de un inmigrante español y una campesina del Este, criado con todos los rigores, la severidad y la disciplina de aquellos tiempos. Este hombre que todavía conserva el fusil del primer norteamericano que cayó abatido por las balas del no menos famoso italiano Illio Capocci, se muestra sencillo, afable, sin dobleces, y así, en ese estado de ánimo empiezan a surgir sus recuerdos.

P.- General, ¿cuándo, cómo, por qué y en qué tiempo empiezan los preparativos que dieron por resultado la Revolución de Abril?

R.- El inicio, la gestación de lo que se llamó el Movimiento Constitucionalista de 1965, no puedo decirte cómo empezó porque yo estaba fuera del país desde junio de 1961, luego de la muerte del Jefe, tuve un accidente con unos explosivos y durante un año y 8 meses estuve en Barcelona por las heridas que recibí, y de ahí me trasladaron a Washington, en donde estuve interno en el hospital naval de Bethesda hasta el año 1963, cuando vine al país de licencia médica, siendo ya Juan Bosch, Presidente de la República.

Estando en el país, se derroca a Bosch y le hago saber al jefe de Estado Mayor de la Marina en ese tiempo, que era un compañero de academia, Julio Alberto Rib Santamaría, mi inconformidad con los sucesos, porque creía que era una estupidez la que habían cometido y él me dijo que ese hombre era un comunista. Yo le dije que eso era un error, y el tiempo me ha dado la razón a mí. Fue un error y quizás por la aseveración que hice, fue que me llamaron de nuevo desde el hospital y volví a salir del país y entonces retorno el 14 de abril de 1965, cuando todo el proceso se estaba gestando. Había inconformidad del pueblo y de los partidos y los políticos en torno a los gobiernos de ipso. Se hablaba de conspiración, pero a mí, el primero que se me acerca para hablarme de eso fue también un compañero de academia, Giovanny Manuel Gutiérrez y me dice que quería ponerme en conocimiento de lo que se estaba preparando. El no me dejó ver nada de los que se tramaba, quien me puso en evidencia fue Francis Caamaño, él fue y me dijo que en el seno de las Fuerzas Armadas se gestaba un movimiento para terminar con el Triunvirato, que lo presidía el doctor Donald Reid Cabral.

Una sola pregunta le hice. Francis, ¿para qué se van a meter en problemas políticos, qué tú pretendes y ese sector de las Fuerzas Armadas para comprometerse en ese hecho político? Me contestó, una sola cosa Montes, que cese la corrupción y la politiquería en las Fuerzas Armadas. Y no hubo más nada, yo le dije, cuenta conmigo. El plan original estaba preparado para el 26 de abril, se anticipó como ya es de dominio público, por el apresamiento de varios oficiales y eso es lo que produce el estallido dos días antes de lo esperado.

Naturalmente, yo me incorporé a lo que se llamó en esa época “los rebeldes”, a quienes se les conminó a que entregaran la posición, a lo que se negaron. Eso estuvo muy bien hecho, y a partir del domingo 25, fue que me integré a los rebeldes. De ahí en adelante, lo demás es una historia más que comentada.

P.- Hay muchos mitos, comandante, de lo que fue la Revolución y de quiénes participaron en ella, ¿qué tiene usted que decir a esto?

R.- Claudia, esto me da un poco de risa, porque tienes mucha razón con esto que está aconteciendo hoy sin que la historia se encargue de definir los hechos. Si algún día alguien me pregunta si yo estuve en la Revolución de Abril de 1965, que fue en Santo Domingo, si estos personajes que están diciendo que fueron comandantes, directivos, que estuvieron en ciertas posiciones, estaban ahí, entonces yo no estuve en la Revolución de 1965. con esto te contesto la pregunta. Es que han aparecido tantos atorrantes, tantos vagabundos, esos mitos que tú has dicho, que se han abrogado posiciones, cuando hay hombres que merecen mucho, que jamás han abierto la boca, nunca se ha hecho mención de ellos la lista de estos hombres es larga, y nunca se han mencionado y están inéditos en la Revolución.

P.- ¿Esto significa que no son todos los que están, ni están todos los que son?

R.- Eso fue así realmente, y fue un detalle que lo tomé muy en cuenta y me marcó porque siempre mantengo mis posiciones, no me gusta saltar de un carril a otro, por eso tuve mis divergencias con Francis Caamaño, porque creo decididamente que yo elegí como hombre, con mi conciencia, con mi personalidad y con mi manera de ser, elegí, digo, mi camino desde muy temprana edad. Respecto a tu pregunta, en la Revolución de 1965, aquellos partidos que decían defendían al pueblo a ultranza durante la lucha armada y cayendo hombres muertos, muchísimos, no sacaron la cabeza, ya que invocaban que la lucha no era de ellos. Pero, ¿cuál era la lucha de ellos, lo podrán explicar alguna vez y decirle a esa juventud ansiosa por saber y que le contesten? Me gustaría que hoy por hoy, contestaran después de décadas de haber emitido esos juicios, cuál era la lucha de ellos…

P.- Usted se refiere a…?

R.- Algunos partidos de izquierda, el PCD y el MPD específicamente, no sacaron la cabeza, yo no vi a ninguno combatiendo en ningún sitio. De seudo comandos escondidos, dizque combatiendo. Y si alguno de ellos dice que combatió, entonces yo no combatí en la guerra y no estuve en el país en esos momentos.

P.- En la separación del CEFA, ¿qué sucedió realmente, y después de la Revolución, cómo se logró integrar de nuevo a los militares disidentes y rebeldes?

R.- Bueno, la integración real y efectiva después de la guerra y el inicio del gobierno de Reconstrucción, no se produjo nunca. Lo que me preguntas en principio, a raíz de haberse proclamado el movimiento constitucionalista puedo decirte sin lugar a equívocos, que la totalidad de las Fuerzas Armadas y casi de la nación, salvo sectores interesados, estaban todos apoyando el movimiento. A partir de ese momento, naturalmente hay un sector militar que apoya al Triunvirato, que era el CEFA, la máquina bélica más poderosa de ese tiempo, y amparados en esa contingencia y esa posición sólida militar, el doctor Donald Reid Cabral dio un ultimátum, que no fue escuchado, claro está, y dio precisamente por resultado el enfrentamiento de los sectores.

Todavía creo que se contaba con el apoyo de todas las guarniciones militares fuera de Santo Domingo, pero se produce un hecho que es la batalla del puente Duarte, que define el status militar. ¿Quién tiene el control? El bando constitucionalista, definitivamente, era dueño del teatro de operaciones en este lugar, a partir del lunes 26 en la noche, en la madrugada del 27 somos dueños del terreno, eso es lo que da al traste con la Revolución. Porque
quizás con la dolorosa espina que tenían los norteamericanos con el presidente de Cuba, pensaron que iba a haber una nueva Cuba e inconsultamente se produce la invasión norteamericana.

P.- ¿Inconsultamente?

R.- Sí. La invasión norteamericana fue una decisión inconsulta, porque si teníamos un organismo, que era la OEA, que regía y tenía sus delimitaciones en cuanto a sus cláusulas, una de las cuales establecía la no intervención –hace un aparte para una disquisición y dice—fíjate que se dice que hemos sido en América los primeros en todo, en descubrimiento, la primera catedral, hasta los primeros sinvergüenzas, pero creo que somos los primeros que llevamos a la OEA y le ponemos un epitafio, hay que hacer una serie de modificaciones al acta constitutiva de ellos y darle visos de legalidad a esa invasión que fue inconsulta, trayendo tropas de aquí y de allá.

P.- Esa invasión, ¿entonces no fue solicitada por la gente de aquel lado, es decir, por los militares no constitucionalistas?

R.- Ese es otro de los mitos, porque posteriormente, hablando con elementos que estuvieron y formaron parte de la Junta
de Reconstrucción Nacional, entre ellos Enrique Casado Saladín, me dijo a mí que a él le llevaron un memorando para firmarlo cuando estaba en el baño y le dijeron fírmalo de orden y llévatelo, pero él no lo firmó, por eso yo te digo que los otros que firmaron el documento no creo que estuvieran de acuerdo, eso fue una decisión unilateral de los Estados Unidos, esa es la verdadera verdad. Afirma de manera tajante y cortante.

P.- Comandante, en el caso de que ustedes, el Movimiento Constitucionalista hubiera triunfado, ¿qué pretendían hacer?

R.- Bueeeeeeeno, objetivamente en funciones políticas, eso era competencia de los políticos, a ellos les tocaba establecer las pautas a seguir.

P.- ¿A cuáles políticos, específicamente?

R.- Los políticos que estaban en ese mundo, yo no conocía a ninguno. Yo venía hecho en la escuela de Trujillo, y lo político para nosotros era terreno vedado, entonces, como te dije, yo salí del país a raíz de la muerte de Trujillo y llegué sin conocer a nadie en ese ambiente. Por eso digo que eran los políticos los que debían hacerse cargo de todo, pero siempre ajustándose a los principios de la legalidad, la democracia y los derechos del pueblo.

P.- Siguiendo con algunos aspectos de la Revolución, ¿de dónde consiguieron las armas para abastecer a los de la resistencia?

R.- Las primeras resultaron del bombardeo de la Aviación Dominicana al campamento donde estaba Hernando Ramírez, en el kilómetro 9 de la carretera Duarte, y respecto de los hombres míos, tenían sus armas con ellos pero no eran muchos los hombres rana.

P.- ¿Cuántos hombres componían realmente el cuerpo de los hombres rana?

R.- Efectivamente eran tres escuadras, 36 hombres, más un grupo que estaba en entrenamiento, eran ciento y pico de hombres, no más de ahí. No todos graduados, pero hombres verdaderamente entrenados eran 36, que formaban la Escuela de Comando, los demás estaban en proceso medio y no tenían la categoría de los graduados. Con esas armas fue que iniciamos, las otras, además de las del campamento del 9, si se me permite decirlo así, fueron donadas gentilmente por las fuerzas de ocupación. Después que se las quitamos peleando, naturalmente. Y se echa a reír recordando algunos episodios.

P.- ¿A qué se debió, en su opinión, la desaparición de los hombres rana después de la Revolución?

R.- Hay una cosa, cuando un jefe ve que uno de los que está cerca de él, le falta aparentemente el respeto, le toma ojeriza. Quizás por el hecho de haber intervenido los Estados Unidos a nuestra nación, se crean esas situaciones, que deben ser analizadas en el futuro en cuanto a groserías políticas, yo digo que se tomó la decisión de desaparecer ese cuerpo, que era necesario en la Marina de Guerra, por haber cometido el irrespeto de haber estado contra esas tropas, fue eliminado totalmente, hoy por hoy no hay ni un renacuajo en Marina de Guerra, es una organización muy necesaria por los trabajos de la institución.

P.- Entonces, ¿usted cree que se necesitaría de nuevo un cuerpo élite como los hombres rana?

R.- Creo que ya no para la Marina de Guerra porque ha reducido mucho sus fuerzas.

P.- ¿En qué sentido?

R.- Es que no tiene el personal ni la capacidad de antes. Cuando yo estaba en la institución, era una verdadera Marina de Guerra. Tenía más de 50 unidades navales, tenía aviación, tenía infantería, blindados, hoy por hoy, apenas quedan unas unidades a flote que cumplen precariamente con sus obligaciones, cuando realmente nuestra fuerza mayor debería ser la Marina
de Guerra por la cantidad de costas que tenemos, y ahí mandar. Una fuerza élite sí la deberíamos tener como en todas partes del mundo, para cualquier contingencia, una fuerza especializada porque el mundo vive sujeto a las expectativas.

Jueves, 24 de abril de 1997.

Pese a que reconoce olvido a combatientes

Montes Arache proclama: fui, soy y seré constitucionalista

N

o niega que el miedo le atenazaba en ciertos momentos, pero como expresa, el valor de un hombre reside en enfrentarlo. Al comandante Manuel Ramón Montes Arache en esta ocasión se le aguan los ojos cuando se refiere a Francisco Alberto Caamaño Deñó, aun cuando habla de sus defectos y virtudes, y explica el por qué le decía Gran Zulú. Es que era un devorador de revistas cómicas –paquitos—que presentaban a un guerrero de ese nombre, y al respecto, Montes Arache dice: “Caamaño era igual que el Gran Zulú, intempestivo, fuerte, osado, y él me decía a mí Cara Pintada por las marcas que dejaron los explosivos en mi rostro”.

De Caamaño continúa diciendo, “era un gran elemento, de gran corazón, con mucho valor pero a veces irracional. No pensaba en las consecuencias de lo que iba a hacer, actuaba de acuerdo a sus impulsos”.

Como militar, el comandante de los “rana” dice de su compañero que era buen militar, muy exigente con los subalternos pero incumplidor de las rutinas militares, a quien enfrentó en varias ocasiones en el transcurrir del conflicto armado por las órdenes que daba, muchas de las cuales no siempre acató por considerarlas inadecuadas, como la de no llevar armas largas a Santiago, cuando el suceso del hotel Matum.

Montes Arache, quien al momento de iniciarse la Revolución se desempeñaba como jefe del Departamento de Artillería y Defensa de la Marina de Guerra, dice que fue el único oficial que no fue dado de baja de todos los que participaron en la contienda bélica de abril, aunque a su regreso al país en 1971, le practicaron un allanamiento y el entonces secretario de las Fuerzas Armadas, Francisco Rivera Caminero, le esperaba para someterlo a un Consejo de Guerra.

Y en medio de todas estas remembranzas surge en su memoria el recuerdo de André Riviere, un francés miliciano, que luchó a favor de los haitianos y luego pasó a este lado de la isla para sumarse a los combatientes constitucionalistas, quien fuera uno de los primeros en caer, debido a que un soldado norteamericano lo confundió con él.

“Esto fue en la calle Isabel La Católica, y parece que los comandantes de tropas norteamericanas tenían precio a mi cabeza, porque años después uno de los vinieron en la intervención me dijo que la orden era, hay que cazar a Montes Arache, pero no lo lograron, gracias a Dios”, refiere con lágrimas en los ojos al recordar al compañero muerto por confusión.

Anécdotas, críticas, retazos de la historia que se van zurciendo en su memoria es lo que viene en esta segunda parte de la entrevista con un hombre que se creció en su momento y al que jamás se le dio la oportunidad lo mejor que tenía de sí en pro de su país, según sus propias consideraciones.

P.- Háblenos un poco del famoso asalto al hotel Matum, ¿qué es lo que no se ha dicho?

R.- Bueno, qué te digo. Quizás el momento más difícil de 1965 lo confrontamos ahí, Claudia. Fue una soberana tontería haber ido al Matum, y digo una soberana tontería porque estando en un país ocupado, con tropas llenas de resentimiento por muchas razones, que eran las dominicanas y soldados invasores que los alentaban en su odio, ¿cómo íbamos a hacerle una misa a un compañero caído, atravesando la mitad del territorio por carretera, exponiéndonos a todos a lo que pudo haber pasado, con razón o sin razón?

Yo le hice saber a Francis Caamaño mi oposición a ese memorando, el cual conservo todavía –y del cual gentilmente nos cedió una copia—y le hago saber mi inconformidad, pero órdenes son órdenes y hay que cumplirlas. Yo recojo al personal que anda conmigo, que era 14 hombres; los únicos fusiles que llegan a Santiago son los que llevo yo, porque la orden era que las armas largas no deberán salir del carro, y yo desestimo la orden de Caamaño de que solamente se llevaran armas cortas.

En la carretera veo todo un montaje preparado. A nosotros no nos paran porque sabían paso a paso lo que estaba pasando en esa caravana, y lo que quieren es la carretera despejada, tanto así que yo llevo cuatro carros llenos de hombres y no nos detienen, quiere decir que querían la vía despejada. Ante esto, allá en Santiago me encuentro con mi hermano Evelio Hernández, y le pregunto que qué había visto en el ambiente, y me contesta: ¡Uuuuuf! Esto está lleno de agentes de seguridad. Entonces le digo ¡anjá! Hemos caído en la boca del lobo. Cuando Francis entre, dile que nos vamos lo más rápidamente posible, pero nada, había decidido seguir desafiando y vamos en una especie de procesión en el cementerio. Aquí se detectan algunas cargas explosivas, dos cajas con 10 kilos cada una, aproximadamente, de C-4, uno de los explosivos convencionales más poderosos utilizados por las fuerzas interventoras, yo las desactivo por suerte, porque si llegan a funcionar todavía estuviéramos en órbita. Ahí mismo, en el cementerio, se hacen disparos provocativos y aún así, Francis lleva su tozudez hasta ir al Matum.

Cuando llegamos allí, de inmediato estábamos cercados totalmente por tropas de blindados e infantería, y comenzó la cacería. Quizás el destino nos dio la posición privilegiada, pues estábamos en un terreno alto y ellos en descubierto y si no hubiéramos tenido pocas armas, aunque buenas, el cuento hubiera sido otro. Lo desgraciado de todo esto, Claudia, es la cantidad no divulgada de hombres muertos hasta ahora, porque lo que me duele es pensar por qué razón tuvieron que morir tantos hombres por una tontería así.

P.- ¿Cuántos hombres cayeron, comandante?

R.- De ellos, no sé decirte, pero eran muchos, muchos. Del lado nuestro, tres, el coronel Lora Fernández, el sargento Peña y un policía infiltrado. Tres hombres…Ellos, cientos de hombres, yo diría. Y hace un silencio prolongado, una mezcla de tristeza y arrepentimiento, que respetamos para proseguir…

P.- Usted ha mencionado en dos ocasiones que tuvo divergencias con Caamaño, ¿en qué consistieron éstas?

R.- Mira, Claudia, creo que decididamente, hubo una cierta separación mía con Caamaño que se hizo mucho mayor después que salimos del país al destierro. Yo estaba en Canadá y él en Europa, y parece que allá alguien trató de lavarle la mente y le trastocó sus ideas originales. La evidencia está en que se lanzó a la lucha para reinstaurar el derecho que le asistía al pueblo a la vuelta a la constitucionalidad, por eso nos cambiaron el nombre de rebeldes por el de constitucionalistas. Lo fui, lo soy y lo seré, un constitucionalista. En la mente de Francis le hicieron creer que el gobierno del doctor Balaguer era una fachada del gobierno norteamericano. Yo le dije, no Francis, es un gobierno elegido por el pueblo libremente. Que a muchos no les guste, que se lo chupe el pueblo hasta que cumpla su mandato, como lo sigo pensando hoy por hoy, con cualquier gobierno que surja.

Creo que le llevaron al ánimo de Francis que ese foquismo era lo que convenía al país, por eso, desgraciadamente, él incurrió en el error, desgraciadamente, digo, porque Francisco Alberto Caamaño Deñó era una figura política con cierto tamaño y era un líder dentro de la juventud, ¿por qué negarlo? Pero él desoyó los consejos de los que más le querían, y trató la vía que era la más desgraciada, porque fíjate el resultado, ¿cuál fue? Ni logró el apoyo popular, ni llegó a feliz término.

En ese momento, cuando él vino con el grupo armado –1973—a mí se me llamó. Se me llamó, y le doy gracias a Dios por ello, para que efectuara la patrulla dentro de la zona capital, ¿tú sabes por qué digo que doy gracias a Dios por ello?, porque en un momento de tal situación política, esos barrios de la parte alta eran verdaderos hervideros y esas tropas que todavía disparaban sin pensarlo dos veces, en esa situación dirimí con los revoltosos y en esos 70 y pico de días que duró el servicio mío, no hubo un hombre preso, un hombre golpeado y mucho menos muerto, eso sí lo puedo decir francamente. Y con mucho orgullo, acotamos nosotros.

P.- Ante este tipo de situaciones, ¿usted nunca sintió miedo?

R.- Muchas veces lo he sentido. Sí, el que no siente miedo no es un ser humano, pero quizás el verdadero valor de un hombre estriba en que hay ciertos momentos en que la duda te hace flaquear, tú tienes la entereza de enfrentarte a ese miedo y sobreponerte. No creo que haya un solo hombre en el mundo que no haya sentido miedo.

P.- ¿Nos podría relatar alguna anécdota especial de la Revolución?

R.- Anécdotas, muchas…Son momentos tan duros, porque hay momentos en uno se siente tan lleno de confusión, y…Estaba yo con unos muchachos cerca de las calles José Martí y Barahona, se había originado una escaramuza, un tiroteo contra una sección que parece hizo una avanzadilla, somos 4 ó 5 hombres y uno de ellos está rellenando unos cargadores mientras se comía unas naranjas. Le dice uno de los muchachos, ¿qué es lo que tú estás haciendo? Y él responde, comerme estas chinas para ver cuándo comienzo a pelear. Y vuelve a preguntar el joven, ¿qué es lo que acabas de hacer ahora? Y el de las naranjas se encogió de hombros. Es que ya se tomaban las cosas como especie de juego. Admiré ese personal y lo sigo admirando porque han sido hombres maravillosos todos.

R.- Pero nunca les han hecho un reconocimiento, que se sepa…

R.- Jamás, mira, Claudia, una cosa curiosísima, a muchísimas instituciones, no voy a mencionar nombres, de aquí y del extranjero les han dado reconocimientos, pero nunca se le ha dado un reconocimiento a un solo hombre que haya participado en la guerra del 65, ni se le ha dado la oportunidad, a uno solo, óyelo bien, a un solo hombre para que tenga una posición que le permita vivir decentemente con su familia.

P.- ¿A qué atribuye usted eso?

R.- Quizás a las imposiciones foráneas, quizás. Porque cuando Don Antonio Guzmán y Jorge Blanco (los dos primeros gobiernos del PRD, luego de los 12 años de Balaguer), lo más lejos que llegué fue a las bóvedas del Banco Central, porque era un hombre con nombre. Con Jorge Blanco fui mediatizado a todas las posiciones secundarias, no era bueno para nada, primero, y después, subsecuentemente, pues no me dieron oportunidad en nada, en nada. Por eso es que yo dije en un momento que no soy un frustrado, sino un decepcionado porque creo que le podía haber dado a mi país muchísimo más de lo que esperaba haberle dado, en tecnicismo, en conocimientos, en lo que fuere.

P.- Volvamos atrás, comandante. Después de la Revolución, cuando se instaura el gobierno del doctor Balaguer, ¿cómo calificaría usted esa etapa política del país?

R.- Para mí, la califico como una transición, pues sólo he conocido dos hombres, en el aspecto político, que marcaron pautas. Uno, el Generalísimo Trujillo y el otro, el doctor Joaquín Balaguer, que de uno y del otro se ha dicho mucho; del primero, con el bagaje, la personalidad y el apresto que tenía, además de su don de mando, tenía indiscutiblemente su manera de ser. El otro, indiscutiblemente no tenía las cualidades del Generalísimo, pero sí sagacidad política y visión hacia delante en ese aspecto. Porque fue un verdadero zorro. Los dos han sido grandes nacionalistas a mi modo de pensar, digan lo que digan.

P.- Entonces, ¿los demás no lo han sido?

R.- Todavía no tengo un juicio lo suficientemente pensado para decir algo, es decir, en la etapa de Balaguer, dentro de lo que a él le convenía en su manera de ser, en la formación y mantenimiento de su gobierno, y digo mantenimiento de su gobierno porque todos saben que el mundo militar lo descuidó. Lo descuidó porque él le temía a aquel mando militar y creó los antagonismos entre los mandos militares.

P.- ¿Usted realmente cree que Balaguer temía a los mandos militares al acceder al poder en 1966?

R.- En los albores, cuando Balaguer recibió la herencia de ese caudillo militar que fue Trujillo, realmente él temía a esos mandos militares, que eran una hechura “rayé” de lo que quería el Jefe en ese tiempo. Y les temía, por eso creó los grupos antagónicos, llevándose del principio de Maquiavelo que dice: divide y vencerás. Esa fue una habilidad de él. Los apoyaba, los mantenía, y les permitía una cosa y otra para poder jugar y mantenerse políticamente, y lo demostró. Fíjate que habiendo sido un hombre que llegó hasta a desempeñar el Ministerio de Educación, descuidó ésta también, porque le interesaban otras cosas, siempre manejó las cosas a su manera y de acuerdo a los intereses de su política. Y el antagonismo entre los militares fue uno de esos intereses.

P.- ¿Eso pudo haber afectado en parte la institucionalidad de las Fuerzas Armadas y le hecho de que en los actuales momentos, los cuerpos castrenses no tengan la preponderancia de antes?

R.- Esa es una pregunta muy, muy interesante. Fíjate, Claudia, la institucionalidad de las Fuerzas Armadas creo que siempre ha sido un mito, ese es otro de los mitos fabricados. Bueno, vienen los problemas cuando Barjam Mufdi es relevado de la Secretaría, solamente duró 62 días, el doctor Balaguer nombra como secretario interino al general Imbert Barreras, quien no ha pasado por ninguna academia militar, es mi amigo personal pero no ha pasado por academia, entonces, lo nombra tentativamente. Cuando los mandos no reaccionan haciéndole ver al señor presidente que se está violando la Ley Orgánica, él se ríe soterradamente y lo confirma, como diciendo, ¡Ah, no, no, no! Estos son chivitos “jarto e´jobo” y para darles el palo de gracia después, ¿quién releva al general Imbert Barreras? Un hombre que durante 16 años había sido despojado del uniforme y era miembro de un partido político, para reírse más; no hay tampoco reacción de los mandos, y a partir de ese momento, tanto jugó Balaguer como pueden seguir jugando todos los otros con los que se llama la dignidad del oficial superior de las Fuerzas Armadas.

Así se expresa el comandante Manuel Ramón Montes Arache, un hombre que sí supo lo que fue la lucha armada, y que hoy no se explica el por qué los verdaderos protagonistas, los héroes anónimos, no han sido reconocidos por nadie, mientras otros se abrogan derechos que no les corresponden.

Viernes, 25 de abril de 1997

Imbert Barrera revela su actuación en la Revolución de Abril

T

reinta y dos años de silencio son más que suficientes. Tenía que llegar la hora de develar la verdad y limpiar el nombre tantas veces escarnecido por la burla del pueblo, la “mala fe” de algunos y la ignorancia de otros, porque el silencio tiene un límite y el momento de romperlo ha llegado. El por qué de tanto tiempo sin decir nada para lavar la honra es la pregunta que obsesiona, y la contesta con la simpleza del cibaeño “cepillao”, al que nunca habían preguntado al respecto y tampoco había llegado la hora.

Hablamos con Antonio Imbert Barreras, quien se refiere a la gran amistad que le unía al profesor Juan Bosch, tanta que, al momento de salir del país a raíz del golpe de Estado, exigió salir en su compañía, ya que era persona de “su entera confianza”.

Este hombre, hecho general por decreto debido a su participación en el ajusticiamiento de dictador Trujillo, mantenía muy buenas relaciones tanto con militares como con sus antiguos compañeros del Movimiento Revolucionario 14 de Junio, más popularmente conocido como 1J4.

Es un personaje pintoresco y más que pintoresco, “folklórico”, sorpresivamente simpático pero con los aires de un abuelito regañón.

Esta entrevista, que se convirtió en un momento dado en un diálogo de tres, por la ¿coincidencial? Llegada del ex contralmirante Olgo Santana Carrasco, miembro de la primera Junta Militar de San Isidro, pone en claro muchas cosas hasta ahora ocultas a la mayoría de los dominicanos, y, como el mismo general Imbert refiere, “ya llegó el momento de decir las cosas como fueron”, sin explicar el por qué de su obsesionante silencio ahora dejado en el pasado.

Una hora de conversación entre Imbert Barreras, Santana Carrasco y esta reportera, pone los puntos sobre las íes a muchas situaciones confusas hasta hoy, para que la historia se escriba de la manera más verídica posible, porque los hechos, como el sol, no pueden seguir tapándose con un dedo.

En medio del humo de siete cigarrillos –es un fumador empedernido—y entre las interrupciones de las llamadas telefónicas y el ladrido de Cookie y Lassie, las dos perritas poodle que le acompañan en su despacho de la administración de la Rosario Dominicana, da inicio a este diálogo con el tiempo y la historia, el que transcurre entre interrupciones, precisiones y aclaraciones de lugar.

P.- General, ¿cuál fue su participación real junto a los militares llamados “leales” durante la Revolución de 1965?

R.- Para poder decirte eso, déjame primero decirte que cuando el golpe de Estado al profesor Juan Bosch, yo no estaba metido en eso. Eso vino de San Isidro, fue Tessin, ya que ni siquiera Viñas Román, que era el secretario de las Fuerzas Armadas sabía de eso. Eso vino de la gente del CEFA –Centro de Entrenamiento de las Fuerzas Armadas–. A mí me llamó Belisario Peguero, que era el jefe de la Policía, a las dos de la mañana, y eso -el golpe de Estado- fue como a las doce de la noche.

Belisario fue a mi casa y me tocó la puerta de mi habitación, cuando le abrí, pregunté qué pasaba. Belisario me dice: “Tumbaron al profesor Bosch”, y entonces de inmediato cogimos para la Presidencia, cuando llegamos allá, todo estaba hecho. Después, me contó Elvis Viñas que la discusión comenzó como a las 10:30 de la noche, porque se descubrió que Tessin iba a dar un golpe y Juan Bosch dijo que si él no podía quitar a un coronel, mejor renunciaba. Viñas Román me dijo que ellos estuvieron varias horas en eso, hasta que vino el grupo de la base aérea y lo cogieron preso en su despacho.

Yo tenía muy buenas relaciones con el profesor Bosch, tanto, que cuando se toma la decisión de sacarlo del país, y eso está en la prensa nuestra, él puso como condición que con la única persona que él se iba del país era conmigo, si yo lo acompañaba, y me fui con él en la fragata Mella. Me llevé a mi esposa Guarina, la que murió en el accidente de aviación, para que acompañara a doña Carmen, y lo llevé hasta Guadalupe. Ahí surge el Triunvirato, cuyos miembros fueron renunciando uno tras otro por todas las mierdas y fuñendas que ocurrieron en esa época.

P.- Entonces, ¿usted no tuvo ninguna participación en el gobierno del Triunvirato, de ninguna índole?

R.- ¡Cómo va a ser! Si cuando don Emilio de los Santos renunció por el asesinato de Manolo (Manuel Aurelio Tavárez Justo) y los muchachos en Las Manaclas, yo estaba haciendo un cursillo de cristiandad con el padre Torra, en San Lázaro, y cuando salgo del cursillo, ya don Emilio había renunciado. Ahí es que mandan a buscar a Donald Reid Cabral, que creo estaba en Israel, no estoy muy seguro. Yo ahí no ocupé nada, no tenía ninguna posición, es más, una vez me mandaron a buscar a Sosúa, estando Donald Reid en el Triunvirato, porque, fíjese bien, yo estaba ayudando a darle un golpe de Estado.

P.- ¿Cómo fue eso?

R.- Bueno, yo estaba en Moca, en casa de Che Espaillat, yo estaba dando armas a los muchachos del 1J4 para tumbar dizque a Donald Reid, oiga hasta dónde llegaban las cosas, llegando yo a Sosúa y sonando el teléfono, que venga enseguida a Santo Domingo. Cuando llego, me encuentro en un pasillo con Rivera Caminero y le pregunto qué estaba pasando, me dice: “hay un lío grande contra usted”. ¿Contra mí?, pregunté. Y él dice: “sí, hay jodienda, dizque usted estaba repartiendo armas por allá a los muchachos del 1J4 para tumbar el gobierno”. Esas son las intrigas. Entonces entré. Donald es muy emotivo, estilo Freddy Beras Goico, una pendejá de esas. Pasa esa, estalla la Revolución.

P.- Bien, ahora usted me va a responder sinceramente, ¿cuál fue su papel ahí, en la Revolución?

R.- Yo no tenía nada que ver con eso, yo estaba cazando patos con Valdez Hilario y Olgo Santana. Y en ese preciso momento, la secretaria anuncia que el general Olgo Santana está en el antedespacho, por lo que el general Imbert se frota las manos y como un niño al que dan un caramelo dice con cierta picardía en la voz…”Siiiiiii, vamos a llamar a Olgo que fue de la primera Junta Militar de San Isidro, que no funcionó”. Entra al despacho el ex contralmirante, imponente, erguido, impecablemente vestido con una chacabana blanca de lino perfectamente planchada, pantalones con filo más perfecto aún, si cabe, y un sombrero Panamá. Luego de las presentaciones de rigor, la entrevista se convierte en un intercambio de impresiones, correcciones y precisiones. El general Imbert retoma el hilo de su conversación y continúa explicando que al estallar la revolución él se encontraba cazando patos en la finca del entonces jefe de la Policía, Germán Despradel Brache.

Olgo.- Sí, señor, con el agregado militar P, Cash.

Imbert. – Nooo, era el agregado naval.

Olgo.- Ralph Heiworth, teniente coronel de la infantería de Marina, agregado naval.

P.- Ustedes, entonces, ¿no estaban al tanto de la situación?

Imbert.- No sabíamos nada de la conspiración en esos momentos, sino hasta que nos llaman por los teléfonos de los carros.

Olgo.- Estábamos comiendo en la casa del cuñado de Valdez Hilario, un hermano de doña Griselda, arrocero, y Donald Reid lo llamó a usted y le dijo que había un levantamiento, una sublevación en el 25 –se refiere al campamento militar–. Le dieron instrucciones para controlar la situación en el Cibao.

P.- ¿Qué sucedió entonces?

Imbert.- Cogimos para La Vega y Santiago y volvimos en la noche, como a las ocho, ¿verdad?

Olgo.- dígale a ella que la carretera estaba bloqueada y nos mandaron a Eligio Bisonó Jackson a interceptarnos en el kilómetro 28.

Imbert.- Y nos metieron por San Cristóbal.

Olgo.- ¡Oh! Pero qué coincidencia que yo me encontrara aquí.

Imbert.- Sí, cuando la secretaria lo anunció, yo dije, vamos a traerlo, que Olgo sí sabe.

Olgo.- Ahora usted va a tener información de primera mano, que no la tiene nadie.

Imbert.- Entonces –retomando el hilo de la conversación interrumpida–, llegamos al Palacio Nacional y preguntamos qué estaba pasando, me explican y yo digo, pero ¿quién ha ido a hablar con esa gente? Todo el mundo se queda callado. Me fui al 25 a hablar con Hernando, pero no estaba; quien me recibe es Cuco Rodríguez Landestoy, y yo le dije: ¿dónde está el coronel Hernando Ramírez? Y él me dijo: Salió para Artillería, que estaba donde hoy se encuentra la Universidad
Pedro Henríquez Ureña. Entonces yo le pregunté quién más estaba ahí, y me respondió que el coronel Caamaño y Alvarez Holguín. Mandé a buscar a Francis, porque Francis y yo toda la vida fuimos amigos.

Olgo.- Buenos amigos, en su casa nos encontrábamos siempre con el general Imbert.

Imbert.- Y cuando peleaba con Chichita, el que tenía que intervenir era yo, eso era la del carajo.

Olgo.- Sí, sí, sí, y cuando llevamos al profesor Bosch, entre la escolta que yo me llevé estaba Francis, yo me lo llevé en la fragata porque era de la gente de mi confianza. Entonces, en el Palacio nadie sabía nada de que había gente sublevada; que habían cogido preso al jefe de Estado Mayor del Ejército. El Estado Mayor completo, estaba Similito Díaz Ruiz, el M-1, Héctor García Tejada y los demás.

Imbert.- Bueno, pero el asunto es que en el 25 hablo con Francis y Alvarez Holguín y les digo, vamos para donde Hernando. Había muchos civiles armados ya, las armas las repartió Cuco. Cuando volví al Palacio me dijeron que creían que yo estaba preso o que me habían matado. ¿Usted se acuerda?, dice dirigiéndose a Olgo Santana. Pero antes de nosotros llegar al Palacio Nacional, ya Donald Reid había pronunciado un discurso y dijo que si no se entregaban los iban a bombardear. Ahí fue que yo me fui a hablar con Hernando Ramírez.

P.- Cuando usted habló, ¿qué sucedió?

Imbert.- Cogimos para la Jefatura de la Marina de Guerra, donde el general Rivera Caminero, pero yo salgo de donde Hernando Ramírez con Francis en mi carro.

Olgo.- Usted comenzó a hacer los contactos con la gente del Palacio Nacional y la de los campamentos.

Imbert.- Convencí a Hernando Ramírez de que cómo íbamos a tirarnos a una guerra civil, a matarnos unos con otros. Que si el problema era Donald Reid, vamos a hacer renunciar a Donald Reid, y así mismo fue. Entonces, cojo a Francis Caamaño, lo subo conmigo al carro y lo llevo a la Marina. Reunimos a la mayoría de los jefes, quienes estuvieron de acuerdo con el plan. Frank Rivera estuvo de acuerdo, Germán Despradel también y Pimpo de los Santos que era el jefe de la Fuerza Aérea. Tessin fue que se paró en dos patas, y se dañó la cosa. Yo me fui para mi casa. Al otro día, a las 6 ó 7 de la mañana, entraron al Palacio Nacional, cogieron presos a Donald Reid y al otro triunviro y los sacaron en una ambulancia. ¿Usted sabe quién fue que los sacó? El coronel Giovanni Gutiérrez, y los llevó a la casa de José Antonio Caro, cerca del Colegio Santo Domingo, ahí estuvieron ellos.

Olgo.- Dígale a ella que cuando usted está dialogando con ellos, tratando de que haya una avenencia, que no haya choques ni guerra civil, algunos de los militares se mostraron al principio renuentes a aceptar el plan suyo de hacer renunciar a Donald, empezando por Hernando Ramírez, quien era el que estaba más opuesto a que se formara una junta militar.

Imbert.- Y que se celebraran elecciones en 60 ó 90 días. Pero él aceptó porque dejó que Francis se fuera conmigo a la Marina. Entonces, estando negociando en la Marina, que Tessin no quería entrar en nada, comenzaron los disparos en la Voz Dominicana. Francis se fue en mi carro porque yo le dije: coronel, váyase allá y aguanten eso porque así no se va a llegar a ningún lado. Francis se fue con mi cofre para la Artillería, y nosotros espera y espera, hasta que llegó mi chofer y le pregunto por el coronel Caamaño, y él respondió: “se quedó, se quedó, me dijo que ya no se puede hacer nada”. Nos desperdigamos, yo me fui para mi casa. Entonces se hizo una Junta Militar en San Isidro, en la que usted participó –le dice Imbert Barrea a Olgo Santana–, Casado Paladín y otros.

Olgo.- Viene el choque el domingo 25, en la tarde como a las dos, se embarca el Estado Mayor.

Imbert.- Yo no sé de eso porque ya yo estaba en mi casa.

Olgo.- El primer choque fue en esos momentos, cuando la Fuerza Aérea
hizo una demostración de fuerza, bombardeando el Palacio Nacional; ya estaba montado como presidente Rafael Molina Ureña, eso es el domingo en la noche, visitamos el Palacio Nacional Frank Rivera Caminero, Frank Amiama y yo. Estaba Giovanni Gutiérrez con el Presidente Molina. Fuimos a buscar una negociación. Corríjame.

Imbert.- No, no. De ahí en adelante, usted es el que sabe, ya yo me salí del juego.

Olgo.- En la noche del domingo hablamos con Rafael Molina Ureña y éste le pide a Rivera Caminero, que era jefe de la Marina, bombardear desde Caucedo a San Isidro, y Rivera se lo prometió. Cuando salimos del Palacio, nos vamos para la base, al centro de operaciones que estaba en Haina y cuando llegamos nos encontramos que la mayor parte del personal había desertado, se había ido para la ciudad en la fragata, a unirse a los constitucionalistas. Bien, esperamos la madrugada, el lunes 26, la flota naval se dirige frente al Placer de los Estudios y comienza el bombardeo en coordinación con la Fuerza Aérea; ahí renuncia Molina Ureña, se asiló y siguen las cosas que usted conoce. Ahí comienza, el lunes 26, la guerra civil.

P.- Volvamos a la Revolución, a la invasión de los gringos, que se dice usted fue uno de los artífices de ella.

Imbert.- Yo no estaba en eso, eso lo sabe Olgo que estaba de aquel lado.

P.- Pero para mucha gente, usted, el coronel Benoit y Tessin fueron quienes solicitaron la intervención…

Imbert.- No señor, yo estaba en mi casa muy tranquilo.

P.- ¿Cuándo es, entonces, que entra usted en juego?

Imbert.- El 7 de mayo, porque la Junta de San Isidro, en la que estaban el coronel Olgo Santana, el coronel Enrique Casado Paladín, Pedro Bartolomé Benoit…

Olgo.- No se consigue base de sustentación, entonces se opta por darle paso a un gobierno de amplia base social. Acordamos retirarnos nosotros y darle paso a un gobierno que nos sugieren, que es el gobierno de Reconstrucción Nacional.

P.- ¿Quién lo sugiere?

Olgo.- El mandato militar.

Imbert.- Como yo tenía mis relaciones, porque yo era catorcista, tenía mis relaciones con todo ese grupo de muchachos que estaban del lado constitucionalista y con los militares también.

En este momento, el general Imbert Barrera se adelanta y la pregunta que teníamos a flor de labios la hace él.

Imbert.- ¿Quién pide la intervención?

Olgo.- La intervención no se pide, en vista del deterioro de la situación política y comienzo de la matanza, a fin de evitarla, se hace contacto con la Embajada de los Estados Unidos…

Imbert.- Ven acá, aclárame una cosa, ¿pero la intervención se pide estando ya la junta de ustedes formada?

Olgo.- El 28 de abril llegan los primeros aviones a San Isidro, un emisario de la Embajada…

P.- ¿Quién los pide?

Imbert.- Los aviones no vienen si no piden que vengan, vamos a dejarnos de vainas.

Olgo.- Es que no hay control de la situación de parte de ninguno de los bandos. Hay una anarquía, no se pide la intervención.

Imbert.- ¿Por qué a Benoit le voceaban “El Santana”, el traidor?

Olgo.- Es natural, porque los aviones entran por San Isidro.

Imbert.- Bueno, pues entonces hubo uno que pidió la intervención.

P.- Un documento del gobierno norteamericano dice que el coronel Benoit pidió mil 200 infantes de Marina al embajador.

Imbert.- ¡Aaaaaaaaaaaaah!

Olgo.- Entonces, pregúnteselo a Benoit porque yo no recuerdo eso, sería una reunión de Benoit con el embajador.

Imbert.- Pero si a Benoit le voceaban el Santana del 65.

Olgo.- Auténtico, con Gabirondo, que era su escolta.

Imbert.- Ah, entonces alguien la pidió.

P.- Entonces fue Benoit que pidió la intervención.

Olgo.- No, yo no he dicho que fue Benoit, he dicho que le pregunten a él.

Imbert.- Tú ves, que yo no sé de eso.

Olgo.- Yo quiero singularizar, puntualizar, especificar, que no había control de la situación, ni de parte de ellos ni de nosotros; hay una anarquía, una crisis total, y en vista de esa anarquía, hacen contacto, quizás, ellos con el alto mando militar y se acuerda el envío de tropas para la pacificación o para el control de la situación. Ahora, eso fue lo que yo supongo que ocurrió, pero bueno que se haga contacto con el que la presidía.

Imbert.- Olgo, déjate de vainas, que tú estabas en San Isidro, y de allá fue que salió la pedidora.

Olgo.- No es así, general, ellos iban a venir como quiera, pídase o no, ellos iban a venir. No vamos a llamarnos a engaño, había una anarquía.

P.- Año tras año se ha acusado al general Imbert de “vende patria”, traidor, ¿por qué usted nunca ha aclarado esa situación y ha callado durante tantos años?

Imbert.- Porque nunca había llegado el momento de eso, y nadie me lo preguntó. Ahora llegó, simple y llanamente. Es más, cuando fueron a atacar el hotel El Embajador, detrás de Bonillita –se refiere al comunicador Rafael Bonilla Aybar, ultraderechista en esa época–, todos esos muchachos entraron en mi casa armados, y yo les dije a ellos: tengan cuidado que ahí hay muchísimos extranjeros, eso es un hotel. ¿Qué pasa? Después que fracasó la Junta Militar
y en medio de la desbandada, ellos pensaron que buscándome a mí, como yo tenía contacto con todos esos muchachos, fueron a mi casa Rivera Caminero, Olgo y no me acuerdo quién más y me pidieron que presidiera el gobierno de Reconstrucción Nacional para buscar una salida a la situación. Eso fue el 7 de mayo y la revolución se inicia el 24 de abril.

Olgo.- En ese ínterin, se está negociando para formar el gobierno que presidió usted.

P.- A partir de ahí, ¿qué sucede?

Imbert.- Empiezo a negociar con los muchachos de allá dentro y una de las condiciones que me ponen es sacar a todos esos oficiales que eran de los viejotes de aquí.

Olgo.- Efectivamente, esos militares eran Félix Hermida, Julio Rib Santamaría, Atila Luna, Salvador Montás Guerrero, Belisario Peguero, eran siete, incluyendo a Elías Tessin. Se embarcaron en un patrullero y se los llevaron a la isla Saona y de ahí a Puerto Rico.

Imbert.- La cosa se daña porque Tessin no fue a la cita que hicimos, a los demás los invitamos a comer en la fragata Mella, y ahí los hicimos presos.

Olgo.- Sí, señor, fueron hechos presos, desarmados y trasladados a un patrullero que estaba abarloado a la fragata, es decir, pegado a la fragata.

Imbert.- Esa fue una de las condiciones pero no cumplimos porque a Tessin no pudimos echarle mano. Ahí fue la jodienda, se dañó la cosa.

P.- Entonces, ¿usted tampoco ordenó hacer bombardeos?

Imbert.- No, yo no estuve en eso, ya Olgo se lo dijo, eso vino de San Isidro.

Olgo.- Sigue la “Operación Limpieza”. Los americanos vienen y montan un corredor.

Imbert.- Nosotros nos llevábamos bastante bien con los americanos, pero nos tenían rodeados.

Olgo.- No nos dejaban hacer incursiones militares en la parte de la zona colonial, no dejaban despegar aviones, separaron los bandos en pugna.

Imbert.- Paralizaron el puerto con dos destructores invadieron la Fuerza Aérea.

P.- ¿Usted no hizo nada en contra del pueblo durante su gobierno?

Imbert.- Yo no. Incluso renuncié cuando trataron de poner el gobierno dizque de Conciliación Nacional.

P.- ¿Por qué, qué sucedió?

Imbert.- Yo dije que renunciaba pero no iba a legalizar una intervención, una imposición de un gobierno extranjero en mi país. Me fui a Radio Santo Domingo, sin saberlo los americanos ni nadie. Yo hablé y renuncié para buscar la paz y que se parara el derramamiento de sangre. Pero no firmé, yo no firmé eso. Yo no sé si los otros lo firmaron, los demás miembros del Gobierno de Reconstrucción Nacional, que eran el licenciado Carlos Grisolía Poloney, Alejandro Seller Cocco, Leonel Bernard Vásquez y don Julio Postigo. En relación al bombardeo, sí hubo uno, pero fue un piloto que se subió a un P-51 y ametralló cerca de Radio Televisión. Núñez Salcedo, recuerdo que se llamaba.

Martes, 29 de abril de 1997

Benoit confiesa culpabilidad por intervención EE.UU.

Atribuye actitud a irresponsabilidad de superiores

E

s duro soportar el baldón infame de traidor, de cobarde, de vende patria, por lo que no es extraño encontrar a un hombre resentido, un tanto amargado por las traiciones de grupos de poder del país, que hipócritamente lo utilizaron como chivo expiatorio, como instrumento para una situación que ha pesado y gravitado en la vida nacional durante décadas. Aunque hoy trata de conciliarse con los fantasmas que rondan sus pesadillas noche tras noche, como él mismo confiesa, trata de minimizar un poco el peso de lo que hizo.

A veces, la amargura le brota por los poros; otras, parece que le resbalara. Dice que a pesar del daño moral, social y militar que le provocaron esos grupos decisorios del país, los que celebraron y brindaron en un momento dado, él cargó con las culpas y pecados de muchos “sinvergüenzas y charlatanes hipócritas” que se escudaron tras una decisión que aún hoy, a pesar del tiempo transcurrido, sigue pesándole como una gran cruz. Pero no se arrepiente de su acción, al contrario, la justifica diciendo que lo hizo para evitar un mayor derramamiento de sangre en el país.

El general (r) Pedro Bartolomé Benoit Vanderhorst expresa que le es muy duro tener que oír repetir lo mismo año tras año y considera que si las nuevas generaciones, el pueblo en general, ignora lo que sucedió, “sería mucho mejor porque muchos santos caerían de sus altares”.

Sin embargo, evita mencionar nombres a menos que sea estrictamente necesario o ante la insistencia de las preguntas, porque al cabo de los años dice que se debe aprender de las “patadas morales, porque los pueblos escupen la cara de sus libertadores”, y además trata de olvidar sus errores, si es que así puede llamarse a la acción que decidió la suerte de un país, y que todavía sigue pensando en que fue la mejor solución a una crisis que pudo haber tenido proporciones insospechadas: la intervención norteamericana de 1965.

Es sorprendente cómo conserva sus recuerdos vívidos, tanto como si los estuviese viviendo como el primer día cuando tuvo que tomar la penosa decisión que lo convirtió en el chivo expiatorio de muchos “cobardes”, como les llama, y rememora con precisión los primeros días de la Revolución
de Abril, cuando evitó el primer bombardeo y su papel de mediador ante los militares sublevados, frutos que no pudo lograr y de cuyo episodio dice que “en parte tengo la culpa al no permitir que se bombardeara porque quizás yo hubiera estado fuera de toda esta porquería”.

Para este hijo de un conocido periodista de principios del siglo XX, de Samaná, el señor Pedro José Benoit, fundador del periódico “Prensa Local”, que nació en el local de la imprenta, si le hubiesen oído el día 24 de abril, “aquí no hubiera habido revolución”, aunque dice que en esos momentos había muchos odios, factores negativos, intereses de por medio y como todos los demás entrevistados, coincide en declarar que todo comenzó con el derrocamiento del gobierno del profesor Juan Bosch, suceso que calificó de inconstitucional.

El general Benoit todavía insiste en que de haber seguido sus consejos de buscar un entendimiento entre sublevados y militares afectos al régimen de facto, la guerra civil no se habría producido ya que la instauración de un gobierno militar habría permitido la realización de elecciones libres. Y lo dice con el convencimiento de su ¿testarudez? o de sus ¿convicciones?

El ya agotado ex militar aún guarda los resabios de aquellos tiempos y habla de su enfrentamiento con el general Tessin, jefe de la todopoderosa maquinaria bélica del CEFA, de su intento de convencer al coronel Hernando Ramírez de deponer su posición y abocarse a un diálogo y hasta de su decisión de conversar para obligar al triunviro Donald Reid Cabral a abandonar el poder, pero todo resultó infructuoso y llegó tarde al escenario de los hechos, del que, en un momento dado, se hizo protagonista pero el protagonista malo de la película, estigma que ha tenido que soportar con estoicismo y entereza. Esa fue, a decir verdad, la impresión que me dejó, la de un hombre íntegro que sigue considerando que obró en bien de la patria y se queja de que toda la “canana” del asunto se la dejaron a Benoit, y defiende su postura contra viento y marea.

Porque no intenta limpiarse ante la historia. No, eso jamás. Acepta sus culpas con la misma decisión con que firmó la petición de intervención pero le molesta que sea él solo quien cargó con el dado, cuando otros muchos antes que él, pidieron la intervención, “pero yo firmé y moralmente soy responsable”. En la humilde casita del kilómetro siete de la carretera Mella, rodeado de papeles amarillentos que le servirán de base para su autobiografía, cuadros de su época dorada de militar y un anacrónico “pick up” y muchos discos de pasta –no puedo comprar un equipo sofisticado, dice–, el general Pedro Bartolomé Benoit vive con su esposa de hace más de 60 años, doña Luisa Tejeda de Benoit y cinco perros que cuidan su hogar. Transcurre esta entrevista, que más que eso es la confesión de un hombre incomprendido que no busca perdón ni justificación alguna ante un hecho que lo ha estigmatizado de por vida, mientras los verdaderos culpables pasean sus glorias por las narices del pueblo, transcurre decíamos, de manera sorprendente, pues descubrimos al ser humano que hasta hoy no había dicho esta boca es mía.

Con gestos enérgicos, como si estuviera todavía al mando de un algún batallón de subordinados, empieza otra entrevista con la historia dominicana reciente, a veces dando saltos para aclarar ciertos suceso y volviendo a la etapa de la Revolución de Abril, cuando por un azar de la vida se convirtió en el eje central de una situación que lo marcó para el resto de su vida, y que lo ha dejado esperando la muerte como si de una fiel amiga se tratara.

P.- General, ¿cómo entra usted en el papel protagónico que asumió al inicio de la Revolución?

R.- Resulta que yo tenía diez días de haber regresado de los Estados Unidos, en donde estuve un año haciendo un curso de profesionalización. Al regresar, que lo hice el 14 de abril, tenía una licencia de 15 días que me permitía volver a la base el 29, pero el día 24 oigo por la radio la explosión de la Revolución. Mi
deber era reportarme a mi estación de servicio, la base aérea de San Isidro. Al llegar allí me encontré que los pilotos ya estaban con sus paracaídas, se dirigían a los aviones para ejecutar una acción, algo que militarmente procede, pues si hay un levantamiento hay que tratar de sofocarlo.

Pero no sé por qué, voy a creer que fueron mis principios militares, les pregunté que por qué iban a realizar esa acción y me responden que se levantaron los campamentos 16 de Agosto y 27 de Febrero y ellos habían recibido esa orden. Les dije, no puede ser, son nuestros compañeros y debemos ver cuál es la razón que los mueve, y una vez hablemos con ellos, entonces buscaremos razones o aceptaremos definitivamente lo que se iba a hacer.

Pude notar una cosa, aunque en el grupo había varios coroneles igual que yo, me oyeron, no porque me impuse sino porque les razoné.

P.- ¿Quiénes eran esos coroneles?

R.- Bueno, eran pilotos, no los voy a mencionar, oficiales todos. Ahora bien, iban a cumplir con su deber, quizás el que cometió el error fui yo, que debí dejarlos que cumplieran su misión y quizás yo hubiera estado fuera de toda esta porquería. Quiere decir que en parte tengo culpa al no permitir que se bombardeara y que se produjera el desenlace que todos sabemos.

P.- Pero Tessin dijo en días pasados que fue él quien impidió el bombardeo…

R.- Espérate, yo no quiero discutir con Tessin, ojalá pudiéramos sentarnos en un sitio a hablar, yo no quiero acusar a nadie, pero si me hubieran oído a mí, el único que en ese momento hablaba de mediación, aquí no hubiera habido Revolución, lo que pasa es que había muchos intereses, odios, factores negativos, entonces la razón se estableció el mismo día que se derrocó el gobierno de Bosch.

El tumbar el gobierno de Bosch fue un acto inconstitucional, una violación a la Constitución, indiscutiblemente. Al producirse el hecho –el golpe de Estado de 1963–, las Fuerzas Armadas que fue la cabeza visible siguiendo directrices de políticos, debió instalar un gobierno militar y no entregar el poder a un grupo de civiles. Pero el día 26 de abril se realizó un acto muy bonito y en ese momento consideré que estábamos enterrando el hacha de la guerra y fumando la pipa de la paz, que ya no íbamos a seguir hablando de esa charlatanería. Eso fue lo que fue, una charlatanería que vivimos desde la muerte de Trujillo hasta este momento, creía que eso ya iba a cesar porque los pueblos que viven lamentándose de las cosas del pasado, por mucho que quieran no pueden llegar muy lejos.

P.- Me hablaba usted, general, de que el 24 de abril impidió el bombardeo. Entonces, ¿qué sucede?

R.- Que cuando se para el bombardeo, se determinó que íbamos a dialogar con los insurrectos, porque uno de los consejos que ofrecí fue que nosotros no éramos gobierno para tomar una acción, nosotros somos una parte de las Fuerzas Armadas, y como tal, iba a ser una acción aislada, unilateral e impropia de las Fuerzas Armadas, ya que están subordinadas a la Secretaría, lugar en donde se aglutinan los cuerpos armados para cualquier decisión, es decir, que unilateralmente no podíamos tomar ninguna decisión, a excepción de que partiera de allí –la Secretaría de Estado de las Fuerzas Armadas–, y de allí no podía haber partido porque precisamente se permitió la violación de la Ley Orgánica
al dejar que el jefe del Triunvirato ocupara esa posición sin antes llenar los requisitos que demandaba esa misma ley.

P.- Acláreme un poco esto, ¿quién era el secretario de las Fuerzas Armadas en ese momento?

R.- el doctor Donald Reid Cabral, quien se nombró secretario de las Fuerzas Armadas.

P.- ¿Eso fue en qué año?

R.- En el mismo 1965, y las Fuerzas Armadas, que lo llevaron al poder, no le llamaron la atención. Pero repito, no quiero que mis declaraciones puedan echar a perder algo tan bonito como el acto del día 26 porque esa noche nos abrazamos todos. Entonces, yo no quiero dar una declaración que dé la impresión de que yo quiero mantener ese predicamento estúpido que quisiera olvidar, es una especie de pesadilla porque no debió suceder, y por cierto, quien le está hablando fue quizá el único que se preocupó en que aquí no hubiera revolución.

P.- ¿Cómo así, general?

R.- Claro. A mí me apena que muchos de esos que tomaron parte en la revolución, unos toman gloria, y otros tratan en todo momento de echarle la canana a Benoit, y yo, si no fuera Benoit, admirara a Benoit, porque la victoria tiene muchos padres, pero la derrota sólo uno.

Si hubiese sido algo bonito, todo el mundo hubiese sido el héroe, Benoit se habría quedado abajo, pero Benoit dijo, sí yo lo hice. Lo hice pero yo ahora me pregunto ¿Benoit dio algún golpe de Estado para ser jefe de las Fuerzas Armadas y de la nación, para tener la potestad de pedirle a Johnson que mandara tropas?

P.- Pero no se ponga así general…

R.- Sí, sí, déjame decirte, porque es que todo el mundo se esconde aquí. Ahora, yo firmé, yo soy el responsable, yo firmé, sí, ¿qué decía el documento? Solicito ayuda para poner en orden el país, para eliminar el desorden que hay en el país. Eso es todo, no dije mándenme 42 mil soldados. Tenemos que saber y resaber que si yo le hubiese pedido a Johnson diez pesos prestados, él no me los hubiera mandado, ni siquiera me contesta. Entonces, ¡no sean estúpidos, estúpidos, y requete estúpidos! de pensar que yo ordené a la nación más grande del mundo a que enviara tropas, entonces, yo soy un superhombre, un supermacho, que puse a esa nación a hacer lo que yo quería. No.

Incluso, en el Departamento de Estado tienen el dato de lo que se invirtió en esa acción, fueron más o menos 400 millones –no aclara si de dólares o de pesos–. Como me han dicho vende patria, que me den el diez por ciento, serían 40 millones y me sacarían de la miseria que tengo.

Pero déjame decirte, estoy pasando muy rápido de una cosa a otra. Una vez, creo que fue en 1966, fui a un acto en el Palacio Nacional y entre tragos y copas, vino el embajador de Guatemala, que era una de las personas que veía en mí el deseo de resolver los problemas de este país, y unos cuantos embajadores más, y se sumó el licenciado Casanova, a quien no conocía, y me dijo, coronel Benoit, ¿usted no sabe cómo llegó a la Presidencia de la Junta Militar? Le dije que realmente no lo sabía. Entonces me dijo, se lo voy a decir. Me comentó que en una reunión realizada en el hotel El Embajador, fulano, mengano y zutano, los nombres no los voy a decir porque la mayoría está muerta, y no vayan a pensar sus familiares que quiero hacer leña del palo caído, el caso es que esos hombres eran de la clase dirigente del país. Deciden hablar con un coronel americano que estaba en el hotel y le dicen, frente a lo que está pasando ustedes van a tener que intervenir.

P.- ¿En qué fecha fue eso?

R.- Eso fue el 26 de abril de 1965, antes de que los americanos vinieran. Y le dijeron al coronel, ustedes van a tener que intervenir para que aquí no se produzca una segunda Cuba. Todos sabemos que la Revolución comienza por la reacción al golpe de Estado a Bosch, indiscutiblemente. Todo el mundo sabe que se produce o mejor dicho, esa situación la aprovechan esos elementos subversivos que nunca han querido a su patria, de los que han querido crear un sistema ideológico y se aprovechaban de esa situación, que se podía conseguir en cualquier lugar, pues bien sabemos que los dirigentes de esas ideologías aprovechan las situaciones caóticas de los pueblos, sabiendo como un viejo dicho conocido, que las masas no tienen convicción, sino emoción.

P.- Esos de los que usted habla, ¿son los dirigentes de partidos de izquierda o estamos hablando de otros sectores?

R.- Claro que de los partidos de izquierda.

P.- Pero entonces, ¿y los militares que dieron el golpe al Triunvirato?

R.- Los que se sublevaron tenían sus razones, incluso muchos consideraron que lo correcto era volver a al constitucionalidad, trayendo nuevamente al profesor Bosch; otros veían que el Triunvirato, puesto por las Fuerzas Armadas, que debieron tomar el poder en virtud de la responsabilidad histórica que contrajeron en el momento en que dieron el golpe de Estado, pero las cosas no funcionaban. Al ver ellos –los militares a favor de la vuelta de Bosch– que ese gobierno de facto estaba dando demostraciones de que quería incursionar en la política, aprovechando la oportunidad, ahora, sabemos que hay una cosa, los mismos militares que dieron el golpe de Estado olvidaron principios muy definidos, que toda acción tiene una reacción igual u opuesta, por lo que tenían que esperar sus consecuencias a la larga.

No debieron derrocar el gobierno legalmente constituido, pero si creyeron que procedía, entonces debieron instaurar un gobierno militar que se hiciera responsable, que cargara sobre sus hombros la responsabilidad histórica de lo que habían hecho, quiere decir que aquello, bien o mal, era una protesta y dio origen a la revolución.

P.- O sea, que usted considera un error el hecho de que no se instaurara un gobierno militar a raíz del derrocamiento del profesor Juan Bosch…

R..- Sí, porque esa situación llevó a esos militares descontentos a conspirar. Siempre, por debajo, aquí en Santo Domingo han existido candelitas que mueven a los demás. Lo mismo de Bosch, las mismas Fuerzas Armadas fueron las que llevaron a Bosch al poder.

P.- ¿Por qué las Fuerzas Armadas?

R.- Porque en esas elecciones que ganó Bosch, el contendiente opuesto era el doctor Viriato Fiallo, quien tenía como banderín de combate la destrujillización de los cuerpos armados, entonces, puso las Fuerzas Armadas contra él, y ¿qué hicieron esas Fuerzas Armadas? Que no votaron pero tenían familiares y esos familiares votaron y le dieron la victoria al profesor Bosch, quiere decir que no había nada contra Bosch en las Fuerzas Armadas. Pero sí hay una cosa aquí, es la candelita de abajo de los políticos y unos cuantos grupos que no voy a mencionar pero conoce todo el mundo, que comenzaron a crear situaciones, a hacer ver a las Fuerzas Armadas que ese gobierno no convenía.

P.- Usted no quiere revelar nombres, pero sin embargo, en un informe de los norteamericanos sobre la intervención, y siempre el punto de partida es el derrocamiento del gobierno de Bosch e insisten en la participación del entonces coronel Tessin, de la adhesión de éste hacia Donald Reid Cabral a pesar de los desaires públicos que le hacía el triunviro, entonces, no veo razón por la que usted no quiera mencionar los nombres de las personas que participaron.

R.- Bueno, el informe lo hacen ellos, quizá tienen la razón o no la tienen, pero yo quiero decir lo que yo percibí, porque es muy fácil para ellos –los norteamericanos—y para los escritores hoy día, hablar caballá. Cada quien tiene su manera de ver las cosas pero yo también tengo la mía, lo que yo vivó, porque vuelvo y le digo, ¿por qué tengo yo que figurar allí, habiendo generales, oficiales superiores a mí?

P.- Es verdad, ¿por qué?

R.- Yo no sé, la respuesta puede ser muy extensa.

P.- No se preocupe que yo tengo todo el tiempo del mundo.

R.- O fui el más estúpido o el más cobarde, o quizás le faltaron pantalones a otros.

P.- ¿A quiénes?

R.- Yo no sé, pero la verdad es que donde yo mando ningún subalterno va a mandar, y si yo lo permito, entonces soy un cobarde o no sé lo que tengo en las manos. No quiero herir a nadie, como te digo acabamos de pasar una fecha muy bonita y no quiero, bajo ninguna circunstancia, con una declaración que dé, echar a perder, no para nadie, sino para mi propia conciencia, echar a perder esto que para mí fue tan bonito porque yo soy muy amante de la paz, la guerra nada más es destrucción. Ahora, yo soy militar, nunca esperé cubrirme de gloria matando dominicanos, me preparé para pelear con otros, no con dominicanos, la guerra civil es lo más sucio que puede haber en un pueblo.

P.- ¿Qué sintió usted cuando tuvo que asumir la responsabilidad de la petición de ayuda a Estados Unidos?

R.- ¡Ah, bueno! Fácil. De esa guerra, que circunscribimos al perímetro de Ciudad Nueva, si seguíamos atacando íbamos a levantar a toda la nación, y en lugar de morir dos o tres mil personas que murieron aquí, iban a morir 600 ó 700 mil porque a la larga, no nos íbamos a rendir, y ellos eran también valientes, quiere decir que íbamos a pelear y al pueblo lo iban a enardecer más porque una vez que la población observara la matanza, se iba a involucrar y cuando un pueblo se levanta, no hay armas que lo contengan.

Por eso había que parar de cualquier manera. ¿Dónde estaban los grandes políticos, los grandes pensadores, los que hoy discuten en la prensa, los que hablan mucha caballá en los grandes estrados? ¡Ah! Querían seguir el romance ese. No, había que pararlo. Ahora, yo le dije que alguien había pedido esa intervención militar, y esos elementos, cuando fueron donde el coronel americano, éste les dijo, nosotros no intervenimos a menos que un gobierno nos lo pida. Esos son subterfugios ¿sabe?, y en consecuencia, ese grupo fue donde el general Tessin y ahí es que toma cuerpo el asunto.

P.- ¿Usted quiere decir la Junta Militar?

R.- Eso mismo. Pero el coronel Benoit en ningún momento pensó que en ese instante se estaba produciendo algo con su nombre, ¿por qué? Porque a él le pidieron que ocupara la Presidencia de la Junta. Después, el licenciado Casanova mencionó algunos nombres de oficiales cuyos nombres no voy a decir, porque no los recuerdo. Todo el mundo huyó pero yo, que estaba ignorante de eso, a mí se me exceptuó de esa reunión. Y hay momentos en que una serie de factores, entre ellos el momento álgido que se vivía, entonces, la crítica a que yo dije que sí, está bien, y acepté, pero lo hice en virtud de que creía que tenía la oportunidad de pacificar el país.

La segunda parte de esta entrevista que duró cerca de dos horas, tiene nuevas revelaciones de situaciones extrañas que sucedieron durante la revuelta armada de abril de 1965, y habla en torno a las distorsiones históricas que se han tejido sobre su decisión, de la que, insiste, no se arrepiente.

Viernes, 2 de mayo de 1997

Benoit afirma trató evitar baño de sangre

Nuevas revelaciones acerca de la intervención norteamericana de 1965

N

o importa cuáles, pero sólo el ex general Pedro Bartolomé Benoit sabe por qué razones soportó por décadas que corriera la versión de que sólo él fue el responsable de la intervención norteamericana de 1965.

Ahora plantea que sólo fue el instrumento de grupos de poder que lo envolvieron en la telaraña de sus propias convicciones y de las ajenas, para llevarlo a solicitar una ayuda extranjera que “pacificara” el país en medio de la revuelta de 1965.

Con sencillez, Benoit refiere que nunca había dicho nada porque “tener limpia la conciencia es el deber principal y las demás que consulten con la suya”.

Con una sonrisa apenas insinuada, comenta que los grupos con decisión en la vida nacional, entre los que cita a los empresariales, comerciales, políticos, diplomáticos y parte del clero, todos dominicanos, fueron los que fraguaron el plan de la intervención del que él sirvió de conejillo de Indias, al tiempo que afirma que en esos momentos nadie tenía la fórmula para resolver la guerra civil, pero como asumió una responsabilidad, “me dejaron que me llevara el Diablo”.

Pero dejemos que salgan sus palabras durante esta conversación:

P.- General, usted decía que había algo que no quería dejar de decirme, ¿qué es eso tan importante?

R.- Bueno, el día 24, cuando paré el bombardeo, quedamos acuartelados con la promesa de que se iba a realizar un diálogo con los insurrectos, de manera que se suspendieron todas las actividades militares para el otro día. En la noche llega un oficial a la base y me pregunta: “coronel, ¿no se había quedado en que todas las acciones militares se iban a suspender hasta que se realizara un diálogo?”. Le digo que sí, y me dice, “bueno, pues yo vengo de la ciudad y se están parapetando”.

P.- Eso fue el 24 en la noche. Eso coincide con lo que dijo el general Imbert Barrera al respecto.

R.- No sé lo que te dijo Imbert. El caso es que vamos donde el general de los Santos (Juan de los Santos Céspedes, jefe de Estado Mayor de la FAD), y le digo: “oiga lo que dice este muchacho” y repito lo dicho por el oficial. El me responde: “yo no sé nada, vaya donde Tessin”. Me dio pena porque éramos muy amigos y no voy a utilizar su nombre después de muerto. El caso es que me voy donde Tessin y le informo de la situación de que se quedó en para el bombardeo, y me permití recomendarle que mandara a un grupo de oficiales, entre los que me ofrecí, para hablar con los sublevados y tratar de conminar a Donald Reid Cabral a deponer su mando, ya que el movimiento era una reacción al golpe de Estado de 1963 que gravitaba sobre las Fuerzas Armadas. No sé por qué Tessin se incomodó conmigo.

P.- General, usted se refiere a la conversación que sostuvo con Tessin el 24 de abril en la noche y la reacción que éste tuvo. ¿Qué sucedió ahí realmente?

R.- Bueno, le dije: “General, forme una Junta Militar e informe a través de la radio al pueblo dominicano que las Fuerzas Armadas, conscientes de su responsabilidad histórica, han decidido tomar el mando para preparar a la ciudadanía; a los partidos políticos que se organicen para llevar a cabo unas elecciones libres y aquel a quien el pueblo le dé el voto mayoritario, se le entregue el poder y nosotros volvemos a los cuarteles”. Eso le dije, pero no sé por qué razón Tessin se incomodó, y con lo que me saltó fue: “¡Es más, si ustedes quieren, yo renuncio!” Le contesté: “General, yo no vengo a pelear, yo le estoy diciendo lo que creo, pase buenas noches”. No seguí hablando. En ese momento yo me dirigí hacia mi casa, esta misma, y pensé llevar todos los trastos que tenía de la Fuerza Aérea
a la base o mandarlos con mi chofer y quedarme en mi casa, pero pensé que podría ser considerado un acto de cobardía, rebeldía o traición, no sé. Yo volví, y me acosté en mi cuartel.

P.- ¿Qué sucedió después?

R.- Al día siguiente, en la mañana, oigo una bulla grandísima en la Jefatura de Estado Mayor. Hasta me alegré porque pensé que había conseguido lo que yo quería, que se había llegado a un arreglo. Cuando voy, me informé que lo que yo le había propuesto a Tessin, los sublevados ya lo habían hecho. Eran dueños del gobierno, y como tal, pensé, ya no hay nada más qué buscar. Entonces me dicen que del Palacio Nacional me llamaban, pero no me dijeron ni por qué, ni nada, lo que supuse fue que alguien habría hablado de las actividades mías de impedir el bombardeo y, tomando eso como una razón, me estaban llamando como mediador. Y así fue.

P.- ¿Entonces usted se fue para el Palacio Nacional?

R.- Sí, pero aquí en la base no se me dio ninguna instrucción, nada más que fuera hacia allá, por lo que abordé un helicóptero y me dirigí hacia el Palacio Nacional. Cuando llegué allí, observé algo que me impresionó bastante, y es que todos los oficiales, prácticamente coroneles, me saludaban como a un superior, pero la verdad es que ellos me hicieron saber que había algo personal conmigo porque ese grupo se puso a mis órdenes. Yo me cuadré y pregunté: ¿Dónde están los triunviros? Me dicen: “En la tercera planta”. Llévenme allá. Cuando me llevan, estamos a 25 de abril, me encuentro con Donald Reid y con Troncos, que están sentados en una oficina. Donald Reid se paró y me dijo: “¡Hombre!”. Yo hasta me sonreí y le dije, “yo no esperaba encontrarlo de esta manera”. No me refería a que se iba a quedar, sino que era el momento en que se iban a resolver las cosas sin ellos. Consideraba que iba a donde militares que hablábamos el mismo idioma.

Cuando llego a las oficinas de la Secretaría de las Fuerzas Armadas –que estaba en el ala derecha del Palacio Nacional–, había un grupo como de 200 oficiales, pero los que llevaban la voz cantante eran el coronel Hernando Ramírez, así como Vinicio Fernández, Giovanni Gutiérrez y unos cuantos más.

Al entrar, me pregunta Hernando Ramírez: “Coronel Benoit, ¿cuál es el predicamento de la Fuerza Aérea en esta situación?”. Le respondo que ni siquiera me habían hablado, “solamente me dijeron te están llamando y yo salí. Bueno, pues bien, lo que ustedes han hecho, yo lo había recomendado anoche, de manera que si ustedes lo hicieron, yo considero que da lo mismo, no somos políticos, somos militares, en tal virtud, yo reconozco, y creo que la Fuerza Aérea
también, que procede una Junta Militar que le dé plena libertad a los partidos políticos para que se organicen y se realicen unas elecciones libres”.

“Eso no es así, aquí es la vuelta al poder del profesor Bosch”, me dijo Hernando Ramírez, a lo que contesté: “Mire, a mí me apena el caso de Bosch, pero no creo que podemos volver en sentido contrario las manecillas del reloj del tiempo, el caso del profesor Bosch aunque penoso, ya pertenece al pasado. Así lo considero yo”. Y hablaba así porque tenía la convicción de que de nosotros decir, estamos con ustedes, íbamos a tenernos que ver con Tessin, bombardearlo o él bombardearnos a nosotros.

Y la razón estuvo de mi parte y se vio. Peleamos e hicimos cuantos disparates se podían hacer y no pudimos sentarnos en una mesa a dialogar. ¡Y no pudimos hacerlos nosotros!

P.- Excúseme general, pero si las cosas estaban así, ¿por qué no insistió y se dio paso a la intervención?

R.- ¿Por qué me hablan a mí de los americanos? Sí. Porque ya me di cuenta de que necesitábamos una fuerza exterior que nos echara a un lado, porque aquí no había pantalones para meterse, porque o bien se iban para un lado o para el otro. Pero no pudo aparecer un elemento con condiciones para poder decirnos, échense para un lado y vamos a mirar por la patria.

Cuando estábamos hablando y yo tratando de convencerlos, muchos oficiales que estaban ahí, aunque insurrectos, me aplaudían porque yo no estaba demostrando ninguna pasión ni interés en tener mando, sino que precisamente, yo quería resolver un asunto que aún estaba en nuestras manos.

Ya en un momento, el coronel Giovanni Gutiérrez, que estaba en una tarima con todo su equipo de guerra, ha venido sobre mí, y yo pensé que me iba a atacar y me preparé. No, lo que vino fue a abrazarme y me dijo: “¡Carajo, coronel Benoit, usted sí que es un hombre ecuánime, si aquí hubiera dos hombres como usted, aquí no se peleara. Pero pelear entre nosotros, ¿para qué? Dígame. No, no, no, esto hay que resolverlo entre nosotros”, dijo el coronel Gutiérrez.

P.- ¿Usted creía entonces que era una obsesión de esos militares el traer a Bosch de nuevo al poder?

R.- Sí, sin ánimo de criticarlos, era una obsesión. Quizás era una obsesión que dentro de sus mentes era la salida apropiada, ya que con eso se le iba a devolver el poder, es posible. Y vuelvo y te digo, no quiero con mis palabras herir a nadie, hoy somos amigos y quisiera que ellos pensaran que yo también tengo mis errores. Quizá el yo querer resolver la situación fue un error; pero yo no quería nada para mí, teníamos que librarnos de lo que iba a venir atrás, que yo sabía, porque inclusive me parece que en mi conversación con Hernando, le dije, “mire, creo que esto va a traer un agrietamiento en las Fuerzas Armadas y consecuentemente, eso va a traer una guerra civil y al final, vamos a tener una intervención americana”. Y no pensaba que iba a suceder eso, en realidad.

P.- ¿Premonición?

R.- Simplemente sabía que como ya se había hablado de comunismo, y sabía también que los norteamericanos estaban celosos de que en el Caribe se produjera una nueva Cuba, lo que ya era suficiente para tenerlos metidos en miedo, entonces, indefectiblemente, ellos iban a venir.

P.- ¿Usted cree que la intervención militar de Estados Unidos se iba a dar de cualquier manera?

R.- Sí, entonces, yo le digo, ¿fue Benoit que los hizo salir de su territorio y los hizo venir? No, señor. Y si fue así, ¡ah, pero qué grande es Benoit! Yo fui el instrumento de otros que ya habían pedido la intervención de manera soterrada, sin sacar la cabeza.

P.- Es decir, la intervención venía como fuera, usted lo que hizo fue pedir refuerzos?

R.- Sí, sí, pedí ayuda para poner orden.

P.- ¿Y qué fue lo que sucedió, se le fue de la mano a todo el mundo y los norteamericanos tomaron control de la situación?

R.- Es que ellos consideraron, no los subestime, que bajo ninguna circunstancia iban a permitir que los comunistas se hicieran con el poder. Ya tenían el precedente de Cuba, vieron aquí una posición para hacer un movimiento de ese tipo. Yo tengo mi convicción, yo me preparé para defender mi patria, pero no para pelear con los dominicanos.

P.- Volvamos un poco atrás y continuemos con el relato de su visita al Palacio Nacional y su conversación con Hernando Ramírez…

R.- Cuando ya estamos al filo del mediodía del domingo 25, se estaba quemando en la ciudad la imprenta Prensa Libre. Algunos locales de partidos políticos eran incendiados y el caos reinaba por la ciudad, se oían tiros por doquiera. Ya a esa altura de la situación, consideré que no teníamos nada más que discutir, pues ellos estaban empecinados en la vuelta de Bosch sin elecciones. Esa era la mística de los sublevados. Entonces busqué todos los subterfugios y todas las fórmulas posibles, y nada. Yo les dije ante esa actitud, “señores, yo me retiro”.

P.- ¿Y entonces volvió a la base?

R.- Espérese. Le pedí prestado su carro al coronel Calderón para salir del Palacio, y él dijo, “yo se lo puedo prestar pero usted no puede ir a San Isidro porque el puente está bloqueado”. Y le dije, está bien, pero préstemelo. Fuimos a casa de mi suegra, cerca del aeropuerto General Andrews, y la pobre vieja ya está en la puerta, nerviosa. Entré y me senté en la sala. En eso oigo en la radio que dicen, al coronel Benoit, donde quiera que se encuentre, que llame al teléfono tal. Era el de la base. Llamo y me responde el general de los Santos Céspedes y me dice: “Si estás preso, tose”. Le respondo, “yo no estoy preso, ¿qué quiere usted? Porque todo lo que tenía que decir, se lo dije a Hernando”. A esto me dice, “no, no. Te llamo porque precisamente, del Palacio piden que vuelvas”.

“¿A qué?, porque ya no tengo ningún argumento que discutir con ellos porque ya les he planteado todas las fórmulas habidas y por haber, inclusive la resultante de todas estas cosas”.

Me dice: “No, no, ellos quieren hablar contigo”. Para mí fue muy duro volver. Cuando llegamos al Palacio Nacional, entramos por la puerta principal, y, a mano izquierda estaba la oficina del coronel Milito Fernández. Allí, en esa oficina, estaban Montes Arache, el capitán Lachapelle, el coronel Boumpensiere, bueno, las cabezas principales, a excepción de Caamaño, que en ningún momento lo vi.

Entré muy contento y dije: “Bueno, señores, ustedes me llamaron y aquí estoy, tengo unos cuantos pesos en los bolsillos para que nos tomemos unas cuantas cervezas”. Recuerdo que golpeé el escritorio en donde estaba Montes Arache y le dije:”Vas a resolver esto”. Encontré un ambiente muy favorable.

En eso, va pasando Hernando Ramírez y mira hacia la oficina, ve la situación de camaradería y grita a voz en cuello: “No es la Fuerza Aérea
ni el general Tessin los que me van a quitar un plan que yo llevaba elaborando hace dos años”. Siguió caminando y hablando y al poco rato se presentó con Molina Ureña y me lo presentó.

Molina Ureña me pregunta: “¿Cómo ve usted la situación?”. “La veo muy mala”, respondí. Me dice, “pero si es que esta mañana se me juramentó como presidente provisional hasta tanto llegue de Puerto Rico el profesor Bosch”. Y le digo, “me parece muy bien pero creo que eso no va a fructificar por una serie de razones”.

Me vuelve a preguntar, “¿qué usted cree que es lo que procede?”. Y le respondo, “una Junta Militar, y le estoy diciendo esto porque no podemos llamar a los políticos, a los curas o a los comerciantes”. Me dice, “¿quiénes serían los que formarían esa Junta?”, a lo que le expliqué que eso era potestativo de los jefes de Estado Mayor y sobre eso no podía decirle nada.

En eso, me llama el coronel Milito Fernández y dice, “coronel Benoit, lo llama el general de Los Santos Céspedes”.

De los Santos me pregunta qué había en el ambiente, y yo le contesté, “¿pero qué hay de qué? Cuando usted me mandó para acá yo pensé que ya estaban preparados para decirme una cosa u otra, pero el Hernando Ramírez este, digo, veo que está creando situaciones duras”.

A poco de decirle esto, segundos después, vino una escuadrilla y comenzó el ametrallamiento del Palacio. Dije para mis adentros: “Bueno, esto se embromó”, incluso mandé a Molina Ureña a meterse debajo de una mesita. Estas palabras no son para herir a nadie, no, que las oigan y me digan, Benoit, eso no fue así. Porque yo no tengo por qué mentir, ya a mí se me ha acusado de todo, conmigo se ha hecho de todo, lo único que me puede salir es la muerte y esa va a venir de cualquier modo, lo que quiere decir que más no me puede venir. Pero lo lógico es que todo el que crea que miento, me diga, “no, no fue así”, y que yo diga entonces, “¿Qué tú aportaste para que esa desgracia no viniera sobre el pueblo dominicano, qué hiciste tú?”. Para que me respondan, “¡ah, la vuelta a la constitucionalidad!”. Es verdad, fue muy bonito, muy patriótico volver, pero es que hay que saber las condiciones, los resultados y las consecuencias de lo que se hacía, de la misma manera que debieron pensar en las consecuencias que traería más tarde el golpe de Estado de 1963, pero no pensaron en eso, ni en las consecuencias de lo del 1963 y mucho menos de las del 1965.

P.- Pero no se puede ser adivino, general…

R.- Se supone que nosotros, los militares, debemos saber, en base a nuestros estudios, las cosas que proceden o no. Aunque no seamos políticos. Desde luego, sabemos que los políticos muchas veces nos crean situaciones duras, nos ponen a pelear unos contra otros y ellos se reúnen después a comerse el sancocho.

P.- General, ¿qué pasó en el momento en que Molina Ureña fue a parar debajo de una mesa durante el bombardeo?

R.- ¡Ah, sí! En ese momento yo pensé que tenía que salir de ahí para averiguar qué estaba pasando, y cuando estaba en la puerta del Palacio, vino un grupo de cuatro jóvenes armados de metralletas y me dijeron: “¡coronel, vamos a pelear!”. Yo les dije, “sí, pero vamos a salir de aquí”. De manera que salí con los muchachos, aquellos eran hombres nobles porque pudieron matarme o tomarme de rehén y no lo hicieron. Los cuatro que salieron conmigo se ve que no sabían gran cosa de la situación porque se dejaron acaudillar de mí. Y les dije: “¡Vamos para arriba!, a la casa de mi suegra”. Entonces, de ahí fui a una casa que, precisamente, era de una prima de Caamaño, pedí el teléfono prestado y llamé a la base. Cuando me contestaron, dije: “¿Quiere decir que ustedes me dijeron que volviera al Palacio para asesinarme allí, para matarme”.

P.- Pero, ¿realmente fue así?

R.- Tiene que darse cuenta de lo que es la vida. El caso es que digo: “Ahora yo estoy aquí fuera del Palacio. ¡Sáquenme de aquí, de la ciudad”. Me responden: “el helicóptero en el que usted se fue esta mañana esta fuera, en servicio”. Dije: “Sí, pero está el Allouette, aunque tiene 3 meses sin volar, póngalo a volar ahora mismo”.

¿Dónde va a estar?”, me preguntan. Y respondo: “Voy para la Marina”, y salí otra vez con el grupo que creía que yo estaba con ellos. Mandé a mi suegra a colarles café, volví donde la prima de Caamaño, y cuando regresé les pregunté si habían tomado café, al responder que sí, les dije, “ahora vámonos para abajo”. Y cogimos para la Feria
porque en la base ya sabían que íbamos para allá y cuando llegamos, salió un marino con una ametralladora que gritó: “¡Solamente puede venir el coronel Benoit!”. Salí del carro y les dije a los que me acompañaban, “sigan, sigan, que les van a disparar”. Los muchachos creyeron que los había traicionado y no fue así. Yo los utilicé, no con ninguna mala fe, pero es lógico, no éramos de igual parecer. Y así volví a San Isidro.

P.- Ahora sí que no entiendo por qué volvió a San Isidro después de eso.

R.- Mis principios. Yo te digo que tiene que haber algo, algún destino que te traza el camino. Hay cosas incomprensibles que uno tiene que aceptar y yo acepto las mías. Por eso acepto que todo pasara así. Cumplí y eso es lo que cuenta porque muchos huyeron y se limpiaron las manos y la culpa de todo la cargué yo, Benoit.

P.- Dígame una cosa general, ¿por qué en todos estos años usted no dijo nada ante todas estas acusaciones que se le han hecho?

R.- Porque tener limpia la conciencia es el deber principal y los demás…que cada quien consulte a su conciencia a su conveniencia. Bajo ninguna circunstancia yo iba a tener un apoyo de alguien per se, para lucha junto a mí, para discutir. No. Pero muchos dominicanos pensaron que con los norteamericanos se iba a resolver la cosa, porque sabían de antemano que ellos venían a separar dos grupos que se iban a matar y con eso se evitaba el torrente de sangre que iba a correr en República Dominicana. Pero fue Benoit quien los pidió, ¿eh? Benoit si es grande que movió a la nación más poderosa del mundo y eso frenó la revolución porque aquí iba a haber muchos muertos. En primer lugar, no nos íbamos a rendir y nosotros teníamos el arma más poderosa, la Fuerza Aérea, para bombardear, precisamente eso es lo que hubiese querido el enemigo, no me refiero a nadie en particular. No, ese romance no lo iban a tener, había que buscar una fórmula, ¿quién la tenía? Nadie. Pero tampoco interesaba a algunos y no quiero mencionar grupos porque aquí tenemos muchos.

P.- Cuando usted habla de grupos, ¿se refiere a políticos o militares?

R.- Yo hablo de grupos dominicanos con poder de decisión. Hay muchos grupos de empresarios, de comerciantes, de políticos, del clero, los diplomáticos. Hay muchos grupos que hubieran tenido cierta fuerza para impedirlo, pero prefirieron decir, vamos a dejar que el diablo se lleve a Benoit, porque la noche que llegaron los norteamericanos hasta bebieron y celebraron, pero condenaron a Benoit. Yo cargué mi cruz por otros, no como Jesucristo que cargó con la cruz de todos nuestros pecados, pero cargué con los pecados de muchos sinvergüenzas, de muchos que se escudaron tras Benoit, por los pecados de muchos que realmente fueron los que pidieron la intervención. Y yo firmé. Pero moralmente ya ellos la habían pedido y Benoit cargó con las culpas y Benoit no fue a discutir con nadie, porque resultó lo que realmente tenía que resultar, se separaron las hostilidades que iban a llevar a este pueblo a una desgracia.

P.- Ya con los norteamericanos en el país, establecido el corredor, se instaura el Gobierno de Reconstrucción Nacional, ¿qué papel juega usted en esta transición?

R.- El día 7 de mayo nosotros presentamos renuncia y se formó el Gobierno de Reconstrucción Nacional.

P.- ¿La Junta Militar renunció de motu proprio?

R.- Aquí no ha habido motu proprio. Hay una cosa, ya las fuerzas norteamericanas y entre ellos, los buenos oficios de la OEA, están decidiendo situaciones. Yo no tenía interés en mantener el mando. ¿Qué es eso para mí? Nada. Primero está el país, la solución al problema. Si la solución está en que nos vayamos, ¡vámonos al diablo!, pero que se solucione. Al primero que se le dice esto es a Benoit. Imbert me sustituiría a mí aunque yo quedaría en el gobierno.

P.- ¿En calidad de qué?

R.- En calidad de miembro del gobierno, porque vea usted, fue un gobierno colegiado, de cinco hombres; Imbert lo presidía y cuatro hombres más, entre los que estaba yo. Pero me sacaron porque, según he sabido, el general Imbert, hablando con un grupo de personas, les había dicho una gran verdad, que era amigo de Francis y su grupo, así como de nosotros, y como tal, consideraba que yo no era apropiado. Quizá él lo hizo con su mayor buena fe, no importa que a Benoit se lo lleve el diablo, pero con la mayor buena fe de que sin mí se podría crear un clima de paz. Y realmente no fue así, pero se cambió el gobierno y se le dio ahora un aspecto distinto del que tenía, persiguiendo el mismo objetivo: llega, formar, producir un clima de paz para que las conversaciones pudieran llevarse a cabo. Ahora bien, en esas conversaciones de todos los miembros de la OEA y todos los que intervinieron en ellas, ¿en algún momento se habló de traer al profesor Bosch al país? No. Era lo mismo que yo decía pero a ellos sí podían oírlos. ¿Entonces no podían creer a este grupito de los suyos que tanto hablamos de la nacionalidad, de la dominicanidad, de esas caballás, de las estupideces, de la hipocresía? Ya en estas condiciones, le voy a relatar un pequeño caso. Un día el señor Bunker –Elliot Bunker–, quien dirigía las conversaciones, me invita a un diálogo fuera de Palacio.

P.- Perdón, ¿ya estaba el Gobierno de Reconstrucción Nacional instalado?

R.- Sí, correcto. Cuando me dice: “La verdad es que yo no conozco bien a su pueblo”. ¿Cómo así?, pregunté. Me dice “porque en la calle El Conde vi un grupo de señores con brazaletes negros y luto por la patria, parecidos a dignatarios, que iban hacia el Altar de la Patria a hacer votos y a hablar contra la intervención. Y en la noche, ese mismo grupo se reúne con una serie de políticos y militares norteamericanos para decirles la necesidad de que nos quedemos aquí por varios años para crear el clima de paz necesario para el país, porque se está construyendo un barrio y los que están de luto por la patria, buscan hacer una serie de casas para alquilárselas a los militares que vendrían con sus familias a residir aquí”. Y Bunker me sigue diciendo: “Mientras tanto, lo insultan a usted y salen con sus brazaletes negros andando por la ciudad, y en la noche me piden que nos quedemos…”

P.- Ese grupo, ¿era político, empresarial o militar?

R.- Dominicanos de la High Class, de los que han estado ahí desde 1844.

De esta manera finaliza una entrevista con un hombre al que no se le apretó el pecho a la hora de decidir lo que creía era lo mejor para la nación, no importa si estaba o no errado, el tiempo le ha dado la razón. Un hombre que se queja de que lo utilizaron para lograr fines inconfesables, pero que se atribuye su parte de culpa en una situación que decenas de años después, sigue gravitando y pesando en la sociedad dominicana. Una extraña mezcla de ingenuidad con despecho, eso fue lo que nos mostró el general (r) Bartolomé Benoit Vanderhorst en esta entrevista con la historia reciente del país.

Sábado, 3 de mayo de 1997

Testigo de excepción asegura:

Antes que Benoit entrara en juego intervención estaba decidida

L

a participación del entonces coronel Pedro Bartolomé Benoit en la petición de “ayuda” a los norteamericanos fue una “chepa”, según expresa el capitán piloto Ricardo Antonio Bodden López, un oficial constitucionalista a quien se le dio la orden de permanecer en la Jefatura de Estado Mayor de la Fuerza Aérea para que comunicara los pormenores de lo que aconteciera en los días en que se dio inicio al movimiento que originó la guerra civil de 1965.

Bodden quiso hacer ciertas puntualizaciones en torno a la intervención militar norteamericana, de la que dice, fue planificada el mismo 25 de abril, antes del bombardeo al Palacio Nacional por la escuadrilla de combate de la Fuerza Aérea, y su artífice fue el coronel Fishburn, agregado militar de la Embajada de los Estados Unidos, quien propuso el envío de soldados norteamericanos de puesto en la base militar de Guantánamo, Cuba, así como combustible para los aviones y municiones para las ametralladoras de los aviones P-51 y “Vampiros”, a fin de que los soldados dominicanos de puesto en la base de San Isidro fueran a combatir, y propuso los miembros de la Junta Militar
que haría la petición al gobierno de Johnson.

Refiere asimismo, que una gran parte de la oficialidad dominicana estaba jugando las dos cabezas en el juego de la Revolución, esperando el curso de los acontecimientos para ir de un lado o del otro, según favorecieron los vientos de la guerra.

Bodden habla también del miedo que atenazó a altos oficiales que se escondieron en un momento determinado, y del papel jugado por el entonces mayor Salvador Lluberes Montás (Chinito) y el teniente coronel Juan René Beauchamps Javier, quienes cambiaron el curso del movimiento armado al emplazar a generales de la talla de Tessin y Tessin, al jefe de Estado Mayor de la Fuerza Aérea, Juan de los Santos Céspedes y al Estado Mayor completo de la institución para que se integraran a los oficiales que estaban en contra de la vuelta del profesor Bosch al poder, so pena de fusilarlos.

El ex capitán, al leer la entrevista con el general Benoit, quiso ofrecer los datos que avalan lo dicho por Benoit, aunque estaban en bandos opuestos, ya que, según dijo, “realmente lo utilizaron” porque mucho antes de que el ex general entrara en juego, ya se había decidido la jugada que dio lugar a la intervención, y cuenta además el intento de asesinarlo cuando se bombardeó el Palacio Nacional el lunes 26 de abril.

Bodden, quien fue participante de primera línea ofreciendo información a los constitucionalistas desde la base aérea de San Isidro, narra los acontecimientos de ese momento, y además termina de limpiar la imagen de quien fuera simple y llanamente, una víctima de las maquinaciones e intrigas norteamericanas: Pedro Bartolomé Benoit Vanderhorst.

P.- Vamos a ver, usted me decía que estaba presente cuando se trató la intervención norteamericana, cuénteme un poco de eso.

R.- Yo era capitán de la Fuerza Aérea Dominicana y estaba en la conspiración para traer al profesor Bosch al país, reponerlo de nuevo en el poder, y cuando los acontecimientos del 24 de abril, como yo participé antes del movimiento, en la elaboración de reuniones entre políticos y jefes militares y viceversa, era el enlace entre ellos, me tocó, cuando Peña Gómez habló por radio el 24, me tocó irme a la base de San Isidro y tratar de no moverme de la Jefatura
de Estado Mayor para saber qué estaba ocurriendo e informar a mis compañeros del otro lado, lo que estaba ocurriendo.

P.- ¿Quiénes, realmente, pidieron la intervención militar y cómo fue la cosa?

R.- El día 25, los oficiales subalternos, pilotos, le solicitamos una reunión al general de los Santos Céspedes, a través de los coroneles Pérez y Pérez y Nene Tejada González. Queríamos dar apoyo a de los Santos pero la mayoría de los subalternos éramos los que estábamos en que se repusiera el gobierno constitucional, y en esa reunión se colaron, entre el grupo de oficiales de capitán hacia abajo, tres oficiales superiores que fueron el teniente coronel Cruz Méndez, y los mayores Jáquez Barrera y Vinicio Morales Bobadilla, y cuando llegamos a la Jefatura de Estado Mayor nos dijeron que esperáramos abajo en el parqueo de la Jefatura. Entonces
bajó el general de los Santos Céspedes con casi todos los oficiales superiores del Estado Mayor, se puso la mano en la cintura y nos dijo que lo hiciéramos preso, en ese momento actuó como un general. Nosotros habíamos ido desarmados, a pesar de que estábamos en guerra.

El teniente Cuevas Mallol, recuerdo como ahora, ya fallecido, le informó a de los Santos Céspedes que el motivo de la reunión con él era para tener una entrevista con Pimpo –como le llamaban en la intimidad–, no con el jefe de Estado Mayor. Sorprendido, el general dijo, ¿ustedes no vienen a hacerme preso? Ahí le dijimos que habíamos ido a darle apoyo.

P.- ¿Eso fue?

R.- el día 25 en la noche.

P.- ¿Antes del bombardeo?

R.- Sí, pero el día 25 en la noche allá no se sabía mucho, había muy pocos oficiales y estaban desorientados y era miedo que tenían. Entonces Pimpo nos invitó a su oficina, llegamos al salón de conferencias, que resultaba muy pequeño para la cantidad de personas que había. En ese momento, entraron los oficiales superiores y volvimos a decirle que queríamos hablar con él, no con los demás oficiales, queríamos que no se combatiera y darle apoyo. El general de los Santos Céspedes se quedó con algunos oficiales superiores como los coroneles Pérez y Pérez, Aquilito Peynado, Nene Tejada, Domínguez Taveras y varios más del Estado Mayor. Estando nosotros en esa reunión, llamaron del CEFA para ver lo que estaba pasando. De los Santos Céspedes dijo que estaba en una reunión de rutina con los oficiales y nos dijo que quien había llamado era el mayor Lluberes Montás (Chinino) y llegaron a apersonarse a la Jefatura de Estado Mayor.

Parece que ellos informaron a algún organismo de la Embajada
de los Estados Unidos y en ese momento llamó el coronel Fishburn y quería hablar con De los Santos Céspedes, el problema era que Fishburn no hablaba español y el general dominicano no hablaba inglés, y en esa conversación telefónica sirvió de intérprete el teniente coronel Domínguez Taveras, que pertenecía al Estado Mayor. Fishburn ordenó a De los Santos Céspedes que temprano en la mañana organizara las tropas de la Fuerza Aérea para que fueran a combatir a los campamentos sublevados del kilómetro 25 y la Artillería, pero como el puente estaba tomado, le dijo que primero había que bombardearlo.

Nosotros ahí no nos perdimos una palabra de la conversación porque el teléfono tenía un “speaker” y para la traducción había que tenerlo funcionando, por lo que oíamos toda la conversación. Le hicimos saber al general que no podía ni debía recibir órdenes de un extranjero y las palabras textuales del general De los Santos al coronel, a través de Domínguez Taveras, fueron que mientras él fuera jefe de Estado Mayor jamás ordenaría disparar contra el pueblo y mucho menos aceptaba que un coronel le diera órdenes, y menos si era extranjero. Nosotros aplaudimos esta decisión y le dimos todo nuestro apoyo al jefe de Estado Mayor.

P.- ¿Qué fue entonces lo que le sucedió a De los Santos Céspedes, que después cambió de actitud?

R.- Todo el mundo tenía miedo y todo el mundo jugó la doble cabeza, eso era lo que estaba pasando. Solamente tres campamentos militares no se sumaron públicamente al movimiento, que fueron la base aérea de Barahona, el Centro de Enseñanza de las Fuerzas Armadas (CEFA) y la base aérea de San Isidro, pero después públicamente todos se habían sumado, tanto la Marina
como la Policía. Sin
embargo, como yo estaba en la Jefatura, todos los altos militares de esas instituciones sostenían conversaciones con la Fuerza Aérea
pero el Estado Mayor de la FAD
no les tenía confianza a ninguno. En la conversación con Fishburn, éste le dijo a De los Santos Céspedes que se lo iba a informar al presidente Donald Reid, y él le dijo que le diera 5 minutos; al poco rato, después que se disolvió la reunión, se informó a los demás del CEFA, a Rivera Caminero y a Despradel Brache que la mayoría de los oficiales no estaba a favor de que se bombardeara, entonces llamó de nuevo Fishburn y el dijo al general que necesitaba que las tropas de la FAD
fueran a combatir porque ningún campamento era ya confiable y él le dijo –De los Santos Céspedes—que no había tropas para combatir porque el movimiento les había cogido en la calle y no se habían podido reportar, era 24, sábado y día de pago. Fisburn le prometió al general De los Santos Céspedes tres mil hombres de la base de Guantánamo.

P.- ¿Eso fue antes de que Benoit asumiera como presidente de la Junta
Militar?

R.- Benoit no sabía nada de eso.

P.- La pregunta ahora es, ¿por qué un coronel se hace responsable de esto, si como él dijo, había más oficiales superiores en la cadena de mando que pudieron tomar control de la situación?

R.- Le voy a informar ahora, por eso me interesa aclarar, vi en el periódico lo del coronel Benoit, y una cosa sí es cierta, fue utilizado. Pues como le decía, el general De los Santos Céspedes le informó a Fishburn, esta vez a través del coronel Aquilito Peynado, que no había suficientes hombres para combatir, y Fishburn le dijo que podía mandar tres mil hombres procedentes de la base de Guantánamo para proteger la base aérea, el CEFA y la Fuerza Aérea, nada más para proteger, ésa fue la propuesta de Fishburn. Se le contestó que no había combustible porque el presupuesto no había llegado a tiempo y tampoco había tiros para las metralletas de los aviones. Fishburn respondió que podía conseguir dos aviones cisterna que iban a venir con combustible, uno con gasolina para los P-51 y otro para los “vampiros” y que los tiros los podían traer desde Panamá, pero que había que formar una Junta Militar porque tenía que haber un gobierno que pidiera esto. El general le dijo que él no tenía acceso ni potestad para formar un gobierno, que él no se metía en eso, que sólo se mantenía en su puesto de jefe de Estado Mayor.

P.- ¿Y qué sucedió a partir de ese momento?

R.- Fishburn fue quien decidió hacer la Junta Militar y hasta dio los nombres de los oficiales que la integrarían, entre los que mencionó al coronel Benoit, porque hablaba buen inglés, acababa de llegar de los Estados Unidos y había hecho muchos cursos en Panamá y trabajado con los agregados militares y con los departamentos de entrenamiento, por eso lo escogió Fishburn y los demás aceptaron; además, acababa de hacer un curso de Estado Mayor, lo que estaba fresco en la mente de los asesores de la Embajada. También
mencionó al coronel Casado Paladín, del Ejército, y al coronel Olgo Santana, por la Marina
de Guerra; al coronel Medrano Ubiera por el CEFA y un coronel de la Policía de apellido Moronta, no recuerdo el nombre (se refiere al coronel Arturo Mata Moronta), para que esa Junta pidiera “esa ayuda”, no intervención.

Se suponía que Donald Reid estaba preso o no iba a salir bien parado de la situación, ya ellos estaban diciendo que si querían la ayuda de gasolina para la FAD, los hombres para proteger la base aérea y que los pocos hombres que había en la base de San Isidro fueran a combatir a pie, se debía pedir esa ayuda, pero ¿quién la pedía? Una Junta Militar, que ya se habían dado los nombres de sus integrantes. El coronel Fishburn fue quien lo hizo. El coronel Benoit no sabía de eso, él no había ido a la Jefatura, por lo menos, en ese momento no había estado.

P.- ¿Usted dice que eso fue el 25?

R.- El 25 en la noche, después de nosotros haber celebrado la reunión para darle apoyo a Pimpo de los Santos Céspedes. Cuando el coronel, al día siguiente se presenta, le dicen que vaya al Palacio Nacional con una comisión a hablar con Molina Ureña, y sí se ordenó ametrallar el Palacio y se tiraron cohetes y estando Benoit dentro bombardean los P-51 y los “vampiros” ametrallan el Palacio Nacional, pero antes de salir, los pilotos preguntaron en la base qué había pasado con el coronel Benoit, les dijeron que lo habían fusilado los comunistas. Ese es otro dato que no se sabe. Imagínese a los pilotos que fueron a bombardear y ametrallar el Palacio, que les dijeron que al coronel Benoit lo habían matado los comunistas, así que cuando ellos estaban disparando, los pilotos no sabían que Benoit estaba dentro, pero el general De los Santos Céspedes sí lo sabía y el general Tessin también lo sabía.

Benoit llamó por teléfono varias veces a la Jefatura, yo lo oí; él habló con De los Santos Céspedes y le dijo que Hernando Ramírez no aceptaba ni al coronel de la Policía porque no era miembro de las Fuerzas Armadas, ni tampoco al coronel Medrano Ubiera porque el CEFA no era una institución independiente, sino una dependencia de la FAD, por lo que no se tenía que poner a Medrano en la Junta Militar.
Después que bombardearon el Palacio, no tiraron bombas, sino cohetes, tengo entendido que unos de los últimos que salió de la sede de gobierno fue el coronel Benoit, y llamó a la Jefatura de Estado Mayor y les dijo que mandaran un helicóptero detrás del Teatro Agua y Luz para él reportarse a la base de San Isidro, y les preguntaba qué fue lo que hicieron bombardeando con él adentro, les decía indignado el coronel Benoit.

Cuando oí ese dato, yo salí de la Jefatura, allá había dos teléfonos, uno en la Jefatura
y otro en el Escuadrón de Combate que pertenece al Escuadrón de Transporte, y fui a llamar por teléfono a informar al contacto que yo tenía, a ver si podían enviar gente detrás del Teatro Agua y Luz, porque hacían hincapié en que tenía que estar allá –en San Isidro—porque no se sabía de los demás miembros de la Junta para pedir la ayuda militar del gobierno de los Estados Unidos, entonces, el coronel Benoit era el único que podía llegar a San Isidro y firmar el documento. Yo llamé al coronel Núñez Nogueras a ver si se podía mandar gente al Agua y Luz y cuando Benoit llegara allí, hacerlo preso a él o al helicóptero, o sea, que no pudiera llegar a San Isidro porque ya había salido el decreto nombrando a la Junta Militar. Si lográbamos impedir que llegara a la base, no iba a poder venir la intervención, perdón, la ayuda militar para proteger la base aérea y el CEFA.

El coronel Benoit, parece que cuando yo salí y llamé, abordó el helicóptero porque la gente que llegó al Agua y Luz no lo encontró. Recuerdo que cuando llegó a San Isidro, le dijo de todo al jefe de Estado Mayor, y preguntaba cómo se habían atrevido a bombardear con él adentro del Palacio. Lo que no sabía era que a los pilotos les habían dicho que a él lo habían fusilado los comunistas.

P.- Entonces, ¿la intervención o “ayuda militar” ya estaba planificada de antemano?

R.- Sí, y cuando Benoit se calmó, recuerdo que los departamentos de Comunicaciones y de Operaciones de la Fuerza Aérea estaban detrás de la cocina, entonces mandaron a Benoit, todavía incómodo pero más calmado, lo mandaron a poner el telegrama como que él había llegado y solicitaba la ayuda militar y el refuerzo para proteger la base de San Isidro, y eso es lo que firma Benoit. Benoit no firma ni pide la intervención. Esto lo dice muy convencido este testigo de primera línea.

P.- Pero la ayuda trajo la intervención…

R.- Pero lo utilizaron. Yo no estaba de acuerdo con él, ya que conocía su forma de ser y de pensar, estábamos en bandos contrarios pero la verdad hay que decirla, el coronel Benoit fue engañado, y cuando se dijo que se iba a hacer ese tipo de operación, lo que se pidió fue ayuda militar, combustible, cohetes, bombas, tiros para las ametralladoras de los aviones y tres mil hombres de la base de Guantánamo para proteger la base y cuando esto se determinó, Benoit no estaba presente. El habla de que en el hotel El Embajador se habló el 26, ya el 25 en la noche nosotros sabíamos que él iba a presidir la Junta Militar para solicitar la ayuda.

P.- Sin embargo, me preocupa algo, si a Benoit realmente lo hubieran asesinado en el bombardeo al Palacio Nacional, entonces no se hubiera pedido la intervención, perdón, la “ayuda militar”…

R.- Por eso fue que yo llamé de urgencia a Núñez Nogueras para que lo detuvieran pero no se pudo, porque cuando los hombres nuestros llegaron al Teatro Agua y Luz, ya Benoit no estaba ahí.

P.- O sea, que fue una “chepa” el que Benoit firmara el documento…

R.- Sí, porque lo fueron a buscar de inmediato cuando Fishburn lo mencionó para la Junta Militar que pediría la “ayuda”. El no supo en ese momento el plan, no sé si después se enteró porque nunca más he vuelto a la base, pero la verdad hay que decirla, Benoit se ha portado de manera muy noble. A él lo estaban esperando porque nadie sabía dónde estaban los otros de la Junta Militar, se decía que el coronel Casado Saladín se había ido para una finca de su familia, localizada en Cambita; Olgo Santana se fue a Haina y se embarcó; Medrano Ubiera llamaba diciendo que no podía cruzar el puente –estaba escondido el coronel Medrano en la ciudad, dice–, y el de la Policía, ¡quién sabe! Si los otros hubieran aparecido, los mandan a buscar a todos en el helicóptero. Por eso la Junta Militar
que designó el coronel Fishburn no firmó la petición. Por eso le digo que la intervención no se determinó el lunes 26, en el hotel El Embajador, no señor.

Yo le informé a Noguera para que a su vez se lo informara a Peña Gómez, de que venía una intervención norteamericana, y el 27, cuando se dio la orden de hacerme preso, iban a bombardear el puente Duarte.

P.- ¿Por qué nadie ha dicho nada en torno a este episodio durante tantas décadas, y dejaron que Benoit cargara con el peso de la intervención?

R.- Por irresponsables que son todos, porque estaban jugando dos cabezas en el juego y temían que después los descubrieran. Otro dato que mucha gente no sabe, es que cuando nos mandan a hacer presos, el 27 de abril, los oficiales que enviaron fueron el mayor Lluberes Montás y el teniente coronel Beauchamps Javier, esos fueron los que nos apresaron, pero sí hay que reconocerles algo a ambos, actuaron de manera responsable porque todos tenían miedo, menos ellos dos, Chinino y Beauchamps.

P.- ¿Cómo se llevaban ustedes con Tessin?

R.- Bastante mal porque él había desnaturalizado la función de los militares y a los mejores oficiales de las Fuerzas Armadas los había sacado de sus instituciones por una obsesión política. Tessin tenía unos asesores cubanos y dominicanos que le enfermaron la mente y él veía comunismo hasta en la sopa. Pero continúo con lo que te decía hace un momento. Producto de esa reunión, se mandó a buscar a los pilotos a la Jefatura de Estado Mayor, cuando llegamos, estaban el coronel Beauchamps y el mayor Lluberes Montás, después que estábamos todos reunidos en la Jefatura, llegaron las tropas del CEFA al mando del capitán Isidoro Martínez González (La Caja), llegaron con tanques, artillería, paracaidistas, se apostaron y rastrillaron las armas, y en una postura muy valiente, Chinino le dijo a La Caja –nosotros no sabíamos qué estaba pasando y el jefe de Estado Mayor era el más asustado de todos–, y Chinino le dijo a La Caja: “Si en diez minutos no salgo de aquí, bombardeen la Jefatura conmigo dentro”. Esa fue la orden del mayor al capitán. Pero esa sala estaba llena de coroneles y nadie dijo ni pío.

Cuando se calmó, Chinino le dijo al coronel Tejada González: “dígale a los pilotos que el que quiera que Juan Bosch vuelva, que levante la mano, que los vamos a fusilar en el play, porque Juan Bosch y sus satélites no gobernarán este país jamás”.

El tomó una decisión, nadie levantó la mano pero él había estado dando órdenes a un general, que era el jefe de Estado Mayor, y hasta le había roto el vidrio del escritorio con la culata del fusil cuando le dijo que se decidieran.

Los únicos que se mantuvieron responsablemente fueron el teniente coronel Beauchamps y el mayor Lluberes Montás, quienes fueron, realmente, los que cambiaron el curso de los acontecimientos, lo que degeneró en la guerra civil, fue por la actitud de ellos porque el general Tessin decía que él no conspiraba a favor de Donald Reid, que mejor aceptaba un cargo diplomático.

Y mientras, De los Santos Céspedes a todo decía que sí, por eso digo que jugaban la doble cabeza. Todo el mundo quería irse del país. Como ejemplo de esto le quiero mencionar al general Felitico Hermida, quien para poder salir del país, fue a la base; también se apareció el general Mélido Marte; estaban todos pensando en salir rápido, todos querían alzar el vuelo. Es más, ese poder tan inmenso que tuvo después Chinino, se debió a que en ese momento, todos los militares que estaban ahí le cogieron miedo y después lo respetaban porque fue el único, junto a Beauchamps Javier, que tuvo decisión.

(Esto fue lo que declaró el ex capitán piloto Bodden López, quien estuviera del lado de los constitucionalistas pero que, por un mandato de conciencia, quiso avalar y agregar algunos datos más a lo descrito por el ex general Pedro Bartolomé Benoit, el verdadero instrumento de la intervención norteamericana de 1965).

Martes, 6 de mayo de 1997.

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