Los elementos incorpóreos brotados de los huecos verbos, que el cabo no supo asimilar; allanarán el preámbulo para deambular sobre las palabras, que falten o sobren en el relato. (el autor)
PRIMERA PARTE
I
El hombre le despertó cierta intriga; al toparse con él, llamó la atención su estrafalario aspecto, parecía esconder a un polizón que desprendía luces para cegar. Se queda parado y con disimulo voltea para observarlo; nota que los pasajeros se alejan disimuladamente a su paso por cubierta; sin embargo el extravagante hombre aparenta no darse cuenta de ello y llega hasta un punto donde todos están detrás de él. Y entendiendo que había logrado llamar la atención, se enfrenta a los demás viajeros, levantando su mano al cielo. Cuando todos miran para arriba, con voz chillona comienza a gritar.
― ¡Superior a La Santísima Trinidad! ¡Poco es el escorial de los mares!
Chillaba el hombre al referirse a la embarcación, que lentamente se alejaba del puerto. El pintoresco hombre queda en silencio por segundos, cómo esperando una desaprobación y al no encontrar quien replique, vuelve a gritar:
―¡Y lo dice un Genovés!.
Y te escucha un español…, piensa el ataviado caballero que ha estado observando al genovés.
El español estudia al italiano, sometiéndolo a un análisis; sin lugar para dudas, quien siendo el último en abordar, grita para tratar de imponer su personalidad.
El italiano va perdiendo calma y moderación; ahora exaltando a la embarcación, cual ducho armador y visiblemente arrebatado por una pasión idealizada.
―¡Quien se atreve a compararlo con Polacras o Goletas! ―grita alto y agudo el genovés, mirando la artillería
―¡Esta artillería aniquilará a mil fragatas!
EL español conoce a La Santísima Trinidad, un navío en línea; pieza importante en la nueva formación de combate de las escuadras navales españolas.
El genovés se vuelve para observar a las personas que miran al puerto, perdiéndose en la distancia, y de nuevo grita.
―¡Soy el mejor comerciante del Reino de Nápoles!
Al decir esto, el brillo en sus ojos muestra tal determinación que era capaz de convencer al más escéptico.
Ese hombre, al parecer tiene un firme propósito; piensa el español. Esos otros, le daba la impresión, no sabían porque aventuraba
(II)
Principios de enero de 1799, la nave zarpa del puerto de Palermo. A bordo casi medio centenar de personas; provenientes en su mayoría de Palermo, Nápoles y Calabria.
― ¡Canali di Corsica, Canali di corsica! ―ahora es el capitán, quien se impone con sus gritos.
Van rumbo a la isla, donde esperaban media docena de personas. Es la razón de la travesía, pocos lo saben. Inclusive el capitán, muy poco al respecto. El español conoce cabalmente la finalidad y justificación del itinerario. Un viaje planificado por el gobernador que le resulta provechoso. Por la generosidad de Fernando pagaba un precio; tirar por la borda años de carrera política.
La nave y las provisiones por un pacto y detrás de éste, su estrategia.
El español someramente conocía al gobernador, pero muy bien a su esposa Ana, quien era prima de María Antonieta.
Ana abiertamente le dijo que “necesitaba más pasión”, esta develada inquietud llevó a una íntima amistad, de manera casi enfermiza. Fernando sospechaba del amorío y aunque la actitud de su esposa lo incomodaba, no le convenía desprenderse de ella. Tampoco le era fácil deshacerse del español, había otras formalidades que cuidar.
Paralelamente, el español mantenía una relación de auténtica amistad con una corsa, Genara (viuda De Sempre), madre de dos hijos, producto de su matrimonio.
Cuando Genara quedó viuda, le brindó un apoyo incondicional; demostró ser un hombre respetuoso, amable y generoso. A lo largo de cuatro años se fueron conociendo, los niños lo percibían como figura paternal. Lisa: la menor, lo adoraba y Joan comprendía que el español suplía la ausencia de su padre.
Al recibir Genara la proposición del viaje, sintió miedo; pero su padre, quien era amigo del español, le dio la gracia y el apoyo. Fue entonces cuando ella misma le dijo:
― ¡Es ahora cuando me percato, que tan ligada estoy a usted, Molina!
Con ellos también iría una prima de Genara, llamada Ana, recién casada con Giacomo Berluci.
Cerrando ese grupo, la tía Aletta: una solterona. La mano fuerte en la crianza de los niños, cuando los reprendía, que era a diario, les decía:
―Pasaran días, semanas y años, los veremos crecer, y allí estaré yo.
A Hernán Molina y Caciaguera, debido a los cambios políticos; su condición de español y la confidencial vinculación con la esposa del gobernante; no le convenía seguir en la isla. Fernando, por la otra parte, al parecer tenía su estrategia: simulando un viaje a América, sus adversarios bajarían la guardia y eso le permitirían desarrollar su plan. Su propósito era refugiarse de incógnito en Sicilia y permanecer allí con Ana, tramando su estratagema muy al tanto de los acontecimientos, hasta recuperar el reino.
Para el español, un cajón de madera, de los siete que pudo Fernando sacar, casi lleno de Escudos de Oro de Marco; todos con un peso de cinco arrobas, era parte del trato.
Una mujer que lo admiraba, dispuesta a acompañarlo al otro lado del mundo. Un primo gobernador de una provincia, que lo esperaba para otorgarle la propiedad de una gran extensión de tierra, miles de hectáreas del nuevo continente. Y una tercera intención, que ahora se mantenía como un sueño, era quizás el mayor proyecto de su vida.
Lo obtenido en el trato y un futuro promisorio; eran razones para sospechar que ganaba por partida doble.
Nada de esto sabía el capitán, a quien la gran oportunidad de su vida se le presentaba. Cuarenta años y casi todos ellos en el mar, daban su fruto.
Elcano Marino a mucha honra, se jactaba al presentarse a cualquier persona. Nombre grande y apellido siciliano que avisaba su oficio, su padre había muerto hacia apenas un mes. Sus últimas palabras fueron
―Continúa navigare, filio mio―dijo y cerró los ojos.
Elcano respiró hondo. La tripulación dominaba la ruta hasta el estrecho; sin preocupación por ese tiempo, se dedicaría a recrear sus conocimientos, como ejercicio de repaso.
Sabía que el almirante Colón había salido de Cádiz, del puerto de Sanlúcar de Barrameda y tardó unos sesenta y seis días en llegar al punto hacia donde él, ahora se dirigía. Tomando en cuenta que le tocaba recorrer una mayor distancia, pero sumando su conocimiento y las ventajas de la nave, estipulaba unos 40 días; aun si se presentasen contrariedades.
Su padre: marinero de oficio y ávido lector, de pequeño le pasaba la mano por la cabeza y le decía:
―Elcano, Primus circundae, figlio mío.
Ahora lo entendía mejor, detrás de esa hazaña; ser el primero en darle la vuelta al mundo; también Juan Sebastián Elcano, completó la expedición, que, con su propia muerte, Magallanes ocultó un incierto triunfo. Por eso Elcano, después de unos mil ciento once días y recorrer catorce mil leguas, descubrir nuevas rutas, amén de demostrar la redondez de la tierra, fue sin dudas, el mejor de los navegantes que el mundo haya conocido.
La ruta a seguir la divulgaría una vez entrado al gran océano, con rumbo a las Guineas, para evitar a los piratas, aunque más por evitar confrontación, pues su navío disponía de tres puentes con una potente artillería de sesenta cañones de a doce y veinticuatro libras. Por la ruta trazada, era mayor la distancia de la travesía, pero las corrientes marinas ayudarían el desplazamiento de la nave, con características muy particulares, de hecho, superaba a los bergantines en maniobra y velocidad. Que, guiado con su destreza podía superar los treinta nudos.
― ¡Figlio mío!―recordaba el capitán.
Las palabras del padre resonaban en su mente y lo impulsaban a su gran sueño: establecer una ruta comercial entre Trinidad y Sicilia, usando navíos rápidos. Ser un hombre famoso, al figurar su nombre en los anales de la navegación, era su sueño, que ahora lo trasnochaba.
Al otro lado del mar: en Isla de Gracia; la tarde de ese día, iba ya el paisaje lentamente vistiendo de negro, con cantos de aves llamando a dormir y monos con bullicio de miedo.
En la cima de una loma; dentro la vegetación dominante: unas paredes crudas de palos, barro y paja, intentan definir una rudimentaria choza, donde su techo de palmas, da señales y delata existencia humana, filtrando un hilo de humo de nítida blancura, que dibuja nubes en el cielo, pareciendo burlar la inminente oscurana. Presagio de llantos, alegrías y desilusiones. De atroces batallas, de calamidades y personajes por manifestarse. Envolviendo, engullendo y desechando la raza nativa: victima, testigo y fundamento del fenómeno civilizador en su afán transformador..
C O N TI N U A R Á
OPINIONES Y COMENTARIOS