Una mañana de noviembre, mientras los paiteños se levantaban y desperezaban de la agotadora jornada de velaciones, una carreta llegaba a Paita bajando por el zanjón. En ella llegaba don Juan Manuel Grau y Berrio junto a su menor hijo Miguel María de 8 años y 4 meses.
Venía a ocupar el cargo de Visita de Aduana de Paita por encargo del general La fuente.
Una brisa despertó al pequeño Miguel María, quien frotándose los ojos no daba crédito a lo que veía. La inmensidad del mar se levantaba a su vista. Mientras bajaban por el zanjón, ese azul diáfano en colusión con la brisa marina hacían lagrimear los ojos infantiles.
Papá, ¿todo aquello que he visto es el mar
¿pregunto Miguel María a su padre.
Si hijo, es el mar, el océano pacifico, y deberás acostumbrarte,. Ya que pasaremos aquí un largo tiempo.
Pero papá, es más grande de lo que tu me habías contado– agrego Miguel ante la afirmación de su padre.
Un silencio siguió a la contemplación de esa vastedad de agua que le ruborizaba y que a la vez asomaba un atisbo de esperanza de algún día estar navegando en el, una mirada que se perdía en un barranco que sólo puede conducir al infinito, a la gloria, a la libertad….y el pensamiento quedó cortado por el bamboleante trajinar de los caballos, que hacían sonar sus cascos en el cascajo amarillento del zanjón que baja a la plaza.
En la plaza lo esperaba Don Manuel Herrera, un amigo y comerciante panameño instalado en Paita por fines comerciales.
Mi estimado Juan Manuel, bienvenido nuevamente al puerto de Paita, baje su merced y pise la tierra de este miserable pueblo que solo cascajo y buenas fortunas puede ofrecer– le gritó Don Manuel herrera.
Mi amigo Don Manuel – contesto don Juan- que placer es volver a reencontrarme con un compañero en estos lares, vea usted que vengo desde Piura presto a tomar el puesto y las funciones de vista de aduana según a le he comentado en la misiva que le envié.
No se preocupe mi amigo, que ya hice arreglos para su estadía y la ocupación de su cargo– contesto Don Manuel.
El capitán Juan Manuel Grau bajó de un salto y tras un fuerte abrazo, ambos personajes emprendieron la tarea de bajar las pertenencias del carruaje.
Un polizonte a la vista Mi Capitán– dijo sonriente don Manuel Herrera a Don Juan tras avistar al pequeño Miguel. Don Juan sonriente se acercó a la carreta y ayudó a bajar al pequeño Miguel.
Vea usted mi amigo, le presento a mi hijo Miguel María, quien es el más interesado en llegar a este pueblo, No ha dejado de peguntarme desde que salimos de Piura acerca del mar.
Mucho gusto Miguel- Manuel Herrera, de Panamá para servirle – se presento Don Manuel ofreciendo su mano gentilmente, acción que fue contestada por el pequeño Miguel de manera tímida.
Ayudados por unos pobladores, llevaron sus pertenencias a la vivienda donde vivirían por unos largos años. La vivienda fue alquilada a don José Chira en la calle Junín 20, frente a una rústica plazoleta desde la cual se podía divisar la playa.
Los primeros días de la estadía en Paita, Don Juan Manuel llevo al pequeño Miguel a recorrer la bahía paiteña, pero algo llamo la atención de Miguel en esas travesías en bote. Fue ver a unos pescadores que en balsas de madera y palos surcaban el mar y pescaban afanosamente
Padre, de donde son esos pescadores’, ¿Cómo pueden adentrarse a la mar en esas barquitos de madera? – pregunto un inquieto Miguel.
Ah, hijo mío, aquellos hombres que usted ve, son pescadores de un poblado llamado Colán. Ellos viven del mar desde muchos siglos atrás, desde antes que llegásemos nosotros los blancos con nuestros vicios y comodidades. Son ellos los dueños de todo esto que hoy recorremos. – respondió el padre
Para el pequeño Miguel esa descripción vaga del padre le marco. Que era aquello que llamaban Colán, en que se diferenciaría de Paita, donde todo eran chalupas y embarcaciones mayores. Como así esos hombres, que iba con el torso desnudo enfrentando al sol y al mar se adentraban en busca de comida?
Desembarcaron en la playa al mediodía, prestos y con el estomago que les crujía, compraron unos pescados en el muelle y se dirigieron a su casa a almorzar. Esta demás decir que en Miguel María había nacido esa inquietud por saber más del mar y sus secretos, sobretodo de cómo los hombres sin mas herramientas que un cordel, una atarraya y unos palos navegaban sobre ese mar tranquilo
Don Juan Manuel fuera de sus ocupaciones se destacaba como un padre afectivo y amoroso para con su pequeño hijo, el único de todos que le gustaba el mar. Una mañana, con apoyo de su amigo Manuel Herrera consiguió un caballo y decidió llevar al pequeño Miguel a Colán.
La aventura, la inquietud por conocer la tierra de esos pescadores colmaba de gozo de Miguel, quien iba montado a la grupa del caballo y apoyado por su padre, el pequeño Miguel Grau vio como el mar se engrandecía mientras subían el tablazo. Allá, desde lo alto, la inmensidad de esas aguas le incitaban a conocer mas de ese nuevo mundo. Pronto, llegaban al poblado de San Lucas de Colán, donde destacaba la iglesia, lugar donde llegaron a descansar.
- Oiga amigo, expresó don Juan dirigiéndose a un hombre que con el torso desnudo venia de la playa cargando un ato de pescados y un cordel- conoce usted alguna posada o lugar donde pueda descansar y probar un bocado respetable?
- Mire usted mi capitán – le contesto el pescador que ya conocía al visitante – allá en ese alto esta la casa de don José Chumo, un viejo que hace y vende comida en este pueblo.
- Gracias buen hombre –agradeció don Juan y caminando junto al pequeño Miguel y el caballo se dirigieron a la posada.
Buen día amigo. – Saludó don Juan ingresando a la humilde vivienda, donde una mesa de madera y unas ruinosas sillas y bancos de algarrobo hacían parte del ajuar de una posada.
- Sírvame usted agua y su mejor manjar para mi hijo y mi persona. Tras lavarse las manos y almorzar, la inquietud y el grado de buscar amistad llevaron a don Juan Manuel a preguntarle al posadero sobre Colán y sus costumbres.
- Y ¿porque se llama Colán esta tierra?- inquirió
- Bueno señor, desde tiempos de mis abuelos y los abuelos de estos, esta tierra y el mar que el acompaña se llama Colán. Unos me han contado que así se llamaba enantes un curaca que gobernaba la tierra.
Y todos aquí son pescadores?- volvió a preguntar-
- Si mi señor, aunque agora abemos algunos que nos dedicamos a vender comida y dar posada como mi persona, otros venden agua aunque de ello quedan pocos, y el resto , anda por ahí echando las atarrayas y cordel en busca de un pescau que ayuda a calmar el hambre de nuestros hijos, pues– contesto el posadero.
El posadero sirvió al capitán Juan Manuel Grau, de un barril de Mallorca Sechurana un buen trago para saciar la sed, un plato de una gallina con cancha y camotes sorocos
Mientras charlaban, afuera de la casa, el pequeño Miguel se entretenía indagando entre los palos y las velas de una balsa de madera que secaba al sol.
- Veo que su hijo es inquieto y le gusta la marina mi señor– comento el posadero.
- Así es señor, mi pequeño Miguel siempre le ha interesado el mar, y debe ser por los cuentos y las peripecias que le he contado sobre el.
El pequeño Miguel sentado en cuclillas examinaba la madera de palo de balsa de la embarcación, le intrigaba como esa tela que constituía la vela podía dar velocidad y dirección a la balsa, y como esta estaba constituida por unos palos verticales agrupados y atados por cuerdas solamente.
Veo que le gusta la balsa – escucho el pequeño Miguel tras de sí. Era un viejo pescador que tras observarlo se le había acercado. Don Juan salió preso a la calle temiendo que algo le ocurriese a su niño ante la presencia de aquel extraño, quien al ver salir al capitán atinó decir- perdone usted mi señor, no he querido importunar a su pequeño.
- Cálmese anciano, comprenda usted que mi pequeño Miguel no conoce estos terrenos ni las costumbres de aquí.
- Ta gueno mi señor, me llamo Pedro Cañote, natural de Colán y descendiente de pescadores tallanes para servirle. – se presento el anciano- he estado aguaitando su mozuelo y veo que tiene interés y curiosidad por las cosas del mar.
- Y en estas balsas se adentran hasta el fondo del mar señor?
Pregunto el inquieto Miguel Grau
- Vea mi niño – respondió el anciano cañote,- la balsa que usted está tocando es para dos personas nomás, enantes las balsas que usaban mis padres eran más grandes. Nuestras balsas median quince varas de largo y ocho palos de ancho y allí nos metiabamos hasta nueve hombres. Agora son pequeñas, ya que el comercio y la venta del pescau ha bajau, pero enantes, hubiese vito mi niño. Como salíamos a pescar y comerciar, que bonito era mi tierra en esos tiempos. De niño, como usted, corríamos con mis amigos por la playa, buscando ganarle al mar un pedazo de comida…
- Venga hijo mió -corto la conversación Don Juan Manuel – tenemos que regresar a Paita antes de que anochezca.
Y el pequeño Miguel, montado de nuevo a la grupa del caballo, y con la mirada en el pueblo de Colán que cada vez se alejaba, llevaba consigo la experiencia de conocer el poblado de Colán y las experiencias que el viejo cañote le había comentado.
La noche atrapó a Don Juan Manuel y al pequeño Miguel entrando a la plaza. Ahí, cerca de la pileta se encontraba don Manuel Herrera con unos marinos ingleses y unos cuantos viejos colaneños y paiteños.
Mi amigo Juan Manuel, regresa usted ya de su periplo por tierras colaneñas. Saludó de manera cordial don Manuel.- le tengo una noticia que le va a interesar, se trata de la libertadora de Bolívar.
¿Manuelita Sáenz?, quien iba a pensar que algún día la volvería a ver,- respondió don Juan, recordando rápidamente aquella noche que en una cena allá en Bogotá conoció a la bella Manuela Sáenz en una cena ofrecida por el pueblo a Simón Bolívar- y ¿para cuándo me dará usted el gusto de llevarme a su presencia amigo mío?
Pregunto Don Juan.
- Mañana mismo – respondió don Manuel- déjeme acabar el trato que tengo aquí por el “Tescua” con estos amigos foráneos y estaré con usted.
- Venga usted a cenar a la casa amigo Manuel. Respondió don Juan- ahí charlaremos un poco más….
La cena en casa de los Grau no pudo ser más fructífera para los conocimientos de pequeño Miguel. Sobre todo porque en la conversación salieron a relucir dos hechos importantes que formaban parte de todo el cúmulo de experiencias que anhelaba conocer.
La primera noticia fue el conocer de la existencia de Doña Manuela Sáenz. Doña Manuela vivía en una casa de dos pisos con balcón ubicada en la esquina de las calles del Zanjón y Ramón Castilla N°101 (la misma que hoy nos lleva a la Basílica de Nuestra Señora de las Mercedes de Paita en la parte alta ) El solo escuchar su nombre le evocaba las innumerables narraciones que su padre le contaba allá en Piura acerca de este dama, compañera del no menos conocido Simón Bolívar. La segunda fue saber que el amigo de su padre tenía una embarcación que zarparía del puerto en pocos días. Este último dato lleno las esperanzas del pequeño Miguel. La oportunidad de conocer de cerca el mar, ir mas allá de la bahía, saber cómo se siente el mar bajo tus pies, ser como los colaneños; los pensamientos de embarcarse le asaltaron, su corazón latía muy deprisa con solo imaginarlo. Busco la calma e intento una y otra vez acercarse a la mesa.
- Padre, y disculpe usted Don Manuel; he escuchado la conversación y puedo preguntarle si sería posible que me permitiese ir con usted?- pregunto el niño Miguel
La pregunta asaltó a Don Manuel y más aún a su padre, Don Juan Grau.
- Pero hijo, estás loco, de donde has sacado la idea de que puedes tu, un mozalbete de nueve años hacerse a la mar? –respondió un tono airado don Juan.
- Pero padre, Don Manuel es tu amigo, y tu has comentado que es como tu familia; y si así lo crees tu, no es posible que el cuidará de mi en su barco?
La respuesta impresiono a Don Juan. Y es que el pequeño Miguel había tenido hasta ese entonces una actitud taciturna, siempre andaba pensativo, callado en si mismo y era de poco dialogo; pero esa noche, Miguel se había revelado con una consistencia en lo que deseaba. Había pensado y meditado bien su actitud.
- Pero Miguel…- intento replicar Don Juan
- Don Manuel, podría usted apoyarme a que mi padre me permitiese ir en el Tescua? – pregunto Miguel a Don Manuel.
- Veo que tiene usted a un pequeño marinero Don Juan– expreso don Manuel, y de buen temple y coraje. Pues si usted lo cree conveniente mi pequeño Miguel, dese usted por aceptado como grumete en el Tescua, claro está si su padre lo permite; de mi parte tenga la seguridad que cuidaré de usted como si fuese mi hijo.
- Miguel, sabe usted lo que es el mar adentro. Allá no estaré yo para socorrerlo. Además, tendrá usted labores que hacer como grumete. Y por lo demás, es usted muy pequeño para embarcarse.- Expreso su padre, como intentando persuadirle
- Don Juan – agrego don Manuel, yo tenía un poco mas de edad cuando me hice a la mar por primera vez; además es un viaje corto con mercadería que entregar, y no habrá mayores problemas, deje usted que don Miguel venga conmigo, yo quedo en compromiso con su persona que le cuidaré.
- Vea usted amigo Manuel, confío que vuestra persona hará un buen cuidado de este intrépido marinero– asintió Don Juan dándole una palmada a su pequeño Miguel, quien no cabía de gozo bajo la sobriedad que su presencia en la mesa le obligaba a actuar.
Aquella noche, el pequeño Miguel soñó con las estrellas de un cielo en altamar, vio sirenas y lobos marinos enfrascados en danzas sobre las olas; atino a observar islas y ballenas, delfines y todo aquello que le venía a su recuerdo de los cuentos que su padre le había contado.
La mañana despertó a al pequeño Miguel con la brisa y el rumor de los pescadores y patrones que acudían al muelle a cansarse en sus labores diarias de pesca y traslado de mercadería.
Tras el desayuno, una nueva experiencia le aguardaban allá, tras la plaza y el zanjón. Había llegado el momento de conocer a la mujer de la que tanto había escuchado hablar a su padre. Doña Manuela Sáenz. Antes de ello, acompañó a su padre el consulado americano, donde debía recoger unos papeles que Mr Rudden debía entregar a Don Juan sobre unos barcos balleneros norteamericanos.
En el consulado se encontraron con Don Manuel Herrera y fueron juntos a un establecimiento donde se leía en un cártel de madera “Tobacco English spoken Manuela Sáenz”.
Ingresaron al establecimiento y allí estaba la libertadora. Una señora un poco regordeta sentada en una hamaca y fumando un cigarro. Le pareció ver en aquella mujer algún rasgo de su madre, a la que poco había visto desde su nacimiento. La voz de mando y esos ojos vivaces que no dejaban de observarle le aturdían.
Le saludo amablemente y vio en ella, la persona que confirmaría su apoyo en su decisión de hacerse a la mar.
- Mucho gusto Don Miguel Grau, veo que usted lleva usanza de marinero, y sospecho que siente usted predilección por el mar. No deje usted que sus sueños se despierten entre estas moles amarillas de coral.- comento amablemente la Sáenz mientras acariciaba suavemente el gorrito de marinero del pequeño Miguel.
- Si mi señora– replico el pequeño Miguel- mi padre me ha permitido embarcarme en el “Tescua” de Don Manuel Herrera.- Pronto seré un marinero de verdad.
- No lo dudo Miguel– contesto Doña Manuela- veo en usted ese temple y arrojo que se necesita para emprender tales tareas. Solo espero que el mar sea benigno con usted y que respete los códigos y las órdenes de quien lleva la misión de cuidarle.
- Venga usted después de su travesía, a contarme la experiencia y que mundos ha descubierto para su familia don Miguel – le dijo Manuela al pequeño Miguel Grau, mientras llamaba al joven Luís Chumo a fin de que le obsequie unos caramelos al pequeño marinero.
Esta experiencia con la libertadora marcaría al pequeño Miguel. No solo por el apoyo de soslayo que el había otorgado en cuanto a su embarque, sino porque halló en ella, ese calor y confianza que hubiese deseado alcanzar de su verdadera madre.
El día del embarque llegó. Era marzo de 1843 y el bergantín granadino «Tescua», con su capitán D. Manuel F. Herrera y nueve tripulantes más se aprestaba a hacerse a la mar. La ruta era el puerto de Huanchaco al sur y después regresar a Paita para enrumbar a Colombia.
En la travesía se hizo amigo de algunos tripulantes colaneños de apellidos Machare. Miñan, Nisama, Lipe, Pizarro, curtidos hombres de mar y expertos navegantes y que servían a don Manuel. De ellos aprendió los secretos del mar y las embarcaciones, los escucho relatar leyenda y mitos acerca de los tallanes marineros, Con ellos aprendió a querer mas la tierra que lo cobijó y le daba la oportunidad de hacerse hombre, de juntarse a la mar, de aprender cual era su destino.
La travesía sirvió para el pequeño Miguel aprenda sobre los cordeles y sus nudos, los vientos, la forma de medir la velocidad en nudos y millas, reconocer los bajeles, a proa, la popa, y otros menesteres de quienes al entrar mar adentro deben convertir en un decálogo.
En las noches, cuando asomaba su presencia en la cubierta, y miraba allá, en el cielo estrellado, buscando reconocer alguna estrella que los marineros le habían enseñado, buscaba algún recuerdo de su madre y hermanos allá en Piura. “Si me viera ahora” se decía para sus adentros.
Tras el regreso de Huanchaco, el “Tescua” recaló en Paita. El encuentro con su padre fue muy efusivo. Las noches llenaban los ojos de Don Juan escuchando a su pequeño Miguel hablar del mar, de la formas en que se trabaja, de aquellos lugares conocidos, le parecía extraño escuchar a su menor hijo hablar de “barlovento, cubierta, jarcias, proa, popa, mástiles, anclas” y demás términos propios de la marinera.
- Padre, me he dado cuenta que lo mío es el mar; no solo he sentido el llamado de las olas y las noches estrelladas con la luna reflejada en las olas; sino que he aprendido a valorar el esfuerzo de aquellos pescadores colaneños que una vez conocí allá en el pueblito de Colán– confeso el pequeño Miguel.
- Pero hijo, – replicó Don Juan – es solo un viaje, y no puedes de el, decidir tu futuro, aún tienes muchas cosas más que conocer.
- El mar, padre, el mar…- contesto rápidamente y con firmeza el pequeño Miguel- eso es lo que me importa ahora.
Un mañana acompañado de su padre quien tenía unos asuntos pendientes con la Sáenz -regresó a visitar a Doña Manuelita Sáenz.
- El marinero Miguel Grau se presenta ante usted Doña Manuela – expresó quitándose la gorra marinera-
- Que gusto volverle a ver Don Miguel – dijo la Sáenz- veo que el mar y los buenos vientos le han favorecido a usted y a su padre.
- Si mi señora, el mar y la fortuna me han guiado por buenas olas, y hoy más que nunca me he dado cuenta que lo mío es la mar y los barcos.
- Pues haga usted de ello su destino mi pequeño Miguel, nunca abandone sus proyectos y sus sueños, que ya llegará el día en que el destino le llame para tomarle a usted la plana como se dice en mi tierra; pero hasta ese entonces, que la mar y Dios sean su brújula; ahora si me permite, debo tratar unos asuntos con su señor padre – acoto la Sáenz, mientras empujaba la silla que le sostenía, despidiéndolo antes de entrar a conversar con Don Juan Manuel
Con los días, y tras aprovisionarse el “Tescua” partió con cargamento hacia Colombia. Demás está decir la alegría y el pecho henchido de orgullo que lucía el pequeño Miguel Grau, sobre todo cuando escucho su nombre en la lista de embarque en el muelle de Paita.
La mala fortuna llego a la vida del pequeño Miguel tras el camino de regreso de Colombia. Debido al mal tiempo y las tormentas que se producen el “Tescua” zozobró cerca de la isla de la Gorgona. Los fuertes vientos y el golpe de las olas, voltearon la embarcación en un momento, cayendo el pequeño Miguel Grau al mar.
Los gritos del pequeño Miguel, quien no sabía nadar alertaron a Machare, un amigo de Miguel en el barco, quien curtido en su experiencia en el mar, logró escuchar los gritos y al ver al niño se lanzó a las aguas rescatándolo tras un fuerte susto.
La noticia del naufragio llego a Paita por medio de unos ingleses que había recalado en la Bahía. La noticia estremeció a Don Juan Manuel. ¡Dios mío, que he hecho! … – Se lamentaba Don Juan. La angustia de no saber nada de su hijo y mucho menos de Don Manuel Herrera le atormentaba. La noticia llego a oídos de Doña manuela, quien con el apoyo de Mr. Rudden solicitó informes a cuanto barco americano o ingles se encontraba en altamar.
Pasaron los meses, hasta que un atardecer de diciembre de 1843, una noticia alegró a Don Juan Manuel Le llegaba un propio enviado por Doña Manuelita Sáenz con la noticia que estaba desembarcando en el muelle don Manuel Herrera junto al pequeño Miguel Grau, provenientes de Buenaventura.
Presuroso acude don Juan al muelle, y sin palabra alguna abraza fuerte a su pequeño Miguel, con lagrimas en los ojos lo besa, le busca heridas, le estruja; pero al pequeño miguel, esas muestras de afecto le reconforta, pero ya no es el mismo que partió.
- Hijo mío, Dios mío estas bien!…perdóname, no debí enviarte a la mar – le dijo Don Juan, dejando de lado la fuerza de aquel capital bolivariano.
- Padre, tranquilo, no dejes que una noticia te acongoje, mírame, aquí estoy sano y salvo tal como lo prometió – expreso el pequeño Miguel mostrando con su manos el cuerpo entero en alusión a su perfecto estado..
- Don Manuel Además, el mar aún no me ha pedido nada. es solo una lección de la muchas que de aprender. Gracias a Machare, este colaneño, he logrado escapara a las ninfas del mar – dijo señalando al marinero Machare, un corajudo colaneño que también abrazaba a su familia en el muelle.
Miguel se muestra ahora más fuerte y decidido, habiendo sido templado por las tragedias del mar que marcarían su destino años más tarde. En 1844, a la edad de 12 años, Grau consiguió nuevamente el permiso de su padre para embarcarse como Grumete en una goleta llamada “La Florita” y luego en el bergantín “Josefina” bajo el mando de Don Manuel Herrera. En noviembre de 1846, se unió al ballenero norteamericano “Oregón”, donde recorrió destinos como Kamchatka, Hawaii y las Islas Galápagos mientras cazaba ballenas. Regresó a Paita el 27 de julio de 1847, justo cuando cumplía trece años, pero luego de dos semanas con su padre, regresaría a navegar en el “Oregón” desde las Islas Galápagos hasta Talcahuano (Chile). Después de esta travesía, desembarcó en Paita el 17 de agosto de 1848, a la edad de catorce años.
Esa fue la última vez que él vería a Manuela Sáenz, ya que ella sufrió una caída que le provocó una fractura en la cadera, dejándola postrada y obligándola a vivir en una casa de un solo piso. Esta residencia estaba ubicada detrás de su antigua casa de dos pisos, la cual se encuentra actualmente en la esquina de las calles del Zanjón y Nueva del Pozo N°390 (esta última solía llamarse calle de la Figurilla o del Mascarón en el pasado).
Estos viajes marcaron el rumbo definitivo de su carrera marina, explorando todos los mares y puertos más importantes del mundo, desde el Extremo Oriente, Europa, Norteamérica y toda Sudamérica .en todos estas viajes Grau adquirió habilidades extraordinarias en la ciencia del mar. En 1853, con 19 años de edad, regresó a Perú convertido en un piloto de primera categoría, tras haber navegado durante diez años en doce barcos diferentes y explorado diversos destinos lejanos, aunque con breves estancias en tierra. Posteriormente, ingresaría a la Marina de guerra del Perú, pero esa es otra historia.
Rudy Mendoza Palacios
Piura, setiembre de 2010
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