Desnuda, agotada, en un baño de blanca espuma duerme la guacha.
Cansada del abandono, de los besos de hielo y las caricias añejas.
La Guacha ya no llora, la Guacha dormita en el agua que poco a poco va perdiendo su calor.
Su piel envejece, sus manos marchitas, su triste mirada de ojos tapatío,
se pierde en el infinito de sus rezos.
Sus piernas flaquean ante el cuerpo inerte de quien no dio tregua a la vida.
La Guacha se hunde vencida en la dulce canción de la verdad.
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