EL SUICIDIO DE UN DIA APESUMBRADO.

Hoy otro día más en la cafetería de la avenida paulista, siempre tan concurrida. Arrastra la mirada de los transeúntes hacia su vitrina de exhibición con su confitería colorida. Ofrece dos ambientes separados por un desnivel que converge en pastelería y café mientras al otro lado se puede adquirir comidas rápidas, tan adecuado para disponer de ese instante y sumergirte entre lo dulce y lo salado. Expone lo delicado de los colores que dibujan el dulce de la espuma chantilly, las cerezas y el exorbitante, exagerado e imponente chocolate que explota en el paladar. Es demasiado realmente, todo desborda al nivel máximo con alerta de peligro, enciende la lucecilla del no saludable y entonces emerge la culpa por la inconciencia de la gula. Sin embargo pesa más la complacencia.

Solo se puede pensar será un día, solo este instante, también sabes que es un día a la vez que lleva otro día a la vez y así sucesivamente. Se acumula y pesa. Igual da se compensa con una falsa promesa.

No todo está bien es la realidad, esa misma realidad es para todos.

Se distinguen 3 hombres que departen en el lugar, solitarios y pensativos.

Juan de mediana edad toma su café con un pequeño pastel para disimular su desmán, para que juzgarse – dice, a lo mejor es una manera de procesar todo lo que supera sus límites, así de concreto es.

Hay otro hombre de avanzada edad, José, disfruta su café azucarado, sus dulces galletas con un merecido pastel relleno de carne grasa, esa que no le permiten consumir, él piensa: siempre tienes que culparte, tapas la herida sin estar abierta, luego no hay real alivio con la venda ajustada en la cicatriz. Nunca respiró la herida, como respira lo que no existe?; no hay humo que envenene tu garganta cuando a pesar de la crudeza aun cantas!. Decidido saborea su soledad, como grata compañía, como ese romance, como su primer amor cuando le dio el sí!, delirando en sensaciones.

Pronto termina sus golosinas. Aun se deleita, como anhelando que la percepción de cosquilleo no pase todavía.

Más allá en el otro lado de la cafetería, bajando el desnivel, está sentado un joven solitario, Xavier, de lejos el más particular. Fotografía su hamburguesa parece que su anhelo es más presumirla que consumirla. Imaginando que alguien más comparte su merienda desde algún otro lugar. Así igual, solitario. Refleja en su rostro una mueca, batallando con un sórdido recuerdo, mirando a su alrededor crítica el lugar después de todo no cumple su expectativa, aún siguen allí los tormentos, esos que no se olvidan fácilmente.

Se dirige a la gran avenida, quizás será mejor distraerse y perderse en el tumulto que camina apresurado esperando llegar a aquella extensión acuática tan llena de gente sin horizonte, uno más que se incorpora sin que importe su condición, al fin al cabo fue lo que siempre se exigió. El libre albedrío con actitud firme, frívola sonrisa y extrema arrogancia.

Porque es más fácil refugiarse en su propia rabia que mirar el interior del Alma.

El ruido llega a ser tan aturdidor que se tapa los oídos con las voces de su conciencia, para no perder el sentido de la realidad. Sin embargo, abrumado por sus recuerdos más antiguos reflexiona cuan incierta es su valía.

De repente le viene un presentimiento, debería buscar… lo que quiero encontrar – se repite – fue justo cuando se decidió. Abrió la puerta de par en par al amanecer. El viento entró y salió. Su memoria reposó en el desván ignorando lo que ya sabía, que sabía que otros sabían, luego es una realidad mancornada por una inviolable complicidad.

Él quería ser algo más que aquel perdido caminando por la periferia de su existencia.

Escuchaba otra voz, oscura y poderosa y tan vieja como el tiempo, no encajas sólo debes aparentar, para que rebuscas tratando de hacer planes fracasados. Los pensamientos se van atrás al jardín, como si pasaran sus brazos alrededor del cuello y le estrangularan, un extraño abrazo con fuerza. Queriendo ocultar su rostro en el cabello. Casi siempre aquellos pensamientos le llevaban lejos. A veces de repente sus ojos brillaban y sus mejillas tomaban un color agradable.

Habría una respuesta? O lo más cuerdo era adaptarse, aceptarlo y sobrevivir. Finalmente no se puede meter la vida en un molde conocido. Parecía percibir que se trataba de cada momento único en ese instante, hora y lugar.

Cuando salía a veces escuchaba muchas voces, como aquellas de amigos que departían con él, pero se retraía, miraba al vacío y fingía escucharlos con movimientos cómicos de sus músculos faciales.

En ocasiones resonaban palabras revoloteando para llamar su atención – alguien preguntaba cómo estaba su día, él solo limitaba la respuesta a una frase que generará sensación de bienestar, sin profundidad. Finalmente nadie lo notaría, ni lo podía librar.

Se sentía clasificado y exhibido en un estante como todos los demás que se diversifican por sus peculiares personalidades pero que sencillamente se deslizan en cualquier categoría común ya determinada por un mundo hostil y sin causa, que le gritaba cada vez más fuerte: ¡Puedes poseerme de la manera que quieras pero nunca tendrás mi corazón!.

Se rehusaba a ser otro ser sin rostro, parado en la larga fila de espera.

Un día apesumbrado!, se cuestionó.

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