El pasado 15 de julio el destino nos arrebató a una de las personas de mayor referencia en la vida de muchos niños de los años sesenta, setenta y hasta nuestros días. Niños y no tan niños, que tuvimos la bendición de crecer aprendiendo a leer entre desternillantes risas con las historietas de sus inolvidables personajes. Personajes que hoy lloran con nosotros la despedida de su creador. El capítulo de hoy no lo he escrito yo, ha sido redactado por uno de estos invencibles personajes que, sacándose un disfraz con la forma de mi persona de su chistera, se ha acercado hasta este canal para despedirse de todos esos niños del prólogo y por supuesto, brindar un merecido homenaje a Francisco Ibáñez Talavera.
Va por usted maestro. Encuadrado en la sesión de cuentos de sueño y papel:
La jubilación de Mortadelo (Versión homenaje a Francisco Ibañez)
La semana pasada, con todo el dolor de mi corazón, recibí la amarga noticia de que al jefe y a mí nos había llegado la hora de la jubilación. Impulsivo como siempre he sido, pensé que lo mejor para alejar la pena que me embargaba por el fallecimiento de mi papá, hecho que propiciaba este obligado retiro, era realizar uno de esos fantásticos viajes a conocer a fondo las estrellas que anuncian en esta cosa peculiar que se llama internet. Mientras el coche con pedales de madera y un volante de juguete, era lanzado a toda velocidad contra el muro de hormigón reforzado con triple capa de acero inoxidable, discurrí que el jefe, a pesar de ser un berzotas redomado, en esta ocasión había tenido razón, al advertirme sobre los abundantes timos para jubilados que abundan en la red. Pero, tras tantos años trabajando al servicio de ese majadero con dos pelos, recibiendo a modo de recompensa por mis inestimables actuaciones todo tipo de mamporros, costalazos y trastazos, no vi la ocasión propicia de prestarle atención a sus advertencias y, muy por el contrario, fui yo quien lo convenció a él de que se viniera conmigo en esta última aventura.
- Está bien Mortadelo – argumento el insensato, – lo peor que nos puede pasar es que nos reunamos con nuestro creador.
Y dicho esto, allá que nos fuimos.
Ver a la Ofelia de taquillera, al impresentable del Bacterio a los mandos del programa de lanzamiento y al cabestro del Superintendente Vicente en su nueva profesión de director de la agencia espacial “Viaje a las estrellas patrocinado por pastillas Andévalo, ideales para un prolongado mareo”, debieron hacerme sospechar que, a lo mejor, y solo a lo mejor y sin que, sirviera de precedente, el jefe sí que había tenido algo de razón en esta ocasión.
Una vez atados los dos a nuestros asientos con ásperas cuerdas de cáñamo que nos inmovilizaban hasta el cuello, intenté disculparme con mi amigo por el que ya empezaba a vislumbrar como nuevo lío en que lo había metido, pero viéndolo tan entusiasmado con la aventura, cerré los ojos, contuve una lágrima peregrina que quería resbalar por mi mejilla de dibujo animado y me límite a gritar, cuando el coche arrancó – ¡Ibáñez, allá que vamos!
Ahora, desde el hospital “La estrella fugaz” donde convalezco vendado hasta las gafas, no dejo de fantasear cómo hubiera sido mi vida si, en su día, hubiera seguido los consejos de aquella novia de juventud de nombre Irma que, bien me advirtió que aceptará el contrato que me proponía la agencia estadounidense denominada C.I.A. dejándome de absurdos patriotismos y mandando a hacer puñetas a Filemón y su oferta de hacer inmortal a la agencia detectivesca española de nuevo cuño que iba a darse a llamar T.I.A. (Técnicos de Investigación Aeroterráquea).
Pero como dice el enfermero Bestiájez, antiguo colega de la T.I.A. ahora reciclado a enfermero de tres al cuarto, así han sido las cosas y así se las hemos contado.
Se despide el agente Mortadelo y su amigo el jefe Filemón aquí recuperándose a mi lado. Hasta siempre amigos. Un placer haberles conocido.
Elescritorsinletras. En homenaje a Don Francisco Ibáñez.
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