Recuerdo la primera vez que te vi. Estabas ahí, plantada. Yo era nuevo en el jardín. Te observé a lo lejos, procurando que no te percataras de que te estaba mirando. Eras lo más bello que había visto: tus pétalos amarillos, tu tallo alto y delgado, se movían con la brisa de la mañana. El sol te iluminaba y brillabas entre todo el jardín. Estabas inmóvil, escuchando algo. Me pregunté: ¿qué estará escuchando? Seguramente el bello cantar de los pajaritos o simplemente el sonido de la brisa.
Tenía que irme a otros jardines, pero te llevaría en mis recuerdos, pensando: ¿cuál será su nombre?, ¿tendrá amigos?, ¿o estará sola, como yo?
Todos los días por la mañana esperaba que saliera el sol para poder verte brillar entre la luz. Me gustaba cómo te vestías, cómo combinabas tus colores con la naturaleza. Yo siempre llevaba la misma combinación: amarillo con negro. Seguro piensas que no tengo otra ropa… pero no podía hacer nada. Este soy yo, una simple abeja.
Nuestro tiempo ha acabado, tengo que irme por hoy. Espero volver otros días para encontrarte. Tú eras la única razón de venir todos los días a este jardín. Cuando me retiraba, pasé junto a ti y te vi. Estabas esperando algo, como si aguardaras que algo sucediera a tu alrededor, pero no sabía qué. Te observé unos minutos más, pero ya tenía que irme.
El verano pronto terminaría. Te vi de nuevo, estabas plantada en ese mismo lugar, escuchando como siempre. De pronto, en el aire, la vi: volando, vestida como yo, de amarillo y negro. ¡Otra abeja! Pasó junto a ti. Ella te habló y tú le respondiste. Le diste una sonrisa amable.
—Imposible —dije yo.
Se quedaron hablando por mucho tiempo. Yo deseaba ser quien estuviera a tu lado. Me sentí un poco triste y decepcionado. Ella nunca se fijaría en mí. A veces, una amiga mariposa se quedaba contigo en compañía. Esa vez, me acerqué un poco más para poder escuchar tu voz.
—Qué voz tan linda —pensé.
Te escuché reír y sonreír.
El último día de verano llegó. Llegué temprano y esperé a que la luz del sol te envolviera. Pero era un día triste: el cielo estuvo llorando un buen rato. Estuviste sola ahí, escuchando, como siempre lo hacías. Tu amiga, la mariposa, llegó. Volé un par de veces por el jardín para disimular. Me había prometido que te hablaría algún día, antes de que terminara el verano. Pero no tuve el valor suficiente.
Fui a recorrer otro jardín antes de verte por última vez. El cielo estaba más triste que nunca y lloraba a mares. Una de sus lágrimas cayó sobre mí. Mis alas, cansadas, ya no podían volar. Caí en el jardín. La lluvia seguía cayendo. Cerré los ojos e imaginé el día en que te vi.
Morí feliz.
Al terminar el verano, el girasol observó a una abeja tirada en el jardín, sin vida. El girasol se puso triste al ver el valor tan noble de la abeja, que incluso con la lluvia cumplía su trabajo. Con ayuda de su amiga mariposa, la puso sobre uno de sus pétalos y la enterró junto a su tallo.
Ellas siempre estarían juntos por la eternidad.
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