Corría el año mil novecientos dieciséis. Nos moríamos de frio, pero eso era lo de menos. Estábamos cansados, mal alimentados, llenos de piojos y quien sabe que más. Algunos, tienen malaria, vomitan todo lo que comen. Son piel y hueso. Parecen almas en pena luchando; más que soldados. En casa, nos llaman héroes. ¿Qué significado puede tener esa palabra en el campo de batalla? No me siento ningún héroe. De hecho, cada noche cuando las tripas me suenan, por el hambre, sueño que sigo en el colegio, que voy a la Universidad. Algún día, voy a conocer a esa chica especial y nos vamos a casar. La realidad me golpea; cuando una bomba cae cerca de las trincheras. Me doy cuenta, de que, en cinco minutos, puedo estar muerto y mis sueños se esfuman con el humo de la bomba. Éramos cinco o seis amigos recién salidos del secundario, ninguno había dado su primer beso. Cuando ya cargábamos, con diez o veinte, soldados enemigos asesinados. ¿héroes? Esa palabra sigue resonando en mi cabeza. Mis amigos y yo salimos de Baviera. Mi maestro de escuela, se le secaba la boca emulando a los grandes héroes de la historia, recreando sus hazañas. Sin embargo, nunca nos contó, que cuando el enemigo esta cara a cara y la muerte te respira en la nuca te cagas encima, literalmente. A veces, siento pena del enemigo, porque sé que ellos son iguales a mí; a nosotros, la idea del enemigo es pura ideología para que nos matemos unos a los otros. Es una especie de limpieza. Ante la menor posibilidad, mi enemigo no tendrá piedad de mí. Me pegará un tiro o me clavará la bayoneta. El campo de batalla no es lugar para sentir lastima; porque nadie sentirá lastima por mí. Yo quería ser poeta. Mal momento para escribir. A alguien, se le ocurrió que yo y mis compatriotas debíamos salvar al país. Si hoy me mirara al espejo no me reconocería, aunque me quitara todas las capas de mugre que acumulo. Pensar, que todavía sueño con mi primer beso. Cunando en realidad mi primera experiencia sexual la tuve en un burdel cerca de Francia con una prostituta que ofrecía los servicios a cambio de comida. Una putona entrada en años que tenía una pierna más corta que la otra. Bastante desagradable. Una experiencia asquerosa. Nunca tendré mi primer beso. La muerte camina a mi lado. Hoy nos echamos unos mazos de cartas, pero la muy desgraciada se negó a decirme cuando era mi hora. De los que vinieron conmigo solo quedamos dos. A los demás ya se los llevó. Uno murió asfixiado por los gases, quedo irreconocible, la cara hinchada color violeta. Dedujimos era él por una foto que tenía guardada en el saco. Otro, la metralleta le arranco las dos piernas se desangro camino al hospital de campaña. Y así uno tras otro. No, nos lo dicen para que no decaiga la moral, pero estoy convencido; la guerra está perdida. Cada día nos replegamos más. El enemigo avanza de manera implacable. Me viene a la mente, cuando me dieron unos días libres por haber sido herido y volví a casa. Mi cama suave con sabanas limpias. Un baño caliente y la cena de mamá. Y los señores sentados en el bar de la esquina disertando sobre la guerra me llamaron ¡héroe! Otra vez, de vuelta a la realidad acá sentado en el barro de la trinchera. Hoy toca un asalto sorpresa. El enemigo no se lo espera. ¡Ganamos la batalla! no quedo un enemigo en pie. Ganar la guerra es otra cuestión. Volvemos a la trinchera. Parece un día tranquilo, los rayos de sol alumbran las penumbras. El silencio es fúnebre. A veces, tenemos más miedo de ser comidos por las ratas que muertos por el enemigo. Las hay por millares grandes gordas. Yo dirían se están dando el festín a costa nuestra. Tengo los pies entumecidos por el frio. Se están poniendo morados. A lo mejor me los tienen que cortar. No sería tan malo. Así me darían la baja y volvería a casa. Pero no quiero volver tullido. Mejor que no me los corten. Mi último amigo murió ayer su cadáver quedo tirado allá a lo lejos en el campo de batalla le exploto una granada tenía todas las tripas salidas aun así no se quería morir estuvo gritando y llorando toda la noche creí me iba volver loco. Si; en la guerra además de cagarnos en cima también lloramos. Porque hasta el soldado más rudo tiene miedo de la muerte. Sigo sentado en medio del barro mezclado con mierda y orines. A mis laterales dos soldados con malaria no paran de vomitar. Antes, me daba asco ahora ni me importa. Después, de tratar de meterle las tripas a un tipo para que no se desangre nada te vuelve a dar asco. Reparten tazas con café. Un café, asqueroso parece querosén te hace un agujero en el hígado. Me pare, un instante, para dejar la tasa a un lado, cuando de repente la tasa de metal se quebró. ¡Me quede azorado! Todos me miraban. Miro mi pecho, una gran mancha roja se dibujaba. Una bala me había traspasado el corazón y había quebrado la taza. La muerte me esperaba a lo lejos. La hora había llegado.
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