—Estamos en la mejor etapa. Diría que es el período de oro para las letras de Latinoamérica. Momento único e histórico para nuestra literatura, —sentenció con el mayor entusiasmo el rector de la Academia de Letras—.
—Bienvenidos queridos estudiantes. Los felicito por elegir esta carrera, la mejor carrera del mundo, también por privilegiar a nuestra academia —fueron sus seguidas palabras—.
Era la ceremonia del período inaugural. El tiempo había pasado tan rápido. Me costaba creer que ya era parte de la academia —sería para mí, la academia del alma—.
El comienzo había sido intenso, desde el primer día. Las clases, los profesores, las instalaciones, el ambiente era de lo mejor, incluso había superado mis expectativas. La excelencia era igual o superior a los estudios de humanidades que acababa de terminar.
—Sueños, sueños… es lo que quiero escuchar —dijo el maestro—.
—¿Qué los trajo hasta aquí? Es lo que quiero leer.
La sala casi completa de estudiantes estaba atenta a cada palabra, a cada instrucción del profesor —que era nada menos que mi profesor de humanidades, el señor Carreño—.
—Mientras los escucho los otros escriben —dijo—.
Fue el inicio de la clase. En breve comenzamos a manifestar nuestras aspiraciones, cuyas respuestas eran casi coincidentes. Las motivaciones fueron escritas y leídas de manera cruzada.
—Muy bien. Los felicito.
—Ante los sueños nada que decir. Son de ustedes. Es bueno para mí conocerlos, saber de sus deseos.
—Pero lo que los trajo hasta aquí es mi responsabilidad y de la academia. De esa me hago cargo, nos hacemos cargo —dijo con el mayor convencimiento—.
—El rigor, la disciplina, la responsabilidad es requisito para el logro, para tener los mejores resultados —ese es un requisito fundamental—. Bueno, si están aquí es porque fueron bien evaluados sus antecedentes y aspiraciones.
Fue la bienvenida. El mejor de los saludos y parabienes que se podía esperar. Estaba en la academia del alma. Estaba pleno y regocijado. Tenía todo a favor para el éxito de mi desarrollo personal y profesional.
—¿Qué ven? Comenten. —dijo el profesor, sin la mayor explicación—.
—“Ah, las mujeres —dijo el padre, compasivamente—. Todas son iguales. Estúpidas y sentimentales. Nunca comprenden nada. Anda, muchacho, explica a esta mujer que entrar al Colegio Militar es lo que más te conviene”. (“La Ciudad y los Perros”. Vargas Llosa, 1962, p. 235).
—‘‘Blandiendo la lanza frente a ella, le ordenó: Úrsula no puso en duda la decisión de su marido’’. (“Cien Años de Soledad”. García Márquez, 1967, p. 32).
Y apareció una lluvia de ideas, más parecido a una tempestad, las que el profesor iba anotando en el pizarrón, entre ellas: escritores, sudamericanos, novelas, lenguaje, machismo, narración, realismo mágico, prosa, cultura, recursos, realismo, mensaje, libros… —Estas dos citas venían a poner de manifiesto lo tradicional de la cultura que perduraba. Entonces, ahí relacioné con las reflexiones que había tenido antes. La posición patriarcal del mundo narrado en esta parte del orbe no era la excepción, más bien, estaba realzada. A tal punto que las costumbres patriarcales se habían normalizado en esta corriente narrativa—.
Era el comienzo. Era la entrada al área chica, pensé. Es lo que siempre había querido saber. Era urgente conocer a cabalidad todos estos temas.
Y con esto se iniciaba la puerta del saber. Ese conocimiento que siempre deseé.
Aquí me hizo sentido las palabras del rector. Claro, estábamos viviendo el auge de la literatura, llamado Boom Latinoamericano. Algún conocimiento tenía de ello. Más adelante fuimos conociendo del estallido eficaz de la creación desde este lugar del mundo.
—En el intercambio de ideas y la exposición del profesor Carreño, manifestó que el boom surgió a inicios de los ‘60, corriente literaria, liderados por cuatro autores: García Márquez, Vargas Llosa, Julio Cortázar y Carlos Fuentes. Tal vez el boom fue una mezcla entre tiempo y espacio.
—Por un lado, el hecho de que estos autores hayan estado en Europa tuvo mucho que ver. De no haber estado físicamente ahí, no hubieran podido lograr todo el éxito —complementó—.
Estaba siendo una explicación comprensible. Hubo, en el entretanto, intercambio de ideas y consultas que surgían espontáneamente. Todo se daba en un ambiente de cordialidad, donde el diálogo se manifestaba horizontal, donde el profesor era uno más en la conversación.
—Y por otro lado, la escasez de buenos autores en Europa hizo que fuera el momento preciso para hacerlo, pues no había competencia cierta que pudiera disminuir sus demandas —explicó—.
—En definitiva fue el escenario correcto, en el momento preciso. El éxito de estos autores pareciera que fue gracias a la campaña editorial y por supuesto —lo más decisivo—, la calidad literaria de sus obras y la genialidad de sus autores —se concluyó—.
Y aquí surgió la pregunta del profesor:
—¿A qué se debía el tipo de narración, con características similares?
Luego de un enriquecedor diálogo, se menciona que toda la creación se debe a un contexto. Los países y el continente de procedencia de los escritores del boom estaban pasando por una realidad muy particular. La región estaba sometida por un imperialismo en gran parte de sus países, y precisamente esto es lo que reflejaban sus obras. En su narrativa se hace notar una analogía sobre lo que vivían los pueblos latinoamericanos. En sus letras se plasma una identidad con sus pueblos. El lenguaje, la formación, las costumbres, las vivencias, los lugares. Su realidad estaba presente en sus líneas.
—Fue esta y muchas clases más, con similar estilo, sobre el Boom Latinoamericano y el realismo mágico—. Que sus creaciones están modeladas de acuerdo al estilo narrativo que emplean estos escritores, con su sello particular y único. Realismo, naturalismo, impresionismo, fantasía, realismo mágico o cualquiera que fuera el estilo literario que utiliza el escritor, expone la idiosincrasia de sus pueblos para darles representación a sus novelas. Todo esto es muy atractivo para quien lee las narraciones, llegando a ser fascinantes. Tal vez porque en el realismo mágico, el mundo narrado destaca la transformación de lo real en fantástico, y lo fantástico puede llegar a ser real.
También en clases discutimos sobre quiénes eran los representantes de este movimiento. No solo los mencionados, sino que muchos más que formaban parte del boom, entre ellos: Adriano González León, Miguel Ángel Asturias, José Donoso, Manuel Puig, Augusto Roa Bastos, David Viñas, entre muchos otros. El boom era un fenómeno que estaba en pleno apogeo y seguía sumando nuevas figuras de la literatura latinoamericana.
—¿Cómo están? ¿Qué les ha gustado? ¿Qué podemos mejorar? —Fueron las primeras interrogantes que nos señaló el rector en una visita sorpresiva al aula—.
—Las bellas letras, la academia, el bachillerato en letras debe ser la excelencia. Eso es una de nuestras misiones.
—Ustedes son los que nos pueden ayudar con sus opiniones y sugerencias —destacando la mejor disposición—.
—Pondremos buzones en cada sala para que de manera anónima o no puedan manifestar lo que piensan.
—Queremos que todo ande bien y de ustedes esperamos sean los mejores, como se los señalé en el acto inaugural.
—Además les traigo una buena noticia. Les vengo a ofrecer un premio a los mejores estudiantes.
—Tendrán la oportunidad única de conocer la oficina de Andrés Bello, dependencia que siempre se tiene reservada solo para situaciones muy, pero muy excepcionales. Es un patrimonio del país y de la Universidad de Chile. De hecho, hace más de 25 años que no se abre.
—Bello fue el primer rector de la Universidad de Chile y autor de decenas de libros —señaló con mucho entusiasmo—.
Todos quedamos asombrados por la buena noticia del rector. Hasta el señor Carreño se sorprendió. Entonces debíamos ponernos mano a la obra. El ofrecimiento era un nuevo incentivo para mí. Aunque ya tenía suficientes estímulos, esto venía solo como complemento. Claro, la valoraba porque sería la única oportunidad de estar allí. Era todo un honor.
Me sentía contento porque todo estaba bien. El trabajo iba en ascenso y en los estudios, sobresaliente. Mis aspiraciones estaban mejor a lo pensado. Todo me hacía feliz; pero a la vez sentía un vacío. Es que la felicidad nunca es completa —me dije—. Lo sabía. Era la nostalgia por mi familia, por mi tierra. Estaban tan lejos, y lo peor era que nunca había recibido su consentimiento.
Fue así como sentí arrepentimiento espiritual. Me permití comunicar con ellos para dar cuenta de mi experiencia en la capital.
Santiago, 25 de julio de 1971
Queridos padres
Papá y mamá: Les escribo para que, en primer lugar, me disculpen por no haberlos mantenido al tanto de mi viaje y de mi estada en la capital. Deben estar tranquilos porque me ha ido bien. Las cosas se han dado mejor de lo planeado.
Estoy trabajando muy bien en la editora. En mis estudios he recibido congratulaciones.
El día que viajé me vine preocupado. Por un lado mi alejamiento de ustedes y también por la incertidumbre de viajar a un lugar desconocido. Ese paso, tomar la decisión, no fue nada fácil. Sé que ustedes no estuvieron de acuerdo con la decisión. Los entiendo. Pero deben sentirse orgullosos de la formación y valores que fraguaron en mí, que han llegado a ser pilares para desenvolverme a cabalidad en las responsabilidades que he asumido. Ello es consecuencia porque nada estaba echado al azar. Lo tenía previsto y eso es reflejo de lo precavido de ustedes. No he venido a una aventura, he venido a forjarme el futuro.
Cuando viajé, el trayecto a caballo lo hice por la quebrada alta donde acorté camino. El viaje de Curanilahue a Concepción estuvo interrumpido en el sector Peumo debido a problemas en la vía. De Concepción a Santiago fue un viaje interminable. Nunca pensé que el país era tan extenso; pero me entretuve conociendo las numerosas ciudades y pueblos a lo largo del trayecto.
Desde que llegué a Santiago todo ha sido asombroso. Es una ciudad enorme, con muchísimas oportunidades. Les aseguro que motivaciones y esfuerzo personal harán realizables mis sueños. Así como ustedes lograron hacer cultivables las laderas selváticas, así, del mismo modo, me apropiaré del estilo urbano.
La vida nos presenta situaciones inexplicables. El tiempo se encargará de dar respuestas. En las noches tristes añoro mi niñez y la presencia de ustedes. Son momentos poco llevaderos, pero debo sobreponerme a ello.
Desde hace algunas semanas estoy arrendando un pequeño departamento, en el centro; previo de haber vivido en una sencilla pieza. Esto demuestra algunos logros, comodidades que hacen más tolerable mi permanencia.
Espero se encuentren bien. Algún día llegará el momento en vernos, sabiendo que no será pronto. Den mis cariñosos saludos a mis hermanos.
Los quiero, un abrazo.
Su hijo Andrés.
Post Scriptum: Debo agradecerles por el sobre que me pasó don Pedro cuando le dejé el caballo. No debían molestarse.
El tiempo pasaba tan apresurado por las excesivas actividades comprometidas. Todo se daba en el auge. Al parecer había un manantial infinito de creación y producción: el boom y la mega editora. —Y Yo inmerso en este escenario dinámico, que se vivía con tanta intensidad —me decía repetidamente—.
Eran tiempos en que la literatura latinoamericana cobraba protagonismo. Aparecía como un fenómeno social sobresaliente. Esta se fue acomodando a través de los años de acuerdo con los acontecimientos de los períodos que traspasaba. Las décadas de los ‘50 y de los ‘60 se identificaron por las persistentes dictaduras y la violencia que azotaba al continente.
Desde mi experiencia veía a Santiago, la capital, como una urbe llamativa, estando en los ojos del mundo. Periódicos, revistas, noticieros hacían captar su protagonismo, con actividades de notoriedad. Para qué decir de personas y personajes que eran habituales con discursos bien armados. Se mostraban serios y decentes. Estos estaban dentro de la esfera lógica, muy creíbles. Otros tantos utilizaban verborrea cargada de palabras clichés. Ahí me batía yo, en una sociedad efervescente. De todo tenía que sacar partido, pero filtrando de manera adecuada. Aún me costaba saber cómo lo estaba haciendo, apenas con mis escasas herramientas. Mi inexperiencia como la ignorancia de tantos temas podría llegar a confundirme. En fin, estos eran parte de los avatares y de lo que tenía que salir airoso. Ya lo había escuchado de mis padres cuando nos aconsejaban al momento de ir al pueblo: Una persona de campo puede tropezar fácilmente en el pueblo. Hay que vestirse de desconfianza, calzar para pisar en tierra firme y sobre todo, poner la duda siempre —era parte de las evocaciones y las reflexiones que tenía día a día—.
Ante este panorama, la fructífera creación —el boom—, se encontraba con autores que querían que su arte influyese en la sociedad. Que sus escritos no fueran un simple entretenimiento. Los escritores pretendían conocer a fondo la realidad que sobrellevaban los países en que habitaban. Intentaban buscar soluciones a los problemas, a las demandas. Esta era la trinchera. Opiniones variadas se daban en el debate. Muchas divergentes, otras, las menos, convergentes. La academia se hacía cargo de los espacios del debate. Las clases, los seminarios, las charlas y una serie de revistas, folletos y pasquines eran también sitios y recursos valiosos para la discusión. En este candente escenario surgió el gran debate, de si la literatura debía de politizarse o no. Los escritores del momento se situaron en una de las dos posiciones; sin embargo, tanto los que querían como los que no, terminaron reflejando sus opiniones e ideologías en sus obras.
La literatura y la política estaban sufriendo transformaciones radicales. Los autores dejaban en sus escritos el evidente ambiente de revolución que se vivía. Algunos de los textos quedaban impregnados de las nuevas formas literarias que surgían. Estas expresaban la compleja realidad de la sociedad de los países.
Las nuevas formas surgieron en los escritores como genuinas líneas narrativas. En ellas se reivindicaba la riqueza de lo propio y se rechazaba lo externo. Había una tendencia rupturista, dejando de lado cánones arraigados en la cultura. Se cuestionaban las versiones admitidas por la sociedad. Se obligaba al lector a tomar parte en los hechos que leía. Estaba el empeño y persistencia por parte de los escritores de influir en la sociedad. Ellos deseaban transmitir sus ideales y denuncias del panorama del momento. Con ello surgieron dos maneras de hacer narrativa. En primer lugar, era un estilo de comunicación que apoyaba la fácil lectura y el impacto emocional directo con transmisión de ideología. En segundo lugar, el estilo vanguardista, que se mostraba como un nuevo modo de hacer narrativa, en el que se defendía la literatura experimental e innovadora —y se pretendía transformar al lector y la noción de la realidad—.
Las clases en la academia y las propias conversaciones en la editorial hacían ver que en la región estaba ocurriendo un fenómeno, tal vez poco usual, donde la novela había permitido conocer mejor la realidad cotidiana del continente —antes que se desarrollaran las ciencias sociales—. Con ese conocimiento literario como base, se ha determinado lo que se pretendía luego, el conocimiento científico. Por tanto, la literatura estaba entregando respuestas a interrogantes de sí misma, y al mismo tiempo las que se hacen los pueblos. Nada más didáctico que la ficción para explicar la realidad del mundo al que se aspira. Lo real y lo imaginario del mundo narrado han formado una permanente alianza, y las dos conforman la particularidad de toda representación de la cultura.
Los profesores, como es natural, también estaban influidos por distintas corrientes del pensamiento. Aunque la mayor de las veces se mostraba como personas objetivas, también se les hacía ver su fuero interno.
Entonces, por todo lo que se estaba experimentando en el medio y en el trabajo de la editora, eran fundamentales mis estudios.
—¿Qué opinión tienen del mundo narrado y de la realidad?
—¿Cuáles serán las causas que llevan a la literatura a anticiparse o a estimular los cambios?
—¿El escritor debe mantenerse al margen de su realidad y dedicarse a contar el mundo narrado imaginario? —señaló el profesor una tras otra las interrogantes—.
Las respuestas se trabajaron bajo la modalidad ensayo, las que después se pusieron en común y se fueron argumentando.
Existía una buena sintonía con los profesores. La maestría del equipo docente era de excelencia. Las clases eran verdaderas cátedras donde se forjaba el conocimiento. Era habitual la participación de todos. Culminada la semana de clases un grupo de alumnos debían hacer la síntesis de la semana, y el lunes hacer la presentación ante todo el curso. Ello nos llevaba a estar atentos durante todas las clases porque después teníamos ese compromiso.
Mundo narrado, ritmo narrativo, racconto, epistemología, ontológico, dialéctica, voz pasiva, locuciones adverbiales eran parte de los contenidos y términos desarrollados en las distintas disciplinas de estudio. Era —como se puede ver—un curriculum muy abundante y exigente. Todo estaba alineado para llegar a un mismo propósito. Las cómodas instalaciones, la sana convivencia y la rigurosidad académica eran garantía absoluta para alcanzar buenos resultados y la excelencia. El crecimiento que tenía día a día me auguraba una estabilidad laboral y una promisoria carrera.
Santiago se me comenzaba hacer familiar. Era la profusa locación que dimensionaba mucho mejor, muy distinto desde cuando llegué. La verdad que al inicio sentí el temor de no poder contra la gran urbe. Experimenté nerviosismo y hasta algo así como crisis de pánico. Pensaba que no me la podría con este desafío personal. Pero —como dije antes—, deseos, aspiraciones, lectura y la sólida formación fueron mis aliadas para perseverar a como diera lugar. Lo estaba logrando. Estaba contento y realizado.
Mis traslados al trabajo y los estudios, por la relativa cercanía, los hacía siempre a pie. Era habitual pasar por las mismas calles, lo que había permitido hacerme conocido en el almacén, la librería y el kiosco. De este último me informaba del acontecer nacional y del extranjero a través de los titulares, epígrafes y bajadas de noticias. Sabía muy bien lo que se estaba publicando en otras editoriales y cuál era la tendencia de las obras en mis visitas a la librería.
En Santiago se vivía de manera intensa las distintas opiniones del acontecer nacional —reciente y menos reciente—, y que pasaban a formar parte de la memoria colectiva de los ciudadanos.
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