En ese momento, el brillo que antes había rodeado a Nara se trasladó a Detz, lo que dio lugar a que Kai y Kareth se lanzasen a por él en un arriesgado intento de separarlos. Sin embargo, una fuerza invisible los arrojó hacia atrás, no sólo impidiéndoles alcanzar su objetivo, si no, al menos en el caso de Kareth, dejándolo inmovilizado, de espaldas contra la pared y con brazos y piernas extendidos. A su lado quedó clavada la daga de su madre, que había salido despedida al mismo tiempo.
Por otro lado, Kai, quien había salido mejor parado, logró mantenerse en pie gracias a la ayuda de su espada y garra. Aun así, no sabía cuánto tiempo podría seguir aguantando aquel descomunal despliegue de poder.
-¿¡Es que quieres echar abajo este sitio, Detz!? -exclamó el nigromante.
-¡¿Crees que me importa?! ¡Dentro de poco estaréis todos muertos! -respondió él.
Por si fuera poco, la transformación de Kai, cuya duración era limitada, estaba empezando a deshacerse.
-¡Maldita sea! -se quejó mientras veía desaparecer su espada.
-Emil… -dijo Gaia con un hilo de voz.
-Lo siento, Gaia. Cuando me contaste tu plan, fue como un rayo de esperanza. Era perfecto. La oportunidad de darles su merecido a los humanos y devolver el mundo a lo que debería haber sido. Pero tu amor por ellos tuvo que interponerse, haciéndote dudar. Si no entrabas en razón, mi única opción sería obligarte a ello. Por suerte, el Sonar que fabricó Meriah me ayudó a encontrar la forma de conseguirlo. La verdad es que era una gran científica, lástima que tanto ella como su marido descubriesen mis intenciones y tuviese que matarlos.
-Así que era cierto… -susurró Gaia.
-¡No estoy equivocado! ¡Y tú lo sabes! ¡Los humanos están condenados a la decadencia!
-Tu odio es más fuerte de lo que pensaba.
-Quizás sí, pero tengo razón. Este mundo me necesita, ahora que soy el único que vela por él.
-¡Si de verdad lo hicieses, tendrías en cuenta los sentimientos de todos y cada uno de los seres vivos de este planeta! ¡Sólo eres un maldito egocéntrico! -exclamó Kareth.
-¡Cállate!
La presión que ejercía el poder de Detz sobre el chico se hizo más fuerte, provocándole un intenso dolor.
«¿Qué puedo hacer?», pensó, «Kai no aguantará mucho más, y yo apenas puedo mover mi cuerpo».
Entonces recordó algo que todavía no había probado: el rayo de energía de los Erasers. Si conseguía dispararlo contra Detz, podría distraerle lo suficiente como para contraatacar. Tan sólo le bastarían unos segundos para coger la daga y clavársela. Sin embargo, jamás había logrado usarlo por voluntad propia, por no hablar de que ni siquiera sabía si sería capaz de acertar en su primer tiro.
Por desgracia, no había otra opción. Tendría que hacerlo.
Así pues, alargó el dedo índice lo mejor que pudo y apuntó al hombro del brazo con el que Detz sujetaba a Gaia.
Tenía que concentrarse. Acumular la energía necesaria para dispararle sin poner en peligro a Gaia y Nara.
«Por favor, Radiar, Gaia necesita tu ayuda. Todos la necesitamos. Una última vez, permíteme utilizar tu poder. Permíteme protegerlos».
Mientras tanto, el poder de Detz se hacía cada vez más grande. Dadas las circunstancias, la base no pudo soportarlo más y su estructura empezó a venirse abajo, viéndose caer algunos bloques de cemento en mitad de la sala en la que se encontraban.
La espada de Kai se había esfumado por completo, y pese a que seguía aguantando gracias a su garra, ni de lejos era suficiente como para avanzar hacia el científico.
Una espada para destruir a los vivos y una garra para hacer descansar a los muertos. Así funcionaba el poder de Jared.
-Si no hubiese bajado la guardia en ese momento, podría haberle vencido -se quejó.
«Por favor…», suplicó Kareth, concentrándose al máximo.
«Te das cuenta de que podrías fallar y asesinar a la mujer que amas, ¿verdad?«, afirmó el Radiar de su interior.
«Sí, lo sé.»
«¿Aun así quieres hacerlo?«
«Sí, porque no voy a fallar.»
«Nos gusta esa respuesta«
En ese instante, una pequeña bola de color rojo se formó en la punta de su dedo, siendo disparada como un láser al hombro de su enemigo.
-¡Agh! -gritó de dolor, mientras se separaba por un instante del cuerpo de la chica.
Lo que sucedió después pasó a cámara lenta en la mente de Kareth, quien, viéndose liberado del poder de Detz, cogió la daga y, en cuanto tocó suelo, echó a correr hacia él sin detenerse siquiera a mirar los escombros que caían a cada paso. Sabía que tenía poco tiempo. No había vuelta atrás.
-¡Kai! -gritó con todas sus fuerzas.
No hizo falta más. Su amigo entendió perfectamente el mensaje que le había enviado y actuó en consecuencia.
-¡Octavo espíritu, Sázam! –dijo. Sabía que no tenía medios para matar a Detz, pero sí había algo que podía hacer para abrirle camino a Kareth.
Así pues, con ello en mente, adelantó a su compañero y apartó a Gaia, poco antes, de su camino, arrojándose al suelo junto con ella.
Una vez el guerrero estuvo frente a su objetivo, justo cuando éste se recuperaba de su ataque, desplazó la daga hacia delante. Recordó las palabras de Normand: pulsar el botón una primera vez. Y así lo hizo, sintiendo como el arma casi se le caía de las manos al vibrar repentinamente. Pero no vaciló. La sujetó firmemente, preparado para pulsarlo una segunda.
-¡Aaaaaah!
Ambos combatientes gritaron, a la vez que sus ataques se dirigían al contrario, dispuesto a aniquilarlo.
Tras el ruido del impacto, sólo quedó el silencio, roto por el estruendo del cemento contra el suelo. Aguantando la respiración, Kai levantó la cabeza para conocer el resultado, temiéndose lo peor.
Entonces lo vio. Un gran agujero en el torso de Detz, cuyo puño se había quedado a escasos milímetros del de su contrincante. El botón había sido apretado a tiempo, destruyendo el aparato de su interior, así como sus órganos internos.
La mano del científico se alzó, temblorosa, hasta posarse sobre el hombro de Kareth.
-Os arrepentiréis de esto… -dijo, por última vez, antes de caer muerto al suelo.
-No, Detz. Te lo demostraré –sentenció el chico, dejando caer la daga, ya inservible, sobre el cadáver.
-¡Kareth! ¡Ven, rápido! -exclamó Kai.
Volviendo en sí, el joven corrió hacia él. Gaia se encontraba muy débil.
-Acercadme a Emil –les pidió la deidad.
Al principio se miraron, dudando de si sería buena idea, pero decidieron confiar en ella y la obedecieron.
Una vez a su lado, observó al que, hasta hacía unos minutos, había sido su amigo, y con expresión triste, comenzó a hablarle.
-Lo siento, Emil. En parte, ha sido culpa mía que las cosas hayan acabado así. Si me hubiese dado cuenta antes de cómo te sentías, quizás podría haber evitado todo esto.
-Había otros caminos. Simplemente, escogió el suyo -indicó Kareth, tratando de consolarla, pero ella negó con la cabeza.
-Aun así, no puedo culparle. Fui yo quien empezó todo, y gran parte de la responsabilidad recae sobre mí –insistió-. Me alegro de que por fin haya acabado tu sufrimiento, amigo mío, y espero que, algún día, puedas perdonarnos. Hasta entonces.
Tras esto, tocó con su frente el cuerpo del hombre, haciendo que el poder que le había sido arrebatado volviese a ella, algo que pudo lograr tras ser destruido el aparato utilizado por el científico.
De esta forma, pudo levantarse por sí misma.
-Gracias por ayudarme. No tenemos mucho tiempo, así que iré directa al grano. Utilizaré mi poder para hacer que todo el Radiar vuelva a mí. Al núcleo de este planeta. De donde nunca debió haber salido –dijo, dirigiéndose a Kareth- Cuida de esta chica y de tu hijo, y crea un mundo del que me sienta orgullosa –posteriormente, miró a Kai-. En cuanto a ti, es posible que dejes muchas cosas atrás, pero espero que finalmente encuentres la felicidad –sentenció, a lo que el joven asintió, ante el gesto de extrañeza que le dedicó su amigo- Adiós y que tengáis suerte.
-¡Espera, Gaia! -exclamó Kareth- Es posible que todo comenzase contigo, pero nosotros… los humanos somos incluso más culpables por haberlo llevado hasta este punto, así que… no lleves esa carga tú sola.
Como si hubiese aceptado aquellas palabras, ella sonrió. No era una sonrisa de felicidad, ni de tristeza, simplemente de aceptación. Después, cerró los ojos y extendió sus brazos, provocando que una luz apareciese a su alrededor, extendiéndose hasta ocupar el planeta entero.
Debió de durar menos de diez segundos. Cuando quiso darse cuenta, Kai se encontraba al lado de una Nara inconsciente y un Kareth que apenas podía tenerse en pie.
-¡Oye! ¡¿Estás bien?! –le preguntó, algo confuso por la situación.
-No puedo moverme. Es… como si me faltasen las fuerzas.
Tal y como le habló, dio la sensación de tampoco poder mantener una conversación en condiciones.
-Como si te faltasen las fuerzas… -repitió Kai, pensativo-. ¿Crees que será debido a la desaparición del Radiar?
Si así fuese, eso explicaba por qué él seguía como si nada mientras su compañero se encontraba en ese estado. Le hacía cuestionarse qué estaría pasando fuera.
En ese momento, escuchó un ruido cerca. Otra parte del techo había cedido, destruyendo el cilindro donde, hasta hacía unos minutos, se hallaba el cuerpo de Nara.
-¡Será mejor que nos vayamos! -indicó Kai- ¡Hel! -gritó, haciendo aparecer al Inferno, que agarró con sus huesudas manos a sus compañeros.
-¿Cómo es que puedes moverte…?
-Es… algo difícil de explicar. En resumidas cuentas, digamos que no dependo del Radiar para utilizar mis habilidades. ¡Y ahora, vámonos antes de que acabemos enterrados vivos!
Unos segundos antes, en la superficie, los soldados pertenecientes a la alianza entre el imperio y «Comhairle» continuaban su ataque, llevando una clara ventaja sobre sus adversarios.
-¡Hay grupos de la facción que se están quedando atrás con respecto al resto! -explicó uno de ellos por el comunicador.
-¡Exterminadlos! -ordenó uno de los generales encargados de dirigir el ejército en ausencia del emperador.
De repente, una luz cubrió campo de batalla, cegando a todos los combatientes antes de desaparecer.
-¡¿Qué ha sido eso?! -preguntó el general, pensando que se trataba de un plan del enemigo.
-¡Señor! ¡Tenemos un problema!
-¡¿Y ahora qué?!
-¡Todos los usuarios de Radiar de nuestro ejército han quedado incapacitados, señor! ¡Los de Yohei Gakko también!
-¡¿A qué te refieres con «incapacitados»?!
-¡Ninguno puede moverse, señor!
-¡¿Qué?! ¡¿Qué está pasando?!
Teniendo en cuenta que la mayor parte de sus tropas eran usuarios de Radiar, que éstos no pudiesen luchar haría mermar de forma drástica la fuerza del ejército, hecho que pudo observar poco después al romperse las formaciones, con miembros tropezándose entre ellos o con compañeros caídos, llegando incluso a aplastarlos por no poder sortearlos. Por si fuese poco, los Erasers estaban recuperando su forma humana.
-¡Tengo que avisar al emperador! -dijo el general, cambiando la frecuencia del comunicador y disponiéndose a hablar.
-¡Probando! ¡Probando! -dijo una voz diferente a la de Naithan, a través de todos los aparatos del imperio, lo que dejó al hombre completamente bloqueado.
-¡¿Qu-quién eres?!
-¡Al habla Razer, líder del ejército rebelde!
-¡¿Qué?! ¡Eso es imposible! ¡¿Por qué tienes tú ese comunicador?!
-Cálmate. Veo que también estáis teniendo algunos problemas con vuestros soldados. En nuestras tropas también hay algunos usuarios de Radiar, ¿sabéis? Así que sabemos un poco por lo que estáis pasando.
-¡Contesta a mi pregunta! -se enfureció el general.
-¿Por qué no lo veis por vosotros mismos?
En un punto cercano a la zona donde se estaba teniendo lugar el conflicto, todos pudieron observar a un grupo de rebeldes, liderado por Razer y Yorus, el último de los cuales llevaba sobre sus hombros el cadáver de Naithan, que también había vuelto a su forma humana.
-Así es más fácil llevarlo -bromeó Yorus.
-¡Y ahora, queridos amigos! -continuó Razer- ¡Mi compañero lanzará a vuestro emperador hacia vosotros! ¡Cuidadlo bien, aunque no creo que le importe mucho a estas alturas…!
Tras dar la señal, el cadáver fue arrojado al frente, dibujando una parábola en el aire hasta chocar contra tierra con un sonoro «¡Croc!». Desde varios metros de distancia, el general observó la escena, incrédulo, antes de acercarse corriendo hacia él. Allí, se dio cuenta de que el cuerpo no tenía cabeza y estaba desnudo, pero, aun así, lo conocía suficiente como para saber que se trataba de él.
-¡Es imposible…!
-No te lo creas si no quieres, pero ésta es la realidad. Aquel por quien habéis luchado esta guerra ya no es más que un trozo de carne frío e inerte -sentenció el líder de los Rebeldes- No tenéis cabecilla ni tenéis ejército. Lo único que os queda es rendiros o acabar como él –y así, cortó la comunicación.
-Buena actuación. Por un momento me has recordado a la crueldad del propio Naithan -lo elogió Yorus-. Así que éste era tu plan.
-Una vez cambiadas las tornas, y habiendo perdido a su emperador, lo mejor que podía hacer era destruirles la moral. Si todo sale bien, soltarán las armas y no habrá que seguir luchando.
-Entiendo.
-Si lo conseguimos, sólo faltará hacer entrar en razón a Ceron.
-¡¿Razer?! ¡¿Razer?! ¡¿Qué está pasando?! -otro comunicador se activó, escuchándose la voz de Drake- ¡¿Qué ha sido esa luz?!
-No estoy seguro, pero creo que Kareth y los demás lo han logrado. La alianza entre el imperio y «Comhairle» está al borde del colapso. Si seguimos presionando, los tendremos donde queremos.
-¡Genial! -lo interrumpió el joven- ¡Nosotros también traemos buenas noticias! ¡Hemos convencido a Ceron de que retire su ejército!
-¡¿Qué?! -la expresión de Razer se llenó de sorpresa que, posteriormente, se transformó en alegría- ¡Buen trabajo, Drake, Seph!
-Gracias, jefe. Por cierto, dice el gobernador que quiere hablar contigo.
-Pásamelo.
-Razer –dijo la voz del hombre, más grave que la de Drake y también más cansada- Siento lo que ha pasado. Si hubiese sabido mantener la calma…
-No te disculpes, Ceron. No es propio de ti –bromeó Razer, antes e adoptar un tono más serio-. Me alegra ver que has entrado en razón.
-¿Qué le ha pasado al enemigo? Nos estaban persiguiendo y de repente se han detenido. Además, los usuarios de Radiar de mi ejército están…
-No te preocupes –le interrumpió de nuevo-. Todo saldrá bien.
-¡Razer! ¡Están soltando las armas! ¡Se rinden! –exclamó, casi eufórico, uno de sus compañeros.
Al escucharle, el líder de los Rebeldes se acercó a la oreja el aparato que utilizaba para hablar con el general del imperio.
-N-nos rendimos. Habéis ganado -sentenció éste, tras lo que cortó la conversación.
-¿Por qué estás tan seguro de ello? -preguntó Ceron por el otro comunicador, continuando con la conversación, ajeno a la conclusión de los acontecimientos.
Entonces, Razer sonrió.
-Porque la suerte está de nuestro lado.
Mientras tanto, en la superficie de Genese, Remi también acababa de caer al suelo en mitad de su combate. Sin saber el motivo, se sentía débil y algo mareado. Pese a ello, había algo más aterrador sucediendo en ese momento, y es que la ciudad se estaba viniendo abajo.
Confusos, tanto enemigos como aliados huyeron de allí. Dos de estos últimos fueron los encargados de ayudarle a desplazarse a un lugar seguro.
-¡¿Se puede saber qué has hecho, Kar?! -se quejó el chico.
No tardaron en reunirse con Ivel, quien los esperaba a las afueras.
Habiendo sido informada de lo sucedido, ella también había optado por retirarse.
-¿Estás bien? -preguntó la nómada al verle.
-Bueno, si dejas de lado que no puedo moverme… y hasta me está costando hablar… genial, gracias.
-Veo que sentido del humor no te falta –comentó- Esto es cosa de Kareth y los demás, ¿verdad?
-Diría que sí… sólo espero que escapen a tiempo…
Kai notó como las fuerzas empezaban a fallarle, reduciendo el ritmo conforme avanzaban por los pasillos de aquella base subterránea. Llegados a ese punto, incluso su garra había desaparecido.
-Así que he llegado al límite. Espero poder aguantar un poco más –se dijo a sí mismo.
De esta forma, finalmente llegaron a la sala donde Sarah se habían enfrentado a Duobus. Allí se encontraba la joven de pelo azul, todavía inconsciente.
-Sarah… -logró articular Kareth, al verla.
Acercándose a ella, el nigromante comprobó su estado.
-Está viva -informó mientras la cogía en brazos, asegurándose antes de que Hel seguía junto a él.
En ese momento, un gran número de escombros cayó justo donde estaba la salida, tapándola. Al mismo tiempo, otro se precipitó sobre el grupo, obligando a Kai a invocar a End para protegerse.
-¡Maldita sea! -se quejó el joven- ¡Sead!
Al instante, aparecieron los tentáculos del Inferno, destruyendo los escombros que interrumpían el paso. Sin embargo, más de ellos les siguieron, rodeándolo.
La destrucción de aquella estructura era inminente, y por más que el nigromante buscase formas de salir, lo único que se le venía a la cabeza era abrirse camino a base de destruirlo todo, algo que no ayudaría mucho a sus compañeros. Poco a poco, la esperanza de escapar con vida fue desvaneciéndose.
-Parece que… se acabó… -indicó Kareth.
-¡No! ¡Todavía no!
-¿Kai?
-¡A lo largo de mi vida, no he hecho más que ver morir a personas que me importaban! ¡Y nunca pude hacer nada por protegerlas! -gritó mientras recordaba las muertes de May, Miruru, First y Quattuor- ¡Pero esta vez no! ¡Esta vez no morirá nadie más!
-¿Y qué… piensas hacer…?
-¡Si no podemos salir, entonces resistiremos aquí dentro! ¡Hel! –ordenó, haciendo que las manos depositasen los cuerpos de Nara y Kareth junto a él, amontonándose todos en un rincón de la sala. Allí, cubrió a todos con la armadura de End, las manos de Hel, los tentáculos de Sead y la cabeza de Gem- ¡La armadura por sí sola no servirá –explicó-, así que utilizaré todas mis cartas!
-¿Qué estás haciendo…? -preguntó su amigo- Si lo haces… tu cuerpo no lo soportará… –en ese momento se dio cuenta de que una de las piernas de Kai se había vuelto transparente, como si se estuviese desvaneciendo- ¿Qué es eso…? –se alarmó, pese a que su voz apenas diese muestras de ello.
Kai observó a lo que se refería, esbozando una sonrisa melancólica.
-Es el precio a pagar por invocar a Jared, quien domina el más allá. Como te he dicho antes, no dependo del Radiar para usar mi poder. Eso se debe a que, pese a haber nacido humano, no lo soy, sino que formo parte del propio Jared. Soy el único capaz de contener su poder, pero el precio a pagar es el de volver adonde pertenezco.
-Al más allá…
-Exacto. Imagino que el uso de mi poder está acelerando las cosas, pero, aun así, ya no hay nada que hacer. Fuesen horas o minutos, esto estaba destinado a ocurrir.
-No… -fue ahí cuando Kareth entendió lo que le había oído decir antes.
-Por eso, mientras me quede algo de tiempo, os protegeré. Dijeron que el destino me deparaba un papel importante, y creo que ahora entiendo cuál es. Tú cambiarás el mundo, Kareth. Lo sé. Tanto tú como los demás conseguiréis que vuelva a ser lo que era. Y para conseguirlo, esto es lo que debo hacer.
-Kai… por favor…
«No es suficiente, ¿eh?», pensó mientras veía cómo los Infernos cedían ante el peso del hormigón y la tierra que había sobre ellos.
Entonces, recordó cuando May le protegió con Kagami, y una extraña sensación lo inundó. Era una mezcla de nostalgia y paz, como si acabase de entender que debía hacer y supiese que saldría bien. Como si no tuviese nada que perder. Y volvió a sonreír, mezcla de nostalgia y, quizás, un poco de locura, pero, ante todo, decidido. Apostaría todo lo que le quedaba.
-Kareth, ha sido un placer conocerte y haber luchado a tu lado.
-No lo hagas… -suplicó el guerrero.
-No os preocupéis por mí. Tampoco lloréis mi muerte. Voy donde quiero estar.
-Kai… ¡Espera, Kai!
-Y dile a los demás que les echaré de menos, y que algún día volveremos a vernos.
-Tiene que haber… otra…
-No. Es la única forma. ¡Primer espíritu: Kagami! –gritó, al mismo tiempo que surgía el espíritu y la desaparición de su cuerpo se aceleraba.
«¡Aguanta!», se dijo a sí mismo, notando como sus fuerzas flaqueaban, forzándolo a arrodillarse, «¡Aguanta!».
Haciendo uso de toda la voluntad de la que era capaz, se levantó e hizo que sus invocaciones empujasen los escombros hacia arriba.
-¡Aguanta! –exclamó, poco antes de que el techo se abalanzándose sobre ellos, silenciando todo en un instante.
«Cuando abrió lo ojos, se vio a sí mismo en una extraña habitación, acostado sobre una solitaria cama de sábanas blancas. Al mirar arriba, descubrió la cabeza de una chica, quien lo observaba con ojos tiernos mientras acariciaba suavemente su pelo. Se trataba de Miruru.
-Parece que ha cumplido con su palabra -dijo Kai, cogiendo su mano y poniéndola sobre su mejilla-. Le hice dos peticiones a Jared. La primera, verte una vez más antes de morir. Y la segunda, poder estar contigo cuando llegase mi hora.
-Qué remedio. Se sentía culpable, así que no podía negarse -sonrió maliciosamente ella-. Aun así, hubiese querido que vivieses –continuó, con tristeza en su voz.
-En ese mundo, ya no hay lugar para mí, Miruru. He perdido a todos los que me importan. A May, a First y a ti. Aquí, puedo estar con vosotros para toda la eternidad. Si para ello he de renunciar a mi vida, que así sea.
Mientras hablaba, los dos primeros que había nombrado entraron en la habitación, cogidos de la mano y sonriéndole orgullosos.
-¿Y bien? ¿Era como esperabas? -preguntó Miruru, acercándose para besarle.
-Sí. El lugar al que pertenezco.«
Pasó tiempo hasta que Ivel, junto con su equipo, pudiese volver a la zona donde se había producido el derrumbamiento.
Como mínimo un cuarto de la ciudad se había visto arrastrada hacia el desastre. Sólo quedaba desear que no hubiese habido víctimas.
-¡Kareth! -exclamó la chica, saltando sobre una aglomeración de rocas, a pocos metros por debajo del límite superior del agujero que se había formado-. ¡Kareth! -volvió a llamarlo, sin recibir respuesta. No sabía nada sobre ellos, pero no quería perder la esperanza de que siguiesen vivos-. Repartíos en grupos de dos y buscad por toda la zona. Tanto a ellos como a cualquier posible víctima. Empezad a quitar escombros si es necesario. ¡Vamos! ¡Rápido! -ordenó la joven mientras bajaba y escarbaba entre la tierra y el hormigón, ayudándose de su lanza.
«¡Por favor, seguid con vida!», rezó.
Varias horas pasaron sin encontrar ni rastro de ellos. Si la búsqueda se alargaba demasiado, incluso si seguían vivos, cuando los encontrasen sería demasiado tarde.
Sin agua ni comida, puede que con apenas oxígeno, a saber cuánto más aguantarían.
Por si aquello no fuese suficiente, a sus súbditos empezaban a flaquearles las fuerzas. Llevaban mucho tiempo sin dormir y tampoco habían podido hidratarse como era debido.
-Ivel -dijo uno de los nómadas-. Tenemos que volver. Estamos sedientos y cansados. Dos de los nuestros se han desmayado. Quizás, si pedimos refuerzos…
-Tardarían demasiado en llegar. Debemos continuar.
-Pero…
-¡Si queréis descansar, marchaos! ¡Seguiré yo sola! -declaró, tajante.
Pese a lo que acababa de decir, su estado no era mejor que el de ellos. Teniendo en cuenta su combate contra Tribus, la huida de después y el tiempo que llevaban allí, suficiente con que su único problema fuese un constante jadeo y dificultad al respirar. Su resistencia física era admirable.
No quería darse por vencida. Sería como pisar su orgullo y su amistad. Aunque sus dedos quedasen hechos añicos y su lanza acabase rompiéndose, continuaría.
Tropezando, se sujetó a duras penas con su arma para evitar golpearse la barbilla contra la roca.
-¡Maldita sea! -se quejó, sintiéndose impotente- ¿Dónde estáis…?
En ese momento, algo la detuvo.
-¿Lo has oído? -preguntó a su compañero.
-No -respondió el otro, confuso.
-Era la voz de alguien.
Levantándose rápidamente, como si de golpe se hubiese recuperado, la chica continuó escarbando y quitando piedras de su camino, siguiendo aquel leve sonido que, poco a poco, fue haciéndose más audible.
-¡So… co… rro…!
-¡Es Kareth! –exclamó, emocionada, apartando una última roca hasta dejar ver un estrecho hueco en el que se encontraba el guerrero junto con Sarah y Nara. Por alguna razón que no alcanzaba a explicar, los escombros se habían acumulado a los lados, dejando esa zona prácticamente ilesa.
-¡Rápi… do! ¡No sé… cuanto… más… aguantará! -dijo Kareth.
-¡Enseguida vamos! ¡Corre a pedir ayuda!
Tras un rato, entre todos lograron sacarlos de allí. Estaban muy malheridos, pero seguían con vida. Sarah fue la primera en ser trasladada, utilizándose una capa, cogida de ambos extremos, a modo de camilla.
Por su parte, Kareth se quedó junto a Nara. Después de todo lo que había pasado, no quería separarse de ella.
-Kar… -susurró la chica, con un hilo de voz.
-Nara… gracias al cielo…
-¿Estás bien?
-Sí… sólo un poco cansado… -sonrió.
-¿Sabes? He tenido un sueño… En él… no había guerra… y nuestro hijo… jugaba en un lugar… lleno de árboles y colores… corría y saltaba… riendo sin parar… y a veces el viento hacía que volase… libre… Era precioso, Kar… Dime… ¿crees que se hará realidad…?
Lágrimas descendieron sobre sus mejillas. En parte por tristeza, en parte por alegría. Una mezcla de sentimientos que era incapaz de controlar y que necesitaba exteriorizar para evitar derrumbarse delante de ella.
-¡Kareth! -dijo Ivel, viniendo hacia el chico con un comunicador en la mano- ¡Es Razer! ¡Dicen que han ganado! ¡Lo han conseguido!
Nada más acabar la frase, la luz del día atravesó las nubes después de mucho tiempo oculta detrás de éstas. Era como si el propio cielo lo confirmase.
-¿Por qué lloras…? -preguntó Nara.
-Por nada… -respondió. Aquel día, la Guerra Eterna, después de quinientos años activa, de llevarse innumerables vidas por delante, de causar dolor, miseria, hambre, ira, venganza y destrucción; finalmente llegó a su fin- No es nada…
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