La Raimunda era una joven campesina de Abancay que a principios del siglo vivía en Andahuaylas. Era una inquieta comerciante de esas que en quechua llaman una “kuski”. Que, de la noche a la mañana, bien se ponía a vender en los mercados, mercadillos y “paraditas” toda clase de plásticos, animales, abarrotes, alimentos y hasta alfalfa. Solía ufanarse diciendo. “Plata hay, solo hay que saber dónde buscarla”. En una de sus andanzas había conocido al Jacinto, un buscón andahuaylino que traficaba toda clase de robos, especialmente celulares, laptops, pequeñas joyas de oro y plata y traficaba algunos dólares, euros y hasta yuanes chinos, porque decía que ese era el dinero del futuro.
Como suele suceder entre esta canalla, una vez que mutuamente conocen su ciego amor por el dinero y si es fácil mejor, casi inmediatamente se aparean, aunque después a sus parientes y amigos les digan que ambos se habían enamorado perdidamente. Como si se tratara de un rito, después del “chuculún” Jacinto le obsequiaba algunas pequeñas baratijas bañadas en oro y otras más grandes de plata, mientras la Raimunda le invitaba pollo a la brasa en el “Pollo Loko”, que funcionaba en el segundo piso de una improvisada construcción que tenía un baño tan apestoso que a la gente decente le quitaba el apetito y hasta le provocaba vomitar. Comida oriental en un ostentoso chifa del centro de la ciudad que se llamaba “Beijing” y que dirigía un chino medio cojo y completamente sucio. Pero los viernes y sábados por la noche chupaban como vampiros cualquier licor en el Restobar “La chamba loca” que encima de su improvisada barra exhibía una gigantografía que decía. “¡SI SABEN CÓMO ME PONGO PA’QUE ME INVITAN!!”.
Aparte de sus sucios negocios al Jacinto le encantaba andar metido en toda clase de movimientos políticos regionales y locales, porque entre los que pasaban por ahí encontraba a los “huaykis” que podían comprarle su mercadería. Además, según él entre la gente profesional que milita en esas movidas, podía llegar a tener amigos abogados, que en el momento menos pensado podían servirle, si acaso en una de sus andanzas llegara a tener problemas con la policía o la justicia. Para caerles bien les ofrecía sus servicios como matón, diciéndoles. “¡Doctor, yo puedo sacarle la concha de su madre a cualquiera que le esté molestando más de la cuenta!”. Cuando alguno de sus protegidos se ufanó delante de sus amigos de tenerlo como su guardaespaldas. Uno de ellos le dijo sarcásticamente. “¿Y cómo te va a defender ese enano? Si apenas puede con su alma”. Con aires de sabiduría le respondió. “Eso no me importa. Porque mientras le estén sacando la mierda al petizo, yo me escapo”.
Un día el Jacinto le anunció a la Raimunda que tenía que ir a Abancay, para arreglar los asuntos de una herencia que le correspondía dentro de una chacra y de una casita de ochenta metros cuadrados que su padre había construido en esa ciudad para refugiarse del terrorismo. Cuando se hizo con la casa, porque a su hermana le tocó la chacra volvió a Andahuaylas. Por un tiempo estuvieron cada cual es su misma movida, pero para vender juntos pesticidas y medicamentos veterinarios se hicieron socios, hasta que en eso de andar de pueblo en pueblo con esos menjurjes “bamba”, alguien les propuso ganar una buena cantidad de dinero si se atrevían a realizar algunos “pases mágicos” con eso de los “quesitos del valle”, encargos que debían primero llegar a Andahuaylas y de allí hasta Abancay, y que ganarían algo más suculento si lo hacían llegar hasta Izcuchaca en el Cusco.
“¡Prueben nomás! ¿Además, qué pueden perder?”. Primero y para probar sería sólo un kilito y ya ellos verían la forma de hacerlo llegar a Izcuchaca y entregarlo a un “pata” que les estaría esperando en el lugar. Una vez terminado “el pase”, el mismo “pata” les daría un número telefónico diferente y quién debía recogerlo podía ser “otra punta”. Lo mismo sería en la entrega de Andahuaylas. Y que por cada kilo que llegara a su destino. “El pago será tanto (¿?) y por adelantado en Abancay por cada kilo que llegue a su destino. Pero no se atrevan a romper la cadena de distribución, salvo que por descuido de uno de ustedes suceda la «cagada». Tampoco gasten todo el dinero que ganarán hasta el día en que ya no necesitemos de sus servicios, pues cuando algún “sapo” se entere que gastan más de lo que ganan en las huevadas que venden, puede irse con el soplo a los tombos de la División Antidrogas”.
La cosa fue que al enterarse de semejante ganancia y que gracias a ello ya no tendrían que andar con la cara de cojudos o de pordioseros ofreciendo cualquier adefesio. Sobre todo, él, pues ya no tendría que andar corriendo riesgos para ganarse 50 o 100 soles dos o tres veces a la semana. Así que entre los dos convinieron que ella haría la posta de Andahuaylas a Abancay y el Jacinto la que seguía hasta Izcuchaca y que con toda la plata que él recibiría se comprarían dólares en el Cusco los que se mantendrían escondidos en algún lugar de la casita que él había heredado y que ya después verían que se haría con ellos. Convenido esto y tras ponerse de acuerdo en las “comunicaciones en clave” que debían hacerse por el celular, empezó la movida.
Las ganancias se fueron acumulando rápidamente, porque en su ambición llegaron a transportar cada vez mayores cantidades de la “vaina”, porque habían llegado a encontrar hasta cinco métodos diferentes y probados de pasar desapercibidos, siempre bajo el disfraz de ser comerciantes ambulantes de toda clase de las cosas que los campesinos de los pueblos por donde pasaban están deseosos de adquirir. Incluso la Raimunda se hacía pasar de adivina, curandera y hasta sanadora espiritual, y para dar crédito de esa su condición siempre se la veía con una lliclla a la espalda repleta de hierbas curativas, sobres de sahumerios, las pócimas y los otros insumos de la medicina tradicional andina; mientras que él, aparentemente sin ningún apuro, seguía ofreciendo en los mercadillos y las ferias dominicales de los pueblos de su ruta los polvos para desparasitar al ganado, los gatos y los perros y los venenos para las ratas y toda clase de plagas. Y así, casi sin darse cuenta pasaron los meses y pronto llegarían a un año dentro de la misma peligrosa rutina.
A pesar de que su trabajo era ultrasecreto y super clandestino, y que supuestamente ellos no se conocían “ni en la pelea de perros”, no dejaron de llegarle a ella los chismes de que el Jacinto estaba saliendo con una mujer más joven, alta, guapa, más blanquiñosa que ella y que con la plata de su enamorado estudiaba enfermería en el “Alas” y que ambos vivían en un flamante departamento del centro de la ciudad y que incluso estaban adquiriendo un terreno para construirse un enorme hotel. Entonces fue que la Raimunda pidió permiso a “los jefes”, para suspender por un par de semanas el envío de las remesas, porque tenía que viajar al Cusco para hacerse un despistaje de cáncer a los ovarios, puesto que con mucha preocupación así le había recomendado una doctorita especialista que atendía en Andahuaylas. Ellos dijeron que no había ningún problema y que se tomara todo el tiempo que haga falta, pero eso sí, si quería volver al negocio que les hiciera saber con tiempo.
Cuando con la sangre hirviendo de rabia confrontó al Jacinto, este le dijo que era falso lo del departamento y eso del terreno para construir un gran hotel, pero que no podía negar que tenía una “limpia sable nomás, para soltar la piedra” o quería que se volviera ciego de tanto pajearse. “Nosotros no somos nada. Solo tenemos lo que ganamos en esa ‘vaina’ que además ya me está cansando por ser demasiado arriesgada y porque un ‘pata’ abogado me dijo que por su transporte pueden meterte a la cárcel hasta por doce años y que además te quitan todo lo que tienes tú y tus familiares. Si quieres vamos a mi casa y verás que el dinero que hemos ahorrado juntos está enterito”, y se fueron. Cuando la Raimunda se percató que todo estaba en su lugar, salió llena de júbilo, y como al bendito dinero no le había pasado nada, volvieron a su “chuculún” de antes, pero sin dejar de comer y chupar rico y harto.
Después de algunos meses de aquel encuentro, los parientes del Jacinto comenzaron a hacer correr el chisme de que junto a la Raimunda habían montado un próspero negocio de una agroveterinaria ambulante, aunque sabían que se habían metido a ser “cargachos” de la pasta básica de cocaína de los narcotraficantes del VRAEM y que en ese boyante negocio habían ganado casi dos millones de soles, pero que esa maldita llegó de Andahuaylas para emborracharlo y envenenarlo con los productos de su negocio y después que hizo desaparecer su cadáver, voló con todo su dinero.
Por su parte los parientes de la Raimunda hicieron correr el mismo chisme diciendo que el perro del Jacinto, con engaños le hizo venir desde Andahuaylas, para que después de emborracharla, envenenarla con el contenido de los sobres de veneno que el mismo vendía y luego de hacer desaparecer su cadáver, se esfumó con todo el dinero que en su sociedad habían acumulado.
Pero la verdad fue que cuando la mafia cayó en la cuenta de que ambos habían llegado a conocer mucho acerca de su negocio, especialmente sobre sus contactos y las rutas por donde salía la droga, así que decidieron darles de baja y como los tenían «reglados», porque habían llegado a mover considerables cantidades de la «merca», entonces inventaron lo de la estudiante universitaria, el lujoso departamento donde vivían y el terreno para construir un enorme hotel. De modo que lograron nuevamente juntarlos y por el enfado de ella al entrar a la casucha del Jacinto y su alegría al salir, lograron enterarse dónde estaba escondido el buen dinero que les habían pagado por sus servicios.
Despues de haber recuperado todos aquellos dólares escondidos, simplemente los mataron y en algún paraje sin Dios y sin nombre, quemaron sus cadáveres con las llantas que recogieron de los varios basurales que existen al salir de la ciudad.
Así acabaron las ambiciones, los sueños, las vidas y la bellaca historia del Jacinto y la Raimunda.
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