AMOR ADULTO
Me llamo Iñigo y tengo 56 años, viudo, con dos hijos, ya, mayores de edad y gran amigo de la familia de Laura. Me gustan las mujeres, pero, solo, reconozco, haber estado, en mi vida, una vez, enamorado, lógicamente, de mi difunta esposa. En el pueblo, Nagore, la que era mi mujer, se encontraba plenamente feliz, con el cobijo, la cooperación y la solidaridad, que, en un viejo pueblo del interior de la Guipúzcoa más profunda, se hacen cercanos; la vida me la arrebató hace, ahora, ocho años y, todos los días, nos acordamos de ella y, hasta rezamos, para que, allí, donde se encuentre, halle la paz y ejerza como nuestro ángel protector. Cuando estuvo, fatídicamente, enferma de cáncer, encendíamos velas, costumbre que ella adoraba, verdes para la mejora de su delicada salud, azules para la armonía familiar, rosas o moradas para revitalizar el amor, amarillas para que el intelecto de sus hijos les propiciase fortuna en los estudios, blancas, actualmente, para que, mi Nagore, halle el camino de la luz pacificadora.
Ella resultaba extrovertida, de mente positiva, querida por todos; yo, sin embargo, me considero un hombre extremadamente tímido, introvertido, un artista algo bohemio, pues, pinto al óleo y, regento, aún, aquel, entonces, nuestro negocio, de enmarcación de cuadros y de tapicería. Desde entonces, llegada la tragedia de su marcha, no he tenido, aún, ojos, para ninguna otra mujer. Está ahí, en el portafotos del recibidor, donde, al lado, enciendo cada día, una nueva vela.
Mi hijo, Igor, de 24 años, se encuentra estudiando en Londres un Máster en Dirección de Empresas y Márketing corporativo. Se centra en sus estudios, con el fin de, regresar, a su Euskadi natal, con residencia definitiva, tras encontrar un factible puesto de trabajo. Mi hija, de 22 años, se ha especializado en restauración de mueles y decoración de interiores, ampliando, así, junto a mí, las especializaciones con segura salida profesional. Pronto se casa y llevará, entonces, en honor a su madre, los preciosos pendientes de bautizo que su madre guardaba para ella en un momento tan señalado, más una tiara nupcial que, también llevó su madre, complicada de mantener sujeta, en nuestra boda.
De las paredes de casa, cuelgan sus maravillosas creaciones a punto de cruz y, en la biblioteca, descansan, limpios de polvo, las radiantes poesías, tanto de Neruda, como de Cernuda, más, su novela de cabecera, “Cumbres Borrascosas”, de Jane Eyre, tan romántica como ella misma; algunos centros de mesa, sumamente originales y, su colección de rosarios artesanales, la mayoría traídos de nuestros viajes, a través, del mundo.
Desde hace, aproximadamente, ocho meses, contamos con una nueva clienta, una nigeriana de color emigrada a nuestra tierra, auxiliar de clínica con, afortunadamente, trabajo fijo y, con un hijo pequeño, de cuatro años y, padre, desconocido, que, se ha adaptado, sobremanera, a los otros niños de alrededor y a la vida en el colegio público, con lo difícil que resulta manejarse, con eficacia, en las lenguas de euskera, inglés y, como no, castellano.
Habibia, restaura su piso, en alquiler, pero que ella cree, fervientemente, será para toda su vida o, como mínimo, a largos años vista. Agradable, simpática, educada y, para mí, guapa a rabiar, me ha invitado, varias veces, a tomar un café con ella, lo que me resulta de lo más reconstituyente, teniendo, además, en cuenta, sus, siempre, interesantes discursos. Vital, curiosa, curiosa, espontánea y afectuosa, poco a poco, me he sentido, en cada encuentro, más fuertemente atraído por ella. Me devuelve la ilusión, las ganas de vivir, también, experiencias, juntos, mientras mi hija se ocupa, enteramente, de la tienda. Pero, hasta el establecimiento comercial, le han llegado feroces críticas sobre nuestros visibles contactos. Me molestan, pero, mi difunta esposa, estaría, seguro, a favor, de que reanudase mi vida sentimental, que, no obstante, a mi hija, menos liberal que su hermano, le crean prejuicios hacia mi relación; pero, yo, siento que el tiempo se alarga demasiado si, con ella, he quedado a una hora y ese momento se acerca; noto mariposas en el estómago, me viene, por sorpresa, a mi mente cuando no está, con obsesivas ganas de tenerla, físicamente, cerca. Guardamos, como buenos románticos, nuestros encuentros más íntimos para el, futuro rato, propicio en el tiempo.
Así mismo, acuso una mayor presunción en el cuidado de mi imagen, vestido de básicos por tradición, camisa blanca y pantalón azul de tergal, más el afeitado diario, el uso de lentillas en vez de gafas e, incluso, una, irremediable visita mensual, a mi peluquero de confianza.
Cuando la veo llegar, a mi negra de vestidos blancos, vaporosos, a la moda más hippie ibicenca, se me sale el corazón con fuertes latidos, la tasa cardíaca se dispara; observo, según se acerca, sus largas, estilizadas piernas, que se vislumbran, bajo la parte vaporosa, de gasa, de su falda; me encanta que no calce tacones altos, tengo mis reticencias, algo machistas, hacia las mujeres que me superan en estatura; admiro su sutil cintura; sus pechos abultados, disimulados con la parte superior de su ropa, holgada y cerrada hasta el cuello mao; su ágil saber estar, saber venir, con sus complementos étnicos, no obstantes, sumamente elegantes. Tras el corto beso en los labios, comienzo a relajarme, con un sentido del humor que me produce risa constante; sus brillantes ojos, castaños tirando a color miel que, resaltan, tras una fina capa de máscara de pestañas color azulado; su boca sensual, con ligero gloss labial color carmín; su pelo corto, de enredadera, exótico, que me hace soñar; parlanchina, divertida, encantadoramente, siempre, alegre, de risa locuaz, contagiosa que, a menudo, esconde, tapándose la boca con su mano izquierda; su densa cultura, mezcolanza de continentes, sin mencionar, jamás, sus trágicos momentos pasados; su cocina exótica y, también, comarcal, enamorándome, así mismo, a través del estómago; sus buenos hábitos de vida, a base de footing matutino y, de ordinario, ligera dieta gastronómica; al rozarla cuidadosamente, se me eriza el vello de los brazos, cuando la sensualidad aprieta y, reconozco, que llega hasta la acuciante llamada del sexo, que mantengo puro con represión de instintos, hasta que, el momento oportuno, llegue; me vuelvo torpe, infantil e, irremediablemente, modulo, meloso, el tono de mi castigada voz; encuentro parecido entre mis dos mujeres, en la de aquella y en la de ésta; no me facilito una, demasiada, intensa felicidad, el presente y futuro temprano del enamorado, del, sufrimiento, tormento, del eternamente enamorado, porque la felicidad, cuanto más equilibrada y relativa, resulta lo mejor para mi estabilidad afectiva, emocional y, razonablemente, mental; no puedo evitarlo, nunca despego del todo, los pies de la tierra; tampoco ella, aunque, en un principio, parezca impulsiva; no lo es y, éso, más me fascina; algunos días hasta, me sube, la fiebre, que ella consigue me aje, antes que el paracetamol. Junto a ella, me siento pequeño, frágil, mientras, la veo crecerse, ante mí, como un férreo dólmen, cuya solidez, cuya fortaleza, me protegen, aliviando mis males y, dotándome de una mayor tranquilidad física y espiritual, en ella y en mí mismo, todo a uno.
¿Cómo explicar, de qué modo me siento? A mi hija, el chaval de cuatro años, la ha conquistado; perfecto, por ese lado. Junto a la vela blanca cerca de la foto, ampliada, del virginal rostro de, otrora , mi mujer, enciendo, ahora, una vela morada por mi nueva e, incipiente, relación, que, desprende, una llama larga y estable, que ocupa mi atención, como si ésta, desde, supongo, el cielo, pues éramos sumamente creyentes, me diese, generosa, su preciado beneplácito, ante la emergente relación, aún breve, pero, sin duda, intensa.
Debo reconocer que tras el fallecimiento de mi esposa, me refugié en la depresión ahogada en alcohol, hecho, éste, que, Hanabibi, ha ayudado a que desaparezca.
También, bajo su, incesante, aliento, yo, así mismo, he puesto de mi parte entera, férrea, voluntad; acudo a Alcohólicos Anónimos, que, a modo de terapia, consigue corregir mi maltrecha autoestima. Con el tiempo, mi hijo se ha establecido por su cuenta, por aquí cerca; a mi hija le he cedido la casa, situada justo encima de la tienda y del taller de trabajo, en el que se ha decidido contratar, por necesidad, a su novio; yo, por mi parte, me traslado junto a mi presente amor; paso gigante, en la vida, para mí.
Así, siempre, con el desgarrador recuerdo de mi mujer a cuestas, nos hemos casado, por el juzgado y, también, eclesiásticamente, al mismo tiempo que mi hija con su joven y, prometedor, novio. Dos casamientos, dos bodas, en una misma celebración, inolvidable para los cuatro, para las dos parejas. En fin, que nunca es tarde…, gracias,
con amor,
kf. por Laura/SS;marzo 2018
TIERNA ABUELA ALMODOVARIANA
Me llamo Carmen y me considero una gran amiga de la familia de Laura. Tengo 69 años y estoy, felizmente, jubilada, al igual que mi marido, de 72, por el que me encuentro, realmente, preocupada. Es buena persona y generoso, con un corazón que no le cabe en el pecho, pero no sólo en sentido figurado, sino, así mismo, real. Se fatiga tanto, que, ya, escasas veces, sale a la calle, ni siquiera para un corto paseo. Sufre arritmias, taquicardias, bradicardias, que lo marean. Los médicos le han recomendado que no insista en hacer esfuerzos, como, según ellos, hacer las compras, que le encanta, o pasear a nuestra leal mascota. Duerme, aún con pastillas, poco y sin sueño reparador; menos mal que devora libros, principalmente sobre Historia, realizando alguna parada, en su basta sabiduría a través de la lectura, para resolver crucigramas y demás, y, lo más importante, tallar originales bastones con gruesas maderas que le traen nuestros vecinos, más alguna que otra escultura colgada en nuestras paredes; también, recibe encargos. Si todo se queda como está, que es por lo que rezo, dentro de, escasamente, un año,celebraremos nuestras bodas de oro, que ya es decir,… nuestro ángel guardián cuida de que nuestros pasos nos encaminen hacia la realización de nuestras misiones en la vida; cuando necesitamos un empujón, nuestro ángel más travieso, nos lo da.
Él elabora la lista de la compra. Como somos de buen comer, tal cantidad de recados, nos los hace la misma chica de servicio, que es de absoluta confianza. Posee una destreza al limpiar que yo, ya, no podría. Eso sí, me ocupo de cocinar, que me gusta y lo hago con cariño, de sacar a mi perro, más listo que el hambre, y, de continuar con lo que siempre ha sido mi trabajo y vocación, la costura. Sí señoras, aquí, la menda, ha sido, toda su vida, modista, primero y, diseñadora, después, de la casa Balenciaga, sin importarme que la gloria se la llevara él solito, nunca nosotras, costura, diseño, patronaje, en su taller, de mi querida San Sebastián. Aquí, el ángel de san Basilio me dotó de luz en plena oscuridad y, por su parte, el ángel de santa Cristina hizo inocuas las malas lenguas.
Vivimos solos. Nuestros vástagos hace tiempo que echaron a volar por ahí, por mundos lejanos, uno psiquiatra y, la otra, periodista especializada en crónicas de guerra. Me tiene el alma, constantemente, en vilo; menos mal que, a diario, la veo en televisión, cual reportera dicharachera, si no fuese por los desastres que, detrás de ella, se ven. Yo la aconsejo que se establezca, de una dichosa vez, en su residencia de Barcelona, junto a su marido arquitecto, encantador, y, sobre todo, junto a mis dos nietos, Jordi y Pau, que, aún pequeños, tanto la necesitan y, a los que veo, a mi pesar, con escasa frecuencia. Se portan fenomenal y son brillantes en el colegio. San Miguel Arcángel les acerca a la voz de Jesucristo, así como, sus ángeles sutiles, conectan con sus corazones, con sus emociones.
Desde hace semanas, me encuentro rara, con una especie de angustia interior, con tenues, por el momento, ataques de ansiedad, que me tienen intranquila. Mi doctora de cabecera no da con nada que alerte, en mis análisis, algo que sea causa de molestia, de peligrosidad sanitaria y, mucho menos, de gravedad. Me considero, más bien, alguien optimista, siempre con motivaciones para vivir, ojalá, longevamente; pero, ahora, noto, me sobrevienen momentos intensos de fatídico pesimismo; como si me alertasen que estuviese preparada para determinados hechos duros a los que, de forma premonitoria e inevitablemente, debiese enfrentarme…, en breve. Me consagro al ángel de santa maría Magdalena, que ayuda a las mujeres perdidas. También, recurro al ángel de santa Rita, abogada de casos imposibles, tal y como lo hace, por ende, el ángel de san Judas Tadeo.
He llamado a mi hijo, el médico del que más me fío, al que, para eso soy su madre, le he contado lo que me ocurre; sobre todo, algo que me pasa y que me tiene, por el momento, perdida.
Alguna de estas mañanas, tras mojarme la cara y mirarme en el espejo del aseo, he vislumbrado, detrás de mí y hacia mi lado derecho, la figura de una mujer alta, como yo, que atisbo como de melena larga y rubia, como yo, con ojos que sé que son azules, como los míos, porque brillan de manera más neta cual piedras preciosas que ciegan, de estructura corpórea que, se imagina, delgada, como la mía, vestida de riguroso negro, color que yo uso poco, y envuelta en un aura tan blanca como una especie de anillo, en este caso, nacarado, que enseña, con su mano, alrededor de la parte inferior de su estilizado, largo cuello. Entonces, va abriendo, lentamente, su boca, desprovista de dientes, con el fin de finiquitar el ahogo de la emisión de su voz, para…, no sé bien, si decirme algo, avisarme de algo o, lo que evito, desear alertarme de… algo, no sé…, porque, confundida, bastante asustada, cierro férreamente los ojos y susurro, lo que por dentro pido a gritos, que desaparezca, que se vaya… He creído ver su silueta, también, reflejada, pegada a mí, en los limpios azulejos del suelo de la cocina, en los escaparates de diversos establecimientos, en las claras aguas del estanque de los patos; de noche, enfrente, en la enorme televisión de plasma, apagada y, lo que más me asusta, acompañándome de copiloto sin pies cuando conduzco, sin la parte inferior de sus piernas cuando monto en transporte público y, siempre, ante el inicio de la apertura de su lánguida boca, cierro, fuerte y reiteradamente, los ojos y ruego, mentalmente, desaparezca, que me deje tranquila, en paz; que se calme, por fin, mi acelerado corazón. La veo, últimamente, tantas veces y en tan variadas circunstancias que me impide hacer mi vida normal… ¿ es normal?… Para mi hijo y, algo posterior, para mi doctora de familia, decididamente, no resulta, para nada, normal. Contra todo tipo de enfermedades, físicas y mentales, me cobijo en los milagros del ángel Augusto, del ángel Dionisio contra el dolor de cabeza y del ángel de san Roque, contra la artrosis y, salud, en general.
Así que me han puesto en tratamiento médico, con ansiolíticos suaves, ayuda para conciliar el sueño, las mismas pastillas que toma mi marido y, tras un tiempo sin mejora, miligramos de más en antipsicóticos que deberían hacer desaparecer tales, según ellos, alucinaciones sensoriales. La figura continua apareciendo, no más esporádica, pero sí de forma más fugaz. Por mi introversión, ni lo he comentado con mi marido, que, casi de manera instintiva, me nota algo extraña, sin más, sin claras o acusadas muestras de preocupación por su parte, pues él sí que es de vivir más hacia fuera. Entonces, recaigo en el ángel Martín de Porres por su entereza y, en las plumas blancas, cambios de temperatura ambiental y fragancia intrigante de mi, de nuevo, ángel de la Guarda; los ángeles de Géminis, Acuario y Libra, equilibran mi autoestima; los de Cáncer, Escorpio y Piscis, me recuerdan que, en la sensibilidad, está la fuerza.
Una de estas noches, no me acuerdo cual, pues tengo el calendario loco en mi cabeza, se me ha aparecido en mis sueños. Ahí no he sido capaz de cerrarle la boca. De forma lenta y absurda, ha pronunciado el nombre de mi hija, Isabel, sin más. De día, la niña de mi corazón, no ha aparecido en las noticias de su canal de televisión, ni al mediodía, ni por la noche. La llamo al móvil y se encuentra apagado; que esté fuera de cobertura resulta de lo más corriente, en semejantes sitios, devastados por guerras o fuertes trifulcas entre clanes. Por eso, me he puesto en contacto con el canal para el que trabaja y…, no saben nada de ella desde hace más de 24 horas. Se encuentra, por tanto, desaparecida, con la correspondiente denuncia policial interpuesta, con la serenidad que le caracteriza, por su estimable compañero sentimental, que, encima, nos aporta la moral imprescindible, para sobrellevarlo, de la mejor manera posible. Me aportan energía vital para proseguir, los ángeles de Aries, Leo y Sagitario; los de Tauro, Virgo y Capricornio reorganizan la parte de mi mente más práctica.
Cada año, en tamaño desproporcionado, en el Palacio Miramar de Donostia, durante una intensa semana, se celebra el Festival Esotérico, con presencia de prestigiosos sanadores, tarotistas, quiromantes y videntes. Una de ellas, adivina y pronostica, a través de los colores y características del aura, al tiempo que la dibuja con la presencia, incluida, del ente espiritual que, a cada uno, le acompaña; en el mejor de los casos, puede ser tu Ángel de La Guarda y, por tanto, protector. Visito su gran stand, previo pago y cita. Un aura azul claro, talante remanso de paz; amarillo mental e intuitivo; dos puntos rojos en el extremo lateral más cercano al corazón. Detrás, real como la vida misma, el ente de mujer que me acompaña y que tanto se parece a mí. La vidente me comunica que es un familiar mío cercano, ya fallecido, que pretende prevenirme de un futuro inmediato, con el fin de ir preparándome para mitigar el dolor que, de cualquier otra forma, me resultaría inaguantable.
Me confirma que Isabel, uno de mis puntos rojos, ha sido secuestrada y asesinada; mal que me pese, yo la creo; cerrar mi incertidumbre me produce una estable emoción. En cuanto al punto rojo que queda, me asiente con la cabeza y me da su pesar, hasta un punto, porque se va, de este mundo, sin dolor, tranquilo, en su pequeña siesta diaria, en la de hoy, en la de ahora, ir junto a su hija para no regresar; ambos en paz, ellos en cada uno de mis agudos sentidos; yo en los corazones de las dos almas…
Al volver a casa, mi marido yace, sentado, en nuestro confortable sofá. No puedo evitar una lágrima, un beso,… una breve e, inevitablemente, sensible, notificación de lo acaecido a todos, en particular, si procede, y, en general, sin detalles que dejo para mí. Ruego, al ángel protector de san Jorge, nuevamente, me guíe; que, también, me enseñe el camino a seguir, el ángel de san Benito; que, mi ángel de la Guarda, santiguo mi espacio y renueve el ambiente; a los ángeles protectores Acaciah, Aladiah; Caliel y Mhiel, me impregnen de sus valores y, como no, de sus suertes.
Desentraño el olvidado álbum familiar más antiguo, el de los recuerdos sintetizados en aquellas instantáneas de antaño donde afloran las más profundas raíces, de Valladolid, de la ancha Castilla y, en espacial, de Torrelobatón . Y, ahí está, ella, tal y como tantas veces la he descrito y, el dibujo, enseña. Presumida, posa con la boca cerrada, con aquellos inevitables dos puntos rojos en la mirada, uno en cada ojo. Atrevida, viste de amarillo y de azul pastel; sus estilizadas manos, sobre, por fin, sus piernas y sin adornos. Me acerco al empolvado joyero de mi saga filial. Cuesta abrirlo y, por fin, el anillo nacarado de aquella a la que nunca llegué a conocer; se fue a las alturas antes de que yo naciera; la madre de mi madre,… mi abuela materna. Le doy un beso de ternura y gratitud.
Hace, ya, un tiempo, que no me topo con ella…
Gracias; un sincero abrazo,
kf por Laura/SS;marzo 2018.
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