Nunca me gustó la idea de tener que hablar explícitamente acerca de la realidad, pero siento la necesidad compulsiva de tener que hacerlo ahora.

Viernes 29 de Julio, el día en que se me derrumbó el alma.

El movimiento del auto me llenaba de dolor, y el sol iluminaba mi cara toda pálida, llena de pecas y desesperanzada. La voz no me salía (y eso que ni siquiera habíamos llegado).

El alma se me paró por un segundo y sentí como me derrumbaba en cenizas. Si, habíamos llegado.

Nunca había ido a un funeral ( en realidad, si, había ido a uno, pero tenía 6 años así que no era muy consciente de que alguien se había muerto). 

Bajamos del auto y nos dirigimos hacia el lugar.

No puedo explicar el aire que me invadió cuando entre por esas puertas grises.

Sentí un escalofrío por la espalda y la mente se me nublo. 

Había gente llorando (claramente) y la otra gente solo permanecía en silencio. Yo tenía la cabeza agachada, no quería ni hablar. Sentía que lo mejor que podía hacer era permanecer en silencio.

Las palabras no me alcanzan.

Por primera vez en mi vida, experimenté lo que se siente la muerte.

¿Qué es la muerte? La muerte es la realidad de la vida. Vivimos para morir.

Es un hecho inevitable y nada ni nadie puede revertirla o eliminarla.

No hay tiempo, circunstancia o motivo por el cual existe, solo existe, y todos la vamos a pasar.

No existe dolor similar al que uno experimenta en un funeral. El aire tétrico te invade y te hace pensar “¿Que hago acá?” .

La piel se me erizaba cada vez que escuchaba a la gente sollozar, así que sentí que tenía que retirarme.

Me senté en un banco de madera, mientras reflexionaba acerca de mí misma. Hasta que se me acercó él. Su mirada llena de dolor me rompió lo poco que quedaba de mi desgraciada alma perdida.

Entonces, El me dijo: “¿Alguna vez pasaste por esto?”. Esas palabras penetraron en mí y me hicieron temblar como una hoja. Le conté la historia de mi “Primer funeral”, nada relevante, lo mismo de siempre.

La conclusión de esto es que uno nunca deja de sentir.

Yo, con 14 años de edad, en mi vida sentí tanto miedo y dolor como aquel día.

No dejemos de llorar, de sentir, de apoyar.

Dejemos que la muerte llegue.

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