Entré en la sala de espera de la consulta del odontólogo y me encontré con dos mujeres a las que saludé. Una tendría en torno a 60 años y otra más joven. La mayor, a pesar de que todavía era exigible la mascarilla en razón del COVID, hablaba a través del móvil con ella colgada a manera de arete de una de sus orejas. Bien vestida y con acento gallego, el elevado volumen de su voz nos hacía partícipes de su conversación…..y de sus toses.

A mi lado, la joven arqueó las cejas. Creo que yo también lo hice cuando le contó a su interlocutor que <<no, no creía, no; no obstante iré al salir de la consulta a comprar en la farmacia eso, ya sabes>>

Siguió hablando y tosiendo y la joven, indisimuladamente, se levantó, abrió la puerta de la sala de espera y desapareció.

Por mi parte saqué del bolsillo de mi chaqueta un caramelito que casualmente llevaba y acercándome un poco a ella se lo ofrecí. La mujer, sin dejar de hablar por el móvil, rechazó mi oferta con un movimiento pendular de su mano derecha.

Lo guardé y salí apresuradamente de la sala. Solicité y cambié mi cita para otro día.

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