Con la visión borrosa de lo dilatado de sus pupilas, los latidos de su pecho, las sirenas y los bombardeos que se oyen a media distancia, le impiden oír nada más. El silencioso pánico del rostro de los que están a su lado le recuerdan que no está solo. Anoche vio a los jóvenes correr a la batalla ajenos a su horrendo destino. Un sonido estrepitoso y cercano, los latidos pierden su fuerza, se oscurece el lugar, un último pensamiento: La guerra convierte al hombre en la peor de las bestias.

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