Tengo un problema con la lluvia, en ocasiones aparece fresca y rejuvenecedora, pero en muchas otras la veo oscura y voluble, Susana es como la lluvia. Hubo una ocasión en la que, después de llegar agotado del trabajo yo esperaba como de costumbre una calurosa bienvenida, pero en cambio recibí el desprecio de sus chubascos y amenazando azotar con sus truenos mi hogar, alegando que esa mañana descuidé escribirle para desearle los buenos días. Aquel fue el mayor error que pude haber cometido, ya que después tuve que levantar con cubetadas de disculpas el mar de lágrimas que había dejado por los pasillos; yo ya cansado de aquella odisea, parecía que Susana todavía no lo estaba, así que propuso expandir su acto torrencial a nuestro cuarto, obligándome a dormir lejos de aquella locura, refugiándome en lo duro y frío del sofá.
Parecerá que estoy descargando mi ira sobre Susana, pero la verdad es que, aunque a veces se comporte como un verdadero huracán, en los momentos donde mi alma duda y el corazón aflige ella lo nota y se transforma en la fresca y rejuvenecedora, mágicamente las nubes se disipan y la lluvia se serena, inundando con la brisa, tiernas caricias sobre mí.
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