El primer recuerdo que tengo de ese día es el culo borroso de mi ex novia frente a mí, moviéndose de un lado a otro, y junto con él, la tierra bajo mis pies. Recuerdo el sol quemando mi cara y lastimando mis ojos. Luego la camioneta de mi viejo. Mi cabeza sobre su hombro, mi mirada fija en su rostro, y la suya en los árboles y los carros y las nubes y los indigentes. Balbuceé algo y caí profundo frente a los tristes ojos de mi padre.
Desperté a eso de las 4 de la tarde, con el guayabo más hijueputa que alguna vez haya sentido (aunque, a decir verdad, todos lo son), y una terrible ansiedad. En mi cabeza aun el retumbar de la música y el olor a aguardiente. No tenía idea qué había pasado la noche anterior, y menos tenía ganas de averiguarlo. Vi mi celular en la mesa de noche y me tranquilicé un poco. Mi billetera estaba al lado, sin nada de plata pero con todas las tarjetas. Quizás no había sido tan grave. Como si eso fuera posible.
Me levanté a tomar agua y sentí una inmensa explosión en mi cerebro. Igual que siempre me dolía la garganta, la quijada y las rodillas. Cigarro, perico y caídas. Nada nuevo. Tomé varios vasos de agua y me miré al espejo. Mis ojos rojos como tomates. Me senté a cagar y, esperando lo peor, entré a revisar mi cuenta bancaria en el celular. No tenía un solo peso. Poco más de 10 millones en una noche. Debió haber sido tremenda fiesta, me dije a mí mismo para hacerme sonreír. Me sentí como un pedazo de mierda. Un pedazo de mierda cagando, vaya ironía.
Intenté masturbarme un par de veces para apaciguar ese horroroso malestar que me invadía, pero el dolor de cabeza y las náuseas no me lo permitieron. Mi ex novia me escribió preguntándome qué había pasado anoche, la misma pregunta que me hicieron mis viejos. Mi madre lloró y me dijo que pensaba que había muerto. Supe que los tres se habían puesto en contacto cuando, tras varias horas sin saber de mí, empezaron a pensar lo peor. Mi ex utilizó alguna de esas aplicaciones para localizar mi celular, el cual, afortunadamente (o no), no me habían robado, por alguna razón. Me encontraron tumbado en la calle frente al Cachivaches de la 82 a las 7:30 de la mañana. Al parecer estaba tratando de regresar a casa.
Eran las dos o tres de la madrugada cuando prendí el primer y único cigarro que me he fumado tumbado en mi cama. Estaba tan enguayabado como al despertar, cuando llegaron a mi mente imágenes de la noche anterior. De manes abrazándome y hablándome. De putas bailándome y sonriéndome. De luces multicolores y canciones de guaracha. De olor a cigarrillo y un tremendo calor que pude sentir allí en mi cama. De puro rematadero. Del mismísimo infierno.
Quise llorar y deseé haber muerto atropellado. O apuñalado o intoxicado. Sentí una terrible vergüenza que devoraba mis entrañas. No era un hombre. No era nada y no tenía nada. A nadie. Las lágrimas cayeron en la almohada y las cenizas en el colchón, y mi vida se sintió más frágil que el humo del cigarrillo.
No pude dormir más que un par de horas esa noche. Apenas cerraba los ojos llegaban a mi mente los más horrorosos flashbacks. Mi mirada borrosa fijada en una negra tetona sirviéndome un pase. Apenas podía mantenerme en pie mientras lo aspiraba. Risas y gritos en el fondo. Depronto una gigantesca nariz frente a mí, casi tocando la mía. Un tipo gordo, arrugado y cubierto por completo de cicatrices de acné. El olor a colonia que irradiaba me hacía querer vomitar.
Luchito, la tarjeta no pasó. Venga ensayamos otra vez…
Caminaba dando tumbos, casi colgando del hombro del gordo. El dj en el fondo me miraba y sonreía. Una sonrisa apenas no demoníaca. Guaracha, putas y risas. Abrí los ojos asustado. Mi corazón a mil. Volví a cerrarlos.
Mi celular, mi tarjeta, mi orgullo y mi hombría en manos de un tipo alto y serio. Vestía un traje negro y una corbata roja. Sus ojos muertos clavados en mi celular. Sus dedos de esqueleto tecleando. Yo (apenas) parado como un imbécil. Mis pantalones orinados.
Nos va a tocar matar al chino. Risas
Abrí mis ojos de nuevo. El reloj marcaba las 6. Mi sudor aún olía a guaro y brotaba a chorros de mis poros. Volví a cerrarlos.
Luchito, Luchito, Luchito…
No sé a qué horas decidí pararme de la cama. Tratar de dormir era, sin duda, una causa perdida. Fui a la cocina y me preparé unos huevos revueltos y un jugo de naranja. Sentía que llevaba años sin comer.
Intentaba no pensar en lo sucedido, pero me resultaba imposible. Me sentía abusado, aprovechado, violado. Hubiese preferido que me hubieran amarrado y roto el culo a la fuerza. En cambio fui yo, borracho y estúpido, cómplice en todo. Allí parado como un idiota. No podía con el sentimiento. Me corté los brazos y golpeé con todas mis fuerzas las paredes hasta romper mis nudillos. Habiendo pintado de rojo la cocina decidí que, si quería seguir viviendo conmigo mismo, debía hacer algo al respecto.
Cogí mi celular y rápidamente encontré la información que buscaba, aunque a decir verdad, en mi interior prefería no haber encontrado nada. Ahora no tenía excusa. No había escapatoria.
Supe que el lugar donde había estado se llamaba El Padrino, pues aparecía el nombre en el extracto de la tarjeta de crédito. Descubrí, también, que la mayoría de la plata que me robaron lo hicieron por medio de Rappi. Eso explicaba al hijo de puta en traje usando mi celular en mis sueños. Habían pedido 3 celulares. Y allí, frente a mí, retándome a actuar, estaba la dirección de entrega. Mi respiración se aceleró tanto como el latir de mi corazón. Miré fijamente la pantalla de mi celular por varios minutos y decidí que, quizás por primera vez en mi vida, me comportaría como un verdadero hombre. Me puse de pie, tomé las llaves del carro y salí, tan asustado como determinado.
Un motel de mala muerte sobre la cuarenta y pico con Caracas. Una casucha con puerta de lata; toda grafiteada y vigilada por un negro barrigón en uniforme, durmiendo sobre una butaca. Y yo sentado en mi carro a pocos metros, cagado del susto. Me temblaban las manos y me dolía terriblemente la barriga. Miraba fijamente al vigilante dormir, mientras trataba de imaginar cómo entraría a exigir mi plata y mi dignidad devuelta.
Pocos minutos duró este ejercicio…
¿A quién quería engañar? No era capaz y nunca lo sería. Exploté en llanto. Nunca lloré tanto. Una mentira, una fantasía, una puta mierda. Eso era mi existencia. Eso era yo.
Volví a mi casa completamente abatido. Había perdido, de manera contundente, mi batalla con la vida. Nunca hubo una pelea más injusta.
Tomé el revólver de mi viejo y lo guardé en el bolsillo de mi saco. Besé y abracé a mi mamá que estaba limpiando mi sangre de las paredes, y bajé caminando a la T. No era sino justo que la hija de puta me diera su golpe final allí, donde comenzó el fin.
Paré en el BBC. Si un par de polas me eran necesarias para bailar, hablar, sonreir, existir, más que un par lo serían para volarme los sesos. Además, había cierta belleza y justicia poética en gastar mis últimos pesos allí. Caí rendido en la silla. Destruido. Tan avergonzado de mi vida como decidido de mi muerte. La certeza del fin me dio paz. Una paz completamente ajena a mí hasta ese momento. Tan real como falsa.
Bebí mi primera cerveza y la saboreé con calma. Más refrescante y deliciosa que nunca. Tan mágica como siempre. Fría, espumosa e incondicional ¡Salud!..
La rendición se volvió esperanza y la tristeza nostalgia tras la cuarta o quinta pinta, y la vida, de alguna forma, cobraba un poco de sentido otra vez, a su manera. A veces olvidaba lo poderoso que era el alcohol. Me rescataba una y otra vez y siempre lo maldecía y despreciaba. No era justo.
Bebí como si no hubiera un mañana, pues en mi mente no lo había, y lentamente la sed de alcohol se desvaneció y la de venganza reapareció.
Tras no más de una hora tomando pola volvió mi determinación, de la nada y más fuerte que nunca. Sentía que ahora sí podría ir a reclamar lo mío, y el revólver en mi bolsillo estaba de acuerdo conmigo. Sonreí por primera vez en días, acariciando el cañón como si fuera la cabeza de un gatito. Nada tenía por perder. Recuperaba mi hombría o me volaba la cabeza, así de simple. Ahora más cerveza y menos racionalización; la decisión ya estaba tomada. Gracias, cerveza. Y salud, hijos de puta ¡Salud!
Las indicaciones de la mesera del BBC me condujeron a un bar de vallenato y norteñas a pocas cuadras de allí, también llamado El Padrino. Sin duda el lugar era ñero pero, a pesar de lo poco que me acordaba, estaba seguro que el sitio donde lo había perdido todo era mucho peor. Compré un cigarro y seguí mi búsqueda. Unos 20 pasos más adelante un cojo maloliente con acento medio paisa medio santandereano me habló:
Chicas chicas (el más grande cliché de las calles en Bogotá)
¿Dónde son las chicas?
Le tengo dos sitios, amigo. Acá abajito uno más bien sencillo, y por los lados de Renata una más elegante
Mmmm, mis amigos me han hablado de uno que se llama El Padrino, parcero, ¿será que lo conoce?
Aaaa claro que sí, ese es ahí bajando por Atlantis. Allá lo llevo y lo ayudo a entrar sin cover ni nada. Allá eso me lo consienten
Hágale pues. Consígame perico y lléveme para allá
Olí dos pases a la entrada y cargué el revólver en mi bolsillo. Sentí un vacío en el estómago al hacerlo. Pensé en matar al man que me llevó al sitio, pero me arrepentí casi inmediatamente. Sentí algo de culpa y le regalé dos pases, que tuve que hacer que se los oliera casi a las malas y, tras una leve requisa de un fortachón imbécil que, vaya uno a entender cómo no encontró el arma en mi saco, subí. El sitio como tal se encontraba en un segundo piso.
Pensé también en matar al bouncer, pero las balas eran 6 y tenía por lo menos 3 rostros en mente, y sin duda mi puntería no me permitía desperdiciar tan siquiera una. Nada de ansiedad, nada de nervios. Mis mejillas dormidas, mis pupilas dilatadas. Mi corazón a mil y mi verga leve y curiosamente dura, por alguna razón.
Me recibió una joven morena de pelo crespo, ojos cafés, tetas pequeñas, culo aceptable y ombligo perforado. Más desnuda que vestida y con acento de rola. A ti no te mato, mi amor.
Estuve parado unos segundos mirando a mi alrededor y los nervios comenzaron a apoderarse de mí sin aviso. Sentí náuseas y quise huir. Sudaba, miraba a todos lados, mordía mis labios. Estrés post traumático, me dije y sonreí levemente.
Empecé a pensar que no sería capaz de matar a nadie. Puras putas miserables y manes tan borrachos como inocentes. Todos como yo aquella noche. Me veía en ellos. Mierda, no lo había pensado bien. Me senté en una mesa cualquiera y le pedí una pola a la crespa. El perico y el alcohol bajaron rápidamente y sentí que ya nada iba a pasar. Una derrota más. Acepté que era el fin de mi absurda y romántica aventura. Fue bonito mientras duró…
Lo sentí así hasta que aquel asqueroso y familiar olor a colonia llegó a mis entumecidas fosas nasales, y el hijo de puta gordo y lleno de cicatrices apareció con mi pola.
El descarado se puso feliz de verme. Sin duda imaginó que tendría otro par de millones en el bolsillo al terminar la noche. Decidí seguirle el juego y lo abracé.
¡¡Parceritooo!! Volví por esos buenos culitos que tienen acá. Buenos culitos y vicio decente jaaa
Luchito. Que alegría verte otra vez por acá- Su voz me puso la piel de gallina- Esta vez toca darle más suave a los guaros, ¿no? ja ja ja. Ven tómate tu pola y te traigo un ronsito cortesía de la casa y miramos qué más tenemos por ahí guardado
Le recibí el ron que me trajo inmediatamente y se lo agradecí. Lo abracé de nuevo y le dije que esta noche la íbamos a pasar bien. Muy bien. Le pregunté, sarcásticamente, si le había echado algo a mi trago y, riéndose, me dijo que no. Me lo tomé y reí también…
Eso espero, gordo marica, porque no quiero olvidarme de esto
Me miró algo molesto, supongo que fastidiado por la labor que suponía le esperaba. Saqué el revólver y sin pensarlo dos veces le disparé a quemarropa directo en la cabeza. Cayó muerto a mis pies. Su rostro desapareció por completo; ya ni siquiera parecía un ser humano. Nada más que un pedazo de carne reventado. Quedé inmovil por un segundo.
La música sonaba y las luces relampagueaban, y apenas unas pocas putas se percataron de lo sucedido, aunque parecían no entender muy bien. O quizás no les importaba. Me reincorporé.
Más guaracha, más fiesta, más chorro, más humo, más decadencia gonorreas, muéranse como las ratas que son
Le disparé al dj en el pecho. Escupió algo de sangre y cayó, retorciéndose en el suelo. Dos de dos. Me sentí tan orgulloso como sorprendido de mis habilidades. A pesar del shock, reí para mí mismo. Me sentí hombre, hombre de verdad. No tenía idea si era el mismo dj de la otra noche, y no podía importarme menos.
Ya algunas putas y algunos borrachos empezaron a entender lo que pasaba y salieron tambaleándose lo más rápido que podían del bar, tumbando todo en su camino. Sangre y licor en el suelo. Me dirigí a la barra. Determinado. Orgulloso. Feliz. El dj se arrastraba cada vez más lento a mis espaldas.
Vi al tipo alto, elegante y esquelético tras la barra e instantáneamente la guaracha se transformó en el más hermoso waltz; el morado y blanco de las luces, en las mismísimas constelaciones; el olor a alcohol, cigarro, perfume barato y cuca, en la más exquisita y elegante fragancia. Su corbata, tan roja como la otra noche, me servía de blanco perfecto. Reí a carcajadas para mí sorpresa. Parecía desquiciado, pero nunca estuve más cuerdo.
Subí el arma, apunté y disparé. Le di en el hombro. El peor de mis tiros hasta el momento. Sin duda culpa de la emoción. Gritó y cayó al suelo. Me acerqué tranquilamente a él. Algunas putas gritaban, algunas bailaban; otras, si mal no recuerdo, me alentaban. Disparé una vez más. En el estómago. Me agaché y observé de cerca su rostro demacrado por una vida, sin duda, más dura que la mía. Su mirada de sorpresa y absoluto terror.
Yo sé que usted también es una víctima de la vida, parcero- Grité a su oído- Yo sé que no es solo su culpa ser la hijueputa rata que es. Yo lo entiendo y lo acepto. Hasta me compadezco de usted, pero no puedo perdonarlo
Sus ojos se aguaron y un aparentemente auténtico arrepentimiento se dibujó en su rostro. Sin duda cualquier arrepentimiento es auténtico al borde de la muerte… cuando se es un cobarde, claro está.
… quiero que sepas que a usted le ganó la vida y a mí no. Aún no. Esta vez el vencedor soy yo. Y si mis palabras no se entienden muy bien es porque estoy vuelto mierda y farro, marica, y usted nunca va a volver a estarlo
Le disparé en la cabeza y sentí su vida desvanecerse junto al humo de lo que fuera que se fumaba, quemaba o cocinaba en El Padrino. El humo del infierno.
Me dirigí a la salida y en el camino gasté la última bala que tenía en el culo más grande que vi, más por acabar con las balas que por cualquier otra cosa. Guardé el revólver y, en medio de los gritos, salí de allí.
Estaba tan orgulloso de mí. Fui un hombre y merecía un premio. Subí a Andino y entré a McDonald’s. Pedí un combo cuarto de libra doble agrandado. Me senté y pensé en todo lo que había pasado. La tristeza ya asomaba su cabeza. Sabía que mañana asimilarlo sería mucho más difícil, pero lo haría igual, de eso estaba seguro. Reflexioné por un par de minutos y decidí que pediría también un Mcflurry.
Gracias, Bogotá, te amo, pensé.
– F
OPINIONES Y COMENTARIOS