Ya había pasado por lo menos un mes desde que no la veía y nada parecía haber cambiado en el mundo, todos caminaban por las calles con las mismas caras, cargando la vida como les era posible, completamente inconscientes de su dolor y del de otros. Todo lo que importa es seguir el camino después de todo, aunque a veces no sepamos qué camino debemos seguir o a qué lugar queremos llegar. Eran días fríos y el cielo lloraba lo que él no se atrevía, lo que a él no le salía. Esa explosión de llanto y gritos que esperaba desde la segunda semana de la separación y que ingenuamente pensaba que lo liberaría de todos sus pesos y lo sumiría por completo en la inconsciencia del mundo, la misma con la que todos caminan para solo ahogarse con la lluvia y las palabras nunca dichas.

Caminaba envuelto en una capa impermeable porque no había parado esa incesante llovizna que dejaba pequeñas gotas en sus gafas, pero que no era lo suficientemente fuerte para sacar el paraguas. Hoy era el día en el que tenía que volver al trabajo después de dos semanas de vacaciones que pidió más que por placer por necesidad. Esperaba pronto el aluvión de emociones característicos de las despedidas que nos deja postrados y sin poder levantar la cabeza durante varios días. Su noche se hacía cada vez más larga y los días solo parecían estar representando una obra de sus pensamientos. Siempre con una constante llovizna de recuerdos que iban y venían, pero nunca desaparecían del todo.

Mientras caminaba solo la recordaba con un inmenso arrepentimiento, a pesar de saber que nada de lo vivido había sido real. Todo era una especie de mal sueño, o de un hermoso sueño velado por las evidencias de que solo él amaba. Ahora solo podía caminar por la calle mientras se mojaba y pensaba en el tiempo que ya no vuelve, en el deseo de eternidad latente en los instantes vividos, en las noches que jamás vivió, pero soñó hasta el cansancio los últimos días.

Su boca tarareaba sin parar el nombre de aquella que nunca volvería a ver, de aquella con la que nunca lograría ser feliz, pero también de aquella con la que, si pudiese escoger, correría para perderse en sus brazos y engañarse felizmente.

“Supongo que así somos los seres humanos” se dijo finalmente mientras cruzaba la calle que lo separaba del edificio donde trabajaba. “Nada puedo hacer ahora más que seguir adelante, aun sin fuerzas, aun sin ganas de nada, aun sin ella”. A la llegada a su piso su jefe lo miraba como si lo juzgara, era más de media hora tarde, pero con el tráfico en los días de lluvia era imposible haber llegado antes.

Se sentó sin prestarle mucha atención y solo saludando lo necesario. Era hora de sumergirse en su trabajo y regalarle a su cabeza algunas horas completamente anestesiadas, “esa es la ventaja del trabajo” – pensó, pues de alguna forma es capaz de llenar tus infiernos con ilusiones de progreso.

Pasadas dos horas de trabajo su jefe lo llamó a la oficina, “qué querrá ahora” — se dijo en voz baja para que sus compañeros no escucharan nada. Al entrar a la oficina se dio cuenta que en la oficina también se encontraba la directora de recursos humanos y lo miraba también de arriba abajo, calificando cada movimiento como si se tratara de un reinado.

“Siéntate por favor, queremos hablarte” dijeron amablemente, pero con esa actitud superior que suelen tener aquellos que viniendo de los mismos lugares que vienes creen que son superiores. “Te hemos estado observando y nos preocupa mucho tu actitud, creemos que no te sientes a gusto en la empresa y que quizá quieras hablar de ello”. J no sabía que pensar, qué esperaban de alguien que hace poco más de un mes había perdido todo impulso vital, ¿que sonriera? “No se de qué hablan, yo me siento muy bien trabajando acá” — mentira, sabía que estaba a punto de mandarlos a todos a la mierda, pero necesitaba la plata y sobre todo la posibilidad de tener un lugar donde refugiarse de sí mismo.

“No nos parece que tu actitud sea la mejor, este es un ambiente sano y nos gustan las personas proactivas y con ganas de crecer”. “¿Con ganas de crecer?” — se preguntó en silencio. Pero si lo único que hacían era dar ordenes y promocionar cursos de mindfulness para hacer gala de todo lo que no les importa, el otro. “Díganme qué quieren” exhorto finalmente algo impaciente, esto no servía para nada realmente, no decían nada y lo hacían perder todo su tiempo. Tiempo que necesitaba para asimilar la miseria de su vida. “Justo de eso hablamos, esa actitud de superioridad”. ¿Superioridad él? “¿Acaso estos imbéciles no se dan cuenta cómo tratan a otros?”. “No sé de que hablan, pero si no es nada más, lo mejor es que siga trabajando” — dijo finalmente y salió de la oficina con aire triunfante, sentía los aplausos de todos sus compañeros, aunque realmente no se hubiesen dado cuenta de nada.

El día terminó, pero la carta de despido que esperaba no llegó. Por el contrario, parecía que la actitud de su jefe había cambiado y ahora era mucho más amable.

Al salir se despidió de él de forma amable e incluso sincera. Parece que ya no era un simple esclavo. Por lo menos en esto había podido ser fuerte, aunque en realidad sus pensamientos no dejaran de recordarla. Aunque, esa noche, solo deseara rendirse de nuevo en sus brazos.

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