Martina era una niña muy inquieta, necesitaba acción, ver cosas nuevas, experimentar emociones. Pasaba mucho tiempo en el parque, viendo los patos, los cisnes, los pavo reales, le encantaba escuchar los sonidos de los pájaros, verlos posarse y abrir de nuevo sus alas para emprender de nuevo el vuelo.
¡Qué bonito sería volar!
Se fijó en sus alas, pensó en hacer unas y ponerles plumas, pero lo vio demasiado complicado, entonces decidió volar a su propia manera.
Los sueños le permitirían volar, así que terminó de cenar, se puso su pijama, se acostó en su camita, cerró sus ojos y a volar, porque había decidido que cada día sería un pájaro diferente.
Sus brazos serían sus alas y podría ser una golondrina blanca y negra que surcaría velozmente los cielos, posándose en los balcones, tocando con sus alas los cristales, haciendo su nido en los aleros, viajando hasta el país del sol en donde es eterna la primavera, volando y volando lejos, con sus alas de cristal y ese precioso sonido trinando siempre al pasar, en busca de la libertad.
¡Qué bonito es volar!
Podría ser una gaviota, sentirse ave embajadora, recorriendo el cielo de cada país, buscando el reflejo de la luna, hacer en las rocas del mar su nido, volar entre nubes de algodón, disfrutar de la luz, de la magia, del color, volar alto, muy alto, donde el tiempo se detiene y solo reinan los astros, contemplar desde arriba el mar, con sus furias y sus barcos, reflejándose desde lo alto con su reluciente plumaje blanco.
¡Qué bonito es volar!
Sería un búho misterioso, majestuoso, con su vuelo silencioso, visitando esos lugares mágicos, de esta tierra que es preciosa, jugando con esos seres especiales: el Trasgu, el Nuberu, el Cuélebre, y hacer travesuras con ellos, bañarse en río con las Xanas, correr tras el Busgosu, haciendo un viaje de cuento por la mitología asturiana.
¡Qué bonito es volar!
No podría faltar el urogallo, ese «gallu de monte», de plumaje oscuro precioso, de alas grandes, bien largas, pardas, con tonalidades verdes en el pecho, recorriendo bosques de pinos, de robles, de hayedos, entre arándanos y acebos, cantando ese extraño canto, reclamo o tonadilla, entre saltos y aleteos, luciendo cola de abanico.
¡Qué bonito es volar!
Así es como Martina se da cuenta de que puede llegar a ser eso que quiere ser, donde todo es posible, en el País de los Sueños, porque los sueños son tesoros que al tocarlos llenan todo de luz y color.
¡Qué bonito fue volar!
Y colorín colorado, su sueño y nuestro cuento ya se han terminado
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