En un viejo muelle de la ciudad de Toronto, donde los enamorados paseaban tomados de la mano, los barcos reposan, las gaviotas otorgan el encanto de su vuelo, se encontraba Julia, morena argentina con un par de lunares en el rostro, bajita algo intensa, experta en comenzar los karaokes y alegre por el simple hecho de ser latina.
Era un día un poco soleado, aunque la temperatura marcaba a menos 5. Julia decidió salir luego del duro invierno, caminó por Spadaina, compró un café con leche en Union station y subió al tranvía hasta llegar al puerto. Luego de su terrible experiencia romántica con el turco llamado Abdulah decidió estar soltera un par de meses para conocerse en sí misma y “tener amor propio”, eso que su tía Martha, la divorciada, tanto publica en redes sociales. Habían pasado 4 años de aquel último novio, Julia no salió con nadie, no besó ningún solo hombre y no había sentido las caricias de ningunas manos en todo ese tiempo. Naturalmente el cuerpo de Julia comenzaba a cosquillar por las noches; escenas un tanto obscenas arribaban a su mente por sorpresa. A la hora del desayuno Julia veía el canal para latinos que pasan en Canadá, alimentaba a su gata y se preguntaba ¿Cómo se sentía un orgasmo?, regaba las plantas. ¡Qué bello conductor!, sacaba la basura. Cada noche le rogaba a dios que le mandara un hombre con quien pudiera estar una noche, que le diera el orgasmo que buscaba y luego seguir soltera. Ya no puedo sentir, amor. Pensaba. Pero el cuerpo es cuerpo.
A lo lejos, en una banca pegada al muelle vio a un hombre, al principio no adivinó su nacionalidad, pero le pareció que era hispano, traía un traje negro, joven, pero con aires de alguien más maduro, los zapatos bien lustrados y el cabello bien peinado hacia atrás. Él se balanceaba en el barandal del muelle, tomando valor para arrojar algo. Espantada, Julia corrió hacia él.
-No te avientes. – Le dijo.
El hombre volteó, pero no entendió nada. Ella llegó corriendo y pudo detenerlo. No iba a aventarme. Mentira, te vi. Quería arrojar esto. El hombre le mostró una vieja foto de una joven de no más de 15 años. ¿Quién es?. Mi ex novia. Es muy joven. Es una foto vieja, de cuando la conocí.
A julia le causó algo de gracia.
-Luces algo desesperado por olvidarla. – Le dijo al hombre.
El hombre solo sonrió
-Julio, mucho gusto. -Dijo él
-Julia. –Contestó Julia.
-México.
-Argentina.
Ellos se sentaron en una banca y entonces al verlo bien le pareció muy atractivo, traía un pañuelo en el cuello, eso lo hacía lucir elegante. A julia le causó intriga, eso o es que su cuerpo pedía clemencia, rogaba un poco de placer. Julia decidió que esa noche no dormiría sola y él parecía un hombre medianamente decente. Julio se levantó, le tendió la mano y la invitó a un bar.
Caminando por la universidad de Queens, a la lejanía sonaba “Amor de mis amores…” interpretada por un grupo de músicos callejeros al estilo de la milonga.
– ¿Bailas? – Preguntó Julio.
-Lo que quieras. – contestó Julia.
Julia no sabía bailar ni tango ni milongas, tampoco sabía nada de Dieguitos ni Mafaldas, pero pensó que Julio tampoco por ser mexicano. Tal vez no se dará cuenta, sin embargo, infortunadamente Julio sí sabía bailar Tango. Comenzaron a bailar y Julia no lograba coordinar. Julio la detuvo. Con calma, mi niña, veme a los ojos. Julia se dejó llevar por el ritmo. Lo traes en la sangre, Que lindas piernas, las argentinas tienen lindas piernas.
Solo escuchar un pequeño cumplido fue suficiente para encender el libido escondido dentro del cuerpo de Julia que apunto estaba de estallar como un volcán. Él la tomó de la cintura, olía a tequila, era martes, borracho en martes, pensó. Pero es un caballero, alcohólico, pero muy sensual. Seguían bailando, la gente los rodeó, uno que otro paso torpe, pero nada evidente, Julio la guiaba, después de todo, los canadienses no saben bailar tango.
Más tarde, esa noche pasaron a un bar latino, todos conocían a Julio, saludó uno a uno a los meseros, las mujeres cuarentonas, arregladas hasta el copete lo veían y saludaban con deseo, Julio besaba la mano de todas mientras se movía en sintonía de la Salsa que sonaba en el fondo. “Esa fue la noche más linda del mundo…”. A julia le pareció aún más interesante.
– ¿Por qué todas te conocen? – Preguntó Julia.
– Son mis clientas. – contestó.
Julia soltó una enorme carcajada. Se acercaron a una mesa, él le extendió la silla para que se sentara, Julia no estaba acostumbrada a tales atenciones. Un Tequila para la linda Argentina. Violeta, ¿Cómo estás?, ¿cómo está tu esposo?. Frank, how´s it going?.
– ¿Quién eres? – Preguntó Julia.
-Julio, escritor que nunca ha publicado un libro. – Contestó.
“Cometiendo uno a uno los siete pecados…”
Bailaron toda la noche, Julia se rio como nunca había reído, giró tanto en las vueltas de la salsa, un tequila más, Julio pegaba su cuerpo, la tomaba firmemente de la cintura sin despegar su mirada. Ella no aguantaba el calor, sus manos temblaban, sus pupilas se dilataban, cada vez que él posaba su mano sobre su cintura Julia se encendía en deseo, ella veía sus labios, su barba negra, su cabello castaño algo largo, el rose de sus manos grandes con las venas marcadas, el bello en su pecho que salía de su camisa con dos botones desabrochados, el chaleco negro, la camisa blanca, la loción, el tequila, el tabaco. “Cuando el amor llega así de esa manera…”
– ¿Cómo pudo? – Preguntó ella mientras bailaban.
– ¿Qué?
– Dejarte.
Vuelta, un giro, mueven las caderas, paso hacia atrás.
-Porque yo no era como ahora. – contestó Julio.
-¿Cómo eras?
-No sabía bailar.
Ella se rio. Al salir del salón tomaron el subway hasta Young Street, donde Julia rentaba con una rommie canadiense llamada Marianne y un chico hindú llamado Rajit. No pararon de besarse todo el camino. Julio la besaba de una forma en que la hacía sentir especialmente deseada, sin llegar al punto de ser un pervertido.
-Soy Julia, soy Argentina y no he tenido novio en 4 años.
-Ya sé, se te nota.
Él señaló con la mirada hacia la entre pierna, el pantalón estaba humedecido. Él solo se rio y le dio su saco para que pudiera taparse, Julia se mostró avergonzada pues una anciana fisgona los veía, Cruzado de piernas, Con la forma de sentarse tan elegante, Julio se reía tapando levemente su boca.
-Soy Julio y no sabes bailar nada, niña.
Ellos llegaron a la casa, Julio la dejó en su puerta, ella deseaba tanto que pasara, que le hiciera el amor, que la desnudara, que tocara su cuerpo centímetro a centímetro. Los hombres que saben bailar, también saben hacer el amor, pensó.
-Cuídate. – Dijo Julio mientras daba la media vuelta y caminaba.
Julia no dijo nada y se metió a su casa. Al entrar se percató de que no le habría devuelto el saco, corrió hacia la puerta y al abrir ahí estaba él. Se miraron y un segundo bastó para que la guerra de besos comenzara.
Aquella noche Julio tocó su cuerpo lentamente, la desnudó con sutileza e hicieron el amor como un par de locos. No pensabas invitarme a pasar.Me moría por que lo hicieras. Con el compás bien marcado Julio se movía, no tan brusco, pero tampoco suave, perfecto, al mismo ritmo de julia, el aroma que afloraba en sus poros se unía, creando el perfecto delirio, el dulce perfume de la pasión. El sudor de sus cuerpos, el frenesí, el gemido, el dulce susurro al oído, la mirada fija a los ojos, la barbilla de Julia apuntando al techo, los lunares de su rostro, la barba de Julio, la ropa en el piso, las manos entrelazadas, apretándolas cada vez más fuerte, la perfecta sintonía de las almas. Julia logró tener el orgasmo que tanto había añorado.
A la mañana siguiente julia despertó, pero Julio ya no estaba en la habitación. Un sentimiento de tristeza la inundaba, pero no podía condenarlo, después de todo ella solo quería una noche, solo un orgasmo.
Julia salió de su cuarto, en el fondo se escuchaba música y vio a Marianne, y a Rajit en la barra de la cocina sonaba la salsa “Que locura enamorarme yo de ti…”
Al seguir caminando Julia vio a Julio preparando el desayuno mientras Marianne y Rajit platicaban encantados con la nueva conquista de julia.
-Where did you get this man ? – Preguntó Marianne.
Julia no contestó nada. Julio sirvió el desayuno a todos, luego alimentó a la gata también, besó a julia en la mejilla. Eran las 9 am y Julio ya se había bañado y lucía impecable.
Julia estaba algo confundida y todo era tan extrañamente encantador.
Julio se acerca a julia y le da una nota, por el frente decía “Gracias”. Al abrirla tenía escrito una serie de números.
– ¿Qué es esto? – Preguntó Julia mientras todos comían el desayuno.
– Pues mi número de cuenta, tontita. – contestó Julio. – Es lo que me debes por lo de anoche, lo del desayuno va por mi cuenta, no te apures.
En ese momento Julia solo comió el desayuno, disfrutando de la compañía de su amante. Al fin y al cabo, si habría que pagarlo por lo menos lo disfrutaría.
“Ten cuidado con lo que deseas porque se puede cumplir” …

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