CUANDO EL CAFÉ LUZ ARDA

2:30 A.M. de un lunes cualquiera en uno de los meses más lluviosos del año, que en este año han sido todos, un cortocircuito en una instalación eléctrica muy vieja da inicio a un pequeño incendio que en el transcurso de pocos minutos cobra una fuerza arrolladora. Alimentado de metros cuadrados de maderas de cedro y roble y de galones de pinturas y barnices acumulados durante décadas, arde el bar más emblemático de éste desparpajado pueblo.

Mientras todos duermen, arde en llamas el Café Luz. Las paredes y techos cubiertos de centenares de tallas de madera se consumen tan rápido como las botellas de aguardiente, ron y demás brebajes alcohólicos se consumieron durante 7 décadas de su existencia. La implosión causada por el voraz fuego al consumir todo el licor en la bodega es apenas perceptible.

Miles de discos de acetato con los tangos más ladinos, los Fox-trop más bailados y las guascas más trilladas se funden en un solo abrazo bajo la dirección del fuego, compositor de la sinfonía última de este bar. La septuagenaria araña pesada por los años y el polvo sigue descansando impertérrita en la pared, esperando a que el fuego la libere de su pesada carga, pena a la cual fue sometida sin ser preguntada. Cuando sea consumida por el fuego purificador será liberada de los pecados y todos los secretos que carga sobre su espalda serán olvidados: historias de infidelidad, desamores, hurtos, traiciones entre amigos, conspiraciones, corruptelas y muerte que ha tenido que escuchar pacientemente durante su estático existir. No es la araña más vieja de la tierra pero si la más avejentada.

Y así, cuando el humo empiece a salir por puertas, ventanas y hendiduras ya algún buen noctámbulo habrá dado la voz de alarma. Los atolondrados bomberos ya no tendrán nada que hacer y otra edificación más se sumará a sus estadísticas de fracaso en apagado de incendios.

Quedarán para siempre en la memoria de sus fieles clientes, los pocos que aún sobreviven, las charlas políticas, los bailes decembrinos, los remates de fiestas y conciertos y las parrandas improvisadas que se armaban al compás de la buena música, cuando les daba la gana de hacerla sonar.

Una parte de algunos de nosotros se habrá quemado también. Vendrán días de buenos recuerdos, de anécdotas entre amigos y al final, este fragmento de la historia de este pequeño pueblo habrá desaparecido y por fin vendrá a ocupar su espacio el supermercado que tanto habían querido.

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