El cuarto de Francisca

La
antigua casona está hace tiempo habitada por un grupo de niños y
adolescentes.

Cuando
la vi, después de tanto tiempo, no creí que fuera la misma. Está
pintada con un color diferente. Un color rosa viejo que en nada
parece el azul que conocí de niño.

Por
los medios me enteré que la casa ahora pertenece al Estado, y, por
su estructura, estaba siendo usada para albergar a niños y
adolescentes problemáticos. Adolescentes con dificultades con la
ley.

Eso
me parece bien, pues la vieja casa era muy grande. Antes allí vivían
los miembros de una gran familia, con sus sirvientes también
viviendo allí.

A
esos habitantes no los conocí, pues la casa estaba casi en ruinas
cuando la vi por primera vez, al mudarme a eso de los siete años, a
una casa a dos cuadras de allí, pero funcionó en ese tiempo un
viejo almacén que era propiedad del padre de una chica que me
gustaba. Por ella empecé a frecuentar el lugar y compraba todo lo
necesario allí. Me ofrecía voluntariamente para hacer todos los
mandados y siempre iba al lugar.

Un
día, como siempre iba, el padre de la chica me invitó a buscar algo
que mi madre me envió a comprar al fondo del lugar. Allí pude ver a
la chica y empezamos a conversar. Pude, entonces, conocer la casa en
su total dimensión.

Una
tarde de mucho calor, mientras tomábamos un refresco con Laura, la
chica con quien pude entablar finalmente una amistad, pero nada más,
me contó que en la casa había un lugar al cual no podía entrar. Es
decir, sí podía, pero le daba escalofríos cada vez que entraba al
cuarto.

Varias
veces volví a entrar a la casa después de aquella primera vez. En
todo ese tiempo Laura me contó, varias veces, sobre el cuarto a
donde había muerto -según supo después, un día que su padre le
contó la historia- una chica de nuestra edad.

Ese
cuarto era frío, o uno sentía frío al acercarse a él. Y pude
entrar más de una vez al lugar. Sin embargo, jamás vi nada
espectacular, nada raro. Pero mi amiga Laura no podía entrar, pues
comenzaba a pensar en cosas que la asustaban. Ella decía que veía
cosas, nada especifico, pero sí ciertas personas que correteaban
dentro del cuarto.

Ahora,
un medio de prensa informaba que la casona estaba siendo usada para
albergar a menores y que ellos, los chicos, estaban asustados porque
dentro del enorme lugar, un cuarto específico, estaba habitado por
un fantasma. Claramente, esos relatos no fueron tenidos en cuenta.

Los
chicos eran obligados a ingresar a la habitación y eran encerrados
por un tiempo, uno o dos días allí. Luego de eso los dejaban salir,
y no volvían a ser los mismos. Pero las autoridades, según el
informe del medio, no creían en fantasmas, sin embargo, ante el
relato de los chicos, usaban el antiguo cuarto, como celda de
castigo.

Al
parecer, la historia le gustó al periodista que hizo la nota y
empezó a investigar un poco más. Pues la nota estaba pronta, no
había un hecho noticioso para escribir algo más. Pero algo le decía
que había encerrada una gran historia allí. Un par de meses después
dio con mi antigua amiga Laura. Ella le contó que había vivido allí
y que muchas veces, innumerables veces, sintió que allí, adentro
del cuarto, un grupo de personas corría tras una niña, que
finalmente se detenía y gritaba de modo descomunal.

Investigando
con los más ancianos habitantes del barrio supo que allí había
vivido una familia adinerada que entre sus criados tenía a una niña
mulata. La niña, al parecer, había sido producto de la violación
del dueño de casa a una de sus criadas. Pero pocos podían asegurar
eso. Sin embargo, sabía, el hombre mayor con quién se entrevistó
el periodista, que la niña se llamaba Francisca y que era rebelde,
nunca la había visto con alguien más que con su madre. Y después
de cierta edad, no volvió a verla.

La
historia volvió a estar en el escritorio del periodista, pero sus
editores consideraron la nota como una bobada y no la publicarían.

Quizás,
la niña había muerto trágicamente y buscaba contar su historia,
pero de momento no llegaba a ver la luz, y simplemente se manifestaba
como unas imágenes, ante algunas personas. En estos días, ante los
niños y adolescentes que habitan la casona.

Walter Rotela

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