Una Grada como Almohada

Una Grada como Almohada

Steven Endara

23/04/2023

Espectros

Mi cuerpo se remueve en la mullida cama. Nuevamente el visitante nocturno hace acto de presencia arrebatando el ansiado descanso. ¿Por qué en la noche? Intuyo que la oscuridad ofrece el camuflaje perfecto a los fantasmas de la mente. Con lentitud se abalanza sobre mí y con él, la duda. Esta noche es diferente. Él quiere algo de mí. Ha venido por la promesa incumplida. El encuentro con el ser modificó mi vida, pero con el tiempo y la vejez he olvidado. No sé quién es ese niño, no lo distingo, soy él, pero… ¿Qué sucedió? Soy ajeno a mí mismo. La luminaria de la luna penetra en la habitación. El visitante reposa en una de las esquinas aguardando. En cada movimiento de mí forma niega con la cabeza. Al detenerme en el escritorio la incesante desaprobación se disipa. Como un demonio fulgura sus pupilas al extraer unas amarillentas hojas y un desgastado lápiz. Él deseaba revivir a través de mis recuerdos aquel día. Una imperiosa necesidad de escribir se instala en mí corazón.

Una grada como almohada

Recuerdo las noches cuando el tiempo se diluía en la neblina y montaba vuelo con el viento. Lo sustituía con el jugueteo de sombras y amarillos que producían las farolas y el trascurrir de la bruma. La durmiente plaza es un magnífico lugar para pernoctar y soñar. Bajo el techo de estrellas envolvía mi pequeño cuerpo, apoyaba mi cabeza en la primera grada de una escalinata; la mole de piedra constituía la única pared de mi hogar. Aquel rincón me vio crecer, percibió mis dudas, divisó los llantos y alegrías de mi vida; y siempre al final del día con un respetuoso silencio me reconfortaba hasta comenzar otra vez. A veces no estaba solo, Perec aparecía en los techos de las construcciones y me observaba desde la lejanía. Los ojos del felino relampaguean con la luz de la luna, el esplendor de sus pupilas va de un lado a otro tratando de escrutar a su único amigo. Cuando reconoce mi figura salta con gran agilidad hasta llegar al suelo. La silueta del gato proyecta en el brillante terreno una sombra tenebrosa. Ronronea y se contonea en mi frazada, finalmente es acariciado y arropado. El pequeño ser me proporciona el calor necesario para conciliar el sueño.

El espíritu errante

El índigo de la mañana se derrama por doquier, Perec se retira antes del amanecer. Paulatinamente se manifiestan los individuos que dan vida a la plaza. Encargados de la limpieza empujan carros oxidados produciendo un nefasto sonido estridente; desgastadas escobas y recogedores de metal vibran en cada metro recorrido. Las acartonadas gorras de color cerúleo impiden distinguir el rostro de los individuos -son como un ejército sin faz-. Devoro un pan mullido del día anterior, recojo mantas y el cartón de refrigeradora encontrado en el vertedero municipal; coloco la «cama» desmantelable en una hendidura de un teatro. Terminada la operación reparo en mi respiración, se dibuja en el aire como el vapor. Con cada minuto la plaza adquiere viveza, voces ahogadas se perciben en la distancia seguidas de desplazamientos de puertas enrollables. Las aperturas de las puertas exponen el interior de locales comerciales; cafeterías, farmacias, relojerías, panaderías. Mientras observo las evoluciones de las primeras personas por la calle me dirijo a la única zapatería del lugar. Aguardo la llegada del señor del calzado pues en su tienda puedo encargar la caja de madera con los cepillos y el betún negro, café y carmesí. Atisbo con júbilo la silueta del anciano, encorvado desciende lentamente por la callejuela de las burritas; así llamaban a las mujeres que orientan su presencia en la esquina, mujeres que hacen felices a los hombres. En una ocasión pregunté a una «burrita» ¿cómo ocasionan felicidad en los hombres? la mujer solo se encogió de hombros y no obtuve respuesta alguna. Supongo que los hombres dan su dinero para que una «burrita» le haga cosquillas. La espalda del anciano crujió al levantar la pesada portezuela, se auxilió con una vara de madera para apartar el mecanismo. Como si se tratara de un ritual el anciano extrae de los bolsillos un cúmulo de llaves de diversas formas y dimensiones ¿Qué cerraduras podrá abrir con aquellas llaves? Por unos segundos divagué con las infinitas posibilidades. ¿Tendrá un misterio guardado en alguna parte? El de la mirada cristalina me invitó a entrar en el local, el olor del cuero y de los productos químicos impactó en mi olfato. Zapatos, tacones y botas poseen un lugar exclusivo en el espacio al igual que los frascos de vidrio rellenos de betún. Podría guiarme por la estancia con los ojos cerrados y sabría el lugar exacto de todos los artículos de la tienda. Mi caja para lustrar zapatos también posee un lugar único dentro de la estancia. La caja descansa a unos centímetros de la puerta y el polvo ha dibujado su forma en el suelo. Me despedí del afable hombre y con caja en mano me apresuré al sitio de trabajo, la plaza.

Al retornar me enfadé con uno de los niños que realizan la misma labor; había colocado su caja en mi área junto al abrevadero. Era más pequeño y se retiró con lágrimas en los ojos, luego sentí un nudo en la garganta al ver como otros niños lo echaban de todos los rincones. Lo llamé con la mano y compartimos la pilastra, así es como conocí a Ángel un pequeño que soñaba con ser un día policía. Charlamos, reímos, dividimos un dulce de manjar e inspeccionamos a la muchedumbre; en la observación noté que las personas no reparaban en mi mirada. Los clientes extraían monedas de los bolsillos y jamás se detenían en nuestro rostro, solo arrojaban el pago. El flujo de personas aumenta considerablemente con el arribo del medio día. Vendedores de lotería se disputan los clientes anunciando los premios de la semana; carritos de helado se desplazan con el familiar rechinido de ruedas; un hombre sostiene una caja de madera a la altura de la cintura exponiendo unas provocativas pastas de mil hojas, caracoles de chocolate y panecillos; niños de churretosas mejillas extienden sus pequeñas manitas en símbolo de caridad; ebrios apoyados en las columnas del teatro durmiendo en perfecto equilibrio; un hombre negro y descalzo lleva una jauría de perros en una mano y en la otra un temible machete; una mujer enjuta vocifera el inminente apocalipsis y la llegada del mesías; un hombre con bonete y un poblado bigote brama las variantes del almuerzo; varios curiosos forman un círculo alrededor de unos artistas callejeros; y en medio de aquel torbellino de personas, él…

Fui el primero en percibir aquel individuo, su aspecto no correspondía con el entorno. Tocado con un sombrero de copa de color negro e indumentaria de la misma tonalidad inspecciona el show de magia de los artistas. Su baja estatura lo obliga a estirar las piernas para ver sobre los hombros de la concurrencia. El rostro es indefinible y lo envuelve un aura de anonimato. ¿Por qué ese individuo nos llama poderosamente la atención? Movidos por un misterioso impulso decidimos seguirlo. Nos fusionamos con la multitud, nos convertimos en la sombra del enigmático hombre. Busca algo, pero no se ¿Qué? Acaricio las paredes de los edificios, la mugre invade mis dedos, esquivamos obstáculos vivientes y el hombre continuó su trayecto hacia ningún lado. Posee una mirada triste y la encauza hacía estanterías de tiendas y a sombríos callejones. Sospecho que el hombre ha cometido un crimen y el remordimiento pesa sobre sus hombros obligándolo a vagar por las calzadas. De pronto desapareció. Atónitos, Ángel y yo lo perdimos de vista en un santiamén, simplemente se evaporó. Es tarde y es hora de regresar replica Ángel. Mientras retornábamos sobre nuestros pasos llegamos a la tienda en la que el misterioso hombre examinaba el interior. Se trataba de una tienda de joyas, collares con incrustaciones de piedras preciosas y anillos de oro fulguran en las estanterías. Miré a mujeres colocarse las alhajas en pálidos cuellos y en huesudos dedos, aquellas mujeres parecían ser parte de la mercancía. Al presenciar la escena noté el reflejo de mi cara en la cristalería. Toqué con mis dedos la fantasmal proyección de mí mismo, al igual que los preciosos artefactos la imagen en el cristal era solamente una ilusión. El gris de una inminente lluvia se abalanza sobre la plaza y con ella la madre de Ángel. La mujer caminó en nuestra dirección, tomó la mano de mi amigo y se lo llevó. Percibí la primera gota en mi frente, la diminuta gota se desliza suavemente por la mejilla, agradezco el grato estímulo. En ese instante difuminadas imágenes de mi madre agolparon mi mente. En mis recuerdos ella me mira con ternura y roza con su dedo índice una lágrima de mi rostro.

La mirada de dios

Mis sueños estuvieron plagados de pesadillas y recuerdos del pasado que creía haber borrado. El gato no apareció y la lluvia no cesó, truenos e intensos resplandores me despertaron constantemente; luego vino la nieve y la sostuve en mi mano hasta que amaneció. Nadie llegó a la plaza, el silencio lastimaba y no sabía lo que ocurría. Vagué por todos lados en un infructuoso intento de encontrar a alguien, solo hallé nieve. Busqué comida en los basureros y bebí de las fuentes de la plaza. El miedo me envolvía en cada minuto. Ángel, los barrenderos, el zapatero, las burritas, los vagabundos, los ebrios, los mendigos, los lustrabotas, los vendedores de lotería, los artistas, los heladeros, los profetas, los hombres sándwich, los falsos ciegos, los tullidos, los insanos mentales habían desaparecido. Solo permanecía su huella en el espacio. Desolado esperé bajo el gélido e inmisericorde firmamento hasta caer en un profundo sueño. Atrapado en una pesadilla no podía abrir mis ojos, cuando lo logré, lo vi. Estaba mimetizado con la bruma, observándome. Era él, el hombre de la multitud. Mi cuerpo empezó a temblar como una hoja.

– ¿Sabes cómo emular a la divinidad? Pregunta el enigmático personaje.

-Conozco la morada de dios y puedo enseñártela. Interpela nuevamente el hombre.

El pequeño no comprendía las palabras del visitante nocturno, extrañamente el terror inicial se había disipado. Algo en su interior dictaba que el ser de la plaza no era malo. Escuchó con avidez lo que tenía que decir.

-Te he observado desde hace mucho tiempo y creo que es el momento de cruzar la otra orilla. Cuando me seguiste supe que estabas listo, algo en tu interior ha despertado y te inspira seguir en la senda, aunque todo se torne en tu contra.

-Ha llegado la hora amigo.

-¿Quién eres? Pregunta el niño.

-Yo soy el que Soy.

En polvo te convertirás

Un cumulo de hojas corona la mesa. Adolorido masajeo la muñeca izquierda. La noche fue eterna y la aparición, sagaz. La última hoja de la historia se encuentra empapada de lágrimas embarrando el grafito. Mi endeble memoria produjo fallos en la estructura, narré atropelladamente y tropecé constantemente con el hilo de los acontecimientos. Ignoro si estas apresuradas líneas puedan ser leídas por alguien. Tal vez conformen la mezcla que selle mi tumba. Al colocar el último punto, el espectro y las endiabladas pupilas se desvanecen en el polvo pululante. Mi respiración cada vez es más tenue y la vida huye en cada exhalación. En un rincón yace mi caja.

No podré llevarla conmigo en la eternidad.

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