VIDA DE PERROS

VIDA DE PERROS

Misionero

21/04/2023

Dedicado a Ignacio.

Su estampa impactaba, su presencia se sentía y su ronco ladrido amedrentaba; mirada al frente con pecho erguido. Orejas grandes y largas. Ojos castaños, pelaje blanco, negro y café. Toda la estirpe del Basset hound fusionada en un solo espécimen.

Nació de una camada de cinco, único varón bendecido entre las mujeres, y fue justamente en un hogar de mujeres donde pasó la primera parte de su vida. Lo tenía todo, automóvil de alta gama marca japonesa, de donde no se bajaba mientras su dueña estuviera al volante, siempre orejas al viento y cabeza a medio salir por la ventana del vehículo.

Por las noches, un bocado de fino concentrado, el sempiterno paseo para sus necesidades, posteriormente el llamado para irse a la cama. Lo esperaba un colchón hipoalergénico, un hueso de juguete y sábana de muñequitos para el frío por si el clima lo ameritaba.

Una llamada desde el viejo continente cambió por completo la vida de la dueña y de Ignacio. Había sido aceptada en una reconocida universidad para especializarse en Derecho Laboral. Inicialmente pensó en viajar con Ignacio, lo pensó detenidamente y se retractó de esta idea. Ella decidió dejarlo al cuidado de su madre. Los viajes vespertinos en carro disminuyeron, las salidas a pasear los dominicales finiquitaron y la paciencia de la nana se agotó. Una foto con su mejor porte fue primera plana en una reconocida clínica veterinaria, debajo del retrato en letra arial ochenta y cinco y negrilla citaba “Adóptame”.

Fue adoptado por una familia de clase media, media media. Al comienzo fue la sensación, su estampa era su carta de presentación, no obstante, sus costumbres y sus hábitos fueron su acabose y su cruz en esta nueva pero malograda etapa. Los integrantes de la familia no soportaban sus ladridos, odiaban sacarlo a sus paseos y detestaban consentirlo como era su estilo. Al final optaron por ponerlo nuevamente en adopción, aunque ya no en una clínica de pedigrí ni con su mejor foto, sino más bien al mejor postor.

Fue entregado a un cuidador de finca, qué cuidador, un peón quien inicialmente se comprometió a mantenerlo de la mejor forma. Ya solo daba paseos a través de una línea de metal a la que se encontraba atado por un collarín y que tan solo tenía un alcance de siete metros, distancia en la que iba y venía, iba y venía como cita la biblia, setenta y siete veces siete por día. De los finos manjares a los que estaba acostumbrado, solo tenía acceso a una ración diaria, que de manjar nada tenía, era concentrado avícola. Y a la hora de dormir, un pedazo de cartón que apenas se ajustaba al molde de su ya esmirriado cuerpo, sin la sábana de muñequitos y el hueso de juguete. Ahora solo jugaba con piedras y tierra.

Quiero imaginarme que esta difícil tercera etapa duró poco, que este sufrimiento no hubiera sido tan largo, rogaba todas las noches que su pena finalizara. Una mañana me topé con el jornalero mentiroso, sin preguntarle, me contó que Ignacio había escapado una tarde de verano, que intentaron retenerlo, pero no pudieron. Corría tan veloz que incluso llegaron a verlo volar con ayuda de sus orejas. Quiero pensar que volaba al cielo de los perros y que en el cielo de los perros esté con su huesito, su sábana de muñequitos y su colchón hipoalergénico. Eso anhelo.

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