EL REY RABO MOCHO Y LA DAMA DE LOS PERROS

EL REY RABO MOCHO Y LA DAMA DE LOS PERROS

En esa esquina de mi barrio, se cohabita con personajes maravillosos, como la mujer de la chaza, el vigilante callejero, el mensajero, el voceador de periódicos, los mototaxistas, el panadero, los taxistas, el farmaceuta, el vendedor de tinto, el indigente que duerme en el pretil de la ferretería, y otros más; todos son pensadores, filósofos naturales, actualizados en los avatares de la vida, y hablar con ellos nos transporta a mundos mágicos.

Una de las personas que siempre estaba en dicha esquina, era la mujer de la chaza, la cual tenía su oficina-negocio en el pretil de la farmacia, allí prestaba servicios de llamadas, ventas de chance, loterías, y otros variados productos, este era su trono. Yo, hombre sesentón, tenía la costumbre de comprarle a diario, un económico, chance de lotería, nadie lo sabía, pero esta era mi excusa perfecta, para hablar con ella.

La llamaban Conchita, pero por cariño la bauticé, como “la dama de los perros”, ya que siempre estaba rodeada por sus leales amigos callejeros; cinco perros y un gato que se creía perro, al cual apodé, gato-perro. Ese gato no maullaba, tenía un lenguaje propio, era como un sonido, que se equilibraba, entre el ladrido, y el maullido, sonido que, al escucharse, tintineaba gracioso.

La dama de los perros, llegaba a su chaza-oficina, en la mañana, y con voz chillona, llamaba a su tropa.

―Mocho, michín, donde están, que no los veo. Vengan a comer ―gritaba, mirando hacia los cruces de las calles, estaba convocando a sus súbditos, los cuales al verla corrían hacia ella, la rodeaban, la mordisqueaban, todos felices en su desventura, y cuando no aparecían, ella no trabajaba hasta que los encontraba, y al tenerlos a su lado, les daba una fuerte reprimenda.

De todos esos nobles animales, sobresalía un perro, que le decían el mocho, y al observar su comportamiento, noté que este era el más fuerte e inteligente de todos los demás, le llamé; el Rey Rabo Mocho, líder innato, negro, rosquero, atrevido, enamorador, respetado por los demás, jamás había perdido una pelea, solo un bravo pudo arrancarle media cola, pero luego lo destruyó, apoyado por sus secuaces, y gato-perro.

Era el Rey Rabo Mocho, quien dirigía tan peculiar pandilla, en la noche andaban por las calles del pueblo haciendo toda clase de fechorías, formaban peleas alborotadoras, destrozaban las bolsas de basuras, y enamoraban a todas las perritas, que se les atravesaban en el camino.

El Rey Rabo Mocho, leal y cuidador extremo de la dama, cada vez que alguien se le acercaba a su pequeño negocio, le mostraba los dientes en forma agresiva, y solo se tranquilizaba cuando ella le hablaba.

—¡Quieto mocho!, es un cliente —su voz sonaba tranquilizadora, y entonces, muy obediente, se acostaba de nuevo a su lado.

Al petulante gato-perro, nunca se le vio con otros gatos, siempre caminaba al lado de su rey, como si solo viviese para cuidarlo, y protegerlo. Gato-perro, era muy rápido, peleaba con furia y arañaba a todo aquel que se le atravesara, una vez le sacó un ojo a un perro que presionaba por el cuello, al Rey Rabo Mocho, hasta lograr que lo soltase.

Los cinco perros, y gato-perro, eran animales sanos, fuertes, casi invencibles, esos orgullosos callejeros se volvieron una leyenda en mi pueblo, solo se alimentaban con lo que ellos conseguían, o lo que le llevaba la dama de los perros, a nadie más le recibían nada en absoluto, si alguien les brindaba algo, solo lo miraban, y volteaban la cabeza hacia otro lado, como manifestando sus sentimientos, nosotros nos proporcionamos lo que necesitamos.

Un día cualquiera, esperé a la dama de los perros en su chaza-oficina, para adquirir mi esquivo número del chance, pero no había acudido a su puesto de trabajo, ya sus cinco súbditos habían llegado, y uno a uno, en forma silenciosa, desorientados, se fueron tirando en el pretil de la farmacia, y un poco más alejado, estaba gato-perro, todos se notaban ansiosos, esperando la llegada de la dama.

Al notar la tristeza, la incertidumbre de esos animales, llamé a Libardo, el elegante vendedor de tinto, autonombrado “Juan Valdez”, preguntándole con aprehensión.

—Dónde está la dama de los perros, veo que hoy no se ha sentado en su trono real —inquirí con voz nerviosa, Libardo, mirándome a los ojos, y colocando uno de sus termos de café en el suelo, me respondió.

—Caramba, aún no te has enterado —su voz sonó triste… y presentí que algo grave había sucedido—. Después de que apareció el mentado bichito, ella siguió atendiendo en su negocio, un día se sintió mal, tenía fiebre alta, los muchachos de la droguería llamaron una ambulancia, de donde se bajaron dos personas, vestidos como astronautas, y se la llevaron a un centro médico.

Presumí que en ese momento sus súbditos no estaban a su lado. Le guardaron la chaza en la farmacia, no hubo noticia de su salud, y se desconocía el centro médico a donde la trasladaron. Ya los perros, y gato-perro, tenían casi dos semanas de estarla buscando, se les había visto recorriendo las calles y callejuelas por donde ella acostumbraba llegar, y deambulaban tristes, y desesperados por su ausencia.

Pasaban los días, y no regresaba, fue como si se hubiese esfumado, como si ese terrible bicho la hubiese borrado de la faz de la tierra, alguien comentó que su familia vivía en otra población, observé a los perros y a gato-perro, todos tristes, mirando a lo lejos, habían perdido mucho peso, pero permanecían acostados al lado del trono de la dama, los acaricié, y con una inflexión nostálgica de la voz, les susurré.

—Amiguitos, tranquilos, que mañana regresará. —Mi voz, no sonó convincente, porque dudaba que sucediera, ese tan esperado retorno.

Regresé al día siguiente, y solo observé tres perros, y a gato-perro, entonces me dirigí al taxista que se estacionaba enfrente de la farmacia, quien me relató lo sucedido.

—Anoche, se murieron dos de los perros, los encontramos en diferentes calles, extenuados, como si la hubiesen buscado sin cesar, hoy los enterramos —expresó el taxista con lágrimas en sus ojos, a mí se me hizo un nudo en la garganta, y una empujadora lágrima de tristeza, saltó de mis ojos, había empezado la marcha inexorable de esos nobles animales, y nosotros nos sentíamos impotentes para evitarlo.

Un día, las personas que estaban en la esquina, vieron como gato-perro, sin lanzar un solo ladrido-maullido, se dejó atropellar por una motocicleta, y murió de forma inmediata, otro noble que desapareció también, y después de varios días de búsqueda incansable, en esa espera, sin tiempo y sin espacio, fallecieron otros dos perros.

Solo quedo el Rey Rabo Mocho, vencido, ya había abandonado la búsqueda, se le veía siempre acostado en la esquina, esperando a su dama, nunca dejó de observar la calle por donde ella, aparecía llamándolo con sus gritos destemplados, perdía peso todos los días, y no recibía comida de nadie. Los mototaxistas lo llevaron al veterinario, al rato lo vieron venir, y sin levantar su cabeza, otra vez se acostó en su sitio a esperar lo no esperado, todo un rey quedo siendo un perro triste, sucio, acobardado, temeroso, pero jamás perdió la esperanza del regreso de su dama.

Una nublada mañana, se escuchó un fuerte ladrido, lastimero, todos corrimos hacia el rey, se estaba acabando, miraba hacia arriba, como si observase que su dama estaba llamándolo y venía a recogerlo.

Todos lo sobaban, yo le tocaba su cuerpo flaco y decrépito, alguien gritó, en su voz se notaba un desespero.

—¡Ayúdenlo, por favor!, no lo dejen morir —Me pareció escuchar la voz del taxista.

Libardo, el elegante vendedor de tinto, se agarraba la cabeza, y desesperado corría de un sitio a otro, el farmaceuta, entraba y salía de la farmacia, los mototaxistas no sabían qué hacer, y el indigente del pretil, que nunca había hablado, llegó a su lado, se agachó, lo besó en la frente, y se retiró de su lado, notándosele en su mirada, una gran tristeza.

Entonces, con esa altivez que le habíamos conocido, el Rey Rabo Mocho, antes de partir, nos miró a todos, sonrió y cerró sus ojos por siempre.

Fue una tragedia, todos lloramos, lloré muchísimo, y durante muchas noches, en la soledad de mi cuarto, no dejé de pensar en la dama y el rey.

GUSTAVO HERRERA BOBB

DERECHOS DE AUTOR: DNDA – MIINTERIOR COLOMBIA. LIBRO 10 TOMO 1112 PARTIDA 06

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