Cuando me miraba fijamente con esa mirada cómplice tan suya, no había nada en el mundo que impidiera perderme en el oscuro profundo de sus ojos que, para mí era algo similar al espacio exterior, siendo yo un astronauta.
Podías observar sus chispeantes pupilas temblando dulcemente como estrellas en el cielo. Pendientes de ti, como si ya supieran que te perderías y entonces ellas, traerte de regreso.
– ¿No vas a intentarlo?– Me dijo señalando con la cabeza el toro mecánico a mis espaldas.
– Nah, hoy estoy aquí para que nos divirtamos juntos– Dije mientras colocaba mi antebrazo por detrás de su nuca, y ella lo utilizaba de almohada.
Era una noche tranquila, de esas que uno espera que sean “Mágicas”. O al menos lo hacemos los que creemos en la magia.
–Ven– Tomándola de la mano y arrastrándola suavemente como la marea a un pequeño barco.
La feria brillaba con todo su esplendor, sin embargo aún había un lugar donde las luces de la noria no te impedían observar las estrellas y el majestuoso manto de la luna: La costa.
Fuimos a la playa. Allá donde la arena es más tierna y cálida y nos sentamos a contemplar el mar sin mediar muchas palabras.
En el negro horizonte una gran embarcación luchaba por mostrarse. Y el oleaje, no cesaba en su misión de empujar la orilla. Silencio reinaba; solo el sonido de esas tercas olas rompiendo contra la arena era capaz de apreciarse.
– ¿En serio te vas a ir de la ciudad? – Preguntó en tono melancólico y sin despegar la vista del horizonte.
–Sí, pienso irme en cuatro días– Respondí manteniendo igualmente la vista en el horizonte.
– ¿No puedes llevarme contigo? – Volvió a preguntar, asumiendo el típico tono de niña pequeña que ponía cuando estaba próxima a enfadarse. Pero esta vez, conteniendo las lágrimas y casi, llegando a sollozar.
–Lo siento, pero sabes que debo hacer este viaje solo. Me voy en busca del color que le falta a mis historias– Y además, tú quieres estudiar medicina. ¿Qué tipo de imbécil sería si te pidiese que marchases conmigo y abandonases tu sueño? – Repliqué volteando la cabeza y buscando encontrar nuestras miradas para hacer más intenso el momento.
Pero ella no apartaba la vista del horizonte. Era demasiado orgullosa como para permitir que viera esas pequeñas lagrimas deslizarse por sus blancas mejillas casi rosadas.
Ella entendía todo lo que le decía, pero aun así había algo en su interior que no le permitía admitir mi marcha. Ese algo terco dentro de cada uno de nosotros. Que aprecia los amaneceres y la poesía sin sentido. Ese algo que se enamora y nos hace cargar con ello luego.
–Te prometo que volveré– Fueron las únicas palabras que salieron seguidamente de mi boca, en un tono seguro. –No sé cuándo, pero lo haré–
–Quizás en ese entonces sea yo otro hombre, y tu otra mujer. Quizás en ese momento tú ya no te acordarás del chico tonto que te hacia ver los amaneceres a su lado cuando tenías tanto sueño que te costaba mantener los ojos abiertos– Ambos esbozamos una carcajada, aun sin despegar la vista del horizonte. Que comenzaba ya a tornarse rojizo, lo que significaba que estaba próximo a amanecer.
–Aunque seamos personas diferentes, si en ese momento aun te acuerdas de ese chico con la cabeza llena de sueños, entonces no dudaré en llevarte conmigo– Afirmé pero ella no apartó la vista del horizonte.
El sol comenzaba a enseñar los colmillos.
OPINIONES Y COMENTARIOS