Hace un par de días atrás
terminé de editar unas fotografías que registré durante un viaje
reciente. Estaba muy entusiasmado, ansioso, por repasar, gracias a
ellas, los sinuosos caminos de piedra, sobre la ladera de montañas.
Entre esas fotografías estaban, casi lo había olvidado, unas de un
cementerio ubicado a un costado del sinuoso camino. Recuerdo que tras
una curva alcanzamos a ver unas formaciones regulares con cruces
encima. Eran como pequeñas casitas con techo a dos aguas, del tamaño
de un cajón peruano. Estaban montados sobre la ladera, aparecieron a
nuestra izquierda. Eran sepulcros, pequeños mausoleos, rústicos,
antiguos quizás. Cómo saberlo, pues pasamos por el frente con
cierta prisa, sin serlo. El andar del pequeño ómnibus era continuo,
sin pausa, pues estábamos subiendo. De hecho, esperábamos,
rogábamos que no se detuviera en subida… El tamaño del cementerio
era pequeño, lo percibo ahora, viendo las fotografías.
De
camino a la zona de nuestro destino, es decir, a la base de salida de
montañistas que ascienden el Huayna Potosí, en Bolivia, notamos la
presencia de un grupo de personas de la zona apostados a un lado,
como a veinte metros de la ruta. Un camino no asfaltado, labrado,
como dije antes, en la ladera de las montañas. Las mujeres estaban
ataviadas con sus trajes típicos de cholitas. Aquí debo aclarar que
la expresión cholita se usa para referirse a las mujeres mestizas
del altiplano boliviano que utilizan vestimentas tradicionales desde
el proceso de iniciación del mestizaje. Consiste en el uso de
sombrero de ala corta o mediana, blusas o chaquetillas que pueden ser
livianas o pesadas, según la región, polleras de amplio vuelo,
plisadas. Debajo de las polleras utilizan enaguas, en tanto usan para
calzarse botas y botines con cordones, abarcas o sandalias, y sobre
los hombros una manta de macramé, con adornos de lana de vicuña o
alpaca, mientras que el cabello lo llevan recogido en trenzas. Estas
mujeres así ataviadas la vimos no sólo en ese camino sino en la
ciudad capital, realizando variadas actividades. Descubrimos que su
uso está ligado a una suerte de reivindicación y resistencia
cultural de parte de las mujeres, que lograron que deje de ser
obligatoria la adopción del uso de ropa occidental en los lugares
públicos, sean ambientes
académicos, políticos, de espectáculos y/o en medios de
comunicación. Una diferencia importante que distingue a estas
mujeres de otras de Sudamérica.
Disculpe,
amable lector, sigo con el relato. A veces olvido que estoy dentro de
estas páginas, unido a estas letras dentro del universo albo. Lo
cierto es que mirando las fotografías noto que era un grupo de siete
mujeres y dos hombres. Y la pregunta era y sigue siendo: ¿Quiénes
eran y qué hacían allí, en ese medio día? Quizás visitaban a
sus muertos, pues no había mucho más. Pocas casas a lo largo y
ancho de estas altas formaciones rocosas. Lo que sí noté al
observar las imágenes fueron dos cosas. Primero, lo evidente. Es el
cementerio más cerca del cielo que yo conozca. El
campo santo está
a la misma altura que las nubes.
Es decir, está
cerca
de los
4.900 metros sobre el nivel del mar. Lo segundo, no fue, ni por
asomo, evidente, ni esperable al registrar unas fotografías. Costó
ver, darse cuenta y mucho más creer… Pero allí estaba. Al
costado de una tumba, alguien estaba erguido, de pie, aunque se ve
con escasa nitidez. Sin embargo, es posible notar la presencia de un
hombre de casco, tipo de los de minero, pues tiene esa inconfundible
lamparilla delante. Parece seguir el paso del ómnibus con la
mirada. Parece increíble, pero las fotos lo demuestran. Las tengo
aquí, delante de mis ojos.
Miré
una y otra vez las imágenes. Registran el pequeño cementerio desde
varios ángulos, conforme fue avanzando el vehículo. En tres de las
fotografías se nota a esa figura humana,
claramente, de casco, y que sigue nuestro paso con la mirada. De esto
me doy cuenta, al mirar las fotografías en mi casa, quince días
después de regresar del viaje. No antes, mucho menos en el momento
que se hizo el registro. Dudo, aún, de que en ese momento haya
habido alguien allí. Pero como aquellas personas que caminaban en
grupo, podría ser un
visitante
del lugar. Este
hombre, también pudo estar allí, en igual actividad. Para
intentar saber más del lugar busqué en la Internet y descubrí,
ahora recuerdo que alguien lo mencionó, el lugar es el cementerio de
Milluni. Allí fueron enterrados personas en épocas diferentes, las
que en este momento parece tener sentido, son los enterramientos de
mineros masacrados por militares en 1965. Quizás esta imagen sea, no
lo sé, de un antiguo minero que nos quiere revelar aquella situación
particular.
Mis dudas persistieron. No podía
con el tema, estaba en mi mente todo el tiempo en este par de días.
Contacté a Julia, una amiga que realizó el viaje conmigo y le
plantee el asunto. Ella no recuerda haber visto a nadie allí. No
aparece, en sus fotografías, nadie allí. Sólo las tumbas. Me resta
pensar que quizás, sólo quizás, allí no hubiese nadie de pie, que
quizás haya sido una manifestación visible para algunos, por estas
extrañas cosas que suceden, cada tanto, y sobre las que no tenemos
explicación.
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